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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Stella Milani Lun Jul 02, 2018 4:00 pm

Recuerdo del primer mensaje :




Runaway Bride





"En un día de estos en que suelo pensar:
"Hoy va a ser el día menos pensado".
Nos hemos cruzado, has decidido mirar,
a los ojitos azules que ahora van a tu lado"

La historia de la Milani es tan complicada como ordinaria. ¿Es el término "ordinario" correcto? Sí, es una mujer criada en las costumbres italianas que exigen de ella que se comporte como una dama, donde la voz es corta y poca. Se baja el tono, se habla cuando se le pide su opinión y sólo en esos momentos. La exigencia se basa en que tenga las aptitudes y habilidades que toda mujer de su alcurnia cultiva: canto, algún instrumento musical, costura, etiqueta, costumbres propias de una mujer con perfil bajo para dejar que sea el protagonista el hombre que se encuentra a su lado como esposo, prometido, hermano o padre. La cultura debe estar orientada a simples libros de contenido novelesco o bien, recetarios de cocina o de índoles propias del hogar. Nada de revoluciones, de pensamientos anárquicos o rebeldes.

Es la propia Stella Milani la mujer perfecta para quien busca todos estos elementos en su conducta. Su mente es un requisito prescindible, sólo necesaria para asuntos de casa, de su marido y para obedecer las órdenes de su familia. ¿Qué hace entonces en París? La versión oficial es que llegó para buscar el ajuar perfecto para su próximo enlace matrimonial. La verdad depende de Francesca, su amiga y cómplice quien le acompañó en esta aventura pretextando que una dama no puede estar sola. Les acompañan las nanas de ambas, quienes se harán cargo de que las dos mujeres estén cuidadas, que ningún hombre las ronde y por supuesto, se comporten como su estatus lo exige.

Este día se cumple la semana de su estancia en la ciudad. Con desánimo, bebe un poco de té en compañía de su mejor amiga a quien observa en silencio tras contestar a la nota que le llegó. Es de su prometido. El que cree que va a ser su prometido indicando que va a visitarla en este día, por respuesta, se le cita a las diecisiete horas del día, para la hora del té inglés. Por Dios, está tan nerviosa de su próximo encuentro que le tiemblan las manos. Otro Russo. El primero tuvo el impacto de mil terremotos en su vida, provocando taquicardias con su sola presencia. ¿El por qué? Su presencia arrolladora, dominante, exigente e intransigente. Deja la taza sobre el plato con dificultad, escuchando el tintinear de la porcelana contra la otra producto de su descontrol físico. Su mano diestra acaricia su frente con el pañuelo que absorbe las microscópicas gotas de sudor que perlan su frente. - Si no te tranquilizas, Prosperpina, te voy a dar un remedio para que duermas - Francesca es categórica. Stella quisiera parecerse a su amiga, sus cabellos negros, su tez quemada por el sol, es entre todas sus amistades, su figura a seguir.

Su vista se pierde en el horizonte, ahí donde los ventanales abiertos dejan apreciar el panorama de la ciudad - despreocúpate, en el peor de los casos, si no cede con mis desplantes, cederá con la cicuta - su sonrisa sórdida provoca que los ojos de la Milani se abran - ¡No! Por Dios, Neria. Cada vez que te escucho decir eso, me aterra la perspectiva de que te encuentres con Baco - su pañuelo pasa de nuevo por su frente, recorriendo ahora la diestra sien en tanto su amiga sonríe. Para ellas, esta es una oportunidad de oro, deberán hacer que el Duque de Florencia (hoy Baco), se desdiga de su compromiso para que la Milani quede en libertad de contraer matrimonio con otra persona haciendo que su familia salga a flote.

¿Por qué usan nombres tan raros si se llaman Francesca y Stella? Sencillo, para evitar que los sirvientes se equivoquen en esta jugarreta que la primera inventó. Así, ambas se llaman por los apodos que desde que se conocen, se asignaron en un juego que ahora les da la oportunidad de salir adelante. Las nanas están conscientes de ello, por lo que obedecen las instrucciones de Francesca (hoy Neria). Tan astuta es la romana que hará hasta lo imposible porque este Duque de cuarta salga del escenario corriendo ante su presencia. Cuando se dé cuenta de su error, será demasiado tarde porque el compromiso estará disuelto. Si bien la carta que llegó en la mañana informando de su presencia es para Stella (hoy Proserpina) angustiante como mínimo, para la romana es una declaración de guerra. Y como tal, va a librarla con todas las armas de las que dispone. Su carácter fuerte e indómito le ayudará en su empresa.

En tanto el pañuelo se mancha con líquido y algo de maquillaje, la diosa de la guerra romana susurra bajo - vete a las caballerizas, disfruta de tu nueva adquisición, Proserpina. Ya no tarda en llegar - mira el reloj cucú a mitad de la habitación. La rubia asiente poniéndose en pie para dirigirse a su recámara en tanto la romana agita la campanilla solicitando que cambien el servicio de té. Citado a las cinco de la tarde, el Duque llegará en menos de veinte minutos. Lo suficiente para que todo quede en orden. En las habitaciones superiores, Proserpina cambia sus ropas por las de montar con el fin de bajar a donde una hermosa yegua le espera. Este plan está concebido desde que les llegase el telegrama a dos días de su llegada a París, donde los Milani informaban que el Duque había decidido ir a París para conocer a su futura consorte. Ante la perspectiva de verle, Stella colapsó. Así que Francesca tomó cartas en el asunto. Cambiaron de casa para que los sirvientes no fallaran en su forma de dirigirse a cada una de las damas. Del hogar de Stella, cambiaron al de Francesca. Las nanas fueron informadas de lo que harían y si bien no están de acuerdo, saben que son adultas y deberán tomar responsabilidad si algo se sale de control.

Las cinco son anunciadas con campanadas del reloj, Neria se prepara para recibir a su "prometido". Neria, la diosa de la guerra romana si alguien entendiera de mitología, está dispuesta a confrontar al hombre con tal de que su amiga deje de martirizar su mente. Vio cómo Donato la hizo papilla, cómo el carácter dulce y bondadoso de la Milani decreció y no está dispuesta a permitir que el tiempo que trabajó en levantar su autoestima, este nuevo Russo lo lance por un acantilado. De ascendencia romana, su carácter es bastante fuerte a diferencia de la Milani. En cuanto le anuncian la llegada de Baco, espera paciente. Se pone en pie cuando entra a la habitación haciendo una firme y elegante reverencia - Su Celsissimo, bienvenido. Es un placer conocerle por fin, Stella Milani - alarga la mano para recibir el beso que conforme la etiqueta corresponde. Si bien el protocolo indica que sea ella la que le bese el dorso, le obliga a primero inclinarse él. Pone por encima la etiqueta al protocolo, debiendo ser lo contrario, con tal de que él se humille y tenga en claro que ella no agachará la cabeza.

Para denotar su carácter, el rojo predomina en su vestimenta siendo otra declaración de guerra. Su conducta altiva y arrogante es parte de su personalidad, algo que por supuesto va a explotar con creces. Mientras más discordante sea de Stella, él se sentirá más amedrentado. Y como no quiere darle oportunidad de respirar, enuncia con voz categórica y firme - le pido atentamente a Su Celsissimo que la próxima vez que quiera tener una entrevista, avise con más de dos días de anticipación. Tenía ocupaciones y debí posponerlas, lo que significa que estaré en París otra semana más o puede que dos - la primer estocada es enviada directo al hígado. Como el hombre se enoje, Francesca está lista para ponerlo en su lugar. No será la primera vez ni la última que lo haga. No por nada es hija del General Grimaldi.

Lucciano Russo for Stella Milani
(Futura señora Russo, dice él).


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Mensaje por Stella Milani Sáb Ago 18, 2018 8:15 am




I'm only interested if I can have you for life.





La enternece el escuchar su comentario respecto a la forma de comerse la fruta. En esos orbes masculinos se refleja por un momento el rechazo que la sociedad seguro le hace cuando está en presencia de la aristocracia que se cree tan sabia como para alejar a todos aquéllos que no cumplan con los requisitos que consideran importantes para que sea parte del club. - Y lo es, es mal visto que un caballero lo haga. Para su fortuna, no tengo esos complejos en cuanto a los demás se trata - mira su durazno con la ansiedad de hacer lo que él. Abre la boca para darle la primer mordida sin mucho éxito porque sólo se queda con la boquita entreabierta sin atinar a tocar la piel aterciopelada. Cierra la boca con un puchero - los estándares sociales y las exigencias del buen comportamiento y la etiqueta, nos limitan los instintos y la buena convivencia - lo mira dar otro mordisco como si fuera la manera adecuada de comer. Le envidia, suelta un aire contenido de sus pulmones por los labios, sus ojos no cesan en atrapar sus movimientos, los de su boca llena en tanto él mastica, la manera en que sus mandíbulas fuertes trituran con sus dientes cada parte de esa fruta hasta hacerla papilla. - Envidio su libertad de morder una fruta con tal tranquilidad, como si fuera la manera correcta de hacerlo - juguetea con su comida con los labios tan apretados, creando pequeñas hendiduras y pliegues.

Tras el arrebato de tomar el pañuelo y limpiar la boca masculina, siente su gruesa, grande y cálida mano en su antebrazo. Sus ojos se quedan fijos en los masculinos, al escuchar su voz, se estremece de pies a cabeza pensando que le incordió tanta confianza hacia su persona. - Lamento que le moleste tanto cuando lo único que quería era ser amable. Mantendré mis distancias para no incordiarle - malinterpreta la expresión del caballero. Es inocente en muchos aspectos, incluso Donato se aprovechaba de eso para torturar su joven mente. Para las damas, ningún roce es apropiado si no proviene de su marido o quizá, sólo quizá, su prometido. Y para eso, la boda debería estar casi a unos pasos de distancia para que pudieran tocarse con mayor familiaridad. Mantiene sus manos ocupadas, una con las riendas de Smoke. La otra con el durazno que ni siquiera ha dado mordida alguna, preocupada por su apariencia y el qué dirán.

- Como usted guste, pocas veces salgo de casa más que para hacer algunas compras básicas. Estoy descansando de una larga y ajetreada temporada de problemas - concede cuando él le explica sus intenciones para sacarla del café y caminar para ir a un sitio que a ella le agradase. Al saber que es muy escaso su conocimiento de París, propone un sitio diferente que le llama la atención a la Milani. Así que dirige su paso más corto y delicado acompasado al suyo, firme y determinado; con una dirección desconocida. Si en realidad este hombre del cual ni su nombre conoce, fuera un ser oscuro, ella dejaría que la llevara incluso a una cueva o a una mazmorra si con eso, seguía a su lado. Tiene el detalle de contarle todo lo que sabe sobre el jardín, permitiendo que imagine al Rey caminando por sus pasillos, entre las flores y las plantas. Su sonrisa continúa hasta que habla del laberinto, sus ojos brillan de entusiasmo. ¡Un laberinto real! Como el del Minotauro. Y si nadie sale, es que es lo suficientemente difícil de atravesar, ni siquiera el tono oscuro del italiano le borra la sonrisa. Que ría a carcajadas no la ofende, al contrario, le incita a atravesar dicho sitio - ¿Vamos? ¿Podemos ir? ¿No le parece emocionante? Es como el laberinto de la mitología griega, donde Teseo fue a retar al Minotauro para matarle. Sólo que no soy como Ariadna, no tengo un hilo qué usar para adentrarnos. ¿Será muy difícil salir? - pregunta con todo implorante cuando por fin llegan.

Mira el enorme lugar, la diferencia es que ella ya está ansiosa de ingresar al laberinto. Deja las riendas de Smoke, bien atadas a un árbol cercano donde un niño se apresura para intentar convencerla de dejar que lo cuide. - De acuerdo, tres monedas te daré si cuando vuelva, Smoke está en perfectas condiciones. Si alguien te ofrece algo por descuidarla y llevársela, te daré el doble si te opones. Lo importante no es el dinero para mí, si no que para cuando vuelva, mi yegua esté aquí, que fue un regalo de cumpleaños. ¿De acuerdo? - el niño asiente yendo a buscar un traste para darle agua al caballo. Stella mira al italiano - lamento informarle que es mi intención entrar al laberinto antes de ver cualquier otro lugar. ¿Gusta esperar o me acompañará? - mira a su alrededor hasta encontrar la entrada, ríe caminando a paso veloz hacia allá con la sonrisa en sus labios.

¡Nunca ha entrado a uno! Hacerlo sería una proeza y todo un atrevimiento, así que en la puerta de entrada del enigma, lo observa con el placer de hacer lo que se le viene en gana por esa ocasión, en compañía de alguien que le gusta. Y sí, le gusta mucho ese hombre. Lo encara con júbilo en su rostro antes de proponer - Quien llegue al centro, gana el derecho de pedirle al otro lo que quiera, que no se compre y que sea tan memorable como el ganarle al laberinto. ¿Acepta? - da un par de pasos hacia atrás adentrándose al lugar, - por cierto, para reconocernos en esta empresa, le llamaré Teseo y yo seré Ariadna, como en la mitología. Así podremos gritar el nombre del otro sin temor a que alguien más piense que nos referimos a él ¿Le gusta? - en cuanto él accede, ríe con entusiasmo y sale corriendo como una chiquilla tomando el camino a su diestra, sabiendo que entre los enormes setos nadie la verá ni dirá algo impropio. ¡Un laberinto! Una oportunidad de ser libre, cual pájaro. Sólo se detiene al llegar a una bifurcación mirando una de las opciones al frente y otra, a su siniestra. Toma la de la izquierda para avanzar, esta vez disfrutando del sitio, imaginando cuántas tonterías puede su mente crear.

Va paso a paso, quitándose los guantes para acomodarlos en la pretina de su pantalón, deslizando la mano por los setos apreciando la textura de las enredaderas y la vegetación. A solas, toma el durazno para mirarlo como si fuera un gran enemigo y le da una mordida. Los dientes atraviesan la piel llegando a la pulpa, dejando que sus papilas se regodeen en el sabor dulce de la fruta. Da un pequeño gemido de placer avanzando por el camino pasito a pasito dejando que la sensación de soledad la envuelva. Deseando que ese día no termine. Que Teseo la encuentre pronto y ¿Y qué? Se descubre anhelando estar entre sus brazos, probando cómo se sentirá tener alrededor de ella éstos, apreciando la dureza de sus músculos y el calor de su cuerpo. Es un hombre poco atractivo para las féminas aristocrátas. Para Stella, no podría ser más guapo y perfecto. Mastica su bocado pequeño porque su mordida así lo fue, sintiendo el sabor un poco terroso de la pulpa hasta que la engulle. Su músculo bucal resbala por sus labios dejándolos brillantes y llevándose cualquier rastro de la fruta. Más decidida, da una segunda mordida. Esta vez, mira al cielo, centrando su mirada en las nubes algodonosas. - Ojalá mi futuro marido fuera como él. Ojalá que no tuviera este sino - calla su boca dando una tercera mordida antes de escuchar pasos tras ella. Se alerta, su mente imagina al enorme minotauro y, en lugar de aterrorizarla, corre para esconderse divertida, utilizando uno de los desvíos para ocultar su cuerpo mirando por un lugar intentando ser discreta. Al ver a Teseo venir hacia ella, se prepara para hacer una niñería. Se queda quieta agudizando el oído y justo cuando él llega a su altura, salta para caer frente al hombre y gritar - ¡Te atrapé! - la intención era agarrar su abrigo; en lugar de ello, su mano resbala cuando sus pies tropiezan con una rama expuesta y termina de bruces contra él, abrazada a su cuerpo. Alzando la mirada con azoro por su propia torpeza; deberá disculparse por acortar la distancia con tal brusquedad. Con sus rostros muy cerca el uno del otro, puede sentir el aroma de su fragancia masculina, la cual atrapa para no olvidar jamás.

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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Jue Ago 30, 2018 3:33 am







"And I remember it, it was a late summer bliss
One of those moments that just slip
But you feel it from your heart to your fingertips"

Contrario a lo pensado, ella en lugar de sentirse atemorizada por la historia del laberinto, había estado encantada, y aquello era lo que había provocado su risa. Nunca conoció una chica tan extraña como aquella, y eso lo fascinaba de maneras insospechadas. Eso lo hizo pensar en que ella lo había malinterpretado en el momento en que quiso ser más franco, en su intento por dejarle saber que la deseaba, pero no había podido hacer más que dejar el asunto pasar. Ella no era más que una doncella. ¿Cómo podría explicarle, sin decir algo que pudiera llegar a ser ofensivo para ella, que todo lo que quería era tenerla cerca de la manera más íntima posible? ¿Cómo decirle que era él quien debía, aunque no quisiera, mantener su distancia por el bien de la reputación de ella, y de su propia cordura?

En cuanto preguntase si era muy difícil salir, había querido decirle que en realidad no era gran cosa, dos caminos que, tras algunos cruces, sin lugar a dudas guiaban al centro del laberinto, en donde una especie de pequeña pérgola hexagonal que se encontraba rodeada por cinco de sus lados por hermosos rosales se erigía sobre un pequeño elevado de cuidada hierva. Una atracción más que una verdadero laberinto, a pesar de las espesura y altura de sus arbustos, pero no quiso borrar ese brillo aventurero de sus ojos. Así que, nuevamente, dejó el asunto pasar. Aunque, en realidad, no había tenido opción. Ella se notaba alegre y emocionada, tanto que no le permitió decir ni una palabra antes de verla adentrarse en el laberinto.

Había querido decirle también que si tomaba el camino a la izquierda sería mucho más rápido, pero ella simplemente había salido corriendo en cuanto él aceptara su juego. Decidió que no quería hacer trampa, que prefería perder contra ella y esperar que pidiera lo que deseara. Especulaba respecto a qué podría querer ella de él como para hacer semejante apuesta. Así pues, le dio algunos minutos de ventaja antes de seguirla por el camino a la derecha. Entre tanto, se sintió repentinamente agradecido con Stella Milani. Quizá su matrimonio no sería feliz, puede que su vida fuera un infierno después de casarse con ella, pero de no ser por la existencia de aquel compromiso que su hermano había pautado con la familia de ella, él no habría tenido la oportunidad de conocer a esa joven dulce que comenzaba a cautivarlo.

Iba realmente distraído en sus pensamientos cuando escuchó el grito femenino venir de su derecha. Para cuando se volteó hacia ella, la chica saltaba frente a él en el camino, tropezando, por lo que se alarmó y apresuró en tomarla por la cintura, acercándola a su cuerpo para mantenerla estable y evitar que cayera de bruces al suelo. Cuando la premura de su reacción pasó, fue consciente de que la mantenía completamente pegada a su cuerpo. Una cercanía deliciosa que le permitía deleitarse con la esencia de su perfume. Se distrajo observando cada ángulo y cada peca de su hermoso rostro, queriendo mantener el recuerdo de ese momento, hasta el último de sus días. Notó en su detallada inspección, el dulce olor del durazno viniendo de ella, lo que delataba que se había atrevido a morder la fruta lejos de su mirada.

Aunque había querido evitarlo, dirigió finalmente la vista a los rosados labios femeninos, preguntándose si su textura sería tan suave como parecía, si podría saborear en ellos el dulce néctar de la fruta. ¿Sería posible que todo aquello fuese solo un sueño? ¿Que en medio de su desesperación por zafarse de un compromiso no deseado estuviera idealizando a ésta mujer por el simple anhelo de sentir el afecto de una joven como ella? - No creo que Ariadna le hiciera gloria a su belleza, signorina. Tal vez Venus, una diosa, esté más a la altura. O una sirena, con su poder para encantar a los marineros. Al menos eso explicaría... - Detuvo sus palabras antes de decir una impertinencia, un grosería ante sus inocentes oídos. ¿Qué cosa no daría por un beso de esos labios? Se preguntó mientras, en lugar de sus propios labios, acariciaba los de ella con el pulgar de su mano izquierda, acercando su rostro peligrosamente al ajeno.

Dio repentinamente un paso atrás, alejándose de la mujer al darse cuenta de lo que había estado a punto de hacer. Esquivó la mirada de ella, sintiéndose avergonzado, mientras se pasaba ansiosamente las manos por el cabello. - Por favor, disculpe mi atrevimiento. Yo no... - Pero hizo una pausa antes de continuar. ¿Él no qué? ¿Él no quería tocarla? Sería una terrible mentira si pronunciara aquellas palabras, pues había deseado mucho más que aquel inocente roce. - No es mi intención faltarle el respeto. - Eso fue mucho más honesto, al menos. Se aclaró la garganta y la instó a continuar el camino del laberinto hasta que llegaron por fin a la pérgola, a donde le permitió entrar antes de seguirla al interior.

Una vez dentro, se apoyó de una de las delgadas columnas de madera tintada de blanco, antes de mirarla para comentar. - Ha ganado usted limpiamente, signorina. Siéntase libre de pedir lo que desee. - La alentó, esperando dejar de lado el vergonzoso momento en que había estado por besarla. Aunque, realmente no sabía por qué tenía tanto miedo de hacerlo. Ella no se había mostrado en ningún momento avergonzada de estar a su lado, se había mostrado, hasta cierto punto, atrevida, demostrándole también su interés por él. Entonces, ¿Por qué no había podido dar ese paso? "Porque no has besado a una mujer decente desde Rosa. Porque sabes que estás enamorándote de ella. Porque tienes miedo a que te rompa el corazón." Le listaba su consciencia algunos de los motivos y todos eran ciertos.

El atardecer comenzaba a tintar el cielo de hermosos tonos rosado y naranjas. Desde su lugar, el majestuoso espectáculo ocurría justo tras la joven, pero él no podía ver nada más que a ella, iluminada por la luz tenue, que resaltaba aún más el rubor en las mejillas. "Cobarde." Lo acusó nuevamente esa voz en su cabeza, y entonces se armó de valor. Se acercó nuevamente a la chica, tomándola del mentón para que levantara el rostro en su dirección y se aprovechó de que ella no había dicho nada aún. - Mejor digamos que fue un empate. - Sugirió, de manera que ambos pudieran pedir algo, antes de acortar la distancia entre sus labios hasta hacerla nula. En principio no fue más que un roce, tanteando sus reacciones, un roce que poco a poco fue profundizando hasta convertirlo en una caricia, tomando entre sus labios el inferior de ella.

Comprobó que sí, en su boca podía sentir aún el sabor dulce del durazno, y descubrió que la piel femenina era tan suave y aterciopelada como la de la fruta. Se embriagó de ella y su sabor, sin atreverse a ir mucho más lejos que aquello. De por sí ya era una locura lo que estaba haciendo, provocarse a si mismo una demostración física de su deseo era lo peor que podría hacer en un momento como aquel, por lo que, después de unos minutos, volvió a la realidad apartando apenas su boca de ella. No sabía en qué momento la había arrinconado contra la columna opuesta a dónde él había estado antes recostado, de lo que sí estaba seguro, es que aquel sería uno de esos momentos que, al recordar, podría sentir aquella misma emoción desde su corazón hasta la punta de los dedos.

Lucciano Russo


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Mensaje por Stella Milani Jue Ago 30, 2018 6:34 am




Dear lord, when I get to heaven

Please let me bring my man.





Se iba a caer por hacer uso de habilidades de infancia que a su edad, estaban oxidadas y con mucha falta de uso por lo que el tropezón es detenido de su final terroso -porque seguro que hubiera caído en el suelo- por un brazo tan firme, como rígido que la sostiene en peso con una facilidad inaudita. Ni siquiera Donato tuvo la fuerza para ello. ¿Y qué esperaba? En tanto su fallecido prometido era alto, su tez blanca y su complexión tan delgada anunciaban que ejercicio por supuesto que no hacía. Y como cualquier aristócrata, tarde que temprano se haría merecedor de tremenda barriga que parecería embarazado que cualquiera se preguntaría quién tendría el hijo. Si Stella o él. Para su fortuna, Teseo no es Donato. Despacio, después de la sorpresa de sentir que iba al piso, va abriendo los párpados fuertemente apretados, una reacción lógica de quien sabe que el siguiente episodio tras un tropiezo, es la caída y el dolor.

Sus orbes se fijan en los del caballero, tan grises con combinaciones propias de la luz que se está apagando a su alrededor. Una de sus manos desnudas, la diestra, se coloca sobre su tórax apreciando bajo la palma sus músculos, los que imaginó durante el transcurso de las noches pasadas. La otra, se coloca en su antebrazo, intentando sostener su peso. Inútil, porque él ya lo hace por ella. Ni siquiera con Donato tuvo un acercamiento tan inapropiado, tan íntimo, con todo su cuerpo pegado al suyo, denotando las diferencias entre hombre y mujer para la Milani. Su rostro se llena de granadina en tanto sus pestañas caen para evitar la mirada directa del varón que la recorre con pereza, como si fuera lo más natural del mundo. El sonrojado de sus mejillas se torna rojo cual sangre y siente un estremecimiento recorrerla al responder al escrutinio masculino. Sus manos aprietan la tela de su manga -una- y del chaleco -la otra- frente a sus ojos.

La voz le atrapa la atención, eleva sus ojos a los masculinos, sintiendo cómo la subyuga con esa simple mirada, con esa forma tan intensa de observar su rostro, en tanto su cuerpo se comporta muy extraño, con un hueco en el estómago y una opresión que le provoca una tensión en sus senos. La atmósfera es seductora, conquistadora. Teseo tiene todo para ganar esta batalla, posee a Ariadna entre sus brazos y con ello, podría hacer con ella lo que quisiera. - Gra-gracias p-por el ha-hal-lago - la lengua se le traba cuando intenta agradecer, su atención está más concentrada en el pulgar del varón que acaricia con suavidad su boca causando recorridos de electricidad por su columna, debilitando sus piernas que tiemblan sin control.

Se le seca la boca cuando él va acortando la distancia entre ellos. Entrecierra los ojos en señal de consentimiento, por lo que cuando él se aleja con brusquedad dejándola sola, su ansiedad y necesidad, son rotas en pedazos al contacto del martillo de la dura realidad. Parpadea obligándose a recuperar la compostura, ¿Qué está haciendo? En tanto él se disculpa pasándose las manos por el cabello, ella desvía la mirada - no importa, no se preocupe. No volverá a ocurrir, lamento el juego - se reprende, ahora entiende el dicho de "Juego de manos, es de villanos". En el universo de fantasía del hubiera, Stella cometería tantos errores para satisfacer la necesidad que crece en su interior por tener a este hombre con ella. Para su fortuna, él logra recuperar el control e incitarla a continuar. El laberinto ha perdido la magia de pronto.

Al llegar al centro, sonríe con cierta amargura, - es demasiado pequeño - susurra con decepción, conduciendo sus pasos a la pérgola, ascendiendo por la escalinata, sujetando el barandal hasta llegar al interior de la misma, deleitando la mirada en el espectáculo que se le brinda a toda persona ajena al sitio. Las rosas están a plena maduración, cada seto tiene un color de flor diferente. En esa paleta de colores, sonríe un poco. Su deleite se interrumpe con la confirmación de su triunfo. ¿De verdad ganó? Ambos llegaron al mismo tiempo. Voltea su cuerpo hacia el hombre para ser atenta a sus palabras, lo observa recargado en la columna, con postura indolente, segura, orgullosa. Podría verlo dirigir su viñedo con mano firme, amable. No hay capacidad para imaginarlo de otra manera. Él no ha dado muestras de ser una persona diferente, por lo que ella confía plenamente en Teseo.

Ahora comprende por qué su madre le decía que no todos los hombres eran iguales, que si bien Donato era un ser duro e inflexible, debería darle oportunidad a los demás. Sus ojos recorren durante el mismo instante en que él calla su rostro, cada firme rasgo de él es absorbido por la Milani, tiene el prototipo de un dios griego, tal cual Teseo le queda corto. Quizá el zorro de Odiseo fuera más acorde al italiano. El movimiento del hombre acercándose la hace sentir toda la fuerza que desprende de su ser, cada uno de sus rasgos masculinos es apreciado por la mirada de la joven que vuelve a sentir cómo la atmósfera cambia y esta vez, su cuerpo parece preparado para cuando acorta la distancia. La pesadez de sus senos es idéntica, el hueco en su estómago esta vez ya es conocido. Sus brazos se abren para aceptarlo, su rostro se alza con la demanda silenciosa, lo observa bajar con el corazón latiendo fuerte en sus oídos. Teseo rodea su figura con una facilidad de quien tiene experiencia en estas lides. En ese contacto cuerpo con cuerpo, Stella se sabe segura, confiada y deseosa de continuar, de avanzar en el camino del laberinto de sus sentimientos que cada vez es más profundo y peligroso.

Descubre que se está enamorando cuando la distancia por fin deja de serlo. El contacto de sus labios, es eléctrico. El olor masculino impregna cada parte de su nariz, es tan agradable, tan delicioso, que se convertirá en su aroma predilecto. Desearía no cerrar los ojos, sólo que la caricia es tan potente, que la obliga a ello. A dejarse hacer como una muñeca y él, quien la mueva a su antojo. Lo que inicialmente era un roce de labios, va siendo más intenso como él aprieta los suyos, incitado a que lo imite. La Milani obedece. Un gemido suave escapa al sentir cómo atrapa con sus pliegues el inferior femenino, marcándolo como suyo, para soltarlo lento. Su mano se ancla a la mejilla masculina, da un paso atrás por la fuerza de esta marejada de sensaciones. Intenta escapar y parece que es justo lo que él no desea porque da un paso adelante buscándola. El ósculo va profundizando, crea ondas de sensaciones que la enloquecen y la hacen adicta a ellas. Otro paso atrás, uno adelante del hombre. Esta vez, el músculo bucal del varón está dispuesto a continuar la avanzada, dejando que ella pruebe el sabor de los resquicios del café y del más reciente durazno cuando suelta su pliegue devolviéndolo a su lugar original para seguir con esa locura tan dulce, que la enternece.

Un jadeo, su organismo necesita aire y sólo así puede activar el instinto de respirar por la nariz porque ha dejado de hacer ese proceso por la intensidad del momento. Esta vez, el cuerpo del hombre la atrapa con tal determinación que la empuja atrás hasta que su espalda siente el pilar en el que se apoya para contrarrestar esa firme caricia que va haciéndose más y más inolvidable para la Milani. Anhelante y desesperante a partes iguales porque quiere que continúe. Mucho. Su piel está tan erotizada, que un solo roce de él, le provoca placer y dolor. Sus manos se deleitan en la aspereza de sus mejillas por los vellos que apenas van creciendo por el transcurso del tiempo entre la afeitada y este ocaso que deja colores rosáceos y violáceos que enmarcan el más especial cuadro que quedará en la mente de la mujer. Este es el hombre que ella quiere para tenerlo consigo. Para siempre.

Pierde el sentido del tiempo durante la caricia, hasta que él se separa. Abre los ojos sintiendo los labios hinchados por ese beso, palpitantes. Dejándose llevar, su voz suena muy ronca cuando susurra el deseo más profundo de su corazón - quiero que por lo que resta del día, me pierdas el respeto y me dejes disfrutar de ti - es lo que sale de su boca sin tapujos, alzando de nuevo el rostro hasta alcanzar de nuevo sus labios, rozándolos con los suyos, deseando que continúe sin fijarse en más que en complacer esta necesidad que ahora se instala en lo profundo de su más femenino ser, que va despertando como consecuencia de los actos del varón. - Quiero que me demuestres cómo debe ser - susurra entre sus labios atrapando el inferior como él le enseñase, entre los suyos, llevada por el impulso de recorrer ese pedazo de su piel con su lengua jadeando ante su total desenfreno y anhelo.

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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Miér Sep 05, 2018 3:31 am







"Who knows the secret tomorrow will hold?
We don't really need to know
'Cause you're here with me now, I don't want you to go
You're here with me now, I don't want you to go"

Las caricias de las manos femeninas en su rostro eran, después de sus besos, la sensación más dulce que había sentido jamás; nadie le había tocado antes con tanta dulzura. Separarse de ella, una de las cosas más difíciles que había tenido que hacer. Correspondió a su gesto, con sus manos callosas, paseando el pulgar por sus mejillas y nuevamente por sus labios, ligeramente enrojecidos. Era sin duda la mujer más hermosa en la que había posado sus ojos, y ahora comprendía que no importaba su nombre y mucho menos la familia de la que provenía, si fuera libre cometería la locura de desposarla en ese mismo instante. En cambio, permanecerían siendo unos perfectos extraños que habían compartido el más sublime de los momentos.

Cuando la chica le deja saber lo que desea en compensación por el juego que, tras el beso, había olvidado por completo, un jadeo grave escapa de sus labios, antes de que ella, tomándolo desprevenido, juntara nuevamente sus bocas. Las manos grandes y masculinas viajan lentamente desde la espalda femenina hasta sus caderas, aferrándose a ella y haciendo que ambos cuerpos entren en contacto de una forma tan íntima que haría enrojecer el rostro de cualquier dama que los viera.

La mano derecha del hombre viaja todo el camino de vuelta al cuello de la chica, guiándola en una posición en la que podría poseer por completo su boca, permitiéndose incluso penetrar en ella con su lengua buscando la ajena, convirtiendo el beso más que en una caricia, en una abierta declaración de deseo puro y primitivo, sexual. La manera en que ella imitaba sus movimientos con tal comodidad, le hizo querer llorar de pura felicidad, y si bien había estado momento antes totalmente en contra de lo que estaba por hacer, había perdido por completo la cordura en las manos y los labios de aquella sirena.

Levantándola por los muslos, la sentó sobre el pasamanos que unía una columna con otra, quedándose en el medio de sus piernas dejándole sentir lo que ella provocaba en él. Su miembro había reaccionado a las caricias, engrosándose en una dura y dolorosa erección que, sabía, no podría satisfacer. – Dio mio! – Exclamó, con la mente embotada, en un breve descanso para respirar en el que se permitió observarla, sonrojada y con los labios aún más hinchados que antes. De haber tenido los pensamientos claros, se habría dado media vuelta y alejando de ella tanto como fuese posible sin mirar atrás, pero todo en lo que podía pensar entonces era ella.

Comenzó a comprender un poco la petición de la chica. Al principio había pensado que quería saber cómo se sentía besar, pero ahora sabía que se refería al amor, y descubrió que él tampoco lo había sabido hasta ese momento. – Es usted quien me lo está enseñando, signora mia. – Y entonces volvió a besarla. Esta vez, con el conocimiento de que era algo más que un beso entre dos extraños, la sensación fue infinitamente mejor. Sus labios se habían tornado, como por arte de magia, mucho más dulces, un manjar de dioses.

Sus dedos, largos y ásperos, se introdujeron en el cabello de la fémina, deshaciendo su arreglo y dejándolo caer cuan largo era en hermosas hondas que enmarcaron su rostro y cubrieron sus hombros y espalda. La quería, aunque no se sintiera moralmente capacitado para decírselo, y la quería suya, aunque no fuese libre para entregarse de vuelta a ella.

Cuando el dolor en su entrepierna fue tan fuerte que en cualquier momento comenzaría a bombear contra sus caderas, se detuvo. Separó sus bocas y la abrazó, aferrándose a ella, como si fuera a desvanecerse si no lo hacía. Enterró el rostro en el cuello femenino, grabándose para siempre la esencia de su perfume, mientras su respiración agitada comenzaba a tranquilizarse. – Lamento no poder cumplir por completo su petición. – Si continuaban de aquella manera, él se vería tentado a tomarla, entonces su deshonra sería irreversible y él se vería aún más tentado a dejar de lado todas sus obligaciones por permanecer con ella. Ese sería el más dulce de los destinos que podría tener deparado, pero entonces mucha gente sufriría, su gente sufriría. ¿Podía ser tan egoísta?

La respuesta era no. Podría tomarla y compartir los más maravillosos momentos a su lado, pero de esa manera tampoco podría sentirse plenamente feliz, pues habría condenado a decenas de familias a morir de hambre. Todo por haber conocido a esa bellísima diosa romana.

Cuando se sintió con la suficiente fuerza de voluntad, volvió a mirarla, y una parte de él ya se arrepentía de lo que aún no había hecho y debía hacer. Sin embargo, aunque no pudiera seguir besándola de la misma manera sin perder por completo la cordura, el día aun no terminaba. De una manera mucho más inocente, planeaba poder seguir a su lado tanto como pudiera. Se aclaró la garganta antes de volver a hablar, consiguiendo que su voz sonara medianamente normal. – Si la irrespeto de esa manera un poco más, podría usted arrepentirse, y eso es lo que menos deseo. – La miraba a los ojos cuando prosiguió a confesar. – No sé lo que nos depare el futuro. Pero usted se encuentra conmigo ahora, y mientras este día dure, no quiero dejarla ir. – Si bien no se atrevía a decirle con todas las letras que la quería, esperaba que comprendiera lo mucho que deseaba estar a su lado.

Depositó un suave beso en los labios femeninos antes de apartarse y ayudarla a bajarse del pasamanos donde, en un momento de lujuria, la había subido. Se sintió entonces nuevamente avergonzado por su proceder, aunque ella se lo hubiera pedido, no estaba en su naturaleza aprovecharse de la inocencia de una joven que realmente no sabía lo que le estaba pidiendo. Pero optó por no disculparse, si lo hacía, podría darle la señal equívoca de que se arrepentía de lo que había ocurrido. – Será mejor que emprendamos nuestro camino de vuelta. El atardecer está por culminar, y su amiga sin duda se preocupará por usted si no llega. – De alguna manera, ahora no podía dejar de mirarla, por si quisiera grabarse cada instante y así poder rememorarlos en el futuro.

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Mensaje por Stella Milani Miér Sep 05, 2018 10:37 pm




No eres un príncipe azul,

eres más, mucho más que eso.





La respuesta del caballero es más la de un hombre ansioso por probar sus labios de nueva cuenta, apasionado, seductor, sensual. Sus manos recorren la espalda italiana llegando a las caderas provocando que la mujer emita un jadeo contra sus labios unidos cuando la presiona contra su cuerpo pudiendo sentir la diferencia entre sexos. Desde sus senos apresados por el firme tórax, bajando hasta sentir la protuberancia de su virilidad apretada contra su vientre calentando su sangre, haciendo que le hormigueen las manos con nerviosismo, sintiendo cómo la atrapa para consumirla como la llama a la polilla, electrificando su cuerpo, sintiéndose apresada por sus exigencias, por el magnetismo del atractivo hombre. Tan dulce como atrevido a partes iguales, sin dar tregua a la joven haciéndola muy consciente de que sus deseos, fueron órdenes para él que planea por supuesto, ejecutar y dejarla disfrutar en el proceso.

Siente cómo la piel se convierte en lava con el contacto de su palma que asciende hasta su cabeza. Boquea por cómo la maneja, permitiendo que su lengua explore el interior de su boca. Sus párpados se aprietan por la potencia de las sensaciones, su corazón late a toda velocidad aún pegada al cuerpo masculino, con las manos clavadas en su camisa, restregando la tela en sus puños intentando aferrarse a él para no caer de espaldas a pesar de sentir cómo el metal del barandal se encaja en su espalda. La enorme mano masculina en sus caderas fomenta un indecoroso desazón en el centro de su cuerpo, ahí donde en el vértice de los muslos se va creando una presión intensa, que pugna por liberarse. Si bien no entiende un ápice de lo que le sucede, el instinto es mayor, haciendo que la italiana se presione más contra el hombre informando en silencio lo que a gritos le sería imposible pedir.

Es indecoroso que una dama esté respondiendo de esta manera y al aire libre a las seducciones del hombre. ¿Qué importa cuando sus labios son lo más sabroso que antes ha probado? Cuando su lengua le arrebata la razón creando nuevas sensaciones, provocando que hiperventile con sus atenciones. La piel sensibilizada se estremece con cada roce. Su boca responde a los movimientos de la masculina. Su propio músculo bucal, sale al encuentro del de su compañero, tocándolo con reverencia, casi con miedo, provocando un gemido suave que resuena en su pecho con fuerza. Su cabeza está colocada con comodidad contra el hombro masculino permitiendo que la explore con toda libertad. No es suficiente, siente cómo la eleva por el aire, abriendo los ojos con sorpresa, quedando sentada en el barandal, sintiendo que podría caerse si no la sujeta. No es tanto lo que espera, es sólo un aleteo de un colibrí antes de que él vuelva a tomarla para sí. Pone sus manos marcando con fuego esa piel de alabastro de la Milani que no volverá a responder igual a otro varón. La está poseyendo sin saberlo.

En sus muslos, se quedan instaladas esas manos que él no desea apartar, provocando un estremecimiento de pies a cabeza en la mujer que le observa con ansiedad cuando separa sus labios de ella, le observa con los ojos llenos de felicidad y promesas ocultas, con el deseo que él le provoca aún más al sentir esa muestra de su masculina hombría pegada al centro de su ser que le arranca un gemido largo haciendo que su cabeza se eche atrás, dejando al descubierto su cuello para los asaltos del hombre. Sus manos se aferran a la tela de sus hombros, incapaz de dejarlo partir. No ahora que va comprendiendo cómo debe ser entre un hombre y una mujer. Ni siquiera Donato tuvo la habilidad de dejarla tan indefensa con un par de besos, con este movimiento tan sexual que le cierra la garganta y le endurece las cimas de los senos que se denotan sobre la suave tela de la seda de la blusa que la cubre. Su voz la estremece más que sus besos, su afirmación de que ella le enseña le enternece provocando una sonrisa que él vuelve a desaparecer con otro de esos ósculos que le arrebata la decencia y la razón por instantes preciosos.

Quiere sumergirse para siempre en estas sensaciones, en la dulzura de la boca masculina que le exige una respuesta que gustosa, le da a manos llenas. Aprieta su cuerpo contra el suyo, con las piernas tirantes hasta que él empieza a deshacer su precioso peinado dejando que su cabellera cuyo aroma a pétalos de rosa y fragancias dulces, penetra en su nariz, sintiendo cómo los rebeldes rizos acarician sus mejillas, las propias y ajenas, con la suavidad de los pétalos de flor. Su boca se torna urgente en los últimos momentos arrancando una exhalación profunda de la mujer, antes de que se separen sus rostros, dejando que el hombre descanse con el rostro en su cuello, sintiendo contra la piel esas respiraciones tan agitadas como las suyas, en tanto la Milani acaricia con pereza y cariño los cabellos de su amor. Tan oscuros que se contrastan con los rubios de su melena.

Se ríe contra su oído, de felicidad, de un enamoramiento tan intenso que le arranca el corazón. Permanece con la mejilla contra su sien, aspirando el aroma masculino, grabando en su mente este momento tan único. Tan perfecto. Tan delicioso. Deposita un suave beso contra la piel de su sien cuando él expresa su disculpa. - ¿Por qué lo lamenta, mi señor? Ha hecho demasiado, jamás podré olvidarlo - quisiera ser libre para entregarse a él. Desearía no estar comprometida con el Russo para avanzar a la vera de este hombre que le atrapó con una sola mirada de sus profundos y sensibles ojos. Esa mirada que parece atormentada que le vuelve a regalar cuando le observa de nuevo. La enternece, desearía cuidarlo. Su mano se desliza por su mejilla cuya barba le pica la epidermis.

Los siguientes instantes los guardó en su memoria, deseaba tenerlos para sí. Su voz masculina, está quebrada por el tormento, puede sentirlo. Coloca un dedo en sus labios al final de sus confesiones para susurrar suave - desearía que hiciera a un lado sus temores, sus miedos y barreras porque usted jamás podría faltarme al respeto. No cuando eso es lo que quisiera. Respeto su decisión porque no soy de cascos ligeros, caballero. Sólo quiero que recuerde cuánto desearía estar a su lado por y para siempre - toma su cabeza para devolver el suave beso en sus labios, antes de permitir que él vuelva sus pies al piso. Asiente con obediencia a su propuesta, le toma del brazo para salir del laberinto con paso ligero, al mismo tiempo, lento. Voltea hacia atrás cuando están por virar mirando el sitio. Se sonríe un poco mirando sus ojos - Ariadna amaba a Teseo. Como Teseo se comportara como usted conmigo en el centro del laberinto, entendería el por qué de sus sentimientos - atrevida, díscola, descolocada.

Se reprocha antes de bajar la cabeza con el rostro sonrojado volviendo tras sus pasos hasta llegar a donde el chico cuida de su yegua. Le paga la cantidad acordada antes de montar ayudada por el caballero. La montura empieza el camino a su casa, a mitad de éste, la Milani voltea a mirarlo - le propongo vernos aquí la próxima semana. En el laberinto, no tiene por qué decir nada. Estaré aquí a las cuatro de la tarde. Si usted viene, sabré que es porque desea estar a mi lado al menos unos instantes más antes de regresar a la vida que nos corresponde vivir. Si no, estaré consciente de que sus ocupaciones le impidieron llegar. No pierde nada y no se preocupe por mí, sabré aceptar las consecuencias de mis actos - promete con dulce voz antes de sonreír dando la orden a Smoke para que avance a toda velocidad. No piensa mirar atrás ni un instante. Si es la última vez que lo mira, entonces lo aceptará. Eso sí, ni siquiera casándose con el Russo, podrá quitarse de la mente esos besos que le demostraron cómo era el amor. ¡Oh sí! Porque Ariadna se enamoró de su Teseo. Ni siquiera el Minotauro sería capaz de arrancar de su mente a ese hombre. Mucho menos de su cuerpo.

Días después, la joven Milani está lista para partir de su casa, enfundada en otros pantalones de color blanco, una camisa de cuello de holanes, los guantes los lleva en la mano, es interceptada por Francesca que se sonríe - ¿Lista para el escape? - la Milani le mira suspirando con desespero - de verdad necesito que ésto se resuelva lo más pronto posible, estoy demasiado histérica como para pensar adecuadamente - avanza hacia las caballerizas para montar a Smoke, quien es traída por el capataz de las riendas esperando paciente a que ambas mujeres sigan dialogando de espaldas a la puerta principal, admirando al noble animal - oh, Stella, ya os dije que no deberías preocuparte de ese hombre, además si lo vieras te asustarías. Es lo peor de lo peor, casi tanto como aquél griego ¿Recuerdas? Niklos era un hombre que se sentía dios y en realidad, era más feo que el Kraken. Ni siquiera tu prometido tiene piel blanca, es tan negro, tan grande y con tanto músculo que parece un cargador del mercado. Tosco, bruto y barbaján por más que intente ser lo contrario - se ríe provocando que Stella ruede los ojos.

Su amiga ni siquiera tiene la prudencia de hablar en voz baja, lo hace tan alto que cualquiera puede escuchar su conversación - en ocasiones, siento que el nuevo Duque es preocupante. Si es cierto lo que se dice de él, tiene una obsesión por ser mejor que su hermano, un complejo de inferioridad y una total falta de criterio. Me pareciera que es timorato y que su autoestima está por los suelos. No quisiera tener que comprometerme con alguien así, por favor, deshazte de él, suficiente tuve con todo lo de Donato para que su hermanito quiera ocupar su lugar a mi lado - se refiere a los golpes que le propinó, las vejaciones y humillaciones que sufrió con él. - Preferiría casarme con un sapo para no soportar al otro Russo a mi lado - se estremece de miedo y de total asco. - Ni tendrás por qué soportarlo, Stella, así que tranquila, me desharé de él lo más pronto posible - le frota los brazos a su amiga en tanto la Milani está negando con la cabeza - no deseo siquiera conocerlo, no me parece que tenga algo que pueda llamar la atención. Para mí, el resto de los Russo son despreciables. Debería comprender que una Milani como yo, no se rebajará a contraer nupcias con alguien como él - sacude la cabeza.

Está asqueada tan sólo de pensar que tenga que estar a su lado, toma las riendas de Smoke para despedirse de Francesca, justo cuando va a darle un beso en la mejilla, un movimiento la alerta de que hay algo raro, voltea hacia atrás y se queda helada. El color de su piel se pierde cuando tiene ante ella a Teseo. - ¿Cómo es que me encontró? - parpadea para sonreír con alegría y entusiasmo. ¡Teseo! Va a dar un paso hacia él, cuando Francesca niega con la cabeza - ¿Ni siquiera sabe lo que es la puntualidad? Dijimos a las tres de la tarde y faltan veinte minutos para la hora, señor Russo. ¿Acaso quiere presionar más su presencia? - Stella mira a uno y a otro aterrorizada. ¿Qué dijo Francesca? ¿Russo? Mira a Teseo deseando que no sea cierto - no, tú no puedes ser Lucciano Russo. ¿Verdad que no? Por favor, dime que no - ruega con el corazón en la mano, incapaz de hacer más que acortar la distancia entre ellos para levantar la mano buscando su mejilla. Deseando que él contradiga las palabras de su amiga.

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Mensaje por Thomas Cameron Randolph Miér Sep 12, 2018 5:19 pm







"Yo no sabía que con un beso
Se podría parar el tiempo y lo aprendí de ti...
Luego tantas mentiras que ya ni tú te las creías"

Tras aquella promesa de un encuentro al que aún no sabía si podría asistir, ella partió al galope. Él la imitó, permaneciendo unos metros detrás, simplemente para asegurarse que llegara con bien al mismo punto en donde, la ocasión anterior, ella se encontrara con el capataz de la casa donde era invitada. En el camino, los cabellos dorados, sueltos gracias a su atrevimiento, ondeaban en el viento, con el reflejo de los últimos rayos del sol sobre ellos. No sabía a ciencia cierta si sería la última vez que la veía, pero estaba seguro que siempre recordaría todos y cada uno de los instantes compartidos con ella.

Al llegar a la mansión De Louise, a diferencia de la vez anterior, había subido directamente a su habitación, cambiándose de ropas para ponerse solo el pantalón del pijama que usara cuando no se encontraba en su propia casa, antes de echarse boca arriba sobre el colchón de la cama, no queriendo pensar en absoluto, pero rememorando cada rasgo del perfecto rostro de su hermosa Venus. No supo realmente cuánto tiempo pasó, se había enfrascado tanto en su miseria, que no notó que la noche había terminado de caer y que la habitación había quedado en completa penumbra hasta que escuchó la voz de Annie asomarse por la puerta. Aun así, no se había movido de su lugar.

La había cuestionado sobre cómo se sentía el estar enamorado, y comprendió con dolor que quería estar con aquella mujer, la hermosa desconocida a la que no se atrevía a ponerle algún apodo por el simple hecho que ninguno le parecía adecuado para ella. Como si de un nuevo rayo de esperanza se tratara, Annabeth le había dado una salida a su dilema que se sentía terriblemente tentado a tomar. Las entrañas se le revolvían al solo pensar que Giovanni Conrad y su ambiciosa sobrina se saldrían con la suya, pero al menos todos estarían ganando.

Con esa nueva perspectiva, el siguiente par de días los pasó mucho más relajado de lo que había pensado. Podría, tal como su amiga lo dijera, mandar a Stella Milani al diablo, y luego encontrarse con su hermosa Venus, tal como lo había ella propuesto. Sería libre de sentir y decir lo que quisiera nuevamente.

Cuando el día del encuentro finalmente llegó, marchó a la casa Milani sobre el lomo de Star en esta ocasión. En medio de su euforia, ni siquiera se dio cuenta de lo temprano que iba, quería hablar con la morocha y decirle que daba por terminado el compromiso, y que haría llegar la enorme fortuna que había pedido su tío a su mansión en Milán. Sin embargo, toda su felicidad se evaporó al momento en que se acercase a las caballerizas del lugar con las riendas de la yegua en la mano.

Quien él creía era Stella Milani, había llamado con ese nombre a una rubia a su lado, una rubia que no era más que su Venus, su sirena, su ninfa. La morocha se burló abiertamente de su apariencia, haciéndolo apretar la mandíbula para contenerse. Quiso interrumpir la conversación, pero entonces las palabras de la otra fueron como una daga directo a su corazón, quien se burlaba de su afán por ser como su hermano, de sus muchas inseguridades. Sintiendo un pitido en los oídos, solo fue capaz de captar ciertas frases a partir de entonces. “Deshazte de él.” “Debería comprender que una Milani como yo, no se rebajará a contraer nupcias con alguien como él.” Y entonces lo comprendió todo.

Mientras la falsa Stella se encargaba de humillarlo al hacerle saber que nunca sería igual a su hermano, dejándole en claro que Donato había tenido mucho más que su corazón; la verdadera había estado con él, engatusándolo, enamorándolo, con el mero objetivo de hacerlo flaquear en su determinación por cumplir con sus obligaciones, hacerlo renunciar para quedarse con una vasta fortuna que le permitiría vivir el resto de su vida nadando en oro.

¿Cómo pudo ser tan tonto? ¿Cómo pudo creer que una belleza como ella se fijaría realmente en él? ¿Cómo pudo equivocarse tanto con ella? Pero ahora lo veía claramente. Era una mentirosa, ambiciosa y manipuladora mujer, a la que no le importada nada más que su propia vanidad. Se irguió y no dejó ver en su expresión el dolor punzante que sentía en el pecho, mostrando aquella expresión fría que, cualquiera que lo conociera, sabría identificar como el orgullo Russo haciendo su aparición. Había estado a punto de entregar su alma al diablo por ella, y no se dio cuenta de que era ella misma el diablo a quien se la vendía.

Podía imaginarla riéndose de él con su amiga al llegar dos noches atrás tras su encuentro, por lo que apartó el rostro cuando ella intentó tocarlo. Si creía que volvería a caer ante sus preciosos ojos y su dulce voz, estaba equivocada. – ¿Se ha divertido usted, signorina Milani? – Cuestionó. Su orgullo había sido pisoteado por dos jovencitas sin oficio, pero aún le quedaba algo de dignidad. – Lamento haber arruinado su juego al llegar temprano a una reunión en la que usted no tenía intención alguna de participar. – Demasiado tarde para su corazón que sangraba ante la traición.

Quería preguntarle por qué lo había hecho, por qué jugar con los sentimientos de una persona solo por dinero, pero esa respuesta ya la sabía. A ella no le importaban él o sus sentimientos, mucho menos las personas que sufrirían si él renunciaba y no tuviese a Annabeth para cubrirle las espaldas. Teniéndola en frente, se moría por tocarla, por volver a besarla. Fue entonces él quien acercase una mano al rostro femenino, posándola sobre la pálida mejilla, mientras se deleitaba acariciando el labio inferior con su pulgar. Un gesto que sin duda les recordaría a ambos lo ocurrido apenas dos tardes atrás.

Una sonrisa arrogante, poco propia de él, se mostró entonces en sus labios, a la vez que dejaba caer su mano y daba un paso atrás, queriendo poner un poco más de distancia entre ambos. – Espero que no se haya hecho demasiadas ilusiones con que rompiera el compromiso, porque eso no sucederá. Apresúrese en preparar su ajuar. Partiremos la próxima semana. No tengo más tiempo que perder por culpa de una chiquilla mentirosa, ambiciosa y manipuladora, que no tiene otra cosa que hacer más que mal gastar el tiempo de quienes sí tenemos deberes que cumplir. – Se dio media vuelta con intención de marcharse, pero antes de hacerlo el dolor que sentía fue tan fuerte que superó incluso a su orgullo.

Se giró entonces de nuevo, encarándola. – Será mejor que se busque algún otro pasatiempo. En cuanto sea mi esposa ya no podrá ir por la calle engatusando hombres con su aparente inocencia. – Hizo una pausa intentando ver en la mujer que tenía en frente algún rastro que le dejara saber que era la misma de quien se había enamorado. Pero todo había sido una mentira. La mujer que él había conocido no existía. – Es usted el peor tipo de harpía, otras al menos muestran directamente su aversión. Debo admitir que hizo bien su trabajo, Stella. Hizo un tonto de mí al hacerme creer que era sincera. – Hizo énfasis en el "otras", dedicando la mirada por un segundo a su falsa prometida, sin poder creer aun que la mujer que tenía en frente era la misma con la que había compartido momentos tan íntimos y dulces.

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Mensaje por Stella Milani Vie Sep 14, 2018 10:40 am




Say something





Say something, I'm giving up on you
I'll be the one, if you want me to
Anywhere, I would've followed you
Say something, I'm giving up on you

And I am feeling so small
It was over my head
I know nothing at all

*Say Something - A great big world

Teseo es Lucciano Russo. Lucciano Russo es Teseo. ¿Acaso ésto es la realidad? Si es un sueño, ¡Despiértenme por favor!

Como si fuera una pesadilla, la presencia de Lucciano Russo en la casa de Francesca le provoca un bajón de presión, siente cómo la cabeza le da vueltas porque es como si estuviera frente a un completo desconocido y no a aquél que hace dos días solamente (¡Dos días!) mantuviera entre sus brazos, probara sus labios y se sumiera en el más delicioso de los idilios. Su corazón late a marchas forzadas como si no hubiera un mañana, como si deseara en este mismo momento agotar sus martilleos hasta dejar el cuerpo inerte de la joven en el piso. ¿Acaso ésto es un nuevo bofetón de la vida para hacerla entender que el amor no se hizo para ella? Se queda aturdida cuando a diferencia de lo que esperaba, él ni siquiera niega su nombre. Desvía el rostro dejando a la Milani con la mano extendida, para apretarla en un puño queriendo morir en ese mismo momento. ¿Que si se ha divertido? ¿De qué está hablando? Siente una picazón en el tabique nasal, un anuncio de que está por ponerse a llorar. La presión de su estómago es mayor, como si la hubieran golpeado con violencia inusitada.

Teseo es Lucciano Russo. Lucciano Russo es Teseo. ¿Puedes ver el mar salir de mis ojos? No juegues conmigo, ¡Por favor!

¡No, no puede ser cierto! ¡Por Dios, qué broma tan cruel! Hubiera preferido un bofetón físico a este golpe que le rompe todos los huesos. La frialdad con la que la observa dista de ser ese calor en los ojos con que le sonriera días atrás. ¿Acaso está desvariando? ¿Es que sigue metida en un sueño? Lleva la mano a su sien intentando paliar así el fuerte dolor de cabeza que parece atravesar sus lóbulos cerebrales. - ¿Juego? - repite como estúpida -así se siente-, no puede articular una sola frase coherente tras el rechazo del hombre del que se enamoró. ¿Juego? ¿De qué habla? Si es respecto a que Francesca se hacía pasar por ella, debería entender que la situación es diferente respecto de Teseo y Ariadna. Ahí no hubo más que sinceridad pura, se entregó sin reservas ni tapujos, sin ulteriores intenciones. Ella lo ama. ¡Lo ama! Jamás se sintió así en el pasado, ni por Donato, ni por Farlan. Sus ojos se enrojecen al ver su actitud distante, arrogante. Como su hermano fuera en el pasado, puede apreciar ese parecido no físico, sí en su mohín y ademán.

Teseo es Lucciano Russo. Lucciano Russo es Teseo. ¡Qué broma tan cruel! ¿Por qué me castigas así?

Como si el tiempo se desdibujara ante los ojos de Stella, él pasa su mano por su mejilla, acaricia su labio inferior. En sus ojos, no está Lucciano (por Dios, su nombre es Lucciano), si no Donato. Aquél tenía por costumbre tocarla así antes de soltar alguna frase hiriente. Boquea al mirar esa sonrisa tan parecida, tan idéntica en otros labios, los de su hermano ahora muerto. Se fragmenta en mil pedazos, será imposible volverla a reparar. Da un paso atrás sintiendo la monstruosidad de lo que está sucediendo. Donato tenía por costumbre ir detrás de otras mujeres a pesar de tener en casa a la Milani. ¿Sería acaso este hombre capaz de las mismas atrocidades que el fallecido Duque? ¿Sería que las descubrió desde antes y su plan fue siempre enamorarla para después impedir que pudiera marcharse? Es una idea demasiado vil. Esa arrogancia en el rostro, la petulancia inclusive que ella misma le agrega al compararlo con su hermano, la rompe por fin y esquirlas se atraviesan en su corazón haciéndolo sangrar, como siga así, se quedará seca. Su rostro antes lleno de vigor y color, ahora está más pálido que una hoja de papel.

Teseo es Lucciano Russo. Lucciano Russo es Teseo. ¿Por qué me hiciste creer que el amor existía para después arrebatármelo?

Cada frase que sale de la boca del hombre, acusándola, señalándola, persiguiéndola, hace que su cabeza dé vueltas, está sumida en el ojo de un huracán sin que nadie atine a reaccionar. Ni siquiera la chispeante Francesca mueve un músculo para evitar que él se ensañe con ella, con las ilusiones que plantó en este varón, en su Teseo. Le devuelve sus palabras, sus frases que le confesó con tanta efusividad en el café. Sí, era ambiciosa, sólo que confundía las razones de su defecto. Quería decirle algo, una sola mirada fue suficiente para acallar su voz sin que un solo sonido pudiera emanar de su boca. La nariz le pica cada vez más. Cierra los ojos con fuerza cuando él le da la espalda cerrando así el mejor capítulo de su vida, donde había depositado todas sus esperanzas en un hombre que sólo la traicionó. Todas sus ilusiones las rompía a golpes como hacía Donato. Sin sutilezas, sin segundas oportunidades ¿Acaso todo fue una ilusión? ¿Es tan vil que es capaz de fingir toda esa calidez? Se niega a pensarlo, quizá todo haya sido un malentendido.

Teseo es Lucciano Russo. Lucciano Russo es Teseo. No me dejes así. Tienes que entender que todo fue un malentendido, ¡Que yo te amo!

Abre la boca para aclarar de una vez por todas la situación, para explicarle que sí, que ellas estaban jugando a desairar a Lucciano, sólo que el encuentro fortuito fue diferente, alza una mano para intentar alcanzarlo cuando él voltea asestando la última puñalada. ¿Pasatiempo? ¿Engatusar hombres? Las mejillas le arden ahora, el que fuera un cutis sin color, se torna rojo como la grana avergonzada porque sus procederes fueran malinterpretados. Traga saliva buscando una salida a todo ésto. Pugnando por rescatar la poca cordura que le queda. ¡Él quiere continuar con el compromiso! Tener que verlo sería imposible para su machacado corazón y un alma que quiere estar tranquila el resto de sus días. Ya sufrió demasiado con Donato, no quiere sufrir más con Lucciano. Lucciano, por Dios, ¡Se llama Lucciano! Es su prometido, es avicultor. Claro, en la Toscana. Algo así le dijeron sus padres en el telegrama que apenas leyó por el terror de volver a ser comprometida con un Russo.

Se lleva las manos a la boca azorada por su descubrimiento, por ver cómo todas las piezas van encajando en su lugar como si se tratase de un puzzle. Aprieta los ojos con fuerza con el siguiente insulto, ¿Que hizo bien su trabajo? ¿Trabajo? ¿Acaso cree que lo sucedido entre ellos fue planeado? No sería capaz de algo así con premeditación, alevosía y ventaja. La última frase la llena de esperanza. Alza la mirada de inmediato queriendo detenerle, alargando la mano para tocarlo - no entiende, no comprende, yo fui sincera. No lo engatusé como dijo, yo no sabía quién era usted, de haberlo sabido... - ¿Qué? En su subidón de adrenalina se da cuenta de lo que iba a decir. Baja la cabeza soltando su mano, apretando las suyas en puños, encajándose las uñas en las palmas - ni siquiera me hubiera acercado a una milla de su presencia - confiesa con dolor, con la cabeza hinchada de la migraña que planeaba estar de visita y al final, hizo de su cerebro su hogar. Es brutalmente sincera, se cubre el rostro con desesperación, deseando que él entienda lo que quiere decirle, que jamás sería capaz de algo así - ni siquiera habría sido capaz de lo que pasó en el laberinto, por favor Teseo, Lucciano - se corrige de inmediato recordando su verdadera identidad.

Se mece los cabellos con la mano sin saber qué hacer, cómo acomodarlo, desesperada porque el amor que siente por él exige recuperar sus expresiones dulces y cariñosas. - Y a finales de cuentas, si nos equivocamos, lo acepto. Le dije que me hacía cargo de las consecuencias de mis actos. ¿Y usted qué? Estaba enamorando a una chica en plena calle, haciéndola ilusionarse. ¿Dónde está su honor? Si dice que yo jugué con usted ¿Qué hizo al respecto, Duque? Porque su promesa estaba en este hogar, con el apellido Milani, no enamorando a otra mujer fuera. ¿O será acaso que usted sabía quién era en realidad? ¿Por eso llegó antes? ¿Para atraparnos en la jugarreta y usted salir como el airado hombre al que se le tomó el pelo? Si hizo el tonto fue porque quiso, no porque yo lo obligara - es el carácter Milani el que aparece haciendo que despotrique con la boca todo lo que siente, toda la irritación por saber que él es el hermano de Donato, que la persona que más evitó fue justo de la que se enamoró.

Es una estúpida, una ilusa e inocente. Se coloca una mano en la mejilla diestra haciendo notar su desesperación y frustración, su desilusión. - ¿Qué hacías, Lucciano Russo? ¿Qué hacías tras otra si sabías que tenías un compromiso? ¿Por eso decidiste citarme una y otra vez? ¿Por eso querías cenar conmigo? ¿Para hacerme una encerrona y que no pudiera escapar de tu compromiso? - está atando los cabos sintiendo el cuerpo temblar, casi le escupe las palabras con todas las fuerzas de su alma resquebrajada, impotente por todos los sentimientos que le atraviesan de par en par partiendo su frágil cuerpo en dos, provocando que tiemble con violencia, dejando que sus ojos por fin se permitan el consuelo de las lágrimas - No oses siquiera a hacerte el agraviado porque fuiste tú, ¡FUISTE TÚ QUIEN ME BESÓ, FUISTE TÚ EL QUE ME ENGATUSÓ! ¿Y TE CREES MEJOR QUE DONATO? ¿CREES QUE ERES MEJOR QUE ÉL? ¡SÓLO ERES UN CERDO! - golpea el aire a los lados de su cuerpo echando todo lo que tiene dentro a borbotones, como una herida de gravedad, que la lleva con rapidez a la muerte.

Lucciano Russo for Stella Milani
(La enamorada de Teseo).
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Runaway Bride [Lucciano Russo] - Página 2 Empty Re: Runaway Bride [Lucciano Russo]

Mensaje por Thomas Cameron Randolph Vie Sep 14, 2018 2:02 pm







"Perdóname por ver colores en un cielo gris
Por convencerme que a tu lado iba a ser feliz
Perdóname por entregarme a ti"

Las primeras palabras coherentes de la joven, en lugar de tranquilizarlo, le hacen sentir si hubiera sacado la daga de su pecho solo para volverla a clavar, con más fuerza e ímpetu, más hundo en su ya herido corazón. ¿Cómo creerle? ¿Cómo creer que no había sido todo un juego cuando no había negado la mentira? Había estado tan ciego que había visto un arcoíris en su camino cuando lo que se avecinaba era una terrible tormenta. Le entregó su corazón y su amor en bandeja de plata, después de que había jurado no volver a enamorarse. ¡Vaya mujer había escogido!

Incluso, aunque hubiera sido sincera con su Teseo, ahora que descubría quién era en realidad, lo miraba sobre el hombro como si fuera poca cosa para ella. El desprecio era notorio en sus palabras. Nunca se habría acercado a una milla de distancia de él, de Lucciano Russo, nunca se habría mostrado dulce y amable con él, nunca habría respondido de aquella manera a sus besos.
"Te imaginé sincera cuando no era así
Y si tenías ojos eran para mí
Discúlpame pero que tonto fui"

La expresión afligida de su rostro, junto al dolor palpable en sus ojos, por poco lo hacen ceder ante ella, para atraerla contra su pecho, rodearla con sus brazos y decirle que todo saldría bien. Que la amaba y que el compromiso podría jugar a favor de ambos. Que no quería nada sino estar con ella. Pero ella despreciaba abiertamente todo de él, incluso su nombre. Lo mostró claramente al pronunciarlo, el verdadero, Lucciano, cosa que no pasó desapercibida. Se llevó entonces una mano al pecho, como si con ello pudiera menguar el dolor. – ¿Y ahora espera que le crea? ¿De dónde saco la confianza, si la ha pisoteado? – Le restriega en la cara la falsedad con que lo ha tratado.

Son sus siguientes palabras las que comienzan a darle una nueva perspectiva de la mujer que es, fuera de sus insulsas ilusiones. – ¡Oh, por supuesto! Porque a los hombres nos encanta quedar como idiotas ante las jugarretas infantiles de un par de niñas, ¿no? Eso de seguro que pondría mi nombre en alto. “El tonto Duque, taimado por su joven prometida”. ¡Claro que me encantaría que esos comentarios llegaran a oídos de mi gente! ¡Estoy ansioso porque la alta sociedad haga de mí una burla nuevamente! Y todo gracias a usted. – Le responde con todo el sarcasmo del que es capaz. Al momento puede expresarse aun con cierta calma, pero la furia ya comenzaba a bullir en su interior, reemplazando temporalmente al dolor y la humillación.
"Te idealicé a mi lado en mis noches y días
Y me aferré a la idea que tú eras el amor de mi vida"

En cierta medida, no podía culparla. No del todo. Ella le había dejado saber de su ambición desde antes, le había dado señales. Pero él la había puesto sobre un pedestal, tal como hicieran sus padres con Donato toda la vida, incapaces de ver cómo era su mimado hijo realmente.

– ¿Para que no pudiera usted escapar del compromiso? – Cuestionó de pronto, incrédulo, ante las preguntas de Stella. Porque sí, ella era Stella Milani. Tenía que meterse aquella información a como diera lugar en la cabeza. Estaba a nada de ponerse histérico cuando continuó. – Por favor, termine con esta farsa y déjenos libres a ambos de seguir con nuestras vidas. Pero usted no lo hará, y ¿Sabe por qué? Porque como bien ha dicho, es ambiciosa, y todo lo que le interesa de este compromiso es la fortuna Russo. – Mientras hablaba, sus ojos se entrecerraban de manera acusatoria hacia la joven Milani. Y, tan pronto pronunció aquellas palabras, fue consciente del resto del plan, lo que lo hizo ponerse rojo de furia.
"Hoy te pido perdón, perdón, perdón
Por haberte confiando sin dudar mi corazón
Entregar mi alma a tus brazos
Por confiar mi cuerpo en tus manos"

Caminó en círculos frente a ellas, intentando en vano tranquilizarse, pero cuanto más vueltas le daba al asunto, más imbécil se sentía. – Pero claro. Por eso fue todo el juego, ¿no es así? Ya perdió a mi hermano, a quien, su amiga ha dejado claro, usted amaba. Pero eso no significa que fuese a salir con las manos vacías. Quería que fuese yo quien diera por terminado el compromiso para poder quedarse con todo lo que pertenece no solo a los Russo, sino al pueblo de Florencia. ¿Tan lejos llega su ansia de dinero? – La imagen de su preciosa Venus va borrándose poco a poco. Por lo que prefiere alejarse de ella.

Tenía plena intención de montar sobre Star, cuyo nombre irónicamente también significaba estrella, cuando ella comenzó a gritar, despotricando en su contra, dejando en claro que piensa que no es nada en comparación con Donato, y llamándolo, por si fuera poco, ¡Cerdo!
"Perdón, perdón, perdón
Por crearme esta falsa historia de amor"


Dio unos pasos más en dirección opuesta a ella, no queriendo responderle de la misma manera. Pero la impotencia lo hizo darse vuelta y plantar cara a la que, ahora sabía, nunca había sido más que una farsante. – Al menos hay cierto honor en ser un cerdo. ¡Usted no es más que una sanguijuela, buscando desangrar a todo un pueblo que viene luchando hace años contra la hambruna en la que Donato los hundió! He tenido que ser yo quien reparase sus errores, quien trabajase la tierra con sus propias manos, hombro a hombro con los campesinos hasta hacer los viñedos volver a la vida. – En medio de su discurso, le mostraba las manos, callosas por el trabajo en el campo. – Si cree que junto a mi hermano iba a ser rica, déjeme decirle que no es así. Mi hermano empeñó en su dichoso compromiso con usted dinero que no tenía, viñedos que no le pertenecían solo a él y que son sustento de cientos de familias. ¡Ese es el hombre que amó y con quien iba a casarse! – Estaba hablando de más, y lo sabía, pero no había podido evitarlo. – Y pensar que… – Estuvo a punto de dejarle saber que había pensado en renunciar a todo por ella, de endeudarse hasta el cuello, de dar incluso parte de su patrimonio personal. Todo por ella. Pero no le daría el gusto de saberlo.
"Me dabas las señales, pero no las veía
Creía que un día de pronto tu cambiarías
No puede ser que estúpido me vi"

Sintiéndose derrotado, le dedicó una última mirada, la única en todo el rato en el que dejaba entrever todo el dolor que sentía. Tragó con fuerza y le dio la espalda definitivamente, hablando con una calma que no sentía. – Si, como sospecho que hará, decide no renunciar al compromiso, las veré a ambas al amanecer del próximo miércoles. Y prepárese para entregarse a mí en el lecho nupcial, pues deberá cumplir con todas y cada una de sus obligaciones. – Dejando claro que, si bien tendría acceso al título de Duquesa, debería ganárselo dándole al menos un heredero. – En caso contrario, tiene la dirección en donde me hospedo, aunque dudo que haga uso alguno de la misma. Así que, preparen su carruaje, yo las escoltaré en el mío propio hasta Milán. Que tenga buen día, signorina Milani. – Concluyó antes de finalmente montar sobre el lomo de su yegua de pelaje dorado y partir al galope tan lejos de ella como pudiese.

~ Finalizado ~

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