Victorian Vampires
Nella tempesta [Lucciano Russo] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Nella tempesta [Lucciano Russo]

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Mensaje por Stella Milani Lun Oct 29, 2018 4:02 pm




Nella Tempesta





"Me duele tanto, que ni siquiera la luz del sol
me consuela."

¿Qué pasó? Después de toda su estadía en París, cuando por fin pudo sentarse a meditar un poco en lo que estaba sucediendo en su vida, se hacía esa pregunta. Hacía unos días que tuvo una gran sorpresa al saber que su Teseo, en realidad era Lucciano Russo, su futuro marido, con el que estaba comprometida y con quien se casaría en unas cuantas semanas. Si lo pensara por una de las vertientes, se estaría casando con el hombre que ella eligió, con el que compartió momentos dulces, apasionados, agradables. Que le protegió y defendió de aquél borracho en la cafetería a pesar de las consecuencias. Que le ayudó con su yegua Smoke. ¡Incluso él propuso el nombre! Estaba enloqueciendo con todo lo que debía meditar, necesitaría una voz coherente y Francesca, tras el ultimátum de Lucciano, estaba negada a ver las cosas con frialdad en su afán de protegerla. Ese día donde prometiera que iría al laberinto que él le mostró, cumplió con su palabra por si él se aparecía. Esperaba que en el transcurso de esos días el hombre se hubiera serenado un poco y le diera la oportunidad de explicarse, si bien las cosas salieron muy mal la última vez, confiaba en que la persona que vio en aquél momento, en esas dos entrevistas, fuera realmente él.

¿Y si no? Esa fue una pregunta que la atormentó durante todas las noches. ¿Qué tal si era como Donato? Su ex prometido dijo una y otra vez que Lucciano se esmeraba en ser como él. ¿Y si también la golpease? El mayor de los Russo se comportaba de maravilla los primeros dos meses, para después convertirse en una bestia fuera de control, con tal violencia que Stella le tenía pánico y obedecía todas sus órdenes sin rechistar. Un solo comentario potente del italiano, era suficiente para poner en tensión todo su cuerpo. Esa angustia no quería volver a sentirla jamás. En lomos de Smoke, avanzó hacia el jardín con un gran pesar en su corazón. ¿Y si no era suficiente con sus palabras? ¿Y si le lastimó tanto que era incapaz de mirarla? Desearía volver atrás y presentarse ante él, al menos así tendría la oportunidad de conocerlo en realidad. ¿Acaso no lo hizo en esas dos citas? Se deshizo en pedazos por la mortificación. Sentía de nuevo los ojos llenos de lágrimas que espantaba con palmaditas en las mejillas y aspiraciones fuertes, para exhalar con mayor vehemencia procurando no ser un mar de lágrimas cuando lo encontrara porque si lo hacía, si estaba... Desearía dar marcha atrás. Que él la comprendiera, que entendiera sus miedos. Debía hablar con él, se decía una y otra vez. ¿Y si era como Donato? Otra vez la misma pregunta que le arruinaba todos sus propósitos.

Llegó a la hora acordada y una vez allí, desmontó mirando a su alrededor con interés, intentando encontrarlo, pero él no se veía por ningún lado. ¿Y si llegó antes? Podía ser. Ya le pasó en la cafetería que él estaba esperándola. Era esa ansiedad en los masculinos ojos la que le hacía pensar que mal no podía estar al juzgarlo como lo hacía. Era un buen hombre, era diferente que Donato. Podría ser difícil hacerlo comprender, pero no imposible. Nerviosa, esperó en el lugar, creyendo firmemente en que él iría. Teniendo fe en ello. Recuerda pasarse un cairel suelto de su peinado tras la oreja, sus ropajes no eran apropiados para una dama, más quería ser identificada por él. Deseaba que entendiera que ésta era la mujer a quien galanteó durante las dos citas. Sin mentiras ni restricciones. Que así era Stella.

El tiempo pasó, los minutos se sumaron uno tras otro y no apareció. No se vió ni su montura. Desesperada, avanzó dentro del laberinto hasta el centro sin encontrarlo, regresó de nuevo tras sus pasos para encontrar que no, tampoco estaba ahí. Los ojos azules se llenaron de lágrimas bajando la cabeza con derrota. Un suspiro exasperado recorrió su garganta hasta escapar por su boca de forma audible al tiempo que dejó caer los hombros derrotada. Una hora después, entendió que él no vendría al igual que lo supo cuando pasaron los primeros quince minutos. Se cubrió el rostro con la siniestra palma intentando contener el mar de lágrimas avanzando hacia Smoke para palmear su lomo. - Al menos te tengo a ti - susurró con pesar hasta que una sombra tras ella, le dio un vuelco en el corazón para voltear con premura y descubrir que no era Lucciano. Era otro personaje a quien ella le tenía mucho cariño, sólo que no se comparaba con lo que el Duque le hizo sentir durante sólo dos citas. Sonríe un poco antes de saludar a Farlan y conversar con él, necesitaba un oído amigo. Y él se lo dio a manos llenas. Parecía que todo se arreglaría. Hasta que encontró algo en su paseo con el escocés, que le heló la sangre y echó por tierra todos sus anhelos y sus fantasías.

Sí, Lucciano era como Donato. Corrección, era peor que Donato.


Una voz la saca de sus meditaciones, termina de arreglar el moño del sombrero mirando su estampa en el espejo: fría, serena, estable. El color café oscuro es el adecuado para lo que va a representar: una mujer altiva, que no desea más contacto con el que es su prometido y futuro marido. Si no fuera porque sus padres estarían en bancarrota y nadie puede ayudarla a salvar a su familia, desharía el compromiso por respeto a su amor propio. Mirando por última vez su rostro en el espejo, toma la sombrilla depositada al lado de la cama para avanzar hacia la salida. Ni Francesca entendía qué pasó con Stella después de que regresó aquélla tarde para no volver a salir jamás anhelando regresar a su patria. No platicó más allá que banalidades y sobre el clima, temas muy importantes si de ironías se trata. Sujetando bien el sostén de la sombrilla, se levanta las enaguas para bajar las escaleras con paso regio.

El carruaje está listo, traga saliva discreta antes de alzar el rostro y observar las facciones del italiano ante ella esperando. Hace una reverencia propia del status del noble susurrando bajo - estoy lista, Su Gracia, me disculpo si hice malgastar su tiempo al esperarme - era lo que Donato habría deseado, lo que esperaría de sus primeras palabras. - Podemos irnos cuando Su Gracia lo considere pertinente - se queda estoica, de pie, esperando a que él decida qué hacer o bien, ordenar lo que le plazca. Para eso Lucciano Russo es el Duque y en ello, Stella no tiene más que bajar la cabeza y obedecer. Si algo agradece es mantener el gesto regio porque querría lanzarse a sus brazos y pedirle que reflexionara, que no la dejara por aquélla belleza de cabellos oscuros que él abrazaba como si fuera la criatura más exquisita y apreciada de todas.

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Nella tempesta [Lucciano Russo] Empty Re: Nella tempesta [Lucciano Russo]

Mensaje por Thomas Cameron Randolph Lun Nov 26, 2018 7:19 am







Despedirse esa mañana de su pequeña Annie había sido incluso más difícil de lo que fue al dejarla allí mismo, en París, hace tantos años. Para aquella época la había dejado en la residencia Russo, donde ella permaneció hasta que pudo establecerse e independizarse. Dicha residencia había tenido que ser vendida meses atrás, con la enfermedad de su hermano, para atender sus necesidades, así como liquidar algunas de las deudas en las que, insensatamente, se metido. Había sido ese el motivo de que ya no contase con un lugar propio donde llegar a París y, aunque le había apenado en principio solicitar la ayuda de su querida y vieja amiga, ahora se sentía feliz de haberlo hecho.

Habían recuperado mucho del tiempo perdido, se habían confesado mutuamente muchas cosas que en el pasado se habían reservado y, aunque deseó en cierto punto poder retroceder el tiempo, sabía que tal como estaban las cosas en ese momento, era como mejor podían estar. Se despidió con tristeza, pero sin arrepentimientos en su corazón en referencia a Annabeth de Louise.

Por otro lado, cada instante desde que descubriera la verdadera identidad de su amada Venus, y por tanto el verdadero rostro de Stella Milani, su prometida, había sido una tortura para su mente. Durante los últimos dos días había logrado calmar ligeramente sus demonios, pero ese preciso momento, cuando esperaba para verla una vez más, no podía evitar la ansiedad que lo embargaba. No sabía lo que sentiría al verla de nuevo, tan hermosa como siempre y más inalcanzable que nunca. Si tan solo ella mostrase la más mínima señal de que se arrepentía de sus actos, él sería un tonto y volvería a caer en sus redes, se conocía lo bastante bien como para negar dicha realidad.

No estaba, sin embargo, preparado para lo que encontró al verla salir de la casa donde supuestamente había sido solo una invitada. Ella no vestía uno de sus usuales trajes de montar, atrevidos y llamativos, no, en su lugar, su cuerpo estaba envuelto en metros y metros de opaca y aburrida tela marrón. No podía negarlo, incluso enfundada en tal aberración ella se veía bellísima, el color resaltaba su pálida piel, sus mejillas rosáceas y sus clarísimos ojos verde agua, pero faltaba algo, algo que no sabía reconocer.

El trato de la joven había sido distante y frío, calculador a su parecer, ni la más mínima muestra de arrepentimiento, ni el más pequeño intento por tratarlo con la misma dulzura. Terminó por romper las últimas de sus esperanzas, dejándole totalmente claro que cada pensamiento negativo que hubiese tenido respecto a su pequeña farsante no podía ser más que cierto. Así pues, con la misma formalidad, pero manteniéndose cordial hacia ella y la venenosa de su amiga, ayudándolas a ambas a subir en su propio carruaje, antes de dar las instrucciones pertinentes al cochero.

– Será un viaje largo, Signorina Milani y, si queremos llegar tan pronto como sea posible a Milán, con sus padres, es mejor hacer la menor cantidad de paradas posibles. Por ello les he traído a usted y su acompañante algo de comida. – El joven Duque les entregó tres bandejas de distintos tamaños. En una de ellas había unos panes dulces que les servirían para el desayuno, en otra un pollo horneado con patatas que la nana de Ann había preparado especialmente para él y que había preferido dejar a las damas y, en la última de ellas, una gran variedad de galletas dulces y saladas, con las que podrían amortiguar entre comidas. – Podrán comer durante el viaje, para acortar también las paradas solo para que hagan sus necesidades. No detendremos a dormir al anochecer. Iré justo detrás de ustedes por cualquier eventualidad. – Les informó.

No hubiera querido partir de aquella manera, enojado con ella, creyendo lo peor, pero ella ni siquiera se había atrevido a llamarlo por su nombre, había sido orgullosa y, hasta cierto punto, sarcástica, al menos desde su apreciación, por lo que simplemente dio un paso atrás, cerrando la portezuela del cómodo carruaje antes de dirigirse al propio y dar inicio al viaje de retorno hacia la ciudad natal de su futura esposa.

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Nella tempesta [Lucciano Russo] Empty Re: Nella tempesta [Lucciano Russo]

Mensaje por Stella Milani Miér Nov 28, 2018 5:59 pm




La loza más pesada es aquella

que sostenemos en pro de la familia.





Quisiera poder gritar con todas las fuerzas del mundo al tener al duque frente a ella. Intentar por todos los medios que él entienda lo que está aconteciendo y sobre todo, que lo que hizo no fue con premeditación, alevosía y mucho menos, ventaja. La boca se abre un poco cuando está junto a él, caminando hasta el carruaje, se cierra cuando a su mente acuden las imágenes de él besando a una mujer ajena. Le echó en cara que era una farsante. ¿Y él? ¿Qué hizo él? La regañó, la hizo sentir la peor de las personas y en cuanto pudo, corrió a los brazos de otra como su hermano Donato hizo en su momento. Todos los Russo son iguales. Dentro del vehículo, las indicaciones son como un balde de agua helada para Francesca. Stella, que la conoce mejor que nadie, de inmediato la mira negando imperceptible con la cabeza.

- Así será, Su Gracia. Y no se preocupe, el detenernos para dormir no es necesario, así hicimos en el camino de venida. Pernoctaremos en el interior del carruaje, sólo se hicieron los cambios de guardia debidos. Sólo pararemos para satisfacer nuestras necesidades de un servicio, restablecer los víveres y es todo. Mientras más pronto estemos en Milán, será mejor para todos, si puede seguirnos el paso, excelente. Si no, despreocúpese, traemos nuestra propia guardia y el cochero sabe el camino de regreso a Milán - su voz es categórica, firme y educada. Si hubo alguna falla en ella, fue tan imperceptible que sólo el azoro de Francesca es testigo de lo que para Stella es algo inusitado: rebelarse y exigir que el camino sea lo más rápido posible para llegar a su casa, correr a las caballerizas, ensillar a Chocolate y salir a cabalgar para llorar en la soledad de las amplias colinas de su terruño.

El trayecto inicia y de inmediato Francesca es la primera en preguntar. - En Milán te diré todo, quiero relajarme y no pensar. Por favor, amiga, por favor - de ese tema no se habla. Se pasan el trayecto platicando de tonterías, tejiendo, bordando incluso, divagando con historias que se inventan como niñas respecto de los lugares que pasan. De vez en vez, los carruajes se detienen permitiendo que las jóvenes bajen a hacer sus necesidades fisiológicas y por lo mismo, procuran no beber tanta agua ni comer tanto. El alimento les dura mucho más de lo que debería, haciendo notar al Duque que ambas se aprietan el estómago con tal de llegar a tiempo. Al menos, es lo que dicen los sirvientes, que las señoritas se niegan a comer bocado y en lugar de ello, preguntan siempre cuánto falta para llegar.

A mitad de camino, Francesca es la que pide una noche en un hostal. La columna le mata y Stella no tiene más que aceptar. Sin embargo, las jóvenes se quedan dentro de su habitación, una compartida para estar juntas y evitar roces o problemas. Disfrutan de un baño largo y relajado en tina para la algarabía de Francesca, así como de una cama mullida y cálida. La cena, se disfruta en soledad, en el interior de esa habitación y si hay una invitación del Duque a acompañarlo, es respondida con una nota con la letra de Francesca que indica que le agradece sus atenciones, pero que tanto Stella como ella, están agotadas y prefieren descansar lo máximo posible en un lecho. A la siguiente mañana, están como nuevas. Al menos, eso parece, porque la romana tomó varios medicamentos y hierbas medicinales para soportar el resto del camino.

Al final, llegan a Milán antes del tiempo estipulado. Los padres de Stella salen a recibir a las mujeres con entusiasmo nada fingido. Las abrazan, besan y mientras la madre se excusa acompañando a su hija y a su amiga al interior de la casa, es el señor Milani quien recibe a Lucciano. - Su Gracia, bienvenido de nuevo a mi hogar. Por favor, siéntase en libertad de permanecer en él hasta que recupere fuerzas. Sé que no pararon en su viaje y le agradezco. Ya Stella me contó que hubo contratiempos en el viaje de ida y que decidieron pernoctar en los carruajes para evitar algún asalto a los carruajes. Le agradezco todo lo que hizo por mi hija, venga, le invito a pasar. Hay una habitación lista para usted, así descansa antes de partir a Florencia - le invita sin saber lo que aconteció en París, creyendo que su hija sólo está agotada y que por supuesto, espera que su prometido se quede en el ala contraria a sus habitaciones y quizá, verlo para la cena. Desconoce el pobre hombre, que tiene a dos enemigos comprometidos en matrimonio.

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