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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Kassandra Lanovïck Sáb Mayo 09, 2020 3:32 pm

«—En la creación del mundo, antes de él;
ya existían los monstruos y los demonios.
Ya existíamos nosotras.—»





Aquella noche no era otra similar a todas las que había vivido una y otra vez en la eternidad de mis noches y de aquellos que como yo, parecían burlar constantemente a la parca muriendo al amanecer y reviviendo al anochecer. Desde hacía siglos campábamos a nuestras anchas en este mundo y no por nada en las distintas religiones se nos habían apodado entre otros apodos; demonios, diablos bebedores de sangre, de vida. Con alas tan negras como las oscuras noches que nos veían renacer día tras día, no éramos nada más que criaturas malditas, criaturas sedientas de aquello que habíamos perdido al renacer como bestias de la noche. En sangre moríamos y de sangre debíamos de alimentarnos. Como el gato que se persigue la cola una y otra vez, así éramos nosotros. Un ejército de diablos, de tenebrosas pesadillas que bailábamos en brazos de la muerte y nunca caíamos vencidos por ella. Aquel era nuestro si no, nuestro designio. No morir nunca más, jamás volver a padecer el dolor de la vida en carne propia. Cabalgábamos en la estela de nuestra inmortalidad y con tantos años a mi espalda ya parecía imposible desmontarme de ella. Todo cuanto siempre había deseado ser, anhelado ser; ahora lo era. Con mis pasos fuertes sobre la tierra que por tantos años me había visto vagando, era el azote de las tinieblas. Era respetada por todos cuantos me habían acompañado en las cacerías más dignas de la malévola inquisición y como si se tratase de uno de los saqueos vikingos que acostumbraba a participar en mis primeros cien años de existencia, todos cuantos marcaba con la cruz de los dioses, caían desemejados en mil pedazos a mis pies. Ningún nombre por inocente que fuese, se salvaba de sufrir su último aliento atrapado contra mis sangrientas ansias del Ragnarok. Mis demonios siempre aclamaban por sangre y ¿Quién sería yo si desoyese la voz de los dioses en mi cabeza?

La noche reinante oscurecía el paisaje alrededor de mi figura, ataviada con mis ropas oscuras y mi cabello castaño libre al viento, en mi mano se encontraba el papel que conducía mis pasos a altas horas por las calles solitarias de las afueras de la gran ciudad. En aquel papel yacía un nombre, ese nombre pertenecía a un hechicero que despistando dos veces a los perros ineptos de la inquisición los había burlado. La intención inicial había sido llenar las filas con su presencia, sin embargo, tras aquel rechazo del tan particular brujo, finalmente aquellos estúpidos e inútiles párrocos que creían tener el poder de controlar todo cuanto acontecía en el mundo, me hicieron llegar el encargo y con mi gusto extraordinario por la sangre caliente de los hechiceros ¿Cómo iba a poder negarme? A mí solo llegaban los encargos más complicados, los más difíciles y este, para mi sorpresa no representó ni un breve desafío. Su rastro fue tan fácil de seguir, de rastrear que por unos instantes sentí pena por su alma. Una, dos y hasta tres calles más y sintiendo su sabor, casi paladeando su arteria principal bajo la prisión de mi filosa lengua, en mi cabeza mis demonios rugieron con la eterna hambre de sus huestes. Estos querían saciarse con la sangre de quien iba a ser mi juguete – al menos por las horas siguientes – y yo fiel servidora de sus deseos, les prometí la ansiada riada carmesí en la que me exigían bañarme. La sangre inigualable de los hechiceros desde los tiempos innombrables había sido mi perdición y la seguía siendo. Era un auténtico manjar de dioses, ambrosía para quienes gustasen de sentir el poder en sus pupilas gustativas. Volví a sentir el perfume del hechicero y virando por una callejuela, finalmente llegué a la mansión donde los mejores espías parecían no haber podido llegar y donde yo, reina de un trono constituido en las tinieblas más macabras de aquellos diablos merodeadores en mi cabeza, apenas tardé una hora de mi valioso tiempo en avistar donde se llevaría a cabo la función principal de mis marionetas. Troné mis dedos llenando mi cuerpo de la expectación del depredador voraz que todo aniquila y subiendo las escaleras principales de aquella preciosa edificación donde pensaba llevar a cabo una de mis obras más malditas de sangre y vísceras, los latidos acelerados tras esa puerta de entrada me hicieron detenerme e inspirar hondo. El olor ahora era impregnado con el olor de mi presa, más había otro olor, uno picante y cautivador de fondo sumiendo mi mente en un delirio permanente. ¿Se me abrían adelantando? Entonces, como un rayo emergiendo de las valkirias un gemido rompió la tensa calma autoimpuesta y dando un paso enfrente, mis manos abrieron la puerta. ¡Adiós diablos sangrientos, bienvenidas bestias del inframundo!


«—La mujer es un manjar digno de dioses, cuando no lo cocina el diablo—»
—William Shakespeare.


Nanna hija del sol:
Kassandra Lanovïck
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Blood Red Roses |Posible+18| Vibeke Empty Re: Blood Red Roses |Posible+18| Vibeke

Mensaje por Vibeke de Bordeaux Sáb Mayo 16, 2020 10:19 pm

"El placer no es sino la felicidad de una parte del cuerpo."
Joseph Joubert


Vibeke de Bordeaux había gustado de los hechiceros durante toda su inmortalidad, encontraba una atracción casi natural a través de su magia y los usaba de maneras distintas según sus antojos. Ella sabía seducirlos, ellos gustaban de ese juego de atracción. Pero no era novedad en la platinada, porque aquél gusto había existido desde que era humana y sólo se intensificó al ser convertida en un vampiro. Ahora, incluso luego de dos mil años, recordaba el nombre de aquél a quien le debía semejante suceso: Ansgar, primogénito de una tribu de hechiceros y cuyo nombre significaba lanza de dios por haber sido predestinado desde su nacimiento para el suceso de entrega. No se podría decir que Vibeke lo hubiese amado, porque sencillamente había hecho caso de los consejos para entonces de su madre, fijarse únicamente en hombres con poder. Cuando era humana ese era su interés, con la inmortalidad no tenía sentido ya que no debía contraer matrimonio con nadie para garantizar una vida cómoda y con status social.

Ansgar, sin embargo, no había sido el único brujo en su vida. Él había sido importante porque en un intento de engaño, todo dio un giro dramático para él y terminó muerto, mientras Vibeke inmortal. Ella jamás regresó a ver su cuerpo, tiró cada recuerdo a lo más profundo del infierno y continuó junto a su siré, hasta que cada uno tomó su camino. Luego de eso recorrió calles, pueblos, ciudades y países distintos y se mofó de la vida siendo artífice de todo tipo de muertes. La noruega era burlona, maligna y, por supuesto, una narcisista sin remedio que disfrutaba llenarse de placeres con quien sea que eligiera, sobre todo, con hechiceros. Cuando encontraba uno que le gustaba, lo seducía, lo llevaba a encontrar en ella placeres que no encontrarían en otras personas, sobre todo en las épocas en que las mujeres se consideraban deshonradas si tenían relaciones prematrimoniales o eran obligados a casarse con alguien que no les motivaba lo suficiente la entrepierna como para hacer otra cosa distinta a reproducirse. Vibeke era dueña de una belleza que rayaba en lo exuberante, pero sobre todo, tenía una actitud tal, que parecía que podía tener a quien se le diera la gana. Y así obraba, porque una vez jugaba a ese rol de seducir, complacía su cuerpo con ellos, los usaba como objetos para su placer y, finalmente, bebía de sus vidas hasta el último sorbo. Jamás se preocupó por ocultar los cuerpos sin vida, los dejaba como su fueran una simple bolsa de basura y partía sin más. Tampoco convirtió a ninguno, a pesar que cada uno de ellos le resultara hermoso. Hasta que se cruzó con Lorian, con su ira recorriéndole el cuerpo, pero también las ganas. Era el único hechicero al que había vuelto inmortal y convertido en su amante permanente.

Pero Lorian había decidido alejarse y ella no detenía su vida por nadie, se continuaba deleitando con otros y no podía quejarse de las noches de lujuria y sangre que la hacían sentir cada vez más “viva”, si es que podía llamarse de esa manera. Esa noche, su presa se llamaba Thomas, tenía unos treinta años y raíces alemanas en su sangre. Sus cabellos rubios y ojos azules le daban una hermosa apariencia a sus rasgos fuertes y provocadores y había sido él quien en un dejo de egocentrismo intentara seducirla a ella. Por supuesto, Vibeke accedió y lo llevó consigo a una de las propiedades cualquiera que habían adquirido los de Bordeaux en París. Allí, en una de las habitaciones le había permitido retirar cada prenda de su cuerpo y él, apresurado, había movido sus manos con toda la velocidad posible para poder llegar a ella. Estaba desesperado, ansioso como si nunca hubiese tocado un cuerpo femenino y dispuesto a buscar placer en ella y a otorgárselo para comprobar lo buen amante que creía ser. Era un idiota, por supuesto, porque en su afán de inflar su ego le había permitido a ella leer en su mente que buscaba ser inmortal. Vibeke se reiría de él, porque no sería ella quien lo complaciera, sino quien diera fin hasta el último posible de sus sueños. En pocos minutos los dos estuvieron desnudos y la agitación del sexo le aceleró deliciosamente el corazón. La noruega, a horcajadas sobre él, lo agarraba de los hombros y sus uñas penetraban en la carne deslizando hilillos de sangre que luego lamería como antesala a su festín. Sin embargo, alguien más había llegado al lugar, caminaba despacio hacia ellos pero el hombre lo ignoraba. Pronto, la puerta se abrió de golpe y le dio acceso a la mujer a ver una escena que probablemente no esperaba. Vibeke no se detuvo, caso contrario la volteó a ver y le sonrió. Era otro vampiro, armado, pero menor, eso no le preocupaba
—¿Qué buscas? — Preguntó en un leve jadeo —¿Se te antoja? — agregó mientras el hombre volteaba a ver a la recién llegada con los ojos bien abiertos. Algo sucedía allí, pero el desenlace sería inesperado.


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Thank you:

Brotherhood of the Damned:

He entregado todo lo que tenía menos tu recuerdo,
porque quiero guardar un sitio donde se respete lo único que conservo.:
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