Victorian Vampires
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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Invitado Mar Sep 28, 2010 8:24 am

☽ Freya Di Stella ☾ 20809401
ஓ Freya Di Stella ஓ

☽ Freya Di Stella ☾ 80737128
ஓ 20 Años ஓ

☽ Freya Di Stella ☾ 49749120
ஓ Bruja ஓ

☽ Freya Di Stella ☾ 98830603
ஓ Clase Media ~ Ex Guardia, Comerciante, Ganadera & Pintora ஓ

☽ Freya Di Stella ☾ 42326060
ஓ Austria, Viena ஓ

☽ Freya Di Stella ☾ 14237622
ஓ Premonición ~ Empatía ~ Reminiscencia (Aún no descubierto, dado que no ha tenido trato directo con vampiros) ஓ

☽ Freya Di Stella ☾ 25363706
Se trata de una mujer de apariencia madura y esbelta; pero a un mismo tiempo atlética, mostrando en cada uno de sus movimientos un perfecto equilibrio de formas. Su pelo liso, largo y normalmente suelto, de color tan oscuro como la noche, se mece suave y grácilmente, con cada brisa estacional. La piel tiene un tono níveo natural y por mucho sol que reciba, siempre conserva el mismo color, cosa que muchos aprovechan para ir soltando chismes acerca de una posible enfermedad; sin embargo, parece ser una persona muy sana. Los ojos verde esmeralda con leves manchas ambarinas, la hacen poseedora de una mirada atrayente y penetrante: única, podría decirse. Pese a ser una mujer de clase media, tiene las uñas muy cuidadas, conservándolas medianamente largas y redondeadas sus puntas. Su voz, a diferencia de su aspecto, disimula la tonalidad de un niño, siendo sumamente melódica y aterciopelada por naturaleza, además de resultar un placer escucharla hablar… o incluso cantar. No posee una belleza extrema; sin embargo son los detalles lo que pueden ser atrayentes, según el observador que la contemple: labios carnosos, cuello fino, manos delgadas, dedos alargados o cualquier gesto.

Normalmente va ataviada con una camisa ancha de color blanco o gris, que en realidad, hace las veces de vestido, quedando abierto ampliamente a ambos lados desde la cintura hasta la rodilla. Tal prenda queda sujeta por un corsé de cuero negro, abrochado a la espalda y por último, al contrario que el resto de mujeres, suele llevar siempre pantalones, normalmente del mismo material que su corsé. Este detalle tan avanzado para época, le han hecho granjearse mala reputación, tanto en mujeres como en hombres; aunque algunos de estos últimos se sienten con la curiosidad necesaria como para echarle un vistazo cuando camina por la calle. Sin embargo, como toda mujer, también posee algunos vestidos; pero únicamente hace gala de ellos para una ocasión especial: algún paseo en buena compañía o cuando asiste esporádicamente a algún baile.

☽ Freya Di Stella ☾ 90667118
Freya, ante todo es una mujer nerviosa, en el sentido de que no puede estar sin hacer nada, en ningún momento. Sin embargo y, pese a las peculiaridades que puede presentar, la gente que ha tenido trato con ella mencionan su educación y simpatía, así como los modales que más de un noble descarado querría poseer. Suele mostrarse con la fortaleza psicológica suficiente como para hacer frente a casi todo; aunque en una situación de pánico extremo, quedaría totalmente paralizada, llegando a sufrir un shock que, únicamente acrecentaría el poder de sus premoniciones, hasta el límite de perder el conocimiento.

Como toda mujer, tiene sueños y esperanzas de amor; sin embargo, el hecho de que haya rechazado todas las proposiciones de matrimonio, la han puesto es una situación comprometida, de la que odia que la gente manifieste su opinión. Es muy cuidadosa al hablar, midiendo cada palabra para que la gente no comente de más; pero por el hecho de las apariencias y que siempre se esté hablando, sea o no verdad lo que se comenta, últimamente apenas hace vida social… lo que incrementa su, ya de por sí, dudosa reputación.

Posee una sensibilidad visible hacia la música que, queda ligada íntimamente a su don, llegando a tocar instrumentos sin experiencia alguna, viviendo ella misma una experiencia futura sumida en un estado de trance o, presenciando visiones, incluso.
Con respecto a su don, Freya es optimista y, pese a que puede temerlo, ha aprendido a vivir con él e intenta controlarlo, de hecho, no se puede imaginar su vida sin premoniciones; sin embargo, su desconocimiento acerca de otros como ella, así como en los seres sobrenaturales la mantienen en la “feliz” ignorancia…, por el momento.

Su profesión como pintora es heredada y, pese a no tener un gran estilo, pues sus cuadros no siguen un patrón determinado, se ha ido abriendo paso, sobre todo en los diferentes teatros para la ilustración paisajística del escenario, siendo para ella una salida palpable de sus sueños, así como un motivo para ganar dinero extra. Freya, es una mujer que admira el arte, tanto el suyo propio, como el de los demás, esté representado en una obra de teatro, una novela o mediante la música, como ya se mencionó anteriormente.

☽ Freya Di Stella ☾ 58535096
Quizás, mi comienzo no sea tan pomposo como el que podría tener un noble, que nace en el seno de una buena familia…, ni tampoco, tan humilde como el de un campesino cuando labra de sol a sol los campos; sin embargo, es mi historia y, como todas, debe ser contada con la mayor fidelidad posible a los hechos.

Mamá se crió en la Toscana, de ahí su apellido: Alice Di Stella; sin embargo, desde niña había demostrado ser una noble curiosa. Quizás por eso, mi abuelo decidió llevarla al Nuevo Mundo para, al cabo de diez años después, regresarla hecha toda una mujer y, para la sorpresa de nuestra familia, había sido llamada a sus dieciocho años a la Corte Austriaca como retratista, paisajista y ayuda de cámara de la Reina Josefa de Baviera: todo un honor, sin duda. Sin embargo, la segunda esposa del monarca murió alrededor de 1769, por lo que mi madre se centró en terminar las obras que le había encargado el rey, extendiéndose hasta 1779, exactamente.

Sé que está mal y, supuse que ella también lo sabía; pero mi madre, desde la muerte de la reina, había sido llamada en numerables ocasiones a la cámara del monarca José II de Habsburgo y, viéndose en la calle, sin dinero y ensuciando el apellido de la familia, tuvo que acceder, pese a que nunca compartió el llamado “amor” con aquel hombre. Y quizás, fue eso lo que hizo que, al nacer yo, no repararan en echarnos a ambas pues, al parecer, el rey esperaba un hijo varón que pudiera sucederle.

Toda relación con los Habsburgo fue borrada del mapa: reducida a cenizas; pero, por suerte, madre supo guardar las joyas y caprichos que el rey le obsequiaba por cada “favor” que ella le proporcionaba, llegándonos a ambas para emprender el viaje de vuelta a casa. Sin embargo, debido a las guerras recientes en el territorio toscano, sus ayudas de cámara le aconsejaron que se hospedara temporalmente en Suiza.

En la pequeña villa, cercana al lago Lemán, quedamos viviendo allí durante trece años. En aquel entonces, José II había muerto hace años y Alice se había mostrado más calmada a medida que iba creciendo, sintiéndose más capacitada para enseñarme todo cuanto ella pudiera ofrecerme: conocimientos acerca de filosofía, historia, literatura, matemáticas, música y pintura…, así como nuestra lengua materna, el italiano, entre otras como el alemán, el francés y algo de inglés, que pudo aprender en su viaje a las Américas. Deseaba fervientemente que yo fuera una noble destacada; sin embargo, los temas de política me resultaban tremendamente aburridos.
A la edad de 13 años, cuando ya me había convertido en toda una mujercita, ocurrió algo: algo que asustó a madre. En mis sueños se mostraban un sinfín de sucesos cotidianos que, días después ocurrían tal y como yo los había visto y, a medida que pasaba el tiempo, aquellos sueños que mostraban el futuro continuaban sucediéndose hasta el punto, en el que no necesitaba estar dormida para verlos. Vivencias de otras personas, lugares desconocidos…, todo pasaba ante mis ojos e, incluso era yo la misma que realizaba tales acciones.

Música para Ambientar

Este hecho, preocupó de sobremanera a mi madre, sobre todo cuando en mitad de la noche me levantaba para caminar sonámbula por la casa, para tocar el piano de forma magistral cuando, únicamente había estado estudiando los arpegios. Temiendo que pudiera estar endemoniada, madre decidió hacer un viaje hacia París, pues sabía del sanatorio mental que, posiblemente podría curar mi anomalía psíquica y…, como por aquel entonces, yo no tenía demasiada constancia de mi poder, accedí, creyendo que estaba enferma.

Pese a que el viaje pudo haber sido en otra estación, la urgencia de la situación instaba a mi madre a salir de inmediato. Siempre recordaba los viajes en la misma época, en la que el frío y la nieve, quien parecía haber olvidado su color, imperaban sobre el medio natural. Pero, días antes de la marcha, algo me acobardó: había presenciado la muerte de todos los ayudantes de Alice y, temiendo por la vida de mi propia madre, me negué a ir; sin embargo, pese a las veces que lo repetí, no pude evitar la tragedia. Y así, fuimos víctimas de los ladrones de los caminos. Nos asaltaron y robaron, dejándonos a mi madre y a mí, únicamente con vida, en mitad de ninguna parte, bajo una tempestuosa nevada.

Si, tan solo hubiera visto la enfermedad que estaba consumiendo a mi madre poco a poco…, si tan sólo lo hubiera presentido, nunca hubiera abandonado Suiza; pero el lupus y el frío, se hicieron cargo de que Alice me instara a cobijarme con ella en un árbol hueco y entonces, allí se disculpó. Creía que estaba loca; pero aquella que estaba en mí era un don…, o al menos, así lo llamó mientras observaba como su piel mostraba un aspecto descuidado e hinchado en las mejillas, quedando por tanto enrojecidas:


- Hija…, ven, vamos a descansar aquí. – susurró, echándose en el interior del árbol sin ramajes. – Duerme… lucero mío, enseguida… enseguida nos pondremos en camino y, estaremos bien. París será nuestro hogar… y… - se arrancó el medallón que siempre había visto pendiendo de su cuello, desde que tenía uso de razón. Un medallón circular con una cruz grabada en el centro, y que poseía una pequeña piedra esmeralda incrustada en la misma para dármela, haciendo que mi diestra aprisionara con fuerza aquella joya, entretanto continuaba hablando. - ... y te presentaré a la alta sociedad como mi sucesora…: La Siguiente Pintora de los Di Stella…; pero ahora, duerme, mi niña.

Desde siempre pensé que ella dormía…, dado que se la veía en paz con aquellas palabras, mientras me arropaba entre su capa, sintiendo su calor entre sus brazos, por lo que no me preocupé de nada. Estaba cansada…, tan cansada, que incluso el sonido del viento me pareció una cándida nana.

Fueron los ladridos de un perro los que me despertaron, encontrándome en una casa rústica, quedando junto a una mujer mayor. Posiblemente, hubiera reaccionado de forma abrupta; pero inconscientemente buscaba a mi madre, sintiéndome desorientada ante todo y, no fue hasta el momento en el que vi su tumba al pie de aquel árbol pelado, cuando la profunda soledad se apoderó de mí. Sí, estaba sola. No tenía a nadie más.

Pese a ello, la familia Coria me adoptó como si fuera una de sus hijas, con la diferencia en que ellas habían marchado a la corte inglesa. Pese a que me sentía como un pez en el agua, tenía todas las necesidades cubiertas mientras hiciera las labores de la casa: limpiar, ordeñar, cepillar a los caballos, hacer los repartos. Para ello tuve que aprender bastantes cosas que, en mi vida como noble no hubiera hecho bajo ningún concepto; sin embargo, ninguna de esas tareas me supuso un grave problema e, incluso me llegó a fascinar vivir como una ciudadana más, además de poder gozar de las pequeñas cosas. El señor Coria, era militante de París que, no quedaba lejos de la casita donde vivíamos y, la señora Coria, se dedicaba a vender los productos lácteos que ella misma hacía y que, no tuve remilgos en aprender a imitarla; pero, me faltaba algo. El recuerdo de mi madre estaba en todo momento en mi mente y, cada vez que mi don despertaba, temía que los Coria me llevaran al sanatorio, por lo que fue en más de una ocasión, cuando me cobijé en aquel árbol hueco…, posiblemente buscándola a ella.

Pese a todo, los Coria no eran mi familia; aunque ellos me veían como a una de sus hijas e incluso, comentaban los posibles matrimonios que podrían concertar con nobles de la ciudad. Pero, era obvio que mi naturaleza no estaba en ser sumisa y obediente…, por lo que con el tercer rechazo, empezaron a mostrarse desdeñosos conmigo.

Con la muerte del señor Coria, hubo una vacante en la guardia, por lo que no tardé en presentarme. Sí, era mujer. Sí, quería ese puesto…: rumores, rumores y más rumores. ¿Y qué? No hacía nada malo…, sabía montar a caballo, blandir un estoque y era suficientemente competente como para recibir órdenes sin rechistar; sin embargo y, pese a que a regañadientes me dieron ese trabajo, no contaba con el aliciente del peligro. Estuve completamente quieta cuando hirieron a uno de mis compañeros en los barrios bajos…, al momento, no pude controlar las visiones: el pasado, la muerte de mi madre…; el presente, la sangre derramada de mi compañero; el futuro, algo incierto…, todo se había mezclado en ese momento. Y fue la impotencia el mayor motivo por el que me echaron de mi cargo, tras un año de servicio.

La señora Coria, siguió a su marido el año siguiente, justo unos meses después de que expulsaran de la Guardia de la Ciudad. Nuevamente estaba sola; sin embargo, ésta vez había estado incluida en el testamento, haciéndome entrega de las propiedades con la obligación de mantenerlas a base de trabajo: Ganadería y Comercio. Así pues, desde 1797, pese a ser menor de edad, fui la dueña de aquella granja.

Al no tener a nadie que darle explicaciones dentro de aquellas paredes, con las ganancias que me sobraban de la venta de mis productos, pude ir comprando material de pintura para continuar con el legado de mi madre e irlos exponiendo y vendiendo, de modo que mi fama en Paris fue creciendo poco a poco, llegando a tener que pintar en algunas ocasiones para los decorados de los teatros. Esto hizo que mi capital se incrementara y pudiera permitirme algún que otro capricho como un vestido para las fiestas que estaba empezando a ser invitada, o un gato para que me hiciera compañía una vez volviera a casa de mi día de trabajo.

Estos últimos años, mis visiones han ido a más… al igual que el hecho de continuar soñando, e incluso paseando sonámbula por los alrededor. No me hubiera preocupado en lo más mínimo de este último detalle, sino fuera porque un día me desperté en el cementerio al amanecer. ¿Cómo había llegado allí? No lo sabía; pero de ahí en adelante, cada vez que dormía, lo hacía vestida por si se daba el caso de que se volviera a repetir aquel suceso y, la verdad, no tardó demasiado. Pese a ello, los cientos de cuadros que andaban desperdigados por la rústica casa, mostraban lugares y personas que, no conocía; pero al menos, guardaban cierta similitud con nuestros tiempos, a excepción de algunos otros.

Ahora, en 1800, la llamada Nueva Era, no me parecía para nada distinta a los años que había visto pasar. Al fin y al cabo, yo continuaba con mi rutina: ordeñar, comerciar, vender, comprar…, fiestas, lujo, pomposidad por las calles parisinas, egocentrismo de las clases altas, supervivencia de las clases bajas…; apariencias, al fin y al cabo. Y yo, continúo como un pez fuera del agua.


☽ Freya Di Stella ☾ 21672005


♣ ~ Compró una gata, llamada Mina para que le hiciera compañía en sus ratos libres.
♣ ~ Rescató una cría de hurón negro, de morir ahogada en el pantano, y lo crió a escondidas de su madre adoptiva. Al morir esta, tuvo la libertad suficiente como para decidir quedárselo y ponerle un nombre: Nico, quién no se separaría de ella casi nunca.
♣ ~ La casa está decorada con sus cuadros y posee un cuarto en el habitáculo superior donde tiene su estudio de pintura, habiendo tomado ella misma la habitación matrimonial como su habitación propia, tras la muerte de los Señores Coria.
♣ ~ En un principio, los padres adoptivos de Freya quisieron transmitirle su apellido; pero ella se negó en redondo, queriendo conservar el apellido de su madre.
♣ ~ Freya tiene constancia de quién era su padre; pero decidió no contarlo, pues bastantes malos rumores había sobre ella, como para que hiciera que la guardia Austriaca la arrestara por hablar de más de su antiguo monarca.
♣ ~ Le gusta montar a caballo y aunque ha tenido malas experiencias, continúa haciéndolo.
♣ ~ Conserva el acento italiano al hablar.
♣ ~ Suele llevar una daga de pecho.
♣ ~ Sabe tocar el piano.

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Mensaje por Nigel Quartermane Mar Sep 28, 2010 2:26 pm

Ficha aceptada, bienvenida al foro Smile que disfrutes.
Nigel Quartermane
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