Le Château des Rêves Noirs [Privado]

por **Vibeke de Bordeaux** Vie Jun 21, 2024 8:54 pm

En el corazón palpitante de París, una nueva noche descendía sobre la ciudad de las luces, años después de la mayor de las batallas entre los d’Auxerre y los de Bordeaux. Vibeke, una figura legendaria de la oscuridad, observaba la ciudad desde la ventana de su recién adquirido burdel, Le Château des Rêves Noirs. Su silueta, esbelta y etérea, se recortaba contra la luz de la luna que se colaba tímidamente por los cristales.

Con 2150 años de existencia, Vibeke había sido testigo de incontables guerras y traiciones, su alma inmortal estaba curtida por el paso del tiempo, pero, también, de la sangre de sus enemigos y de las deudas que un día le reclamarían con saña ellos. Sus cabellos de un rubio pálido caían en cascada sobre sus hombros, y sus ojos azules, fríos como el hielo nórdico, destellaban con un brillo astuto. Su vestido negro, ajustado y revelador, era una obra de arte que destacaba su femineidad sin dejar de irradiar un aura de peligro.

A su alrededor, el burdel vibraba con vida. Las risas y los murmullos de los clientes mezclados con el suave susurro de las seductoras palabras de las cortesanas, creaban una sinfonía de deseo y placer. Vibeke, sin embargo, estaba en otro lugar, perdida en sus pensamientos. La inminencia de una nueva guerra de familias vampíricas había llegado a sus oídos, era apenas un rumor que hablaba de los sobrevivientes en d’Auxerre y sus intentos de volver a completar sus filas y entrenarlas fuera de Francia. Cada guerra prometía ser más sangrienta y despiadada que las anteriores, pero las preguntas que rondaban la mente de la noruega ahora tenían otra intención: ¿Quiénes estarían aún vivos? ¿Quiénes vendrían por ella esta vez? Las solas preguntas alimentaban su emoción y su anticipación.

Sus recuerdos viajaban atrás en el tiempo, recordando la primera vez que cruzó las puertas del Le Château des Rêves Noirs. En aquel entonces, el burdel era un refugio para los placeres más oscuros y las torturas más exquisitas, un lugar que ella había transformado en su propio paraíso de depravación. Y ahora, en medio de la incertidumbre, su control absoluto sobre este pequeño imperio era más vital que nunca.

"Madame Vibeke," la voz de Marguerite, una de sus cortesanas más fieles, la sacó de su ensoñación. Marguerite, con su belleza exótica y sus ojos llenos de astucia, se inclinó ligeramente ante ella. "Hay un hombre abajo, pide verla. Dice que es importante." Vibeke alzó una ceja, con curiosidad despertada. "¿Un hombre, dices? Qué interesante... tráelo aquí."

Marguerite asintió y se deslizó fuera de la habitación, sus movimientos eran gráciles como los de un gato. Vibeke se giró hacia el espejo, ajustando un mechón de su cabello y esbozando una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Quizás era de nuevo información de otra posible guerra, después de todo, era un juego que ella sabía jugar muy bien y en el que se había visto vinculada desde su creación.

Unos minutos después, Marguerite regresó acompañada de un hombre alto y de figura firme, vestido con ropas oscuras pero cuyo aroma en su sangre no tenía que ver con ninguna de las dos familias. Su rostro estaba parcialmente oculto por el ala de su sombrero, pero sus ojos, brillando con una mezcla de frivolidad e intención, estaban fijos en Vibeke.

El último informe que ella había recibido decía que se rumoreaba que los d’Auxerre estaban reuniendo a sus aliados, preparándose para un ataque. Decían que habían encontrado a un nuevo líder, alguien que prometía terminar con todos los antiguos de una vez por todas. Aunque aquello sonaba tan falso que Vibeke sólo se había reído durante al menos unos cuatro minutos, fue una burla profunda cuyo sonido resonó como el cristal rompiéndose. "¿Un nuevo líder? Qué predecible. Los d’Auxerre siempre han sido unos optimistas desesperados.” Fue lo que pensó ella una vez el supuesto informante anterior había desaparecido ¿Qué le dirían ahora? ¿Sería quizás una excusa para comprobar que ella estaba viva?

—Monsieur ¿A qué debo su visita? — saludó ella sin demasiadas arandelas, siendo cortante, pero esbozando al tiempo una sonrisa que balanceaba ese tono de voz. Ella, como siempre, estaba preparada para bailar en la línea del caos y la destrucción, combinando como le era habitual seducción y amenaza.

El hombre, con una calma inquietante, se quitó el sombrero, revelando un rostro cuyos ojos parecían contener siglos de secretos. Su cabello oscuro y revuelto enmarcaba una expresión que era una mezcla de serenidad y desafío. Ella lo analizaba con una frialdad calculadora ¿Qué podría ser tan importante para ir a buscarla en su territorio? Mientras las sombras se alargaban en el Le Château des Rêves Noirs, la noche prometía ser tan intrigante y peligrosa como los mismos vampiros que la habitaban.

por **Willem Fokke** Sáb Jun 22, 2024 1:02 am

Arrastrado por una densa niebla, El Holandés Errante había llegado finalmente a la pomposa París; indiferente, lóbrego y maldito. Nadie jamás repararía en la maldición que dentro del navío se ocultaba, y que además, consumía con lentitud pasmosa a su tripulación, muy en especial a su capitán. Algunos cuantos marinos le llamaban “el barco de los muertos”, o eso era lo que se contaba muy de vez en cuando en alguna taberna de mala muerte atascada en uno que otro mísero puerto.

Se rumoreaba acerca de su antiguo capitán, de su relación con la magia negra, y un largo etcétera de teorías; pero lo único que parecía una evidencia palpable, era el hecho de la longevidad de su actual líder. Ese mismo que se hacía llamar Willem Fokke. El mismo que alguna vez fue nombrado Cyril en los confines de una ciudad olvidada en antaño.

Incluso con el pasar de los siglos él parecía olvidarse de su arcaico yo. Luchaba noche tras noche para arrancarse la sombra malévola que lo atormentaba después de la usurpación de aquel barco; aquella que estrechaba la mano con la locura que se paseaba con descaro por su mente.

El inmortal odiaba ya su viejo nombre, de eso no cabía la menor duda. Aunque deseaba no hacerlo, recordaba con amargura su existencia, como si eso fuese un recordatorio de su condenación.

En esa ocasión, infundado en telas sombrías, se mezcló entre los gentiles mortales de París. Había dejado a un lado al cruel Holandés a sabiendas que nadie podría acercarse sin acabar devorado por la maldición. Así que no le importó demorar mientras se paseaba entre las callejuelas de la ciudad. Estaba sediento; necesitaba cazar y devorar almas al azar. Él no discriminaba, y menos en su estado. Esa noche no estaba lo suficientemente cuerdo; ni siquiera se había molestado en usar su mala budista para sosegar su malestar. Era como si la bestia hubiera sido liberada por un instante.

Después de darse por satisfecho, Willem acabó en el burdel. No era criatura de frecuentar los placeres carnales que en esos sitios se ofrecían, pero esa noche fue llamado a ello, aunque, al cabo de un rato, terminó perdiendo cierto interés. No había nadie lo suficientemente interesante, hasta que descubrió la presencia de otra inmortal. Y demandó verla.

Al momento en que estuvo frente a ella, la escudriñó con la mirada. De repente se sintió atraído, aunque, conociéndolo, esa sensación acabaría desvaneciéndose tarde o temprano. Tal vez, ¿la habría conocido en algún momento de la historia? En su fría mirada pudo detectar siglos de existencia al igual que los de él; parecían incluso contemporáneos si lo analizaba con más precisión.

Willem observó la habitación brevemente. Típica, hasta algo vulgar, como lo era el burdel en sí mismo.

―A qué se debe mi visita… ―repitió en tono de voz bajo mientras jugaba con el ala de su sombrero; no se hacía el interesante, más bien, se preguntaba lo mismo―. Quizá es que vine por el premio mayor de este lugar. Tal vez sea yo un cliente exigente. O puede que no lo sea. ¿Por qué mejor no responde usted a esa pregunta? Con tantos siglos nunca se está lo suficientemente satisfecho.

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