orphée et eurydice ― j.

Llevaba un poco más de cinco meses en París; la ciudad no le era ajena, pues ya había estado hacía un par de años en ella, justo antes de que su madre enfermara y posteriormente falleciera. Su querido tío Maggorium, en ese entonces, le enseñó cómo sobrevivir al bullicio de la capital, pero, al mismo tiempo, a encontrar refugio en los lugares más deslumbrantes, además de la biblioteca. Su favorito era el teatro; solía ir seguido con él.

Aquel tiempo en el que estuvo en su compañía fue el mejor, sin duda alguna. Había aprendido una cantidad de cosas que jamás habría conocido en la Auvernia. ¡Ah! Cuánto extrañaba a ese hombre viejo, excéntrico y lleno de vida. Aunque, una parte muy obstinada de sí misma, se negaba a creer que, de alguna manera que desconocía, Maggorium hubiera realmente fallecido. Su despedida, se repetía en su mente una y otra vez, carecía de cualquier lógica, «pero ¿cuándo era Maggorium alguien apegado a la lógica humana?», se recordaba a sí misma siempre que podía. Para Vivianne parecía una suerte de broma de mal gusto.

Y ya no sólo era todo el enigma tras la desaparición de su familiar, sino las cosas extrañas que pasaron luego.

Tras varios meses, luego de que ella fuese nombrada como heredera absoluta de todo lo que pertenecía a Maggorium, le llegaban cartas, incluso encontraba pequeñas notas, en las cuales reconocía la letra de su tío. Todas parecían ser acertijos andantes, de esos que tanto le gustaba hacer a él. Y Vivianne, de hecho, ya empezaba a perder un poco la paciencia. Como aquel día, en el que le hicieron llegar una invitación al teatro. El título de la obra "Orfeo y Eurídice", aun así, y presa de una creciente curiosidad (a pesar de su molestia inicial), accedió a ir; la función sería en el turno vespertino.

Como acostumbraba hacer, Vivianne llegó un poco más temprano, así le sería más cómodo acomodarse a la vista en el palco que le fue reservado. Sin embargo, esa noche no estaría exenta de presenciar algo que le llamase profundamente la atención.

Mientras avanzaba hacia los palcos, entre la multitud que de repente se hallaba cerca de las taquillas, algo relució entre las persona, o mejor dicho, alguien. A Vivianne le pareció ver el rostro de Maggorium a la distancia, incluso con sus pintorescos atuendos y esa sonrisa zorruna que tenía. Ella, como si estuviese en un trance, guió sus pasos hacia donde creía haber visto la aparición de su tío. No obstante, antes de poder seguir avanzando, una persona acabó cruzándose en su camino y tropezó sin siquiera esperárselo, y fue cuando la figura de Maggorium se deshizo de su visión. ¿Lo había confundido acaso? Alzó la mirada para darse cuenta de que ese hombre no era su familiar; de hecho, no se parecía en nada. Este era tan sólo un hombre joven y rubio.

―Mil disculpas, no quise… ¡Cómo lo siento! ―se disculpó completamente avergonzada―. ¿Está usted bien?

Sin embargo, cuando Vivianne fijó más su atención en aquel hombre, pudo notar unas facciones frías, pálidas y un aura que le hizo retroceder de inmediato. Su cuerpo se tensó ligeramente como si buscase resguardarse de algo. Pero si algo la mantuvo aferrada a su lugar, fue cuando sus ojos se encontraron con un prendedor de formas inusuales en el costoso traje del caballero.

«El prendedor favorito de Maggorium, ¿cómo es posible?», pensó, extrañada y confundida. Volvió entonces su mirada al individuo, aunque era incapaz de sostenerla mucho tiempo. Todo estaba siendo realmente confuso.

Alguna vez había visto a Maggorium contemplando algo a través de los rayos del sol que se colaban por un ventanal. Era un objeto no tan grande que se hallaba entre sus dedos índice y corazón; aquella pieza parecía emitir un brillo especial cuando la luz lo golpeaba. De hecho, despedía pequeños halos arcoíris cuando se movía de un lado a otro. Vivianne recordó entonces que su tío parecía un niño con un juguete nuevo. Le había contado que era un objeto antiquísimo, valioso para la historia, pero con una energía muy especial, y eso era lo que lo hacía mágico; costaría una fortuna, y él jamás lo vendería. Y cumplió su palabra. Su tío Maggorium, cuando se apegaba a algo, no existía poder alguno que lo separara de ello.

Y fue por, recordar ese detalle, que su mirada se fijó en ese prendedor. Era exactamente idéntico al de Maggorium; incluso, desprendía la misma energía, sólo que los pequeños destellos no podían apreciarse en su totalidad con la luz tenue del teatro. Pero la pieza era única; era imposible que existiese otra igual.

Aquel descubrimiento atacó su mente de preguntas, y su falta de comprensión le resultó irritante; hasta se sorprendió a sí misma con los puños apretados. Vivianne podía llegar a ser bastante obstinada, y todo lo relacionado a la desaparición de su tío le era un reto que estaba dispuesta a asumir aunque se le agotara la vida en ello. Sin embargo, la figura imponente de ese hombre, el que llevaba colgado el codiciado objeto en su traje, se le hacía ciertamente asfixiante y tan gélida como el invierno nórdico. Incluso sus palabras le parecieron estalactitas de hielo cuando rozaron su oído.

Vivianne se quedó en su posición, inhalando y exhalando copiosamente. Intentó serenarse, y en ese instante la imagen de su tío emergió en su mente como un cálido verano; con su sonrisa infantil y su aura rimbombante. No podía dejar aquel descubrimiento a un lado. Así que, ignorando la advertencia del inmortal, le siguió. Era una suerte que no se había alejado demasiado de ella.

―Espere ―dijo a sus espaldas para llamar su atención―. Quisiera preguntarle…

El inmortal pareció ignorarla, pero Vivianne, en una actitud desesperada, extendió su mano y tiró ligeramente de su capa, como lo habría hecho un niño pequeño. De hecho, apartó la mano de inmediato al descubrir su propia osadía.

―Ese prendedor… ¿Dónde lo obtuvo? ¿Usted, acaso, conoció al señor Nicholas Maggorium? ―preguntó con cierto tono demandante, aunque sus palabras apenas parecieron un susurro al viento―. Por favor, no me ignore… Es importante.

Hizo una pausa bajando la mirada; una idea se le había cruzado por la mente, mas no quiso considerarla. Vivianne había nacido con la habilidad para ahondar en los recuerdos de las personas; era casi como enfrentarse a la esencia real del individuo que cayera bajo dicho embrujo. Sin embargo, aquel poder era tan fantástico como terrible, y le hacía estremecerse con tan sólo pensar en ello.

―¿Y por qué no debería de mirar atrás? Entendí ese juego de palabras, monsieur… ―expresó frunciendo el ceño―. ¿Por qué debería rendirme a buscar respuestas? Para usted es fácil decirlo, pues tiene la eternidad para hacerlo. Yo no. Es más, ni siquiera sé si estaré viva al día siguiente. Al menos quiero que mi conciencia esté tranquila para cuando llegue la hora de marcharme de este mundo.