l'enlèvement de perséphone ─ n.

Aunque Maggorium no se encontraba físicamente presente, su esencia parecía seguir a Vivianne a todos lados; era como si su tío hubiera impregnado cada lugar que habitaba con esa energía suya tan particular. Pero no era sólo eso, sino también las extrañas correspondencias que de repente recibía de él. La última había sido una invitación a la obra de “Orfeo y Eurídice” en uno de los teatros más importantes de París. Y claro, para cualquiera podría haber sido algo casual, sin embargo, para Vivianne no lo fue. Esa noche descubrió algo más relacionado con la inusual desaparición de su tío, circunstancia que no la tranquilizaba del todo y que la acosaba con constantes preguntas a diario.

Y si pensaba que días después se libraría de las rarezas que la rondaban últimamente, pues estaba bastante equivocada. De hecho, mientras se paseaba por los pasillos de la biblioteca, contemplando con gesto infantil las estanterías y los lomos de los libros que tanto amaba, algo se deslizó entre una de los estantes cayendo al suelo con la gracia de una pluma mecida por el viento. Vivianne se quedó observando, lo que parecía ser un sobre, tocaba el suelo con delicadeza. Luego se inclinó para recogerlo. Era otra invitación, aunque esta vez sería en el Palais-Royal; se trataba de una representación del mito de Perséfone. Vivianne arrugó el entrecejo al descubrir el título, «¿otro mito griego? Qué predecible, Maggorium».

Y asistiría, cómo no. Algo en su interior le decía que nada de eso podía ser simple coincidencia.


Palais-Royal, 20:18 horas.

Había llegado al Palais-Royal en compañía de Antoine, un jovencito con la apariencia de un chiquillo de unos 13 años, pero que en realidad se trataba de un cambiaformas; un fiel ayudante de Maggorium en el pasado y que ahora cuidaba de Vivianne pese a su aspecto casi infantil. Ambos avanzaron entre las galerías que se distribuían por toda la fina arquitectura del lugar hasta el sitio donde se llevaría a cabo la obra que verían esa noche. Pese a la hora, había una cantidad abrumadora de personas. Tanto Antoine como Vivianne se sentían un tanto desorientados.

―Antoine, ¿estás seguro que es por aquí? ―preguntó intentando hallar una confiada respuesta.

―¡Claro! No es la primera vez que vengo a este lugar. Venía con el señor Maggorium casi siempre… ―contestó Antoine con mucha determinación.

Y continuaron avanzando con pasos agitados entre los gentiles, hasta que finalmente se detuvieron frente a uno de los pequeños teatros del Palais-Royal. Se mostraba un tanto desolado, pero el cartel que anunciaba “El Rapto de Perséfone”, se apreciaba a la distancia como queriendo despejar sus dudas. Vivianne se detuvo en la entrada; empezaba a sentirse extraña, incluso presionó la mano de Antoine con fuerza.

―Vivianne… Ah, iré a preguntar qué ocurrió. Tal vez se equivocaron de teatro. Espera aquí, y ya sabes, cualquier cosa, grita mucho o haz abracadabra ―expresó el joven cambiaformas mientras se marchaba a buscar respuestas.

«Maggorium nunca se equivocaría, eso no», se repitió en su mente, e impulsada por la curiosidad, la duda y la incertidumbre, se deslizó en el interior del teatrillo. Las luces del escenario se hallaban encendidas aunque no había ni un alma presente. Vivianne avanzó despacio; apenas y se escuchaba el eco de sus pasos. Observó a su alrededor, luego detuvo la vista en el escenario. Sus ojos curiosos detectaron lo que parecía ser la figura de alguien que se protegía de los candiles, justo al lado de las enormes cortinas de terciopelo rojo.

―Disculpe, ¿es usted uno de los actores? ―preguntó dando un par de pasos más adelante. El corazón se le estremeció en el pecho―. Lo lamento. Creo que me equivoqué… de lugar.