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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Matthieu Saunière Vie Oct 24, 2014 9:03 pm

" You can fool yourself
You came in this world alone "


Andaba con el paso lento y torpe del alcoholizado que pretende no hacer notar su estado pero que fracasa estrepitosamente en el intento. La botella en su mano, aunque camuflada bajo capas de papel, era fácilmente deducible y el estado desprolijo de sus ropas y cabello no ayudaban en absoluto a cubrir su recaída en un viejo y afianzado mal habito. Su mente, aunque oculta para aquellos que le lanzaban críticas miradas, no se encontraba en un mejor estado. Estaba perdido en medio de recuerdos y fantasías, tanto que ya no podía discernir entre unos y otros. Era muy conocido el lema de ahogar las penas en alcohol, también era ampliamente difundido el hecho de que un ebrio olvidaba sus angustias. Sí, bueno, suerte con aquello pues no eran más que falsedades seguramente creadas y dispersadas por los mismos fabricantes del adictivo veneno. Un rostro se sobreponía a otro en medio de la confusión. Sus hermanos, sus amigos, su esposa, su hija, sus viejos socios y mentores. Algunos otros ni siquiera los reconocía ¿en verdad formaban parte de su pasado? Los demonios existían y el infierno se encontraba bajo sus pies solo que las llamas que lamían su alma eran invisibles. Aunque el calor natural del verano menguaba según el sol se ocultaba en el horizonte, el hombre sudaba profusamente debido, en gran medida, a la cantidad de ropa de abrigo que llevaba puesta en ese momento. Se sorprendía de que no le hubiesen encerrado por desquiciado, pero la humanidad se encontraba tan ocupada en su propia miseria que solo se interesaba en lo que ocurría a su alrededor cuando esto alteraba en alguna medida su trasegar por la vida. Él no alteraba a nadie ahora, hacía muchos años que había dejado de tener a quien llorara por sus angustias y riera en sus contadas y cortas alegrías. Estaba solo, o eso era lo que creía.

– No Yorgos, piensa bien lo que harás y escucha mi consejo… yo sé lo que te conviene – palabras atropelladas y torpes emitidas para un imaginario hombre que se alejaba por la calle – No te vayas, no la dejes, por favor. Es mi error, fue mi error… ayúdame por favor… ayúdala – pero a pesar de la suplica emitida casi entre lagrimas la figura se desvaneció por completo en el aire. Él intentó correr pero sus piernas le fallaban y decidió mejor dejar ir a su viejo amigo, muerto años atrás. – Esta bien ¡LÁRGATE ENTONCES! No me importa – . Se detuvo entonces un instante para observar el entorno. De alguna manera había caminado desde la taberna de mala muerte, ubicada en una zona marginal de la ciudad, hasta una calle de elegantes e imponentes mansiones. Demonios, ahora ¿Cómo regresaría hasta su hogar dulce hogar? Sacudió la botella en un intento por averiguar el nivel del contenido sin tener que descubrirla por completo pero con las sensaciones tan aturdidas no logró llegar a ninguna conclusión. Dio dos pasos hacia adelante, uno hacia la izquierda y finalmente se precipitó de costado sobre la verde y cuidada hierva de uno de los jardines. Le costó bastante incorporarse lo suficiente como para permanecer sentado y así, en esa posición poco glamorosa, aproximó la botella a los labios y bebió sin respirar hasta vaciarla. – Que poco duraste, amiga mía – balbuceó antes de arrojar la botella vacía a la calle desierta. Luego perdió el conocimiento.
___________________

Poco a poco la conciencia retornó. A pesar de las fuertes punzadas de dolor que laceraban parte de su cráneo, el hombre abrió los ojos. La oscuridad sería absoluta de no ser por los faroles que iluminaban tímidamente la calle. Aún se encontraba bajo los efectos del alcohol pero de una manera mucho menos intensa. Ahora podía pensar con algo de claridad ¿Cuánto tiempo había pasado? Era un condenado milagro que ninguno de los ocupantes de aquella zona le hubiese delatado con las autoridades, eso o que ninguno hubiese salido o entrado en el lapso de tiempo transcurrido durante su desmayo. Se sentó aunque el mundo dio vueltas a su alrededor. Además de su cabeza su estomago también dolía. Ni siquiera recordaba si había ingerido alimento alguno antes de empezar a beber. Con los ojos entrecerrados observó las residencias a su alrededor y entonces el temor se apoderó de él. Un par de casas más adelante estaba el actual domicilio de su ex esposa y su hija. Ocultó el rostro entre sus manos lamentándose por su estado y rogando a los cielos porque ninguna de las dos le encontrase antes de que pudiese abandonar el lugar, pero casi de inmediato escuchó el inconfundible sonido de pasos acercándose. - ô mon Dieu - murmuró antes de atreverse a descubrirse el rostro.


Última edición por Matthieu Saunière el Mar Dic 30, 2014 9:17 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Persephone Dom Nov 09, 2014 4:43 pm

"Todos los errores humanos son fruto de la impaciencia. Interrupción prematura de un proceso ordenado, obstáculo artificial levantado al derredor de una realidad artificial."
Franz Kafka

Lo había visto salir de la taberna, zigzagueando, con una botella en la mano, dando aquel lamentable y patético espectáculo, que había tenido que presenciar más de una vez. Se preguntó para qué demonios la había citado en aquel sitio, si iba a terminar en tan deplorable estado, provocando risas a los transeúntes, a los vagos y a los atorrantes, que se burlaban de su existencia idiota e inútil. Ni siquiera sabía para qué había aceptado ir allí. Él no le agradaba, no le era simpático, su paga no era de las mejores; sin embargo, continuaba cediendo cuando él buscaba sus servicios. Pensó que era por lástima, que es lo peor que alguien puede generar, y cuando se descubrió caminando tras él, supo que era así. Por momentos le provocaba gracia, y le parecía demasiado divertido, y decidía frenarse para calmar la risa, pero él se le perdía de vista, inspiraba profundo, y continuaba tras él. Le detuvo la mano a unos chiquillos, que quisieron lanzarle piedras, y tuvo que abofetear a uno que se atrevió a llamarla “ramera”. Terminó aceptando unas monedas que el niño le ofreció para tocarle los senos. Notó que Matthieu ya no estaba a su alcance visual, se acomodó rápidamente el corsé, cerró la capa, y corrió en dirección a donde lo había visto por última vez. Ya no estaba, el imbécil se había perdido en aquella laberíntica zona de casas elegantes. Insultó por lo bajo, a sabiendas de que había perdido su valioso tiempo tras un borracho desquiciado.

Pero tuvo la desgracia de encontrarlo, en el preciso instante que una anciana lo veía levantándose de un jardín. La cara de espanto de la mujer le arrancó una sonrisa burlona a Persephone, que había decidido quedarse observando cómo la policía se lo llevaba. Pero no pudo evitar colocarse frente a la mujer, y explicarle que era su padre, un atormentado hombre por las pérdidas de la vida, que, por favor, no llamase a las autoridades y le permitiese llevárselo de allí prontamente. La mujer tardó bastante en decidirse, principalmente porque aquella muchacha no tenía el acento parisino que tanto le gustaba a los franceses. Tras varios minutos de espera, en los que la prostituta hizo uso de todas sus armas de encantamiento, logró que la dama cediera. Diamantina se acuclilló, lo que dejó expuestas sus piernas, a penas cubiertas por unas medias exóticas, hecho que le arrancó una exclamación a la crédula ancianita. Haciendo caso omiso de las preguntas, y concentrándose en su cliente, lo ayudó a levantarse, cruzó uno de sus brazos por sus hombros, lo tomó de la cintura y de la muñeca, y lo llevó casi a las rastras. Era pesado, olía mal y estaba demasiado ebrio como para que sus pies lograran movimientos coordinados.

Esto te costará el triple —murmuró, con la voz entrecortada por el esfuerzo. Se maldijo, y no se cuidó de hacerlo en voz baja, por prestarle aquella ayuda a alguien que en nada podía serle útil. No tenía casi dinero, era alcohólico y le quitaba su valioso tiempo. Era una verdadera estúpida si creía que podía obtener un beneficio de su persona.

Por momentos se detenía a tomar aire, lo apoyaba contra la pared de una casa, y lo sostenía para que no se cayera. Era noche cerrada, habían entrado en una zona ya no tan elegante como la anterior, y la iluminación de los faroles era, cada vez, menos potente. Recordaba vagamente dónde vivía, en una ocasión la había recibido en su hogar -si es que así podía llamársele-, y allí se dirigió. No supo el tiempo que transcurrió con Saunière a cuestas, hasta que por fin lo dejó tirado en la entrada, babeando, casi dormido, y sin un zapato, que había quedado en alguna parte del camino. Decidida a no volver la vista atrás, se detuvo cuando había caminado diez metros, y bufando como un caballo cansado, giró sobre sus talones y regresó hacia él. Tomó una de las prencillas que sostenían su ya desalineado cabello, forzó la cerradura, y abrió la puerta de entrada. Lo agarró de los tobillos y lo entro arrastrándolo, cerró la abertura, y haciendo uso de una fuerza de la que no se creía capaz, lo colocó en un raído sillón, donde le quitó toda la ropa, dejándole sólo los calzones, agradeciendo que no se orinara en ellos. La oscuridad era total, y anduvo tanteando para conseguir una jofaina, agua, una toalla y una botella de whisky, que abrió con los dientes y bebió del pico, mientras limpiaba los restos de sudor del cuerpo de Matthieu.

Se quitó la capa que había usado para cubrirse, y lo tapó, pronto comenzaría a temblar. Se aseguró de dejar un recipiente vacío, para cuando vomitase. Se sentó en el suelo, apoyada en un mueble viejo y desgarbado, y se limitó a observarlo. Parecía mucho mayor de lo que era, aunque no sabía exactamente su edad. Jamás se había interesado demasiado por la vida de sus clientes, como a ellos no les interesaba la suya. Extrañamente, la última imagen de su padre vino a su cabeza, y calculó que tendría casi la misma edad que el hombre. Sacudió suavemente los hombros, para despojarse de los recuerdos, y volvió al repasar el rosario de insultos que había practicado, para lanzárselo en cuanto tuviese un mínimo de consciencia. Observó que se movía, y se puso de pie.

Despiértate —le dio suaves cachetadas en las mejillas, con ambas manos. —No tengo demasiado tiempo para continuar haciendo de hija devota, así que reacciona rápido —sugirió, mientras estrujaba una toalla y le limpiaba el cuello, completamente sudado. Estaba cerca de su rostro, y de haber sido otra clase de mujer, una dama con todas las letras, su olor a alcohol le hubiera provocado náuseas. Persephone estaba acostumbrada a cosas peores.
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Mensaje por Matthieu Saunière Lun Nov 24, 2014 8:38 pm

"So nobody ever told you baby
How it was gonna be"


Un suspiro de alivio escapó de los labios del hombre mientras en su fuero interno les agradecía a Dios y a todos los santos que junto a él reposaban, el que fuese ella y no su hija quien le encontrase. Volvió a enterrar el rostro entre sus manos mientras escuchaba a la chica intervenir por él ante una mujer anciana que había vislumbrado brevemente pero a quien no prestó demasiada atención ¿Por qué lo hacía? Bien podría haber ignorado la escena, mantenerse al marguen y evitarse tantas molestias. En su lugar insistió hasta que la anciana cedió. Casi llegó a sentirse agradecido. No deseaba terminar siendo el chivo expiatorio de algún gendarme inconforme con el funcionamiento del sistema y por su mediocre y mal pago empleo. Además, si le llegaban a encerrar en una celda no tendría posibilidad alguna de perder de nuevo el conocimiento en los brazos de uno de sus mejores y más fieles compañeros: el alcohol. El susurro de la joven le golpeó con la intensidad de un azote físico. Claro, por supuesto que era esa la razón ¿Qué más podría esperar de una puta? ¿Qué más podría querer una puta, o cualquier mujer dadas las circunstancias, de un despojo de hombre como lo era él en aquellos tiempos?

Permitió que le levantara (como si en su estado pudiese hacer alguna otra cosa) y, recostando su peso sobre el cuerpo aparentemente débil, fue arrastrado por medio París hasta el agujero en el cual vivía. El camino fue percibido por el cerebro de Matthieu como una intermitencia entre la semi-consciencia de comprender en donde se encontraba y con quien y la bendición de las alucinaciones y la oscuridad. Su deteriorado cuerpo soportaba cada vez menos el alcohol, el golpe del tóxico en sus venas era más y más fuerte y los efectos se demoraban mucho más en pasar. El dolor intenso en el costado derecho que se presentaba después de las borracheras, y que acompañaba inevitablemente a la fuerte jaqueca, podría haber sido tomado como un signo de alarma por cualquiera menos por él. Soportaba el dolor, se quejaba y retorcía en soledad hasta que cesaba lo suficiente como para poder arrastrarse de nuevo en busca de licor. – Aquí… balbuceó al notar que pasaban junto a la puerta de una maloliente taberna pero sus esfuerzos por dirigirse hacia ella se vieron truncados por la determinación de la joven que le acompañaba.

Soñaba con un pasado tan real como oscuro, uno en el que él era el villano manipulando hilos invisibles a su alrededor para conseguir lo que deseaba sin contemplar ni condolerse por el dolor que se desataba a su alrededor debido a sus actos. Su mujer, tan hermosa y joven, rozagante y llena de vitalidad, se acercaba para abofetearlo una y otra vez, reclamándole algo que no terminaba de comprender. Pero no era su voz la que emergía de los labios rosados sino otra que le era igualmente familiar pero que no llegaba a asociar con ese pasaje de su vida. ¡Por supuesto! La voz de una de las prostitutas que frecuentaba, la que había visto en el prado en medio del barrio lujoso, la que le había cargado… poco a poco empezó a salir de su embotamiento y tras un par de pestañeos finalmente abrió los ojos. No se enteró de cómo llegaron, entraron y la manera en la que la menuda muchacha había conseguido ubicarlo en su raido sofá en el que ahora se encontraba. Su ropa había desaparecido y sobre su piel podía sentir la tela de una capa que no era suya. Intentó incorporarse pero su estomago se retorció sonoramente. Las arcadas acudieron pero consiguió contenerlas.

Cerró los ojos y permaneció inmóvil algunos segundos, esperando a que su cuerpo se aquietara. - ¿Cuánto me costará esto? - No albergaba vergüenza en su corazón aunque sí un atisbo de gratitud. A pesar de eso en lugar del exhalar el agradecimiento de cosquilleaba sobre su lengua fueron otras las palabras las expresadas al rostro frente a él. El dinero era el pulso del mundo, el que movía a la sociedad y hacia evolucionar a la humanidad pero ¿en verdad creía que solo por dinero aquella joven se había arriesgado por él y cargado con su peso y hediondez por calles y calles hasta su miserable hogar? Tanto albergaba su historia de vida que le era difícil aceptar un gesto de honrada benevolencia. Tomó aire un par de veces para luego ponerse de pie con dificultad. Su mano volaba buscando apoyo en las paredes y muebles mientras su cuerpo se tambaleaba por la habitación en busca de sus pertenencias. Si, allí estaba su pantalón pero no podía recordar cuantos francos llevaba encima para cuando ella le encontró de manera que no podría verificar si faltaban ya algunos. Un escalofrió lo recorrió al levantar la prenda. No se trataba del frío que erizaba su desnuda piel. La capa había caído al suelo al levantarse y su desnudez no le incomodaba en lo más mínimo, no con ella. Era el recuerdo de su temor el que ahora le subía por la columna vertebral. Que estúpido había sido al dirigirse hacia aquella zona, hacia aquella casa en particular.

Sintiéndose enfermo de nuevo se dirigió hacia el sofá y, con el pantalón entre su mano derecha, tanteó en busca del recipiente que ella había preparado para tal eventualidad. Luego sin decoro, elegancia o delicadeza, vació el contenido de su estomago en él. - Mon Dieu, que cerca estuvo – murmuró mientras limpiaba los restos de vomito de su boca con el antebrazo desnudo. Afortunadamente Persephone le había encontrado a tiempo. Un encuentro tan fortuito como sospechoso – y ¿Qué hacías tu allí? ¿Acaso me estabas siguiendo? – le espetó con voz acusatoria antes de estirar la mano e intentar arrebatarle la botella de whisky abierta que sostenía. Su boca estaba seca y su mente demasiado cerca de la sobriedad.

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Mensaje por Persephone Jue Ene 01, 2015 10:15 pm

Desde su sitio, lo contempló moviéndose como lo que era, un borracho. Se tambaleaba en busca de su pantalón, y Persephone no sintió ni un mínimo impulso de ayudarlo a parecer más digno. Había hecho suficiente hasta el momento, y no era una monja solidaria que se dedicaba a salvar personas de las fauces de sus propios demonios. No sabía muy bien por qué había tenido aquel atisbo de caridad para con un hombre que ni siquiera le caía bien. No la maltrataba como la mayoría de los que recurrían a ella, pero conocía algunas partes de su vida, que él mismo había confesado en sus instantes de debilidad etílica mezclados con el éxtasis del sexo, y le parecía un completo imbécil, que había tenido todo y lo había dilapidado. Bastaba con ver aquella casa, que con algunos cuidados podía parecer un hogar, y que, sin embargo, era una verdadera pocilga, un sitio digno de un mediocre, como lo era quien tenía en frente. No sintió ni una puntada de asco al verlo vomitar, era testigo diariamente de casos como ese, o mucho peores. Había hombres que no tenían ni los más leves pruritos en demostrar públicamente sus miserias, de beber hasta la inconsciencia en sitios públicos, de llenar de sus fluidos a prostitutas, clientes y muebles por igual. En más de una ocasión había tenido que pedir que sacasen del prostíbulo a algún ebrio recalcitrante; si iban a golpearla, al menos que tuviesen la decencia de hacerlo de manera consciente, haciéndose cargo de lo que eran. Por ese motivo, prefería a los sobrenaturales, ellos eran monstruos, pero asumían su naturaleza repulsiva, y le daban rienda suelta sin necesidad de incentivos externos que, luego culminaban en pedidos de disculpas, que en nada valían, porque a la semana siguiente volvían y lo hacían de nuevo.

Desvió la vista por un instante, dedicándose a contemplar una incompleta biblioteca, apenas iluminada por la luz de la farola de la calle, que entraba por una ventana de cortinas sucias. Un recuerdo, que debía de estar enterrado, la asaltó de pronto, y se vio a sí misma, muchos años atrás, cuando aún era una niña, sosteniendo unas flores frente a una biblioteca de dimensiones mayores. Le dio un trago al whisky, para despejar su mente de aquella imagen tan bonita como dolorosa. Se dijo que hacía demasiado que no veía un mueble como aquel, que le llamaba la atención y por eso su cabeza creaba alucinaciones; dudaba de la veracidad de su memoria, atrofiada por el paso de la vida, con sus reveses, con sus vicios, con sus pasadizos y sus escombros. No era necesario rememorar, ¿para qué? Volvió a fijar sus ojos en Saunière, que aún se debatía con los resquicios del alcohol. Adivinó sus intenciones de arrebatarle la botella, y con un suave movimiento, lo esquivó, negando con la cabeza. No estaba dentro de sus planes permitirle que siguiera bebiendo, no porque le preocupase su bienestar, sino porque luego sería difícil que le pagase, y ella podía ser muchas cosas, pero no robaba, y no se atrevería a buscar su paga entre sus pertenencias. Le causó cierta gracia su pregunta, y una leve sonrisa burlona pespuntó entre sus comisuras.

Ciertamente, sí. Estaba siguiéndote —afirmó con total desparpajo. Podría haber buscado excusas para resguardarse, pero no había necesidad. El que había cometido una estupidez era él. —Quería saber el motivo por el cual me habías dejado plantada, haciéndome perder tiempo y dinero —lo cual era completamente cierto, en parte. Se puso de pie, dejó la botella sobre un mueble alto, para que al devenido en anfitrión, no se le cruzase por la cabeza hacer el intento de buscarla. Luego regresó hacia él —Apestas… —susurró. —Te ayudaré a recostarte de nuevo, y te traeré algo para que te laves. No conversaré contigo de lo que me debes, expulsando éste espantoso olor —exageró la mueca de asco y movió su mano derecha ventilándose. Su única intención era avergonzarlo aún más.

No esperó a que le diese una respuesta. Tomó el recipiente con el contenido intestinal, y desapareció por la cocina. No lavaría aquella asquerosidad, así que se limitó a abrir la ventana y lanzarlo al patio. Que él, cuando se diese cuenta que estaba allí, hiciese sus tareas. Había descubierto un pequeño baño, que quizá en un pasado estaba destinado a los empleados; buscó una jofaina, la llenó de agua, regresó a la cocina por un trapo, y volvió con Matthieu, que no se había movido mucho de la posición en la que lo había dejado. Había una pequeña mesa junto al sillón, allí dejó lo que había buscado, y luego lo ayudó a incorporarse. Tomó la tela, la mojó, escurrió, y se la dio. Si pretendía que fuese ella quien lo limpiase, estaba muy equivocado. Se sentó a su lado y lamentó que su capa se hubiese salpicado de vómito. Lo miró de soslayo, y con un chasqueo de su lengua, acompañó el movimiento de lanzar su prenda hacia un rincón. No era de muy buena calidad, pero era una de sus pocas pertenencias, y lamentaba profundamente haberla desperdiciado de aquella manera.

No tienes que agradecerme nada —dijo por fin. —Ya que no lo he hecho con el fin de llegar al Paraíso —se apoyó en el respaldar, de pronto estaba muy cansada. Sentía cierto temblor en los músculos de sus piernas y de sus brazos, seguramente por el esfuerzo de cargarlo durante tantas cuadras. Era una mujer fuerte, pero él no dejaba de sobrepasarla en altura, y de duplicarla en peso. Se maldijo por haber tenido un instante de humanidad. —Como sabes, el ayudarte no ha sido gratis, y tendrás que pagarme, pese a no haber recibido mis bondades —sonrió con ironía. Más bondades de las recibidas, era imposible; y menos viniendo de una persona como Persephone. —Y hay algo que quiero que me des a cambio —se incorporó y giró su cabeza para mirarlo a los ojos. —Enséñame a leer —a ella misma le extrañó el pedido, pero en más de una ocasión se había sentido impulsada a eso. La mayoría de sus clientes eran de la más baja calaña; se los daban por ser una muchacha sin pruritos, que respondía a todo tipo de pedidos sin chistar. Uno de los pocos instruidos que conocía era Saunière, ¿por qué no habría de haber un intercambio de favores? Y si bien se sintió un tanto estúpida haciéndole aquella petición, le sostuvo la mirada, desafiante.
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Mensaje por Matthieu Saunière Jue Ene 29, 2015 11:19 pm

"So what'll happen to you baby
Guess we'll have to wait and see"


La ira ardió en los ojos del hombre al notar como la mujer alejaba de su mano el objetivo de su deseo. Si tan solo el mundo dejase de dar vueltas a su alrededor podría haber considerado el lanzarse sobre ella y arrebatarle la preciada botella, después de todo era suya ¿o no? Pero no se encontraba en condiciones como para realizar movimiento alguno que requiriese mayor esfuerzo físico que el de alcanzar el hediondo cubo que reposaba a un costado del sofá. Murmuró una maldición en voz baja antes de cerrar los ojos. Su estomago pasaba del movimiento oscilante y convulsivo previo al vomito, al dolor punzante y ardiente que le acompañaba cuando bebía demasiado, es decir, casi todas las mañanas. Una de sus manos fue a parar sobre el dolorido abdomen mientras la otra colocaba sobre sí, cubriendo sus partes nobles, el sucio pantalón. – Agradece que no estoy en condiciones, de otra manera estarías en problemas por tomarte mi licor sin siquiera tener la cortesía de compartirlo – la amenaza sonó tan vacía y patética como el borracho que la lanzó.

La cabeza de Matthieu descansó en el respaldo del sofá - ¿Qué te dejé plantada? – preguntó mirándola con un solo ojo mientras intentaba hacer memoria. ¡Oh, sí! Ahora lo recordaba. Tenían una cita pero, aún así, esa parte analítica de su mente que no se había adormecido por completo tras años de abuso con licor y drogas le instaba a pensar en que no era una razón suficiente. Si un cliente no acude con una prostituta ella simplemente busca otro cliente, sencillo y práctico, no se podía esperar otra cosa. Iba a presionarla en ese sentido, pero entonces ella se levantó y colocó la botella estratégicamente para que le resultara muy difícil alcanzarla. Rió para sus adentros. Debía estar muy mal para admitir que tener que levantarse para alcanzar una botella colocada en la parte elevada de uno de sus muebles era demasiado. –Supongo que habrás visto, y olido, cosas peores – se encogió de brazos pretendiendo restarle importancia al asunto pero no argumentó nada en contra de la idea.

Muchos años atrás le habría dado pánico el encontrarse en la situación en la que actualmente estaba, sería algo impensable, inimaginable. Ahora poco le importaba ¿Cómo podía cambiar la percepción de las cosas de manera tan radical? – de la misma manera en que cambia una persona de forma tan radical – pensó haciendo una comparación entre el abogado prominente y respetado que fue y el despojo de hombre que esperaba en un sillón a que una puta le lavara la suciedad. Era apenas lógico que Gislena no quisiera saber nada de él. Extrañaba su aroma y su dulce voz. Sus regordetes bracitos enroscándose en su cuello en uno de los tantos abrazos amorosos que solía darle. Ahora era toda una señorita, una muy elegante, distinguida y hermosa. Seguro le esperaba un futuro prometedor y él, con toda la basura que cargaba a sus espaldas, no era sino un estorbo que podía arruinar sus planes y espantar a sus prospectos en un abrir y cerrar de ojos. Su conciencia se desperezó bajo su piel recordándole la imagen de otra pequeña, una ligeramente mayor que su hija pero igual de carismática ¿Por qué no te preguntas por ella? ¿Por qué no cuestionas cual es su futuro y posibles prospectos? – Cállate de una maldita vez – se amonestó en voz alta. Se trataba de uno de sus mayores pecados, uno sobre el cual no se atrevía ni a especular. – Ella no es de mi familia, ella no debe importarme. Lo que le ocurrió no es… – ¿acaso iba a tener la vileza de decir que no era su culpa? Por supuesto no pudo completar la frase. Pasó una de sus manos entre el cabello. Era un monstruo, Gislena tenía razón incluso aunque ignorara ese desastroso asunto. Nadie lo sabía, nadie debía enterarse jamás.

El sonido de un recipiente abandonado sobre una superficie le obligó a abrir de nuevo los ojos. Persephone estaba de nuevo en la habitación ¿Le había escuchado hablando solo? Permitió que ella le incorporara y esperaba que le limpiase pero, al parecer, eso superaba el espíritu caritativo de la joven. Sonriendo tristemente recibió la tela empapada y empezó a frotarla sobre su cuerpo. Emitió un bufido al escuchar sus palabras – Creo que necesitarías mucho más para pretender un acceso al paraíso, ma chérie se burló aclarando el trapo en el balde antes de aplicarlo nuevamente sobre su piel. – No esperaba menos – afirmó antes de estirar su mano en busca de las monedas en su pantalón. No tenía idea de cuánto le costaría aquello y se lamentó por no haber aprovechado, al menos, un poco del cuerpo de la joven. Era una idea peregrina, ella ya había dejado claro que no permitiría ningún acercamiento hasta que no estuviese mínimamente presentable y eso, de hecho, no ocurriría solo con el paupérrimo baño que intentaba darse.

Sus dedos consiguieron cerrarse en torno a algunas monedas antes de que ella alcanzase a formular su pedido - ¿Perdón? – la cuestionó sorprendido. Eso sí que no se lo esperaba - ¿Para qué quiere alguien como tu aprender a leer? – la pregunta salió antes de siquiera detenerse a pensarla y sonó tan brusca y descortés que sintió algunos colores ascender a sus mejillas. Avergonzado apartó la mirada y la dirigió hasta la pequeña biblioteca en donde conservaba algunos de los volúmenes más queridos, aquellos de los que no se había podido desprender. – Me pides un esfuerzo monumental por solo unas horas de ayuda ¿sabes cuanta dedicación se necesita para lo que deseas? – solo de pensarlo le daba jaqueca. Él no era un maestro e ignoraba si aún contaba con la energía suficiente como para conseguir lo que le pedía. Además eso implicaría el tener que hacer uso de su tiempo libre para enseñarle… personalmente prefería invertirlo en su cuerpo que en su mente - ¿No podría tentarte con el doble de la paga que normalmente te doy y ya? – parecía más una súplica que una propuesta. - ¿Sabes al menos escribir tu nombre? – el trapo fue abandonado dentro del cubo mientras el dedicaba toda su atención a la joven. Ahora que lo pensaba dudaba que alguien colocase un nombre como Persephone por lo que se animó a hacer la siguiente pregunta - ¿Cómo te llamas? Y no me refiero a tu nombre “artístico” – antes de aquella curiosa petición no le había visto como un ser humano. Era solo carne a la venta, disponible para calmar sus apetitos y olvidable después. Ahora, por alguna razón, observó a la joven que habitaba el cuerpo y eso le produjo una suerte de afinidad que no agradeció en lo absoluto. Eran solo dos miserables entre la miseria pero, al final de cuentas, ella estaba peor y eso era algo que le hacía flaquear en su resolución de negarse a enseñarle.
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Mensaje por Persephone Vie Ene 30, 2015 5:11 pm

Persephone se sintió ofendida en lo más hondo de su ser. Había soportado estoicamente las ofensas del inservible cliente mientras lo atendía y era solícita, por primera vez en su vida. Había decidido no prestarle atención a lo que saliera despedido de su boca, que no era más que la mierda de un borracho sin cura. Sin embargo, no pudo ocultar el abatimiento mezclado con humillación. Claro, sus preguntas eran obvias. A ella no le hacía falta leer, no necesitaba de cualidades intelectuales para abrirse de piernas; pero había visto a muchas de las muchachas, en sus ratos libres, entretenerse con los libros, y hasta conversaban entre ellas sobre las historias que las mantenían en vilo. Como no era dada a las amistades, jamás aceptó la invitación a esa especie de club de lectura que habían formado algunas prostitutas que eran muy cultas; se escudaba en su falta de sociabilización, pero lo cierto era que le avergonzaba no saber leer a la perfección. Lo había intentado, por supuesto, oculta de la mirada del mundo, pero sólo había conseguido burlarse de sí misma, pues parecía una tartamuda intentando descifrar un código de espías. Podía estar horas para conseguir la pronunciación correcta de una sola palabra, y como no quería compadecerse de su propia ignorancia, había terminado abandonando aquellos momentos secretos de lectura. Pero, una cosa era lo que ella pensaba sobre su propia vida, y otra que un infeliz fracasado como el abogado, le restregase en el rostro su falta de cualidades y lo poco útiles que podían llegar a ser las que ella deseaba adquirir. Se puso de pie de un salto, se paró frente a él, con los brazos en jarra.

Pues vete a la mierda —le soltó, y su mano se estampó en una sonora cachetada, que enrojeció instantáneamente la mejilla derecha de Saunière. — ¿A ti para qué te sirve seguir viviendo? No eres más que una puta carga para cualquiera que se te acerque. Olvídate de lo que he dicho —volteó, y empezó a abrir y cerrar cajones. — ¿Dónde demonios tienes el dinero? Me llevaré lo que encuentre, que es lo que corresponde —las manos le temblaban, hasta que por fin, tras dejar un desastre, encontró un sobre, muy bien escondido. Lo abrió y se encontró con algo de dinero. Volvió a encararlo —Como siempre, una limosna. Así me pagaras el doble, no me alcanzaría ni para un pedazo de pan. Dejaré de hacer caridad contigo, ayudándote aquí o recibiéndote cuando vayas al burdel —caminó apresuradamente hacia el rincón donde había quedado su maltrecha capa, se agachó y la tomó entre sus manos. —Me voy. No corres peligro de muerte; y no creo que le hagas ese favor al mundo —atravesó la sala a paso ligero, dando un portazo al salir. Sin embargo, regresó, presa de la furia. Estaba herida en lo más profundo de su orgullo, el cual no era para nada minúsculo. Era de las pocas cosas que la vida no había logrado arrebatarle del todo.

Sabes que… —entró gritando a la sala, agitando su índice, el cual le clavó en el entrecejo, empujándolo levemente para que la mirase. Se inclinó, poniéndose a la altura de su rostro. —Sé escribir mi nombre, me enseñaron a hacerlo. Y si, no tuve la suerte de haber continuado con una buena educación, pero si no me hubieran… —dejó la frase en suspenso. No iba a recordar absolutamente nada de lo pasado. De hecho, hasta había borrado de su memoria y desterrado de su vida el nombre que le habían dado sus padres. ¡Sus padres! Lo que jamás se quitaría de la mente, sería el cadáver de su papá; eso la perseguía constantemente. En ocasiones, creía que su fantasma la acompañaba, aunque era escéptica de aquellas cuestiones espirituales, por lo que prefería no darle crédito, y le atribuía esas fabulaciones al alcohol o las contadas ocasiones en que había consumido el opio que algún que otro cliente le había ofrecido. Pero no era dada a los vicios, que era mucho más de lo que podía decirse del dueño de casa. —Me llamo Diamantina —hacía demasiados años que no pronunciaba su verdadera identidad, aquella que significaba momentos felices y los únicos instantes de contento. —Pero Diamantina está muerta, y también sé escribir Persephone —se incorporó y le lanzó los billetes a la cara. —No quiero tu dinero, quédate con él y púdrete en el infierno —giró sobre sus talones, y salió de la misma forma que minutos atrás.

Corrió unos pocos metros, pero estaba agotada física y emocionalmente. Se sentó en el cordón de la vereda, se apretó los ojos con el talón de la mano, para evitar que las lágrimas brotasen. No entendía qué la había llevado a creer que Matthieu Saunière, que era un hombre culto más allá de su presente horrendo, sería capaz de tener un mínimo gesto de agradecimiento y enseñarle a leer. Alzó el rostro y miró al cielo, y en un parpadeo, la imagen de su familia apareció y se esfumó con la rapidez suficiente para dejarla sin respiración contados segundos. ¿Qué le estaba ocurriendo que se había vuelto sentimental? Había pasado todos esos años olvidando, borrando, extirpando, y le había dado resultado, hasta esa maldita noche, en la que había tenido un gesto que se alejaba de su egoísmo cotidiano, y le había sido devuelto con escupitajos de degradación. ¡Claro que lo merecía! No era más que una puta, que se sometía a todo tipo de vejaciones, que se acostaba con cualquiera, disfrutaba de las tórridas fantasías de sus clientes y no miraba más allá de su propio ombligo. Se colocó la capa sobre los hombros; de pronto sentía mucho frío y se sentía demasiado agotada. Se tendió, y quedó mirando el cielo oscurecido, con los brazos cruzados a la altura del pecho. <<Soy una verdadera imbécil>> concluyó sus negativos pensamientos. Cerró los ojos, y barrió rápidamente las lágrimas que cayeron por sus sienes. <<Debería estar en el burdel y no perdiendo tiempo aquí. Me matarán, lo sé>> se dijo mientras imaginaba el castigo que obtendría por no llevar ni medio centavo a la madame del prostíbulo. Se quedó en esa posición, adormecida, con los músculos aún temblando por el esfuerzo.
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Mensaje por Matthieu Saunière Mar Mar 10, 2015 6:15 pm

" But it's getting much too late
To find ourselves so far apart"


El golpe llegó sin que lo esperara, volviéndole el rostro al lado opuesto y obligándole a despejar la mente. Lo merecía y lo sabía, por eso en lugar de retornárselo prefirió masajear con suavidad la colorada y dolorida mejilla. Era un infeliz por haber dicho aquello, él menos que nadie tenía derecho a juzgarle. La vergüenza le hizo bajar la mirada y permanecer en silencio mientras ella le lanzaba sus propias verdades a la cara. Sin embargo no fue suficiente para permanecer impávido cuando la escuchó revoloteando entre sus cajones. Arrojó en el cubo el trapo y se esforzó por incorporarse. Tan lentos y torpes eran entonces sus movimientos que para cuando finalmente lo logró ella ya había dado con lo poco que quedaba de su último salario. – No puedes llevarte eso – le ordenó señalándola con el dedo índice pero ella ya salía por la puerta.

Todo iba de mal en peor ¿con que pagaría ahora la renta? Ya estaba atrasado y sin ese dinero podrían pedirle que desalojara. No deseaba pasar por eso, no podía permitirse el perder ese dinero. Aunque era obvio que ella tenía razón en muchos de los argumentos lanzados en medio de la furia, él no estaba dispuesto a entregarse a los brazos de la muerte, aún no, y tampoco a terminar durmiendo sin más cobijo que la luz de las estrellas. Sintiendo su propia ira surgir empezó a vestirse. Aunque no quisiese admitirlo le preocupaba un poco la amenaza de ella de no volver a atenderle ¿El orgullo de la joven sería más fuerte que el dolor del hambre? Que arrogante era el pensarse a sí mismo como su único cliente. La verdad era que él la necesitaba. Por alguna razón siempre volvía a sus brazos. Le servía de consuelo en los momentos de desesperación y era lo más parecido a una amiga que podía contar en sus haberes.

Solo una pierna había entrado en el pantalón cuando ella volvió en medio de un remolino de furia. Aquella entrada dramática le sorprendió, haciéndole perder el precario equilibrio y mandándolo de nuevo al sofá. Solo atinó a mirarla. Nunca le había visto en aquel estado. -¿Si no te hubieran qué? – le cuestionó con suavidad. Aún conservaba la suficiente cordura como para comprender cuando era menor bajar el tono de voz aunque no la necesaria para que la curiosidad no le espoleara al respecto. Pero ella no contesto, en su lugar le ofreció algo que él le había pedido: su nombre verdadero. Por un momento su obnubilado cerebro rumió aquella única palabra como si su vida dependiera de ello, pero sin llegar a ninguna conclusión. Los billetes chocaron contra su rostro y cayeron desordenados al suelo. Ya no le importaban, pues en ese preciso instante, extraído de sus recuerdos más oscuros y sórdidos, ubicó en donde lo había escuchado.

No, no era posible. Su cuerpo se paralizó, sus ojos permanecieron fijos en la puerta por la que ella acababa de desaparecer por segunda vez ¿Creía acaso que ya había pagado su culpa? El karma regresaba para arrojarle a la cara su pecado más grande en carne y hueso. Deseaba convencerse de la imposibilidad del hecho pero la evidencia saltaba a la vista. Después de todo a la hija de Yorgos se la llevaron con un único propósito, ser adiestrada en las artes amatorias y vendida luego al mejor postor ¿Para qué más podría servirles a esa clase de hombres una pequeña niña de buena cuna? Diamantina, el mismo nombre, la edad adecuada… ¿Por eso le era tan familiar? ¿Acaso veía en la joven la herencia de sus viejos amigos? Ah, ninguna vergüenza sentida en el pasado podía comprarse con la que sentía ahora. Las lágrimas corrían por sus mejillas al momento de incorporarse y hacer el esfuerzo de alcanzar la botella. Bastarían un par de sorbos grandes para llevarle de nuevo a la inconsciencia. Cuando finalmente sus dedos se cerraron sobre el cristal, su conciencia le vocifero reprendiéndolo, instándolo a buscarla, a tratar de resarcir un poco sus errores – No puedo hacerlo… simplemente no puedo – lloriqueó observando el líquido salvador, pero cuando la botella tocó sus labios le recordó los de la joven que tantas veces le había ayudado y de su miseria de la cual solo él era culpable. Armándose de valor abandonó el licor, se ajustó los pantalones, tomó una viaja capa abandonada cerca de la puerta y salió a buscarla.

Cada paso era una tortura para su dolorida cabeza. Su garganta reseca imploraba por alcohol, su mente por un poco de opio adormecedor. No cedió ante ninguno, tambaleante y lentamente se desplazó por las calles hasta dar con una figura tumbada en el suelo. Era ella por supuesto, la reconoció por la capa con la que se cubría y por las hebras de su cabellera que escapaban de la oscura tela. Permaneció observándola por algunos segundos, inspirando profundamente y dándose ánimos a si mismo aunque no supiera, en realidad lo que haría. Luego, con paso vacilante se aproximó – Lo lamento, en verdad. Me he comportado como el idiota que soy cuando solo me ayudabas y pedías algo razonable a cambio – se disculpó tomando asiento en el suelo junto a ella – Fueron mis prejuicios los que hablaron y me arrepiento profundamente por ello ¿podrías disculparme? – deseaba tocarla pero no se atrevía a hacerlo – Lo hare, si aún lo deseas te enseñare a leer y a escribir y no te pediré nada más a cambio – por supuesto que no, ya se había aprovechado suficiente del cuerpo de la hija de su mejor amigo como para pensar en tenerla de nuevo satisfaciendo sus necesidades sexuales. Su estomago se retorció bajo la culpa cuando por su mente pasaron imágenes de lo que había ocurrido en el lecho con ella en el pasado. – Sé que no lo merezco, que no debería siquiera atreverme a pedirlo pero ¿Podrías contarme que fue lo que ocurrió? ¿Cómo terminaste siendo Persephone? – el nudo en su estomago se cerró hasta el punto de hacerle fruncir el ceño. Debía escuchar aquello, necesitaba confirmar sus sospechas aunque eso fuese una nueva estocada para su ya agonizante corazón.
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Mensaje por Persephone Sáb Mar 28, 2015 10:57 pm

Lo odiaba. La certeza era tan profunda como su amor propio. Se había humillado ante él, le había abierto su más profundo deseo, pero la había pisoteado como un tapete inservible, como un trozo de basura que no merece ni la más mínima de las consideraciones. ¡Pues claro! No era más que una puta, y no podía pretender justicia de tipos como Matthieu Saunière. Lo odiaba con la intensidad de una tormenta. Nunca la habían doblegado, y esa noche, fue vulnerable por primera vez, y sólo recibió las dagas convertidas en palabras que emitió el abogado. ¡Que se fuera al mismísimo Infierno! No quería saber más de él, no quería ver más su rostro, no quería escuchar más su voz, no quería siquiera que lo nombraran, pues vomitaría. Era un ser asqueroso, un puerco maldito que le había reventado las diminutas ilusiones que su pequeña mente podía permitirse. En sus veinticinco años, Persephone jamás había sentido aquella autocompasión tan lastimosa, que le laceraba su tan protegido orgullo, que era lo único que le quedaba. En más de una ocasión había tenido que lanzarse al abismo a recolectar los trozos de su dignidad, pero siempre había emergido, había luchado demasiado para colocar las piezas, nuevamente, en su lugar. Y nunca, como aquella noche, se había sentido tan vejada. Los hombres que la tomaban, sólo obtenían su cuerpo, nunca habían podido apoderarse de su alma, y ella le había entregado un pedacito al desgraciado, y él sólo lo había desechado. Escuchó los pasos que se acercaban, y cuando se dio cuenta que era Saunière, estuvo a punto de huir; pero se quedó inmóvil, escuchándolo.

Ya no me interesa hablar contigo —el rencor le exudaba por los poros. ¿Realmente creía que iba a conseguir ablandarla con un discurso tan vacío? Si no hubiera estado tan enojada, se habría reído en su cara. —No me interesan tus prejuicios, no me interesa lo que puedas hacer por mí. Ya dejaste muy en claro tu posición —se sentó y lo enfrentó. —No voy a disculparte, no quiero que me enseñes nada. Eres un miserable, ¿qué podría aprender de ti? ¿Cómo arrastrarme como un gusano? —chasqueó la lengua y contuvo el llanto. Nada deseaba más que herirlo hasta que pensara que no había más opción que el suicidio. —Destrozas todo lo que tocas, te arruinaste a ti mismo, eres una peste en éste planeta. ¡El mundo estaría mejor sin ti! —exclamó, alzando las manos en forma de plegaria. Sabía que estaba exagerando, pero el letrado se había convertido en el principio y en el fin de todos sus odios. Había decidido que en él se resumiría su rencor. —Eres un hipócrita, no te importa mi pasado, no te importa nada más que destruirte. Pues acaba con tu vida de una vez, pero deja de oscurecer la existencia de todos lo que te rodean —se puso de pie de un salto, a pesar del dolor en sus músculos. Lo observó desde su lugar, sintiéndose superior. No tenía derecho, ella tampoco era un ejemplo de vida, y debía admitir que no le molestaba prostituirse, para eso la habían criado.

Se detuvo en su rostro demacrado. Le descubrió más arrugas y líneas de expresión más marcadas, y también vio en sus ojos algo que le parecía increíble: culpa. Estaba verdaderamente arrepentido de lo que le había hecho, de la forma en que la había maltratado, de la falta de tacto y de educación que había tenido para con ella; pero la prostituta era demasiado desconfiada como para hacerle caso, por lo que parpadeó y miró hacia un lado y hacia otro, intentando ignorar lo evidente. Quería irse de allí, le urgía volver a su trabajo y juntar un mínimo de dinero para poder darle a la encargada de burdel. La mujer era cruel y ambiciosa, y no le temblaría el pulso para golpearla hasta hacerla sangrar; era experta en no tocar el rostro, pues era lo que, se suponía, primero veían los clientes, por lo que prefería cuidar su negocio y corregir a sus subordinadas con laceraciones en el cuerpo. Persephone era una buena trabajadora, nunca se cansaba y siempre estaba dispuesta a todo, en muy pocas ocasiones había recibido una tunda por parte de ella, y sólo cuando había decidido que no tenía ganas de que la mujerzuela la continuara humillando, por lo que abandonaba la actitud sumisa y la enfrentaba, algo que la madame odiaba.

Olvídate de ésta noche… —murmuró, agotada. Decidió volver al lado del abogado, ya sin la actitud altanera y agresiva de segundos atrás. —Olvídate lo que te dije de mí, olvídate de mi pedido, olvídate de todo, hagamos de cuenta que nada sucedió —se abrazó las rodillas y apoyó el mentón en ellas. —Ambos somos despojos, Matthieu; ambos estamos relegados, a ambos se nos niegan las cosas buenas de la vida. Pero tú puedes salir adelante, puedes tener cosas mejores, y eres un verdadero imbécil al no darte cuenta —suspiró y lo miró de reojo. —Yo tuve un padre, un muy buen hombre, él también era abogado. Era honrado y culto, creo que tú podrías haber sido igual que él, si no fuera porque eres un maldito bastardo ambicioso —concluyó. Detestaba que las oportunidades se le presentaran a seres como él, que no las valoraban. Persephone ni siquiera tenía una casa, vivía en el prostíbulo, y a veces hasta dormía en la calle; Saunière tenía una casa enorme y estaba descuidada, tenía libros y no los leía, tenía una profesión y no la ejercía. ¡Merecía morir! —Y creo que ha sido tu propia ambición la que te convirtió en esto que eres —dedujo. Volvió a ponerse de pie y le extendió la mano —Vamos, te acompañaré hasta tu casa. Ya estás en condiciones de que nos echemos uno, así me darás dinero por eso y quedarás cansado, mañana ni te acordarás de la resaca —necesitaba la maldita paga, y si bien le producía cierto asco, mucho peor era llegar con las manos vacías.
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