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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Scarlett Duchannes Lun Feb 02, 2015 9:03 pm

La gente puebla la oscuridad con fantasmas, dioses, electrones, cuentos.
La gente imagina y cree: y es esa creencia, esa creencia firme como la roca, la que hace que las cosas sucedan.
Neil Gaiman


Malacoda era un idiota y tener que obedecer todas las ordenes que le diera era un completo martirio para la inquisidora. Las rutinas de Scarlett habían dado un giro completo desde que se le asignara aquello y aunque seguir indicaciones no era el problema, igual no le hacía muy feliz saberse a merced de un vampiro que pocas veces se sabía lo que pensaba. Pensar en él le llevaba inevitablemente a preguntarse que era lo que había hecho mal, que le llevo a merecer aquel castigo del que de ninguna manera podía escapar. El santo padre le había asignado aquella misión de manera personal y desobedecer aquellas ordenes era algo de lo que la inglesa no se daría el lujo. Aunando a eso el hecho de que Malacoda le había advertido también, que la desobediencia a lo que él o los suyos dijera acarrearía la muerte para ella y cualquiera que le importase. Y lo único bueno de todo aquello era que no existía más nadie que le interesara, si moría sería únicamente ella. Que Patrick le hubiera abandonado nuevamente no tenía mucho de malo al final de todo.

Scarlett ya conocía a algunos de los que trabajaban a las ordenes del nuevo papa y eso no solo incluía a Malacoda, su jefe; sino a otros hombres bastante desagradables a quienes tampoco podía negarseles nada. Precisamente ese noche se encontraba en un baile donde ni siquiera sabía que era lo que esperaban encontrar. Malacoda le había dicho que iría como compañera y ayudante de uno de los suyos, un bruto al que ya había visto en algunas ocasiones. Dando ordenes con ese aire de superioridad que todos se cargaban, pero ese sujeto a quien todos llamaban Cagnazzo tenía una sonrisa que de cierta manera molestaba a la inquisidora hasta puntos extremos, solo comparables con la presencia de Târsil y algunos otros inquisidores que se sentían lo mejor de aquellos lugares.

El cuerpo de la inquisidora iba enfundado en un vestido de color verde esmeralda, sus cabellos en un recogido sencillo y su atención en todos los que se encontraban presentes en aquella reunión. Por algún motivo, no conocía a nadie de los que se encontraban ahí y por eso era que su mente le decía que quizás los rumores que corrieran acerca de las intensiones del papa, de las cuales muchos dudaban, pero ella no. La inglesa estaba consciente de que era necesario hacer cambios, sacrificar algunas cosas y dejar de lado a los que se empeñaban en que nada cambiara; para poder avanzar se necesitaba tener la decisión de hacer cosas que no siempre eran lo mejor visto. Como ejemplo de eso, estaba ella misma. La inquisidora entro a aquel circulo oscuro desde el momento en que su madre muriera y aunque aún buscaba venganza, varias cosas habían cambiado en ella y ahora, asesinar y hacer cosas que otras mujeres de su clase no harían, se había vuelto indispensable en su vida. No era capaz de mantenerse alejada, deseaba ser la mejor, quería conseguir los bienes mayores a cualquier costo.

Un suspiro salió de los labios femeninos y su mirada fue a dar a Cagnazzo; aquel sujeto no había dicho nada aun sobre lo que debían hacer en ese lugar y de hecho, ella se sentía más como acompañante trofeo que como parte de lo que fueran a hacer ahí.
– Sigues sin decirme que es lo que haremos aquí – chasqueo la lengua – No conozco a nadie aquí y eso solo hace que me sienta incomoda, así que sirve para algo y dime cual es la finalidad de que venga aquí contigo – los ojos de Scarlett viajaron a un grupo de mujeres que no paraban de reír y mirar en dirección al hombre a su lado – Si tan solo deseabas compañía, puedo irme y estoy segura de que alguna de las mujeres de aquel lado estar deseosa de venir a hacerte compañía – suspiro – Yo tengo mejores cosas que hacer que perder mi tiempo aquí… Malacoda es un tonto por hacerme perder tiempo – y dicho eso cruzo sus brazos. Sus palabras parecían más un monologo, pero estaba harta de todo aquello y por nada del mundo pensaba ir a saludar a gente que no conocía, aunque sobre todo, prefería perder una pierna a tener que bailar con Cagnazzo.


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Mensaje por Cagnazzo Sáb Feb 07, 2015 9:56 pm



La jactancia de la heráldica, la pompa del poder,
Y todo lo que la belleza, lo que la riqueza dio,
Aguardan su hora inevitable: los caminos
De la riqueza también conducen a la tumba.

—Thomas Gray.


Luego de que Malacoda le quitara su diversión molestando a Edric y haciéndole bromas pesadas con la bruja que el vampiro tanto defendía, Cagnazzo había estado lo suficientemente aburrido como para pasearse constantemente por Roma. Malacodo osó con manipular los recuerdos de Alichino y eso no era algo extraño para Cagnazzo, quien ya conocía las jugarretas de su compañero. Mientras que Calcabrina hallaba a Erinnia, él debía permanecer con su labor de Consejero dentro de la logia de Los Custodios. A veces no era tan divertido como parecía, pero el licántropo era un perfecto actor. Hacía semanas que no sabía nada de Belial y era mejor así, aquella mujer tenía un genio terrible y eso para él era algo completamente aburrido y detestable. Aunque a veces disfrutaba molestarla, no podía negarlo. Tenía como deber despertar a Ciriatto, el demonio del tercer círculo del infierno y ese por naturaleza propia siempre había tenido el peor de los genios. Siendo Cagnazzo tan buen orador y contenedor de una actitud impasible, era adecuado que fuese él quien se encargara del despertar de éste último lacayo del Averno.

Una de las tantas tardes que se paseaba por los corredores de San Pedro, conversando con nada más y nada menos que Gian Pietro Caraffa, éste le hizo mención de nuevos miembros dentro de Los Ángeles Custodios. Y para desconfianza de Cagnazzo, resultaban ser inquisidores. El demonio sólo guardó silencio, debatiéndose si era buena idea de que esas personas se unieran a tan clandestino grupo. Claro, el Papa era quien lo lideraba, pero, ¿y eso qué? Había personajes dentro de la misma Iglesia que no simpatizaban con Caraffa e incluso, él mismo los detestaba. Entre ellos estaba el ya fallecido Papa anterior. De quien Malacoda y Malebranche se habían encargado de manera exclusiva. Los Ángeles Custodios se las ingeniaban siempre para poder lograr sus objetivos encarecidamente, sobornando a quienes se les antojara y relacionándose con hombres de poder, sólo para hacerlos perecer y marcar sus almas toda la eternidad. Al fin y al cabo, ellos eran demonios con cuerpos de seres terrenales. Aún así, Helié Seguier, siendo un hombre de pensamiento hábil y Consejero del hombre más poderoso de Roma, sugirió que vigilaría a los nuevos por cuenta propia y mantendría alerta a Malacoda para que no se confiara demasiado, aunque decir eso del vampiro estaba de más. El licántropo lo conocía bastante bien y por eso respetaba sus órdenes.

Resolvió sus asuntos en Toulouse y decidió regresar nuevamente a París, le estaba siguiendo el rastro a un posible alquimista agarthano. Brünnhilde, la única inquisidora en la que podía confiar parcialmente, le dio las pistas necesarias para hallar a aquel hombre. ¿Un Barón? Las cosas no estarían fáciles para Cagnazzo, pues debía ir con cuidado si intentaba acercarse a dicho personaje, aunque ya su ayudante, Brünnhilde lo había hecho valiéndose de sus encantos, pero no era bueno no insistir tanto con demasiadas interrogantes. Helié estaba consciente de que si alguien quería despertar sospechas, preguntaría más de lo usual o se mantendría tiempo innecesario cerca de alguna persona. Por eso, la inquisidora había desaparecido sin más, excusándose de manera brillante. Ahora le tocaba al licántropo acercarse a su objetivo, como lo haría un buen depredador. Era un sujeto suspicaz cuando se trataba de negocios, él mismo manejaba un cargo político importante en la ciudad de Toulouse y para ello se necesitaba de una diplomacia eficaz.

El Palacio Royal no era su favorito, le irritaba un poco estar rodeado de tanta gente ignorante. Pero su misión lo obligaba a estar ahí, era un mandato exclusivo de Malacoda, pues su blanco se hallaría esa noche con otros miembros pertenecientes a su grupo de herejes. Eran miembros de una de las tantas órdenes que se unían a Agartha para protección de sus tesoros, por lo que eran un blanco relativamente fácil. Su líder poseía un fragmento del diario secreto de San Jerónimo y ese era otro de los objetos que perseguían sin cansancio los servidores de Caraffa. Mientras Malacoda resolvía otros asuntos, Cagnazzo debía asistir a la reunión en el Palacio Royal, pero eso no era todo. Iría acompañado por uno de los nuevos miembros de la logia. Una inquisidora llamada Scarlett Seligman. Había coincidido con ella en varias ocasiones, no sabía con certeza si era peor que Belial. Pero si algo aceptaba, era que la inquisidora poseía un porte que al principio le interesó, sin embargo, su carácter lo arruinaba. Aún así terminó por asistir con ella al evento, pues la usaría de carnada, aunque claro, ella no lo sabía.

— ¿Podrías dejar de armar tanto alboroto por nada? Si vas a estar dentro de nuestra logia, al menos aprende a comportarte y a adaptarte a las misiones. No estamos aquí por complacer caprichos, ¿feliz? —Mencionó Cagnazzo con disimulo, empleando un tono de voz bajo para que más nadie sino Scarlett le escuchara. Sus orbes se mantenían fijos en determinadas personas y su semblante continuaba con la rigidez de siempre—. Tú no te irás a ninguna parte, Seligman. Y no, no me interesan las mujeres aquí presentes. No ahora… Tú sólo finge ser buena persona y cierra la boca si sólo vas a quejarte, ¿de acuerdo?

Las palabras de Cagnazzo tenían un aire frívolo, pues él tampoco disfrutaba de estar ahí. No le importaba nada más que su misión y las personas que no pertenecían a su objetivo carecían de importancia. Sujetó con firmeza la cintura de la inquisidora, obligándola a caminar a su lado cuando por fin había decidido acercarse a su presa: Jean-Baptiste Lamarck. El licántropo ya había hecho una minuciosa investigación de aquel hombre, sabía por dónde atacarlo. Hasta se hizo pasar por alguien interesado por sus escritos de historia natural y el hombre había mordido la carnada.

—Buenas noches, Monsieur Lamarck, al fin hemos coincidido. Soy Helié Seguier, el Cónsul de Toulouse… Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que conversamos —Aludió Cagnazzo con su mejor sonrisa y exquisitos modales—. Le presento a mi esposa, Scarlett. Al igual que yo, también admira la ciencia y de seguro debe de estar tan curiosa como yo sobre los nuevos descubrimientos suyos, ¿no es así, cariño?


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Mensaje por Scarlett Duchannes Dom Mar 08, 2015 10:38 pm

Ella no se ajustaba al modelo de esposa
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No le molestaba tener que cumplir ordenes, ella siempre había sido buena en eso. Scarlett siempre estaba entre las inquisidoras capaces de hacer cualquier cosa para conseguir sus objetivos, por eso era que no le gustaba no estar del  todo informada sobre lo que se llevaría a cabo. La carencia de información siempre era, desde su punto de vista, el origen de las fallas en las misiones y lo ultimo que ella deseaba era fallar en algo que suponía era de suma importancia. Suspiro pesadamente después de haber cuestionado a Cagnazzo y la respuesta inicial a sus preguntas, fue el silencio.

¿Qué se creía aquel hombre? Sabía ella que era parte de sus superiores, de aquellos a quienes debía ayudar a toda costa. Eran sus ordenes si, pero también ella había aceptado estar en aquel grupo. Nadie le obligo a decir que si aceptaba a ayudar a todos aquellos que tenían grandes planes para lo que era el futuro, así que no le quedaba más opción que aceptar y acatar las ordenes. Aun así, por algún motivo, podía acatar las ordenes y presencia de la mayoría, menos la de Cagnazzo. No conocer la razón exacta le irritaba aún más y cuando la voz masculina respondo a sus dudas, la ceja de la inquisidora se enarco en descontento y miro en dirección al licántropo.
No estoy armando tanto alboroto, estoy simplemente preguntando lo que creo que es justo y necesario que sepa. Tampoco he venido a ser simplemente una acompañante que no sabe ni hace nada – rodó los ojos al escucharle decir que debía adaptarse a las misiones. Nunca había tenido dificultades respecto a ese punto, únicamente las tenia con él – No estoy haciendo caprichos, pero quiero dejar de parecer tan inútil – su mirada fue nuevamente en dirección a las mujeres que no dejaban de observar a su acompañante y suspiro – Si no sé las cosas, me siento como el grupo de mujeres que no deja de mirarte. Y yo no soy tan inútil como ellas – puntualizo entonces antes de que volviera a recibir algo parecido a una sermón por parte de Cagnazzo, a lo que termino por asentir y después confirmar con palabras – Esta bien, no voy a ir a ningún lado y haré todo lo que me pidas – le miro de reojo – sere buena persona – su tono de voz era más una burla que cualquier otra cosa, pero no pudo evitar que fuera de ese modo.

Un nuevo silencio se formo entre ambos y la inglesa se mantuvo firme en su lugar. Debía enfocarse en que no estaba en aquel lugar por Cagnazzo, sino para lograr algo que era de vital importancia para el grupo al que ahora perteneciera, así que, por más que pudiera detestar a aquel hombre  y su presencia, debía actuar de la mejor manera posible.

Cuando la mano masculina le sujeto de la cintura, no dijo palabra alguna. De hecho, le resulto divertido que algunas de las mujeres que antes lo observaban dejaran de hacerlo pero eso no era lo importante, sino en lo que Scarlett debía centrarse era que habían comenzado a moverse y el momento de actuar como “una buena persona” había llegado. Mientras era guiada por el licántropo, una sonrisa apareció en sus labios y eso le hacía lucir menos dura que en otras ocasiones. Ella no solía sonreír cuando se encontraba en misiones de la inquisición, únicamente solía hacerlo cuando se encontraba fuera de su papel de inquisidora, pero en aquella situación, era indispensable que actuara como la mujer que era fuera de los cuarteles y aún así, siguiera manteniendo en la mente que su objetivo era ayudar a Cagnazzo.

Llegaron entonces hasta un grupo de personas y el licántropo se dirigió de manera directa a uno de ellos. El apellido que mencionaba era Lamarck así que finalmente sabía detrás de quien iban. La sonrisa se mantuvo en su rostro cuando las presentaciones eran hechas pero entonces, sucedió algo que le hizo perder la sonrisa unos segundos. Aquel maldito demonio se atreva a presentarla como esposa suya y por supuesto, ella no podía desmentir aquello así que no le quedaba más opción que seguir con aquel juego que seguramente Cagnazzo llevaba a cabo únicamente para fastidiarla, pues bien podía haberla presentado simplemente como una acompañante, conocida o cualquier otra cosa. Scarlett acerco más su cuerpo al masculino y le miro unos segundos antes de observar al hombre aquel a quien antes se dirigiese él.
Es un placer conocerle finalmente, mi esposo no deja de hablar de todo lo que logrado usted descubrir. Esta fascinado con sus investigaciones – volvió a mirar al licántropo – Bueno, de hecho, tal como Helié lo dice, ambos estamos interesados en saber sobre los avances que ha tenido pero he de decir que yo soy mucho más curiosa de que mi esposo con respecto a ciencia y me encantaría poder escuchar más de los descubrimientos directamente de la fuente de ellos – la sonrisa en el rostro de Scarlett se mantenía realista, mientras que por dentro tenía unas inmensas ganas de golpear al idiota que llevaba como acompañante.


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