Una tarde curiosa (Privado)

Kaysa tuvo mucho trabajo durante el transcurso de aquellos días. Le tocó además avanzar en su aprendizaje, lo que no le dejó apenas un solo momento de descanso. Eso era estresante, pero también tranquilizador, aunque fuese sólo en parte. Hacer cosas sin parar impedía que uno se pudiera parar a pensar demasiado rato en cosas que no estuviesen relacionadas con el trabajo. Por algo decían eso de que el ocio era cosa del demonio, o algo así, no recordaba cómo era el refrán exactamente. Pero lo conocía, y le servía.

Sobre todo le permitía no pensar en lo que veía, ni en lo que escuchaba. No tenía que ponerse a pensar en aquella voz que le hacía cuestionar su cordura, ni en aquellas pesadillas que tanto le aterrorizaban, aunque no quisiera admitirlo. Sospechaba lo que era, en su fuero interno sabía realmente a lo que se enfrentaba, pero eso era algo que tampoco quería admitir en ello. Hablar, e incluso pensar en ello, le daría forma y nombre al problema. Eso lo sabía mejor que nadie. Así que lo mejor era trabajar sin parar, avanzar en todo lo que tenía por delante y así ya de paso ir adelantando para poder llegar a lo que importaba.

Su trabajo de artista callejera le había dejado una buena cantidad de dinero, por lo que se había permitido el lujo de aparcarlo un poco, para poder centrarse en otras cosas. Aparcarlo, que no dejarlo, por lo menos hacía siete actuaciones por semana. Pero estaba más centrada en los demás. Los talismanes mágicos eran algo que le trajeron quebraderos de cabeza desde el principio. Su tutora le había dado una información bastante detallada sobre ellos, ¡pero eran tan complicados! Le llevaría toda la vida aprenderlo. Así que decidió tomar por el camino fácil y aprenderse lo que considerase más útil.

Y eso hizo. Fabricó unos cuantos talismanes con formas especiales. Incluso se hizo uno para ella. El suyo era un broche de oro con una esmeralda incrustada dentro. El poder estaba dentro de la esmeralda. Un pequeño trozo de magia que hacía que brillara. Un pequeño efecto óptico para crear una bonita joya que llevaras para pensar que vas a tener mejor suerte. Puede que la tuviera, pero eso no estaba garantizado.
Tenía otros más complicados, y en eso estaba trabajando en ese momento, en su puesto en la tienda. Vendía cosas, sí, pero no todas las cosas que hacía ella misma. Eso no podía ser, había artículos que no podían ser expuestos a la vista del público, y menos con la Inquisición tan cerca. Así que se limitaba a poner esas pequeñas cosas que despiertan la superstición del pueblo, baratijas que supuestamente traen la buena fortuna, esculturas de gatitos, de leones y de bebés. Incluso había comida. Ponía un poco de fruta de la que le sobraba para poder ganar un poco más.

No podía permitir que recordaran su cara cuando vendía. Solamente debían reconocerla cuando cantaba, ése era el único trabajo que ella quería que le conocieran. Para el resto de trabajillos se escondía bajo una falsa identidad. En este caso había dejado a un lado el tinte negro que se ponía, dejando libre su natural pelo lila oscuro, se había bebido una poción que le había cambiado los ojos, que pasaron del azul al verde y se puso una trenza. Incluso tenía un pequeño velo para taparse la cara, pero no era muy tupido, por lo que se podía ver su rostro falso perfectamente.

A esa hora de la tarde estaba ocupada reorganizando su pequeño puesto. Estaba tan centrada que no se fijó en la silueta que apareció y desapareció detrás de ella. Kaysa se estremeció, sintió el frío pero no hizo nada más, no podía hacerlo, así que siguió trabajando.  Pero entonces escuchó la voz de su hermana.

-Puedo verlo todo...