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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Sara Ascarlani Dom Dic 05, 2010 9:24 pm

Cada día se hacía mucho más famoso el prestigioso conservatorio Ascarlani, su directora y fundadora, Sara, recorrió todo el mundo para colocar a los mejores maestros de aquella época y hacer de su institución un lugar mágico, donde al entrar, se convierte todo su alrededor en un emporio místico y desbordante de arte puro, desde el más sublime lienzo endulzado con óleos pasteles, hasta una pequeña flauta de madera que adornaba sutilmente las paredes del gran auditorio donde se hacían las presentaciones y conciertos de los mismos maestros. Cada detalle era una línea de experiencia, sacado de muchas doctrinas y frenesí musical, se dice que mandó a construir el conservatorio de una manera estratégica para que cada rincón resonara cada vez que tocara su instrumento, retumbando con la vibración de sus cuerdas los corredores. Era un ocaso como cualquier otro, las hojas de otoño caían armoniosamente sobre el suelo apedreado del patio principal y Sara se encontraba allí, escuchando el sonido del silencio que había en ese lugar en estos momentos, descansaba unos minutos antes de una visita importante que se aproximaba, la realeza de Inglaterra venía a hacer algunos negocios para un posible concierto de Cello.

-Algún día podré tocar el sonido del viento con mi instrumento- pensaba deleitada con el viento que dibujaba sus líneas con su cabello que ondeaba a su mismo son, cerró sus ojos y se recostó sobre la banquilla, cruzando sus piernas y brazos, esperando su amado anochecer, a lo lejos se escuchaban los estudiantes que se encerraban en los claustros a tocar sus instrumentos, mayormente, un joven prodigio pianista que estaba a punto de graduarse, uno de los orgullos de Sara, disfrutaba muchísimo escuchar cómo se aventuraba a explorar las escalas y hacer su obra maestra. Uno de los guardas del conservatorio se acercó rápidamente hasta su banquillo haciendo una sutil venia -Lamento interrumpirla Madeimoselle, han llegado- Ella abrió sus ojos lentamente, incorporándose, levantándose del banquillo, sonrió amablemente –Grazie Leonardo, estaré inmediatamente con ellos, hágalos pasar y llévelos al salón de conciertos, dígale a alguna de las sirvientes que los atienda con una copa del vino que deseen, per favore, yo me iré a preparar- Leonardo asentó atento y esperó que Sara desapareciera bajo las sombras del corredor que daba a su oficina personal, se dio la vuelta y acató sus ordenes inmediatamente, el hombre se acercó al portón del conservatorio, mientras Sara llegando a su oficina, se tomaba su tiempo para una cita protocolaria más.



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Mensaje por Isaura Blackraven Dom Dic 05, 2010 10:57 pm

En mis recuerdos todavía sonaban las melodías que mi madre, de manera magistral, reproducía en el maravilloso piano de la residencia Blackraven, en Cornwall. Su arte había llegado a los salones más prestigiosos de Inglaterra, la magia de sus largos, finos y delicados dedos alcanzó los privilegiados oídos de las altas castas. Una ocasión escuché a mi padre decir que “su figura de Diosa pagana irradiando notas musicales” lo enamoraban constantemente. Heredé su don, o eso decían, desde muy pequeña, mi progenitora se había encargado de mis clases junto a la Señora Lemacks, mi institutriz, las dos mujeres más importantes que tenía. Con la muerte de mis padres, nunca más volví a tocar, y lo intenté, pero sólo lograba recordar las figuras de ellos tendidas en una calle y los caudales de sangre desbordando de las heridas cortantes. El sonido de la tragedia era lo que conseguía traer a mi memoria, y terminé abandonando aquello que me había conectado a la persona que me había dado la vida. Sin embargo, el haber llegado a París había sido un cambio radical en mi estructura, y el instrumento, casi sin usar, que el palacete del abuelo lucía en una de las salas de tertulia, había acabado por tentarme y caí en el influjo que sus blancuzcas teclas emanaban.

Con el correr de los meses, en los fríos atardeceres franceses, comencé a internarme en las profundidades de las paredes en compañía de las amarillentas partituras y de mis fieles canes, quienes se habían convertido en mis mejores amigos. Las horas corrían y el vaivén de emociones fluían a través de las extremidades, mi cabeza iba al son de la música y mis ojos se mantenían cerrados. Siempre mantenía la misma postura, mera costumbre o herencia, podría llamarse de la manera que más cómodo hiciese sentir. La Señora Lemacks, mi institutriz, no tuvo mejor idea que organizar una pequeña comitiva para que fuera con nosotras a recorrer tanto la ciudad como el Conservatorio Ascarlani. El ama de llaves, dos empleadas manumitidas, otra de las encargadas de mi imagen, y dos mujeres de la alta sociedad con las cuales habían hecho migas, conformaban el pequeño grupo. Yo no era nada adepta a los congregaciones, se suponía que las caminatas las hacía para relajarme y abstenerme de las molestas formalidades y apariencias, pero ese día sería inusual, como todos desde que me encontraba en la flamante ciudad de las luces.

Dentro de la nueva etapa como pianista amateur, había descubierto el placer que infundaba el dirigirme al Conservatorio, no a tomar clases, si no, a deleitarme con tanto talento, tanta pasión, tanto sentimiento. Logré librarme de quienes habían compartido el paseo conmigo y me dispuse a recorrer los pasillos. Al ocaso, que admiraba desde uno de los ventanales, fui sorprendida con algo que jamás se había cruzado por mi razón. Una de las estudiantes, una joven que supe cruzar en algún que otro evento, de manera amable y con un destello de picardía en su mirada, me invitó a tocar junto a ella, en un dueto que había escrito recientemente. Juzgué inapropiado el aceptar, yo sólo era una espectadora, ningún derecho me avalaba para aventurarme a tal acción, pero la insistencia de la señorita pudo más que mis propios principios.

Entré a una de las aulas y el aroma a barniz mezclado con algún incienso me incitó a inspirar profundo, para copar mis fosas nasales del delicioso perfume entre dulce y seco. Pasé mi dedo índice por uno de los muebles, delineando las figuras que se garabateaban en su textura. Rocé con las yemas las cortinas, una tela suave, hubiera jurado eran un producto local, París se jactaba de tener fantásticos artículos, y más cuando de decoración se trataba. Centré mi atención en la espléndida araña de oro que colgaba del techo y me hice sombra con una de mis manos para contar cuántos brazos poseía, pero la voz fina y gangosa de la muchacha rompió ese instante. Suspiré con resignación y me dirigí hacia donde la fémina esperaba sentada y con una sonrisa exagerada en sus labios. Al sentarme, me acomodé el atuendo de color bordó y me quité los guantes negros, dejándolos a un costado del instrumento. La dama se levantó de pronto y me pidió que la esperara, que iba por un abrigo. La figura cruzó el umbral y me tomó sólo unos segundos el comenzar a dibujar figuras musicales que venían a mí. Imaginaba el lejano canto de los pájaros que se acomodaban en sus nidos, armonizados con el piano, que lucía sus cuerdas inquietas al compás que les marcaba.


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Mensaje por Sara Ascarlani Lun Dic 06, 2010 2:37 pm

Los guardas se encontraban en el portón del conservatorio, el desplego de soldados era magnífico, la visita de la corona inglesa llenaba de mucho más prestigio a la institución, Leonardo quien estaba a cargo de toda la logística al llegar, se colocó en la entrada, mientras esperaba que el carruaje perdiera velocidad hasta quedar en la puerta principal. La carroza era azul cielo y los adornos eran sublimes, una obra de arte más, los corceles eran blancos, su pelaje era frondoso y brillante, Leonardo se deslumbró por la belleza que llevaba un simple carruaje. Se abrieron las puertas e inmediatamente dos guardas se aproximaron para ayudar a los reyes a bajarse del coche, junto con una joven duquesa que los acompañaba y su institutriz. Con una leve venia, Leonardo los saludó con todo el respeto que se merecía -Su majestad- Se incorporó sutilmente y sonríe ampliamente -Benvenuti al Conservatorio di Arti Ascarlani- Los reyes asintieron amablemente –Il mio nome è Leonardo Cacciatore para servirle, los guiaré hasta el gran salón donde se encontrarán con su majestad condesa Sara Ascarlani- Al decir esto, Leonardo los deja pasar y los acompaña hasta el salón pero la duquesa tenía otros planes, en su deslumbrante gusto por la música, e hipnotizada por los detalles que adornaban los corredores del conservatorio, se desvió del camino de los reyes para seguir su propia vía. Leonardo distraído con los reyes no se dio cuenta de la desaparición de la condesa y los dirigió al salón –Hemos llegado sus majestades, permítame abrir el gran portón- El portón se abre con aquel sonido rechinante y poco a poco se lograba ver las paredes marmoladas y el gran tapete rojo que cubría el embaldosado de la entrada del gran salón de concierto -Pueden seguir y tomar asiento- Chasquea sus dedos y dos sirvientes aparecen -Atiéndanlos en todo lo que necesiten Cappici?- Los sirvientes asienten y entran al salón con los reyes. Mientras tanto, Leonardo se queda en el portón esperando por Sara Ascarlani –En unos momentos bajará- Musita algo nervioso. De repente, uno de los guardas se acerca a Leonardo algo preocupado –Signore, la duquesa que iba con los reyes ha desaparecido- Sus ojos se tornan perlados y los abre encandilado -¡¿Pero como que desapareció?! – Sus ojos parecían volcanes pero trató de manejar la calma, los reyes lograron escuchar el comentario de Leonardo y el rey se levantó rápidamente -¿Quién desapareció?- Mira a su alrededor -¡¿Dónde está Isaura?! ¡Exijo que aparezca inmediatamente!- Leonardo sintió que una corriente helada bajaba por su espalda quedando petrificado al escuchar la voz colérica del rey –La condesa me matará por esto- Pensaba mientras tanto – ¿De-desaparecida? ¡Ha! Su majestad nadie ha... Desaparecido, la joven Isaura Em... solo… solo se fue al patio principal a ver las aulas de.. Em... ¡los estudiantes! Si… Pero no se preocupe, inmediatamente la mandaré a llamar para… No causarle más, problemas, discúlpenos per favore- Titubeaba, sus manos le temblaban y comenzó a sudar a cantaros – ¿Por el patio a estas horas? … Esa joven causante de problemas… Llámenla inmediatamente, quiero que escuche a la condesa- Dice el rey más calmado pero aún autoritario y se sienta nuevamente en su sillón – Si… Por supuesto su majestad, enseguida le mando a llamar- Sale casi corriendo del salón y jala al guarda por la oreja -¡Pero qué incompetencia! ¡¿Cómo dejaron escapar a una duquesa?! Tu sei completamente pazzo, così ti ammazzo, stupido!- El guarda no sabía que responder, estaba estático -¡¿Esperas instrucciones?! ¡Ve y encuéntrala antes que Madame Ascarlani se entere!, ¡Andiamo!- El guarda asiente un poco loco con el regaño que había recibido y fue a buscar a la Duquesa por cada rincón del conservatorio junto con otros dos guardas, Leonardo respira profundamente y vuelve al salón sonriente y nervioso –Ya viene en camino su majestad- El temía por su vida, Sara era muy estricta con las visitas y si ella se enteraba de la duquesa, su cabeza terminaría en los valles abandonados de París.

Mientras tanto, Sara Ascarlani en su oficina se preparaba para los reyes que se encontraban en el salón, estaba sentada en su muy cómoda silla retocando unas partituras que iba a presentarles –Un bemol acá y todo está listo, una obra de arte- alzó su partitura y la observaba como si fuese su más preciado objeto, como si hubiese dado a luz su primer hijo, cada hoja era un retazo de sentimiento y pasión que ha sido posible poder escribirlo con solo líneas y figuras musicales. Deja las hojas en su escritorio y rueda su silla hasta la ventana que tenía detrás, donde se veía todo el paisaje parisino que le servía muchas veces de Musa, el sol ya se había escondido completamente y la luna salía de su descanso matutino, los lobos se escuchaban a lo lejos aullar como un cántico nostálgico, donde la madre luna se postraba en lo más alto de los cielos para velar por sus hijos que lloraban por un poco de su amor. Se hacía más tarde así que debía ir al salón, así que se levanta delicadamente de su silla y se arregla un poco su vestido, recobrando su postura imponente y elegante, toma sus partituras y sale lentamente por el portón de su oficina. Los candelabros se habían encendido dándoles una tenue luz a los corredores, ella caminaba con la mirada fija pasando sus finos y largos dedos sobre las paredes, de repente una joven estudiante salía de un pequeño salón, se cruzaron sus miradas y ella le hizo una pequeña venia –Madame Ascarlani- Ella asentó y siguió su camino hasta llegar al salón, para su sorpresa, se encontró a una joven observando el piano de cola que estaba allí (sin saber que era la duquesa) con ese amor que hace mucho tiempo no veía en los ojos de alguien, se quedó de pie sonriente observándola como sus manos se movían solas añorando poder tocarlo -Andiamo, hágale caso a su corazón signorina, levantese y toque algo- Musitó observándola, mientras se apoyaba en el marco de la puerta.



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Mensaje por Isaura Blackraven Mar Dic 07, 2010 7:08 am

La acústica del salón era espléndida, las notas llegaban a cada rincón y retumbaban en mis oídos, dándome una placentera melodía surgida de la imaginación o por lo menos eso creía, quizá haya sido una de las tantas que escuché de mi madre y no lo recordaba. Tambaleaba mi cabeza al ritmo y mordía mi labio inferior, concentrándome sólo en lo que mis dedos generaban con su tacto. La atmósfera que se creaba a medida que la luz decaía, lejos de ser lúgubre, era cálida, ayudaba a mantener los sentidos atentos y al mismo tiempo abstraídos. Por un momento recordé que me encontraba allí por una visita formal en compañía de los reyes, grandes amigos de mi abuelo, que estaban de visita en París y que habían tenido la deferencia de visitarme y hacerme su invitada en sus paseos de rigor, pero simplemente, ese día, tenía deseos de estar sola. Tanto ellos como la Señora Lemacks arremeterían en mi contra una vez que fuera encontrada de esa travesura, de esas que me daba el lujo de hacer sin ánimos de mala intención, sólo surgían y era como si una fuerza superior me incitara a cumplirlas, a perderme en mis pensamientos y dejar de mis pies y mi imaginación volaran sin conocer de límites, así era como terminaba en problemas, pero desde que la razón me acompañaba había sido de esa manera. Más de un dolor de cabeza les había dado a mis padres cuando me perdía en alguna de las extensiones de campo, sin contar al abuelo, quien solía exagerar bastante las cuestiones. Y en Francia también había hecho de las mías, y no podía decir que todas habían sido buenas experiencias.

Una voz me sobresaltó y me detuve en seco, quedando más o menos petrificada. Se había terminado la aventura y ahora vendría el regaño. A pesar que el tono que emplearon para hablarme había sido cálido, y hasta se podría decir que en él había un deje de nostalgia y soledad, era sumamente intuitiva y gracias a las enseñanzas recibidas adquirí la capacidad de ver un poco más allá de lo que se mostraba. Era una voz femenina, de eso no quedaban dudas, y si bien me alentó a continuar, no tuve el coraje para seguir, todo lo contrario, me puse de pie rápidamente y volteé con lentitud. Me encontré con su figura apoyada en el marco de la puerta, parecía una verdadera deidad, bella y elegante, como esas musas que sólo podían ser captadas en pinturas irreales, que surgían de la fantasía y no de una noción lógica de la existencia. Había pocas mujeres como ella, me dije, y con nerviosismo miré hacia un costado, donde encontré mi pequeño bolso y lo tomé casi con arrebato. Una de mis manos pasó por el costado de mi cabello en un gesto inquieto, acomodando uno de los bucles que se habían desprendido del tocado por el bailoteo que había suscitado hasta hacía pocos segundos atrás. Luego, mis ojos se posaron nuevamente en la dama y la estudiaron con detenimiento, era joven y al mismo tiempo, en sus retinas, se veía tatuado el sufrimiento, ¿qué pena la aquejaba? Me regañé mentalmente por querer entrometerme en asuntos que no eran de mi incumbencia, pero, sinceramente, la tristeza que había en su alma me había conmovido.

Me adelanté a paso lento hasta quedar frente a ella y le sonreí más por cortesía e incomodidad que por simpatía —Disculpe la intromisión, me vi tentada ante tan fantástico instrumento —mis mejillas se tiñeron de un rubor notable, de esos que no pueden disimularse con sólo agachar la cabeza, tal como había hecho en ese momento. Recobré la compostura y estiré mi mano —Isaura Blackraven, un placer —me presenté y la expectativa creció, esperando que contestara el saludo. Ella despertaba en mi un sentimiento diferente, una curiosidad injustificada. Quizá eran sus facciones o su hablar, era italiana, era innegable. A lo largo de mi corta vida, había tenido la posibilidad de departir con muchos oriundos de ese país, gente muy culta, romántica, artística, eufórica, pasional y sanguínea. Todo lo contrario a lo que estaba acostumbrada, el formalismo inglés y ante todo, la cordura, aunque papá había sido la excepción a todo eso. Él, con su sangre bastarda, mezcla de quien sabe cuántas culturas, había sido poseedor de la personalidad más maravillosa que había conocido, no hubo, ni habría otro así.

El día entero había sido de lo más atípico. Desde que había despertado, hasta ese preciso momento, en que la mujer estaba delante de mí, con sus modales y elegancia dignos de una dama de alta sociedad, el recuerdo de quienes me habían traído al mundo se mantuvo intacto durante el correr de las horas. Los había encontrado en todas y cada una de las actividades, los sentía más presentes que nunca. Tal vez era obra de la soledad o simplemente la nostalgia de una infancia feliz y de un presente que se presentaba nefasto. Era la añoranza de que todo pasado fue mejor y ¿la esperanza de que lo mejor está por venir? No lo sabía con certeza, pero la fe en que todo daría un vuelco a mi favor, estaba intacta aunque el destino se ensañara es quebrantar mi voluntad. Sin embargo, la sangre irlandesa de parte materna y la que estaba impregnada en mi apellido, me volvían alguien constante y dispuesta a todo con el único fin de ¿encontrar la felicidad?


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Mensaje por Sara Ascarlani Dom Dic 12, 2010 7:22 pm

Muchas personas en la ciudad de París se embelesaban solo al pasar cerca del fino conservatorio que emanaba sonido así esté con sus puertas cerradas, la magia que producía era hipnotizante, maravillosa, Sara se encantaba de ver como los jóvenes se acercaban a este para untarse un poco de las ondas artísticas que corría en todo el lugar, y al observar como la bella y joven mujer quedaba con esa misma expresión de cautivación, se enternecia, siempre quien ha de amar el arte, tiene al menos la mínima atención de Sara Ascarlani. Estaba de pie, esperando que la joven se levantase y tocase algo para ella, aun sabía que la esperaban en el salón, pero unos minutos no causará una guerra. Ella se levantó delicadamente de la silla y se acercó hacia Sara quedando frente a frente, ella sonríe y se aleja del marco de la puerta, un poco más cómoda, la joven bajó su rostro, y sus mejillas sonrojaron levemente, Sara, sin emitir sonido alguno, quedó frente a ella, y esta misma se incorpora y le tiende su delicada mano. -¿Blackraven?- Tendió su mano, apretando la suya delicadamente -El gusto es mio Signorina, Il mio nome è Sara... Sara Ascarlani- Sonrie de lado y da unos pasos hasta entrar al salón donde estaba aquel piano que la había embelesado. -Blackraven... Debes ser de la realeza de Inglaterra- Caminaba lentamente paseando sus gélidas manos sobre la tapa del piano y se da la vuelta hasta mirarla nuevamente -¿Que hace en las Aulas, y no en el salón, donde debería estar Signorina?- Se torna un poco seria aunque en el fondo podía ver el alma aventurera de la joven mujer que en cierto modo le agradaba -¿Como llegó hasta aqui?- Se quedó de pie, y posó una de sus manos en su cadera, observandola altiva esperando por una respuesta.

Mientras tanto, Leonardo en el salón, completamente aterrado de toda la situación, esperaba ansioso por la respuesta de los otros guardas, preferiblemente con la duquesa acompañandolos, los segundos se le hacían eternos, como si los segundos retrocedieran, la sugestión acababa lentamente con la poca cordura que le quedaba en esos instantes. -Sono rovinato, Madame Sara me aniquilará, si... Mi cabeza será parte de su colección de presas, acabará conmigo lentamente, tomará de mi sangre y lo disfrutará... ¡No quiero morir! Siempre quise una esposa e hijos, mi vida se acabó esta noche...¡Oh, la agonía.!- Casi en un ataque de pánico, pensaba constantemente, no podía hacer nada, solo esperar. Los otros dos guardas estaban cerca del aula donde se encontraba Sara e Isaura, su desespero era alucinante, el tener que lidiar con la presión de Leonardo y la desaparicion de la Duquesa de inglaterra los había descontrolado, caminaban rápidamente por los corredores, los candiles parecían infinitos, y al final del camino ellos lograron escuchar unas voces, pero les sorprendió que no haya sido una sola voz. Estos sin dudarlo empezaron a correr hasta llegar cerca del Aula pero inmediatamente sus cuerpos se congelaron y tornaron asustadizos, uno de ellos tragó en seco y miró al otro -Madame Ascarlani está allí dentro- Cerró sus ojos y respiró profundamente, el otro carraspeó su garganta y se colocó firme, acomodando su traje y su sombrero -Debemos hacer nuestro trabajo- Ambos se dirigieron hasta la puerta del salón donde se encontraba Sara e Isaura, ellos las observaron e inmediatamente hicieron una venia -Madame Ascarlani, Madame Blackraven- Sara los observó y enarcó su ceja, se había dado cuenta de lo que estaba pasando, miró de reojo a Isaura y se dirigió lentamente hacia los guardas -¿Que hacen aqui? ... ¿No deberían estar atendiendo a los Reyes?- Los guardas dieron un paso atrás -Signore Leonardo nos pidió que revisaramos el conservatorio, pensó que Madame Blackraven se había perdido porque en el pequeño tour que les hizo a ella y los reyes ella desapareció- Contesto uno de ellos esperando que Sara los reprenda. Sin embargo, ella cerró sus ojos y se dio la vuelta, mirando de nuevo a Isaura, -Regresen a su posición, yo iré con ella... Andiamo- Los guardas se miraron fíjamente y asentaron levemente -Enseguida Madame- Hicieron una venia de vuelta y se dirigieron de nuevo hasta el salón principal



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Mensaje por Isaura Blackraven Lun Dic 27, 2010 9:01 pm

Miss Ascarlani representaba el estereotipo de mujer, que el mal llamado sexo débil, necesitaba para abrirse paso en una sociedad en extremo machista, ignorante y denigrante. Una sociedad que no valoraba a las damas y que sólo las veía como objetos de adorno, para criar a los hijos, conversar banalidades, y en el peor de los casos, satisfacer los bajos instintos que todo ser humano posee por el sólo hecho de ser lo que es: una unidad de cuerpo y alma, un cúmulo de defectos y virtudes. Lady Sara, con su sola presencia, imponía la reivindicación de las féminas, y se convertía en una especie de princesa guerrera. Los temores que surgieron al principio se fueron disipando a medida que la habitación se llenaba de la esencia de la dueña del Conservatorio, y el tacto con su delicada mano despertó un brillo en mis ojos. ¿Cómo era posible que alguien a quien sólo conocía de nombre y que acababa de presentarse ante mí, transmitiera esa empatía tan particular? El abuelo Alexander me había enseñado a no juzgar sin tratar previamente a las personas, pero también, que debía dejarme guiar por mi percepción. —Duquesa de Germeraux —comenté con timidez mientras observaba su pálida mano recorrer con elegancia el maravilloso instrumento. Cuando su mirada volvió a mí y las preguntas se aglomeraron en sus labios un sinfín de respuestas carentes de sentido surgieron espontáneamente, sin embargo, no podía permitirme una desvergüenza ante ella y recuperé el porte hidalgo y aclaré mi garganta con disimulo —Usted mejor que nadie debe saber la magia que emana de este sitio —y el destello en mis ojos se intensificó, provocando que la soltura por fin llegara —y no pude resistirme a… —y la frase se cortó cuando los guardias irrumpieron en el salón.

En la expresión de ambos hombres se notaba la intranquilidad. Respondí con un asentimiento al saludo de los escoltas, que estaba más que claro me buscaban. Me lamenté que la conversación con la dueña del edificio se interrumpiera de esa manera tan intempestiva y de manera tan inconveniente, cuando había logrado retomar las riendas de mis propios nervios. Las miradas de los presentes se dirigieron a mí, cuando las palabras mencionadas con premura me responsabilizaban de la revolución que en esos momentos se suscitaba en el interior del Conservatorio. Oculté la sonrisa traviesa y pensé que había quebrantado la monotonía de la que últimamente era presa. Miss Ascarlani se encargó de los vigilantes, que hicieron el saludo de rigor y acataron la orden a toda prisa. Era inminente el respeto y la cautela que imponía la mujer, lo que la volvía mucho más interesante aún. Me percaté de que la luminosidad del aula había disminuido notablemente con la caída del manto nocturno, y que los sonidos del exterior llegaban con intermitencia, extinguiéndose rápidamente. Era el horario en que la actividad comercial finalizaba y en los hogares se prendían las velas que harían de compañía en la cena. Supuse que en cualquier momento, una empleada del lugar, llegaría para encender los cirios de la araña que colgaba del techo. El silencio era un privilegio en una época tan revolucionada, donde los murmullos llegaban a los oídos y surcaban las calles. Sin dudas, la ausencia de sonido que estábamos experimentando, lejos de ser incómoda, se volvía afable y actuaba como un tranquilizante para la adrenalina que me provocaba el saberme en falta.—Lamento mucho el haber causado tantas molestias a sus trabajadores. Compensaré el error cometido —las disculpas fueron sinceras. Mantuve mi mirada fija en ella y esperé con expectativa la respuesta de la dama, debía estar disgustada por las atribuciones que me había tomado. Seguramente pensaba en lo pésima de la idea de tenerme como visitante.


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Mensaje por Sara Ascarlani Vie Feb 04, 2011 8:45 pm

La realeza de inglaterra se caracterizaba por su disciplina inquisidora, su perfeccionismo abrumaba, y ni qué decir sobre la etiqueta y el buen nombre, Sara extrañada del suceso, su duquesa escabullida en uno de los salones mas apartados del inmenso conservatorio, seguramente la joven dama actuó con buena fe y valentía o seguramente estaba cometiendo una estupidez, sin embargo Sara entendía que la pasión por el arte y la buena música iba más allá de las reglas estipuladas por un imperio magnificente, cuando la sangre hierve y el corazón late rápidamente, no existe poder en el universo que pueda controlarlo. La joven duquesa destilaba ansiedad y temor, Sara, sin colaborar a su calma, no disimuló su ira a tal acto tan negligente de sus guardas, no toleraba el más mínimo desacato o actos indisciplinarios en su conservatorio. Sus ojos permanecían cerrados, inertes, esperó que disipara el zapateo de las botas de sus guardas que se dirigían al salón para así quedar a solas con la joven y particular duquesa, suspiró lentamente para así calmar la ira que llevaba dentro de sus pensamientos. -Cuando cae la noche y las sombras cubren los rincones del conservatorio, criaturas bestiales se hospedan cerca de las paredes marmoladas de los salones que guardan en silencio las sonatas y cánticos que fueron interpretados durante el día, para poder apaciguar su alma doliente y desconsolada, criaturas que pueden incluso, acabar con su propia vida. El peligro acecha en todas partes Signorina Blackraven, y a pesar de su amor por el arte...- Abre sus ojos y la mira fijamente, luego se da la vuelta sutilmente dejando el rastro de su olor en el camino que dibujaba las ondas de su achocolatado cabello y susurra -pueden alimentarse de su sangre mortal-
Se acerca al marco del portón, posa su mano sobre el sutilmente y ladea su rostro, la joven estaba estática escuchando las palabras poco alentadoras de Sara y al mismo tiempo, admiraba de reojo las finas decoraciones del piano de cola que desde un principio la había conmovido. -Hace muchos siglos no veía tal pasión en los ojos de una joven- Musitó, -Y aún sabiendo que los reyes estan esperando por usted, no se ha movido de su puesto desde que me vio entrar, se hace tarde signorina, pero primero...- Se voltea y la mira fijamente con una sutil sonrisa dibujada en su rostro -Quiero que toque... Si, quiero que se adueñe del instrumento, quiero que usted me demuestre con hechos que este espectáculo de indisciplina tiene un precio favorable, compre mi silencio, y si me conmueve, la defenderé frente a los reyes-

La neblina fue disipando la escena que protagonizaba Sara y la signorina Blackraven, transportandose al gran salón donde se encontraban los reyes de inglaterra, la espera se hacía eterna, Leonardo ya no sabía que hacer para distraerlos, miles de excusas, sus esperanzas ya habían desaparecido, aseguraba su muerte. De repente, el zapateo de los guardas se hicieron mucho más fuertes y a lo lejos aparecieron, los ojos de Leonardo se encandecieron cuando los ve llegar pero inmediatamente se tornó sombrio y tenebroso al ver los rostros de los guardas -¿¡Y!?- Preguntó desesperado al ver que Sara no aparecía a lo lejos -Está con Mademoiselle Blackraven, y solo nos ordenó regresar- Comentan casi al tiempo, Leonardo se llevó la mano a su rostro, respiró profundamente y no supo decir mas nada, solo se quedó estático donde estaba. Uno de los guardas se llena de valor y decide entrar al salón, dejando al otro al lado de Leonardo, se acercó lentamente al portón e inmediatamente se presentó dando una sutil venia a la realeza -Mademoiselle Ascarlani y Mademoiselle Blackraven se encuentran juntas, no os preocupéis su alteza, todo está preparado para vuestra llegada- En ese orden de ideas, el guarda presenta su venia nuevamente y se retira a la sala principal donde espera la llegada de Madame Ascarlani y Madame Blackraven.



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Mensaje por Isaura Blackraven Lun Feb 21, 2011 11:04 am

Lady Ascarlani comenzó un discurso que estremecía a la joven duquesa, que, avergonzada, escuchaba cabizbaja. Una frase dispersó su atención por unos momentos. Evocó aquella marca en su cuello que le duró semanas y los hechos que la habían acompañado, sin embargo, sólo eran recuerdos fragmentados, nebulosos. ¿Aquella mujer de pálida piel, carnosos labios y porte estoico sería una..? Disipó rápidamente las dudas que asaltaron sus pensamientos, era remotamente imposible que la señorita Sara fuera dueña de tal naturaleza. Siguió con su mirada el recorrido que la mujer hacía, caminaba con una elegancia tal, que parecía levitar, sus pasos eran casi inaudibles por su delicadeza. Desprendía una fragancia suave, pero que reconocería a leguas, era una mezcla justa para su personalidad. ¿Maderas? Quizá. Isaura tenía debilidad por los perfumes, los adoraba. Los aromas reflejaban a cada uno, y ella difícilmente olvidaba un rostro, pero para las esencias, era terminante: jamás las ignoraba. Una leve sonrisa que destellaba algo de incredulidad acompañada de una ansiedad propia de quien no sabe qué decir fue lo que se dibujó en el rostro de la joven, que decidió omitir “a las criaturas que podrían alimentarse de su sangre” y volver su gesto serio y de sumisión, como una niña que recibe el reto de su padre por la diablura que ha cometido. ¿A caso no era eso? Una simple travesura. Pensó en quitar lo simple, ya que se trataba de haber irrumpido la tranquilidad de un sitio histórico, preocupar a los mismísimos reyes de Inglaterra y provocar un disgusto en la dueña del lugar, sin contar que era la princesa de uno de los reinos más importantes de Europa.

La menor de los Blackraven era una muchacha de pocas palabras, sabía cuándo debía callar y cuando dar justificaciones. Y esa circunstancia era para que ella sólo escuchara como su reputación se derrumbaba mientras el minutero del reloj alargaba su letárgica agonía. En cierta medida, exageraba, pero, si el rumor de que la mismísima heredera de la Casa de Germeaux había desobedecido los pilares de la educación británica, su buen nombre se vería pisoteado por las altas castas y eso podría afectar considerablemente sus negocios y los de su hermano. Si era necesario desembolsar miles de libras para que el acontecimiento quedara dentro de esas cuatro paredes, ella lo haría. Podría ser tildada de corrupta, de embustera, pero había algo más importante que cuidar, y eso era su apellido, su honorable apellido, al cual defendía a capa y espada, más que a su propia vida. Era lo único que le quedaba de sus padres. Estuvo a punto de interrumpir a Lady Ascarlani para ofrecerle una fortuna por su discreción, pero no fue necesario, ella se adelantó y la oratoria se tornó un halago del cual no se creía merecedora. Sus mejillas tomaron un color carmesí cuando hizo mención a su pasión por la música y el resto fue una proposición de lo más tentadora, pero que Isaura la tomó a modo de desafío. ¿La estaría retando?

Es usted muy amable, estimada Sara, si me permite que me dirija a usted con tanta informalidad —decidió ignorar la palabra “siglos” ya que podría tratarse de una simple mención cargada de sarcasmo — Acepto su propuesta y le agradezco esta oportunidad de redimirme —hizo una sutil reverencia y tomó asiento frente al piano. Lo observó en silencio durante escasos segundos, su madre le había enseñado que debía conectarse con el instrumento y que luego las notas y la magia, llegarían a sus oídos y a su imaginación como una suave ventisca. Cerró sus ojos y primero una sedosa caricia a una tecla, luego a otra y la melodía nació como un delgado arroyo que recorre la tierra en época de sequía, y la pasión se desencadenó conforme la habitación absorbía cada hilo de su música. Sus manos acariciaban el pianoforte con sentimiento, eran uno solo, una fusión de almas, de connotaciones musicales, de tenues acordes que se fundían en un único objetivo: el arte. Su mente ya no indagaba en la idea de sentirse provocada por un mal accionar del cual debía eximirse, solamente dejaba que la libertad se esparciera por su humanidad y la colmara completamente.


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