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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Jensen Lun Mayo 07, 2018 4:39 pm

Je sais que quelque part tu m'attends,
tu prends soin de moi,
tu me chantes à voix basse.





Un año más, los pasos volvían a llevarle a aquel lugar sagrado. Allí, descansaba la única persona que de algún modo le echaría de menos. Aunque ¿qué esperar de alguien quien perdió la cordura, la memoria…? No esperó y no esperaba nada. Sean siempre fue un niño reservado pero confiado con aquellas personas que le dieron cierto cariño y confianza, lo que no significaba que él en algún momento fuese así.

La inocencia de aquel niño rubio, con el cabello casi blanco, desapareció cuando se quedó solo. Aquel momento crucial de su vida donde tan solo contaba con el servicio para seguir adelante en compañía de sus recuerdos. No comprendía muchas cosas y tampoco nadie iba a darle respuesta ¿por qué alguien como él se merecía eso? echaba la vista atrás y hacía escasos meses eran felices. La locura de su madre, trastocó aquella acomodada familia de clase alta, dejando a un niño huérfano pero que se iría haciendo fuerte a medida que pasaba el tiempo.

Era quién era porque la vida no le dio tregua, le amoldó para no solo ser fuerte si no inquebrantable. Más de la mitad de su vida, dedicada a conocer ese mundo sobrenatural y moverse en él, aquel mundo con el que tenía que ver demasiado aunque fuese un simple humano. Quería respuestas y tarde o temprano las obtendría costase lo que costase, no iba a desistir en ello pues no se encontraba en aquel punto para el simple hecho… terminar por abandonar.

En la mano derecha, un ramo de orquídeas. Lo único que le quedaba de su madre, aquella delicada y hermosa flor, aroma que le recordaba a la mujer que lo acunó entre sus brazos y cantaba con esa dulzura característica. Hermosa y frágil, tanto que su mente fue acaparada…yéndose antes que ella, quedando un cuerpo vacío… con vida pero sin recuerdos. ¿Por qué la vida le castigó de esa forma? Una de tantas preguntas.

Y allí estaba, frente la lápida de los Jensen. Sean quiso enterrarla con su apellido de soltera y no con aquel malnacido, con el de su padre que no tardó en abandonarles para crear otra familia. Estiró la mano para delinear cada letra y recordar viejos tiempos. Aún sobre la lápida, quedaban restos de flores secas…seguramente las últimas que él mismo llevó. Las apartó dejando las frescas en su lugar y medio sonreír, al menos podía estar más cerca de ella.

-No te merecías eso, madre- murmuró más para sí mismo, dejando escapar un suspiro, no era partidario de hablar con las tumbas…con los muertos, ya con el simple hecho de estar allí era más que suficiente para quedarse más tranquilo. Pero no su alma, aquella que hasta que no supiese la verdad… no descansaría tranquila y no se detendría hasta conseguirlo.

En esa lápida quedaban todos los recuerdos vividos, momentos anhelados… una parte de él que se fue con su madre para no regresar jamás. Quién debería estar allí, era su padre... aunque ya estaría pudriéndose en algún otro lugar.


Última edición por Jensen el Miér Ago 22, 2018 4:46 am, editado 1 vez


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Mensaje por Femke Van Roosevelt Mar Mayo 08, 2018 11:05 am

Cuán bien hacía al alma no estar sola.
No era que se quejará del amplio espacio que en su hogar en Leeuwarden tenía, de esas amplias habitaciones en las que solía estar a solas o con su madre, o con la servidumbre atenta a sus pedidos, jamás lo haría de los bosques o lagos donde le gustaba estar, menos del silencio que era solo suyo en la villa que siempre le recibía con los brazos abiertos cada vez que se le antojaba un descanso en París. Silencios y espacios, pensó mientras veía la sonrisa triste de su amiga al decirle que habían sido largos meses sin verla.

La baronesa pestañeó. En general no se quejaba del tiempo que podía dedicarse, pero... siempre existen los peros, ¿verdad?
Silencios, tiempos y espacios, solo suyos. Sonrió y asintió para no pasar como grosera o ausente, acarició la mejilla de su amiga con afectuosa delicadeza porque en realidad se sentía bien poderle dar todo lo más importante que tenía a las amistades que poseía, que siendo pocas llenaban con sonrisas, noticias y extravagancias un mundo que siempre había girado en torno a ella: su vida.

Los pasos de ambas y de las otras dos amigas que las acompañaban tomándoles la delantera a la salida, se escuchaban sobre el suelo gris del cementerio, se sentía agradable que fueran custodiados por las doncellas que las seguían de cerca y como siempre, su séquito personal de guardias. Femke disfrutaba del lugar. El cementerio de París era para ella uno de los lugares más hermosos del mundo que hasta ahora conocía. Era, según sus propias palabras, donde la calma y la paz encuentran el equilibrio perfecto entre el monocroma de las estatuas y el verdor del mundo, un verdadero santuario a la muerte.

Solo le hubiese gustado que fuera en otras condiciones en las que volver a tal lugar, ¿pero a que más se vendría a tal espacio si no era para despedir a alguien o conmemorar su recuerdo?¿para decir un no te olvido entre lágrimas o susurros?
Ella podría leer o tan solo deleitarse mirando cada rostro pétreo y sus historias, pero hoy no era la excepción, había muerto un pariente lejano de una de sus amigas y qué mejor excusa para algunos de sus familiares que haber tenido a una baronesa extranjera en tal evento, que poder haber lucido tales amistades.

Frugalidades de la época y la clase alta que nadie le dijo en la invitación, que no imaginó ella y su amiga porque en verdad la apreciaba, que tampoco noto, pero que todos pensaron al saber que estaba en París y que muchos hicieron notorio durante el entierro. Cuando se cansó de ver la fila de asistentes frente a ella en procesión a los coches, desvió su mirada entre las hileras de tumbas que rodeaban aquel camino, se veían las infaltables sombras vestidas de negro. Femke las observó con interés, dos hombres y seis siluetas femeninas.

¿Sentirían la muerte de la misma manera que ella había sentido la de su padre hace unos meses? Sin embargo era algo que no se atrevía a preguntar entre los familiares de su conocida.

Segundos pasaron antes de que se decidiera.
Apretando el brazo de la jovencilla francesa, se excusó con un beso en su mejilla, daría un breve paseo y regresaría a su villa, quizás más tarde se reunieran para tomar el té o mañana y dejando una distancia clara entre ella y sus guardias, tomó las faldas de su vestido, los dejó en el camino y terminó hundiéndose, como una sombra más allí donde el suelo verde parecía mar que se tiñe de gris, con las tumbas que sobre el naufragaban y que a su vez salvaban vistosos arreglos florales.

Escuchó algunos susurros de la primera sombra que encontró, no entendió ninguno. Él era un caballero alto de cabellos rubios, lo que le hizo detenerse fue su notoria tristeza. Aunque había algo más en esos colores índigo que lo rodeaban. ¿Así se veía ella ese día cuando su padre...no pudo terminar la pregunta en su mente, era como ver un gran velo sobre él que comenzaba a rozarla, un velo aún más gris que todas las piedras del lugar, del mundo que sus ojos habían visto.

Notó el precioso ramo de flores al mismo tiempo que su aroma. - Qué orquídeas más hermosas, estoy segura que le deben gustar mucho.- con su voz suave y en un francés casi nativo fue lo único que se le ocurrió decir, sin un saludo, sin el protocolo que la caracterizaba, solo sintió que necesitaba decir algo para ahuyentar cualquier velo. Era un hermoso día para estar triste. Miró a la tumba y leyó el nombre sobre ella, regresó sus ojos al caballero, el rubor en sus mejillas mostraban que estaba consiente de que era una entrometida y que quizás sus palabras no significaran nada para él.

Porque, ¿acaso ella creía que a su padre le importaban o amaba las flores que ella y su madre dejaban cada domingo en su mausoleo?
Deseaba que sí, pero en realidad no lo sabía.


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Mensaje por Jensen Miér Mayo 16, 2018 4:38 pm

Mon passé ... ça sent les orchidées.
Et le baiser oublié au toucher doux d'un de ses pétales.


La soledad volvía a acompañarle en sus pasos hasta el lugar que no había dejado de visitar desde que tuvo uso de razón. Allí, yacía la persona más importante para él, a quién se le habían arrebatado, la única que lo acunó entre sus brazos, besó su frente y susurró un « Bonsoir, angel » antes de partir. En completo silencio, sus orbes azules se perdían en cada letra del nombre de la lápida, la piedra se había oscurecido con los años. El apellido Jensen, en el centro.
Las depositó en el centro , como si de algún modo, los dejase sobre el regazo de la mujer. Siempre hacía lo mismo, cuarenta minutos en completo silencio, sin mediar palabra...hasta ese día en el que no encontró más sentido a su realidad. No encontraba respuestas, hallarlas sería su máxima victoria...realmente podría conocer sus orígenes, lo que ralmente le ocurrió a su madre. Una historia en blanco en donde las letras quedaban en el aire, poco a poco...en el olvido.

Olvidar, ¿cómo olvidar ? Al fin y al cabo, era lo más real que tenía en ese momento, el recuerdo intacto de la mujer que le dio la vida. Su vida de clase alta, la pasaba de reuniones en reuniones, eventos o cualquier tipo de fiesta importante en donde los Jensen eran invitados, los mismos rostros, conversaciones y las insistentes jovencitas por recaudar un buen partido con el que contraer matrimonio...eso del casamiento. Una familia, una que él mismo desconocía, ¿cómo dejar de lado su objetivo para centrarse en otros menesteres ? Muy complicado, al fin y al cabo, su vida se quedó estancada en un pasado del que escapar se veía cada vez más difícil.

El silencio, se vio interrumpido por un susurro. La voz ajena le devolvió a la realidad en donde no esperó estar acompañado, menos en un lugar como ese. Sonrió, acaiciando con el pulgar el borde de la piedra, su más sentida despedida. Sin apartar la mirada del bloque, dejó escapar un suspiro, asintiendo con la cabeza...sí, seguro que a su madre le gustarían esas flores.

-Yo también lo creo. Olía a ellas -compartir un instante como aquel con un desconocido al que ni había mirado, le dejó sin palabras un par de minutos. Al girar la vista, la visión de la joven provocó que entreabriese los labios por la sorpresa, ella destacaba aunque vistiese de negro...como un ángel acabado de bajar del mismo cielo, como si tomarle de la mano y devolverle a su lado, fuese su misión - ¿Y a vos ? -observó que en el suelo, una flor abandonó el ramo... se apresuró a agacharse a tomarla y en la palma, avanzar hacia la desconocida, muy despacio, vacilante... el contacto con otras personas no acostumbraba a hacerlo más a allá de la cordialidad.

-Decidme pues si le gustaría, ella no puede olerlas -dejó caer en la palma de la joven la pequeña flor, guardándose en los bolsillos de la gabardina las manos, observándola sin perder la breve sonrisa -Un entierro no deseado. Me refiero... -hizo un gesto con la cabeza, el ataúd en cuestión lo llevaban a cuestas, apoyados en los hombros de cuatro hombres, no había más entierro que ese -Su cita en este lugar


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Mensaje por Femke Van Roosevelt Jue Mayo 17, 2018 9:04 am

"Has lo que sea preciso en el momento preciso."

Sentirlo sonreír fue algo que le alivió el alma, aunque lamentablemente a medias.
Por una parte el haber recibido esa reacción le demostraba que no era una entrometida como temió verse al principio, por otro lado, ¿quién no se sentía con el alma en paz y bueno al consolar a alguien en una situación así? De podérselo robar a la tristeza y mostrar un poco de la luz que se veía desde el otro extremo de la orilla, pero a pesar de la esperanza, eso mismo era lo que la hacía sentir así, a medias.

Porque ella no se hallaba del todo al otro lado, a salvo, ella sabía de las sonrisas o miradas que se daban con agradecimiento por la intención, porque eso era lo que valía a fin de cuentas cuando muchos trataban de consolar, sabía que en nada podría borrar la tristeza que era obvio él sentía, lo sabía porque era lo que ella ignoraba, a lo que le huía desde hace un año, y a veces la encontraba y hurtaba del mundo a un refugio en una soledad inminente, que prefería como casi todas las soledades, el silencio absoluto.

Podía hallarse y verse ella misma en Leeuwarden, tocando la piedra fría de la tumba de su padre, con la misma añoranza y ternura con la que lo vio hacerlo con la de su amor ausente, el corazón se le llenó de agua y bajando la mirada, entrelazó sus dedos, apretando un poco las manos para acercarlas a su vientre y así ahogar el sentimiento que sentía despertar en ella de nuevo.

¿Hace cuánto no tenía sus arranques de tristeza? La baronesa detuvo sus pensamientos al escucharlo, la voz del caballero cortó el aire a su alrededor y ella agradeció que así fuera. No quería estar triste. - Hoy no, hoy no.- se dijo. Aunque en realidad era un por favor, nunca. Al mirarlo compartió su largo silencio, las orquídeas olían delicioso y eran hermosas, no podía imaginar la belleza de una mujer con el aroma a ellas. El sol los acompañaba en una primavera caprichosa que no advertía de lluvias o disfraces anticipados de verano.

En la ausencia de palabras contempló la tumba, ¿qué debía decir para hacerle sentir mejor? Convencida de que lo justo era siempre callar y acompañar, lo siguió haciendo sin percibir cuando él decidió mirarla, perdida en los sagrados domingos de visita a su padre, que rompía cuando estaba de viaje y los días en que por gusto se sentaba a conversar con él, como si pudiera escucharla para sentir una mano amiga guardando su vida, esperando escuchar su voz de nuevo para arrancar a llorar en su regazo.

Pestañeó y miró al hombre.  Al recibir sus ojos y ver su sonrisa, le devolvió el gesto con suavidad y un ligero sonrojo, la sorpresa de haberse hallado observada y de tan amables rasgos. Él le preguntaba sobre el olor de las orquídeas, mientras se inclinaba tomando una que se había escapado del ramo o quizás había sido olvidada sobre la hierba, al él acercarse observó cómo esta quedaba en su mano y la escrutó con curiosidad. La orquídeas, las blancas siempre han sido sus favoritas, puede que sea porque si fuera un color, no dudaba que sería ese el que la definiera.

Llevó su atención al lugar que él observaba. El pesado caminar de los hombres con el ataúd sobre sus hombros solo fue un punzón en su corazón, uno de los muchos del día. Hoy era la segunda vez que tenía que ver algo así e inevitablemente todo era un viaje al pasado. Femke negó con la cabeza. - Mi cita terminó hace unos minutos, la de él y la de su familia me temo que apenas comienza.- dijo con el sentimiento, la certeza y empatía de quien ha perdido a alguien.
Pero, ¿por qué seguía refiriéndose a los muertos como si aún vivieran? Quería creerlo, que su padre la miraba desde algún lugar, que se preocupaba cuando tomaba malas decisiones, pero que también la perdonaba.

Acercó la orquídea a su nariz y cerró los ojos para disfrutarla con más atención, en efecto, su olor era exquisito, fresco, puro. - Si. Me gusta y si antes pensé que así sería, ahora estoy segura y también me dice esta flor, - olfateó una vez más curvando una sonrisa sobria pero soñadora, -que debió ser una mujer muy bella. - no podían sobrar las palabras, estaba decidida a ayudarlo a sonreír por lo menos un día y de paso, ayudarse a no caer en los profundos y oscuros pozos de la melancolía.


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Mensaje por Jensen Jue Mayo 24, 2018 10:43 am

La marcha de un ser querido, sin duda, marcaba la vida de aquel que se quedaba a recordar y llorarle. En su caso, pocas lagrimas abandonaron sus ojos, la anhelaba pero no llegó a romper su tristeza y tal cosa, le arañaba el alma. La contempló en silencio, observando cada una de sus reacciones, las preguntas sobraban en este caso, la señorita parecía anhelar alguien cercano...reconoció la mirada, aquella que le era devuelta por el espejo, sus mismos ojos azules.

-Les queda la esencia que esa persona ha dejado. -sonrió de forma breve, al menos tenían esos recuerdos, él temió olvidar lo poco que de niño recordaba, su voz y la sonrisa, una tan parecida a la propia -Gozaron de esa persona en vida, ahora sólo queda aceptar que la vida sigue, anclarnos en el pasado no es lo más acertado -él iba a decirlo, alguien que perseguía fantasmas con el fin de conocerse a sí mismo, de donde procedía.

Un instante bastó para que la sonrisa permaneciese congelada en su rostro, las palabras de la joven le arrancaron un suspiro de melancolía, echó la vista atrás donde descansaba el ramo fresco, el seco lo habían retirado, o simplemente, se lo había llevado el viento.

-Lo fue, al menos lo que mis recuerdos alcanzan, apenas era un niño cuando se marchó -carraspeo, su voz sonaba más suave de lo que pretendía -Vuestro anhelo me advierte que sin duda, perdisteis a alguien muy importante para vos, el simple hecho de que aún perdure en vuestro pensamiento...es digno de admirar -las personas solían olvidarse con tal de o heredar, o...simplemente, seguir adelante sin más -Y vos debisteis sentir mucho amor por el ser que aún os hace temblar por sus recuerdos -

comenzaba a hacer viento, alzó las solapas de su abrigo para resguardarse del frío. Eso le preocupó, no dudó en quitarse el abrigo, con permiso, colocarlo sobre los hombros de la joven, no estaba acostumbrado a tales menesteres, sólo asentir con la cabeza y sonreír en esos eventos, todos cortados con el mismo patrón.

-¿Me acompaña? Voy a ver a un viejo amigo, también descansa en este lugar -sonrió ofreciéndole el brazo, la lápida se encontraba en la otra punta del país -Si le agradan las orquídeas, florecen en mi pequeño invernadero, yo mismo me encargo de ello...suelo traerlas cada semana, dos ramos si es la temporada. Es mi segunda casa, desde hace mucho lo es ¿y usted? ¿por qué se acercó a un lobo solitario? -

Cuánta información en esa indirecta pregunta..tan pocas respuestas para él.


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Mensaje por Femke Van Roosevelt Sáb Mayo 26, 2018 4:51 am

Quizás no sé deshacer nudos de marinero,
quizás no tengo la fuerza y la valentía que solo
tiene un hombre de mar para soltar.


Parecía ser que París aquel año se estaba convirtiendo en ese viaje de peregrinaje que pensaba ya había realizado, o que llevaba recorriendo dos años que parecían siglos enteros. Un baño de recuerdos constantes, todos, absolutamente todos, dirigidos a su padre. Él, al ser parte de su cortita familia de madre y padre, el que había fallecido, era la única persona a la que extrañaba, era la única esencia que invadía todos los rincones de su alma, de su mente y corazón, quien le había mostrado de cerca la real definición de mortalidad. Y ahora era el tema que la unía a aquella solitaria sombra de cabellos rubios que tan bien la había recibido a pesar de ser no más que una intrusa.
Meció la flor con extrema suavidad notando cómo ondeaba en el aire. Tan frágil, tan bella, tan pasajera. Como la vida.
Cuando se detuvo el ondear mientras lo escuchaba, observó las manchas que teñían la superficie blanca y casi perfecta de cada pétalo, sus pistilos, gracias al viento seguía respirando su aroma y a la vez, la de la hierba fresca y perfectamente podada del cementerio.

- ¿Usted ya soltó su ancla?- porque yo aún sigo sin poder hacerlo, le preguntó con la solitaria intención de descubrir si era así. Si como le había dicho el Señor Legrand, había esperanza de poder calmar la tristeza, de darle paliativos cada día y adormilarla con la vida que continuaba para todos los que como ambos hombres le habían querido decir, no se habían quedado en el pasado. - Tiene razón, Señor. He conocido a muchos que siguen respirando aunque el pasado esté constantemente con ellos. - era el caso de su tío, dos de sus hijos, gemelos, habían muerto cuando ella era una niña, su esposa dos años después y nunca había vuelto a casarse o pensar tener más descendencia haciendo el apellido van Roosevelt más pesado para los hombros de Femke.

Sus ojos siguieron los del hombre.
La belleza hecha ramo seguía allí sobre la piedra gris, iluminando con su blancura la tumba y cualquier cosa a su alrededor. Ellos dos no eran más que espectadores de los regalos que se dan a los muertos. Sin duda esos eran los más hermosos y honestos.
La sonrisa en sus labios, los ojos llenos de añoranza, el suspiro profundo que ahoga mil palabras y pensamientos, pero que no esconde sentimientos porque es la forma en que estos escapan cuando no son llanto o palabras, el tono suave de su voz que no disminuía la fuerza que denotaba la personalidad en los ojos del caballero, pero que si hizo que se le encogiera el corazón.

Encontró muy bello cómo él se refería a su vida, las palabras que utilizaba mientras le enlutó un poco más lo que escuchaba. Un niño, cuán duro debió haber sido para él crecer sin su madre, sin un abrazo o una caricia cuando caía, un consejo y una mirada dulce que lo confortara en las noches de miedos infantiles. Pestañeó mirándolo de nuevo. - ¿Cómo podría olvidarlo?- susurró sin pensar en contradecirlo, en no negar que había perdido un tesoro preciado, que lo anhelaba de vuelta a su lado. ¿Cómo olvidarlo?Se repitió la neerlandesa. - Fue a mi padre a quien perdí. No...- se detuvo teniendo que tomar un poco de aire de forma discreta mirando a los cuatro hombres y el ataúd que se alejaban más de ellos en su marcha silenciosa. - No pensé que fuera tan evidente.- bajó la mirada avergonzada, creía que era buena ocultando y controlando cada emoción que sentía.

Al caer en cuenta de lo que significaba saber una gota del pasado del hombre, fue que la esperanza comenzó a decaer un poco, perdería fuerza en el intento de la baronesa por mantenerla a flote, para que como todo naufrago, mantuviera la llama de su corazón ardiendo. Si él era un niño cuando la perdió y si siendo un hombre como el que ella tenía en frente la recordaba, eso quería decir que su tristeza duraría mucho tiempo, quizás para siempre, eso era lo más seguro.
¿Habría necesitado de cruzarse en el camino de él para descubrir o rectificar tal verdad?¿O era algo que solo ignoraba esperando que algún día ya no tuviera que llamarla tristeza o melancolía?

Femke levantó la mirada, encontrando la de él por propio deseo. Tratando de saber qué hacer, cómo no desconsolarse con lo que parecía ser su futuro.
Aún así, allí estaba el caballero, tomando un paso al frente para compartir su abrigo. Por primera vez, al él cubrir su cuerpo, con el calor del otro conservado entre la tela, sintió el frío de aquel día. Todo se resumía a valentía, debía tenerla, debía forzarse a ello, no podía darse el lujo de no hacerlo, se negaba a ello. Le sonrió con suavidad tomando con su mano libre el abrigo ajeno, percibiendo su aroma. - Gracias.- dijo con la suavidad habitual y con cortesía.

El día sería más largo de lo que había esperado al salir de su villa porque asintiendo aceptó acompañarlo un poco más. No era para nada algo malo, aunque sintiera tristeza, serían fragmentos de su vida para recordar y en eso consistía vivir. Sentirlo todo. - Estaré encantada de acompañarlo a visitar a su amigo. - le respondió. - Pero antes déjeme devolver esta orquídea a su dueña. - caminó los tres pasos que la separaban de la lápida acercando la flor a su rostro para sentir su perfume por última vez, inclinándose con elegancia la colocó con suavidad al lado de las demás. Era algo que su madre siempre repetía, jamás se debe tomar lo que pertenece a los muertos.

Se levantó y regresó a él, para aceptar su brazo y comenzar a caminar. La baronesa observó su perfil. Así que él plantaba flores, ella las amaba pudiendo perderse en su hechizo por horas. Los jardines, bosques y campos de su hogar eran sus lugares favoritos, también en su residencia en París tenía dos de ellos y el ofrecimiento le agradó, no se quejaría si tuviera flores tan bellas, solo para ella. Pero hay una espina más que se clava en su corazón, ya se dirá porqué. - Debe ser una bella casa, entiendo lo que es perderse en una flor.- en realidad lo sabía.

- Estaría encantada de tener un recuerdo de este encuentro en mi hogar, aunque tendría que decirme como cuidarlas,-  se encargaría por si misma de ellas, sería un honor poder pensar al mirarlas que orquídeas tan hermosas habían sido por su esfuerzo y atenciones.
La espina, por su parte, seguía abriéndose camino a través de su corazón, si él es un lobo solitario, ella también y siente curiosidad, no solo por saber la razón del porqué él se llama a si mismo de esa manera, también del querer responderse la pregunta que le ha sido formulada.

- Quizás fue solo destino, quizás solo coincidencia o quizás es que los lobos reconocen a otros lobos.- dijo mirando el camino que recorrerían sus pies en algunos segundos, el cielo frente a ellos y el paisaje que no cambiaba de croma, verde y grises, tuvo incluso miedo de llegar a hundirse en algún momento. ¿Qué habría bajo la superficie del mar que pisaban? Huesos, cabello y ropajes, gusanos. Seguro hoy tendría pesadillas. Quizás debería haber contestado de otra manera...un los solitarios reconocen a otros solitarios hubiese sonado mejor, ella carecía de muchas de las características que definían a un lobo, o eso pensaba, pero aún siendo más acertado, hubiese sido más revelador, él conocería el hecho de que se sentía sola, de que lo estaría por completo al fallecer su madre.

Si embargo, ¿qué podría pasar? Ni siquiera conocían sus nombres. Pero los conocerían, gritó una voz en su interior y calló así el deseo de corregir su anterior premisa. - Ahora yo deseo preguntar. -Girando el rostro miró el de él de arriba a abajo con sumo interés, notando sus facciones. - ¿Por qué un lobo solitario acepta compañía?- quizás solo había sido cortés y esa sería una respuesta que aunque poco la consolaría podría aceptar.


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Mensaje por Jensen Dom Mayo 27, 2018 5:07 pm

“El olvido no es culpa del tiempo, el recuerdo va de la mano del espíritu”




Una parte de él , seguía anclada en aquel lugar. El tiempo que estuvo fuera sin visitarla le había consumido, no fueron unos días ni unas semanas...sí años. Su partida tuvo un sólo fin, uno que consiguió e incluso más de lo que llegó a pensar en lo que se convertiría, alguien incapaz de rendirse y mirar a los ojos a la misma muerte con tal de recibir una respuesta. Sus orígenes sí se habían anclado en la tumba Jensen, en donde yacía su madre, incapaz de darle lo que tanto ansiaba: saber quién era, de dónde procedía. El título de clase alta, sólo le servía como modo de buena vida, no solía derrochar dinero e incluso donaba a personas necesitadas, una vida acomodada en la que no tenía porqué luchar contra demonios y seres en los que hallaría lo que buscaba, también la muerte.

-El ancla nos retiene en dónde dejamos una parte de nosotros mismos. No importa cuántas veces ancles a lo largo de tu vida, cada momento o persona será irrepetible y única. Y si eso no responde a vuestra pregunta... no, no he soltado mi ancla - “y dudo que alguna vez ocurra tal cosa”, un haz de melancolía en las orbes azules del hombre, la perdida de alguien querido era duro , más cuando las circunstancias sucedieron de forma extraña, nadie fue capaz de darle explicación y por ello, cada noche se jugaba su propia piel por una simple pista fiable, los licantropos guardaban lo que tanto deseaba encontrar.

La observó en silencio, sorprendiéndole en el gesto tan simple de devolver la flor al lugar de donde se había perdido. Un alma cálida y delicada que comprendía el mundo en el que él se movía, respetó que la flor tuviese dueña y aún habiéndosela regalado, la acomodó entre el montón, dándole vida...una que comenzó a marchitarse cuando abandonó a las demás. No deseó incomodarla, es más, por un instante aminoró el paso, bajando un instante la azul mirada hacia sus pies. Por un instante no supo que decir, las palabras comenzaron a amontonarse en la garganta pero una vez más, con la empatia mostrada, volvió a sentirse como pez en el agua... sintiéndose comprendido y nada hacía más dichoso que tal cosa.

-La evidencia es con el anhelo que me observaba, cuando la vi allí, ante mí buscando e intentando encontrar algo que nadie comprendería, se vio reflejada y me pasó lo mismo. Como si se contemplase a sí misma, el anhelo en sus ojos, la comprensión y el sólo hecho de permanecer allí, compartiendo algo que dudo cualquier persona llegase a entender. -el tono de voz empleado se tornó suave, como un susurro en el que ni las almas que descansaban seguro no podrían oír. La suave brisa caprichosa, enredó algunos mechones sedosos del cabello de la fémina entre los ásperos del cazador, un joven de clase alta con semejante asperezas, sin duda era extraño.

Mostró una breve sonrisa, ¿desde cuándo no sonreía? Eso sí que era un misterio. Sin querer le lanzó una propuesta, no solía hacerlas, apenas veía a nadie, más a su nana que estuvo a su cargo pero ¿a personas? ¿a mujeres? Con un par de copas se envalentonaba más, hacía tiempo que no visitaba tabernas, burdeles...al día siguiente las consecuencias no daban tregua, se sentía vacío y con aún menos respuestas.

-No tengo respuesta para esa pregunta. ¿Por qué aceptó vos en acompañarme? ¿Por qué se acercó? Los lobos solitarios al fin y al cabo, no suelen dejarse embriagar por cualquiera, soy selectivo...la vida me hizo ser así. No tengo un porqué...pero sí he de decirle que ha sido la única en 30 años que ha reparado en el detalle de las orquídeas, a nadie le importan las flores, ni a quién se las regale... nadie se queda al lado de un alma atormentada sintiéndose identificada y vos lo habéis hecho. -sus pasos se detuvieron de golpe, no se encontraban en el cementerio pero sí a las afueras, apenas unos metros de la puerta de entrada en dónde árboles de grandes dimensiones se enredaban con la maleza, parecía más un laberinto que un atajo para llegar lo antes posible a adentrarse en las calles de París.

No habían lápidas, tampoco cruces simbólicas, tan sólo un montón de piedras señalando el lugar pero para él...le era igual, sabía el lugar exacto.

-Este lobo solitario tuvo compañía, el que fue mi mejor amigo leal... se encuentra ante nosotros. Mi perro Max. Mi ancla también sigue bajo esta capa de tierra, verde y rocío. Por eso os decía, no importa dónde se encuentre nuestro propio barco, más que anclas son puertos de dónde pertenecemos. -el tema de las flores lo dejó en el aire, quizás no fuese el momento más acertado -Le recomendaré cómo cuidar las flores si me promete que las regalará, se las hará llegar a su padre.


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Mensaje por Femke Van Roosevelt Miér Mayo 30, 2018 5:16 am

"Pero lo vi... Mi espíritu sin calma era ya
de tu espíritu un reflejo... Toda mi alma se espació en tu alma,
y en ella viose como en claro espejo.
- Pedro Antonio de Alarcón"


Lo sabía, él tampoco había podido soltarla.
Suspirando profundo guardó silencio, si era una verdad que ya esperaba debía abrirse a lo que aún no conocía. Cercar la desazón era un arte propio de su juventud y de como era. Femke halló que era cierto lo que él pensaba. Preguntándose a su vez en cuántos pedazos estaría dividida su alma y en cuántos habría de separarse a medida de que creciera, de que avanzaran los años y el tiempo fuese a veces su amigo y en otras, su enemigo. Se preguntó si sería lo suficientemente fuerte para soportar perder partes suyas, si siempre sería dadivosa como para dejarlas ir sin sentir un poco de egoísmo por algo que era suyo, si siempre estaría dispuesta a dar lo mejor de sí como lo intentaba a diario, si las fuerzas no se le acabarían en algún punto, si no terminaría llena de tedio.

Pero consiente de que ella no era la única ni el centro del mundo, sabía que otros, de manera inevitable, también dejarían huella en su vida, en toda quien era la baronesa y la mujer Femke van Roosevelt.  Lo único que le quedaba pedir y esperar, desear con todo su ser, es que todo lo que llegara a ella y se quedara fuera bueno. ¿Y si era malo? No había nada qué hacer, solo pedir que sus heridas no fueran tan profundas y que las cicatrices notorias. - ¿Y en cuántos lugares o personas ha sido fraccionada su alma, Señor?- se atrevió a preguntar.

¿Cuántos años tendría? Parecía muy joven. ¿Importaba la edad para haber vivido? Estaba convencida que no. Su padre le había contado que a sus dieciséis años ya había viajado por la mitad de Europa y que cuatro años después, ya conocía los dos nuevos continentes, habiendo probado numerosos tragos, visto bellezas incontables, animales y flora inimaginables y escuchado lenguajes que solo abrieron su deseo de aprender y de que su hija - en su momento de juventud soñaba con varones- hiciera lo mismo. Pero siendo ella, volviendo a la pregunta que se había formulado y era el origen de toda aquella reflexión, a sus dieciocho años, ¿en cuántas se había Femke dividido?

Sin duda alguna debía tener en cuenta a su padre y la habitación donde había fallecido, la tumba donde se hallaba enterrado, todo Leeuwarden y todos los lugares donde juntos habían estado, los que le había mencionado y de los que le había contado teniendo que usar ella su imaginación - y a veces su madre se preguntaba de dónde su hija sacaba tanta ensoñación-, objetos, aromas y colores, gustos. Su madre también era un recuerdo de él y a su vez llevaba una de las partes de su alma, Femke imaginó por gusto que esa ella la guardaba en el camafeo que tenía de ambas, había entregado también una al Señor Legrand hace poco y a sus amigas más entrañables. ¿Pero en conclusión cuántas si no se trataba solo de personas?  

- Si lo pienso bien, son demasiadas las partes que dejamos en nuestro camino. Nuestra alma es finita y a la vez infinita.- dijo maravillada, era evidente tal sentimiento en su voz y en sus ojos, por cosas así era que le gustaba encontrar y conocerse con personas nuevas. Le sonrojó que él la notara mirándolo, que hubiera descifrado el anhelo y sentimientos en sus ojos, aún le faltaba mucho que aprender y cómo esconder. Bajando la mirada con cada palabra sonrió, el tema era triste pero en saberse descubierta con tal precisión, habiendo encontrado un alguien, un extraño que se sintiese identificado al verla como un reflejó, la reconfortó y a la vez, la hizo sentir expuesta, desnuda frente al espejo.

- Refracciones...Somos lobos frente al espejo.- miró al que sería el suyo, era agradable aunque notoria y lógicamente masculino. No se sentiría decepcionada si esa fuera su versión masculina en otra vida, aún sin conocer demasiado, de hecho minucias de él, lo que había visto y escuchado le parecía bello. - Mi padre murió hace muy poco, puede ser que usted vea en mi su pasado.- quizás era un fresco rocío de tristeza lo que podía dilucidar en ella. Complacida, así se sintió con la respuesta que él le daría a permitir su cercanía y entablar una conversación con ella sin ninguna incomodidad, de hecho, la baronesa sentía sinceridad en su trato y en las palabras que compartían su pasado, sentía que eran mejor regalo que un halago.

Tal parecía que el universo leía sus pensamientos, o que quizás él lo había hecho, ya que sin atreverse a preguntarlo ya sabía su edad. Treinta años, eso era casi el doble de la edad que ella tenía, debía saber demasiado, haber viajado a lugares inimaginables como su padre, debía ya saber sortear las tristezas y los dolores y aún así, estaba allí, melancólico, extrañando. Partes del alma...- No sé si mi alma esté atormentada, - sospechaba que sí, - pero me encantan todas las flores y recuerdo al único hombre que he amado y no está ya presente, parecen ser dos eventos que van tomados de la mano con armonía. - sonrió mirando al frente mientras peinaba sus cabellos por la brisa que insistía en desordenarlos.

- Y debo confesarle un secreto, Señor.- bajando el tono de su voz le miró de reojo, con complicidad. - Yo también soy selectiva a pesar de mi juventud.- mantuvo al decirlo el tono de susurro de su suave voz y le brindó una sonrisa. Así era y le gustaba ser, a veces lograba evitar lo insípido e inocuo, otras veces se encontraba de frente con ello. Hoy por suerte no había sido así, había días en que era fácil amar al destino. - Por eso me gustaría saber, ¿por qué se llama a si mismo un alma atormentada?- su voz volvió a ser normal, sin perder su finura, aquellas palabras no habían caído en saco roto. Al contrario, habían despertado aún más su curiosidad.

La neerlandesa se detuvo al reconocer que debía hacerlo, habían llegado a su destino y aunque habían dejado atrás rejas y tumbas, muros llenos de lápidas y estatuas silenciosas, se creía aún dentro del cementerio. Sin embargo no vislumbró a simple vista tumba alguna, ningún arreglo o cruz habitual, hasta que reconoció las piedras apiladas una sobre otra. Femke nunca había tenido un perro, sus primos a veces llevaban sus canes al castillo y los días eran felices, ruidosos entre risas, pelos, saliva de lengüetazos, coletazos torpes pero tiernos, miradas sinceras, gritos de persecución divertida, escondidas, ladridos, caricias en panzas y mejillas peludas. - Max. - repitió su nombre con dulzura mirando el altar.

Trató de imaginar qué raza habría sido la de Max. ¿De pelo largo o corto?¿Un gigante o uno modesto?¿Salvaje u hogareño? - ¿Murió siendo un lento y paciente anciano?- se inclinó tomando el abrigo para que no cayese de sus hombros, el viento soplaba fuerte, pero no era molesto. -¿Nunca volvió a tener algún otro?- Tocando la hierba verde, sintió el rocío que él había tenido en cuenta y pensó en que quizás le gustase tener un perro, uno propio, no de sus primos, uno que durmiera con ella todas las noches, quizás también un gatito, serían hermosa compañía, quizás así calmaría su soledad, quizás a la final terminaría llenando toda su casa de verano en París y su castillo de animales en busca de sentirse acompañada.

Él distrajo su atención, Femke levantó su cabeza con los ojos iluminados por el pacto que quizás sin él saber, la había invitado a hacer. Sonrió amplió y se irguió de nuevo, no sin antes rozar las piedras de la tumba. - Le aseguró que así lo haré, serán las más hermosas. Y aunque no me lo haya pedido, cuando esté en París y en su ausencia, vendré a colocar de mis bellas orquídeas también en la tumba de vuestra madre y de Max.- señaló el modesto altar, que no carecía de belleza por serlo, al contrario, tenía una ternura inherente y natural. - Gracias. - ladeando su rostro cerró los ojos al sonreír. - Por pensar en mi padre.- debía agradecerlo, todo el que pensara en él tenía su gratitud, más si era un extraño.


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Mensaje por Jensen Vie Jun 15, 2018 4:54 pm

“Y entonces vi un alma cándida, oí una voz que lejos de sobrecogerme...acarició el interior de mi ser, susurró palabras que llegaron a acariciar mi espíritu, sintiéndome más vivo de lo que no llegué nunca a imaginar”






La perspicacia de la joven le arrancó una breve sonrisa, ensanchada por la curiosidad de quien aceptó acompañarle en lo que al principio era una visita, se acabó convirtiendo en un inusual paseo. Solía ir solo, cada año por la misma fecha en la época donde las orquídeas, alcanzaban su máximo esplendor. El generoso ramo, al que en ese instante ya no le faltaba ninguna flor, brillaba con luz propia y daba ese toque de gracia, un ambiente cargado de melancolía, dolor y pesar.

-Creedme si os digo que toda fracción se encuentra con ella, en ese pequeño rincón dedicado al recuerdo de una mujer desconocida para mí y aún así, la extraño a cada segundo -sus ojos azules se entrecerraron, inevitable sentirse con la terrible sensación de perdida de sí mismo,  después de visitar la tumba de su madre, añoranza y un terrible vacío que no había logrado llenar, dudaba que pudiese conseguirlo a lo largo de su vida.

Se centró en convertirse en un hombre fuerte, de reflejos innatos, un guerrero sin escrúpulos a la hora de enfrentarse a esos seres , a esos mismos quiénes se la habían arrebatado. Muchos años de preguntas y de espera, sin respuesta, curioso que esa joven le relatase por pequeñas e insignificantes palabras para otros oídos, para los del cazador...insólito. Desde hacía mucho, no hablaba con nadie de forma tan profunda, a decir verdad...nunca, su mundo se vio limitado a las fiestas y a su oscuro oficio, no muy bien visto por su nana...temía que un amanecer, le dieran la noticia de haberlo encontrado muerto, en manos de los demonios a los que perseguía.

-No veo un lobo, ni mi pasado en vos. Apenas fui un niño que creció sin calor materno pero me educaron, inculcándome los valores necesarios para tomar un camino que quizás no sea el acertado pero ¿quién no desea cazar sombras? Hasta que un día despiertes y no haya ninguna más -ni él mismo creyó haber pronunciado dichas palabras pero ahí se encontraban, flotando entre ambos, los dos se confesaban a su modo y Sean, dejó escapar un suspiro de alivio, una pequeña espina por haber soltado cada palabra, no se arrepentía.

Los ojos azules del cazador, se desviaron hasta la desconocida pero cercana, dama. Sus labios dejaron de sonreír para mostrar aquel gesto de respeto, un leve gesto con la cabeza a modo de reverencia, presentando su más sentido pésame por la pérdida, sentía letra como si de algún modo se lo estuviese diciendo a sí mismo. La sensación de familiaridad con la joven le resultó extraña como infinitamente tentado a no dejar que el paseo terminase, se prolongase durante unos minutos más si pudiese ser.

-Lamento su perdida -la tumba improvisada de Max, le arrancó un suspiro de anhelo, lo echaba en falta, se encariñó con ese can desde el primer segundo. Fue su amigo, compañero más leal. -Más que selectivos, evitamos ciertas cosas -se encogió de hombros, seguido de una sonrisa, Max seguramente estaría a su lado , moviendo la cola de lo más contento, saber que su amo no se encontraba solo -Un alma atormentada. Mi alma no descansará hasta saber qué le ocurrió a ella, vos si sabéis lo que acabó con el último suspiro de vuestro padre pero... en mi caso no es así. Ni siquiera sé si ella, está ahí, me aseguraron que sí pero ¿de quién fiarme? -señaló con la cabeza a las piedras en conmemoración de su perro, de repente tenía tantas cosas que decir, no podía ni creerlo.

-Murió evitando que yo no corriera esa suerte, fuimos atacados. Apenas tenía siete años -le descuadró la petición, le llevaría flores tanto a su madre como a Max, no se lo esperó, sus orbes se abrieron de golpe, no supo cómo reaccionar, sus labios se entreabrieron en disposición para emitir palabra pero no salió ni una. Agachó la cabeza, arrodillándose en la hierba mullida, en el bolsillo de su abrigo llevaba algo para él, se giró dispuesto a tomarlo él mismo pero no fue capaz, creyó oportuno que ella fuese quien esta vez lo hiciese. -La promesa es mutua, madame. Si me permitís, en el bolsillo izquierdo hay algo que le pertenece, pude encontrarlo la otra noche y no fui capaz de devolvérselo -un collar de cuero marrón oscuro, se encontraba en dicho bolsillo, esperó que ella hiciese lo propio y en silencio, se quedó aguardando junto a ella...en ese duelo mutuo, una compañía que le brindaba el más y absoluto alivio, ese alma cándida del que su nana le hablaba.

-Merci a vos. No creo que pueda ser más que un ángel que ha seguido mis pasos para alumbrarme. Las almas atormentadas necesitan un descanso y creo que así será a partir de ahora. -permaneció en silencio unos minutos, en señal de duelo y dicho silencio fue roto por su propia voz, susurrante -Sean Jensen -se levantó, ofreciéndole su mano, no solía hacer tal cosa, el contacto con otras personas lo reservaba para momentos especiales, o porque no había más remedio. Enredó los dedos en los ajenos, tomando la mano ajena  y dejar un beso en el dorso -Y no, no encontré cachorro para adoptar . Era un pastor alemán, le haría bien un compañero a su lado pero quién sabe si al final consigo su puesto, seguimos aquí, en el cementerio en donde nadie desea estar, no al menos que esté muerto ¿no le llena de vida las flores? Vayamos pues, el duelo ya ha sido finalizado, ahora toca vivir...seguir adelante y sé que no todo el mundo logra entender, menos comprender el dolor...eso creía hasta ahora -y ella, el alma cándida y hermosa, se le presentaba como más que un destello, un lazo invisible acababa de unirlos.


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Mensaje por Femke Van Roosevelt Vie Jul 06, 2018 2:02 pm

Es muy difícil hacer bella la felicidad,
una felicidad que solo es ausencia de desdicha es cosa fea.
- Jean Cocteau



¿Se puede imaginar crueldad en los momentos felices de infancia que se tienen de una persona o un lugar? Femke estuvo segura de que habían circunstancias en las que era así, cuando las personas o los lugares cambiaban de manera negativa y cuando ambos jamás volverían, cuando se habían extinguido para siempre.
Seguían siendo bellos, eso era claro. Estaban cargados de ello, belleza, de inocencia, de indudable felicidad y de una sutil crueldad endulzada con miel y la sal de las lágrimas de los que saben que jamás, jamás, volverán a vivir algo semejante.

¿Como podían ser los recuerdos de infancia de un huérfano? Ella podía saberlo, en parte, había perdido a su padre y eso era claro, teniendo muchos recuerdos felices de él, una memoria e imagen que ningún acto podría cambiar y palabra que alguna vez pronunciada no podría tocar o mellar. Pero jamás, lo tenía claro, podría compararse con el caballero con el que conversaba. Con él la vida parecía haber sido más dura, menos justa y Femke se preguntó una vez más. ¿Por cuánto habría de haber pasado?

Lo miró fijamente con ternura. - Le creo con toda el alma, Señor. Usted hace que sea fácil hacerlo.- mientras se perdía una vez más en sus ojos, queriendo saber lo que jamás sabría, lo que era seguro viviría en un tiempo, en muy poco, ser una huérfana como la luna llena. - ¿Imagino o hago mal si afirmo que deben ser sus más preciados tesoros?- no sonrió, tenía un poquito de miedo de que sus palabras fueran erradas, pero tenía terror de que solo le recordaran que era un hombre melancólico, carente de otras memorias felices que una infancia que no fue completa y que jamás volvería.

Aunque, la neerlandesa no veía aquello como un obstáculo, encontraba una inmensa sensibilidad y admiración en ello, él sonreía y estaba allí frente a ella tan regio y fuerte como lo sería un roble antiguo. También podría ser que él no lo recordara como algo tan triste, que pensara en ello como una circunstancia  de la vida que se debió vivir. Podrían ser ambas. Podría.
Allí estaba de nuevo aquella bonita tristeza que le parecía tan familiar.
Preguntas y respuestas, Femke parpadeó y se sonrojó bajando la mirada.

- Lo sé.- sonrió asintiendo mientras repasaba sus manos. - Es demasiado pretencioso compararme con un lobo, son...ellos son como usted.- sonrió mirándolo de nuevo. Frunciendo el ceño, enarcó una de sus finas cejas con extrañeza.- ¿Cazar sombras?- meneó la cabeza sin aún entender a qué se refería. - Yo no deseo ser cazadora. Pero me conformaría con tener un poco más de tiempo,- si él confesaba algo tan profundo, ella debía, lo creyó una obligación, - pero...- miró sus manos una vez más, abriéndolas como si viera granos dorados y minúsculos rodar sobre ellas.

- Es como arena entre los dedos.- suspiró. Allí iba la confesión de su más grande... sombra. Sus ojos de inmediato buscaron los del caballero. Guardó silencio meditando. - Me rectifico, Señor. Tiene razón, quizás si lo soy. Yo cazo tiempo. A veces pienso que al hacerlo estoy perdiendo irremediablemente mi tiem...- se detuvo de inmediato y cubrió sus labios como una niña, río por la ironía mirando al cielo, - mis horas ¿verdad? - volviendo a él sonrió con un deje de desazón e ironía por la realidad que era.

También era triste que existiera la ausencia de cariño materno, ese que a ella le había sobrado. ¿Cuánto sufriría al fallecer su madre? Si su corazón se había roto y hasta ahora no se había sanado por la falta que le hacía su padre, la mujer que le había dado la vida y que la acompañaba día a día, seguramente dejaría un espacio carente de luz alguna en el lugar donde ahora solo existía un corazón hecho de cristal rosa cálido y resquebrajado.
Aún más triste era pensar que cada segundo desperdiciado no volvería y que una vez que la historia se había terminado era para siempre.

Quisiera haber preguntado por sus sombras, esas que él había nombrado y sobre ese camino que llamaba poco acertado. Parecía un hombre correcto y bueno.
Y allí iba de nuevo...¿Por cuánto habría de haber pasado? ¿Qué habría tras del hombre en duelo constante?
Siempre que sabían lo de su padre recibía la misma reacción, siempre que sabía sobre la muerte de alguien más daba la misma a cambio y al saber sobre una inmensa perdida, la mayoría del tiempo Femke se daba cuenta que eran sentimientos vacíos. Hoy la de él parecía sentida y sincera, como la suya al escuchar sobre su madre. Ambos se entendían y qué bien se sentía aquello.

Por eso solo suavizó su sonrisa y asintió. - Gracias.- miró a la tumba del que imaginaba como un bello canino y repitió su palabra con lentitud en la mente se...lec...tiii...vos, repitió también las de él...evitamos ciertas cosas. Pensó en ambos significados. - No sé cuál sea más adecuada para decir en sociedad.- se encogió de hombros con diversión. - Creo que ninguna. Ambas suenan fatales para los corazones vanidosos que nos rodean. Yo me sentiría herida si me dijeran que me evitan o que no desean hablar conmigo por selectividad.- lo miró complice, lo haría aunque lo respetaría.

Pero se silenciaron sus labios, sus deseos de hablar, sus pensamientos y la lógica cuando escuchó el porque autodenominarse un alma atormentada. Se sintió un tanto confundida y perdida, pero apenada. Posó con suavidad una mano sobre uno de sus hombros. - Lo siento, en verdad y de corazón. Quisiera poder ayudarle. - de ella, de ella podría fiarse, aunque no lo conocía siempre había carecido de ser una mujer mala, de malos pensamientos o deseos, de querer engañar o traicionar y en él, se sentía a salvo.

En los días en París se estaba dando cuenta de algo: su vida era un jardín de rosas sin espinas. Allí estaba el Señor Legrand, Lord Moncrieff. Él quién la acompañaba. Terminó de escuchar los motivos de la muerte de Max, lo miró arrodillarse sobre la hierba pensando en que la pena lo había derrotado por fin aquel día, quiso con toda el alma ayudarle y sus manos se levantaron con la intención de querer posarse sobre su espalda, pero se detuvieron con sus palabras y sonrió conmovida dando un sí con la cabeza, cerrando sus manos, para limpiar las lágrimas que comenzó a sentir sobre sus mejillas. La promesa estaba sellada con el más fuerte hilo de plata.

Se acercó y su mano derecha buscó con delicadeza el collar de cuero a tientas en el bolsillo, al encontrarlo, se inclinó a su lado. Lo miró y dijo, tomándose la libertad de tutear como lo hacía con sus amados caballos o los más cercanos. - Max, vuestro amo te ama y recuerda. Fuiste y eres un muy buen y fiel amigo. Soy Femke y vendré a visitarte, espero te agrade la idea. - terminó posándolo sobre el cúmulo de piedras como si fuese el más fino cristal. El silencio fue largo y hermoso, dándole un largo tiempo para tomar un respiro y disfrutar del momento entre ambos, siendo ella la privilegiada espectadora cuando se levantó para contemplar la figura del caballero que se mantenía aún inclinado.

Si bien sabía que jamás podría pretender ser uno de ellos, Femke se sintió halagada por sus palabras, muy feliz y efervescente su feminidad cuando él le comparó con un ángel. Los ángeles eran la bondad desde el más puro origen, porque incluso el de la muerte debía ser hermoso, suave, tan lleno de paz como la misma corriente de los canales de Leeuwarden. No supo qué decir, encendiéndose una vez más sus mejillas como la jovencita que era, compartió con él su silencio, cerrando los ojos con la brisa en ella.
Un nombre irrumpió los pensamientos de querer aliviar su alma y la del extraño que paso a paso de un reloj de arena, parecía haber estado siempre a su lado.

Abrió los ojos parsimoniosa, a tiempo para encontrar frente a ella a Jensen y a su mano, esa en la que dejó una de las suyas sin ningún reparo, sintiendo su calidez con una tímida sonrisa que luego se amplió escuchándolo. Mirando sus ojos, mientras la presentación se formalizaba con un beso en el dorso, su rostro asintió con solemnidad. - Me gusta estar aquí y es un placer conocerlo, Señor Jensen.- en realidad lo era y por fin tenía un nombre por el cual llamarlo. Sean Jensen.

- Es tan pacífico y sí, me llenan de vida las flores. Son unas de las cosas que más amo en el mundo, junto a los caballos.- Aunque en realidad amaba muchas cosas, casi todas. - La verdad es que no sé dónde podría encontrar a alguien que comprenda tan bien el dolor de una perdida sin tener que enterar a los que no entienden de ello y poco les importa. Agradezco mucho, se lo debo a este lugar.- ella también sentía lo mismo y en su mirada y labios que se curvaban podía verse que así era. - Soy Femke van Roosevelt.- inclinó su dorso con la gracia, fluidez nata y elegancia de una mujer de su título, sin nombrarlo al no verlo como una necesidad.


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Mensaje por Jensen Vie Jul 13, 2018 4:19 am

Solo con el corazón se puede ver claramente. Lo esencial es invisible para el corazón.-Antoine de Saint-Exupéry.-






Quizás no tuvo que ser tan brusco a la hora de alegar cazar sombras ¿cómo iba a explicarlo? El silencio a veces, era el mejor conversador y en este caso, así fue. Se mantuvo en silencio, sin dar explicación sobre su oficio nocturno, no quería confundirla y desviar la conversación hacia un jardín por el que no estaba tan seguro saber encontrar la salida. ¿Cazadora de tiempo? Le pareció curioso el hecho de que necesitase más tiempo como si en algún instante pudiese evaporarse todo ante sus ojos, ella misma, el mismo ángel que apareció sin más ante sus ojos.


Comprender sus palabras se le hacía no sólo ameno y cercano, cada segundo que le regalaba y ella perdía, sentía como si de algún modo le estuviese robando esas horas que parecía querer anclar la joven en su propio puerto. Quién imaginaría que en un lugar tan especial como lo era el cementerio para él pudiese encontrarse con un alma tan afligida y atormentada como la suya.

-Esos corazones vanidosos no comprenden nada más allá que su propio ego y pensamiento, por esa razón no los considero pertenecer a mi círculo. Lo llamé selectivo pero siempre estuve solo y si se han acercado a mi persona no ha sido para otra cosa que interés o conveniencia o mi dinero. No crea que es algo me importe demasiado, a fin de cuentas nadie puede asegurar tener amigos en este mundo de sombras relucientes pero grises, de papel. No es más pobre quien menos tiene si no quién se conforma con las  pequeñas cosas...como por ejemplo un paseo al Cementerio con un desconocido, suena extraño pero lo cierto es que aquí estamos y lejos de asustarme... me alivia el simple hecho de encontrarse aquí, conmigo. Me ha ayudado más de lo que cree, más de lo que pueda llegar pensar nunca -bajó un instante a sus propias manos enguantadas, no se encontraban en tensión a puño cerrado como solía pues se encontraba raramente tranquilo con la compañía de alguien, más el de una mujer.

Hasta ese instante, nadie se había preocupado por su bienestar, acercarse con buenas intenciones y ella, con algo tan simple como dirigirse a su mejor amigo que ya no se encontraba a su lado, le llegó a su frío corazón al que creyó muerto y sin vida, no creía que volviese a latir de ese modo, apresurado y ...vivo. Sonrió, una sonrisa amplia y de total agradecimiento, las palabras dirigidas a Max le reconfortaron y se asemejaba a esos abrazos desconocidos e inexistentes que aún nadie le había dado. No supo qué decir, más lo hicieron sus orbes azules como el cielo.

-Enchanté, madame Femke. -le dedicó una reverencia elegante, sin perder de vista su mirada, ni la sonrisa, una que ella había dibujado en el lienzo del sombrío rostro del cazador -Mandaré a Fred a por vos para que la recoja cuando guste, le daré mi dirección y en cuanto le sea posible, le mostraré mi jardín...le advierto que posiblemente quede totalmente cautivada y enamorada … -se atrevió a dar un paso más , sólo uno hacia la joven y en tono cómplice y misterioso... -De mi jardín, claro. Los raros y extravagantes solemos criarnos en donde la naturaleza hace su curso -se atrevió a bromear, dejando escapar una risa de lo más divertida, sincera.

De su abrigo, buscó dónde apuntar la dirección y demás pero no llevaba nada encima, sólo el collar que ahora descansaba con su dueño y mejor amigo del cazador. El gesto de circunstancia reflejado en su rostro, le ofreció a la joven un gesto aniñado y muy divertido pues había quedado como un auténtico idiota.

-Puedo acompañarla, no me perdonaría le ocurriese algo, a no ser que...le esperen, así puedo guiar a Fred hacia su hogar -se mordió el labio inferior, inquieto, la inocencia personificada, no pretendía más que asegurarse su bienestar, esperó su respuesta...¿cómo guiar a un ángel hacia el cielo? Lo más acertado era que él mismo te lo mostrase.


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Mensaje por Femke Van Roosevelt Dom Jul 29, 2018 1:34 pm

Siempre hay flores para el que desea verlas.
- Henri Matisse

Con una pequeña insatisfacción que en nada mermó el gusto por la conversación, quedaría la baronesa al no poder conocer qué sombras cazaba Jensen o a qué clase de metáfora se refería.
Con una leve sonrisilla y los ojos curiosos, despiertos que observaron el rostro de su interlocutor, respetó su silencio. Tan poco conocía de él, tan solo su nombre - un dato importante y esencial-, que su madre había fallecido cuando él era un niño y que al parecer no había sido una muerte tranquila, el nombre de su perro y que por lo que comenzaba a procesar de sus anteriores palabras, también había fallecido en extrañas circunstancias y que con su sacrificio había terminado salvándolo incluso de morir y también, que le gustaba la jardinería.

Entonces se dio cuenta que si bien, era poca la información, eran detalles que no se le hubiesen confiado a cualquiera, entonces se conformó de buen gusto sintiéndose honrada, casi como una elegida. Igual sus modales en aquel momento no le hubiesen permitido preguntar de más. Algo le decía que debía ser prudente, cuidar los secretos del hombre, por respeto y había otra cosa más a lo que no supo dar nombre.
Pero le fue fácil dejar de lado tal percepción cuando fue más halagada y consentida con sus siguientes palabras, encontró a su vez, inmensas verdades que en el mundo de las cortes y los nobles se hacían mucho más visibles.

- Bienaventurado usted, Señor Jensen. Puede elegir quién llega, quién se va y quién se queda en su vida.- encontraba tal hecho fascinante, una muestra de real libertad que ella misma quería poseer. Femke tenía amigos, reales amigos, habían personas de las que disfrutaba su compañía y de otras... deseaba huir en la mayoría de eventos y banquetes, pero siendo consiente de las repercusiones que traería a su apellido, título y reino, siempre había tenido que resignarse, o mejor, obligarse a guardar silencio y compostura.

- Entonces somos buenos mentirosos. - curvó una sonrisa mirándolo. - Yo también la mayoría del tiempo estoy sola.- lo dijo como si fuera el acierto del siglo, cuando ella misma lo contemplaba como algo un poco triste habiendo deseado siempre un hermano con quien compartir su vida, o que sus primos se quedaran más días en su casa. - Aunque estoy rodeada de personas, increíblemente siempre siento que estoy sola. - miró a su alrededor, tratando de buscar alguna explicación a eso. Servidumbre, sus padres, los amigos de la familia, sus primos y tíos, los consejeros, los nobles. - Qué extraño y contradictorio evento.- dijo casi en un susurro, como un pensamiento para si misma.

- Me alegra escuchar que ha disfrutado de este tiempo a mi lado. - lo contempló de reojo con las mejillas un poco sonrojadas. - Es extraño, lo es. Pero hay cosas que no tienen explicación y yo, igual me siento aliviada, usted también ha hecho mucho por mi, Señor Jensen.- era momento de dejar las cosas de niña y preocuparse por la verdad, él había sido un oasis en el desierto, borrando lo que parecía aproximarse como sed en forma de tristeza infinita por los días de entierro y duelo de otros que le recordaban la inmensa parte que le faltaba. Una muestra de que se puede vivir la melancolía con una amplia sonrisa.

Ojalá pudiera escapar siempre de tal sentimiento, de esas nubes negras. Siendo madura sabía que no podría, pero hoy, hoy estaba segura que no lloraría y los próximos días, no se encerraría en su habitación a esperar que llegara el sosiego o pasara el mal clima.
Y todo era gracias a él, pensó al verlo regalarle una reverencia, una que aceptó con una inclinación de cabeza cargada de la misma gracia y complicidad. Le gustaba su sonrisa, le gustaba verlo sonreír y hacerlo olvidar de sus tristezas, esperaba la recordara al llegar a casa de la misma manera.

¿Esa era una forma de trascender en el tiempo?¿De vivir para siempre? Estaba segura que sí porque sabía de antemano que cada vez que pensara en él, se sentiría de la misma forma en que ahora, cálida y muy tranquila y eso sería hasta el fin de su vida y lo contaría a sus hijos, si alguna vez llegaba a tenerlos y a su vez, ellos a sus hijos. -Tú, Sean Jensen, serás inmortal en la familia van Roosevelt.- pensaba tuteándolo en su cabeza, cuando la cercanía de él y sus palabras la sacaron de su visión del futuro.
Sonrojo, un inmenso y bonito sonrojo cubrió sus mejillas evitando por unos segundos la forma en que él la miraba fijamente, lo hizo porque no era imposible pensar en quedar cautivada y enamorada de un hombre como él y por eso, no retrocedió ni un paso.

Al contrario, correspondió a su sonrisa con la espontaneidad y encanto de su juventud, esa que se muestra sincera cuando se siente mimada, elogiada, una sonrisa que también fue producto de entender sus palabras encontrando el encanto y la diversión de esa verdad. La baronesa volvió a mirarlo. - Usted no parece un hombre extravagante, quizás raro y eso no es malo...tampoco sé si me vea así, pero cuando tenga tiempo para un largo viaje debe visitar mi hogar entonces. Hay muchos jardines, todos muy bellos...y algunos, muy pocos, extravagantes.-  ofreció una cordial invitación.

- Y encantada acepto su invitación, podría ser cierto, que quede cautivada y enamorada.- se atrevió a usar el mismo tono misterioso, lleno de complicidad que él había usado en la misma frase anteriormente, aprendía rápido.
Volvió a sonreír al ver el gesto de desacierto inocente en el rostro de Jensen. - Parece  ser que el papel y la pluma nos han abandonado a ambos.- bromeó. Habiendo despachado a casa a su cochero tiempo atrás, no debía preocuparse de ello, lo cierto es que aunque la esperaran, el resultado sería el mismo.

- No importaría si me esperan, deseo que me acompañe, Señor Jensen y que Fred me lleve a casa.- dicho lo que deseaba, esperó a que él tomara el camino más acertado para llegar a su carruaje. - Imagino que debe ser poco el tiempo libre que tiene, pero ¿le parecería o mejor, podría el sábado de la próxima semana? - lo miró con un tímido rubor en sus mejillas, esperando no fuese muy anticipada la fecha, pero quizás él era el culpable por prometerle dejarle conocer los jardines que sus ojos veían todos los días.


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Mensaje por Jensen Miér Ago 01, 2018 3:05 am

“Se despertó jurando que era el amanecer más bonito del mundo
pero no miraba por la ventana, la miraba a ella”





Lo cierto, es que ojalá tuviese ese poder, controlar quién va y viene, quién se queda o se marcha en su vida, curiosamente no tuvo nunca opción, sólo aceptar su sino, un título de clase alta que cumplía a la perfección en sus obligaciones, no dejando a un lado su trabajo como banquero. No pudo evitarlo, al oír la frase “estoy rodeada de personas pero estoy sola”, se conmovió, estremeciéndose por dentro y es que la entendía demasiado bien, así se había sentido durante toda su vida hasta que Max le hizo compañía junto a las sombras que cada noche acechaba, esperando encontrar una respuesta y un origen a sus raíces, nadie sabía nada y cuando más cerca se encontraba de la verdad... volvía a disiparse, llenando su cabeza de más y más dudas.

-La veo del mismo modo que me ve a mí, no extravagante pero para que tome referencia...como si fuese la única flor hermosa entre todas las demás, marchitas y sin vida, si eso le vale de algo -no solía hacer cumplidos y ella pudo notarlo en la inquietud de sus gestos con las manos, las tuvo que introducir en los bolsillos de su traje, no por frío... más el agachar el rostro unos segundos sin perder la sonrisa ni los pasos, los cuales aminoró para alargar lo máximo posible el paseo.

-Conseguir tal cosa es un reto difícil de cumplir ¿cautivar y enamorar a alguien como vos? Eso sí que es cautivador -el paseo llegaba a su fin, la invitación de un posible encuentro quedaba en el aire y dudó que volviese al tema, recordarle en un posible reencuentro en un lugar menos gris, con más color que devolviese la vida e ilusión a dos almas perdidas y atormentadas como bien había mencionado, sin saber porqué le hizo tal confesión...esa noche había sido para otra persona totalmente transparente y ella se desnudó de igual modo, almas desnudas una frente a la otra, sin secretos y ser juzgadas...aunque aún había un sin fin de secretos por descubrir, apenas fue una tarde, en unas horas no se conoce a una persona y aún así, así lo sentía eso nadie podía arrebatárselo.

-El poco tiempo libre que tengo lo aprovecho al máximo y a la vista está. El sábado lo tiene para vos, en mi cabeza queda grabado y no necesito pluma y papel para recordarlo, podeis creerme-el carruaje se vislumbraba a lo lejos, el tiempo apremiaba, ¿se produciría el encuentro? No supo qué decir desde que el carruaje hizo aparición a su vista, se sintió niño y hombre al mismo tiempo, nervioso por primera vez en su vida. Al llegar, a unos pasos, aminoró el paso hasta quedar frente a frente, se percató del abrigo que con elegancia seguía sobre los hombros de la dama.

Si no mencionaba el hecho de devolvérselo, bien podía ir a por él y de algún modo producir ese encuentro aunque ya haya sido fijado, una sonrisa traviesa...la de un niño que acaba de hacer una travesura. El tiempo se agota, Sean Jensen sonríe y toma con cordialidad su mano, deja un sentido roce en los nudillos de la dama, seguido de un beso.

-Hasta el sábado entonces, espero el momento en el que se cautive y se enamore -mencionó arrastrando las palabras, a saber a qué se estaba refiriendo. No fue hasta que se aseguró de que se subía al carruaje permaneciendo un par de minutos hasta que desapareció a lo largo de la calle...y volvió a casa.

*~

Los días se sucedieron con normalidad, Sean había encargado un nuevo traje para estrenarlo en la próxima fiesta, deslumbrante y plateado, también hizo un encargo especial el cual llegó dos días antes del sábado. Imposible no encariñarse con él, el pequeño can, blanco como la nieve lo seguía a todas partes y él que se dejaba de querer no podía evitar caer en sus encantos. La ama de llaves de la casa Jensen, la nana para el joven Sean, entró en la habitación tras llamar un par de veces, la sonrisa de la mujer al verlo frente al espejo terminó en carcajada, cualquier persona del servicio se escandalizaría pero entre ellos había una confianza absoluta.

-¡Hijo! ¿Qué es lo que ven mis ojos? Pensaba que lo de la visita esta tarde era...una mentirijlla de las tuyas pero ya veo que va en serio ¿vendrá? ¡qué cara pondrá cuando lo vea! A los dos... ¡qué contenta me haces! -esa familiaridad, la mujer le acercó a él para dejar varios besos en sus mejillas, Sean se dejó...como para no -Sólo es una merienda, verá el jardín y... ya está, nana. No te emociones que a mí ciertas cosas no se me dan bien, otras sí. Sé que cambiar el llegar con ropa ensangrentada para quemar no sea lo mismo que..esto. Está a punto de venir , eso creo, vendrá...-nervioso, tosió por lo bajo, un pequeño perrito blanco se acercó reclamando su atención, Sean lo tomó entre sus brazos, él tan alto y fornido, un diminuto perrito que cabía en una de sus palmas... todo dispuesto, con la esperanza de que el timbre de la casa sonase.


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Mensaje por Femke Van Roosevelt Sáb Ago 04, 2018 1:06 pm

Dirán que pasó de moda la locura,
dirán que la gente es mala y no merece,
más yo seguiré soñando travesuras.
Acaso multiplicar panes y peces.
― Silvio Rodríguez

El perfume vive en el tiempo; tiene su juventud,
su madurez y su vejez.-
Patrick Süskind



La tarde en que se despidió del Señor Jensen frente a la entrada principal del cementerio y en la que agradeció el servicio de Fred a puertas de su villa, Femke no contó ni una sola palabra acerca de su día junto a él, ni siquiera a sus doncellas más cercanas y menos a su chaperona. Durante la cena había sido muy selectiva en sus temas y siendo el centro de atención el entierro del pariente de su amiga, dejó la baronesa que la anciana pero llena de energía nodriza la bombardeara de preguntas que contestó dócilmente.

-¿Está muy triste la Señora Ansard?- preguntó la mujer palmeando con suavidad el hombro de una de las criadas para que fuese a calentar el agua para el baño de la neerlandesa.
- Sí, se encontraba muy triste,- como mamá, pensó con real aflicción - pero se mantuvo fuerte como siempre lo ha sido. Igual que madre. - respondió con prudente pero sincero orgullo, llenando la cuchara hasta la mitad con la humeante crema de espárragos que sería su cena.
- ¿Asistieron muchos?- tomó asiento al lado de su protegida, pensando en que quizás no había sido buena idea que asistiera estando tan cercana la muerte de su padre.
- Así fue, nana, deberías haber estado porque todo fue muy hermoso, la misa, las palabras del sacerdote, el encuentro de familiares lejanos, de los amigos y muchos fueron a recordarlo, como cuando padre falleció.- era duro decirlo aunque su rostro no lo mostraba. Ya no tenía tanta hambre.

- Como debe ser, ambos hombres eran hombres muy queridos. ¿Diste el sentido pésame como era debido?- acarició la mujer los cabellos claros y rosas de Femke habiendo notado que bajaba la cuchara aún medio llena.
- Por supuesto, ya sabes lo mucho que los quiero y entiendo su dolor.- sonrió entre un suspiro alejando el plato de sopa con suavidad, pudo sonreír y eso fue muy bueno, en otro momento ya estaría en su habitación leyendo algún libro o bajo las sábanas queriendo huir de todos.
- Lo sé, lo sé, pequeña.- tomó el plato y lo entregó a una de las criadas. - ¿Y Lady Ansard? ¿Cómo está? ¿Estuviste con ella?- volvió a poner su atención en Femke sirviendo un poco de infusión de limón y manzanilla para ambas.

- Lo estuve, hasta que todo terminó.- ya tomaba un poco de miel para lamer la cuchara y sentir la dulzura de tal manjar, ya sabía la pregunta que vendría.
- ¿Y por qué no viniste a casa de inmediato? Ruud llegó a casa solo, estaba muy asustada y también está ese asunto del abrigo de hombre que no has querido explicar. - allí estaba como lo había imaginado, mientras ambas daban el primer trago de té con la tensión de la pregunta en el ambiente.
Femke respiró y acarició la mejilla de su nodriza. - Perdóname, quería estar un rato en soledad, estuve todo el tiempo en el cementerio y conocía alguien que me ayudó a estar más tranquila.- dijo sin explicar más, ya tendría más tiempo y cuando sabía que iban a continuar las preguntas, se levantó de la mesa.

- ¿Y el postre, Lady Roosevelt? Es soufflé de naranja. - quizás se estaba arriesgando a perderla, pero debía aprovechar que al parecer el reciente encuentro con la muerte no la había lastimado tanto como para impedirle comer o hablar con ella, incluso había sonreído y sobre el otro tema, sería paciente, la baronesa siempre había sido buena.
Femke giró, la miró y asintió. - Me encantaría. Lo comeré en el cuarto.- desde antes lo había decidido, hoy sería diferente y sabía gracias a quién.

Dos horas después ya solo quedaba un poco del postre naranja y amarillo limón, sin embargo este aún perfumaba la habitación con su olor a cítricos, la infusión ayudaba, aunque su nodriza había elegido de vainilla para acompañar el dulce luego del largo baño de tina que ya había tomado. El libro de poesía inglesa descansaba cerca de ella, había avanzado y casi lo terminaba.
En la soledad de su cuarto ya podía acostarse con tranquilidad a recordar, lo triste, lo malo, lo hermosamente triste y lo bello, la paz y sabiduría que Lord Jensen le había inspirado. La seguridad que había sentido al estar a su lado y sus últimas palabras antes de acompañarla al carruaje.

Pensó en él con las mejillas tiñéndose de un carmín más y más oscuro a medida que el recuerdo avanzaba, acostada boca arriba sobre la cama, mirando el techo de la habitación, cerrando los ojos colocó las mano sobre su pecho para sentir el compas armonioso de sus latidos y recordó:

- La veo del mismo modo que me ve a mí, no extravagante pero para que tome referencia...como si fuese la única flor hermosa entre todas las demás, marchitas y sin vida, si eso le vale de algo...- ella había contenido su mirada por solo férrea voluntad. Claro que le valía, era muy buena la impresión que él había causado en ella y aún tenía la no muy conveniente e inocente manía de creerse las bonitas palabras de aquellos que le agradaban y creyó que las de él eran sinceras por su voz y sus ojos, por la confianza que le daba, porque encontraba algo en su corazón que le decía que lo hiciera, por la forma en que había resguardado las manos entre los bolsillos, para ocultar lo que le pareció timidez, porque el clima era perfecto aunque el viento soplaba fuerte. ¿Un hombre cómo él podría ser tímido? ¿Qué razones habrían?

- Conseguir tal cosa es un reto difícil de cumplir ¿cautivar y enamorar a alguien como vos? Eso sí que es cautivador.- ¿Acaso esas palabras eran para ella o seguía hablando de flores y jardines?
Claro que eran para ella, pero ¿cómo saber si era un reto difícil de cumplir? Nunca se había enamorado y eso que bailes, flores, conversaciones, perfumes, vestidos, pedidas de su mano a sus padres, a su madre y otros cortejos había tenido. ¿Habría algo malo en ella? No, mamá decía que debía llegar el indicado. Pero ¿quién lo era?¿cómo era aquel?¿Qué debía sentir al verlo? ¿Acaso se estaba haciendo ilusiones con palabras que podían ser solo dichas por gentileza?

Porque él era un hombre y aunque no sabía cuantos años mayor que ella, supuso que quizás la viera como una niña, trató de imaginar la experiencia que debía tener y que era seguro que confirmaría su propia inexperiencia si ella le decía algo incorrecto o tonto, por eso guardó silencio, pero allí si no pudo resistir su mirada y buscando el escape que le daba el horizonte a su paso, sonrió aún más sonrojada.  

-El poco tiempo libre que tengo lo aprovecho al máximo y a la vista está. El sábado lo tiene para vos, en mi cabeza queda grabado y no necesito pluma y papel para recordarlo, podeis creerme.- el valor de sus encuentros se podía resumir en el valor que le daban ambos al tiempo, para Femke era el recurso más importante del mundo y con él podría compartirlo sin sentir en ningún momento que era una perdida.

Y hablando de este, ¿se han dado cuenta que el tiempo se hace más corto cuando uno se encuentra ameno y cómodo?, eso siempre le ha parecido a la neerlandesa curioso - sin decir que despierta en ella un sentimiento de impotencia- y el día de hoy era una muestra clara de aquello. El carruaje estaba cada vez más cerca. Lo bueno, es que existía un hasta el próximo encuentro con fecha ya dicha, no de esos posibles que se dejan a la suerte y que en muchos casos son imposibles, tanto, que nunca se dan. Femke le temía a esos momentos, le parecían dolorosos.

Disfrutó de sus últimas sonrisas, las guardó en su memoria y entregó su mano para sentir por segunda y última vez aquel día, el roce de la piel del caballero en la suya y su cálido beso. -Hasta el sábado entonces, espero el momento en el que se cautive y se enamore - de nuevo aquellas palabras que se mostraban como un enigma, uno que sacaba rubores y sonrisas en sus labios y en sus ojos, que causaba alegría de la más extraña.

Le dio una reverencia digna de un rey, era lo menos que él merecía por apaciguar su alma y enviar lejos las nubes negras que se avecinaban. - Hasta el sábado, Señor Jensen.- subió al carruaje una vez se presentó con Fred y dio las indicaciones, pero una vez dentro, mientras el coche se alejaba, Femke se apresuró a mirar por una de las ventanillas hasta perder de vista la figura de él a causa de la distancia.

Sola en el interior del carruaje se dio cuenta que el corazón le latía muy fuerte y la sonrisa sin poder evitarlo nacía sola.


Tal como ahora en su habitación.
La Luna abrió los ojos y suspiró, mirando de nuevo el cielo raso sobre ella giró para ver el perchero, allí donde colgaba el abrigo, ese por el que su nodriza seguía preguntando, ese que imaginaba seguía teniendo su perfume de hombre.
Se levantó y caminó hasta aquel. Sonrió como una niña consciente de la travesura que haría y lo tomó entre sus brazos acercando el rostro a esta cerrado los ojos. Rectificó que sí, allí estaba esa suave fragancia que permanecería en su memoria para siempre y terminó por cubrirse una vez más con la fina prenda sobre su bata de cama. Se miró en el espejo dando unas cuantas vueltas y a la final, sin dejar de lado la sonrisa de zagala, caminó de vuelta a la cama para acostarse, esta vez sobre la almohada mirando a través de uno de sus ventanales abiertos, el cielo nocturno de una París que en nada se parecía a su hogar, pero que se le hacía cada día que pasaba allí, mucho más dulce e interesante.

Hoy no contaría nada sobre el Señor Jensen, hoy el encuentro con él sería absolutamente suyo porque a veces se podía ser egoísta y aunque nada malo o desmedido había sucedido quería proteger aquellos recuerdos. Sí, suspiró profundo con el perfume presente... su recuerdo, su voz y sus palabras eran solo suyas.
No supo cuando se quedó dormida y a la mañana siguiente las velas de los candelabros se había derretido por completo, pero el sentimiento de felicidad seguía en su pecho al igual que el abrigo en ella.

Los siguientes días fue igual, logró tener la aprobación de su chaperona para asistir, cumplió con sus encargos como baronesa, el trabajo seguía aunque estuviera lejos de casa y acompañó a sus amigas en otros eventos, la socialité seguía siendo importante y hubo otro asunto, uno que le robó la atención en especial. Pero no dejó de pensar en ningún momento en el sábado. ¿Era posible que la cazadora de tiempo deseara que los días corrieran sin cohibición e inhibición? ¿En un parpadeo? Lo era.

La sensación no se fue hasta ese sábado cuando hubo tomado un baño con agua de lirios y se perfumó con esa misma suave fragancia, al lograr elegir el vestido y peinado que creyó adecuado, aún mucho más cuando estuvo frente a la puerta, mirando con interés el hogar del Cazador de Sombras, a la espera de que su cochero tocara el timbre y abrieran. De verlo tal y como lo recordaba.

No sabía porqué pero estaba llena de nervios, unos que no eran malos, pero...¿cómo poderlo explicar?


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Mensaje por Jensen Dom Ago 12, 2018 9:43 am

La vie. La nuit. La mort.

“Soñar despierto no es perder el tiempo, sino el don de una hora durante la cual el alma alcanza la plenitud”





La semana había transcurrido sin ningún contratiempo, cada mañana cruzaba la puerta giratoria, brillante y dorada hacia el banco donde le esperaba su puesto de contable. Un trabajo monótono que conseguía apartarlo de las sombras hasta que la noche cubría con su manto en tonos oscuros la ciudad de París. Desde su última salida nocturna, no consiguió más que errónea información, la manada que ansiaba encontrar parecía haberse esfumado o lo más probable, marcharse de allí y atormentarlo aún más. Ya no sabía dónde buscar, por más que lo pensaba, seguía inmerso en su propósito de encontrar respuestas que hasta hoy tan vacías como lo estaría la tumba de su madre.

Lo sabía, sabía que ella no se encontraba descansando al lugar donde cada sábado acudía con orquídeas y rosas blancas, aún así…necesitaba presentar sus respetos, sumergirse en sus recuerdos. La institutriz y su nana le enseñaron cómo comportarse y ser un caballero pero nadie le enseñó a ser el depredador, aquel que persigue demonios con el fin de poner fin a su pesadilla. Era un monstruo, cuando se manchaba las manos de sangre no había ningún arrepentimiento o dudaba a la hora de ejecutar, un arma letal, frío y sin remordimientos ¿Acaso alguien se preocupó por protegerle alguna vez? Siempre estuvo solo y los años de ausencia en casa, le prepararon para ser el monstruo nocturno, el perfecto caballero que perfumado se mantenía al margen en su propia soledad, ya había sido adiestrado.

Su nana en más de una ocasión pensó que ese niño no debió haber presenciado tanto horror en su vida, siendo apenas un niño tuvo que presenciar ciertos acontecimientos que ningún ser humano debería ver. Ya no había vuelta atrás. Y aún así, podía ver a su señorito diferente a otras veces ¿ilusionado? Sean siempre tuvo lo que quiso, no solía llevar compañía a casa, sólo cuando se trataba de hablar de negocios. ¿Y ese pequeño cachorro blanco? Cuando lo trajeron de verás pensó que se volvió loco, ni quiso recordar aquella mañana en la que entre sus brazos, trajo a Max herido, muerto.

-¡Se acerca un carruaje! ¡Bendita sea! -el revuelo de su nana y las criadas le hicieron entornar los ojos, sólo esperaba que la señorita no se percatase de esa sensación de júbilo y euforia que sentía la mujer, para ella era como un hijo y viceversa. Antes de que el carruaje se acercase a la casa, Sean carraspeó ante las atenciones de la mujer quién intentaba colocarle el cuello del traje bien, peinándole con sus gruesos dedos y deshacerse de una supuesta mancha de una de las mejillas -¡Válgame el cielo! Los caballos se han detenido, Stuart ya se encuentra en la puerta para recibirla y… ¿la tarta de merengue y limón? ¡no recuerdo si la terminé a tiempo! Debo ir, hijo, ve…y recuerda nada de hablar como si fuese … uno de esos malolientes tipos con los que te ves por las noches, o bestias, lo que sea -el hombre se echó a reír bajando un tanto la mirada, sabía que estaba preocupada por él pero ¡no era para tampoco para ponerse así! O tal vez sí… un momento tan esperado por ella, aunque no estaba seguro de las ideas que cruzaban la mente de la mujer y eso sí que le dio miedo, un escalofrío le recorrió la espalda…seguro que pensaba en matrimonio y él con eso… no es que fuesen ideas santas de su devoción.

El timbre resonó en la casa, insuflando vida, como si después de tantos años un soplo de aire fresco entrase por la puerta de entrada y se colase en cada habitación, envolviéndolo todo. Sean dejó al cachorro en el suelo y se dirigió al hall en donde esperó a su invitada, tan sigiloso como un gato, permanecía al lado de un bonito mueble blanco con tiradores dorados y un espejo ovalado en el centro, a su abuela le encantaba aquella reliquia familiar y fue algo que él heredó pues ese cristal le devolvía la mirada cada vez que salía de casa, a sabiendas que podía ser la última vez.

-Bienvenida-musitó acercándose despacio a la puerta, una leve sonrisa se dibujó en su rostro, seguido de una elegante reverencia sin dejar de mirarla a los ojos, si algo caracterizaba a Sean A. Jensen era su transparencia a la hora de expresarse, claro que con quien desea ser de ese modo. Tomó su mano, dejando un leve roce de sus labios en los nudillos ajenos, fue a emitir palabra cuando unos pequeños ladridos los interrumpieron…la sorpresa al traste. Entornó los ojos sin poder evitar soltar una risa, la de un niño que acaba de presenciar algo divertido y que inconscientemente, había sido su culpa -Creo que alguien estaba deseando conoceros, alguien a quién ya pertenecéis -el pequeño can, movía la colita de un lado a otro, ladrando sin fin hacia la joven, Sean como un pasmarote, se quedó observando la escena, sin percatarse de seguir en el hall -Y sí, es para…vos. Él también se encontraba solo y creo que a partir de este momento…dejará de ser así -como siempre, arrastró las palabras, como si él mismo fuese partícipe de ese contexto, fuese él quién encontrase su hogar.

Unas risas se escucharon tras él, la nana los observaba desde su posición tras dos muchachas del servicio, dos gemelas idénticas. Sean se rió por lo bajo, conocía a su gente y estaban más que encantadas con la visita de la señorita que...le daba ese toque de vida y alegría que durante todo ese tiempo había despertado. La nana salió casi corriendo de la cocina, con las mejillas repletas de harina, merengue por el delantal y una gran sonrisa en los labios.

-Nana, ella es la señorita Femke Van Roosevelt y espero que lo encargado... -en sus manos la bandeja de plata con el filo de oro, fue presentada como la más obra maestra, una tarta de merengue, y unos pastelitos con crema de limón -Tomaremos la merienda en el jardín, ya sabes donde -la mujer se reverenció, la sonrisa de la mujer hacia Sean...le hizo sonrojarse levemente.


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Mensaje por Femke Van Roosevelt Miér Ago 29, 2018 9:47 am

Una casa es el lugar donde uno es esperado.
- Antonio Gala

La puerta se abrió y la joven de cabellos claros pensó que los segundos que antecedieron no fueron demasiados, pero que tampoco fueron pocos. Disfrutó de la extraña y bonita sensación de espera, de ver la luz en los ojos del caballero, de reconocer la familiaridad en el rostro que aquel corto pero enriquecedor tiempo en el cementerio le acompañó un día en el pasado. ¿Habría él cambiado en algo? ¿Y ella? ¿Se reconocerían? ¿Habría la misma chispa del entendimiento entre ambos?

Era difícil saberlo, pero ¿acaso no debía dejarse a la vida simplemente ser?
Pero no fue él el primer rostro que Femke vería, lo que aumentó más la espera y no menguó las ganas del reencuentro. Se presentó con educación y caminó dócil y elegante los cortos pasos hasta detenerse. Dócil pero no por ello poco curiosa, porque sus ojos se pasearon alrededor de todos los lugares, las paredes, el suelo, los cuadros y los detalles más mínimos que se le eran mostrados. Todo aquello era de manera absoluta parte importante de la vida del Cazador de Sombras y como persona de interés para la Duquesa, no debía dejar pasar la oportunidad de conocerlo.

Lo encontró en el hall mientras flotaba entre sus pensamientos femeninos, al lado de un gran espejo blanco, donde también pudo ver de reojo su propia figura como joven vanidosa y sus ojos, brillaban por las emociones que le producía verlo tal como lo recordaba y su voz… Era igual, un viaje al pasado cercano. Una bella pintura que perdura en el tiempo, intacta, agradable.
Con una bonita reverencia extendió su mano para permitir el saludo con la calidez del roce de sus dedos y sus labios, respondería con un gracias si no hubiese sido por los vivaces e infantiles ladridos que escuchó y llenaron toda la sala. ¿Había comprado un perro luego de su charla?

Buscando de dónde provenían sonrió llena de dulzura al verlo, era blanco y esponjoso como los copos de nieve en Leeuwarden, adorable y muy pequeñito, la ternura en forma de can. Levantando sus ojos miró al francés queriendo encontrar una respuesta para aquella presencia, la encontró pronto y no pudo creer que fuera para ella cubriendo sus labios con ambas manos para que la niña que aún había en ella - o que quizás era- no se escapara. ¡Un regalo, un hermoso regalo y para ella, solo para ella!
La gratitud se mostró en sus ojos. ¡Por Dios! Quería abrazarlo, besar sus mejillas para que sintiera toda la emoción que sentía comenzaba a explotar en su cuerpo por aquel detalle. Sus ojos se humedecieron y la manera en que escaparon sus sentimientos fue con una amplia sonrisa, la más bella que seguramente había dado a alguien en su vida.

Como si solo estuvieran ellos dos en aquel hall, se tomó unos segundos para mirarlo y respirar sobrecogida, parecía estar bañada por los rayos del sol en los jovenes días del verano que ya se aproximaba. Respondió a sus palabras, pareciendo entender por alguna extraña razón que no era solo el cachorro quien había encontrado un hogar donde estar, los dos, Cazador y Duquesa igual. ¿Encontraría alguna vez de nuevo tal sensación al estar al lado de alguien? Era seguro que sí, como decía su madre la vida daba muchas vueltas, lo difícil sería crear tal realidad, tal lazo en poco tiempo. - Dejó de ser así, claro que sí.- susurró antes de bajar sus ojos e inclinarse con elegancia para tomar al perrito entre sus brazos con miedo a hacerle daño.

- Muchas gracias, Lord Jensen. - susurró sedosa y conmovida, si tan solo el supiera lo que su regalo causaba en ella, lo que su su presencia le hacía sonreír y sentir.
Tibieza, suavidad, un olor a pureza invadió su nariz al sentir el aroma que nacía de la pequeña y niñata criatura que ya sería parte de su vida y a quien sin duda cuidaría con la misma. Se irguió de nuevo sin soltar su obsequio. Cayendo en cuenta gracias a las risas femeninas que se escucharon, que no estaban solos. Femke sonrió una vez más con rubor en las mejillas a las dos jovencitas que parecían de su misma edad y que guardaban una similitud asombrosa entre ambas, eran gemelas y como uno de los sucesos llamativos del mundo, cautivaron su interés a pesar de las miradas que la hacían sentir como el centro de atención, como un objeto extraño, la novedad del lugar, ello era algo a lo que la neerlandesa ya se había acostumbrado.

Se quedaría sin decir palabra alguna un rato más, porque los goznes de una puerta al abrirse interrumpieron y desvió su mirada hacía el lugar por el que apareció una anciana de rostro amable, lleno de harina con una sonrisa amena que para la neerlandesa fue adorable y que olía a naranjas o quizás a limón, a todos los cítricos del mundo. Pronto entendería porqué ya que una bandeja de brillante metal plata y oro relucía entre sus manos, mientras el aroma seguía rodeándolos atrayéndola como un magneto a querer probar lo exquisitos que se veían la tarta y los pastelitos.

Consentida, así era como se sentía y como buena sibarita e hija única, no podía más que sentirse feliz y como en casa al lado de su madre, eso y recordar que era su hora de presentarse y como fiel seguidora de tales protocolos y su importancia dejó con extremo cuidado al cachorro sobre el suelo para organizar sus faldas y dar una nueva reverencia a todos los presentes. - Buenas tardes. Es un placer y un honor ser recibida en vuestra casa, más de esta manera. - recorrió con calma cada uno de los rostros que la miraban. - Me siento muy agradecida con todos y jamás lo olvidaré.- miró por último al caballero con un sonrojo en las mejillas, en el suelo el cachorro seguía moviéndose inquieto rozando su vestido para llamar su atención y se quedó mirándolo sin poder creer que fuera suyo.

- Jamás lo olvidaremos.- ¿cómo poder hacerlo? - Son siempre bienvenidos a mi hogar, aquí en París como en mi país natal.- soñando con que eso sucedería se aseguraría de que si se hacía realidad vivieran lo mejor de sus tierras. ¿Algún día se daría o sería solo un sueño?


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Mensaje por Jensen Lun Sep 03, 2018 10:27 am

Sentirse desconocido entre las propias paredes de tu hogar, diminuto…en paz.


Maison:


La casa Jensen, como no hacía tantos años era conocida, ese día lucía diferente. Como si de un soplo de aire fresco se tratase, la sonrisa olvidada volvió a aflorar en sus labios, incapaz de ser borrada. El can no dejaba de juguetear con uno de los pliegues del vestido de la señorita a la par que daba saltitos hacia él reclamando atención, al principio fue extraño pues encargarse de alguien más creyó haberlo dado por olvidado y lo cierto, es que lo echó en falta. Hundir los dedos en el pelaje, los animales no te pedían nada a cambio, sólo caricias y aceptar que te serían fiel hasta el último aliento.

Recordó a Max fugazmente, lo seguía a todas partes, con él no se sintió tan en soledad y perderlo, supuso un antes y un después en el cazador, el cariño procesado al animal era absoluto. Negó con la cabeza, agradecérselo no debía pues le había salido sin más, solía contribuir con la perrera municipal, ese lugar atestado de cachorros y animales abandonados, buscaban un hogar ¿y quién mejor para dárselo? Ella. Y de nuevo esa sensación, como si con sólo un simple gesto, supiese exactamente lo que pasaba por la cabeza de la joven. Ese silencio reparador y necesario, los unió aún más. Sean dedicó una breve sonrisa al can, agachándose y acariciarle la pequeña cabeza con dos de sus dedos.

-No tiene que agradecerlo, es un placer. Espero que se enamore de mis flores y de las tartas de mi nana, seguro sean las mejores que habrá probado en París, se la robé a la mejor pastelería -la mujer rió sonoramente, acariciando la mejilla del rubio, la cual se manchó de harina. Sean por unos instantes cerró los ojos, dejando escapar un suspiro, el olor de esa mujer lo calmaba, hasta entonces, la única persona capaz de devolverle la paz interior…sin perder el control, desde niño tuvo que luchar con sus propios demonios, la rabia y la desolación lo hicieron introvertido, desconfiado y muchos ataques de rabia que la mujer tuvo que apaciguar.

-Vamos. Mi casa es la vuestra, puede tutearme si me disculpas haré lo mismo, tanta cordialidad y respetuosidad me resulta… pesado -él y su sinceridad, siempre mostrándote tan caballeroso pero diferente al resto pues no pedía nada a cambio sólo que se sentase a su lado. Tras las grandes cristaleras adornadas con visillos blancos, una puerta daba al jardín principal, a simple vista, no parecía tan grande y extenso pero una vez te encontrases con éste cara a cara, la sorpresa era asegurada. Sillas blancas de forja adornadas con cojines de diversos colores, una mesa del mismo material con cristal ovalado, un bonito mantel bordado con flores, en este caso orquídeas con sus respectivas servilletas. Nana era muy detallista y esa primera velada debía ser perfecta.

Retiró la silla para que la joven Roosevelt se acomodase, ocupando seguidamente la silla a su lado, una distancia prudencial pero íntima, desde ahí podían contemplar todo el jardín. El vivero se veía no muy lejos de dónde se encontraban, sonrió al contemplarlo, el tímido sol se reflejaba en el cristal, dejando a su vista parte de su tesoro. El jardín en sí, se adornaba con rosas de todas clases, rojas, rosas, blancas y amarillas, alguna madreselva.

Él mismo, fue quién sirvió la bebida caliente, té o café, en una jarra más pequeña de porcelana fría o más caliente al gusto, tras servir a ambos, se dejó embriagar por el olor de la tarta al ser depositada, tarta cítrica que con cualquier bebida elegida estaría deliciosa.

-Habla de su ciudad natal ¿cómo es? ¿sus costumbres? Descríbala y me tiene que decir cómo llamará a su dolor de cabeza, ese pequeño le dará alegrías como disgustos como se acostumbre a morderlo todo -dejó caer con la cuchara de té un terrón a su café solo, intenso y oscuro, como sus recuerdos.


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Mensaje por Femke Van Roosevelt Sáb Sep 15, 2018 7:50 am

"Dios es la plenitud del cielo; el amor es la plenitud del hombre."-
Victor Hugo


¿Cuándo había sido la última vez que había disfrutado de la compañía de un animal? Lo había olvidado, quizás hubiese sido con su amiga Claudete, ella tenía dos gatos grandes y de pelaje fino color negro que se paseaban poco tímidos a su lado cuando ocupaba alguno de los sofás de la casa de su amiga en París, también a veces lamian con pequeñas lenguas ásperas sus dedos y mejillas causándole cosquillas que la hacían reír, Claudete decía que era la forma en que te hacían parte de su manada o que simplemente te estaban bañando; tal vez hubiese sido en casa junto alguno de sus primos, uno de ellos poseía un gran labrador color oro de ojos oscuros e infantiles que ya no corría ni poseía la misma energía por los años que tenía.

Pero no, estaba confundida, si pensaba bien, hace mucho que no veía a su familia, incluso mucho antes de decidir tener un descanso en Francia, los echaba de menos y creía poder hacer una parada en sus hogares antes de volver a su castillo, siempre al fin y al cabo había tiempo para la familia, aunque bueno, sería cuando se decidiera a volver.
Entonces sí, en definitiva, su último encuentro con animalitos y mascotas había sido con su amiga y los gatos de esta.
Había que reconocer que el cachorro sabía llamar la atención de todos con su ternura, Femke pensó que sin duda había sido escogido perfectamente para ella. Podía imaginarse desde ahora durmiendo con él en la noche, cada noche, mirando las playas, los bosques, paseando por las calles de todos los lugares donde fueran. Podía verse tomando el té y leyendo, organizando su deberes del Ducado con su compañía.

¿Sería una buena ama? ¿Y si no poseía esa habilidad o destreza? ¿Y si llegaba a perderlo? La joven miró con inocente tristeza a Jensen mientras este se distraía acariciando al pequeño. Si lo perdía o a sus flores sería lo último que vería o tendría de él si no volvían a encontrarse alguna vez en la larga y al mismo tiempo, corta vida. Entre un hondo suspiro, aún feliz a pesar de su predisposición de adelantarse al futuro pensando en el tiempo y la muerte y apretando las manos se prometió con decisión que cuidaría los regalos del Cazador como fuera, aunque debiera empeñar su alma y perderla en el proceso.

Las palabras de él llegaron a tiempo para que la Duquesa sonriera dejando atrás cualquier pensamiento de nubosidad, sería imposible no haberlo hecho, sabía que tenía en frente a la razón del porqué el francés era quien era a pesar de todos los sucesos malos, tristes, nocivos, las crisis que pudieran haberle y que estaba segura le habían ocurrido. Podía verlo como ahora, tan al natural con aquella mancha de harina en su mejilla como si fuera el día a día íntimo, verlo cerrar los ojos con lo que supo fue la cuota de felicidad y paz que todo hombre, bueno o malo, tiene merecido. No por poco interés dejó de lado al caballero, dedicando su atención en la mujer.

Pensó que debía ser muy especial más allá de hacer uno exquisitos pasteles y tartas, más allá de poder llevar en orden y con precisión toda una casa siendo la mano derecha y por lo que entendió, en quien su señor dejaba su confianza cuando estaba fuera de casa y ¿por qué no decirlo? También cuando estaba. Era la madre que la vida le había dado como una reconciliación a todo lo que le había quitado.
El rubor en sus mejillas hubiese sido mayor sin quien en la frase se merecía y a quien iba dirigido el protagonismo. La nana sonrió con energía y alegría genuina, espontánea y por sincero agradecimiento y porque había despertado y ganado su agrado, Femke le dedicó una cálida sonrisa.

Luego regresó a él. - Creo en su buen gusto y ya deseo probarlos, pero tenga cuidado, Señor Jensen. Ladrón que roba a ladrón tiene mil años de perdón y podría ser yo quien me la lleve a casa en esta ocasión. - dijo con picardía sabiendo que eso no sucedería, si bien no quería que le llamaran la roba nanas o doncellas, la razón primordial era que tal como ella con su chaperona, consejeros y su servidumbre había creado un vínculo, él igual y estaba segura porque era obvio que mucho más fuerte. Quizás fuese una necesidad sentirla para domar su propias sombras.

Sabiendo que la presentación se había terminado, asintió para seguirlo, meciéndose sus faldas en el proceso y no sólo por el movimiento de sus caderas, también por el cachorrito al que sin espera volvió a acoger entre sus brazos al levantarlo del suelo. Se dio cuenta que abrazarlo y acariciarlo era tener un pedazo de cielo, como tener la felicidad completa. - Entiendo.- se sintió algo tonta, si él supiera que la cordialidad, la diplomacia y la respetuosidad eran la forma para desenvolverse día a día en el medio al que pertenecía, seguro le vería como una vana, quizás hasta se aburriera de ella llegando a pensar que a fin de cuentas no era tan interesante o quizás, como él mismo lo había llamado, una pesada. Mirándolo de reojo ladeó una sonrisa.

- También entiendo que tú no eres como los otros. - eso era seguro y evidente, de hecho le encantaba que fuera así. - Entonces rompamos con la formalidad. - aceptó con buen ánimo, al fin y al cabo ella tampoco era como las demás y siempre se permitía escapes a su cotidianidad. La real libertad era escasa en su mundo, un bien preciado. Si bien la casa del francés era iluminada, al llegar a las cristaleras la luz que se visualizaba del exterior gracias a estas fue clara, afuera el día era radiante y con el suave pelaje del cachorro entre sus manos y pegado a su pecho incursionó a lo esperado indómito y siguió al hombre sin razones a tener temor alguno, al contrario, con la exquisita curiosidad de quien quiere saber si sí será amor, ansiaba ver su hermoso jardín como le habían prometido. No en vano llevaba una semana esperando por ello.

Tuvo que detenerse, se quedó Femke contemplando lo que sus ojos podían ver como horizonte, permitiéndose disfrutar de una de las cosas que la hacía feliz, estar en calma en un lugar llenos de colores, aromas suaves y flora. Aunque era diferente a los de su hogar y obviamente sabía que estaba a kilómetros de este, encontró en ese paisaje la misma belleza calma y etérea de un santuario en casa. Lugares que nunca los dioses y santos, menos los humanos, imaginarian poder encontrar dentro de una ciudad donde abundaba la piedra gris y blanca, el ruido y el caos, la agitación y el estrés. Tener un lugar así los hacía sin duda alguna, afortunados.

No solo ellos eran felices, el diminuto cachorro se removió entre su cuidado buscando la libertad y la neerlandesa no pudo hacer nada más que dejarlo ir colocándolo con suavidad en las escaleras, viendo cómo se alejaba ladrando y corriendo inquieto entre torpeza y ternura.
Se unió a su amable y galante anfitrión a tiempo para tomar asiento y lo siguió con la mirada sin perder detalle, aceptando un té como acompañante para la tarta lo escuchó, observando al cachorro. - Gracias.- dijo cuando la fina taza terminó de ser servida. Sus ojos brillaron al pensar en responder las preguntas y la petición del caballero.

-¿Mi hogar? Se llama Leeuwarden. - y con solo decirlo sus ojos comenzaron con más fuerza a refulgir como diamantes. - Soy neerlandesa, por cierto...- rió por su olvido. -En casa tenemos ríos y lagos que reflejan los cielos con infinita exactitud haciendo que a veces te confundas con qué es arriba y qué abajo. Si me levanto y decido pasear por el oeste, puedo ver campos enteros hasta donde mis ojos se pierden de tulipanes de mil colores.- tomó un poco de té y una timidez por el miedo a pecar por soberbia y vanidosa la detuvo, pero ya que no era eso sino pasión y orgullo por su hogar fue momentánea y nada más.

- Si en cambio, decido viajar al este, me espera el Prinsenhoftuin, un parque lleno de verde con lagos tal ciénagas donde flotan inmensos nenúfares de los más suaves colores, como tu jardín. Huele a vida y a tierra húmeda y fresca.- suspiró mirando una vez más el lugar, el aire era puro y relajante, cerró los ojos y prosiguió. - Los cielos son los más bellos que he visto. Los hay de mil colores y cada día hay a lo largo de las horas un desfile de belleza en su amanecer, atardecer y noche. Como un cuadro de nuestro Van Gogh.- los imaginó, a los que podía recordar aunque recrearlos no era difícil, solo bastaba con pensar en los colores más hermosos y unirlos en varias escenas.

Guardó silencio y encogió los hombros con ligereza, esperaba que él hubiese sentido su  el amor por su país y su Ducado. -Por cierto - sus largas pestañas abaniquearon en un parpadeo al mirarlo fijamente. - Lo has conseguido. -  otro breve silencio, uno diminuto para terminar de atreverse a decir lo que tenía por decir, esperando que al salir de ella, una noble y una mujer, no se escuchara atrevido o no tanto. - No he estado en tu casa más de veinte minutos y ya estoy perdidamente enamorada.- y si bien ambos conocían la primera intención de aquella expresión, un notorio sonrojo trazó una línea a través de sus mejillas. Hasta aquel momento se dió cuenta de la cercanía que aunque no era invasiva, existía.

- Debes algún día visitarme, ¿lo prometes? Me rehúso a ser yo la única enamorada.- preguntó deseosa y con elegante coquetería por escuchar un sí rotundo.
Entregándose al silencio sonrió bajando la mirada para llevarla al animalito que correteaba tras una inquieta mariposa. - Ya lo he decidido. -  su semblante era sereno al imaginar un rubio, feliz y frances cachorro de humano llamado Sean queriendo alcanzar a un enérgico cachorro de perro cuyo nombre ya conocía. - Si lo permites se llamará Max. - sus ojos se encontraron una vez más con los de él, esperando que el homenaje que deseaba hacerle y la forma en que deseaba dar gracias por todo, fuera de su agrado.


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Mensaje por Jensen Dom Sep 16, 2018 10:27 am

La mansión Jensen permaneció en un silencioso letargo hasta que Max, el pastor alemán que acompañaba a Sean a todas partes, llegó a la casa para otorgarle esa alegría inexistente, la luz que el cazador desconocía. La lealtad y confianza en el can era total y absoluta, lo adoraba y era mutuo, una relación tan especial que sin duda hubiese podido tener con un amigo, un ser humano aunque pocas personas entendiesen ese concepto. Comprendía que para el servicio significase un dolor de cabeza constante, sus pisadas, el pelo que mudaba e impregnaba allá por donde se desplazase y aún así, se hizo hueco en los corazones que habitaban el lugar…sobre todo, en su dueño.

Realmente le costó llevarse al pequeño de pelaje blanco a casa, se prometió no compartir más esa experiencia, la perdida fue inesperada y muy sentida, sentía de alguna manera de fallarle, sustituirlo y en absoluto deseaba eso. De hecho, aún lo buscaba sin darse cuenta, salía a pasear con la loca idea de que por el sendero, él vendría corriendo y lo derribaría entre lamidas por todo el rostro. Max fue especial, al único que le dejó entrar en su vida, depositar todo lo que tuviese en su mano y desde entonces…la desconfianza y la templanza del francés era aún más notoria entre aquellos que lo conocían.

-Ni aunque sea vos os permitiría quedaros con ella, más que nada porque seguro me sería entregada de vuelta -bromeó a lo que la mujer sonrió guiñándole un ojo de lo más descarada, tal era esa conexión que Sean rió por lo bajo. Y el momento esperado, el contemplar el ilustre jardín por el que tantas horas dedicó para evadirse de todo, ser él mismo quién llevar a la tumba de su madre el propio cariño, desde sus propias flores recién cortadas, inundándola del olor del que fue una vez su hogar, un homenaje para recordarla. Y lejos de sentirse ofendido, sonrió al nombrar que no era como los otros, suponiendo a qué se refería.

Observar relatar describiendo su hogar, captó toda y absoluta silenciosa atención, deleitándose en su café. El olor de las flores blancas y el intenso aroma a café recién hecho, le arrancó un suspiro de lo más hondo, le hizo sentirse bien y por unos segundos, cerró los ojos dejándose llevar por la voz de la fémina, viajando en el tiempo y espacio para trasladarse al lugar en cuestión, un viaje espiritual…por un segundo e incluso llegó a sus fosas nasales el olor a los tulipanes, imaginándola caminar entre éstos, aún más hermosa de lo que ya lucía.

-Tal como lo describes , lo echas en falta…lo extrañas. Lo comprendo pues cuando viajé a distintos países en el pasado, dejando a manos de mi servicio todo cuanto poseía, no hubo ni un solo día que no me acordase de mi casa. Extrañé a alguien que hacía mucho no se encontraba en el hogar y no entendía cómo era posible, mi madre siempre estuvo en mi recuerdo, sentí que le fallé en esos momentos pero necesitaba convertirme en quién soy ahora, no fue fácil pero mi lucha no fue en vano y…siento si la he interrumpido, lo dije todo sin tener nada más en cuenta -un largo trago a su café para aclarar la garganta, el pequeño seguía jugando ajeno a todo y él, admirándola desde su asiento, sin duda era la flor que más resplandecía en su jardín esa tarde.

El tiempo le resultó un traidor, corría tan rápido que era imposible detenerlo y dieu sabía cuánto odiaba las despedidas, más esa noche en la que no le importaría que se quedase, por una madrugada en la que no se jugase la vida en busca de respuestas, enfrentándose a fantasmas pasados. Ella, Femke Van Roosevelt era lo más real que ante sus ojos azules como el cielo se había presentado, un soplo de aire fresco a sus pulmones, una razón por la que no rendirse era la única y seleccionada opción.

Tuvo que sujetar la taza con firmeza, tembló al oír el nombre de la mascota. Se levantó de golpe, despeinando su cabello, perdiendo los modales. Negó con la cabeza, acababa de estropearlo seguro, pensaría que fue una mala idea y no lo aprobaba, antes de que la joven se hiciese ideas equivocadas, se giró en sus pasos para dejar la taza en la mesa y ofrecerle una de sus manos para que ella la tomase. Con firmeza, la tomó con cierta fuerza y la libre, apenas rozó su cintura sobre la tela, dejando caer las yemas en donde acarició con suma delicadeza esa parte del cuerpo de la chica , sus labios se acercaron a uno de sus oídos, sólo quería que ella lo oyese.

-Gracias. Max cuidará de ti, tal como si yo lo hiciese pero un…poco más pequeño -sintió deseos de apoyar la frente en la ajena pero no se atrevió, sólo buscó la mirada ajena y se perdió en ella -Si pretendes enamorarme, tendré que visitar tu hogar repleto de tulipanes, tengo curiosidad ¿me llevarías? Aunque no niego que lo haga, enamorarme… pues de algún modo ya estuve allí cuando lo describías -apartó la mano, se atrevió demasiado, ella no era como esas otras damas a las que pagó para saciar su sed física, con ella compartía momentos e instantes aún más intensos que mil noches de placer con mujeres diferentes, él terminaría eligiendo una sola…con ella que por todas esas -Aún no viste el invernadero ¿vamos? -se mordió el labio inferior, dispuesto a enseñárselo, a que no se marchase todavía… un “no te marches”, no escapó de sus labios pero sí de sus ojos azules.


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Mensaje por Femke Van Roosevelt Mar Oct 09, 2018 11:44 am

Las preguntas se empapan de recuerdos con forma de respuestas.
Lo complicado se simplifica tanto que sigue siendo complicado. No hay término medio.
Tan difícil es entender una frase como una solitaria palabra sin sentido.
- Daniel Aragonés

Al escuchar la respuesta a su falsa amenaza de dejar la casa del francés sin tan eficiente y amorosa ama de llaves, no tuvo más que sonreír. ¿Cómo quitarle pedazos de felicidad? Sería como arrancarle oasis a un hermoso, misterioso y dorado desierto.
Además era agradable sentir esa familiaridad entre la mujer y él, aquella confianza que sin duda le daba la sensación de estar en casa aún a pesar de los kilómetros de verde y ocre tierra, de bosques con su agradable olor a madera, azul mar y varias ciudades llenas de ruido que la separaban. ¿Cómo estarían aquellos que la habían visto crecer y cuidaban de ella? Esperaba que bien a pesar de lo que parecía ser olvido de su parte al estar tan lejos y aunque quiso pensar que la presencia de su chaperona era un consuelo y la muestra de que no era una ingrata, no pudo evitar creer que era mala, llevarla a sus viajes y someterla a días de largas jornadas en barco o a caballo siendo ya una mujer de edad era sin duda un exceso cruel que les sacaría factura a ambas en un futuro, pero podía jurar con el alma que nunca había sido con más intenciones que cumplir con sus protocolos haciendo a la vez sentir tranquila a su madre y tener a su lado a una de las mujeres que más amaba y en quien confiaba, aunque obviar a contarle secretos. Pero todo el mundo los tenía y debía tenerlos, ¿verdad?

Lo bueno era que su chaperona había sabido al fin y al cabo en dónde estaría aquel día y a grandes rasgos de quién se trataba su anfitrión - información que obviamente estaba llena de la subjetividad de Femke a la hora de describirlo, algo que sin duda lo había hecho ganar brillantes y valiosos puntos, confiando la mujer en que con el chófer en la entrada bastaría para que su Duquesa regresará intacta y pura como siempre-.
Y así era, se sentía amena y cercana, escuchada y apreciada como algo más que la mujer de sangre azul que era, décadas y décadas de su familia llevar el título que por el aprecio de reyes y reyes se les había otorgado a sus antecesores, los hacían casi como dioses, llegando a ignorarse por completo sus pensamientos, opiniones, secretos, virtudes y defectos, sus deseos y caprichos más profundos, sus más preciados anhelos solo por importancia y las ventajas de su título. Y ver que él la escuchaba con tanta pasión y atención, fue un regalo, la mejor joya.

Movió la cabeza con suavidad en un rotundo y suave no. - Así no fue. No me has interrumpido en lo más mínimo. Y si así fuera no importaría, yo lo permitiría sin sentirme ofendida. Veo en tu rostro y en tus ojos que pudiste sentir el aroma de nuestros campos de tulipanes. - guardó silencio y se quedó contemplando su rostro, dejando que sus ojos flotaran con extasiante  relajación en el azul de los de él. - ¿Te imaginaste con alguien en ellos? - se limitó a preguntar con una sonrisa que a pesar de su seguridad e inocencia, tuvo presente una suave timidez. Se limitaría con un sí, temiendo que la respuesta de él fuera motivo de sonrojo o un sentimiento de infantil y platónico desconsuelo.

- Me hace feliz que me entiendas. No imaginas cuanto y… tus palabras tienen todo el sentido del mundo para mi. - se estremeció su piel y miles de pensamientos acudieron a su mente. - Extraño con el alma y el corazón a mi madre, la tumba de mi padre y el olor de la hierba que piso junto al sonido del suelo de piedra cuando camino para visitarlo en nuestro mausoleo, nuestras charlas o más bien, mis monólogos, - sonrió sonrojada.

- Los cielos, el olor de la lluvia cuando apenas moja con su humedad el aire y la tierra, los colores de mi hogar y sus sonidos, a mis empleados, las responsabilidades y mis hábitos. Lo extraño y me duelen cuando dejo que extrañarlos sea tan fuerte que es mi única realidad. Incluso sé que debería estar con mi madre antes de que fallezca, porque me temo será pronto y no sabes cuánto miedo me da que así sea. - se quedó en silencio, tuvo que buscar con la mirada al cachorro para llenarse un poco de la más clara alegría, sus ojos estaban teñidos del rocío de la tristeza que solo la verdad que se dice en voz alta puede causar y el nudo que asciende desde el pecho hasta la garganta fue difícil de olvidar.

Suspiró y regresó su atención a la mesa al no poder encontrarlo. - Pero… - sus labios se fruncieron en una línea recta por lo que estaba a punto de decir. - Siento que dices la absoluta verdad. Necesito, debo, quiero estas experiencias para ser quien soy y seré, para entender y saber qué debo encontrar, quizás sea algo más y no lo que creo que es más preciado y que he llamado tiempo. - se encogió de hombros y sonrío tenue, pero bello, habiendo logrado dispersar un poco su tristeza y culpa. - Esto no es en vano. - asintió. No puede serlo. La pausa fue larga antes de ser ella quien hablara, pero no fue eterna.

- ¿Crees que soy culpable?- le preguntó mirándolo a los ojos. Volvió a encogerse de hombros sonriendo para tomar un poco té. - Si es un sí supongo que no me lo dirás. No importa, no te preocupes, no tienes que responder. - ¿Por qué había dicho aquello? Estaba nerviosa, eso era claro. Mucho más se pondría ansiosa cuando se dio la reacción al nombre que colocaría al pequeño can.
Fue cierto, al principio se sintió confundida, pero luego pensó que había sido un desatino y una ofensa para el caballero. Pronto del destierro del rechazo regresó a las puertas del cielo y fue mucho más allá de su glorioso hall de espera.

Guardó un cómplice silencio con sus ojos viajando a los del caballero y a la mano que se extendía ante ella, se decidió por lo que más le gritaba su voluntarioso corazón que hiciera. La tomó y se levantó, con la calidez y el aroma de él aún más cerca del de ella y al hombre permitirse tomar su cintura, la joven posó su otra mano libre sobre el amplio pecho que parecía querer acogerla.
Su piel volvió a estremecerse, pero esta vez por algo bueno. Pocos, inexistentes momentos había tenido como estos, lo más cercano, prudente y reciente había sido con Lord Moncrieff y sin embargo, aunque no renegaba de la coquetería de un hombre como el Duque, hoy era  diferente.

O quizás no era diferente porque  cuando escuchó sus palabras, pensó en la gratitud, esa que también había tenido el inglés por su deseo e invitación a ayudarlo en sus tierras con su búsqueda. Pero había algo más, quizás también era diferente porque ella así lo veía y lo sentía como a su agradecimiento. Sonrió por sus últimas palabras sin ser consciente de las mejillas carmín. - Creo que es un Max a mi medida. - era cierto. Volvió a darse cuenta cuan alto era Sean. De lo que sí fue espectadora fue de su respiración, profunda teniendo que controlarla por temor a que su corazón la engañara empujándola a recortar la cercanía con un roce de mejillas o algo más lanzado como un beso.

Seguía mirándolo, escuchándolo hablar de qué debía hacer si deseaba enamorarlo porque no era imposible, de que tal como había pensado antes, había estado en su hogar con sus palabras. - Ya sospechaba yo que eres un hombre de gran imaginación, Sean Jensen. ¿Lo que viste te pareció hermoso? - bajó la mirada, dejando que las manos que no se enlazaban y si rozaban sus cuerpos de manera mutua se alejaran. - Si es así yo te llevaría a mí hogar como invitado especial cuando desees.- era la verdad, podría darse cuenta que Leeuwarden sería de él por el tiempo que estuviese.

Sólo había una cosa que la hacía pensar de más. - Lo único es que yo pensé que eras tú quien deseabas enamorarme y como amante de la justicia, si lo has hecho conmigo con tus jardines, exijo lo mismo a cambio. - bromeó con sutil picardía. Esperaba que algún día la amarán con pasión como la Duquesa y mujer que era y que sería. - Creo que el amor debe darse en igual medida.- ¿Qué sabía ella de eso? Volvió a preguntarse, pero siempre podía tener su propia opinión, ¿cierto? ¿Se vería tonta opinando sobre temas que no conocía? - Aunque dicen que la mayoría del tiempo siempre hay uno que ama más que el otro. También dicen que es quien más pierde al final. - aunque lo dijo con frescura como si de un tema corriente se tratara, sabía y consideraba que era triste.

A la tristeza le hizo desaparecer su pregunta y sus gestos, sus labios y sus ojos. Era alto… Eso ya lo había notado y era apuesto, eso también estaba claro para ella. Ojalá el tiempo pasará más lento, pensó y asintió. - Vamos. Me encantaría seguir viendo que tienes escondido en tu maravilloso hogar - y en tu vida - y aún debes decirme cómo cuidar vuestras orquídeas, no creas que me iré de aquí sin mi regalo. - lo pidió con la elegancia caprichosa de la noble que era y que él desconocía como una. Cuando iban a comenzar la marcha, preguntó con curiosidad. - ¿Alguna vez te has enamorado? -


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