AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un motivo nuevo para sonreir. [Alejandro Lonescu]
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Un motivo nuevo para sonreir. [Alejandro Lonescu]
Poco a poco mis ojos comenzaron a abrirse acostumbrándose a la claridad de la habitación avisándome que ya era de mañana ¡y qué hermosa mañana! Los rayos del sol entraban por las cortinas, sin importarles interrumpir mi adorado sueño, con un color dorado hermoso, era extraño ver un sol tan prometedor en otoño por lo que no quise desperdiciar ningún momento de aquel día y me levanté de la cama de un movimiento rumbo al cuarto de baño, algo en mi interior, mentiría si dijera qué, me decía que sería un gran día, me sentía animada como hace tiempo no me sentía, ¿sería porque estaba comenzando a ir a clases de Historia del Arte y sentía que al fin podía disfrutar de lo que más amaba? o ¿Simplemente sería porque estaba comenzando a ver la vida de otra forma? Es extraño, pero con total certeza puedo decir que aquella mañana me levanté sin los fantasmas paternales rodeándome ni atormentándome, por primera vez me levanté pensando en algo más que en el sufrimiento y la tortura de tener que estar viva y mis padres no, por primera vez lo único que hice fue pensar en mí primero y luego en los demás, sabía que era imposible que eso se llevara a la práctica, pero el hecho de preocuparme por mi era un cambio y uno grande.
Contenta salí de la bañera y me puse una de las tenidas más lindas que tenía, pocas veces me arreglaba y hoy no sería una de ellas, sin embargo tengo que aceptar que sí me preocupé más que otras veces; el vestido verde sin mangas que me había regalado mi tía, hace algunas semanas atrás, se amoldaba a mi figura de forma perfecta, aún no me acostumbraba a la nueva moda de llevar vestidos con los hombros descubiertos por lo que me puse un pañuelo del mismo tono que el vestido con el fin de que me tapara los hombros, pero no la parte del pecho para que así se luciera la pequeña gargantilla que, alguna vez, perteneció a mi madre y poniéndome una pequeña orquidea al lado izquierdo de mi cabellera, sujetando uno de los rubios rizos, salí de mi habitación para reunirme con mis hermanos en la mesa.
Para mi era todo un alivio que ya no tuviera que despertarlos por las mañanas rogándoles para que fueran un poco más condescendientes con nuestra tía, incluso la pequeña Isabel ya se vestía sola quitándome un gran peso de encima, pues me partía el corazón el tener que verla todas las mañanas llorar pidiendo regresar a Londres.
Una vez desayuné acompañé, como siempre, a mis tres hermanos a la escuela, el idioma ya no era un problema para nadie, sabíamos leer, escribir y hablarlo casi a la perfección, aunque no podíamos deshacersnos del acento, algo que siempre cargaría con nosotros. Nos subimos al carruaje que nos conducía todo los días y una vez me despedì de los niños en la puerta del colegio le di las instrucciones de ese día a Pierre.
- A la biblioteca de la ciudad, Pierre, por favor - le dije educadamente con una sonrisa iluminándome el rostro.
Estaba bastante entusiasmada, no podía negarlo, era la primera vez que iba a ir a la biblioteca de París, y aunque, en su país, la biblioteca del museo era como su segundo hogar, se sentía como una pequeña que iría a visitar un parque de juegos nuevo.
- Venga a recogerme a la hora de almuerzo, Pierre y muchas gracias - le dijo al llegar despidiéndose de beso en la cara del anciano, el amado cochero había sido como un abuelo este, casi, año ayudándole a acostumbrarse a los cambios de la mejor forma posible.
Una vez dentro no pude menos que comenzar a admirar su estructura y para que decir las estanterías llenas de libros, era absolutamente genial, de forma instantánea comenzé a recordar los temas que se habían abordado en su primera clase en la universidad, pero el deseo de ver todo tipo de libro hicieron que no me fuera directamente a los de historia y sin fijarme por donde caminaba o quién estaba frente mío comencé a caminar por sus pasillos pendiente sólo de las estanterías hasta que...
- Auuchhh - solté un suave quejido pues mi espalda había chocado con algo o alguien haciendome perder el equilibrio teniendo que afirmarme urgentemente de una estantería para no caerme de trasero al suelo provocando que algunos libros se cayeran - ¡Lo siento mucho! ¡que torpe soy...! - dije mientras me agachaba educadamente para recoger los libros del suelo con el fin de dejarlos en su lugar - De verdad, lo siento mucho - dije esta vez mirando al objeto de mi torpeza con dos libros en mi mano y por un momento me quedé petrificada sumergida en el más azul de los cielos que me tenía atrapada como si de un océano se tratara, pero no era ni lo uno ni lo otro, sino que eran dos pequeños y azules ojos formando parte de uno de los rostros más hermosos que había visto, hasta ahora, en mis veintidós años y por primera vez en mucho tiempo, enmudecí mientras sentía como mis mejillas se sonrojaban.
Contenta salí de la bañera y me puse una de las tenidas más lindas que tenía, pocas veces me arreglaba y hoy no sería una de ellas, sin embargo tengo que aceptar que sí me preocupé más que otras veces; el vestido verde sin mangas que me había regalado mi tía, hace algunas semanas atrás, se amoldaba a mi figura de forma perfecta, aún no me acostumbraba a la nueva moda de llevar vestidos con los hombros descubiertos por lo que me puse un pañuelo del mismo tono que el vestido con el fin de que me tapara los hombros, pero no la parte del pecho para que así se luciera la pequeña gargantilla que, alguna vez, perteneció a mi madre y poniéndome una pequeña orquidea al lado izquierdo de mi cabellera, sujetando uno de los rubios rizos, salí de mi habitación para reunirme con mis hermanos en la mesa.
Para mi era todo un alivio que ya no tuviera que despertarlos por las mañanas rogándoles para que fueran un poco más condescendientes con nuestra tía, incluso la pequeña Isabel ya se vestía sola quitándome un gran peso de encima, pues me partía el corazón el tener que verla todas las mañanas llorar pidiendo regresar a Londres.
Una vez desayuné acompañé, como siempre, a mis tres hermanos a la escuela, el idioma ya no era un problema para nadie, sabíamos leer, escribir y hablarlo casi a la perfección, aunque no podíamos deshacersnos del acento, algo que siempre cargaría con nosotros. Nos subimos al carruaje que nos conducía todo los días y una vez me despedì de los niños en la puerta del colegio le di las instrucciones de ese día a Pierre.
- A la biblioteca de la ciudad, Pierre, por favor - le dije educadamente con una sonrisa iluminándome el rostro.
Estaba bastante entusiasmada, no podía negarlo, era la primera vez que iba a ir a la biblioteca de París, y aunque, en su país, la biblioteca del museo era como su segundo hogar, se sentía como una pequeña que iría a visitar un parque de juegos nuevo.
- Venga a recogerme a la hora de almuerzo, Pierre y muchas gracias - le dijo al llegar despidiéndose de beso en la cara del anciano, el amado cochero había sido como un abuelo este, casi, año ayudándole a acostumbrarse a los cambios de la mejor forma posible.
Una vez dentro no pude menos que comenzar a admirar su estructura y para que decir las estanterías llenas de libros, era absolutamente genial, de forma instantánea comenzé a recordar los temas que se habían abordado en su primera clase en la universidad, pero el deseo de ver todo tipo de libro hicieron que no me fuera directamente a los de historia y sin fijarme por donde caminaba o quién estaba frente mío comencé a caminar por sus pasillos pendiente sólo de las estanterías hasta que...
- Auuchhh - solté un suave quejido pues mi espalda había chocado con algo o alguien haciendome perder el equilibrio teniendo que afirmarme urgentemente de una estantería para no caerme de trasero al suelo provocando que algunos libros se cayeran - ¡Lo siento mucho! ¡que torpe soy...! - dije mientras me agachaba educadamente para recoger los libros del suelo con el fin de dejarlos en su lugar - De verdad, lo siento mucho - dije esta vez mirando al objeto de mi torpeza con dos libros en mi mano y por un momento me quedé petrificada sumergida en el más azul de los cielos que me tenía atrapada como si de un océano se tratara, pero no era ni lo uno ni lo otro, sino que eran dos pequeños y azules ojos formando parte de uno de los rostros más hermosos que había visto, hasta ahora, en mis veintidós años y por primera vez en mucho tiempo, enmudecí mientras sentía como mis mejillas se sonrojaban.
April Von Uckermann- Humano Clase Alta
- Mensajes : 734
Fecha de inscripción : 30/07/2010
Edad : 34
Localización : En la catedral, en la biblioteca o la plaza.
Re: Un motivo nuevo para sonreir. [Alejandro Lonescu]
Ni la peor de las torturas inquiridas por los sacerdotes de París a los paganos o herejes se comparaba a lo que mi corazón, destrozado nuevamente, con aquel sabor agridulce recorriendo sus arterias, sentía aquella cálida mañana. Sumido en "mí" oscuridad no quería despertar, ni siquiera de la peor de las pesadillas. Ni siquiera un mal sueño podía compararse al hecho de tener que vivir a una vida carente de sentido. Si, mi vida era solo una monotonía que ya ni El Circulo de la Bruja, ni la nueva música que cada vez se hacía más presente en mi vida, ni mucho menos la variedad de literatura que llegaba a diario a la biblioteca, podían contrarrestar, ni menos hacerme olvidar aquella tarde en la estación, en que hubiera preferido mil veces no acercarme a hablarle a Fabienne, mi antiguo amor, para volver a decepcionarme, luego de años de no haberla visto, de ella, de su egoísmo y falta de criterio. Aún así, a pesar de la opacidad que anegaba mi crucial órgano vital, el día estaba radiante y lleno de vida.
Afirmado del marco de la ventana de mi habitación, la cual permanecía abierta de par de par para percibir mejor el tedeum de las aves que adornaban el cielo y dejaban una vista clara y más panorámica del nuevo día que me tocaría afrontar, meditaba en si ir o no a laborar en mi lugar de trabajo y rentar los libros que la biblioteca de París nos suministraba para deleite y fruición de sus fieles lectores. Pero ya había faltado unos días atrás en mi turno nocturno, en que fui reemplazado por un joven apodado Soren Kaarkarogf, por lo que no podía abusar de su buena voluntad y la permisividad del señor Queen. Suspiré con fuerza, mientras entrecerraba mis ojos un instante, al momento de tratar de fijar la vista en el sol, el cual me cegó por completo unos instante, pero pude sentir su calor, sobre todo absorbido por la mezcla infinita de colores de mi polera, obviamente negra. La cual absorvió con mayor rapidez su calor, viéndome obligado a quitarme de los rayos del astro mayor para cubrirme tras las cortinas y apoyar mi cabeza sobre la pared. Pensativo, melancólico, quizás triste aún. Ese no sería un buen día...
Me hice el animo y bajé a desayunar. Mis padres obviamente notaron mi abatimiento, pero no hicieron ni un comentario al respecto. Simplemente me dedicaron una sonrisa y una amena conversa. De seguro estaban preocupados por mi, ya que, debido a las salidas nocturnas, de las cuales ya debieron haberse percatado, había dejado de lado mi palabra para con el Señor.
Acostumbraba a ir todos los domingos a misa e ir a la Catedral de Notre-Dame a rezar de vez en cuando, pero ya ni siquiera iba a misa una vez al mes. Así venía decayendo mi fé desde hacía más de un año. Tiempo en que comencé a concurrir al noreste de París todas las noches, para ir al único lugar donde podía ser yo mismo; El Circulo de la Bruja, donde ya hacía poco había sido testigo de mi primer ritual de iniciación para con mi prójimo, ésta vez fue el joven brujo, József. Quien pareció más que complacido con mi invitación.
Llegué a la hora preestablecida a la biblioteca, el ferrocarril cada día tenía horarios más descambiados, pero por suerte en lo que transcurría del año no me había costado movilizarme en éste, a diferencia de hace un par de años, cuando llegué a Francia y ni siquiera sabía como pronuncia Ferrocarril o Estación. Cuantas odiseas vividas para poder llegar a mi lugar de trabajo...
Al anunciar mi llegada, el primer labor que me encomendaron fue desempaquetar los libros que habían llegado directamente de España, algunos traducidos, otros en su idioma natal. País que jamás había conocido, mucho menos su idioma. Aún así luego de desempaquetarlos y comenzar a acomodarlos en los diversos estantes, obviamente por la categoría correspondiente, no pude evitar apreciar el extraño idioma en que estaban escritos. Si bien el ruso se asemeja en gran parte al idioma Ingles, éste no tenía ni pies ni cabezas. Un enorme signo de pregunta parecía dibujarse sobre mi cabellera. Si alguien me hubiera visto de seguro se hubiera burlado, y me sentí algo avergonzando por no conocer siquiera algo de la cultura Española. Debería ponerme a investigar y por qué no, visitarlo algún día. Si, soñar no cuesta nada. Así como iban las cosas me quedaría atrapado en aquel incomodo país de por vida. Francia era un país agradable, pero ya habían pasado más de siete años desde que estaba ahí y aún así no podía acostumbrarme o sentirme cómodo en aquel lugar.
Salí de mis pensamientos cuando, una joven, de quien ni siquiera me había percatado que estaba en el mismo pasillo en que yo acomodaba los libros, tropezó conmigo de espaldas, soltando un quejido en el acto, sentí un estruendo a mis espaldas y me encogí de hombros, cerrando mis ojos con fuerza al oír caer los libros que yo recién había acomodado, como cascadas al suelo, además del constante tambaleo de la estantería que estaba a mis espaldas. Eso pasaba por tener tan poco espacio entre cada estante, la gente suele tropezar con frecuencia y el señor Queen, a pesar de saberlo no hacía nada al respecto. Me volteé indignado. Definitivamente ese no sería mi día. Observé con desdén a la rubia que a mis pies, recogía los libros musitando una serie de disculpas. Me incliné hasta ella, para ayudarla a recoger unos cuantos. Sin ánimos, y sin ganas, pero... En ese preciso momento su mirada se cruzó con la mía y sentí como los estantes a su al rededor, y los libros en suelo desaparecían por completo. Solo ella, y sus finos ojos, característicos de una dama de la clase alta, que resaltaban con el rubor de sus mejillas. Verde, uno de mis colores favoritos adornaba su cuerpo con un vestido que para mi gusto era algo provocador, pero no era quien para juzgar, mucho menos juzgar a una mujer que, si bien no conocía de nada, intuía era una persona amante de la escritura. Ya había algo en común y tenía la esperanza de que no fuera lo único. Vi un pétalo de orquídea que adornaba sus dorados rizos, pero no había rastro de la flor, que seguro había caído al suelo en el impacto. Poco me importaba en realidad, aunque la armonía que desprendía de su mirada no se opacaba ni con el adorno perfecto, solo sus mejillas y pequeñas margaritas adornaban a la perfección su armonioso y hermoso rostro. Me quedé un momento ahí, sin saber que decir qué decir ni que hacer. Ni siquiera me había percatado de que el acento de aquella dama era algo peculiar, extrajera al igual que yo. Nuestra segunda cosa en común. Con una tercera ya me atrevería a decir que el día no sería tan malo después de todo.
- N-no, no tienes por qué disculparte - negué con la cabeza, aún hipnotizado por el calor de su mirada, que parecía absorberme por completo al igual que ella, que parecía ser devorada por la mía. Negué, esta vez, bruscamente con la cabeza y una leve sonrisa se dibujo en mi rostro, mientras me ponía de pie con los libros que había recogido para re-acomodarlos en el estante. Pero no pude erguir mi cuerpo a la perfección ya que, la joven rubia, también se había puesto de pie al compás y nuestras frentes colisionaron en el acto, dejando claramente un moretón en la mía. - ¡Ouch! - exclamé dejando caer los libros para sobar mi frente. Mi primera impresión fue dolor, obviamente, pero ya teníamos otra cosa en común. Ambos parecíamos ser igual de torpes. Ok, comprobado, el día era perfecto. Reí a carcajada sin poder creer lo patético que debía verse la escena. Sin embargo mi sonrisa se desvaneció al ver la expresión en su rostro con clara molestia, no por la torpeza quizás, sino más que nada por el dolor latente en su frente. - Cuanto lo siento.. - murmuré llevando mi mano, por inercia, hasta sus sienes, procurando no tocar la zona afectada, pero si acariciar suavemente sus sienes y el contorno de lo que parecía se convertiría en un chichón. Quizás eso no le haría mucha gracia a la joven, pero yo no pensaba en eso y cuando me vi en la situación en la que estaba, ¡acariciando su rostro sin siquiera darme cuenta!, me separé rápidamente de ella, dando de golpe contra el estante a mis espaldas, sintiendo caer más libros, pero ésta vez de ambos lados del estante - Ups.. - suspiré con fuerza, cabizbajo, pensando en que ese día de trabajo quizás sería más largo de lo que esperaba. Y yo que tenía la esperanza de salir a almorzar fuera de la biblioteca y no quedarme a merendar las mazamorras que dan por colación - Soy Alejandro Moldoveanu por cierto - me presenté, más que nada por cortesía - en serio lamento lo del chichón - señalé arrugando la mejilla izquierda, en clara señal del nerviosismo que me provocaba recordar la colisión, mientras observaba, definitivamente encantado, el rostro de la joven de la pañoleta en los hombros.
Afirmado del marco de la ventana de mi habitación, la cual permanecía abierta de par de par para percibir mejor el tedeum de las aves que adornaban el cielo y dejaban una vista clara y más panorámica del nuevo día que me tocaría afrontar, meditaba en si ir o no a laborar en mi lugar de trabajo y rentar los libros que la biblioteca de París nos suministraba para deleite y fruición de sus fieles lectores. Pero ya había faltado unos días atrás en mi turno nocturno, en que fui reemplazado por un joven apodado Soren Kaarkarogf, por lo que no podía abusar de su buena voluntad y la permisividad del señor Queen. Suspiré con fuerza, mientras entrecerraba mis ojos un instante, al momento de tratar de fijar la vista en el sol, el cual me cegó por completo unos instante, pero pude sentir su calor, sobre todo absorbido por la mezcla infinita de colores de mi polera, obviamente negra. La cual absorvió con mayor rapidez su calor, viéndome obligado a quitarme de los rayos del astro mayor para cubrirme tras las cortinas y apoyar mi cabeza sobre la pared. Pensativo, melancólico, quizás triste aún. Ese no sería un buen día...
Me hice el animo y bajé a desayunar. Mis padres obviamente notaron mi abatimiento, pero no hicieron ni un comentario al respecto. Simplemente me dedicaron una sonrisa y una amena conversa. De seguro estaban preocupados por mi, ya que, debido a las salidas nocturnas, de las cuales ya debieron haberse percatado, había dejado de lado mi palabra para con el Señor.
Acostumbraba a ir todos los domingos a misa e ir a la Catedral de Notre-Dame a rezar de vez en cuando, pero ya ni siquiera iba a misa una vez al mes. Así venía decayendo mi fé desde hacía más de un año. Tiempo en que comencé a concurrir al noreste de París todas las noches, para ir al único lugar donde podía ser yo mismo; El Circulo de la Bruja, donde ya hacía poco había sido testigo de mi primer ritual de iniciación para con mi prójimo, ésta vez fue el joven brujo, József. Quien pareció más que complacido con mi invitación.
Llegué a la hora preestablecida a la biblioteca, el ferrocarril cada día tenía horarios más descambiados, pero por suerte en lo que transcurría del año no me había costado movilizarme en éste, a diferencia de hace un par de años, cuando llegué a Francia y ni siquiera sabía como pronuncia Ferrocarril o Estación. Cuantas odiseas vividas para poder llegar a mi lugar de trabajo...
Al anunciar mi llegada, el primer labor que me encomendaron fue desempaquetar los libros que habían llegado directamente de España, algunos traducidos, otros en su idioma natal. País que jamás había conocido, mucho menos su idioma. Aún así luego de desempaquetarlos y comenzar a acomodarlos en los diversos estantes, obviamente por la categoría correspondiente, no pude evitar apreciar el extraño idioma en que estaban escritos. Si bien el ruso se asemeja en gran parte al idioma Ingles, éste no tenía ni pies ni cabezas. Un enorme signo de pregunta parecía dibujarse sobre mi cabellera. Si alguien me hubiera visto de seguro se hubiera burlado, y me sentí algo avergonzando por no conocer siquiera algo de la cultura Española. Debería ponerme a investigar y por qué no, visitarlo algún día. Si, soñar no cuesta nada. Así como iban las cosas me quedaría atrapado en aquel incomodo país de por vida. Francia era un país agradable, pero ya habían pasado más de siete años desde que estaba ahí y aún así no podía acostumbrarme o sentirme cómodo en aquel lugar.
Salí de mis pensamientos cuando, una joven, de quien ni siquiera me había percatado que estaba en el mismo pasillo en que yo acomodaba los libros, tropezó conmigo de espaldas, soltando un quejido en el acto, sentí un estruendo a mis espaldas y me encogí de hombros, cerrando mis ojos con fuerza al oír caer los libros que yo recién había acomodado, como cascadas al suelo, además del constante tambaleo de la estantería que estaba a mis espaldas. Eso pasaba por tener tan poco espacio entre cada estante, la gente suele tropezar con frecuencia y el señor Queen, a pesar de saberlo no hacía nada al respecto. Me volteé indignado. Definitivamente ese no sería mi día. Observé con desdén a la rubia que a mis pies, recogía los libros musitando una serie de disculpas. Me incliné hasta ella, para ayudarla a recoger unos cuantos. Sin ánimos, y sin ganas, pero... En ese preciso momento su mirada se cruzó con la mía y sentí como los estantes a su al rededor, y los libros en suelo desaparecían por completo. Solo ella, y sus finos ojos, característicos de una dama de la clase alta, que resaltaban con el rubor de sus mejillas. Verde, uno de mis colores favoritos adornaba su cuerpo con un vestido que para mi gusto era algo provocador, pero no era quien para juzgar, mucho menos juzgar a una mujer que, si bien no conocía de nada, intuía era una persona amante de la escritura. Ya había algo en común y tenía la esperanza de que no fuera lo único. Vi un pétalo de orquídea que adornaba sus dorados rizos, pero no había rastro de la flor, que seguro había caído al suelo en el impacto. Poco me importaba en realidad, aunque la armonía que desprendía de su mirada no se opacaba ni con el adorno perfecto, solo sus mejillas y pequeñas margaritas adornaban a la perfección su armonioso y hermoso rostro. Me quedé un momento ahí, sin saber que decir qué decir ni que hacer. Ni siquiera me había percatado de que el acento de aquella dama era algo peculiar, extrajera al igual que yo. Nuestra segunda cosa en común. Con una tercera ya me atrevería a decir que el día no sería tan malo después de todo.
- N-no, no tienes por qué disculparte - negué con la cabeza, aún hipnotizado por el calor de su mirada, que parecía absorberme por completo al igual que ella, que parecía ser devorada por la mía. Negué, esta vez, bruscamente con la cabeza y una leve sonrisa se dibujo en mi rostro, mientras me ponía de pie con los libros que había recogido para re-acomodarlos en el estante. Pero no pude erguir mi cuerpo a la perfección ya que, la joven rubia, también se había puesto de pie al compás y nuestras frentes colisionaron en el acto, dejando claramente un moretón en la mía. - ¡Ouch! - exclamé dejando caer los libros para sobar mi frente. Mi primera impresión fue dolor, obviamente, pero ya teníamos otra cosa en común. Ambos parecíamos ser igual de torpes. Ok, comprobado, el día era perfecto. Reí a carcajada sin poder creer lo patético que debía verse la escena. Sin embargo mi sonrisa se desvaneció al ver la expresión en su rostro con clara molestia, no por la torpeza quizás, sino más que nada por el dolor latente en su frente. - Cuanto lo siento.. - murmuré llevando mi mano, por inercia, hasta sus sienes, procurando no tocar la zona afectada, pero si acariciar suavemente sus sienes y el contorno de lo que parecía se convertiría en un chichón. Quizás eso no le haría mucha gracia a la joven, pero yo no pensaba en eso y cuando me vi en la situación en la que estaba, ¡acariciando su rostro sin siquiera darme cuenta!, me separé rápidamente de ella, dando de golpe contra el estante a mis espaldas, sintiendo caer más libros, pero ésta vez de ambos lados del estante - Ups.. - suspiré con fuerza, cabizbajo, pensando en que ese día de trabajo quizás sería más largo de lo que esperaba. Y yo que tenía la esperanza de salir a almorzar fuera de la biblioteca y no quedarme a merendar las mazamorras que dan por colación - Soy Alejandro Moldoveanu por cierto - me presenté, más que nada por cortesía - en serio lamento lo del chichón - señalé arrugando la mejilla izquierda, en clara señal del nerviosismo que me provocaba recordar la colisión, mientras observaba, definitivamente encantado, el rostro de la joven de la pañoleta en los hombros.
Última edición por Alejandro Moldoveanu el Mar Jun 07, 2011 7:07 am, editado 1 vez
Alejandro Moldoveanu- Humano Clase Media
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Edad : 250
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Re: Un motivo nuevo para sonreir. [Alejandro Lonescu]
Intenté incorporarme sin darme cuenta de que él también se estaba poniendo de pie hasta que fue muy tarde, nuestras frentes colisionaron de inmediato seguidos de un sonoro "¡ouch!" y el ruido de los libros al caerse. Un quejido salió de mi garganta antes de que lo pudiera contener, eso había dolido, toqué mi frente y comprobé que tenía un chichón justo en el instante en que mis mejillas comenzaban a sonrojarse por la vergüenza, era increíble lo vergonzosa que me había vuelto desde que estaba en París, ni parecida a la chica decidida que era cuando mis padres aún estaban vivos, aunque podía sentir como poco a poco esa chica volvía a mi cuerpo dejando a la temerosa April atrás.
Sentí como la mano del desconocido se posaba sobre mi sien y no pude evitar echarme un poco hacia atrás algo asustada, tratando de no parecer intimidada, ningún hombre me había tocado la frente antes, a decir verdad el máximo contacto que había tenido con el sexo opuesto se resumía al necesario para bailar en una pista de baile, sin embargo, a pesar de mi nerviosismo, me encontré algo relajada con las sensaciones que me provocaba su tacto tan delicado y de forma inconsciente cerré los ojos para disfrutar mejor de la sensación tan extraña para mi organismo, debía admitir que sabía masajear bastante bien, aunque debo admitir que no tenía punto de comparación, así que no era algo que podía asegurar al cien por ciento.
No abrí los ojos hasta que un sonoro golpe me sacó de mis pensamientos, miré al chico y me di cuenta que había chocado contra el mismo estante botando más libros.
- Estos pasillos son bastante estrechos - mi vos sonó amigable al tiempo que mis labios intentaban sonreír, lentamente comencé a levantarme procurando de mantener el equilibrio mientras me arreglaba el pañuelo, que debido al golpe se había deslizado, cubriendo bien mis hombros aún con las mejillas sonrojadas recordando su tacto, no sabía qué me había pasado, pero debía reconocer que había sido agradable, aunque tenía más que claro que sería la última vez que dejaría que un desconocido me acariciara el rostro por mucho que ya supiera lo satisfactorio que era.
El muchacho se presentó y disculpó por el golpe de inmediato provocando que le dedicara una sonrisa, esta vez no fue tímida ni forzada, realmente me había causado gracia como su mejilla izquierda se había arrugado, podía ser una señorita de la clase alta, pero no podía negarme a pensar que aquel hombre era una verdadera monada.
- April Von Uckermann, un placer conocerlo en estas circunstancias - me atreví a bromear, no sabía el por qué, pero desde que me había despertado me sentía bien, queriendo ver el mundo de una forma distinta, con reales ganas de disfrutar el día de principio a fin - y por lo del chichón... mmm... tendrás que compensarme de alguna manera - mi cara estaba seria, pero mis ojos claramente mostraban diversión - ¿Te molestaría almorzar con una señorita que tiene un chichón en la frente? - pregunté, no queriendo asimilar el efecto que podían tener mis palabras en la sociedad en la que vivíamos, mi padre siempre me había dicho que era demasiado directa y con ideas muy poco adecuadas para la época en la que vivíamos, sin embargo eso no fue un motivo suficiente para detenerme o para lograr que hubiera un cambio en mi personalidad, así que ¿quién decía que lo iba a hacer ahora? Una perfecta sonrisa se dejó ver en mis labios dejando claro que el chichón no me preocupaba en lo absoluto, ¿qué más daba estar con aquello por un par de días? - A mi no me molesta almorzar con uno que tiene un moretón - reí apuntando a su frente, era un milagro que el encargado de la tienda no fuera a echarnos de la biblioteca por el desorden que habíamos creado.
Sentí como la mano del desconocido se posaba sobre mi sien y no pude evitar echarme un poco hacia atrás algo asustada, tratando de no parecer intimidada, ningún hombre me había tocado la frente antes, a decir verdad el máximo contacto que había tenido con el sexo opuesto se resumía al necesario para bailar en una pista de baile, sin embargo, a pesar de mi nerviosismo, me encontré algo relajada con las sensaciones que me provocaba su tacto tan delicado y de forma inconsciente cerré los ojos para disfrutar mejor de la sensación tan extraña para mi organismo, debía admitir que sabía masajear bastante bien, aunque debo admitir que no tenía punto de comparación, así que no era algo que podía asegurar al cien por ciento.
No abrí los ojos hasta que un sonoro golpe me sacó de mis pensamientos, miré al chico y me di cuenta que había chocado contra el mismo estante botando más libros.
- Estos pasillos son bastante estrechos - mi vos sonó amigable al tiempo que mis labios intentaban sonreír, lentamente comencé a levantarme procurando de mantener el equilibrio mientras me arreglaba el pañuelo, que debido al golpe se había deslizado, cubriendo bien mis hombros aún con las mejillas sonrojadas recordando su tacto, no sabía qué me había pasado, pero debía reconocer que había sido agradable, aunque tenía más que claro que sería la última vez que dejaría que un desconocido me acariciara el rostro por mucho que ya supiera lo satisfactorio que era.
El muchacho se presentó y disculpó por el golpe de inmediato provocando que le dedicara una sonrisa, esta vez no fue tímida ni forzada, realmente me había causado gracia como su mejilla izquierda se había arrugado, podía ser una señorita de la clase alta, pero no podía negarme a pensar que aquel hombre era una verdadera monada.
- April Von Uckermann, un placer conocerlo en estas circunstancias - me atreví a bromear, no sabía el por qué, pero desde que me había despertado me sentía bien, queriendo ver el mundo de una forma distinta, con reales ganas de disfrutar el día de principio a fin - y por lo del chichón... mmm... tendrás que compensarme de alguna manera - mi cara estaba seria, pero mis ojos claramente mostraban diversión - ¿Te molestaría almorzar con una señorita que tiene un chichón en la frente? - pregunté, no queriendo asimilar el efecto que podían tener mis palabras en la sociedad en la que vivíamos, mi padre siempre me había dicho que era demasiado directa y con ideas muy poco adecuadas para la época en la que vivíamos, sin embargo eso no fue un motivo suficiente para detenerme o para lograr que hubiera un cambio en mi personalidad, así que ¿quién decía que lo iba a hacer ahora? Una perfecta sonrisa se dejó ver en mis labios dejando claro que el chichón no me preocupaba en lo absoluto, ¿qué más daba estar con aquello por un par de días? - A mi no me molesta almorzar con uno que tiene un moretón - reí apuntando a su frente, era un milagro que el encargado de la tienda no fuera a echarnos de la biblioteca por el desorden que habíamos creado.
Última edición por April Von Uckermann el Mar Jun 07, 2011 12:39 pm, editado 1 vez
April Von Uckermann- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/07/2010
Edad : 34
Localización : En la catedral, en la biblioteca o la plaza.
Re: Un motivo nuevo para sonreir. [Alejandro Lonescu]
Por un momento creí que mi trabajo en la Biblioteca corría peligro cuando la joven aseguró que debía compensar mi torpeza. Pero grata fue mi sorpresa al comprender que lo que ella buscaba no era venganza. Y cuando digo sorpresa no hablo de que la chica dejó pasar simplemente el altercado sino que además me pedía que la acompañara a comer. Como cambian los tiempos hoy en día que una dama osaba pedirle una invitación a comer a un desconocido, ahora solo faltaba que se atrevieran a querer pagar las cuentas.
Mi mano ascendió hasta posarse en el moretón que madame Von Uckermann me señalaba y fruncí la frente al sentir aquel dolor punzante y molesto. Sonreí ante su ofrecimiento y fue en ése momento que las cosas comenzaron a ponerse feas, incluso más feas que mi moretón. - ¡Señor Moldoveanu! - exclamó el Bibliotecario a cargo logrando que me apartara de la joven lo más posible - ¿Se puede saber a qué se debe tanto escándalo? - siseó notoriamente molesto mientras.
- No, señor, yo... - titubeé mientras él se aproximaba a la señorita April cual perro faldero frotando sus manos. - Madame, disculpe usted la torpeza de nuestro empleado, si busca libros de la antigua España puedo ayudarla a conseguirlos, por favor sigame por acá - dijo el bibliotecario mientras se llevaba a la señorita April del pasillo casi a empujones ignorando por completo lo que ella le decía. Mi mirada la siguió hasta que se perdió doblando el pasillo. Apoyé mi nuca sobre el estante y posé mi vista en el techo de la Biblioteca. Que mala suerte la mía. Mientras me lamentaba comencé a ordenar el desastre que había quedado y mientras lo hacía encontré la orquídea que seguramente llevaba madame Von Uckermann entre sus cabellos, pues le faltaba un pétalo, el mismo pétalo que enredado en sus cabellos. Inspiré el aroma de flor a ojos cerrados y aquel efluvio evocó muchos recuerdos de los jardines en los que solía leer. Necesitaba del aire libre para leer y concentrarme mejor pues no podía hacerlo en lugares cerrados como una biblioteca, o al menos no de forma tan a gusto.
Me pasé todo el primer bloque de trabajo ordenando los libros en sus estantes y la hora de comida llegó antes de lo esperado. Al menos había terminado mi trabajo reacomodando los libros, ya luego podría terminar de desempaquetar los que debía organizar en un principio. Mi estomago rugió, el horario de almuerzo había llegado, y no podía sacar de mi cabeza aquellos dos brillantes ojos que hasta hacia unas horas había logrado que me día no fuera tan monótono y aburrido. Cogí el libro que Jószef me había regalado y mi emparedado de almuerzo para salir a leer y "almorzar" al aire libre. No alcanzaba a ir a la ciudad a comer pues necesitaba de carro para poder hacerlo y volver a tiempo a mi segundo bloque de trabajo, por lo que me veía obligado a almorzar mi par de emparedados diarios acompañado de una buena lectura para pasar el rato.
Al salir de la Biblioteca el aire fresco de aquel hermoso día inundo mis pulmones. Sonreí, como hacía días no sonreía al clima y mi mirada se encontró con madame Von Uckermann que estaba justo fuera de la biblioteca, junto a un carruaje que seguramente era su medio de transporte. Me acerqué a ella con mis emparedados y libros en mano y me detuve a pasos de donde ella se encontraba. - Lamento lo ocurrido ella dentro, madame, espero mi torpeza no le haya ocasionado mayores problemas - musité deteniendo mi mirada en ella nuevamente. ¿Desde cuando miraba a los ojos a una mujer? A la única que había mirado a los ojos en mi vida era a mi madre y a Fabienne. Aunque con ésta joven era algo distinto. Hasta parecía que me estuviera esperando para ir a comer tal como me había comentado con anterioridad; sueña Alejandro, sueña.
Mi mano ascendió hasta posarse en el moretón que madame Von Uckermann me señalaba y fruncí la frente al sentir aquel dolor punzante y molesto. Sonreí ante su ofrecimiento y fue en ése momento que las cosas comenzaron a ponerse feas, incluso más feas que mi moretón. - ¡Señor Moldoveanu! - exclamó el Bibliotecario a cargo logrando que me apartara de la joven lo más posible - ¿Se puede saber a qué se debe tanto escándalo? - siseó notoriamente molesto mientras.
- No, señor, yo... - titubeé mientras él se aproximaba a la señorita April cual perro faldero frotando sus manos. - Madame, disculpe usted la torpeza de nuestro empleado, si busca libros de la antigua España puedo ayudarla a conseguirlos, por favor sigame por acá - dijo el bibliotecario mientras se llevaba a la señorita April del pasillo casi a empujones ignorando por completo lo que ella le decía. Mi mirada la siguió hasta que se perdió doblando el pasillo. Apoyé mi nuca sobre el estante y posé mi vista en el techo de la Biblioteca. Que mala suerte la mía. Mientras me lamentaba comencé a ordenar el desastre que había quedado y mientras lo hacía encontré la orquídea que seguramente llevaba madame Von Uckermann entre sus cabellos, pues le faltaba un pétalo, el mismo pétalo que enredado en sus cabellos. Inspiré el aroma de flor a ojos cerrados y aquel efluvio evocó muchos recuerdos de los jardines en los que solía leer. Necesitaba del aire libre para leer y concentrarme mejor pues no podía hacerlo en lugares cerrados como una biblioteca, o al menos no de forma tan a gusto.
Me pasé todo el primer bloque de trabajo ordenando los libros en sus estantes y la hora de comida llegó antes de lo esperado. Al menos había terminado mi trabajo reacomodando los libros, ya luego podría terminar de desempaquetar los que debía organizar en un principio. Mi estomago rugió, el horario de almuerzo había llegado, y no podía sacar de mi cabeza aquellos dos brillantes ojos que hasta hacia unas horas había logrado que me día no fuera tan monótono y aburrido. Cogí el libro que Jószef me había regalado y mi emparedado de almuerzo para salir a leer y "almorzar" al aire libre. No alcanzaba a ir a la ciudad a comer pues necesitaba de carro para poder hacerlo y volver a tiempo a mi segundo bloque de trabajo, por lo que me veía obligado a almorzar mi par de emparedados diarios acompañado de una buena lectura para pasar el rato.
Al salir de la Biblioteca el aire fresco de aquel hermoso día inundo mis pulmones. Sonreí, como hacía días no sonreía al clima y mi mirada se encontró con madame Von Uckermann que estaba justo fuera de la biblioteca, junto a un carruaje que seguramente era su medio de transporte. Me acerqué a ella con mis emparedados y libros en mano y me detuve a pasos de donde ella se encontraba. - Lamento lo ocurrido ella dentro, madame, espero mi torpeza no le haya ocasionado mayores problemas - musité deteniendo mi mirada en ella nuevamente. ¿Desde cuando miraba a los ojos a una mujer? A la única que había mirado a los ojos en mi vida era a mi madre y a Fabienne. Aunque con ésta joven era algo distinto. Hasta parecía que me estuviera esperando para ir a comer tal como me había comentado con anterioridad; sueña Alejandro, sueña.
OFF: Recuerda editar tu nombre en tu post xD.
Alejandro Moldoveanu- Humano Clase Media
- Mensajes : 76
Fecha de inscripción : 06/10/2010
Edad : 250
Localización : Biblioteca de París, Estación de Ferrocarril
Re: Un motivo nuevo para sonreir. [Alejandro Lonescu]
La sonrisa no tardó en verse reflejada en mis ojos esperando la respuesta del joven con paciencia la cual, lamentablemente, nunca llegó gracias a la interrupción de un hombre algo mayor que me miraba como si fuera la próxima carnada literaria, de inmediato pensé que debía ser el encargado de la biblioteca aunque aún no podía asociar el por qué conocía el apellido del joven hasta que la explicación se hizo presente gracias a las nuevas palabras del extraño. Mi ceño se frunció levemente sintiéndome algo dominada al sentir como sus manos se posaban en mis hombros con el fin de conducirme a lo que según él estaba buscando, aunque mi mente estaba demasiado pensativa como para reaccionar de forma contraria a como lo estaba haciendo - p - pero... - no quería marcharme de esa estantería, quería que el rubio contestara mi pregunta primero, sin embargo el bibliotecario parecía estar más que decidido a alejarme de su "empleado", volteé mi rostro aún con el ceño fruncido mirando al joven por última vez, o al menos eso pensaba, mientras intentaba ver algo en él que me indicaran que realmente se trataba de un empleado, mentiría si me había fijado en el atuendo de Alejandro con anterioridad, de hecho de mi mirada no había pasado de su rostro, así que de ser así suponía que estaba disculpada por haberlo pasado por alto.
Dejé que el hombre me condujera por los demás estantes sin escucharlo en lo absoluto pensando en la forma más apropiada para disculparme por el desorden que había creado en el pasillo del que me había sacado, no podía dejar que el señor Moldoveanu cargara con toda la culpa, mucho menos si este era su lugar de trabajo, por el tono de voz con el que su jefe le había hablado estaba segura de que buenas noticias no se tendrían para él al terminar la jornada y no era para nada justo, mi torpeza era la que lo había puesto en esa situación y esperaba que mi explicación lo sacara de la misma - (...) y aquí se encuentra todo lo relacionado con el arte catalán desde sus inicios - el bibliotecario me dejó frente a una pared llena de libros logrando que mis ojos comenzaran a brillar por la excitación de leerme cada uno de sus ejemplares provocando que se me olvidara el problema de Alejandro por completo - espero que encuentre todo lo que necesite - con una sonrisa comenzó a alejarse mientras que mi cabeza asentía encantada para luego recordar que debía explicar el asunto del desorden - Monsieur - lo llamé caminado hacia él para acortar las distancias - con respecto al señor Moldoveanu, usted se encontraba en un error, mi encantamiento por los libros provocó que no me diera cuenta de él por lo que, antes de poder evitarlo, mi cuerpo colisionó con el suyo dejando como resultado todos esos preciados libros en el suelo, espero que mi torpeza no se refleje en el trabajo del joven, fue muy amable ante mi vergonzoso acto - levanté mi mirada para poder encontrarme con la del bibliotecario dejando en claro que decía la verdad e implorándole con la misma que no se desquitara con el pobre empleado.
Solté un ligero suspiro ante el asentimiento de cabeza del hombre para luego voltear y volver a los libros, saqué unos cuantos de los inicios de la literatura catalán para poder comenzar a relacionarme con esa cultura, las palabras e imágenes eran devoradas por mis ojos dejándome totalmente sin noción del tiempo, mi mente trataba de procesar toda aquella información mientras que mis labios no podían dejar de sonreír ante lo que descubría, definitivamente la idea de comenzar a estudiar letras me motivaba cada vez más, terminaría este año de Historia del Arte, y si mi tía seguía pensando que sería buena idea ver realizado mi sueño, entraría a la universidad a estudiar Arte y Literatura, sería increíble poder adquirir todo ese conocimiento y ¿quién sabe? Quizás más adelante podría entrar a enseñar letras en algún colegio.
Mis ojos comenzaron a reflejar ese brillo que solían tener cuando algo me entusiasmaba al mismo tiempo que las campanas de la catedral que anunciaban el medio día se escuchó en toda la biblioteca, hice una ligera mueca sabiendo que lo más probable era que Pierre ya estuviera esperando fuera de aquel hermoso lugar, él siempre era demasiado puntual por lo que solía estar minutos antes de lo indicado. Resistiendo a hacer un puchero cerré el libro y comencé a devolverlos en la pared uno a uno en una promesa muda por mi regreso.
Comencé a caminar hacia la salida después de darle las gracias al caballero por ser tan gentil de mostrarme su biblioteca notando que Alejandro no estaba en ninguna parte, al menos, a mi vista y sin hacer ningún tipo de gesto salí de la biblioteca para extender mi sonrisa al máximo al darme cuenta que efectivamente Pierre me estaba esperando en la salida - ¿Qué le ha pasado en la frente, madame? - preguntó preocupado bajándose del carruaje - ¿eing? ¿Qué? ¿Qué tengo Pierre? - murmuré confusa llevándome la mano hasta el lugar señalado reprimiendo una exclamación de dolor, ya se me había olvidado el chichón, aunque no se me habían olvidado para nada los ojos azul océano del causante de mi imperfección - Un pequeño accidente, nada de lo que deba preocuparse - le sonreí tan animada como antes esperando a que se volviera a sentar en el carro para poder irnos a almorzar, lamentaba no poder tener esta velada con el joven, pero no había nada que pudiera hacer.
Mi pies derecho estaba a punto de subir al carruaje cuando una voz algo conocida me detuvo. Me giré con una sonrisa y expresión de grata sorpresa ante el descubrimiento del dueño de aquellas palabras - En lo absoluto, espero que MI torpeza no le haya causado mayores problemas - comenté verdaderamente apenada por lo que había ocurrido, aunque no podíamos decir de que me arrepentía de haber chocando contra él - ¿Y bien? ¿Me acompañará a ese almuerzo o dejará que mi chichón pase sin pena ni glorias? - pude sentir la mirada curiosa de Pierre en mi espalda pero, sorpresivamente, no me importaba, la verdad era que me gustaría conocer mejor al muchacho en cuestión - Vamos no sea tímido - seguí hablando mientras me subía al carruaje - prometo que estará en la biblioteca cinco minutos antes de que comience su próximo turno, ¿verdad Pierre? - mi mirada se posó en el anciano chofer con una sonrisa complice - así es, madame - sonrío absolutamente divertido con mi completamente inesperado comportamiento.
Dejé que el hombre me condujera por los demás estantes sin escucharlo en lo absoluto pensando en la forma más apropiada para disculparme por el desorden que había creado en el pasillo del que me había sacado, no podía dejar que el señor Moldoveanu cargara con toda la culpa, mucho menos si este era su lugar de trabajo, por el tono de voz con el que su jefe le había hablado estaba segura de que buenas noticias no se tendrían para él al terminar la jornada y no era para nada justo, mi torpeza era la que lo había puesto en esa situación y esperaba que mi explicación lo sacara de la misma - (...) y aquí se encuentra todo lo relacionado con el arte catalán desde sus inicios - el bibliotecario me dejó frente a una pared llena de libros logrando que mis ojos comenzaran a brillar por la excitación de leerme cada uno de sus ejemplares provocando que se me olvidara el problema de Alejandro por completo - espero que encuentre todo lo que necesite - con una sonrisa comenzó a alejarse mientras que mi cabeza asentía encantada para luego recordar que debía explicar el asunto del desorden - Monsieur - lo llamé caminado hacia él para acortar las distancias - con respecto al señor Moldoveanu, usted se encontraba en un error, mi encantamiento por los libros provocó que no me diera cuenta de él por lo que, antes de poder evitarlo, mi cuerpo colisionó con el suyo dejando como resultado todos esos preciados libros en el suelo, espero que mi torpeza no se refleje en el trabajo del joven, fue muy amable ante mi vergonzoso acto - levanté mi mirada para poder encontrarme con la del bibliotecario dejando en claro que decía la verdad e implorándole con la misma que no se desquitara con el pobre empleado.
Solté un ligero suspiro ante el asentimiento de cabeza del hombre para luego voltear y volver a los libros, saqué unos cuantos de los inicios de la literatura catalán para poder comenzar a relacionarme con esa cultura, las palabras e imágenes eran devoradas por mis ojos dejándome totalmente sin noción del tiempo, mi mente trataba de procesar toda aquella información mientras que mis labios no podían dejar de sonreír ante lo que descubría, definitivamente la idea de comenzar a estudiar letras me motivaba cada vez más, terminaría este año de Historia del Arte, y si mi tía seguía pensando que sería buena idea ver realizado mi sueño, entraría a la universidad a estudiar Arte y Literatura, sería increíble poder adquirir todo ese conocimiento y ¿quién sabe? Quizás más adelante podría entrar a enseñar letras en algún colegio.
Mis ojos comenzaron a reflejar ese brillo que solían tener cuando algo me entusiasmaba al mismo tiempo que las campanas de la catedral que anunciaban el medio día se escuchó en toda la biblioteca, hice una ligera mueca sabiendo que lo más probable era que Pierre ya estuviera esperando fuera de aquel hermoso lugar, él siempre era demasiado puntual por lo que solía estar minutos antes de lo indicado. Resistiendo a hacer un puchero cerré el libro y comencé a devolverlos en la pared uno a uno en una promesa muda por mi regreso.
Comencé a caminar hacia la salida después de darle las gracias al caballero por ser tan gentil de mostrarme su biblioteca notando que Alejandro no estaba en ninguna parte, al menos, a mi vista y sin hacer ningún tipo de gesto salí de la biblioteca para extender mi sonrisa al máximo al darme cuenta que efectivamente Pierre me estaba esperando en la salida - ¿Qué le ha pasado en la frente, madame? - preguntó preocupado bajándose del carruaje - ¿eing? ¿Qué? ¿Qué tengo Pierre? - murmuré confusa llevándome la mano hasta el lugar señalado reprimiendo una exclamación de dolor, ya se me había olvidado el chichón, aunque no se me habían olvidado para nada los ojos azul océano del causante de mi imperfección - Un pequeño accidente, nada de lo que deba preocuparse - le sonreí tan animada como antes esperando a que se volviera a sentar en el carro para poder irnos a almorzar, lamentaba no poder tener esta velada con el joven, pero no había nada que pudiera hacer.
Mi pies derecho estaba a punto de subir al carruaje cuando una voz algo conocida me detuvo. Me giré con una sonrisa y expresión de grata sorpresa ante el descubrimiento del dueño de aquellas palabras - En lo absoluto, espero que MI torpeza no le haya causado mayores problemas - comenté verdaderamente apenada por lo que había ocurrido, aunque no podíamos decir de que me arrepentía de haber chocando contra él - ¿Y bien? ¿Me acompañará a ese almuerzo o dejará que mi chichón pase sin pena ni glorias? - pude sentir la mirada curiosa de Pierre en mi espalda pero, sorpresivamente, no me importaba, la verdad era que me gustaría conocer mejor al muchacho en cuestión - Vamos no sea tímido - seguí hablando mientras me subía al carruaje - prometo que estará en la biblioteca cinco minutos antes de que comience su próximo turno, ¿verdad Pierre? - mi mirada se posó en el anciano chofer con una sonrisa complice - así es, madame - sonrío absolutamente divertido con mi completamente inesperado comportamiento.
April Von Uckermann- Humano Clase Alta
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