La práctica hace la perfección [Privado]

El teatro. Ese lugar perfecto para poder pasar un buen rato, relajarse del estrés de la capital francesa, y para aquellos que apreciaban las obras, un lugar perfecto para verlas y deleitarse. Ese también era el lugar donde lo amantes de la música clásica podían deleitarse. ¿Por qué estaba seguro de ello? Porque él mismo sabía y veía siempre con sus propios ojos como el público se gozaba las interpretaciones musicales hechas por los artistas. Él mismo sabía lo que era una buena crítica y lo que no lo era, y siempre anhelaba más las buenas que las malas, como ser perfeccionista que podía llegar a ser. Con estuche en mano, apretó con suavidad el mango qué lo sujetaba, era allí donde guardaba lo más preciado que tenía: su violín. Tras haberlo pensado durante unos escasos minutos, decidió hacer a lo que había venido desde un principio.

En un suave movimiento logró abrir las puertas del teatro, que en esos momentos recibía a los artistas antes de la que la gran función empezase, al igual que la producción de ganancias que eso dejaría. Aprovechado el momento adecuado, decidió ir al lugar que un trabajo le otorgó en algún momento, buscando perfeccionar la habilidad que más apreciaba y en su momento le fue otorgada. Después de todo, el dicho siempre era cierto, sólo la práctica podía hacer la perfección. Con cuidado y de forma sigilosa, el joven violinista fue buscando el lugar perfecto donde poder tocar su violín a solas. No le agradaba hacerlo tras bambalinas, allí era donde una persona podría escucharle y era algo que, sin lugar a dudas, no era de su completo agrado. Siempre que practicaba sus canciones lo hacía a solas, donde pudiera sumergirse en cada una de las notas que con gracia lograba convertir en una melodía sin igual. Fue entonces que la idea apareció en su mente. Ingresó en una de las salas vacías, viendo primero lo inmensas que podrían ser mientras el público no estaba presente y luego, fijándose en el escenario frente a sí. Tomó una pequeña bocanada de aire y tras recapacitar por ligeros segundos, decidió subir al mismo, poniéndose de pie al lado del pequeño taburete que estaba allí, en el centro de dicho lugar.

Con muchísimo cuidado, abrió el estuche que contenía el pulido violín. Unos pequeños ajustes fueron necesarios antes de que tomara entre sus finos dedos el arco. Tomó asiento en el pequeño taburete, colocando el mentón en la parte precisa se preparó para tocar la pieza musical que había memorizado. Sus ojos oscuros se cerraron y luego de unos segundos donde tomó una bocanada de aire, comenzó a tocar aquello que reflejaba por completo sus sentimientos, enfocando todos y cada uno de sus sentidos en lo que hacía. Ambas cejas se fruncieron suavemente mientras tocaba. Las cerdas del arco creaban una suave fricción con las cuerdas, produciendo así la relajante, triste y melancólica melodíaque fue llenando poco a poco cada rincón del lugar.

Y así, sin darse cuenta, con calma y dedicación, se perdió en las magníficas notas que cada roce producía. Toda su mente se entregó de lleno en la acción que cometía, sin prestar atención en lo que podía pasar a sus alrededores. En esos momentos era sólo él y el violín, pues parecía perfecto y como algo que nadie sería capaz de interrumpir.

Con maestría y destreza, iba sumergiéndose poco a poco en la historia que esa triste melodía narraba en cada nota. No era una música con un significado cualquiera, tras esta se desataba una complicada historia capaz de hacer sentir tristeza a quien la escuchase. Era por eso que ponía tanto empeño cada vez que tocaba esa pieza, entregándose completamente a ella. Mientras tocaba, nunca podía evitar recordar desde el principio la historia. Dicha melodía contaba un romance trágico, que en un principio fue feliz y luego se destrozó. Era en esos momentos que siempre le sucedía lo mismo, los sentimientos al respecto salían a la luz, reflejándose en cada nota con exquisita maestría.

Nada mejor que una bella melodía tocada por uno de los más reconocidos instrumentos para expresar todo, pero eso era un talento que pocos entendían. Pocos tenían ese talento para escuchar lo que cada nota quería decirte, lo que cada nota indicaba y significaba. Un talento escaso, pero que siempre valía la pena tener. Gracias a ello, fue completamente ajeno a la presencia que se hacía sentir en la vacía sala y que, como si de una función privada se tratase, disfrutaba de la música tanto o más que el joven violinista.

La composición poco a poco llegaba a su fin, algo que detestaba pues si pudiera hacer esa una composición eterna, lo haría, pero eso no estaba en sus manos y era muy obvio que tal cosa era imposible. Un par de suaves movimientos bastaron para finalizar la bella canción, dándole así un fin a aquella historia que siempre rebobinaba en su mente. Ambos ojos se mantuvieron cerrados por unos momentos, sin abrirse y poder percatarse que no fue el único que pudo disfrutarse tal bella pieza músical. Suavemente y de forma delicada, alejó su mentón del lugar donde estuvo colocado, tomando entre sus finos dedos el mango del violín. Acto seguido, abrió sus ojos para toparse con una sorpresa que no supo si calificar como grata o indeseada.

Pestañeó un par de ocasiones, intentando buscar entre su memoria una imagen que le ayudase a reconocer al sujeto acomodado entre los mullidos sillones, disfrutando de lo que podría decirse un espectáculo. ¿Quién era y qué hacía allí? Esa fue la inmediata pregunta que cruzó por su mente confundida. Pensaba que las personas ajenas al teatro nunca podían ingresar cuando la función no empezaba. Aún así, su memoria, que extraña vez le fallaba, le hacía recordar que fueron pocas las veces que pudo ver al rubio en el establecimiento. ¿Su trabajo en el mismo? Lo desconocía por completo. Normalmente sólo hablaba con sus compañero de trabajo, es decir, aquellos que cumplían la misma obligación que él: tocar el violín.

Sin decir palabra alguna, colocó sobre su regazo el instrumento músical y con la mano libr aún sostenía el arco con el que tocaba la majestuosa pieza. Le miró de pies a cabeza, analizándole y sin poder encontrarle un nombre directo a ese desconocido, lo que creaba cierta sensación de disgusto al rubio. Pero claro, eso no le impedía que quisiese preguntar y saber quién fue ese sujeto que sin autorización, estaba allí escuchando su más amada composición. Su labio superior se separó del inferior, listo para hablar y dirigir sus primeras palabras al rubio.-¿Podría saber quién es usted?-cuestionó, haciendo su voz resonar sobre el vacío escenario.

Con esa paciencia que le caracterízaba día tras día, y que en más de una ocasión le ayudó a salir de uno que otro aprieto, fue capaz de esperar pacientemente una respuesta digna de su pregunta. Sabe perfectamente que, seguramente, ese joven sentado frente a él podría, quizás, pensar que fue todo un maleducado al atreverse a dirigirse a él de un modo tan frío y despectivo. Dicho sea de paso, si ese hombre llegase a pensar eso, no podía culparle de ser apático, sencillamente era algo natural de él y sonar de esa manera quizás no había sido su intención. Pero...no le dio mucho tiempo para pensar en qué maleducado y frío pudo haber sonado. Su cuerpo se tensó y por un segundo, pudo notarse un deje de preocupación en su seria mirada. ¿Monsieur? ¿Le había llamado Monsieur? ¿Acaso pudo haberse dado cuenta que él no era exactamente una "ella"? Los ragos ajenos indicaban que parecía asiático pero...¿realmente pudo descubrirlo de forma tan fácil? ¡Imposible! Tantos años trabajando para que ese secreto no fuese conocido y un hombre salido de la nada lo ha descubierto.

Una inevitable sensación de preocupación le recorrió por completo, logrando disimularlo a la perfección. Por momentos pudo jurar que se sentía completamente vulnerable, al descubierto. Deseó, muy adentro de sí, que todo fuese un simple error que pudiese arreglarse tan fácil como ese error había sido comtido. No podía darse el lujo de alterarse tan fácilmente y dejar ver así que el muchacho estaba en todo lo correcto y que él en realidad era un hombre. Actuar de la manera más correcta era intentar, o mejor dicho, ser calmado y terminar corrigiendo el simple "error" con una mentirilla "piadosa" que en realidad era para poder salvarse a sí mismo el pellejo. Sabía muy bien lo que podría pasarle si alguien dijese de forma tan fácil su verdadero género tras ese maquillaje, cabello largo y esos vestidos. Aclaró suavemente su garganta antes de hablar.

-¿Monsieur? Me temo se ha equivocado al dirigirse a mi persona, señor.-habló calmadamente, acariciando con la yema de sus dedos la suave madera del violín. Fue una obvia mentira que esperaba que surtiera su efecto como era debido en el otro.-No le diré una mentira, lo que usted ha visto no ha sido un espejísmo. El nombre de dicha pieza músical es "Sad Romance".-dijo el nombre con un perfecto y trabajado acento inglés, uno que forjó arduamente durante muchos años en Inglaterra, con el propósito de no "avergonzar" a sus abuelos con su acento nativo. Ellos siempre deseaban demostrar que su nieto podría ser uno de los mejores, incluso si eso significaba casi obligarle a trabajar tan duro para obtener un perfecto acento digno de un inglés.

La forma de hablar tan peculiar del rubio en frente de sí no pudo evitarle recordar a uno de esos príncipes de cuentos de hadas. Hablaba con total delicadeza, se expresaba usando palabras suaves y delicadas. ¿Podría ser de una clase social alta? Lo desconocía, pero la forma en la que se expresaba era digna de una persona de tal clase social. Demostraba ser alguien cuidadoso y considerando su pregunta, hasta sentimental. Volvió a acariciar un poco el violín, casi notándose así que era su bien más cuidado y preciado.

-Por lo visto, usted igual labora en este lugar.-se permitió decir, antes de presentarse como era debido desde su lugar, aún sentado sobre el banco en medio del escenario.-Me llamo Andrea,-dijo antes de volver a repetir.-Andrea Fiore.-musitó su nombre completo, intentando localizar en su memoria casi infalible un lugar en el escenario para el rubio. ¿Lo vio en una obra? El teatro quizás no era lo suyo, al punto de que se volvió completamente inútil poder encontrarle un lugar en dicho lugar. No guardó silencio durante mucho tiempo, no antes de agregar.-Pude percatarme de que se ha visto conmovido por dicha pieza músical.-musitó acomodando un poco su cabello, viéndole fijamente y resignándose en buscarle un lugar tras bastidores y en el escenario. Si deseaba saber quién era podía hacerlo allí, o al menos mientras el tiempo le permitiese hacer dicha cosa.

La satisfacción de que su mentira hubiese funcionado de forma tan perfecta no se hizo esperar. El sujeto frente a sí, de nombre Louis, cayó redondito en su mentirilla “piadosa”. ¿El remordimiento le carcomía? ¡En lo absoluto! Un enorme alivio se hizo sentir en su pecho, que durante esos segundos de silencio fue víctima de una terrible opresión, esa que significaba que una enorme preocupación estaba presente en su cuerpo. Sólo dejó a cambio tranquilidad donde había preocupación, por lo que pudo respirar de forma aliviada desde el instante que el rubio se autocorrigió el error, uno que en realidad era un falso error creado por el violinista. Sabía que no era el último hombre en París que vestía ropas de mujer, pero podría ser uno de los descubiertos y era eso lo que siempre le llevaba a ocultar su verdadera identidad como hombre. Al fin y al cabo, acabó acostumbrándose y por ello no toleraba que nadie supiese de lo que ocultaba a la perfección tras capas y capas de fina seda.

Saboreó, por última vez, la sensación de victoria por sobre aquel error y decidió sólo dejar que todo fuese como si un nada hubiese pasado, por lo que las palabras por parte suya no se hicieron esperar. Eran palabras que ya tenía planeadas en su mente, como si todo aquello lo hubiese planeado con digna maestría.

—No debe preocuparse, señor, ha sido sólo un error. —prefirió dejarlo hasta allí y no continuar con la vergonzosa situación, o al menos eso parecía serlo para el otro, que al captar su “error” no tardó en sonrojarse de la vergüenza, lo que captó a duras penas con la iluminación de la sala teatral. Al igual que ese sonrojo, no tardó en captar esa sonrisa encantadora y…¿coqueta? La pasó por alto sin dudar ni una milésima de segundo, quizás fue sencillamente su imaginación o seguramente sólo era parte de la naturaleza que componía al joven actor frente a sí.

Siguió con la mirada cada paso que dio el actor, cada uno dejando un eco más profundo detrás de sí. La cercanía entre ambos se vio sumamente acortada, al punto que sólo un par de metros separaba a los dos. Al estar allí sentado, veía cada acto, escuchaba cada palabra que fue soltada con total sinceridad. Tomó como un halago el hecho de que aquella pieza moviese más de una cosa en el interior y los sentimientos del joven, puesto que eso significaba que sus esfuerzos por tocarla siempre valieron la pena. Nunca había premio mejor para él que saber, por supuesto, que sus melodías entraban y tocaban aquello que una persona pensó que dejó olvidado. Mas sin embargo, no supo como tomar lo siguiente. ¿Un halago o un insulto? ¿Bueno o malo? Todo un remolino de opciones surcó su mente, sintiéndose de repente incómodo por tal pregunta, que podría inclusive considerar como atrevida. Levantó una mano y con ella acomodó un mechón, un acto que podría tomarse como algo común o para los más perceptibles, como una pequeña muestra de nerviosismo o incomodidad.

—Sólo le diré que siento cada nota que toco, eso es algo que no me atrevería a negarle. —dejó su respuesta hasta allí, no ofreciendo más detalles al respecto.

¿Cuál era esa realidad oculta bajo la respuesta reservada, su rostro pétreo y esas tristes notas musicales? No fue una historia de amor que a él le tocó vivir, no fue una historia de amor que leyó por allí, fue una historia de amor que él mismo supo del ser que le permitió vivir. Una historia que jamás contaría a alguien más, pero que podía expresar bajo la fama de una bella composición. La historia triste del amor entre sus padres, separados por una gran distancia y unidos sólo bajo el preciado y arraigado lazo del amor. Compartían un gran sentimiento, compartían muchas cosas en comunes a excepción del tiempo a solas. El tiempo es cruel, pasa y nunca perdona, nunca les dejó compartir sus tiempos juntos. ¿Y qué tenía de triste eso? Que jamás podrían expresar sus sentimientos, las cartas no eran suficientes, los viajes largos eran eternos, y claro, concebir una vida y jamás poder verla crecer juntos. ¿Podría llamarse culpa lo que sentía al tocarla? ¿Lo era? Ni él mismo podría describirla. Dos personas que se aman, dos personas que forman una vida y sin embargo, el destino decide que una de ellas no vivirá lo suficiente para contar y hacerle saber al mundo tal historia. Al fin y al cabo, todo un romance trágico, donde el que pudo vivir jamás superó la pérdida de aquel primer amor y descargó su desgracia en aquel ser que ambos formaron.

Inhaló y evitó soltar un suspiro que pudiese delatarlo, toda esa historia, que para otros podría significar algo tonto y sin sentido, para él significaba algo más que mil palabras. Él fue el causante, de forma casi indirecta, de que tal amor fuese una tragedia. Su padre en medio del viaje al oriente falleció en un trágico naufragio y su madre quedó sola y así comenzó lo que podría catalogarse como la historia de su vida, una larga y que a nadie seguramente le interesaría saber.

Dejando tales pensamientos atrás, comenzó a hablar una vez más.—Aunque sea una melodía llena de tristeza, es bueno saber que hay más de una persona que puede sentirla. —confesó con más naturalidad, menos frío y menos apático que la primera vez. Esas palabras lograron remover algo allí en su interior, algo que no sucedía todos los días.