Jan Mijden Plantagenet

-Nombre del Personaje:

Jan Mijden Plantagenet

-Edad:

Aparenta 28 pero en realidad tiene 56

-Especie:

Cambia formas

-Tipo y Clase Social:

Clase Alta

-Orientación Sexual:

Heterosexual

-Lugar de Origen:

Marsella, Francia.

-Habilidad/Poder:

-Historia:
"Actibus immensis urbs fulget Massiliensis"

Marsella, puerto bravío del sur francés, cuna de marinos, mezcla de griegos, romanos, franceses y moros. En uno de sus peores barrios, por no decir el peor, es que nace Jan Mijden Plantagenet. Nombre singular para un marsellés, sin duda, aunque cuando se ahonda en su historia y aflora la sangre flamenca de su madre, todo parece tener sentido.

Pero ahondar en su historia no es fácil. Nada fácil. Es una historia que va de la mano, inevitablemente, con el acero y la sangre. Basta decir que mientras Jan nacía su padre despachaba Ingleses en la guerra de sucesión austriaca allá en el hoy lejano 1744 de donde no volvería hasta que su hijo cumpliera los cuatro años en el 48.

Jan creció como un chiquillo normal. Su infancia fue feliz. Vagueaba desde que el reverendo Fonten les dejaba salir de la pequeña escuela parroquial a la que, de no ser por la insistencia de su padre ,no hubiera atendido jamas. Hasta que la noche estaba bastante entrada y las callejas cercanas al puerto eran invadidas por la lujuria, el juego y la violencia, compañeros inseparables de las aventuras de Jan, pero que escudriñaba en aquel entonces sin que nadie se percatara de su presencia y sin consciencia de el poder que le ayudaba a pasa inadvertido cada noche. Su padre dejó la marina real por la marina mercante, esto hizo que el muchacho creciera bajo la tutela de la madre. Fue un chico rebelde y de carácter fuerte, incluso violento, cuestión que lo metió en problemas desde que era apenas un chiquillo de diez.

Aquella noche se introdujo, junto con su banda de pequeños criminales, en una de las bodegas más ricas del puerto. Aquella mañana, sin que los estibadores se dieran cuenta, la pequeña pandilla había estudiado todos los recovecos del lugar, cosa de ir ya entrada la noche y robar la fruta recién llegada. Así pues, los gamberros se metieron cual rata en su agujero y comenzaron el saqueo. La cuestión hubiera sido totalmente exitosa si el carácter de Jan no le hubiera traicionado a la hora de hacer el reparto, al verse despojado de una parte de su botín había empezado una trifulca con quien era entonces el jefe de la banda, un mozuelo de unos catorce a quien apodaban “cicatriz”. Esa noche recibió su primera golpiza y recibiría también una de las mejores sorpresas de su vida.

Mientras se arrastraba con los costados hechos polvo y los miembros ateridos, un borracho del puerto a quien solo llamaban “Pierre pata de palo”, por renquear de la pierna izquierda, se aproximó a él. El tufo del pastis era intenso, tanto que lastimaba las fosas nasales del joven. El viejo murmuró entonces unas palabras, Jan ni siquiera las entendió. Intentó empujar al viejo pero se vio volando por los aires. “He dicho que si sigues así no vas a durar mucho chiquillo”. Se adelantó “pata de palo” sin que Jan le hubiese preguntado nada. “Pero ya me encargare yo de ver que eso no pase”.

Aquello fue magia pura. Tanto para uno como para el otro. Fue como si, por asares del destino, aquello debiese pasar. “Pata de palo” se presentó el otro día a la puerta de la casa de Jan y habló con su madre largo rato, sin dejar que el muchachito, dolorido, pudiese escuchar una sola palabra. Su madre fue la encargada de comunicarle que desde ese día comenzaría a trabajar para el señor Pierre y que no quería ni una queja al respecto. Jan trabajaba duro, llevaba recados y cargaba paquetes, cosas que jamas imaginó podrían confiarse a su nuevo patrón. Cuando terminó la primera jornada y hubo de reportarse para recibir el jornal el viejo le sonrió con la boca desdentada y le dijo “mañana en el puerto al amanecer, ahí se te dará tu paga”, su paga fue el savate y el viejo un gran maestro.

Jan y su padre se veían cada cuatro o cinco meses y cada vez que volvía se encontraba con un muchacho más fuerte, la agilidad de Jan y su suerte con las damas, se había hecho famosa por todo el puerto. Al punto que a los quince años los demás gamberros le llamaban el gato.

Fue a los dieciséis que comenzó su aventura por el mar. Peleador afamado en el puerto marsellés fue reclutado por la marina real para ir a pelear en la guerra de los siete años, aquella era la primera vez que navegaba lejos de su patria y sería el comienzo de su relación con su padre.

Viajaron juntos hasta el otro lado del mundo a la que llamaban Nouvelle-France. Lucharon, en tierra y mar contra los británicos, los colonos y los indios. Conocieron aquellas regiones gélidas del nuevo mundo, distintas por completo a su lejana Marsella. Fue entonces, acosados por el enemigo, el hambre y las frías nevadas del Canadá, que Jan dio rienda suelta a su poder oculto. Por las noches, sin tener aun control total sobre si mismo, dejaba que el leopardo y el jaguar se apropiaran de él. Salia en busca de comida y daba igual si era el ciervo o el enemigo quien servía de cena. Pronto la leyenda de una bestia demoniaca se extendió por los territorios iroquies, los grandes lagos se convirtieron en una región maldita y él se transformó en un verdadero salvaje, no daba cuartel al enemigo, la bestia se apoderaba de su ser cada día más sin retroceder ante nada, pero Jan lo disfrutaba, era delicioso el oler el miedo en sus enemigos. Aquello pasó de ser una necesidad a ser un juego, caminaba entonces despacio, dejando que sus patas acolchadas sintieran el beso de la nieve, no hacía ruido alguno, dejaba entonces que su presa le escuchara y le mataba tan rápido que el pobre infeliz apenas tenía tiempo de ofrecer un rictus de pánico.

Fueron tres años de salvajismo total en los que solo su padre parecía saber que algo extraño pasaba con el muchacho, al final, los ejércitos del rey francés fueron derrotados y ellos se vieron a bordo de un navío con rumbo a la Luisiana, territorio con el que se compensaba al aliado español. Se encontraron con una tierra en donde el catolicismo y el embrujo se unían gracias a la mezcla criolla que pululaba en aquel lugar. Al principio Jan pudo controlar a la bestia, pero pronto la fuerza de voluntad no fue suficiente, la matanza comenzó de nuevo y el terror de la bestia infernal amenazó con desatarse sobre la Nueva Orleans.

Una noche oscura,tan oscura como la boca del lobo, la bestia negra merodeaba las plantaciones, ansiosa, lista para desencadenar su juego macabro. Pero entonces, cual espejo entre las sombras, la bestia se encontró frente a frente con su igual, frente a frente con su padre. La lucha fue encarnizada, dos bestias luchaban por la supremacía en aquel coto de caza, la más joven sucumbió.

El padre no supo como explicar aquella situación. Jan, temeroso de que se tratase de una posesión, se había retraído evitando el tema a como diera lugar. Pasaron semanas, meses, hasta que su padre confesó la verdad, aquella... cosa, corría en su sangre, igual que en la de su madre y en la de sus hermanos. Todos habían conseguido controlarla tarde o temprano, pero el caso de Jan era especial. Ninguno de sus ancestros había dejado a la bestia ir tan lejos.

La nave que les llevaría de vuelta a Marsella zarparía una mañana invernal del año 1763. Jan no iría en ese barco, según las transcripciones de cierto viajero, las leyendas de los Mohawks hablaban de hombres capaces de transformarse en bestias y de nuevo en hombres, capaces de estar en contacto con su lado salvaje y humano, Jan partió hacia el norte.

Durante años nadie supo nada de aquel joven marino marsellés. En su patria una mujer ya entrada en canas, sus hijos ya mayores y un viejo marinero oraban a diario por la vida del prodigo, sus ruegos fueron escuchados una noche de carnaval cuando el muchacho, con aspecto de hombre, volvía a su patria.
Había peleado por las colonias británicas, otrora sus enemigos y se encontraba de vuelta justo para presenciar otra gran revolución. Pero allá, lejos del hogar, viviendo entre gente que no era la suya, entre los Mohawks, aprendió a utilizar a la bestia, a hacerla más eficaz, aprendió un oficio mortal. Se volvió un asesino a sueldo.

Desde aquel entonces cumplía todo contrato, toda misión que nadie aceptaba. La revolución Francesa traería consigo un aumento en tales trabajos, el ansia de poder era buena consejera para quienes se dedicaban al negocio de la muerte y el honor mal entendido daba de comer a quienes podían darse el lujo de alquilar su espada. Así amasó su fortuna, llevando las garras de la bestia al pobre infeliz que estuviera marcado. Encontró el amor y la muerte, algunas veces ligados, causó gran dolor y también lo padeció. Por ello decidió dar un paso más en su camino.

Y llegó el momento de dejar aquel negocio, un tiempo, dejar que todo se enfriara. Se embarcó de nuevo en la marina real, solo por diversión, por sentirse libre de nuevo. Ahora ha vuelto a Francia, es una Francia desconocida, pero el negocio, la muerte, el acero y la sangre siguen ahí.

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