『Ｅｐｉｌｏｇｕｅ Ｏｆ Ｄｅａｔｈ』

Beauty

Creí que mi cuerpo jamás demandaría por nada…
Hasta ahora...

A estas alturas me atrevo a decir que ya no se que corre por mis venas, el cuerpo se me entume al respirar, quiera que alguien me dijera si aun estoy vivo, si a un respiro, tengo una angustia, pero me está haciendo enloquecer, estamos en medio de alguna ciudad hermosa, todo en su imaginación lo es, como un paraíso en medio de lo que puede ser el infierno para otros. Soy una persona noctambula después de todo, no lo he probado todo, por eso mi cuerpo experimenta tendencias a la muerte, a la vida.

Las calles son eternamente oscuras, apenas y las luciérnagas que se pasean las pueden iluminar, sin embargo puedo ver muy claro, demasiado, para vislumbrar la piel, el tacto, los besos, las caricias, la lujuria y el pecado del cuerpo entregándose a lo que se llama el éxtasis hasta reventar. Soy un fisgón más de la noche, quizá me veo demasiado degenerado, si tuviera un maestro para todo aquello, comprendería que pasa, pero solo está en mi imaginación, los gemidos, los susurros, las palabras, todo hasta el final.

Cada noche me detengo ante ese callejón, solo para escuchar y sigo mi marcha, no soy una persona jovial, muy al contrario, alguien que se considera bebedor de sangre, no sé si tomar esto como ‘una bendición o una maldición’, quizá el nombre perfecto debía ser ‘Una cruel bendición’ cada noche me tumbo entre esta colina, sin importarme el riesgo, nunca sentí que es eso, porque soy una cuerda que quedo tirada de un péndulo.

Cuando la bestia se apodera de mi cuerpo soy completamente noctambulo, me siento vivo, invencible, como un maldito león destajando sus presas, enterrando los colmillos en la yugular de alguna persona, perdiendo el control, para que al otro día le encuentre muerta. Y solo quedan los cuervos, los gusanos, la tierra y los sacerdotes que celebran. Pero la persona se seca, no se pudre, porque no tiene aquel vital líquido y después me vienen sus recuerdos en la mente dentro del féretro.

Siento el placer cuando extasió mi boca, cuando mis fríos labios rozan el cuello de las muy formadas mujeres, más de una vez, me he enfrentado a los ‘Licántropos’ no son más que lobos que piden guerra y pierden el control y la humanidad, solo por instantes, tuve guerrillas por un tiempo, solo consideraba que eran otro estúpido animal, embobado y sin raciocinio alguno.

Se me educo para moderarme, sin embargo no he podido y bebo cada noche de quince a veinte humanos en diferentes regiones, lo que nos hace desaparecer de la nada y al desaparecer las muertes cesan, pero me estoy cansando de hacer siempre lo mismo, o de incluirme en reuniones sociales tentativas, para posar la boca y seducirlos con una mordida hasta los brazos de la muerte.

He creído que nosotros somos sirvientes de la perezosa muerte, pues le ahorramos el trabajo de ir tocando la puerta de las vidas humanas, pero en parte, quizá siempre nos apresuramos y nuestra recompensa es la sangre y nada más. Me enredo en las telarañas de los abismos. A penas escribo estas líneas en mi mente y nada interesante parece cambiar.

Nos hemos ido de aquella ciudad para ir a otra, debo de admitir que extrañare el callejón, el quejido hermoso de ese canto cuando el amante de esa mujer le hacía entrar en éxtasis pleno, y tocaba el cielo que se le arrebataba en momentos. Hago un mohín al descubrir que jamás observe con cautela, que es lo que hacían exactamente cada noche. Pero solo escuchaba la energía de su piel chocar la una contra la otra.

Sin embargo, aquella noche de verano, tuve que despertar en medio de una visión, entre por las múltiples habitaciones buscando una explicación o simplemente algún sirviente para poder cenar, no sé cuánto tiempo ha pasado, pero debido al gran atiborre pues no me importa mucho.

Sin embargo algo llama mi atención al adentrarme a la cocina, huele a incienso, el olor del agua, del fuego y de las hierbas secas que usan como condimentos, el olor femenino que llega a encantarme sobre todos los olores. Una ninfa preciosa del mar, la vestimenta en tela blanca una fresca transparente como las gotas de la tormenta que vino a tocar sequedad hace un momento.

Unos ojos preciosos pequeños como dos piedritas que se esconden en los ríos, tan claros, casi en un color miel, una piel tersa bronceada por el sol, en su piel se puede respirar cada rayo, cada marca, y esos labios sensuales, que al hablar se mueven con cortesía.

Nunca había descrito a nadie con tanta atención, nada me capturo para hacerlo y las gotitas que caen tintinean como una alarma a mi cordura, le saludo con seriedad y suelta una carcajada, hace una reverencia y se va, quisiera detenerle, saber su nombre, oler sus cabellos castaños como las almendras, inhalar todo de ella. Pero soy demasiado inútil para hacerlo.

Cada noche soñaba con sus mejillas sonrojadas, con su cuerpo esbelto y precioso, con esas manos que a diario recorren la finca para poder adornar de bellas flores el lugar.

Y una noche me atrevo a lo ‘inimaginable’, tomo su mano a la mía, quiero ver su desnudez, lo maravillosa que es, y la arrastro a las sabanas, busca mis labios, pasa sus manos sobre mi nuca entrelazándolas y besándome, no sé hacer esto tan bien como ella, mis manos van directas a las telas, a sus voluptuosos senos, siento como los pezones se ponen duros al tocarle solamente y deslizo todo, hasta dejarla, en la tersa piel que posee.

Me fundo en su cuello, antes que nada, saboreo el momento, me preparo y paso mi lengua sobre aquella vena, pero me detiene, me mira con deseo, me despoja de las ropas, mi cuerpo ha reaccionado, me voy por sus pechos lamiéndoles, mientras escucho sus gemidos sonoros, que penetran cada uno de mis deseos que jamás pensé tener.

Y aquellas partes íntimas rozan unas contra las otras, llega a mí una chispeante sensación, me indica que me quiere dentro, me demanda con un coqueto gesto y me sostengo para empujar lento, y sus uñas se clavan en mi piel, su rostro se va hacia atrás dejándome el cuello en esplendor, me desconcentro y de una estocada penetro.

Gime con todas sus fuerzas y me muevo con candela, con ritmo, solo para alcanzar lo que quiero, en su éxtasis consigo el mío, clavar los colmillos sobre su cuello, absorber y beber el aroma del sol impregnado en su piel, hasta matarla, hasta dominarla y ve la gloria, toca el cielo, seguro que ya revolotea en el con sus blancas alas.

Me visto y me voy, deseándole un mejor sabor, esta noche he disfrutado lo que mi cuerpo ha demandado, sangre y placer sexual, dos bombas que estuvieron por reventar. Una noche más candente y quisiera elegir cuidadosamente cuando me llame el instinto animal.