El rostro de la vergüenza (Kian)

por **Dianne Bentrim** Lun Ago 08, 2011 1:36 pm

Huir.

Eso era lo que quería aquella noche, huír de todo lo que venía siendo mi mundo, aunque fuera por unas horas. Escapar de mis miserias, de mis penas, de mis propios fantasmas que me acechaban con sigilo en cada rincón del burdel. Dejar atrás todos mis temores por una noche, y ser alguien más que una simple cortesana que sueña con ser cantante de ópera.

Por eso me marché sin decir nada, por eso dejé abandonado mi turno en el burdel, a sabiendas de que al día siguiente sufriría las consecuencias de mis actos. Era necesario salir, después de todo; necesitaba despejarme de aquel ambiente recubierto por una capa de lujuria y falsedad.

Comprendía ahora el dicho de que las cortesanas envejecían antes de lo normal; era un trabajo horrible, sacrificado y agotador, que te restaba fuerzas para seguir adelante, que marchitaba tus sueños poco a poco, hasta que te convertías en una persona sin apenas esperanzas. Cualquier humana se marchitaría en ese oficio.

Mi suerte era que mi raza era mucho más fuerte, y podía soportar con muda resignación el devenir de los días, sin apenas emitir una queja o un suspiro de rabia o decepción. Callaba y trabajaba; tan solo en algunas ocasiones desaparecía por una noche.
Y esta era una de ellas; una de las noches en las que mi alma se renovaba con la visión nocturna de la ciudad y el olvido de quien era yo.

No quería que me mirasen mal los viandantes de las calles parisinas, por lo que paseé por un oscuro callejón, donde mi descarado vestido y mi pálido y algo sucio rostro no me acarreasen malas miradas o insultos disimulados.

por **Kian Vervelle** Lun Ago 08, 2011 2:17 pm

Las calles de Paris le hacen extrañar a su demonio. Sintió un vacío al recordarla, siguió en ese atajo que le llevaba a una nueva era, descubrió las nuevas calles, los nuevos aromas y los nuevos sabores de aquellas tierras que no deseó. Deseó haberse quedado en Rumania, en su castillo, con su demonio.

Impecablemente se dirigió sin rumbo alguno por las calles de Paris, supo que su demonio estaba suelto y deseaba atarlo, amordazarlo y hacerle algunas cuantas maldades solo por diversión. No era hombre de burdeles o de visitas clandestinas, pero tampoco desperdiciaba las oportunidades; era difícil saber lo que pasaba por su mente, casi siempre estaba en blanco no le gustaba mostrarse, ni que se metieran en su cabeza. El aroma a lujuria recorrió las calles envinando los andadores. Creyó poder dibujar alguna silueta con ese aroma, pero realmente se vio siguiendo la estela aromatica que se disolvía en el aire. Pudo seguirla sin tener ningún cuidado, así era más entretenido, al menos la noche no se volvía monótona y tuvo la esperanza de atormentar a alguien.

Se detuvo en un callejón donde encontró la fuente que destilaba aquella esencia, y una leve sonrisa de suficiencia se plasmó en su maldita boca. Dio unos pasos más adelante para llegar a mirar el rostro de la mujer, una vampiresa, no había duda. El cabello rubio de Kian brilló con las lámparas de las callejuelas y observó el tizne del rostro de aquella mujer y se hizo algunas preguntas sin importancia.
-Buenas Noches –dijo con una increíble voz encantadora, un perfecto maestro del carisma se postró frente a la mujer- Es una noche que comienza... ¿Está usted sola?...

por **Dianne Bentrim** Miér Ago 10, 2011 3:04 pm

Mis divagaciones solitarias mientras paseaba se vieron cortadas en seco cuando una figura me dio alcance. Mis ojos no necesitaron escrutarle para saber que era otro miembro de mi raza; su olor alcanzó mi nariz con una sutilidad tan propia de nosotros que era imposible negar la evidencia de que aquel hombre que se había aparecido junto a mí era un congénere.

Con un disimulado gesto, traté de acomodarme el llamativo vestido que portaba, el cual había visto días mejores. Al no tener apenas unas monedas, me era imposible hacerme con un vestuario decente, de modo que tenía que emplear los vestidos que me otorgaban en el burdel cuando me apetecía salir a la calle. Siempre intentaba añadirles un abrigo o algo, no porque lo necesitase, sino para cubrir la cantidad de piel que aquellas prendas dejaban al descubierto.

-Creo que es obvio que me encuentro sin ninguna compañía, monsieur-dije con calma, mientras que, como quien no quería nada, limpiaba un poco mi rostro. No quería parecer una mendiga que se prostituía por unas monedas, más que nada porque aún no había caído tan bajo como para vivir en la mendicidad. Sería tal vez una idiota por no aprovechar mi ventaja sobre los humanos para mejorar mi posición económica, pero tenía muy claro unos principios, y era que no pensaba abusar de mis habilidades para otros fines que no fueran alimentarme.

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