AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un mundo aparte
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Un mundo aparte
PRIVADO
Las cosas no son lo que parecen, el mundo de la ilusión solía quedar dentro de las carpas. Hace algún tiempo un gitano era trapecista, un gitano que ayudaba a alimentarse a su madre y hermana, un gitano sencillo sin aspiraciones de riqueza, un gitano que se divertía con sus amigos, un gitano sin padre, un gitano que apenas sabía leer, un gitano que aplaudía cuando las gitanas bailaban, un gitano que tocaba la armónica en la intemperie cuando caía la noche, un gitano simple. Hace algún tiempo el circo era un hogar, la risa de una hermana una melodía, el canto de los gallos el reloj, el aullidos de los lobos la magia. Pero las personas cambian y el tiempo pasa, allá sigue la misma carpa, allá siguen algunos de los mismos gitanos que reconocen un rostro conocido y que creían perdido. Sonrisas se dibujan en rostros familiares, sus manos estrechan y reciben a quien una vez fue parte de ellos, ese que una vez fue el, ese que ha muerto como gitano y que ha renacido como monstruo.
Trato de fingir una sonrisa como la que antes me era fácil esbozar y que en el presente le resultaba ajena. Algunos se dan cuenta de su frialdad, algunos murmuran que he tenido una vida dura y que es natural, otros creen que es algo más que eso. Los gitanos no son mortales ordinarios, se los considera gente de baja ralea, prestidigitadores, ladrones y embusteros pero como estas hay muchas creencias que satisfacen las mentes inferiores de los ignorantes. Los gitanos son un pueblo antiquísimo, mortales si pero su tradición va mas allá de fronteras, tiempos y culturas. Ellos que poseen un sentido único de lo que es; ellos que retiran la delgada tela que existe entre lo real y lo imaginario; ellos que han visto a los seres míticos como transeúntes de la noche; ellos saben que no es el mismo de antes.
Pregunto por su hermana, ella seguía siendo parte de la comunidad, Alice la hermosa gitana que cautivaba con su baile. No la encontro en el campamento y le dijeron que se encontraría en la función del circo dentro de una hora. Le invitaron a comer, a beber, a rememorar el pasado y a quedarse con ellos como antes y a recuperar su anterior trabajo como trapecista pero tuvo que negarse a esta última propuesta porque su nuevo trabajo le ocuparía hasta el último de sus días. Le preguntaron a que se dedicaba y fácilmente cambio de tema, hablaría lo que ellos quisieran de Jean Antoine el trapecista, ese al que recordaban, ese que una vez tuvo su reflejo y cuyo cuerpo el usurpaba para presentarse allí porque a pesar del ambiente de recepción todo aquello nunca más podría serle tan familiar como lo fue una vez.
Alice no apareció y, por no ofender a quienes antes le tendieron una mano, decidio quedarse aquella noche en el campamento. La función de la noche comenzaba, los gitanos salieron a dar la función que estaban acostumbrados, con bailes, con malabares, con ilusiones que dejaban a más de uno con la boca abierta. Un mundo de ensueño se tejía dentro de la carpa, ajeno a lo que ocurriera afuera, distante de toda realidad. La música y los colores creaban un ambiente lleno de bufones y máscaras hasta que uno de los líderes del circo saliera a agradecer la asistencia de los presentes y estos se ponían de pie, suspiraban por tener que salir de aquel mundo, y se retiraban murmurando lo que ya para esa hora eran recuerdos del pasado.
Las cosas no son lo que parecen, el mundo de la ilusión solía quedar dentro de las carpas. Hace segundos quizá una ilusión se materializo. Quedo un grupo de gitanillas jugando en pleno escenario, bailando, una música cuyos autores eran invisibles invadía todas las direcciones, los pañuelos de colores de las coquetas parecían llover. En medio de ellas y como ubicada en el centro de un universo fantástico, ella. Una joven de ojos brillantes, una joven de porte singular, una joven de talle esbelto, una joven pálida e irreal, una joven de cabellos castaños, una joven de amplia sonrisa, una joven de rebosante juventud, una joven que bailaba como gitana, una joven de labios perlados. Se quedo en las graderías, en la oscuridad, en el anonimato solo observando, presenciando, admirando aquella figura sacada de un sueño inaccesible a sus posibilidades.
Las cosas no son lo que parecen, el mundo de la ilusión solía quedar dentro de las carpas. Hace algún tiempo un gitano era trapecista, un gitano que ayudaba a alimentarse a su madre y hermana, un gitano sencillo sin aspiraciones de riqueza, un gitano que se divertía con sus amigos, un gitano sin padre, un gitano que apenas sabía leer, un gitano que aplaudía cuando las gitanas bailaban, un gitano que tocaba la armónica en la intemperie cuando caía la noche, un gitano simple. Hace algún tiempo el circo era un hogar, la risa de una hermana una melodía, el canto de los gallos el reloj, el aullidos de los lobos la magia. Pero las personas cambian y el tiempo pasa, allá sigue la misma carpa, allá siguen algunos de los mismos gitanos que reconocen un rostro conocido y que creían perdido. Sonrisas se dibujan en rostros familiares, sus manos estrechan y reciben a quien una vez fue parte de ellos, ese que una vez fue el, ese que ha muerto como gitano y que ha renacido como monstruo.
Trato de fingir una sonrisa como la que antes me era fácil esbozar y que en el presente le resultaba ajena. Algunos se dan cuenta de su frialdad, algunos murmuran que he tenido una vida dura y que es natural, otros creen que es algo más que eso. Los gitanos no son mortales ordinarios, se los considera gente de baja ralea, prestidigitadores, ladrones y embusteros pero como estas hay muchas creencias que satisfacen las mentes inferiores de los ignorantes. Los gitanos son un pueblo antiquísimo, mortales si pero su tradición va mas allá de fronteras, tiempos y culturas. Ellos que poseen un sentido único de lo que es; ellos que retiran la delgada tela que existe entre lo real y lo imaginario; ellos que han visto a los seres míticos como transeúntes de la noche; ellos saben que no es el mismo de antes.
Pregunto por su hermana, ella seguía siendo parte de la comunidad, Alice la hermosa gitana que cautivaba con su baile. No la encontro en el campamento y le dijeron que se encontraría en la función del circo dentro de una hora. Le invitaron a comer, a beber, a rememorar el pasado y a quedarse con ellos como antes y a recuperar su anterior trabajo como trapecista pero tuvo que negarse a esta última propuesta porque su nuevo trabajo le ocuparía hasta el último de sus días. Le preguntaron a que se dedicaba y fácilmente cambio de tema, hablaría lo que ellos quisieran de Jean Antoine el trapecista, ese al que recordaban, ese que una vez tuvo su reflejo y cuyo cuerpo el usurpaba para presentarse allí porque a pesar del ambiente de recepción todo aquello nunca más podría serle tan familiar como lo fue una vez.
Alice no apareció y, por no ofender a quienes antes le tendieron una mano, decidio quedarse aquella noche en el campamento. La función de la noche comenzaba, los gitanos salieron a dar la función que estaban acostumbrados, con bailes, con malabares, con ilusiones que dejaban a más de uno con la boca abierta. Un mundo de ensueño se tejía dentro de la carpa, ajeno a lo que ocurriera afuera, distante de toda realidad. La música y los colores creaban un ambiente lleno de bufones y máscaras hasta que uno de los líderes del circo saliera a agradecer la asistencia de los presentes y estos se ponían de pie, suspiraban por tener que salir de aquel mundo, y se retiraban murmurando lo que ya para esa hora eran recuerdos del pasado.
Las cosas no son lo que parecen, el mundo de la ilusión solía quedar dentro de las carpas. Hace segundos quizá una ilusión se materializo. Quedo un grupo de gitanillas jugando en pleno escenario, bailando, una música cuyos autores eran invisibles invadía todas las direcciones, los pañuelos de colores de las coquetas parecían llover. En medio de ellas y como ubicada en el centro de un universo fantástico, ella. Una joven de ojos brillantes, una joven de porte singular, una joven de talle esbelto, una joven pálida e irreal, una joven de cabellos castaños, una joven de amplia sonrisa, una joven de rebosante juventud, una joven que bailaba como gitana, una joven de labios perlados. Se quedo en las graderías, en la oscuridad, en el anonimato solo observando, presenciando, admirando aquella figura sacada de un sueño inaccesible a sus posibilidades.
Invitado- Invitado
Re: Un mundo aparte
*Pronto todo cambiará*. Ese era el pensamiento que últimamente rondaba a Lynnette en todo momento, incluso en sueños. Algo en lo más profundo de su ser le decía que su historia dejaría de seguir el curso normal que llevaba desde que había sido una humana y tomaría rumbos nuevos, desconocidos. Y era la ignorancia de no saber qué ocurría, lo que la enfadaba, la atormentaba. Porque si, ella sabía que había cosas que le ocultaban, podía verlo en su gente, en su madre, en la forma en que le hablaban, la forma en que la miraban, podía notarlo también cuando entraba a una habitación y todos se quedaban callados de golpe o comenzaban a hablar de otras cosas, como si ella fuera aun una ingenua niña humana que no se daría cuenta de lo que hacían. A veces se reía de ellos, parecían olvidar que no era la humana de dieciséis años que encontró la muerte a la puerta de una iglesia y a manos de una mortal peste. Parecían olvidar que su madre no la había dejado morir y le había entregado la inmortalidad que ella siempre había sido consciente que algún día tendría. Parecían olvidar que a pesar de su joven rostro de adolescente, ya no lo era más, y tras esos juveniles rasgos se ocultaba una vampiresa que llevaba siglos y siglos pisando la tierra. ¿Realmente creían que ella no se daría cuenta de lo que hacían? ¿Creían que no sabía que le ocultaban algo? Ella lo sabía, como también tenía claro que no le dirían nada hasta el momento indicado, como siempre había sido. De nada valía preguntar, solo quedaba usar la paciencia que le quedaba y esperar que aquel cambio que sabía que llegaría, no fuera demasiado para ella ni para su salud mental. Si, a veces había cambios que a cualquiera desquiciaban, incluso al más antiguo de los inmortales.
Pero mientras esperaba, no se quedaría encerrada y bajo protección, como su gente deseaba. Ella, su madre y los otros pocos vampiros con los que se relacionaban habían viajado hasta Paris, instalándose en una residencia perteneciente a Alexei. Tom y su madre la vigilaban en todo momento, más de lo normal. Desde aquellos tiempos en los que vivió sus últimos meses como humana, tiempos en los cuales sin el permiso de nadie se escapó para encontrar a un padre que ya no vivía, nunca más volvió a tener libertad. A pesar de que ella no volvió a intentar dirigirse a Inglaterra, no dejaron de vigilarla en todo momento y así seguía siendo hasta el día de hoy. Nunca entendió el porqué hacían eso, pero tampoco se preocupó por preguntar, no se lo dirían y ella ya no quería perder el tiempo. Pero estaba en Paris, quería salir a recorrer las calles que tantos recuerdos, buenos y malos, le traían a la mente. Recuerdos de como una niña aprendió a vivir sin riquezas, aprendió a bailar como una gitana, aprendió a valerse por si sola, aprendió lo que era el esfuerzo por ganarse un pedazo de pan y un lugar donde dormir. Paris, la tierra que le enseñó y le quitó. Si, ahí en esa ciudad había encontrado la muerte al ser humana y había renacido como una inmortal, una criatura de la noche, una bebedora de sangre y asesina de humanos. Una vampiresa. Saldría a recorrer las calles y no le importaba los reclamos que luego recibiría.
Su madre y Tom habían salido de la residencia, no sabía dónde y tampoco estaba interesada en saberlo. Al no estar ellos, era fácil salir sin que nadie se diera cuenta así que sin pensarlo dos veces, se fue. Desde que había llegado a Paris tenía un solo lugar en mente, pero habían pasado tantos siglos que ya no sabía si el mismo lugar estaría ocupado por aquel mismo grupo de personas que alguna vez le habían dado cobijo, el pueblo gitano. Los amigos que ella hizo siglos atrás ya no vivían, ella lo tenía muy claro, pero no era solo a ellos a quienes añoraba ver, si no al pueblo, a lo que ellos representaban, la vida que ellos vivían, incluso extrañaba bailar libremente como solía hacer cuando ellos le enseñaron. Se dejó llevar por sus instintos, caminó y caminó bajo las sombras de la noche, ignorando a todo aquel que pasó junto a ella. Tenía un objetivo y no se desvió de el. Lo encontró, el circo gitano. Nada era igual a como ella lo recordaba, pero ahí estaban y una alegría desbordante se apoderó de ella. Al salir de la residencia había dejado atrás sus ropas elegantes y ahora mismo llevaba un vestido de telas ligeras, ropa que normalmente usaban los humanos más humildes, trajes sin lujo alguno pero que no dejaban de hacerla ver como una mujer de buena cuna, lo llevaba en su ser. Mezclándose con los humanos entró al circo y con alegría vio el espectáculo. Bailarinas, domadores de leones, muchos animales, malabaristas y trapecistas, con cada uno de esos números se maravilló. Amaba la jovialidad con la que ellos vivían. La función terminó pero no se quiso ir, aun quedaba mucha noche y estaba ahí para disfrutar de cada minuto. A paso agraciado se acercó al escenario, las gitanas que ahí bailaban y disfrutaban se fijaron en ella y pudo ver en la mirada de cada una de ellas, que sabían que no era una humana normal, pero también pudo comprobar que en sus miradas no había temor. Igual como había ocurrido hacia tantos siglos atrás, la recibieron en su círculo y la integraron como si de una amiga se tratara, una amiga que no veían hace mucho y que se alegraban de volver a tener entre ellas. Lynnette caminó entre ellas cruzando un par de palabras y riendo también. Por un momento la música que rodeaba toda la carpa la llevó directo hacia recuerdos de un pasado que extrañaba, cerró sus ojos y comenzó a recordar lo que era bailar y dejarse llevar por aquella melodía que de una forma u otra hacia que el cuerpo se moviera por voluntad propia. No pasaron muchos minutos hasta que Lynnette se unió al baile de aquellos gitanos, ahí en medio del escenario y aun de ojos cerrados comenzó a bailar con la gracia de una gitana sin dejar la elegancia de la que siempre había sido dueña. Con su sonrisa a flor de piel se movió y captó la atención de todos. Podía sentir las miradas sobre ella. Por la carpa no corría ninguna brisa pero aun así su largo cabello parecía bailar con el viento. Qué bien se sentía ella ahora. Pero entonces lo sintió…
Se detuvo de golpe y con ello desapareció la sonrisa. Aquel embrujo en el que se había sumergido desapareció, las miradas se apartaron también pero la música siguió escuchándose por todo el lugar. Con un suspiro volvió a mover su cuerpo pero ahora mas suavemente y sin volver a perderse en ese hechizo que la había hecho soñar durante unos minutos. Giró en su propio eje, lentamente y recorriendo con sus ojos las galerías donde ya no quedaba nadie y lo vio. Un joven la observaba y a pesar de la distancia, los ojos de aquel hombre, la forma en que la miraba la hizo sentir en cierta forma, hermosa. Una ligera y casi invisible sonrisa se apoderó de sus labios y nuevamente cerró los ojos para continuar aquel baile del que se había dejado llevar minutos antes. Bailó, consciente de que aquel joven seguía con la mirada sobre ella.
Su historia cambiaría, pronto, lo sabía…
Pero mientras esperaba, no se quedaría encerrada y bajo protección, como su gente deseaba. Ella, su madre y los otros pocos vampiros con los que se relacionaban habían viajado hasta Paris, instalándose en una residencia perteneciente a Alexei. Tom y su madre la vigilaban en todo momento, más de lo normal. Desde aquellos tiempos en los que vivió sus últimos meses como humana, tiempos en los cuales sin el permiso de nadie se escapó para encontrar a un padre que ya no vivía, nunca más volvió a tener libertad. A pesar de que ella no volvió a intentar dirigirse a Inglaterra, no dejaron de vigilarla en todo momento y así seguía siendo hasta el día de hoy. Nunca entendió el porqué hacían eso, pero tampoco se preocupó por preguntar, no se lo dirían y ella ya no quería perder el tiempo. Pero estaba en Paris, quería salir a recorrer las calles que tantos recuerdos, buenos y malos, le traían a la mente. Recuerdos de como una niña aprendió a vivir sin riquezas, aprendió a bailar como una gitana, aprendió a valerse por si sola, aprendió lo que era el esfuerzo por ganarse un pedazo de pan y un lugar donde dormir. Paris, la tierra que le enseñó y le quitó. Si, ahí en esa ciudad había encontrado la muerte al ser humana y había renacido como una inmortal, una criatura de la noche, una bebedora de sangre y asesina de humanos. Una vampiresa. Saldría a recorrer las calles y no le importaba los reclamos que luego recibiría.
Su madre y Tom habían salido de la residencia, no sabía dónde y tampoco estaba interesada en saberlo. Al no estar ellos, era fácil salir sin que nadie se diera cuenta así que sin pensarlo dos veces, se fue. Desde que había llegado a Paris tenía un solo lugar en mente, pero habían pasado tantos siglos que ya no sabía si el mismo lugar estaría ocupado por aquel mismo grupo de personas que alguna vez le habían dado cobijo, el pueblo gitano. Los amigos que ella hizo siglos atrás ya no vivían, ella lo tenía muy claro, pero no era solo a ellos a quienes añoraba ver, si no al pueblo, a lo que ellos representaban, la vida que ellos vivían, incluso extrañaba bailar libremente como solía hacer cuando ellos le enseñaron. Se dejó llevar por sus instintos, caminó y caminó bajo las sombras de la noche, ignorando a todo aquel que pasó junto a ella. Tenía un objetivo y no se desvió de el. Lo encontró, el circo gitano. Nada era igual a como ella lo recordaba, pero ahí estaban y una alegría desbordante se apoderó de ella. Al salir de la residencia había dejado atrás sus ropas elegantes y ahora mismo llevaba un vestido de telas ligeras, ropa que normalmente usaban los humanos más humildes, trajes sin lujo alguno pero que no dejaban de hacerla ver como una mujer de buena cuna, lo llevaba en su ser. Mezclándose con los humanos entró al circo y con alegría vio el espectáculo. Bailarinas, domadores de leones, muchos animales, malabaristas y trapecistas, con cada uno de esos números se maravilló. Amaba la jovialidad con la que ellos vivían. La función terminó pero no se quiso ir, aun quedaba mucha noche y estaba ahí para disfrutar de cada minuto. A paso agraciado se acercó al escenario, las gitanas que ahí bailaban y disfrutaban se fijaron en ella y pudo ver en la mirada de cada una de ellas, que sabían que no era una humana normal, pero también pudo comprobar que en sus miradas no había temor. Igual como había ocurrido hacia tantos siglos atrás, la recibieron en su círculo y la integraron como si de una amiga se tratara, una amiga que no veían hace mucho y que se alegraban de volver a tener entre ellas. Lynnette caminó entre ellas cruzando un par de palabras y riendo también. Por un momento la música que rodeaba toda la carpa la llevó directo hacia recuerdos de un pasado que extrañaba, cerró sus ojos y comenzó a recordar lo que era bailar y dejarse llevar por aquella melodía que de una forma u otra hacia que el cuerpo se moviera por voluntad propia. No pasaron muchos minutos hasta que Lynnette se unió al baile de aquellos gitanos, ahí en medio del escenario y aun de ojos cerrados comenzó a bailar con la gracia de una gitana sin dejar la elegancia de la que siempre había sido dueña. Con su sonrisa a flor de piel se movió y captó la atención de todos. Podía sentir las miradas sobre ella. Por la carpa no corría ninguna brisa pero aun así su largo cabello parecía bailar con el viento. Qué bien se sentía ella ahora. Pero entonces lo sintió…
Una mirada diferente. La mirada de un no-humano, ella lo sabía.
Se detuvo de golpe y con ello desapareció la sonrisa. Aquel embrujo en el que se había sumergido desapareció, las miradas se apartaron también pero la música siguió escuchándose por todo el lugar. Con un suspiro volvió a mover su cuerpo pero ahora mas suavemente y sin volver a perderse en ese hechizo que la había hecho soñar durante unos minutos. Giró en su propio eje, lentamente y recorriendo con sus ojos las galerías donde ya no quedaba nadie y lo vio. Un joven la observaba y a pesar de la distancia, los ojos de aquel hombre, la forma en que la miraba la hizo sentir en cierta forma, hermosa. Una ligera y casi invisible sonrisa se apoderó de sus labios y nuevamente cerró los ojos para continuar aquel baile del que se había dejado llevar minutos antes. Bailó, consciente de que aquel joven seguía con la mirada sobre ella.
Lynnette Nottingham- Vampiro Clase Alta
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Re: Un mundo aparte
La sangre es fuerte, lleva a cualquiera a reencontrarse con los lazos que se han apartado, a abrazar a aquellas personas que antes fueron un todo, a recuperar un pedazo de una vida que no está del todo perdida. Lo único que a él le quedaba en común con aquella gente era su hermana Alice. Vivir como un gitano, entre ellos como solía hacerlo antes, nunca más seria posible. Agradecía que lo recordaran, incluso quería a esa gente porque en sus memorias estaban los rostros de todos aquellos quienes le vieron crecer, pero por el propio bien de ellos debía de mantenerse al margen de esa sociedad y pertenecer por completo a su nueva vida, la vida de un licántropo responsable de una manada. De todas formas estar allí le produjo esa melancolía que uno al creerse fuerte piensa erróneamente que podría dominar del todo. Mientras esperaba a Alice vio la función del circo en la que él antes participaba, todo el tiempo tratando de apartar el remordimiento por haber dejado a su hermana, aunque fuera en medio de aquellas caras conocidas, no pudo evitar sentir algo de culpa.
Al terminar la función espero a que todas las personas salieran antes de el siquiera pararse, por alguna razón desconocida incluso para él, decidió quedarse sentado pensando en prácticamente todo y nada a la vez, lo que se dice, divagar. En ello no me percate que un grupo de gitanas se había reunido, las puertas del circo se abrieron por diversos lados y solo aquellos que compartían la vida de gitanos invadieron ese espacio jugando, bailando, cantando y pasándola bien. Ni siquiera la pobreza corroía el alma de los gitanos, la eterna alegría, la fiesta de cada noche. Nómadas, viviendo en diferentes lugares y siendo rechazados por los de la clase alta, los gitanos tenían su propio mundo sin importarles lo que los demás pensaran de ellos. Era aquel mundo al que una vez el perteneció y al que gustoso regresaría pero cada luna llena le recordaría que ya no era posible porque ya no era un joven gitano normal, era una bestia que adquiría esa forma, literalmente hablando, cada luna llena.
El baile de las gitanas hizo que lo olvidara por un momento y que de hecho se relajara, quizá devolviéndole esa antigua rutina, esa paz anhelada y en el último tiempo olvidada. Lo primero que hizo era buscar entre los rostros para ver si su hermana estaba allí bailando risueña pero un rostro desconocido le hizo olvidar todo, hasta el hecho de buscar a Alice. La piel blanca como la nieve, la textura marmolada, los ojos azules como el mar…no era una gitana normal ya que la mayoría de ellas no respondían a esa descripción. Era una chica que se distinguía de entre todas por su inusual belleza, por su forma de moverse, envolvente y seductora. Aparentaba ser una gitana, actuaba como ellas y parecía familiarizada con quienes la rodeaban pero Jean Antoine bien sabía que no lo era. Su olfato había estado distraído por la multitud de personas y luego por los muchos gitanos que se encontraban cerca, todos humanos, pero la fragancia de esa hermosa joven era mucho más fuerte que la de los demás y solo podía ser lo que el menos quería encontrarse, una inmortal.
Quedó en un estado tan hipnótico por el baile y la belleza de la joven que pensó que era una debilidad culpable el encontrarse así, su naturaleza no se lo permitía, su trato con los vampiros era solo por conveniencia no porque le agradaran y por ello se obligo a salir a sí mismo de ese estado pero ella no se lo permitió. La joven pareció darse cuenta de quién la observaba y se detuvo para encontrar a la mirada ajena sobre ella, él no pudo desviarla y espero cualquier cosa de la joven menos lo que ella hizo, bailar y sonreír incluso ante la presencia de un licántropo, si es que acaso ella se había dado cuenta de ello. Contrariamente a todas sus creencias se quedo allí sentado, mirándola solo a ella, como si fuera la gitana más hermosa que jamás hubiera visto y apartando la idea de que no era más que un demonio que le quitaba la sangre a las personas. Quizá fueron segundos, minutos o horas, no lo supo pero la observó bailar hasta que el sonido de la música gitana cesó, probablemente porque las demás danzas continuarían en los campamentos, alrededor de una fogata. Al detenerse también las bailarinas, Jean Antoine se puso de pie como si estuviera su cuerpo actuando por sí solo y se dirigió al lugar donde estaban las gitanas antes de que estas desaparecieran.
Al llegar allí las gitanas mas coquetas se acercaron a invitarlo a sus tiendas, ya que lo conocían, muchas de ellas querían darle el placer de una comida, bebida y hospedaje mientras se quedara con ellos pero lo que no sabían era que su paso por allí no sería muy largo. Se excusó amablemente de algunas de ellas y se acercó a aquella que había cautivado su atención incluso siendo una inmortal, estando cerca lo confirmó. A esa distancia ella también sería capaz de reconocer que él era un licántropo y esperaba cualquier reacción aunque los inmortales solían atacar solo cuando nadie los veía y había muchas personas de por medio como para que una contienda entre los dos se desatara. Por otro lado, algo le decía que ella no era como los inmortales que había conocido hasta aquel día, o que su relación con ella sería diferente. Bajo la guardia y se acercó hasta estar lado a lado con ella, al verlo llegar tres gitanas que la halagaban se retiraron y los dejaron solos o lo que se podía decir de ello ya que solo a un metro a la redonda estaban rodeados de gitanos.
“Bailas como toda una gitana considerando que…¿Qué hace alguien como tú aquí?”
La miró esperando una respuesta pero fueron interrumpidos por uno de los líderes de los gitanos, quien conocía a Jean Antoine desde pañales. Les invitó a él y a su ‘amiga’ a unirse a los festejos de la noche que se llevarían a cabo fuera de la carpa. Los gitanos ya estaban reuniéndose y una fogata había sido armada en el exterior donde un grupo ya había comenzado un baile en ronda. No les dejaron hablar más porque enseguida enlazaron sus brazos a otros y los arrastraron a la fiesta. Salieron de la carpa, la noche estaba despejada, con una luna menguante, con muchas estrellas pero ninguna más brillante que los ojos de aquella joven.
Al terminar la función espero a que todas las personas salieran antes de el siquiera pararse, por alguna razón desconocida incluso para él, decidió quedarse sentado pensando en prácticamente todo y nada a la vez, lo que se dice, divagar. En ello no me percate que un grupo de gitanas se había reunido, las puertas del circo se abrieron por diversos lados y solo aquellos que compartían la vida de gitanos invadieron ese espacio jugando, bailando, cantando y pasándola bien. Ni siquiera la pobreza corroía el alma de los gitanos, la eterna alegría, la fiesta de cada noche. Nómadas, viviendo en diferentes lugares y siendo rechazados por los de la clase alta, los gitanos tenían su propio mundo sin importarles lo que los demás pensaran de ellos. Era aquel mundo al que una vez el perteneció y al que gustoso regresaría pero cada luna llena le recordaría que ya no era posible porque ya no era un joven gitano normal, era una bestia que adquiría esa forma, literalmente hablando, cada luna llena.
El baile de las gitanas hizo que lo olvidara por un momento y que de hecho se relajara, quizá devolviéndole esa antigua rutina, esa paz anhelada y en el último tiempo olvidada. Lo primero que hizo era buscar entre los rostros para ver si su hermana estaba allí bailando risueña pero un rostro desconocido le hizo olvidar todo, hasta el hecho de buscar a Alice. La piel blanca como la nieve, la textura marmolada, los ojos azules como el mar…no era una gitana normal ya que la mayoría de ellas no respondían a esa descripción. Era una chica que se distinguía de entre todas por su inusual belleza, por su forma de moverse, envolvente y seductora. Aparentaba ser una gitana, actuaba como ellas y parecía familiarizada con quienes la rodeaban pero Jean Antoine bien sabía que no lo era. Su olfato había estado distraído por la multitud de personas y luego por los muchos gitanos que se encontraban cerca, todos humanos, pero la fragancia de esa hermosa joven era mucho más fuerte que la de los demás y solo podía ser lo que el menos quería encontrarse, una inmortal.
Quedó en un estado tan hipnótico por el baile y la belleza de la joven que pensó que era una debilidad culpable el encontrarse así, su naturaleza no se lo permitía, su trato con los vampiros era solo por conveniencia no porque le agradaran y por ello se obligo a salir a sí mismo de ese estado pero ella no se lo permitió. La joven pareció darse cuenta de quién la observaba y se detuvo para encontrar a la mirada ajena sobre ella, él no pudo desviarla y espero cualquier cosa de la joven menos lo que ella hizo, bailar y sonreír incluso ante la presencia de un licántropo, si es que acaso ella se había dado cuenta de ello. Contrariamente a todas sus creencias se quedo allí sentado, mirándola solo a ella, como si fuera la gitana más hermosa que jamás hubiera visto y apartando la idea de que no era más que un demonio que le quitaba la sangre a las personas. Quizá fueron segundos, minutos o horas, no lo supo pero la observó bailar hasta que el sonido de la música gitana cesó, probablemente porque las demás danzas continuarían en los campamentos, alrededor de una fogata. Al detenerse también las bailarinas, Jean Antoine se puso de pie como si estuviera su cuerpo actuando por sí solo y se dirigió al lugar donde estaban las gitanas antes de que estas desaparecieran.
Al llegar allí las gitanas mas coquetas se acercaron a invitarlo a sus tiendas, ya que lo conocían, muchas de ellas querían darle el placer de una comida, bebida y hospedaje mientras se quedara con ellos pero lo que no sabían era que su paso por allí no sería muy largo. Se excusó amablemente de algunas de ellas y se acercó a aquella que había cautivado su atención incluso siendo una inmortal, estando cerca lo confirmó. A esa distancia ella también sería capaz de reconocer que él era un licántropo y esperaba cualquier reacción aunque los inmortales solían atacar solo cuando nadie los veía y había muchas personas de por medio como para que una contienda entre los dos se desatara. Por otro lado, algo le decía que ella no era como los inmortales que había conocido hasta aquel día, o que su relación con ella sería diferente. Bajo la guardia y se acercó hasta estar lado a lado con ella, al verlo llegar tres gitanas que la halagaban se retiraron y los dejaron solos o lo que se podía decir de ello ya que solo a un metro a la redonda estaban rodeados de gitanos.
“Bailas como toda una gitana considerando que…¿Qué hace alguien como tú aquí?”
La miró esperando una respuesta pero fueron interrumpidos por uno de los líderes de los gitanos, quien conocía a Jean Antoine desde pañales. Les invitó a él y a su ‘amiga’ a unirse a los festejos de la noche que se llevarían a cabo fuera de la carpa. Los gitanos ya estaban reuniéndose y una fogata había sido armada en el exterior donde un grupo ya había comenzado un baile en ronda. No les dejaron hablar más porque enseguida enlazaron sus brazos a otros y los arrastraron a la fiesta. Salieron de la carpa, la noche estaba despejada, con una luna menguante, con muchas estrellas pero ninguna más brillante que los ojos de aquella joven.
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