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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Jared Granchester Lun Dic 19, 2011 10:03 am

"Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada."
Edmund Burke


Está más que inquieto, con la adrenalina bien elevada tras unos instantes de total tensión con un soldado. Por un momento creyó que tendrían un buen lío, un combate más que delicioso, porque vaya que olía demasiado bien ese sujeto, pero no. Al final resultó que llegó la caballería del lado contrario y se tuvo que abstener de hacer nada que pudiera perjudicar a la manada. Sobre todo a los chicos, porque aún están en entrenamiento y harían más mal que bien.

Entre Joshua y él, tendrían bajo control todo, pero aún Jared quiere quedarse más tiempo. Tiene algunas pruebas frescas de la presencia de su hermano en la ciudad y quiere investigarlas de forma adecuada. Matar a alguien no es algo que le reditúe una agradable estancia en París. Chasquea la lengua aún inquieto, con sus dos primos desaparecidos, sabiendo que la actitud pasiva de su Regis no es algo que debiera relajarlos, todo lo contrario. Se alejan de él con rapidez... Jared no tardará en estallar, la pregunta no es si lo hará, si no cuándo o contra quién.

Así que se alejan indicándole sólo a Joshua dónde estarán, no vaya a ser que el Regis los busque y bonita cosa... terminarían pronto sin cabeza -en el mejor de los casos, que alguna vez vieron a uno sin... ejem... la masa testicular en su lugar-, le respetan sí, pero es mayor el miedo que les causa una sola mirada, un bufido, un siseo. Le ven caminar entre la gente, distinguiéndose por su altura, por ese sombrero de ala ancha, con esa pluma de halcón que él mismo cazara hace ya tanto tiempo.

Parece tan tranquilo, pero hay personas que de inmediato le ven y le hacen espacio, le huyen... él camina como si nada, como si fuera este mercado su territorio, mientras observa a su alrededor, viendo qué se le antoja comer. Aunque a veces su gusto sólo se satisface con sangre y carne... a veces, sus ojos van tras alguna mujer de curvas interesantes, pero como siempre, todas morenas... y si no tienen ojos azules, simplemente las admira y sigue caminando. Hay días que su hambre es voraz y elige a cualquiera, mientras satisfaga el requisito de que le agrade al olfato y gusto.

Devorándolas después... y dejando los restos para su manada que gustosa comía. Son ya adictos a la carne y sangre humana, por lo que no es difícil verlos comer a veces a sus congéneres. Eso sí, jamás panteras... jamás cambiaformas, es la regla... Y qué mejor si ya el Regis la había cazado, ya había comido. La primera parte de la pieza al Regis... es la regla entre los Granchester.

Alarga la mano y toma una naranja, acostumbrado en su casa a no pagar, de inmediato Joshua se apresura a darle el dinero al hombre antes de que... no, demasiado tarde, el dependiente le ha dicho a Jared que debe pagar y en respuesta, el cambiaformas se detiene, solamente la cabeza gira, todo el cuerpo sigue en la misma y bizarra posición. Una sola mirada suya, de esas pesadas y llenas de maldad. La de un asesino, hace callar al pobre hombre, que sólo atina a decirle "Buen provecho" y tragar saliva rogando porque el Regis siga su camino.

Naranja en mano, saca su pañuelo y empieza a quitarle la cáscara con movimientos ausentes, observando a su alrededor, volviendo a caminar con total tranquilidad. Joshua se disculpa con el dependiente y aunque intenta pagar, casi ríe a carcajadas al ver que el otro no quiere nada de dinero que provenga o que tenga que ver con el sujeto que le acaba de ver como si fuera a comérselo de un bocado.

- Joshua, ya déjalo - su voz es dura, agresiva como él mismo y cuando su hermano va a abrir la boca - dije que lo dejes - observa la naranja con satisfacción al escuchar que su hermano suspira, eso significa que se ha dado por vencido - bien hecho - se relame los labios al ver la naranja por fin, completa, sin nada de cáscara. La boca se le hace agua con la fruta entre las manos, puede aspirar su aroma, sentir cómo el estómago le ruge de ansiedad por tenerla dentro.

Es como cuando está en la cama con una mujer, su cuerpo le incita tanto a tomarla para sí, a poseerla y a oír sus gritos y gemidos. La satisfacción de ella en ocasiones no es interesante, pero no puede negar que se siente realizado cuando la mujer en cuestión se le deshace líquidamente... así como la naranja... la acerca a su boca, abriendo ésta, lista para morder y disfrutar del líquido, de ese néctar tan delicioso como anhelado, vaya que tiene hambre.


Última edición por Jared Granchester el Sáb Feb 11, 2012 11:15 am, editado 4 veces
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Mensaje por Invitado Mar Dic 20, 2011 5:04 am

Bajo un mandato y una bolsa llena de monedas de oro me dirijí al mercado ambulante, que solía traer telas de lugares lejanos y preciosas. Tenía que encontrar una tela más bien dorada y con algún que otro bordado de flores y como ese tipo de tela era el que más se llevaba, no sería muy difícil encontrarlo, vamos... digo yo. A parte del recado de uno de mis clientes, aproveché para comprar algo de comida para el día, y podría retenerme en algún que otro puesto a observar los utensilios tan escandolosos o hermosos que podían aparecer por ese mercado tan singular.

Me dirigí primariamente hacia el pequeño pasillo creado, donde se hubicaban las más o menos las telas que se vendía en ese mercado. Ahora que lo pensaba había traido una pequeña cesta de mimbre, la misma que había traído con lo poco que tenía a mi propiedad desde mi ciudad, desde Sevilla. Por lo que si compraba primero la tela y luego la comida podría estropearse, mis tobillos giraron, cambiando de dirección, iría primero ha comprar la comida y luego la tela. Mejor que mejor.

Estuve viendo los mercados que ofertaban comida, comparando precios, pues cada día cambiaban los precios y no sabía muy bien el precio de cada cosa en el día, siempre según de ol difícil que fuera encontrar o conseguir ese tipo de alimento, así sería el precio a pagar por la pieza. A decir la verdad los precios hoy estaban realmente... un poco por encima de la media de lo que valía normalmente, y como es normal todo se le achaca a la cerca entrada del invierno y la baja temporada de salida de comida, si no compraba carne o... carne, no sé que iba a comer hoy.

Suspiré, cansada de los altos precios de los alimentos, algún día tendría que parar esa subida importante y empezar a bajar, si no cada día le iba a ser más difícil comer y más difícil encontrar trabajo. Bueno, en realidad de eso no tendría que preocuparse, sus servicios solían hacerse hacia clientes enfocados hacia los de clase alta y noble, quizás alguien de clase media pero muy raro, quizás algún remiendo para que la ropa parara de estropearse y pudiera seguir unos cuantos de años más. Muchas veces la tela estaba tan desgastada que aunque hiciera el trabajo, la tela se volvería a romper... en resumen, una costurera solo la contrataban los que tenían realmente dinero.

Al final compre lo que en un principio dije que era lo que más posible comprara, carne. Fuí al carnicero más cercano de donde me encontraba, compré un poco de carne de pollo, la carne de los pobres y de los mendigos que podrían pagarse el coste del precio de la carne. Decidí añadirle un poco de comino a la carne para darle algo de sabor a la carne asique fuí a comprar una pizca comino.

Como es normal, las calles estaban medio llenas por más niños que personas mayores, había chicos desnutridos, huérfanos, buscando comida o algo de dinero mendigando a todo el que pasase a su lado. Había chicos que jugaban o robaban entre calles y entre las personas. Mi mano se dirijió hacia el lugar donde tenía a buen recaudo el dinero de la mi Señora cliente y al tocarlo, para asegurarme de que estaba alí, el pequeño y pasajero agobio que pudo instalarse en mi pecho de pensar que perdía el dinero desapareció al palpar la bolsita que seguía en su sitio.

Decidí darme el lujo de comprarme una fruta para ese día, hacía tiempo que no compraba tal cosa pues solían estar un poco por encima de lo que podía permitirme en el pago de un día, siempre compraba lo que sería exactamente la comida y nada fuera de lo normal. Pero hoy tenía ganas de comer una, aunque fuera pequeñita, solo para saborear y recordar. Intentaba decidirme por las frutas que como era casi invierno no había demasiada variedad, solo frutas del bosque, peras, manzanas y naranjas, frutas del frío.

Mientras hacía mi desición por la elección de la fruta, escuché cerca de mi un pequeño jaleo, algo pude descifrar entre tanto jaleo, un comerciante pedía que se le pagara por algo que se le cogió sin pagar el precio de lo que fuera que vendiera. Suspiré hoy en día había mucho ladrón entre tanta hambre que había en la gente. Levanté la mirada y la giré hacia el pequeño jaleo que había acabado en muy poco tiempo para como siempre accionaban los mercaderes.

Había un hombre gigantesco que tenía entre sus manos una naranja, la miraba como algo fuera de lo normal de una naranja. Me incliné hacia un lado para poder ver detrás de él a dos hombres, uno quería pagar y el comerciante se negaba. Enarqué una ceja, al comerciante lo conocía, era un vecino, era una persona realmente afable y que me ayudó al pincipio de mi llegada a la ciudad. Me dirigí hacia él, pasando muy de cerca al hombre que se comería en poco la naranja, sin importar tan imponente, grnade, fuerte y peligroso que fuera. No iba a tocarle ni nada por el estilo, si quería tener sitio para andar en tal sitio... yo no iba a darle ese gusto.

Pasé por su lado y llegué hacia los dos hombres que seguían hablando, el hombre de la naranja habló y el hombre que le acompañaba y que supongo que quiso pagar la naranja antes de que alguien dijera nada se dio por vencido- Abélard ¿Qué pasa? Coge el dinero de este señor...- dije mirando de reojo al varón que obedeció al otro más grande- Sabes que no puedes permitírtelo- mi vecino negó, alegando que no pasaba nada, no querría problemas de seguro.

Fruncí el ceño mirando la espalda del hombre que estaba un poco más adelante, con su adorada naranja entre las manos- Deberías saber que hay que pagar por el alimento que se coge- dije con un tono molesto, cruzándome de brazos a ver si se dignaba a mirarme o el propio hombre que obedeció saltaría por él. No era de callarme, solía decir todo lo que pensaba, siempre habría cosas que me guardara, pero la mayoría lo decía.

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Mensaje por Jared Granchester Vie Dic 23, 2011 9:41 am

Cuando se puede evitar un mal es necedad aceptarlo.

Publio Terencio Afer

La naranja está ante él, jugosa y apetitosa, de ese color que le augura un sabor dulce y un olor que relaja a su bestia interna, haciéndolo sonreír de lado. La boca se abre y da una buena tarascada gimiendo con el sabor, sí... deliciosamente azucarado, el aroma delicioso y el zumo que se escapa pecaminosamente por la comisura de sus labios. Perfecta.

Aspira aire y mastica dos veces, aún metido en ese delicioso paroxismo de placer, desde que era un crío le encanta esta fruta, siempre la podía encontrar no importaba la estación. Era una superviviente como él, una luchadora. Con un sabor a veces ácido que le quitaba la pastosidad de la boca cuando el día anterior se había emborrachado con su bebida favorita: whisky de malta. Su lengua recorre la superficie de sus labios de una forma sensual, llevando a sus papilas gustativas el zumo que se escapó hacía unos instantes. El pañuelo no es usado, sin la menor reserva de modales, Jared se lame la mano, cada dedo, para conservar el sabor, aunque levemente salado por la mugre, lo que le hace sonreír.

Los caprichos que se cumple en ocasiones no son bien vistos, así que guardando un poco -un poco- la compostura, utiliza el pañuelo para limpiar sus manos y rodear de nuevo la naranja. Iba a darle una segunda mordida, más ansiada que la primera porque ahora sabe qué le espera. Es cuando un voz chillona le saca de su burbuja de bienestar y le hace chasquear la lengua. Mira la fruta ignorando a la mujer, pero vuelve a insistir. ¡Qué molestia de hembra!

Voltea lentamente hacia su interlocutora, los ojos fríos, la expresión turbia y tensa, todos los músculos listos para el embate, uno del que ella no saldrá viva si depende de Jared. La observa, sus cabellos negros, sus ojos azules y sus fosas nasales se dilatan para olerla, su aroma es delicioso, como a él le agrada. Alza la barba y su actitud se torna más dura y agresiva. De reojo ve a Joshua negar, solicitándole calma, pero vamos que lo que el Regis quiere tras su fracaso con el soldado, es pelea.

- ¿Quién? - sonrie con desdén - ¿Quién le dijo, señorita, que la palabra de una mujer tiene peso en un mundo de hombres? - rió con diversión, dándole otra mordida a la naranja, con mayor ímpetu ahora que estaba alegre. El sabor sigue siendo la mar de bueno, por Lucifer. Mastica mirando a la mujer de forma insolente, desde los cabellos, el rostro, el cuerpo... ha tenido mejores en su cama, pero no es despreciable. Sigue masticando mientras termina de observarla y traga para sonreír con lujuria y de una forma arrogante - cuando venga su esposo a reclamarme o el señor - señala al afectado, quien se encogió - me diga que tengo que pagar, entonces lo haré - ríe con altanería - mientras tanto, guárdese sus palabras, si no quiere que me olvide que es una dama y le trate como está actuando: como un idiota que se mete en lo que no le importa y me obligue a darle un escarmiento. Y le recuerdo que se le iba a pagar la fruta, sólo que él no quiso.

Da otra mordida y suspira renegando por lo pequeña que ahora le parece la fruta, para él, la conversación terminó, asi que reanuda la marcha, con pasos relajados. Una vez ha sacado parte de su inquietud, puede continuar avante, con una sonrisa que hace voltear a más de una mujer por lo atractivo que le hace ver. Sin embargo, sólo es la apariencia, Jared es mucho más bestial de lo que cualquier cambiaformas pudiera ser.
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Mensaje por Invitado Miér Dic 28, 2011 11:00 am


Trata a una persona como lo que es, y seguirá siendo lo que es. Trata a una persona como puede y debe ser y se convertirá en lo que puede y debe ser.

Al parecer Abélard se había metido de nuevo dentro de su comercio, detrás de su puesto, se había desistido de cobrar la fruta por mucho que fueran a decirle, entendía que no quería problemas con un señor como ese. Era realmente una bestia metido en un ser humano. Tenía un cuerpo realmente grande, tanto a lo alto como a lo ancho, debía admitirlo, daba un poco de miedo y más... si una se quedaba sola ante tal ser.

Apreté el agarre de la cesta de mimbre, el hombre no se dio la vuelta hasta que lo vio oportuno luego de dedicarle tiempo a su adorada fruta, como si no hubiera cosa más importante que aquello, como si no hubiera cosas que admirar o cuidar. Miré de soslayo el hombre que lo acompañaba, lo miraba con tensión. Mi mirada volvió a la espalda ancha del hombre, luego de comerse unos gajos de la naranja y limpiarse las manos casi sin cuidado, se dio la vuelta con la fruta casi por terminar en las manos. Al final después de unos buenos segundos malgastados por ese hombre que no tenía ni una pizca de consideración por los demás… que grosero.

Su mirada me observó de arriba abajo, sin explicación alguna. Sentía como si se hubiera sorprendido al verme, pero tal hombre no se sorprendería por una mujer como yo. No me había fijado en absoluto como era el hombre hasta que se dio la vuelta para encararme a lo que le había dicho con toda la razón del mundo. Sus facciones eran duras, marcadas y… peligrosas, pero sus ojos era lo que más profundo y peligroso podía observar en su rostro.

Mis manos se unieron, agarrando el peso de la cesta de mimbre, nerviosa. Como todo comentario de hombre, siempre hacían o decía lo mismo. Ponían en su “sitio” a la mujer y luego tan contentos se marchaban tan contentos y campantes. Qué divertido tenía que ser un hombre, tan noble, bueno y honrado que siempre lo habían descrito en todos sitios y que malas, desobedecientes y indignas eran mujeres… que yo supiera de toda mi vida, todos los recuerdos que guardaba en mi mente, nunca había hecho algo malo desobedecido o nunca había hecho algo malo como para decir que podía ser las puertas del infierno para el buen hombre. Odiaba que dijeran mentiras sobre las personas, lo odiaba de una manera realmente enferma, yo siempre o casi siempre decía la verdad. Cierto es que no todo se puede decir a la cara y que sea la verdad.

Respiré hondo, este hombre no me daba buena espina, no es que fuera malvado, me daba la sensación de peligroso y como decía mi madre, siempre mejor andar con pies de plomo con personas como las que estaba delante de mí, con su alter ego tan por encima de las nubes y del cielo que no se podía llegar a ver de lo alto que se situaba, además de que ya de por sí su cuerpo afirmaba que podía tener tal y ego y orgullo.

Una de mis manos viajó hacia mi pelo, metiendo mis dedos en mi cuero cabelludo, echando de alguna manera mi cabello hacia atrás, quitándolo del camino de mi vista. Escuché con atención al varón que como era normal y no me sorprendía su desprecio me fue para mí casi realmente cortante en el aire entre él y yo. Fijé mi mirada en la suya, sabía que para muchos eso era desafiante, pero me había criado en una familia que era de buena educación en la que escuchar y mirar directamente a una persona a los ojos era importante, para intentar hacer ver a la otra persona que no se le faltaba al respeto mientras él hablaba en ningún momento. Diferente era que esa persona no quisiera hacer lo mismo y se marchara sin dejar contestar, o sin ninguna respuesta salir de mi boca.

- Yo no me he metido en tema de hombres ni quiero hacerlo, ni me interesan en lo más mínimo, si eso le ha parecido y veo que tanto le ha molestado, me disculpo por ello- enarqué una ceja de incredulidad al escuchar sus risas de superioridad. Realmente este hombre se creía señor todo aquello que veía y deseaba. Era aburrido, él lo era. Superioridad era el sentimiento que casi todo hombre bacanal tenía en su mente, cosa que siempre sería al contrario de lo que pensaba, nadie tenía el control total de todo lo que le rodea, nunca lo tendría por muy fuerte, protector o como fuera que fuese la persona. No se puede controlar la vida de uno mismo y siempre cuidado con lo que se desea… los deseos pueden llegar a ser peligrosos.

- Ni tengo esposo, ni señor que reclame nada. Solo que este conocido que gracias a un trato no merecido, no se atreve a cobrarle la fruta que sostiene entre sus manos, solo por no traer problemas- Mmm… tierra pantanosa era en donde se estaba metiendo, realmente no le gustaba este hombre, le daba cierto grado de peligrosidad que nunca o eso recordaba no había sentido en su vida- Realmente puedo tener vela en este entierro y la tengo, si eso es de ayuda para mi conocido, le pienso ayudar en lo que sea si se ve entre la espada y la pared. Siento si eso no pueda entenderlo y lo confunda con otro tema que no viene al cuento Señor.- dice agachando su cabeza como algún tipo de sumisión que a muchos gustaba ver pero que para ella solo tenía significado de respeto hacia la otra persona-Siento si soy grosera pero, protejo solamente a mis allegados, solamente hago eso.- No sé si se voltearía o no pero había dicho lo que tenía que decir, que no pensara que iba a ir detrás de él como un perro faldero, ni en sueños.
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Mensaje por Jared Granchester Lun Ene 02, 2012 6:53 pm

El mal no es lo que entra en la boca del hombre, sino lo que sale de ella.
Jesucristo






Pudo dejarlo ir con su trofeo, con la naranja a medio comer y no decir nada. Que sus pasos se alejaran y hablar con Joshua, porque él aún tiene el dinero en las manos. Simplemente evitarlo, que no tuviera ninguna razón para regresar sobre sus pasos. Que creyera su triunfo y no volviera la cabeza atrás. Pudo tantas y tantas y tantas cosas... Y no... No lo hizo. Simplemente abre la boca y Joshua voltea a verla con ojos enormes intentando llegar hasta ella, pero no lo logra a tiempo. La verborrea sale por los labios femeninos y el cambiaformas observa cómo su Regis, quien ya había dado media vuelta para seguir su camino, se detiene. El joven regresa su mirada a María y niega con la cabeza, para aspirar aire profundamente, pero sus ojos lo dicen todo... Tenía en sus manos todas las opciones para lograr su objetivo, todas y cada una de ellas y su instinto... no, su sentido común, le falló en el último de los instantes.

Jared se detuvo mirando la fruta, mientras mastica lentamente el siguiente bocado, voltea con determinación hacia la mujer, acercándose hacia ella con pasos firmes, que denotan su status de Macho Alpha, de Regis de una manada sanguinaria y famosa por todo Dublín y entre los sobrenaturales, pero seguro ella no lo sabe. Las personas alrededor de él se hacen a un lado de inmediado y poco a poco María empieza a ver que no hay nadie en 30 metros de diámetro entre el gigante, su acompañante y ella. Absolutamente nadie que parezca dispuesto a defenderla como ella lo hizo con Abélard... para la ironía, ni siquiera el mismo vendedor está de su lado, porque fingiendo no darse cuenta de nada, está acomodando las patatas.

Jared desvía su mirada de ella a su alrededor sonriendo con socarronería por las circunstancias con que es recibido a su "regreso"; da otra mordida a la fruta y el zumo resbala por la barbilla. Da unas cuantas masticadas al bocado para tomar la mano izquierda femenina que se aferra a la agarradera de la cesta con la suya, mucho más grande, morena y con numerables callosidades en la palma, señal inequívoca de su oficio, de que es un hombre que no se dedica a cosas banales, que es un guerrero, definitivamente un bruto, demostrándolo cuando lleva la palma femenina a su rostro. Con los ojos fijos en la mujer, orbes llenos de arrogancia, de prepotencia y de un brillo de rebeldía, de molestia rabiosa, pasa la comisura derecha por el dorso de la mano de María limpiándose la mitad de la boca, dejando en ella el zumo de la naranja, para sorpresa de todos y luego, con la palma, repite el proceso, pero del otro lado del rostro.

Hace fuerza para evitar que ella le propine una bofetada, se tensa para detener cualquier defensa de la mujer, levantando la cabeza para reír con mofa, tras tragar el bocado, sin soltarla. Se lame los labios, para mirar un solo instante el zumo que resbala por la mano femenina, ladeando la cabeza con pereza y asentir. Toma a María de la cintura, apretándola contra su firme cuerpo, haciéndola consciente de los músculos del macho, de su masculinidad latente, pero sobre todo, del aire de peligrosidad que encoge más de un corazón presente. Jared no permite que ella se separe, impidiéndole cualquier tipo de movimiento con sólo hacer fuerza con el brazo izquierdo contra su cadera, tomando firmemente el antebrazo derecho femenino bajo la extremidad superior masculina izquierda.

Sostiene entonces con la mano derecha, la izquierda de la mujer, de cuyo dorso van bajando las gotas del zumo que él se apresura a tomar con la lengua, en un mohín erótico, sensual. El músculo bucal recorre la superficie de la piel femenina con los ojos cerrados paladeando, disfrutando; un gruñido emana de la garganta masculina, antes de que cierre la boca; durante unos instantes saborea el jugo y algo más. Jared abre los ojos lentamente para observar a María con intensidad, su rostro ha cambiado: no hay risa, no hay alegría, sólo una fiera determinación. Es como ver a una bestia salvaje: los gestos duros, la mirada agresiva, brutal, antes de que el Regis sisée girando la cabeza hacia la muñeca de la mujer y de una sola tarascada, prenderse de la piel femenina, rasgándola con los colmillos hasta hacerle sangre y succionar violentamente.

La gente grita a su alrededor, mientras que el Regis sigue inmerso en esa vorágine de brutalidad y violencia, sujetando aún más fuerte a su presa, impidiéndole escaparse. No es necesario siquiera que ponga demasiado empeño pues durante muchos años, cuarenta justamente, su modus operandi es parecido a éste. Aunque normalmente no lo hace ante tantos testigos, pero el sabor y el olor son tan buenos, que no deja pasar la oportunidad de "catarla". A la tercera succión, la suelta y la avienta contra el puesto, alejándola de él sin consideraciones; pasándose la lengua por los labios ensangrentados en un mohín sobrenaturalmente sensual y aberrante, con algunas gotas resbalando por la comisura de sus labios, cual vampiro se tratase, pero éste vive, respira, come... El cambiaformas abre los ojos y la mira un leve instante, antes de moverse con rapidez a su izquierda, evitando justamente el golpe con un palo de uno de los tenderos que buscaba ayudar, ahora sí, a María.

Su mirada se torna tenebrosa, al tiempo que Jared lanza el primer golpe con la mano izquierda firmemente apretada en un puño contra el estómago del que le atacó. Se puede oír cómo el contrincante suelta el aire de una sola vez, con los ojos saliéndosele de las órbitas, pues no esperaba que el Regis tuviera tanta potencia en las manazas. El Irlandés ruge, transformando todo su rostro tenso en una mueca llena de rabia, con las marcas de las arrugas alrededor de los ojos, los dientes blancos formando una amenaza latente y brutal, antes de que con el otro puño, cual mazo, suelte un golpe contra la espalda de su rival, haciéndolo caer de bruces, recibiéndolo con un puntapié que deja un rastro de sangre en el piso. La gente deja de gritar, al tiempo que el silencio más sepulcral los envuelve interrumpido por los jadeos del hombre que intenta jalar aire desesperadamente, ahogándose lento en su propia sangre.

- Felicidades mujer -
la voz masculina, tensa, ronca de Jared se escucha perfectamente en todo el lugar - has logrado desatar mi furia... - voltea a mirarla - ¿La apagarás tú yéndote voluntariamente conmigo o tendré que romperle los huesos a todos en este lugar para llevarte a rastras? - se truena los nudillos, mirando a su alrededor con interés. Con la boca manchada de sangre al igual que los zapatos, dando una imagen de lo que es: un asesino, un ser sin sentimientos, concentrado sólo en su placer, en hacer lo que le venga en gana sin que nadie lo contrarié.


Eso es Jared. Y nadie puede hacerlo cambiar. Absolutamente nadie.
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Mensaje por Invitado Jue Ene 19, 2012 2:30 pm

Al terminar de decir lo que casi realmente pensaba, giré mi cabeza rápidamente para mirar a Abélard y negarle, ya fuera lo que se le ocurriera por la cabeza, ese hombre tenía familia a la que cuidar y realmente sentía que iba a salir mal de esta situación, que la Virgen de la Estrella y el Cristo del Gran Poder me ayudaran en ello, pues podía cortar en el mismo aire la amenaza de lo que pudiera pasar en los siguientes segundos luego de hablar sin más. Y así fue, pues el acompañante me miró como si algo imposible hubiera hecho, como si lo que había salido por mi boca no hubiera cabida en este mundo si eran dirigidas para el varón que se quedó quieto y automáticamente se dio la vuelta y ando hacia mí sin ninguna dilación.

Sin darme cuenta de las personas que parecían tener más sentido común que yo y menos bocaza, se alejaron en un radio de al menos… treinta metros… quizás más. Mi cabeza no se giró en ningún momento, si se bajó en forma de sumisión, ni mucho menos, solo movía mis ojos, mirándo a la gente asustada y otras alejándose del lugar. Silencio, todos se habían callado como si alguien les hubiera quitado la voz y no pudieran decir ni media. Mi mirada volvió al hombre que se dirigía a mi con cierta chulería para mí, fruncí el ceño, realmente debía ser alguien importante para tener ese alto potencial de ser un creído de poder hacer cuanto quisiese, apostaba por ello solo de ver su altanería en su mirada y en sus pasos. Podía verlo entre sus más allegados y ellos temer por él, por lo que fuera ha hacer.

Se detuvo delante mía como si con una prepotencia que nunca había visto en un ser. Agarró mi mano con cierta fuerza pues antes de que pudiera subirla hasta sus labios intenté sin resultado dar unos fuertes tirones hacía mi para recuperar mi mano. Y no me creí cuando lo vi, limpiándose por un lado de mi mano, el caldo de la fruta que resbalaba por su boca hasta su mentón. Lo miré enfurecida, clavándole dagas con mi mirada y mis labios se fruncieron un poco en el primer proceso de su limpieza. Realmente este varón no tenía ni pizca de respeto, y solo escuchaba la palabra YO. Para la segunda vez que pasó mi mano por su boca, le hice creer que no le haría nada y a mitad de la segunda limpieza del zumo de naranja, mis uñas se clavaron en su carne, dejándole cuatro marcas por desde la esquina de la frente hasta su nariz.

En ese momento pensé que hubiera sido mejor que me hubiera estado quieta, los ojos de ese hombre tenían cierto toque de sangre que podía haber visto si hubiera estado más atenta. Esto no era realmente bueno, no me gustaba lo que pudiera hacer en reprimenda por mi ataque, pero en cambio, me agarró de tal manera que no pude ni defenderme, ni alejarme de él. Antes de que el zumo pudiera bajar más, su boca se abrió y sus dientes, como los de una bestia me rajaron la piel y tragó mi sangre sin compasión. Un grito escapó de mi garganta ante tal masoquismo en medio del mercado ambulante. Dolor. Realmente era un fuerte dolor añadido a que el cítrico tan característico de mi ciudad hizo contacto en mi reciente herida, hizo sentir que realmente no era un mordisco, sino como si la hubiera puesto en las brasas, escocía en demasía. Una vez la herida fue hecha y mi grito dado, cerré los ojos fuertemente por el dolor que sentía.

No sé porqué se me pasó por la cabeza un día, un recuerdo realmente agradable. Estaba en mi ciudad natal, Sevilla. Era día libre… sí, era Semana Santa, Domingo de Ramos y decidí comer en el campo de naranjos… El sol era agradable, pues era primavera, había una brisa fresca, suave y con su característico perfume a Azahar, como era típico en esta época del año. Como es peculiar de Sevilla, cuando es la Semana del Señor, por alguna razón, todos, todos los naranjos de la ciudad florecen, y el olor a Azahar reina durante muchos días en todos los lugares, por todas las esquina de Sevilla. Algo tan familiar y tan hogareño para mí, aún podía recordar, el recoger Azahares y meterlas en un cuenco con un pequeño paño mojado debajo de las flores, y el olor permanecía en la casa por un buen tiempo también. Aunque bien era cierto, que solo salían de naranjos amargos con las que se hace la mejor mermelada de naranja amarga del mundo. Por alguna razón el recuerdo de las naranjas hizo que recordara en ese momento tan crítico algo tan tranquilizador, hasta me pareció oler por unos segundos el aroma de la flor del naranjo… ¿Me pareció? Realmente pasó una brisa y que me trajo ese olor. Pero eso era imposible, era el nerviosismo el que me hizo tal trampa… pero Dios lo había olido como si hubiera estado en el patio de los naranjos… No era posible.

Mi respiración estaba acelerada al igual que mi corazón, que latía por el miedo que recorría por mi cuerpo, esa situación, Dios mío, se estaba bebiendo mi sangre ¿¡Un Vampiro?! No podía ser, eso solo eran… ¡Además era de día! Si fuese verdad, un vampiro no haría eso… y menos delante de todo el mercado ambulante. Que me cogieran santiguada, esto no era un hombre normal y corriente, de seguro. Sentí tres fuertes chupadas acompañadas con sus correspondientes gemidos de dolor. Y por fin, por fin, él me empujó lejos de él y de su asquerosa boca, me fui directa contra el mercado de Abélard, clavándome por un momento la esquina del puesto y haciendo caer alguna que otra manzana de su sitio.

Cuando me quise dar cuenta, había un hombre tirado en el suelo, intentando respirar, pero se escuchaba perfectamente como se ahogaba él mismo con su propia sangre, esto no podía estar pasando. No podía, era culpable encima, después de todo, de la muerte de una persona, algo que no me perdonaría nunca en lo que me quedara de vida, que ahora mismo seguro que se habría visto mermada por la furia de este ser. No noté que la gente gritara, solo podía escuchar mi corazón latir fuerte y rápidamente. Mis ojos intentaban observar la escena que ni yo misma me creía, se movían rápidos, frenéticos incrédulos por lo que estaba pasando. Se me vino a la cabeza una voz que no llegaba a recordar diciéndome que muy pocas cosas eran imposibles… y menos verse una metida en ellas.

La voz del varón rompió el silencio que se suponía que había, y al parecer eso hizo que la gente volviera a atreverse a respirar, y la verdad… no me había parecido tan raro que yo estuviera metida en todo ese embrollo, en el que la protagonista había sido como siempre mi boca y mis pensamientos, aunque ahora que lo pensaba… tampoco había dicho algo tan malo como para que todo hubiera acabado en tal masacre con un hombre medio ahogándose en su propia sangre y yo desangrándome por la muñeca. Si salía de esta, espero que la tela no se haya manchado por lo que más quisiera… sí, aún tenía la bolsa llena de dinero. Si él no me mataba lo haría la clienta si le pasaba a alguna de las dos cosas.

Mi boca estaba entre abierta por la respiración acelerada, comida por los nervios y el miedo. Mi mirada se dirigió sin desearlo de donde provenía la voz ronca y prepotente de aquel hombre gigante. Me propuso que tendría que ir con él si no quería ver realmente una masacre en medio de todo el mercado, hasta la gente me miraba inquisitiva, pidiéndome que fuera con él, aunque muriera en el proceso. Bueno yo me había metido en esto, soy lógica y solita de esto, no iba a salir fácilmente, eso lo sabía como que yo me llamaba María. La verdad que si salía de todo este lío, aprenderé a cerrar un poco más mi boca… o quizás lo diga más sutilmente.

Mi boca volvió a hablar por sí sola, como si no tuviera miedo suficiente de ese varón lunático- No hace falta matar a nadie para llevarse a rastras a nadie, eso lo sabe todo el mundo- hubo alguna que otra persona que asintió levemente con miedo de que lo viera el loco ser que aún tenía unos surcos de mi sangre entre sus labios y su mentón. Mi voz no salió demasiado quebrada como esperaba, ni demasiado alta como era lógico, pero las acciones de mi cuerpo marcaban algo muy distinto, mi cuerpo temblaba del terror y de la tensión que mantenía en él. Moviendo mi muñeca levemente recordé luego de estar viendo al hombre tirado en el suelo, que estaba herida y seguía sangrando por la muñeca, me saqué un pañuelo rápidamente e intenté tapar la hemorragia- Iré contigo… pero tranquilízate… - lo miré de reojo mientras por si volvía a por mí, mientras mantenía una casi continua mirada en la herida, observando como el paño blanco se volvía rojo, la sangre lo manchaba, propagándose como si quisiera cambiar completamente el color de aquel simple pañuelo.

Cambié la cesta a la mano buena, y dí un paso hacia delante, no fue fácil, mis piernas temblaban y pensé que caería en cualquier momento. Mi respiración se hacía profunda y mecánica y mi corazón latía lento, apesadumbrado, pero con una gran fuerza, parecía que en cualquier momento podía verse a través de mi piel, ver como latía con tal intensidad. Que mi corazón latiera de esa forma no significaba que no tuviera miedo, me pasaba siempre que estaba con un gran nerviosismo, no sabría lo que me ocurriría de aquí en adelante, si me quitaba de la vista de la gente lo más seguro es que desapareciera en el olvido, no había nadie quién me echara de menos y mis padres no reciben carta pues no sabían escribir, solo confiaban en que estuviera bien.

Retiré un mechón de mi cabello fuera de mi vista, mirándo a todos, como si me despidiera de alguna forma silenciosa de ellos. Otro paso. Un escalofrío me recorrió al estar más cerca de él, no me gustaba eso que sentía, ese sentimiento de peligro cuanto más cerca estaba de él. Me agarré con la mano buena el pañuelo que tapaba la herida, haciendo un mohín de dolor, miré hacia arriba, hacia sus ojos- Vamos…- lo dije en un susurro no de sumisión, no de… sí, quizás de miedo por la cercanía hacia él.
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Mensaje por Jared Granchester Mar Ene 24, 2012 3:47 pm

Una mala causa será defendida siempre con malos medios y por hombres malos.

Thomas Paine

La observa ante él amedrentada, todo a su alrededor se salió de control para la mente de la jovenzuela que se le opusiera y quisiera darle lecciones de moral. ¡Ja! Como si las fuera a necesitar alguna vez. La bota derecha golpetea el piso adoquinado con impaciencia mientras que la joven vuelve a abrir la boca y pedirle que no debe hacer o peor, qué hacer... ¿Acaso no entiende? De la muñeca herida resbalan unas gotas carmesíes que incitan a la bestia que gobierna el interior del cambiaformas haciéndolo ansiarlas, que recorran su lengua, su paladar. Quizá para cuando la tenga en el suelo, gimiendo de dolor, mientras arranca lentamente su carne, saboreando el líquido de su piel, el interior de sus huesos y sus nutritivos órganos internos, deje de hablar o de indicarle a él. Una imagen fugaz cruza por su mente: tenerla bajo el cuerpo masculino mientras degusta cada parte de su contraparte femenino, en un sexo desquiciante. ¿Por qué no?

Aunque ella cubre la mordida con el pañuelo, eso no significa que no la siga oliendo, cierra los ojos aspirando profundamente, hinchando las fosas nasales y luego abriendo los párpados para fijar la mirada en ella, alargando la mano, tomándola por la cintura, acercándola contra su cuerpo, contra el tórax amplio, con la altura que la gobierna obligándola a hacer lo que el Regis quiere y manda. Como siempre ha sido, como debe de ser. Sintiendo la suavidad de la piel, la firmeza del cuerpo femenino. Siempre ha tenido debilidad por esas mujeres blancas de cabellos oscuros y ojos increíblemente azules... ésta es una de ellas y no sólo eso, su sabor, su olor, son la incitación para tenerla a su lado mucho tiempo más.

Quizá haya sido la razón del por qué la mantuvo a su lado, del por qué no le dio un buen revés acallándola y en cambio, degustó su sabor. Es que todo en ella es una llamarada para Jared, desde su boquita que se asegurará de probar, de su cara que pronto gemirá de dolor, placer, bah, da igual. Ese cuerpo que levanta pensamientos pecaminosos. Toda mujer demuestra sus instintos más bajos en el momento que decide entablar conversación con un varón. Ésta grita por todos los poros que quiere un encuentro entre sábanas con Jared. Si no ¿Para qué insistió tanto? Otra se hubiera quedado callada o bien, se negaría a irse con él.

Sonríe, mientras la toma de la cintura, conociendo su calor, la forma en que se amolda al cuerpo masculino, que camina a su vera al paso que Jared impone. Como debe ser. La llevará consigo a su refugio y ahí podrá hacer lo que deséen ambos. Más él que ella, claro. Podrá gritar, gemir, renegar y decirle que no es lo que quería, pero ambos saben que todas las mujeres son así. Siempre dicen que no, cuando es sí. Dicen que nunca, cuando es siempre. Sin embargo, no ha avanzado más de seis pasos cuando su voz ruge una orden:

- Joshua, llévate otras dos naranjas, las más grandes y más te vale elegirlas bien - sonríe para mirar a la jovencita junto a él - y paga las tres, para que aquí Lady "Abro-la-boca-cuando-no-debo" no vuelva a molestarme con su timbre de voz - se mofa mientras avanza con ella afuera del mercado sin que absolutamente nadie se les oponga, aunque por ahí ya se escuchan los pasos de un valiente (o un estúpido) que va a buscar a la policía. Eso quiere Jared, una pelea de cuerpo a cuerpo, algo que le haga sentir vivo, que le excite más de lo que la jovencita con su sangre ya hizo.

Toma la cesta mirando su contenido, tela, curioso, pero la lleva como si no le pesara absolutamente nada, afianzando bien la cintura de la joven con la manaza, haciéndola hacia sí, como si fuera ella su enamorada. Curioso término, porque lo que menos siente Jared por ella es cariño. Hay atracción entre ambos, pero quiere aún saber hasta dónde seguirá goteando la sangre, hasta cuándo coagulará para entonces tener un aproximado de las heridas que puede hacerle mientras se divierte con ella. Mientras la viola o juguetea con ella. En caso de aburrirse, siempre está su manada ansiosa de sangre y carne. Quizá se las entregue, aunque Jared siempre ha sido posesivo con sus propiedades y esta joven lo es. Acaricia la cadera femenina, gruñendo cuando siente que ella busca alejarse.

Los ojos azules se fijan en los de María y niega con la cabeza, dándole a entender que ya fue suficiente de rebelarse. Hizo bien al seguirlo en silencio, pero ahora está bajo su dominio, su mando, su poder y absolutamente nadie se le rebela cuando ha decidido sobre alguien. Su mano vuelve a pasar con tranquilidad por la cadera femenina al tiempo que sonríe y caminan por las calles, alejándose del mercado, con el otro cambiaformas tras sus espaldas. Jared suelta la canasta en el piso, para tomar la muñeca femenina, hacer a un lado el pañuelo, mientras sigue sosteniendo la cintura con la otra mano, alzándola hacia su rostro para aspirar su aroma.

Es cuando la mujer se da cuenta de algo sorprendente: las heridas que le hizo en el mercado, los surcos en el rostro del hombre simplemente, ya no están. ¿Cómo pudo haberse recuperado con tal velocidad? ¿Acaso es que no era... humano? Jared sonríe permitiendo que su lengua vague por la piel femenina, llevándose los restos de sangre a medio coagular y la fresca. Aspira profundamente entre un siseo de complacencia, está en su punto, el sabor realmente es delicioso y en su punto. Ya es suficiente de estarla llevando de un lado a otro. Al frente de ellos, un carruaje de color negro, con cuatro briosos corceles en el mismo color del ébano, parece listo para recibirles. En las puertas, un escudo tan antiguo como extraño para París. Es un León de perfil, enseñando los colmillos como si rugiera lo que más domina en ese sello.

Jared la hace subir al carruaje y tras ella, se acomoda en los asientos, mirándola intrigado, colocando las manos tras la nuca, estirándose cual vil felino, alargando las piernas hasta que cada una de ellas está en un costado de la joven, dominándola, indicándole de forma silenciosa que no tiene escapatoria. El carruaje inicia su marcha en silencio, mientras que el Regis se lame la boca y golpea el lateral. De inmediato, una mano sosteniendo una naranja aparece por la ventanilla, él la toma, aventándola unos centímetros y recogiéndola, como si estuviera comprobando que estaba en su punto. Parece conforme, empezando a quitarle la cáscara, aventándola por la ventanilla sin pensarlo dos veces. Al terminar, la parte en dos, ofreciéndole la mitad a la mujer.

No es tan bruto a finales de cuentas...

Tan bruto...
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Mensaje por Invitado Mar Ene 31, 2012 12:40 pm

El varón me tomó por la cintura con egoísmo, tocándome donde nadie más me había tocado, ni yo había permitido tan fácilmente que un hombre lo hiciera. Pero no podía decir o haber mucho, realmente tenía miedo, pero el hombre me había aceptado para el plan que tuviera en mente, esperaba que no muriera en el proceso, ciertamente era joven y aún tenía… Bueno aún tenía mucho trabajo por delante y no quería morir, aunque si lo hacía, que Dios me escuchara y me hiciera un favor en todos estos años de mi vida y lo hiciera rápido e indoloro o casi.

El plan que se me había pasado por unas décimas de segundo antes de que él hablara, haciendo chantaje de que mataría a más personas si yo no iba con él. Lo que pensé del hombre y como me lo imaginé, sería gracioso en otro momento, quizás si no tuviera miedo del hombre o… quizás de que pasara de este embrollo. Pensé que el varón sería como un toro bravo, valiente y gallardo, como los de la plaza de toros con los más grandes toreros. Solo fui una vez, pero me llamó la atención como el torero, toreaba al toro, haciéndole creer que estaba exactamente detrás del capote y lo llamaba con coraje, moviendo ese capote rosado que llamaba la atención. Y como en unos segundos, el toro iba hacia él y el torero le sorprendía con que no estaba detrás del capote y lo esquivaba con mucho arte.

Con ese pensamiento de la plaza de toros, yo ahora me imaginé en la plaza de toros solitaria, sin público, pero no lo necesitaba para este momento. Estaba el varón, a metros de mí, con su mirada y fuerza peligrosa, colocado como un toro y yo, la torera con mi capote que sería la sangre en te caso. Tenía que hacerle ver al hombre que estaba en su gran posición, haciéndome ver más pequeña y debilucha de lo que pudiera parecer, hacerle caso y no intentar llevarle mucho la contraria, podría pasar algo peor de lo que ya me había pasado, no quería empeorar lo que podría estar pasándole por la cabeza de ese ser que actuaba de una forma mountruosa.

No podía permitirme un fallo tenía que intentar zafarme de las garras de ese ser, no podía permitirme que me pasara algo, había personas a las que le había prometido que volvería a mi tierra y volvería a para quedar allí. No podía morir… Escuché una voz conocida, pero yo no echaba cuenta de ello, no podía dejar de pensar en ello. Su voy seguramente hizo algo referente a mi, pues me miró y el hombre que nos acompañaba también lo hizo, pero seguía escuchando mis latidos, fuertes y tranquilos. No entendí porque escuchaba solo eso y porque mi corazón se comportaba de esa manera, cuando una persona está nerviosa su corazón late rápido, muy rápido, pero yo no era así, me latía más lento de lo normal y con paso fuerte, lo contrario a lo convencional, aunque no me preocupa tanto ese tema. Ahora importaba en especial la situación que estaba pasando en ese momento.

Andaba entre mis pensamientos mientras andábamos entre el mercado, pasaba mi mirada, como si no pasara nada, estaba intentando controlar mi comportamiento, pero no quería que notara que estaba intentando algo, no podía darse cuenta, por ahora no lo parecía. Tomó mi cesta y para mi sorpresa, la tomó sin problemas, tenía la mano suelta sin apretar del asa de la vieja cesta de mimbre. Levanté mi mano en contra de que pudiera ver lo que había dentro que no había mucho, solo la tela del vestido. Luego de verlo que había dentro no me la devolvió, seguimos andando y luego paró, soltando la cesta en el suelo, sin soltarme de la cintura en ningún momento, levantó mi mano y quitó mi pañuelo empapado en sangre. Al mover mi muñeca estaba esperando seguidamente ese punzante dolor, pero nada pasó por ella, no sentí nada, era como si… dios…

¡La herida había desaparecido! ¿Cómo podía… cómo? La herida, ya no estaba, esto no era lógico, era subreal, esto no podía estar pasando. Él me había mordido, clavando profundamente en mi carne sus dientes, pero ¡la herida ya no estaba! Mis ojos se abrieron, asustados y fascinados por el suceso. Lo miré con la boca entre abierta, pero mi rostro cambió al ver que él lamía la sangre sobrante que había de haber quitado el pañuelo. La vista de hacerlo no fue demasiado divertida es más, me dieron ganas de vomitar, ese hombre realmente era un loco que se había escapa un manicomio y su loquero. Tiré de mi mano, intentando recuperar un poco de dignidad, frunciendo el ceño, me daba asco que me tocara y más que pasara su boca y lo que tuviera que ver de ella cerca de mí.

No sé como pero escuché los pasos de unos caballo, que estaban en un momento a nuestro lado, negros… como el propio carruaje a conjunto. Giré mi cabeza y el carruaje no me pareció un buen presagio de poder escaparme de ese hombre que no me soltaba en ningún momento, quizás se olía que me iría en cualquier momento que girara la cabeza para lo que fuera. Pero me llevó directamente al carruaje, Dios realmente quería que la tierra me tragara o haber estado en otro lugar, no quería subir… no quería subir. Cogí mi cesta del suelo y la pegué a mi cuerpo, como algo que pudiera mantenerme en pie… o que pudiera mantenerme concentrada en ese momento. No podía perder los estribos ahora, no podía hacerlo, hasta ahora había mantenido mi control a raya, pero una vez que subí al carruaje, mi vida habría disminuido en años de seguro, lo apostaba. Mis posibilidades de subir disminuyeron, hasta que desaparecieron, hasta que apareció cero. No podía creer que no me hubiera soltado o haberse desconcentrado momentáneamente, dejándome escapar. No me lo podía creer

Vi como cerraba la puerta del carruaje y se hacía un poco más la oscuridad, reina del lugar y eso me agobiaba en demasía, quería luz, lo necesitaba. El hombre puso sus piernas a los lados de las mías, eso me hizo ponerme los nervios crispados, ¿Qué no se daba cuenta que ya no podría hacer nada? Me entraban ganas de preguntarle cuando sería el momento en el que me matara y como sería de piadoso, que me daba a mí que no sería nada piadoso… y no me gustaba nada pensar por lo que se me pasaba por la cabeza.

Suspiré lentamente, y miré como la mano dio un golpe en el lateral del carruaje y apareció una naranja, él la cogió, la peló, tirado piel por la ventana, la dividió por la mitad y me ofreció una mitad, yo la miré seria, manteniendo mi cesta delante de mí, como si pudiera detenerle por si pudiera hacer algo. Intenté tragar saliva, pero estaba como pastosa o quizás mi garganta no me dejaba tragar con normalidad de la incomodidad y la intranquilidad que me corroía desde dentro- ¿Cuándo…?- dije subiendo mi mirada hacia la de él. Si, me había llenado de valor y le había medio preguntado cuando iba a matarme, creo que sería más duro la espera del momento que en el justo momento en el que lo haga- ¿Cuándo vas a hacerlo?- quería saberlo, lo exigía. Tenía que saberlo…
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Mensaje por Jared Granchester Sáb Feb 11, 2012 11:14 am

Las noches más oscuras son las que ocultan las más grandes fechorías


La naranja parece derretirse entre los labios inmisericordes de Jared que la paladea con lentitud, sin que nada más interese tras el instante en que el zumo roza sus labios y éstos degustan la fruta con tranquilidad y pausa, como se hace con una mujer en el instante en que ésta se ofrece para el deleite, el placer y el clímax que sólo dos cuerpos unidos en un ritual pagano pueden causar.

Los ojos del Regis se fijan en su presa, es hermosa no queda la menor duda, esos ojos le arrebatan los pensamientos, pero no del todo puesto que los instintos siguen despiertos, atentos a los movimientos de la que tiene frente a él. Ansiosos de probar su piel, sus besos, su sangre, su carne. Se pasa la lengua por los labios en un afán de humedecerlos y robar también la esencia de esa fruta que permanece en ellos al tiempo que se relame al recordar el sabor de esa mujer.

Las palabras le hacen sonreír, así que conoce su destino, su hermosa boca pronto estará al completo fría, sin color, sin vida. Sus ojos morirán al mismo tiempo, perdiendo ese brillo de rebeldía que ahora poseen. Jared juguetea con un gajo de la fruta en silencio, antes de meterla a la boca y succionarla. Si otra fuera la situación, ella podría pensar que esos labios la tocarían, la tomarían de esa misma forma: entre succiones lentas, acompasadas, sensuales.

Los ojos del varón se fijan en ella recorriendo su rostro, sus facciones creadas para interesar a los que la miran, su cuello frágil, sus hombros exquisitos, su busto que se le antoja para deslizar los labios por él creando sensaciones que ni siquiera el miedo podría opacar, la cintura, las caderas y el sexo entre ellas, uno que de pronto, se encuentra ansiando conocer. Las largas piernas que podrían rodear tan bien su cintura. Se le antoja, no hay duda, un curioso cambio de aires en vista de lo acontecido en el mercado, pero no por eso se negará el deseo que ahora mismo tiene, por lo que alarga la mano, toma la femenina y la hace hacia él, para sentarla entre sus piernas quitándole la cesta dejándola en el piso.

Su cuerpo sobre sus muslos es muy ligero, descubre con placer. Sus ojos la recorren el rostro mientras una de sus manos se coloca en la cintura femenina, sujetándola con firmeza para que no escape. Ella puede sentir los músculos bajo sus glúteos y oler su aroma a madera y almizcle que enloquece a muchas damas por su fuerte connotación masculina y... sexual. Jared la mantiene así, sentada al tiempo que su mano lleva un gajo de la fruta a la boca femenina.

- Come - ordena al tiempo que sostiene su cintura, para pegarla contra su cuerpo, su costado siente el pecho bien esculpido. El Regis sonríe complacido en el instante que ella muerde la naranja y entorna los ojos cuando una gota del líquido escurre lento por su barbilla. Baja la cabeza haciendo que su lengua tome con suavidad esa gota de zumo, siendo erótico el contacto, sacando chispas entre ellos, sobre todo en él, que siente su virilidad endurecerse un tanto.

Aspira su aroma con placer, con un insano mohín que hace mucho más latente su ansiedad por ella, por su sangre. Su lengua lame la comisura del labio de la mujer al tiempo que él acaricia un muslo femenino con posesividad y dominio. Es suya, ahora mismo puede hacer lo que le plazca con ella y si tiene que violarla, bien. Nada impedirá que su virilidad se hunda en las profundas paredes del sexo femenino que le rodeará haciendo más placentero el instante.

Le gusta el tacto contra su mano, contra sus muslos, su cuerpo. Sus glúteos resultan ser bastante suaves haciendo que su ansiedad por rozarlos y besarlos se vuelva casi insoportable. Su pecho alberga un corazón que empieza a latir frenético al unísono del femenino que ahora, quizá por el miedo, trabaja a la misma velocidad. Sus labios besan la comisura de los labios y luego buscan los femeninos, esperando que ella no haga un movimiento estúpido, si no tendrá que tomarla a la fuerza.

La desea, no hay duda de ello, pero ¿Se tomará el tiempo para que ella lo disfrute?

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Mensaje por Invitado Lun Feb 27, 2012 6:45 am

La situación se estaba tornando peligrosa y erótica al mismo tiempo, pero ninguna de las dos le gustaba nada. Una y otra vez miraba las piernas de él que la mantenían acorralada y su mirada ocupaba su atención para que no escapase. Miraba las ventanas del carruaje con angustia, no quería encontrarse ahí, quería salir corriendo y marchar a su pequeña habitación y seguir trabajando sin cerrar y quizás coserse la boca con el hilo más fuerte y duradero.

Observaba al varón con miedo y timidez de fijarse demasiado tiempo, por si él reparaba en ello o se quejaba. Sus manos solo rodeaban la cesta, algo que le hacía sentirse un poco más segura, como cuando uno se echaba la sábana cuando se cree que hay algo fuera de lugar entre la oscuridad de la habitación. Deseaba salir, deseaba salir.

La mandíbula empezó a temblarle cuando él trajo hacia sí y la hizo sentarse en sus piernas. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo cuando posó una mano en su cadera y tiró para que estuviera más cerca de él, cuando ella quería exactamente lo contrario. Lo vio partir otro gajo de la naranja, sabía que al final, después de todo le obligaría a comerse el maldito gajo. Y así mandó, se lo acercó y se lo mandó, no tenía manera ninguna para salir y tener una escapatoria. Tragó saliva dos veces para poder saber si aún podía seguir tragando con total normalidad y no se le quedaba en la garganta de lo tan espeso y trabajoso que le se había echo hacerlo anterior mente.

Finalmente abrió su boca y la acercó hasta que la cerró y mordió el gajo, pero al no dejar meterse el gajo entero dentro de la boca, como fue lógico el jugo cayó por la comisura de sus labios, aunque no se imaginó que lamería el néctar que caía de sus labios. Se quedó quieta, tensa por su lengua que le lamió hasta los labios, haciendo una mueca de asco por lo último. Nunca había estado con un hombre, ni había tenido la atención de uno, pero no quería desde luego a ese hombre tocándole y obligándole a hacer cosas que ella no quería.

Su tacto se le hacía asqueroso, su mirada odiosa, su lengua viperina y venenosa. Sentía como su mano se paseaba con posesión por su muslo, haciendo que su piel reaccionara ante ello poniéndose de gallina. La mano de ella hizo que se rodeara a sí misma pasando por vientre hasta uno de sus costados, agarrándose a su vestido de los domingos- Búsquese a una cortesana si lo que quiere es un rato en la cama- intenta quitar la mano que le acaricia el muslo- Yo no soy ni seré una cortesana, varón ardiente…- dice mirándolo con odio a los ojos.

Si iba a morir de todas formas, no iba a dejar que fuera fácil que el destino que él ya había elegido y controlado, como a él de seguro le gustaba y amaba controlarlo todo. Se le notaba en demasía.

Se removió, moviendo su cuerpo y por ello un poco a él. No podría creer que podía estar más incómoda en toda su vida, bueno realmente si que podía creerlo. No sabía como ponerse o como apoyarse en él para no sentirlo como lo sentía en ese momento. Su toque era demasiado para ella, demasiado venenoso, peligroso y pervertido.
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Mensaje por Jared Granchester Sáb Mar 10, 2012 12:23 pm

Perversión es el placer de hacer lo que queremos, aunque la decencia indique lo contrario


Su piel es deliciosa, blanca, tan tersa que es imposible que sea la criada de alguna mujer de alta sociedad o lo que fuera, porque esa canasta trae demasiadas cosas que no cualquier mujer con dinero compraría. Recorre con la mirada los ojos de la joven y sonríe con maldad. ¿Le preocupa lo que ella pueda pensar? Claro que no, no le interesa lo que ella sienta o piense, lo único que le preocupa es su propio bienestar. Será amable con ella, la cuidará, pero si sigue empeñada en sus caras de asco, en despreciarlo lo único que obtendrá será la muerte. Jared no busca la aceptación de las personas, pero no permitirá que nadie le haga o le diga lo que tiene o no que hacer.

Esas manos están crispadas, lo que indica cuánto le molesta a la dama toda la situación. Jared se pregunta si será o no virgen. Si lo es, será muy placentero atravesar su himen, porque sus paredes vaginales estarán tan estrechas que le rodearán todo el miembro haciéndolo gruñir de placer. Sus palabras sólo le hacen reír y no duda en besarla apasionado, probando sus labios, incitándole con la lengua que los humedece, ordenándole abrirlos y cuando obedece tras un instante de lucha, Jared gruñe de ansiedad al probarla, lamiendo su lengua, buscando excitarla en tanto sus manos acarician la cintura femenina. Desea llevarla a una cama y deleitarse en ella, en todo su cuerpo hasta que ella gima una y otra vez olvidándose de su intento de alejarlo, de despreciarlo.

- Eres mi cortesana ahora - sus ojos se fijan en los suyos cuando termina el beso - te quiero a tí, en mi cama, little girl - besa su mejilla, la lame lentamente para bajar a su cuello y aspirar su aroma - me excitas ¿Puedes sentirlo? - la aprieta contra sus caderas, elevando las suyas para que su miembro sea percibido por la joven. Le mira el rostro sonrojado por la forma tan bruta que tiene de darse a conocer, por tomarla - espero ansioso nuestra llegada, podrás detestarme, pero sé que en la cama te demostraré que gemirás mi nombre una y otra vez... no lo olvides little girl: Jared... - ríe con el sentimiento triunfante de alguien que está acostumbrado a salirse siempre con la suya.

Su mirada regresa a la figura femenina, hipnotizado por la forma en que su pecho sube y baja con esa respiración agitada. Seguro por su ansiedad de alejarse de él, pero que al macho tanto excita. No duda, con una sonrisa se pone en pie obligándola a imitarlo, vuelve a sentarse él, pero esta vez, con un movimiento rápido, toma de los muslos a la mujer, para colocarla a horcajadas sobre él, subiendo sus faldas para que se hinque en el asiento, pero sus sexos se toquen en franca posición donde la mujer le domina, pero no puede ser más diferente. Porque él mantiene sus manos una en la cintura, la otra viaja sin dudas hacia la redondez del trasero, esos glúteos que tanto se le antoja tomar entre las manos como ahora hace y da un apretón. La baja para que su vagina cubierta roce la virilidad endurecida y bravía.

Los ojos del Regis se posan en el rostro femenino, sonríe con arrogancia antes de besarle el cuello obligándola a aceptarle. Beso tras beso va subiendo hasta su oído, deslizando la lengua por el interior de éste mientras aprieta su miembro contra la vagina en un instante de total dominación. Ríe contra su oreja pegando su cuerpo al masculino, apretando sus senos contra su firme y musculado tórax. Le mira a los ojos antes de buscar de nuevo sus besos y, experimentado, le empieza a excitar con movimientos circulares de sus caderas contra su sexo. Con su mano que acaricia su glúteo con posesividad. Busca llenarla de tantas sensaciones que ese sentimiento de asco se transforme en una pasión desesperada porque la complazca. Sostiene la nuca con la mano libre, evitando que se escape de sus besos, encontrando los lugares erógenos.

Una fría burla a la relación sexual, una forma de controlarlo todo para que ella no pueda pensar en nada más que en él y lo que le hace sentir, que no diga nada más que su nombre y gima, jadeé y sólo sepa responder. Si lo hace, Jared la dejará huir tras satisfacerse con ella... Si no, la matará y dará de comer a su manada su cuerpo. Así de fácil. Mientras tanto, sus manos inquietas marcan su cuerpo con fuego, ¿Será tan apasionada como le pareció cuando le encaró o sólo una frígida más?

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Mensaje por Invitado Lun Mar 26, 2012 5:11 am

¿Cómo había llegado a tal punto? ¿Cómo había llegado a que un hombre con aura peligrosa la cogiera y tratara de esa forma? Dios, solo se le venía a la cabeza como podía coserle con su aguja y cortarle con su tijera cual tela lista para patrón, ya estuviera decidido el qué es lo que llegaría a ser en un futuro. Sentía como aparecía una pequeña presión en su pecho de alegría y gusto, a causa de aquel pensamiento que fue tan sangriento y gore. ¿Cómo podría haber llegado a pensar eso? Su boca sería lo primero en coser, luego sus ojos; atravesando los párpados y los propios ojos, para que incluso luego de que pudiera llegar a dormir, ni eso pudiera conseguir… ¡Para! Ella no era así… ¿O quizás si?

Su risa salió de esa boca egocéntrica y luego los labios ajenos se unieron a los suyos, pero ella no se movió, ni le correspondió, porque simplemente no sabía y aunque lo hubiera sabido no lo habría hecho, pero tampoco lo rechazó. Solo quieta, abriendo la boca difícilmente al principio, luego de escucharlo gruñir, se encogió un poco por el miedo, abriéndola más y además, correspondiéndole con total torpeza por su parte, sintió que debía hacer algo, no es por querer exactamente que siguiera o que sintiera sinceramente gusto de hacerlo ¿Y si quizás si no se comportaba mal la dejaba escapar? Deseaba fervientemente que dejara de obligarle a hacer aquellas cosas que no quería hacer ni sentir y menos con tal persona, que era el más prepotente de todos los hombres de los que había conocido.

Su voz, sus palabras… las primeras palabras que él inició calaron hondamente en María, nunca había llegado a pensar que alguien le llamara cortesana o que le ordenaran que estuviera en una cama debajo de un hombre, podría haberlo imaginado, pero nunca de esa manera. Sus ojos se detuvieron en los suyos, fijos, para luego declararle donde le quería ver, es decir, en el sitio correcto y preciso de sus deseos y necesidades. Su piel se puso de gallina y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo cuando le apretó contra sí y él se elevó queriendo sobre todas las cosas notara como estaba de ardiente por ella. Dio un pequeño gruñido cuando lo hizo, no le había gustado nada aquello, pero no quería hablar más, no quería emitir ningún sonido tal como una muda, pues si hacía cualquier sonido seguro que solo complacía al varón y era lo que menos buscaba. Un momento… ¿Había pensado antes, hace unos segundo que lo mejor sería complacerlo a ver si le permitía marchar? ¿Realmente ese pensamiento había sido suyo? Ciertamente los pensamientos de una persona siempre cambiaban cuando uno andaba entre tanto peligro ¿No?

Sus palabras no mejoraban solo empeoraban, eran más explicitas a cada sonido que salía de ese peligro que la rodeaba. Claramente al sentir tales cosas sentía mis mejillas calientes, pronóstico, estaba bien sonrojada como era normal por a situación erótica en la que se encontraba. No era capaz de controlar su propio cuerpo que reaccionaba contrariamente a lo que ella quería y pedía en su fuero interno. Su nombre Jared, maldito fuera él y sus siguientes generaciones y todos los que le rodearan, que lo malo que le hiciera ella se lo devolviera la vida por tres ¿Una maldición pagana? Sí ¿Acaso había perdido toda fe al que llamaban el señor y la señora de su ciudad, Sevilla? Quizás. Su risa sonó victoriosa de toda batalla que hubiera tenido en toda su vida y así parecía. Aunque batallar contra una persona como yo no tenía ningún mérito, ni victoria, ni siquiera había empezado una guerra con él en ningún momento.

No era capaz de seguir con esa situación, era más que imposible seguir así, yo no sabía que hacer o cómo hacerlo. Es más, es que no trabajaba de ello como para saber que hacer exactamente, mi cuerpo me hacía sentir sensaciones que no me gustaban con el toque de él. Lo vi sonreír y me eché hacia atrás muy poco casi imperceptible para él, sentí que se levantaba y rápidamente lo hice yo pero no me dio tiempo sentarme en otro sitio lejos de él y me tomó por las piernas tirándome hacia él de nuevo pero él entre mis piernas, eso no era bueno, no era nada bueno, no señor. Me volvía a tener agarrada por la cintura y totalmente controlada en todo momento, sentí su mano bajar hacia mi trasero y darle un buen apretón a lo que sin quererlo me elevé un poco dando jadeo corto, aunque esa pequeña elevación no duró demasiado pues me empujó hacia abajo haciendo sentir aquello que nunca había visto de los hombres pero que por lo visto las mujeres casadas les gustaba y cotorreaban sobre quién era la mejor de todas esas cosas que tenían entre las piernas.


Sentía como sus manos seguían sin dejarme en ningún momento manteniéndome en el sitio correcto donde él quería y no podía oponerme su fuerza era incomparable a la mía.
Tuve que inclinar mi cuello al lado contrario de donde él me besaba para mostrarme aunque fuera un poco sumisa e intentando no hacer algo que no le gustara. De mis labios escapó un jadeo al apretar su sexo con el mío, sintiendo en ese punto exacto como una pequeña ola de placer, pequeña pero la sentí. Realmente no me gustó que me lamiera el oído pero suspiré aguantando, sintiendo que mi corazón latía con más intensidad y mi respiración estaba acelerada y entrecortada, oyendo su risa de prepotente me acercó a él apretándome contra sí sintiendo su gran y ancho torso al que ciertamente no quería sentirlo de esa manera. Volvió a unir sus labios con los míos y esta vez intenté hacerlo mejor aunque sin demasiado resultado. Me volvió a pegar a sus caderas sintiendo su latente dureza de aquello que desconocía pero que seguro que conocería en poco, se empezó a mover en un movimiento circular que no entiendo cómo, aquel punto sentí como si ardiera sentía exactamente los latidos en esa parte intima la cual volvía a percibir pequeñas olas de placer por ese simple roce que hizo que saliera o escaparan jadeos y suaves gemidos. Mis manos se mantuvieron en sus hombros, apretando su chaqueta bien planchada que arrugaba ante tantas sensaciones nuevas para mí.

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Mensaje por Jared Granchester Miér Abr 04, 2012 3:35 am


La senda de la virtud es muy estrecha y el camino del vicio, ancho y espacioso.

Miguel de Cervantes Saavedra



Mientras más se oponen, mejor se siente, son ellas las que hacen tan delicioso el sexo, desde sus gemidos suaves y dulces que producen escalofríos conforme van escalando en sensaciones hasta entregarse por completo. Puede hacerlo una y otra vez, tomar a una mujer entre sus brazos hasta que sólo sea cera derretida deseando y ansiando todo lo que el Regis desea hacerles, pero en estos instantes lo único que percibe es el jadeo y los gemidos virginales de esta mujer, su ansiedad plasmada en esas pequeñas expresiones que es incapaz de ocultar. Tan deliciosos como pecaminosos, tan llenos de lascivia y lujuria que le producen siempre una dura erección. Sí, esta joven lo disfruta, aunque es inexperta no es frígida lo cual es una buena señal porque sólo es cuestión de dar mayor énfasis en las partes adecuadas para que ella se deje no sólo llevar si no que sea imposible contenerse en el anhelo de ser tomada, incluso gemirá su nombre y anhelará que él la tome para sí, que la posea, que rompa ese halo de virginidad que tanto molesta en estos momentos. Sus besos deben mejorar, pero no es algo que a Jared le importe demasiado... aún, porque en su oportunidad está seguro de que le enseñará a hacerlo, a cómo complacerlo incluso en la cama, aún en el beso más íntimo de una mujer hacia un hombre... la mirada de Jared recorre todo el cuerpo femenino, desde sus hombros que se estremecen conforme la va acomodando a sus necesidades, sus senos plenos que se mueven al compás del ritmo que marca el Regis y que de pronto se vuelven demasiado apetitosos y surge la necesidad en el cambiaformas de tomarlos, rasguñarlos y morderlos hasta que ella pida paz, esa cintura a la cual puede aferrarse en el momento más íntimo, mientras el vaivén y la penetración están en su apogeo, pero sobre todo sus caderas, tan redondeadas que de seguro son señal inequívoca de la fertilidad femenina...

No duda cuando mete sus manos dentro de las faldas haciendo a un lado todas las telas para llegar a su objetivo, que no haya ninguna barrera entre sus pieles observando al unísono, su rostro que empieza a sonrojarse en las mejillas, haciendo que sus ojos brillen, trasladando esa coloración por su cuello, su frente, sus hombros y todo por el placer, por el deseo y el anhelo de sentir de nuevo al Regis, aunque ella no lo quiera se denota ya su ansiedad y sobre todo, su necesidad por él. Porque podrá rechazarlo todo lo que quiera, pero no puede negar lo que su cuerpo siente, lo que su corazón acelerado expresa y el rubor que le envuelve la piel confiesa. Jared aspira su aroma tan delicioso extasiado, mismo que le produce un cosquilleo en todo el cuerpo incluso en la punta de la lengua, pero lo ha prometido, aunque de forma interna es un hombre de palabra. Si ella cede, la dejará irse sin que sus colmillos prueben su sangre y su carne. Gruñe de ansiedad al tiempo que las manos acarician la piel desnuda de sus muslos tan plenos, sedosos al tacto, firmes, que sólo hacen más dura su virilidad, que le provoca para levantarle las faldas, pero no aún si no dará un grito y estará más que asustada. Aún así, esos dedos van subiendo, escalando un camino prohibido para los demás varones que no sean él, es el primero que atraviesa este sendero y eso lo llena de un orgullo y una posesividad indescifrable. Y es que llega a la orilla de las pantaletas de la mujer mientras la mira a los ojos aún, poseyéndola con la mirada, obligándola a mantenerse quieta. Es como con toda hembra virgen, le nace un sentimiento de posesividad que no puede deshacerse de él con facilidad.

Por ello mismo, quiere ver la rendición en sus ojos aunque sabe que de momento sólo hay miedo, precaución y una negación a lo que ocurre porque es una respuesta a lo desconocido, se reprochará durante unos instantes, pero en el momento que el Regis decida que es suficiente, será cuando ella pierda la cabeza y disfrute en toda su expresión. Mientras tanto Jared sujeta con la siniestra la cintura femenina para evitar que se mueva y con la diestra busca de forma experta su clítoris para acariciarlo primero lento, luego con firmeza una vez que está seguro que es el lugar adecuado y que no ha fallado al encontrarlo preocupado de escuchar los sonidos de su corazón, de detectar el instante en que todo se desate y éste lata con premura y rapidez, señal inequívoca de que ella lo disfruta. Sobre todo, de sentirlo en la yema de su dedo aunque para ello necesitaría un mejor contacto. Lento, pero continuo hace movimientos circulares en tanto mira sus ojos, intentando encontrar en ellos la indicación de que está lo suficientemente excitada para que pueda hacer con ella lo que desea, atento a todos los indicadores, pero sobre todo, a esos gemidos tan dulces y roncos que empiezan a perderlo. Qué sexy mujer, tan fogosa resulta ser que será deliciosa cuando empiece a comérsela palmo por palmo.

Un jadeo y el Regis no duda, de inmediato hace a un lado la tela de la pantaleta aunque ella gima de sorpresa deseando que él no lo haga, pero la ignora porque sabe mejor que nadie las consecuencias de que haga lo que planea en su mente, lo desenfrenado que todo se tornará en el instante en que ella decida deleitarse en las sensaciones. La yema de su dedo gordo es la encargada de buscar y encontrar el botón desnudo para apretarlo y darle golpecitos constantes al tiempo que disfruta él también con el golpeteo del corazón que tiene eco en su clítoris, pura delicia con esta mujer. Con diversión sigue mirando su rostro de forma lasciva mientras su dedo índice acaricia alrededor de su entrada vaginal gruñendo de satisfacción al encontrarla húmeda. Definitivamente disfrutará demasiado con ella tanto como ella aprenderá de él. Se encargaría de eso, pero primero debe ella saber cómo le gusta al Regis que lo acaricien. Busca sus labios y esta vez los besa despacio, enseñándole a dar un ósculo, a acariciar los pliegues con labios y boca, suave, pero sus dedos no dejan de continuar excitándola, preparándola... asiente cuando ella corresponde torpe, pero él con maestría va alentándola a darle un mejor beso, a disfrutar de sus salivas entremezcladas al tiempo que sus lenguas acarician a su compañera y sus dientes hacen presa de los pliegues para darles una mayor satisfacción.

La otra mano en su cintura la acerca más para que sus dedos tengan mejor acceso a esa vagina que empieza a encantarle porque es demasiado fácil excitarla al tiempo qe los gemiditos de ella causan revoluciones en su pene. Sus dedos no cesan en su empeño de arrancar más placer y no sólo eso, si no también más gemidos y por qué no, alguno que otro grito, quizá le arrebate hasta su nombre. El pulgar otorga masajes en giros muy concéntricos que buscan marear y enloquecer... su índice en preparar aún más su entrada con su propia lubricación para cuando decida penetrarla con esa misma falange. La mano en su cintura sube para apretar algunos puntos claves en la espalda de la joven para relajarla y darle mayor oportunidad de que se acostumbre, de que lo ansíe... no será tan bruto, con tal de gozar de semejante flor sin tener que pelearse con ella, hasta tierno será. Una ilusión, pero le daráoportunidad de seguir avante.

Al menos, seguir viva.


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Mensaje por Invitado Jue Abr 12, 2012 10:46 am

Las cosas iban avanzando cada vez más, no sabía a donde se dirigía pero eso ahora mismo no era tan importante como lo que le andaba pasando dentro de esa diligencia con ese hombre sentado y entre sus piernas. Nunca había llegado a hablar con alguien sobre lo que las parejas hacen en la intimidad o los lo que los hombres que visitan el burdel, podría decirse que ha estado fuera de todo tema de… fornicación. Inocente ante todo toque o coqueteo de hombres, siempre fue una chica singular ni preocupaciones que no fuera el trabajo o la familia, nada fuera de lugar. Siempre tuvo problemas a la hora de encontrar una pareja o alguien con quién pasar la vida con a esa persona, por culpa del trabajo no tenía demasiado tiempo a relacionarse, ni a salir y mucho menos dinero para permitir algún vestido con el que poder encontrar a alguien y no ir con el vestido de trabajo a todos lados.

Estaba inquieta, angustiada y apesadumbrada totalmente, alguien a quién no quería iba a tocarla por primera vez. Gracias a mi mala suerte, luego de haber estado guardando su virginidad por tanto tiempo y ahora se lo llevaba aquel hombre ególatra, egoísta y bestia. ¿Qué podía hacer? ¿Pedir ayuda? Sería como las historias que cuentan los aldeanos con sus caminos fantasmas en la que una chica siempre grita pidiendo ayuda antes de algo sobrenatural la mate y se encuentre el cuerpo alejado del camino del que tristemente murió. Apostaba aunque fuera ello pecado que si gritaba y pedía ayuda su tiempo de vida disminuiría tan rápidamente que de seguro al siguiente segundo podría estar arriba con sus antepasados…

¿Qué hacer? Ya había decidido que seguirle la corriente y huir en cuanto viera la ocasión era la mejor opción en vez de ocasionarle enfado al hombre de gran altura, anchos hombros y fuerza sobrenatural. Tenía que ser la mejor opción aunque por ello tuviera que pagar un precio alto, una vez que perdiera la virginidad ningún hombre la aceptaría para casarse, ya fuera una persona muy pudiente o no… bueno quizás podría taparlo con tierras y dinero si fuera opulenta de tal forma que pudiera llegar a hacer eso. Pero no. Tenía unas tierras en las que mis padres trabajaban duramente pero que luego tenían que pagar un dinero a la Iglesia y al terrateniente que los tenía hechos unos esclavos a todos los que trabajan para él.

Había intentando escapar de esa esclavitud viajando hacia París ¿Qué había obtenido? Violación...

Es un momento las manos del varón se posicionaron sobre sus muslos como fueran suyos exclusivamente o no fuera nada importante. María sentía escalofríos por el caliente tacto de él en zonas tan íntimas ¿Cómo podía? No lo sabía, pero aunque ella no lo quisiera, su cuerpo reaccionaba de una forma en la que no había reaccionado, era como si hubiera tirado de una palanca y accionado así que mi cuerpo reaccionara de esa manera. Sentía como se le venía ese tipo de calor por todas partes de los nervios y como ardía su busto, ahora sí que se podía decir que estaba completamente roja. Quería que las manos se mantuvieran en ese mismo sitio y que no subieran, que no subieran era lo que pedía, lo que deseaba fervientemente pero no pudo ser. Sus peligrosos ojos estaban fijados en mí y ella no podía apartarlos es como si también los controlara a su total voluntad, me sentía como una muñeca, manejada al gusto. Empezó a respirar por la boca que estaba entre abierta haciendo denotar mi ansiedad por no saber que más pasaría o mejor dicho… lo que le haría aunque si supiera hacia donde iba. Ya había llegado, ya estaba en su ropa interior, solo quedaba unos centímetros más y estaría donde un hombre había estado jamás, donde nunca había tocado nada.

Finalmente el gran hombre llegó a la zona a la que no quería que tocase y para que no se moviese la agarró firmemente, provocándole aún más la sensación de que no habría escapatoria ninguna. Su otra mano libre se internó en ella provocándole un pequeño saltillo al sentir aquella caricia que le hizo sentir como una diminuta puntada de lo que sería el placer. Frunció el ceño cuando ante el primer contacto además, soltó un suave gemido de sus labios entre abiertos por la acelerada respiración y al hacerlo, el varón acomodó su dedo con esos movimientos circulares que hacía que sintiera como si aquel punto le hiciera perder el autocontrol que tenía y encima le hiciera tanto adentro como afuera. Sus bajaron de los hombros del varón por sus brazos, afianzándose antes de llegar al codo. Esos suaves gemidos fueron continuados ante ese masaje que era como hipnótico, sentía que ya no quería que parara, si ya no iba a estar con nadie más… aunque quedara mal como mujer ¿Porqué no disfrutarlo?

Y aunque le resulta vergonzoso mantenerle la mirada mientras hacia esos sonidos tan nuevos con significado de placer, no mucho pudo hacer cuando se le cerraron los ojos aún dando pequeños gemidos, tímida por si le pudieran escuchar. Volvió a dar un salto cuando sintió que otro dedo le acariciaba otro lugar, más interno en ella y que notaba aquella zona mojada. Sintió inquietud, ansiedad porque hiciera algo que no sabía en absoluto de lo que su cuerpo pedía, intentaba mantenerse de alguna manera consciente y que el varón le diera un beso lento en los labios ayudó pues tuvo que concentrarse para poder corresponderle, entre abrió los ojos para encararlo y vio que asintió ante el beso. Poco a poco ella fue aprendiendo a ir añadiendo un ritmo en el beso, lamidas y suaves mordiscos en los labios aunque de vez en cuando soltaba algún que otro gemido o jadeo a causa de que aún seguía moviendo sus dedos en su zona intima. Notaba como si el corazón de un momento a otro residiera en vez de su pecho, estuviera allí abajo donde nada más que le daba suaves golpecitos.

Sus ojos siguieron cerrados, su frente fruncida y sus labios entre abiertos a causa del placer que le daba el hombre, no era capaz ahora mismo de concretar alguna frase con sentido, ni una. Sentía la mano que le agarraba la espalda que estaba tensa, la masajeaba en algunos lugares haciendo que se fuera relajando en cierto modo, no tanto como antes pero algo había conseguido.

Finalmente no pensaba que todo eso fuera tan malo si se lo tomaba en cierta manera… como la primera y última vez que iba a hacer aquello.
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Mensaje por Jared Granchester Mar Abr 24, 2012 9:25 pm

Todo vicio trae siempre su consiguiente excusa.
Publio Siro


Lento, así debe ser, suave para que goce, se deje llevar, su rostro sonrojado, sus pupilas dilatadas, los labios entreabiertos. Jared sonríe con parsimonia al tiempo que su mano continúa los preliminares. Ese dedo haciendo maravillas en el botón más placentero del cuerpo de la joven, el otro acumulando humedades hasta que lento, empieza a introducirlo centímetro a centímetro. Siente el interior perfecto, estimulado, ansiándole y calentándose conforme ella misma se derrite. Ya no hay tanta oposición, se deja llevar para la satisfacción del Regis. Una más que cae en su cama. Sus labios se unen de nuevo al tiempo que él busca por todos los medios incitarla a que se deje llevar, a que sea ella ahora la que le prodigue caricias con esos pliegues que le parecen deliciosos al tacto, al gusto. Sus dientes mordisquean la piel hinchándola, pero sin hacerle demasiado daño. La mano que exploraba la espalda se pierde unos instantes en los botones que lento, pero determinado va desprendiendo de sus ojales abriendo la tela hasta que ésta le permite el acceso a la piel sedosa a pesar de que su status no le proporcione los cuidados que una mujer de clase alta o una cortesana le daría. La juventud es la salvación y al mismo tiempo su perdición. Los dedos masculinos atraviesan la barrera de la ropa hasta llegar a la suavidad, esa piel tersa que entre sus dedos es agradable al cambiaformas. Uno que sonríe con satisfacción, con un sentido del triunfo cuando encuentra las partes más sensibles de la espalda apretándolas y obligándola a arquearse, dejando a la vista el cuerpo femenino que empieza a mostrarse con las prendas resbalando peligrosamente.

Eso quiere, ver su corsé, quitárselo lento mientras la coloca en el asiento y se agacha para hacerle maldades, pero las manos de ella le evitan la visión. Gruñe un tanto acercando la cabeza para lamer el dedo medio de la extremidad derecha, juguetón, incitante, seductor lento va jugueteando con la lengua, con los dientes atrapa y suelta cada pedazo de esa falange hasta que llega a la yema y la envuelve entre sus labios para succionarla al compás de que su dedo medio, entre los pliegues de otros labios, se introduce más lento y empieza un vaivén muy delicado, pero no exento de morbosidad. Los gemidos de ella, ese es su premio, su trofeo, obligarla a soltar la ropa y descubrirse ante él. Ese corsé que pronto caerá permitiéndole ver más allá, saborear, mordisquear. El dedo penetra la húmeda cavidad provocando mayor placer líquido, ronronea con satisfacción al oler profundamente y detectar el aroma de su intimidad. La mira antes de mordisquear ese dedo y succionarlo al mismo ritmo que impone su penetración. Sus ojos fijos en los de ella, un reto, una maldad absoluta, la perdición de la inocencia.

La mano libre se aferra a la cintura de la mujer, rodeando parte de la cadera y la baja hasta que sus sexos se rozan para que la fémina sienta lo que es tener a un hombre, al tiempo que retira esa mano que hacía maravillas y se aferra sin titubeos a los blanquísimos glúteos cubiertos por esa tela que pronto desaparecerá. Jared levanta el rostro, lame los labios femeninos, obligándola a separarlos y aceptar su lengua en el interior de su boca, aspirando su aroma, escuchando su corazón cabalgar de deseo a por él. La conduce en movimientos propios del encuentro sexual que sólo la desesperan, la obligan a ansiarlo. Que lo pida, que se muestre ante él, desprendiéndose de las ropas para que pueda deleitarse en su aroma, en su piel sedosa, en sus curvas que se le antojan besar y lamer, succionar y mordisquear hasta dejarla marcada. Hasta que todos sepan que es de su propiedad.

Pronto llegarían a su refugio, ella estará con su cabello oscuro desperdigado entre los almohadones mientras que Jared se hace cargo de darle el mayor placer de su vida, así como ella se lo concederá a él. Es adicto a las vírgenes, no puede negarlo. Le fascina tenerlas sorprendidas, con esos ojos enormes que parecieran no salir de su azoro nunca, entre gemidos y gritos de deseo, de placer con cada caricia otorgada, cada beso rebuzcado hasta que no puedan más que dejarse llevar y rugir su nombre una y otra vez. Esta joven no será una mancha en su historial, todo lo contrario. Será una mancha más, pero en su cama, de sangre que signifique la pérdida de una virtud arrebatada, no, tomada para la gloria del Regis, para el hombre que la hará bramar de placer hasta que casi pierda el conocimiento y sólo pueda responder con gemidos sexys y cortos, que le pida que la penetre de nuevo, que la bese una vez más, que la mordisquée hasta dejarle marcas por todo el cuerpo y entonces volver al inicio. Jared puede con eso y mucho más, estar horas completas en el paroxismo de la seducción, del erotismo, de la lujuria. No necesita estar erecto, sabe usar demasiado bien la boca, la lengua, las manos para que ella ni siquiera piense en su falo el noventa por ciento del tiempo. El otro diez, será sólo la gloria del cambiaformas haciéndola berrear mientras la posee y la hace olvidarse de todo.

Marcándola por y para su deseo, obligándola a no olvidarlo, a que cuando lo reencuentre le suplique por una noche más a su lado, bajo él, en su cama, tras de ella. Eso es Jared, una máquina de sexo que no se aminala con nada, que busca la satisfacción de la hembra para atarla a él.

Aunque luego tenga que gruñir porque no se la quita de encima.
Jared Granchester
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No me contraries jamás, si no, desconfía de mi tranquilidad (María Montero de Espinosa y Jared Granchester) Empty Re: No me contraries jamás, si no, desconfía de mi tranquilidad (María Montero de Espinosa y Jared Granchester)

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