Cordura en un mundo de locos [Leena]

por **Erlend Hedinson** Vie Ene 20, 2012 1:35 pm

- Aaaah… pequeño estúpido… te advertí de lo que te ocurriría si desembuchabas esa lengua tuya… aunque bueno, la verdad es que esperaba que te encerraran en una mugrienta celda y sobrevivieras con sólo un vaso de agua al día… -chasqueé la lengua, disgustado aunque con una sonrisa burlona en mis labios.- No obstante, he venido a sacarte de aquí, para que veas que lo considerado que soy contigo pese a ser el más grande de los piratas.

Giré sobre mis talones y dejé de jugar con mi sombrero negro para colocarlo sobre mi cabeza, contemplando en sus vidriosos ojos temerosos las sombras que ejercía dicho objeto hacia mi rostro divertido y maligno, como fiel reflejo de aquella cruel idea que empezaba a tomar forma en mi mente.

- Vamos… ¿no te alegras? Si no fuera por mí te pudrirías en este… loquero de mala muerte de por vida... aunque falta te hace, la verdad. ¿Qué os hacen aquí? ¿Os atizan hasta que dejáis de asegurar que habéis sido poseídos por un brujo? ¿O quizás os sodomizan para que no traméis una guerra contra este servidor? –solté una sonora carcajada y le acorralé contra la pared de yeso que se quejó por un simple roce.- ¿No puedes hablar, cierto? ¿Quién te manda intentar suicidarte cortándote la lengua? Ahora sólo me balbuceas cosas que no entiendo mientras tus ojos lloran y parece que vayas a ahogarte… ¿qué dices? ¡Oh, no me supliques clemencia! Sólo vine a una visita de cortesía y…- miré por la ventana de la puerta cerrada que daba acceso al pasillo comunitario y con una sonrisa torcida, volví mis ojos inyectados en ira ironizada hacia el sujeto en cuestión.- ...llevarte a dónde procedes, a tu casa. Pero no seré yo quién te lleve, no desesperes, en breve dejarás de verme. Para esa misión, hice llamar a todo un especialista… espero que la Muerte te caiga mejor que yo, amigo…

Le tomé entonces del cuello para que no forcejeara contra mí, a la vez que mis ojos se concentraron en los suyos y sus fuerzas flaquearon antes de que mi voz terminara el conjuro.

- Spiritus auras, et vento arenae. Angelus uniat libero versus offero hoc ventum. Vides angelus mortis antequam essem.- sonreí complacido y solté su cuello cuando ya su piel yacía fría y pálida como si llevase muerto varios días.- ¡Sayonara!- me despedí del cadáver agitando la mano de forma infantil y me reí solo ante aquella cómica situación.

Sin perder más el tiempo rebusqué en aquél putrefacto habitáculo hasta que encontré aquellas cartas y dibujos desveladores, guardándolos en el interior de mi chaqueta. De este modo, até su cinturón al cuello del hombre colgándolo de una viga situada en el techo. Acerqué el taburete a sus pies y calculando la distancia a la que caería volcado si el sujeto lo hubiera pateado en su idea del suicidio, lo imité de forma precisa y detallada.

- Deberías lavarte de vez en cuando, so cochino.- refunfuñé hacia el fiambre que aún mantenía sus ojos y su boca abiertos de par en par, como si acabara de ver a la mismísima Muerte con su guadaña. Fruncí la nariz ante el pestilente olor que ya desprendía y le di la espalda para abrir la puerta sigilosamente, momento en el que miré a un lado y a otro del pasillo desértico, caminando mientras silbaba una canción fúnebre en dirección al patio del sanatorio que me conduciría hacia la salida. Fue en ese jardín lleno de trastornados en el que me la encontré sentada en un banco y desde luego, ella fue quién más diversión me proporcionó aquella gélida mañana de enero.