AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Últimos temas
Vargas Avaggio
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Vargas Avaggio
Nombre del personaje: Vargas Avaggio
Edad: lleva tiempo sin contar los años, pero aparenta unos 38 años
Especie: vampiro
Tipo y nivel social: Clase Alta
Lugar de origen: Cagliari, Italia
Fecha de muerte: 1535
Habilidad: es poseedor de las habilidades empáticas y una fuerza descomunal que hacen de él un ser endiabladamente magnético.
Descripción física: 1´86, pelo castaño muy oscuro, tez palida, barba de un par de días, ojos marrones oscuros, a veces con destellos rojizos.
Descripción psicológica: a pesar de haber tardado años en aceptar su situación, tiene una visión de la vida cómica. Se ríe ante las adversidades que se le presentan e intenta afrontarlas con la mayor discreción posible. Es raro que se tome algo verdaderamente en serio y domina el arte del sarcasmo; no obstante, cuando algo llega a molestarle no parará hasta erradicar el problema de raíz y asegurarse de que nunca más volverá a tener que preocuparse por ello. Hace varios años que descartó el amor en su vida, pues cree estar convencido de que la vida de un ser como él está destinada a la más fría e inimaginable soledad; a pesar de ello le cuesta permanecer inactivo ante fiestas y demás eventos conmemorativos. Se considera un amante del buen gusto y odia lo mediocre y ordinario.
Historia: hijo único de la familia Avaggio, nació en la ciudad italiana de Cagliari durante la semana santa más calurosa de la década. Durante sus primeros años de vida se dedicó a formarse para cumplir con la herencia que su familia cargaba desde hace siglos: asesinos a las órdenes de la familia Caprianni, que durante aquella época se encontraba dentro del círculo de defensores de Italia frente a las potencias extranjeras de Francia y España. Debido a esto, pocas cosas eran las que se le negaban a esta familia con pretensiones monárquicas, y menos aún eran las personas que osaban interponerse en su camino. De conseguir sus objetivos se encargaba su fortuna, amasada por años de guerras interminables, y en cuanto a sus enemigos, digamos que se encargaba discretamente la familia Avaggio.
Volviendo a nuestro protagonista, fue bautizado con el nombre de Fabriccio y a pesar de su duro entrenamiento era optimista frente al negro futuro de sangre que se le brindaba. Durante su adolescencia no tuvo demasiadas relaciones, pues no le interesaban las mujeres de su alrededor.
Al cumplir sus 18 años se le consideró maduro como para comenzar a asistir a las reuniones con la familia Caprianni en las que se les asignaba a su familia...los trabajos convenientes.
Durante su primera visita a la mansión Caprianni, una visión dio un giro inesperado a su vida. La hija del matrimonio Caprianni, Gianna, ayudaba al jardinero a trasplantar unas orquídeas en los jardines cercanos al camino principal que llevaba hasta la mansión. Nunca antes había visto algo así: las flores que tocaba palidecían ante su belleza y los pétalos caían por sus manos, envidiosos de su sedosa tez. Por supuesto nunca se le habría ocurrido mirarla directamente si no fuera porque ella ya lo hacía, con sus ojos verdes tan profundos como las aguas que bañaban Cagliari...
A partir de aquel día cada vez que acompañaba a su padre y a sus tíos a la mansión Caprianni siempre se las ingeniaba para tener que volver a los jardines o retrasarse, como olvidar algo en el carruaje o tener que recoger ciertos cueros para su madre. Lo más común es que su relación con Gianna no pasase de inocentes miradas, pero él se encontraba perdidamente enamorado de ella, y esto le hacía a su vez infinitamente feliz.
Así pasaron los años, hasta que en noviembre a sus 24 años, le fue entregado su primer trabajo. Decir que aunque llevase una vida aparentemente tranquila, y estuviese contento con ella, el orgullo que sintió al recibir la carta con tinta verde y el sello de los Caprianni solo era comparable al amor que sentía por Gianna. El asunto era sencillo: acabar con una rata llamada Di Natale que vivía cerca del puerto. Ya lo conocía desde que intentó ejecutar un robo en una pescadería mientras él estaba dentro acompañando a su madre en la compra diaria. No era un tipo muy inteligente, pero consiguió escapar de los marineros que descargaban su cargamento en el muelle de milagro. El asunto nunca se les comunicaba. Le habían enseñado que eso no era lo importante. Solo la orden. Esa noche se vistió con su traje de cuero negro repleto de bolsillos y cogió únicamente un par de dagas, no pensaba que daría muchos problemas. De camino al muelle pasó por sus jardines predilectos y estuvo un rato mirando a la ventana de su amada, la cual él calculaba que estaría cenando. No le fue difícil encontrar a su objetivo. Se encontraba en el paseo del puerto intentando aprovecharse de algún pobre imbécil que se dejase embaucar. Fue rápido. Esperó que regresase a su casa y en el primer callejón oscuro que pisó le atacó como le habían enseñado. Por la espalda, debajo del omóplato y ligeramente a la izquierda, apuñalar y luego doblar el cuchillo para que la sangre fluya con mayor rapidez. Salió corriendo y no paró hasta que estuvo seguro de que nadie le podría haber seguido. Su corazón latía como si desease más espacio para funcionar. Tras pasar el subidón de adrenalina algo removió su alma tan violentamente que lo mareó. Había sido fácil. Demasiado fácil.
Ante él se mostró la fragilidad humana. Todo se desmoronó. Nada merecía la pena si un suspiro te lo podía arrebatar. Esto cambió drásticamente la vida de Fabriccio. Pasó varias semanas sin salir de su habitación y sin cumplir sus obligaciones, espantado de que se le pidiese otra vez que demostrara lo sencillo que era arrebatar una vida. Empezó a frecuentar tabernas y se dejaba caer por los rincones más oscuros de la ciudad de Cagliari buscando irreverentes conflictos, para así poder morir de una vez y quitarse la angustia que sufría y no le dejaba dormir en paz. Pensaba que de esa forma podía elegir el momento de su muerte, y que no se la arrebatasen por la espalda en un callejón. Pero nunca lo conseguía, pues siempre se le aparecía la cara de su Gianna en el momento en el que solo le faltaba dar un sorbo, o prender una mecha.
Todo esto cambió en el año 1535, cuando en una de sus visitas a su jardín oyó a dos sirvientes hablar sobre el futuro matrimonio entre Gianna y su primo Anggelo, que acababa de volver del frente de Génova.
Esto fue la pólvora que impulsó a Fabriccio cometer lo que llevaba deseando tantos meses. Se dirigió a la taberna que solía frecuentar y compró una botella de absenta. Guardaba en su cuarto, debajo de una tabla rota del suelo una ampolla con cicuta, que era el único veneno que había podido consegir si llamar demasiado la atención. Fue a la pequeña calle que se encontraba detrás de su casa y comenzó a beber los líquidos mezclados. No había ni un alma en la calle, y la oscuridad lo inundaba todo. Fabriccio empezó a ver borroso; notaba como sus extremidades se entumecían y como su saliva empezaba a volverse espesa, casi como aceite. En ese instante, el miedo invadió su cuerpo y la idea de la muerte le dejó de parecer atractiva. Intentó moverse, pero no pudo. Lo único que consiguió fue producir un lastimero aullido, casi como el de un roedor desesperado que ha caído en las zarpas de un depredador. Aún asi, alguien escuchó sus súplicas. Una sombra, pues ya no conseguía visualizar nada nítidamente, se le acercó, se agachó frente a su cabeza, y colocó unos labios helados en su oreja
_ Podría darte algo más de tiempo en esta puta vida, amigo, pero no se si la mereces.
_Por... favor...
_Maldito bastardo, te has acabado toda la botella. ¿En serio deseas seguir existiendo?. Solo te lo diré una vez, te convertiré en un ser despreciable, una saguijuela, y estarás condenado para la eternidad a transportar un alma negra y corrupta que acabará devorándote, amigo. Se que suena jodido pero... tampoco te queda donde elegir ¿no?. Venga, ¿qué me dices?
_Ssii...
Lo último que recordó fue un pequeño pinchazo y la cara de su Gianna...
Era de día, no... de noche. Debía haber varias velas porque la claridad era absoluta. Podía ver la luna por una ventana circular en la pared, cerca del techo. Se levantó y se dió cuenta de su desnudez. Caminó un par de metros algo mareado y se apoyó en otra camilla cercana. ¿Camilla?. Solo entonces se planteó lo que había pasado. No recordó nada, pero si vio claramente la imagen de la botella con cicuta, y su extraño encuentro. Claro. Un hospital. El extraño lo había llevado a un hospital. Intento coger una vela pero no encontró ninguna. De repente algo no le pareció bien. Había varias camillas a su alrededor con personas durmiendo. Esto es común en familias pobres pero en su caso debería encontrarse en una habitacíon privada. Todas las personas estaban desnudas. De pronto todo encajó.
_La morgue, ¿qué demonios hago en la morgue?
Buscó la salida pero estaba cerrada, no obstante cuando apretó la cerradura esta cedió rompiendo el cerrojo. Creyó que debía estar oxidado. Lo que le esperaba fuera era una fría noche de enero, pero lo cierto es que no sentía frío en absoluto. Durante su regreso a casa, se iba fijando en las venitas que ahora se veían claramente en sus pies, antes morenos y repletos de pequeñas cicatrices por el entrenamiento, ahora muy pálidos e inmaculados. Todos en su casa estaban durmiendo, asi que decidió no despertarlos y pedir explicaciones el próximo día. Se dio cuenta entonces de que el hambre lo devoraba y decidió ir a la enorme despensa y comer algo. En cuanto abrió la robusta puerta de abedul vio las sobras de la cena de esa noche: su plato favorito, una gran cacerola de barro repleta de rissoto de trigo y arroz acompañado con las setas que su tía Loretta solía coger de la montaña. Nunca antes había probado algo tan soberanamente desagradable. No sabría decir que es lo que fallaba pero ese mejunje no era lo que preparaba su madre. Sabía a ceniza, a tierra, y además encontraba su olor nauseabundo. El primer bocado le quitó el apetito. Pensó en ir a descansar un rato, pues calculaba unas 3 ó 4 horas hasta el amanecer, pero no tenía sueño.
De pronto se acordó de Gianna. Pobre. No sabía cuanto tiempo había estado ingresado y luego en la morgue... podría haberse asustado mucho. Creyó oportuna una visita nocturna, sorprendiéndose a sí mismo del valor que eso conllevaba. Tardó poco menos que cinco minutos en hacer el camino que antaño le ocupaba media hora, pero no se dio cuenta. Solo pensaba en una cosa. En cuanto llegó, la verja estaba cerrada, asi que pensó en saltarla. Antes de intentarlo empujó un poco los oxidados hierros y ante su sorpresa, cedieron y pudo entrar. La cadena acabó por caerse.
_No la abrán atado bien- pensó mientras avanzaba por las sombras del jardín-.
En cuanto se vió delante de la puerta principal, empezó a escalar la jardinera k llegaba hasta la ventana deseada. Cuando alcanzó el final, se sentó en la marquesina con una agilidad impropia en él. La ventana estaba entreabierta, pero algo le impedía entrar. Optó por llamar a Gianna, la cual se despertó con un pequeño espasmo que le hizo reir. La muchacha se acercó a la ventana y observó enmudecida la criatura que se encontraba en su ventana. No gritó, pero la mirada horrorizada que vió Fabriccio en sus ojos le bastó para huir de allí en seguida. No se paró a pensar en como había sobrevivido una caída de más de 5 metros. Solo corría. En poco más de unos minutos llegó a la playa. Allí anduvo hasta que se tranquilizó. Cuando se acercó a la negra agua para refrescarse, miró por primera vez su reflejo desde que salió de la morgue gracias a la luz de la luna, que en ese periodo se encontraba en fase llena. Su cara, blanca como un espectro, mostraba una expresión cruel, sus facciones se habían afilado y sus labios tenían un tono rojizo que solo a las prostitutas les estaba permitido usar. Pero lo que más le asustó fueron sus dos colmillos, que habían aumentado más de un centímetro y se habían vuelto blancos y afilados.
Curiosamente no se asustó. Tampoco le asombró palpar su cuello y encontrar un par de minúsculas muescas. El extraño le avisó. Una sanguijuela... por supuesto. Debió haber pensado que ese hombre no podría provenir más que del mismísimo infierno. Sus tíos ya le habían hablado de esos seres. Sin lugar a dudas se había convertido en uno de esos engendros.
Durante varios días recorrió las calles de Cagliari. Sin poder volver a su hogar, la ciudad se convirtió de la noche a la mañana en callejones y sombras. El Sol le apuñalaba, a si que por las noches se escondía en las buhardillas de las personas que antaño habían sido sus amigos.
El hambre lo mataba poco a poco. Él conocía la alimentación que debía seguir a partir de ahora, pero no le gustaba la idea de volver a matar. Había leído en su juventud varios libros sobre lo que los autores llamaban Vampyr, y esta seguro de que él mismo era uno de ellos.
Esa misma noche, cuando salió de su escondrijo, vio a una prostituta borracha que estaba vomitando en una esquina, manchando su vestido de vivos colores. No pudo resistirse. Si su anterior experiencia con la muerte le había parecido rápida, esta ni siquiera le dio tiempo a reaccionar. En cuanto su cuerpo se dejó llevar por sus instintos se demostró a sí mismo la bestia en la que se había transformado. A pesar de encontrarse en shock por lo ocurrido, su propio cuerpo dirigió sus colmillos hacia la joven víctima, y empezó a succionar la sangre de su muñeca, y luego de su cuello. Nunca antes había probado un néctar tan delicioso. Cuando terminó, se sintió con fuerzas renovadas y tuvo incluso un impulso de volver a buscar otra víctima, pero la luz del amanecer le sorprendió, obligándolo a esconderse de nuevo en la oscuridad. Durante ese día estuvo cavilando sobre sus próximos movimientos. Le asqueaba la idea de matar a sus vecinos para alimentarse, pero irse significaría no volver a ver más su amada Cagliari, a demás Gianna lo había visto, y si bien sus padres habían decidido ignorarla, ahora con una prostituta desangrada empezarían a creerla. No había otra opción.
_Soy un monstruo, pero aún puedo decidir sobre mis acciones.
Decidió abandonar la ciudad. No tenía pensado despedirse de sus padres, pues atando cabos había llegado a la conclusión de que si estaba en la morgue cuando despertó fue porque ellos ya habían reconocido su cadáver. Sin embargo no tuvo corazón para no despedirse de su Gianna. Él sabía que ella había llegado a amarla, y creyó oportuno dejarle, quizás algo que le recordase a él.
Así pues cuando la Luna hizo acto de presencia esa noche, volvió a tomar ese camino que con tanta felicidad hace unos meses hubiese recorrido diariamente. Como única prueba de su despedida dejó en el balcón de su amada una orquídea negra, que el día anterior había robado de un cargamento de uno de esos barcos de las Indias Occidentales. Por más que lo intentó no consiguió sentir pena. Se sentía como si acabase de cortar todos los cabos que lo unían a su antigua vida. En cierta manera eso le tranqulizó.
Comenzó a abandonar su querida Cagliari yendo hacía el puerto, y escondiendose en el primer barco descargado que encontró. Tuvo suerte pues este zarpó dos días después con destino Nápoles. Así pues, perdió de vista las costas de la isla en la que había nacido, y de la que nunca se había separado.
Tras llegar a Nápoles, decidió formar parte de una familia de gitanos nómadas, de unas 20 personas, que encontró a las afueras de la ciudad. En cuanto la matriarca lo vió, reconoció rápidamente la negra huella que arrastraba, y se apiadó de él. Durante un tiempo vivió con ellos, llegando a formar parte incluso de su familia. Le hicieron desprenderse de su nombre italiano y lo bautizaron como Vargas, nombre de orígen húngaro y que en su propio idioma significaba "sonrisa puntiaguda". Prefirió no obtener un nuevo apellido, y renació con el nombre de Vargas Avaggio.
Algo más tarde desapareció sin aviso previo, y eligió a la soledad como acompañante en su futuro próximo. Esto es lo último que se sabe de Vargas Avaggio. Hace un par de semanas volvió a la civilización y ha elegido París. Se desconocen sus objetivos, pero esta claro que los años le han cambiado, y que esta deseando vivir su nueva muerte.
Edad: lleva tiempo sin contar los años, pero aparenta unos 38 años
Especie: vampiro
Tipo y nivel social: Clase Alta
Lugar de origen: Cagliari, Italia
Fecha de muerte: 1535
Habilidad: es poseedor de las habilidades empáticas y una fuerza descomunal que hacen de él un ser endiabladamente magnético.
Descripción física: 1´86, pelo castaño muy oscuro, tez palida, barba de un par de días, ojos marrones oscuros, a veces con destellos rojizos.
Descripción psicológica: a pesar de haber tardado años en aceptar su situación, tiene una visión de la vida cómica. Se ríe ante las adversidades que se le presentan e intenta afrontarlas con la mayor discreción posible. Es raro que se tome algo verdaderamente en serio y domina el arte del sarcasmo; no obstante, cuando algo llega a molestarle no parará hasta erradicar el problema de raíz y asegurarse de que nunca más volverá a tener que preocuparse por ello. Hace varios años que descartó el amor en su vida, pues cree estar convencido de que la vida de un ser como él está destinada a la más fría e inimaginable soledad; a pesar de ello le cuesta permanecer inactivo ante fiestas y demás eventos conmemorativos. Se considera un amante del buen gusto y odia lo mediocre y ordinario.
Historia: hijo único de la familia Avaggio, nació en la ciudad italiana de Cagliari durante la semana santa más calurosa de la década. Durante sus primeros años de vida se dedicó a formarse para cumplir con la herencia que su familia cargaba desde hace siglos: asesinos a las órdenes de la familia Caprianni, que durante aquella época se encontraba dentro del círculo de defensores de Italia frente a las potencias extranjeras de Francia y España. Debido a esto, pocas cosas eran las que se le negaban a esta familia con pretensiones monárquicas, y menos aún eran las personas que osaban interponerse en su camino. De conseguir sus objetivos se encargaba su fortuna, amasada por años de guerras interminables, y en cuanto a sus enemigos, digamos que se encargaba discretamente la familia Avaggio.
Volviendo a nuestro protagonista, fue bautizado con el nombre de Fabriccio y a pesar de su duro entrenamiento era optimista frente al negro futuro de sangre que se le brindaba. Durante su adolescencia no tuvo demasiadas relaciones, pues no le interesaban las mujeres de su alrededor.
Al cumplir sus 18 años se le consideró maduro como para comenzar a asistir a las reuniones con la familia Caprianni en las que se les asignaba a su familia...los trabajos convenientes.
Durante su primera visita a la mansión Caprianni, una visión dio un giro inesperado a su vida. La hija del matrimonio Caprianni, Gianna, ayudaba al jardinero a trasplantar unas orquídeas en los jardines cercanos al camino principal que llevaba hasta la mansión. Nunca antes había visto algo así: las flores que tocaba palidecían ante su belleza y los pétalos caían por sus manos, envidiosos de su sedosa tez. Por supuesto nunca se le habría ocurrido mirarla directamente si no fuera porque ella ya lo hacía, con sus ojos verdes tan profundos como las aguas que bañaban Cagliari...
A partir de aquel día cada vez que acompañaba a su padre y a sus tíos a la mansión Caprianni siempre se las ingeniaba para tener que volver a los jardines o retrasarse, como olvidar algo en el carruaje o tener que recoger ciertos cueros para su madre. Lo más común es que su relación con Gianna no pasase de inocentes miradas, pero él se encontraba perdidamente enamorado de ella, y esto le hacía a su vez infinitamente feliz.
Así pasaron los años, hasta que en noviembre a sus 24 años, le fue entregado su primer trabajo. Decir que aunque llevase una vida aparentemente tranquila, y estuviese contento con ella, el orgullo que sintió al recibir la carta con tinta verde y el sello de los Caprianni solo era comparable al amor que sentía por Gianna. El asunto era sencillo: acabar con una rata llamada Di Natale que vivía cerca del puerto. Ya lo conocía desde que intentó ejecutar un robo en una pescadería mientras él estaba dentro acompañando a su madre en la compra diaria. No era un tipo muy inteligente, pero consiguió escapar de los marineros que descargaban su cargamento en el muelle de milagro. El asunto nunca se les comunicaba. Le habían enseñado que eso no era lo importante. Solo la orden. Esa noche se vistió con su traje de cuero negro repleto de bolsillos y cogió únicamente un par de dagas, no pensaba que daría muchos problemas. De camino al muelle pasó por sus jardines predilectos y estuvo un rato mirando a la ventana de su amada, la cual él calculaba que estaría cenando. No le fue difícil encontrar a su objetivo. Se encontraba en el paseo del puerto intentando aprovecharse de algún pobre imbécil que se dejase embaucar. Fue rápido. Esperó que regresase a su casa y en el primer callejón oscuro que pisó le atacó como le habían enseñado. Por la espalda, debajo del omóplato y ligeramente a la izquierda, apuñalar y luego doblar el cuchillo para que la sangre fluya con mayor rapidez. Salió corriendo y no paró hasta que estuvo seguro de que nadie le podría haber seguido. Su corazón latía como si desease más espacio para funcionar. Tras pasar el subidón de adrenalina algo removió su alma tan violentamente que lo mareó. Había sido fácil. Demasiado fácil.
Ante él se mostró la fragilidad humana. Todo se desmoronó. Nada merecía la pena si un suspiro te lo podía arrebatar. Esto cambió drásticamente la vida de Fabriccio. Pasó varias semanas sin salir de su habitación y sin cumplir sus obligaciones, espantado de que se le pidiese otra vez que demostrara lo sencillo que era arrebatar una vida. Empezó a frecuentar tabernas y se dejaba caer por los rincones más oscuros de la ciudad de Cagliari buscando irreverentes conflictos, para así poder morir de una vez y quitarse la angustia que sufría y no le dejaba dormir en paz. Pensaba que de esa forma podía elegir el momento de su muerte, y que no se la arrebatasen por la espalda en un callejón. Pero nunca lo conseguía, pues siempre se le aparecía la cara de su Gianna en el momento en el que solo le faltaba dar un sorbo, o prender una mecha.
Todo esto cambió en el año 1535, cuando en una de sus visitas a su jardín oyó a dos sirvientes hablar sobre el futuro matrimonio entre Gianna y su primo Anggelo, que acababa de volver del frente de Génova.
Esto fue la pólvora que impulsó a Fabriccio cometer lo que llevaba deseando tantos meses. Se dirigió a la taberna que solía frecuentar y compró una botella de absenta. Guardaba en su cuarto, debajo de una tabla rota del suelo una ampolla con cicuta, que era el único veneno que había podido consegir si llamar demasiado la atención. Fue a la pequeña calle que se encontraba detrás de su casa y comenzó a beber los líquidos mezclados. No había ni un alma en la calle, y la oscuridad lo inundaba todo. Fabriccio empezó a ver borroso; notaba como sus extremidades se entumecían y como su saliva empezaba a volverse espesa, casi como aceite. En ese instante, el miedo invadió su cuerpo y la idea de la muerte le dejó de parecer atractiva. Intentó moverse, pero no pudo. Lo único que consiguió fue producir un lastimero aullido, casi como el de un roedor desesperado que ha caído en las zarpas de un depredador. Aún asi, alguien escuchó sus súplicas. Una sombra, pues ya no conseguía visualizar nada nítidamente, se le acercó, se agachó frente a su cabeza, y colocó unos labios helados en su oreja
_ Podría darte algo más de tiempo en esta puta vida, amigo, pero no se si la mereces.
_Por... favor...
_Maldito bastardo, te has acabado toda la botella. ¿En serio deseas seguir existiendo?. Solo te lo diré una vez, te convertiré en un ser despreciable, una saguijuela, y estarás condenado para la eternidad a transportar un alma negra y corrupta que acabará devorándote, amigo. Se que suena jodido pero... tampoco te queda donde elegir ¿no?. Venga, ¿qué me dices?
_Ssii...
Lo último que recordó fue un pequeño pinchazo y la cara de su Gianna...
Era de día, no... de noche. Debía haber varias velas porque la claridad era absoluta. Podía ver la luna por una ventana circular en la pared, cerca del techo. Se levantó y se dió cuenta de su desnudez. Caminó un par de metros algo mareado y se apoyó en otra camilla cercana. ¿Camilla?. Solo entonces se planteó lo que había pasado. No recordó nada, pero si vio claramente la imagen de la botella con cicuta, y su extraño encuentro. Claro. Un hospital. El extraño lo había llevado a un hospital. Intento coger una vela pero no encontró ninguna. De repente algo no le pareció bien. Había varias camillas a su alrededor con personas durmiendo. Esto es común en familias pobres pero en su caso debería encontrarse en una habitacíon privada. Todas las personas estaban desnudas. De pronto todo encajó.
_La morgue, ¿qué demonios hago en la morgue?
Buscó la salida pero estaba cerrada, no obstante cuando apretó la cerradura esta cedió rompiendo el cerrojo. Creyó que debía estar oxidado. Lo que le esperaba fuera era una fría noche de enero, pero lo cierto es que no sentía frío en absoluto. Durante su regreso a casa, se iba fijando en las venitas que ahora se veían claramente en sus pies, antes morenos y repletos de pequeñas cicatrices por el entrenamiento, ahora muy pálidos e inmaculados. Todos en su casa estaban durmiendo, asi que decidió no despertarlos y pedir explicaciones el próximo día. Se dio cuenta entonces de que el hambre lo devoraba y decidió ir a la enorme despensa y comer algo. En cuanto abrió la robusta puerta de abedul vio las sobras de la cena de esa noche: su plato favorito, una gran cacerola de barro repleta de rissoto de trigo y arroz acompañado con las setas que su tía Loretta solía coger de la montaña. Nunca antes había probado algo tan soberanamente desagradable. No sabría decir que es lo que fallaba pero ese mejunje no era lo que preparaba su madre. Sabía a ceniza, a tierra, y además encontraba su olor nauseabundo. El primer bocado le quitó el apetito. Pensó en ir a descansar un rato, pues calculaba unas 3 ó 4 horas hasta el amanecer, pero no tenía sueño.
De pronto se acordó de Gianna. Pobre. No sabía cuanto tiempo había estado ingresado y luego en la morgue... podría haberse asustado mucho. Creyó oportuna una visita nocturna, sorprendiéndose a sí mismo del valor que eso conllevaba. Tardó poco menos que cinco minutos en hacer el camino que antaño le ocupaba media hora, pero no se dio cuenta. Solo pensaba en una cosa. En cuanto llegó, la verja estaba cerrada, asi que pensó en saltarla. Antes de intentarlo empujó un poco los oxidados hierros y ante su sorpresa, cedieron y pudo entrar. La cadena acabó por caerse.
_No la abrán atado bien- pensó mientras avanzaba por las sombras del jardín-.
En cuanto se vió delante de la puerta principal, empezó a escalar la jardinera k llegaba hasta la ventana deseada. Cuando alcanzó el final, se sentó en la marquesina con una agilidad impropia en él. La ventana estaba entreabierta, pero algo le impedía entrar. Optó por llamar a Gianna, la cual se despertó con un pequeño espasmo que le hizo reir. La muchacha se acercó a la ventana y observó enmudecida la criatura que se encontraba en su ventana. No gritó, pero la mirada horrorizada que vió Fabriccio en sus ojos le bastó para huir de allí en seguida. No se paró a pensar en como había sobrevivido una caída de más de 5 metros. Solo corría. En poco más de unos minutos llegó a la playa. Allí anduvo hasta que se tranquilizó. Cuando se acercó a la negra agua para refrescarse, miró por primera vez su reflejo desde que salió de la morgue gracias a la luz de la luna, que en ese periodo se encontraba en fase llena. Su cara, blanca como un espectro, mostraba una expresión cruel, sus facciones se habían afilado y sus labios tenían un tono rojizo que solo a las prostitutas les estaba permitido usar. Pero lo que más le asustó fueron sus dos colmillos, que habían aumentado más de un centímetro y se habían vuelto blancos y afilados.
Curiosamente no se asustó. Tampoco le asombró palpar su cuello y encontrar un par de minúsculas muescas. El extraño le avisó. Una sanguijuela... por supuesto. Debió haber pensado que ese hombre no podría provenir más que del mismísimo infierno. Sus tíos ya le habían hablado de esos seres. Sin lugar a dudas se había convertido en uno de esos engendros.
Durante varios días recorrió las calles de Cagliari. Sin poder volver a su hogar, la ciudad se convirtió de la noche a la mañana en callejones y sombras. El Sol le apuñalaba, a si que por las noches se escondía en las buhardillas de las personas que antaño habían sido sus amigos.
El hambre lo mataba poco a poco. Él conocía la alimentación que debía seguir a partir de ahora, pero no le gustaba la idea de volver a matar. Había leído en su juventud varios libros sobre lo que los autores llamaban Vampyr, y esta seguro de que él mismo era uno de ellos.
Esa misma noche, cuando salió de su escondrijo, vio a una prostituta borracha que estaba vomitando en una esquina, manchando su vestido de vivos colores. No pudo resistirse. Si su anterior experiencia con la muerte le había parecido rápida, esta ni siquiera le dio tiempo a reaccionar. En cuanto su cuerpo se dejó llevar por sus instintos se demostró a sí mismo la bestia en la que se había transformado. A pesar de encontrarse en shock por lo ocurrido, su propio cuerpo dirigió sus colmillos hacia la joven víctima, y empezó a succionar la sangre de su muñeca, y luego de su cuello. Nunca antes había probado un néctar tan delicioso. Cuando terminó, se sintió con fuerzas renovadas y tuvo incluso un impulso de volver a buscar otra víctima, pero la luz del amanecer le sorprendió, obligándolo a esconderse de nuevo en la oscuridad. Durante ese día estuvo cavilando sobre sus próximos movimientos. Le asqueaba la idea de matar a sus vecinos para alimentarse, pero irse significaría no volver a ver más su amada Cagliari, a demás Gianna lo había visto, y si bien sus padres habían decidido ignorarla, ahora con una prostituta desangrada empezarían a creerla. No había otra opción.
_Soy un monstruo, pero aún puedo decidir sobre mis acciones.
Decidió abandonar la ciudad. No tenía pensado despedirse de sus padres, pues atando cabos había llegado a la conclusión de que si estaba en la morgue cuando despertó fue porque ellos ya habían reconocido su cadáver. Sin embargo no tuvo corazón para no despedirse de su Gianna. Él sabía que ella había llegado a amarla, y creyó oportuno dejarle, quizás algo que le recordase a él.
Así pues cuando la Luna hizo acto de presencia esa noche, volvió a tomar ese camino que con tanta felicidad hace unos meses hubiese recorrido diariamente. Como única prueba de su despedida dejó en el balcón de su amada una orquídea negra, que el día anterior había robado de un cargamento de uno de esos barcos de las Indias Occidentales. Por más que lo intentó no consiguió sentir pena. Se sentía como si acabase de cortar todos los cabos que lo unían a su antigua vida. En cierta manera eso le tranqulizó.
Comenzó a abandonar su querida Cagliari yendo hacía el puerto, y escondiendose en el primer barco descargado que encontró. Tuvo suerte pues este zarpó dos días después con destino Nápoles. Así pues, perdió de vista las costas de la isla en la que había nacido, y de la que nunca se había separado.
Tras llegar a Nápoles, decidió formar parte de una familia de gitanos nómadas, de unas 20 personas, que encontró a las afueras de la ciudad. En cuanto la matriarca lo vió, reconoció rápidamente la negra huella que arrastraba, y se apiadó de él. Durante un tiempo vivió con ellos, llegando a formar parte incluso de su familia. Le hicieron desprenderse de su nombre italiano y lo bautizaron como Vargas, nombre de orígen húngaro y que en su propio idioma significaba "sonrisa puntiaguda". Prefirió no obtener un nuevo apellido, y renació con el nombre de Vargas Avaggio.
Algo más tarde desapareció sin aviso previo, y eligió a la soledad como acompañante en su futuro próximo. Esto es lo último que se sabe de Vargas Avaggio. Hace un par de semanas volvió a la civilización y ha elegido París. Se desconocen sus objetivos, pero esta claro que los años le han cambiado, y que esta deseando vivir su nueva muerte.
Última edición por Vargas Avaggio el Vie Jul 02, 2010 3:21 pm, editado 1 vez
Invitado- Invitado
Re: Vargas Avaggio
En cuanto edites lo que te he mencionado via mp por favor postea aqui para que alguien apruebe tu ficha y se te de el color y rango. Gracias.
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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Re: Vargas Avaggio
Ficha aceptada.
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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