Deslumbrado

Después de varios intentos, por fin había conseguido una audición y regresó a casa más feliz de lo que le hubiera gustado admitir; después de todo, el dinero que tenía no duraría para siempre y ¿qué mejor empleo podía pedir? No podía dejar de pensar en todo lo que se hubiera ahorrado de haberse tragado su altanería con su padre. Su felicidad se fue al demonio con el solo asomo de ese pensamiento y decidió revisar el atuendo que usaría para la prueba.

Odiaba ocuparse de esos detalles, pero (dada su condición) prefería prescindir de cualquier servidumbre. Por eso no había reparado en que una buena parte de sus vestimentas no se hallaban en las mejores condiciones. Maldijo por lo bajo. “Por lo menos hay uno lo suficientemente bueno”, se dijo mientras pensaba que no podía seguir usando aquello, pero luego pensó en toda la ropa que había arruinado durante sus transformaciones y recapacitó; tal vez no fuera tan mala idea conservarlas. Sin embargo, después de pensarlo un rato, le pareció que al traje que había elegido le faltaba algo.

Tras darle mil vueltas al –banal- asunto (como solía hacer con casi todo lo que lo incomodaba), salió de casa para interrogar a una de las vecinas. Él no tenía idea de quién podría realizar la tarea que tenía en mente, pero tuvo suerte y la amable mujer le dio una dirección, diciéndole que la costurera en cuestión estaría agradecida de tener un nuevo cliente –y más aún de la altura del joven, añadió en un tono que él no supo cómo interpretar.

De ese modo, se encaminó hacia el lugar. Pronto halló la puerta indicada y llamó. Mientras esperaba a que alguien abriera, imaginaba que se encontraría con una mujer madura y de aspecto cansado, pero cuando apareció en el umbral una hermosa joven de ojos oscuros, ni siquiera pudo articular palabra. No solían intimidarlo las chicas atractivas, pero ella lo había pillado desprevenido.

Hoy me había levantado más temprano de lo habitual, había decidido terminar por fin un traje que tenía que terminar de coser, quitarle los hilvanes y plancharlo, de manera que el traje de la señora que lo encargo para el cumpleaños de su esposo, quedara impoluto y perfecto días antes de la fiesta de cumpleaños… bueno… también para poder cobrar y pagar por fin el alquiler de la habitación de esta semana.

Estaba doblando y metiendo de una manera meticulosa el traje dentro de una preciosa caja, resguardado con un papel de seda bastante caro, todo pagado claramente por la señora. Mientras hacía esa tarea, la puerta sonó, unos simples toques, seguramente sería el chico de las telas, pues le pidió que viniera en cuanto pudiera en la mañana. Terminó en un momento de empaquetar el regalo y fue a abrir la puerta.

Abrí la puerta con una sonrisa, esperando al chico blanco, con pecas y desgarbado de las telas, pero no era precisamente ese joven el que estaba delante de su puerta. Un señor un poco más mayor que yo estaba delante de mí puerta. El varón se me quedó mirando y cambié mi sonrisa por una más tímida, no estaba acostumbrada a que me miraran demasiado tiempo, una vez veían de que clase era- Señor… ¿Desea algo?- el hombre era realmente guapo, pero no eché demasiado cuenta a ello. ¿Para qué?

Había estado pensando cuando se levantó que quizás iría a alguna fiesta que se celebrara en el patio de vecinos, a socializarse un poco, el trabajo me robaba demasiado tiempo y no conocía a ninguno de los vecinos, menos a dos u a tres que los había visto de camino al trabajo o los niños de los mismo, ciertamente no tener ninguna relación con nadie le estaba pasando factura. Nunca me había gustado estar sola, ni mucho menos lejos de mi familia, pero por circunstancias de la vida me encontraba de la manera que menos quería. Aún así era feliz, pues trabajaba, comía a duras penas pero lo hacía y vivía bajo un techo… que estaba un poco mohoso… pero no podía permitirme más. La gente ya ni siquiera se arreglaba la ropa o se la arreglaba una misma y eso me repercutía en demasía. Andaba pensando en reunir un poco de dinero y emprender mis conocimientos a algún trabajo un poco más cotizado, aunque el reunir el dinero sería bastante difícil… casi no me sobraba ni unos francos cuando terminaba la semana.

Me quedé mirándo al varón, agarrando la puerta, no creía que fuera un ladrón o alguien malo, no se le veía de esa manera, pero ya en estos lugares por donde yo residía no podías fiarte demasiado de la gente.

Tardó para reponerse de la impresión que le había causado la belleza de la joven. En su mente se había quedado firmemente impresa la imagen de que las clases bajas solían verse... bueno... no así, para no entrar en más detalles.

Tartamudeó al responder. -Mhhh, me-me dijeron que aquí podría encontrar a una buena costurera, quiero decir... mhhh... tengo trabajo para ella-. Se rascó la cabeza, primero, porque no tenía ni idea de cómo expresarse respecto a ese asunto y luego, porque temía haberse equivocado de puerta y no quería ofender a la chica. Sin embargo, ella no parecía molesta y más bien tenía una expresión tan natural que bastó para tranquilizarlo un poco. Después de una pequeñísima pausa, se aclaró la garganta y también un poco las ideas para tratar nuevamente de hablarle. –Espero no ser inoportuno, pero, ¿puede decirme si he venido al lugar indicado, mademoiselle?-.

A los ojos de ella podría parecer que jamás hubiera estado frente a una mujer atractiva, y hasta corría el riesgo de estar haciendo el ridículo, pero había estado pensando en tantas cosas a la vez que el hecho de empezar a sonrojarse carecía de importancia en esos momentos. Ya había expuesto el motivo por el que se encontraba ahí y esperaba una respuesta, lo que fuera para cerciorarse de que no se trataba de un sueño, pues de pronto se sentía extrañamente fuera de sí mismo, como si se tratara de alguien más que miraba la escena. También notó el creciente impulso por tomar la mano de la mujer y besarla en un gesto galante, pero luego algo le devolvió a la realidad: la voz melodiosa, pero concreta, llegando a sus oídos directa, para responderle sobre el mundano asunto que lo había puesto ante su presencia. Pero no podía creerlo. ¿Era posible que una ninfa se pusiera a remendar ropa? Tal vez necesitara un pellizco… algo más contundente. Y de pronto, por fin, se dio cuenta que se había olvidado de llevar el traje.

Spoiler:

Me quedé en la puerta esperando respuesta a mi pregunta, hombre seguramente sería un encargo de algún traje o algún remiendo, no lo había visto, ni lo recordaba así que lo más seguro sería que viniera a decirme el trabajo y no a recoger algo, pues no se le veía a los chicos que solían venir a por los trabajos terminados ni nada por el estilo.

Escucha la voz del hombre, entendiendo finalmente que venía a darle trabajo, como más bien esperaba de él. Asentí- Si Señor, yo soy la costurera que usted busca. Por favor dígame en que puedo servirle- bajé la cabeza como sumisión y educación- No se equivocó Señor…- miré a sus manos que no portaban nada en ellas, y fruncí el ceño- Señor… ¿Querría que le acompañase a por el traje? O… ¿En cambio querrá que le tome medidas para un nuevo traje?- mi mano se puso entre él y yo, moviéndose a la par que yo hablaba no muy muy fluido, pero si que se podía llegar a entenderme perfectamente.

Lo miré a los ojos, realmente ese varón era atractivo… Pero bueno, ¿Para qué fijarse? si no tenía dinero casi ni para ella misma comer… Fijarse y sentir algo por alguien, en mi situación, sería ser un poco ilusa de pensar en estar con alguien. ¿Qué más daba entonces que ese hombre que estaba delante de mi casa estuviera pidiéndome mi trabajo? Yo solo era eso, una trabajadora simple, singular, ni llamaba la atención ni lo iba a hacer con el mismo traje que siempre llevaba, menos los Domingos que se ponía su segundo y último vestido, para quizás ir a comprar las telas de los trajes encargados y claramente, tenía que ir un poco presentable para el señor de la tienda que me vendía los telares…

- No será ninguna molestia acompañarle a su casa si lo que busca es hacerse un traje e intentar que esté más cómodo allí a la hora de tomar medidas- lo que no quería era que entrara en mi casa, estaba era muy pequeña, con humedad… si bueno casa típica de humildad al máximo, con una cama, una máquina de coser, una plancha, telas, mi cajita de herramientas para la costura y unas pequeñas alforjas donde tenía y mantenía la comida escasa que había en ellas pero por lo menos últimamente podía comer una vez al día, y eso era mucha suerte.

Spoiler:

Agradeció la practicidad de la joven, pues en esos momentos todo él era torpeza y su elocuencia –aunque nunca tuvo mucha en realidad- parecía haber salido de paseo. No quería ser tomado por idiota, pero su prolongado silencio y su expresión anonadada sugerían lo contrario, hasta que, finalmente, logró hacer acopio de toda la coherencia que le quedaba en la cabeza y respondió (todavía tartamudeando): -Claro, claro… tenía en mente un arreglo solamente, pero he olvidado el traje y ahora que lo pienso mejor, no me vendría mal un atuendo nuevo-. En realidad casi se había olvidado del motivo que lo había llevado hasta ahí tan pronto vio a la chica, pero ¿qué pensaría ella si se lo decía? A pesar de que Rocamadour rara vez se contenía en sus afanes conquistadores, se sentía fuera de lugar. Tal vez se trataba de que el encuentro no había sido planificado y que la muchacha en cuestión era… bueno, sí, una simple costurera. ¿Cómo obviar tan de repente esas divisiones que habían existido, si no siempre, desde hacía tanto tiempo que era natural creer que esos eran los lugares que les correspondían? La mirada de la joven y toda su actitud hacia él reafirmaban esa idea; pero de todos modos, no podía quitarle la vista de encima. Parecía que el mítico Eros le hubiera lanzado una de sus doradas flechas, como siempre lo hacía, jugando, desafiando las reglas impuestas por quienes no sabían nada del amor. Aunque tal vez se estuviera adelantando…

Tras su confirmación, esperó a que la hermosa costurera se preparara para acompañarlo a su vivienda. Ella entró nuevamente a su humilde casa, excusándose por no hacerlo pasar, pero igual a él no le importó. Su mente todavía no terminaba de tranquilizarse, y su corazón mucho menos, por lo que le vino bien esa pequeña pausa. Cuando la vio volver con su material de trabajo ya había recuperado la capacidad de hablar sin parecer alguna clase de loco y se presentó. –Disculpe mi torpeza de hace un rato, mademoiselle, no quise ser descortés ni mucho menos, pero creo que tenía demasiadas cosas en la cabeza cuando toqué a su puerta y ni siquiera tuve la decencia de presentarme adecuadamente- se detuvo, se le presentaba el dilema del nombre nuevamente, pero tendría que aprender a superarlo mientras no resolviera sus asuntos, así, se presentó con el sobrenombre que había decidido utilizar cuando llegó a París-, puede decirme Rocamadour-. No le ofreció el brazo para guiarla, pues percibió en ella la tímida distancia que dictaban las circunstancias, y supo que aunque lo hubiera hecho ella se habría negado; por lo tanto, caminaron uno al lado del otro, a cierta distancia. Él la miraba de soslayo, imaginando que se perdía en la oscuridad de sus ojos, o… o… Sí, definitivamente se estaba adelantando.

Asentí ante el trabajo que me daba el joven hombre, lo acepté, claro que lo aceptaba, lo necesitaba urgentemente el dinero que me proporcionaría si terminaba rápidamente, aunque siempre se dice que lento y con buena letra, más o menos eso es a lo que me refería, yo siempre hacía mis trabajos prefectos, sin ningún fallo ni nada por el estilo. Había aprendido a hacerlo a base de golpes de las señoras que me contrataban para hacer los trabajos o cuando me quedaba sin dinero para comer o para pagar el alquiler de la habitación.

Al entrar encajé la puerta para que el varón no pudiera ver el estado de pobreza de la habitación en la que vivía o como estaba llena de hilos y trozos de tela. No es que no limpiara, pero siempre había cosas como esas en la humilde casa de una costurera. Era normal también encontrarse con mucho polvo, que provenía de los cortes de tela, era el polvo de tela. Cogí rápidamente la cajita con mis herramientas y salí de mi casilla cerrando la puerta- Perdone la tardanza, me cogió trabajando y tenía mis herramientas un poco esparcidas por la…- no, demasiada información, no iba a decirle que ni siquiera tenía una mesa para poder trabajar de una manera más profesional- nada, déjelo…

Asentí al señor con una sonrisa- Por favor, no se preocupe, ya estoy acostumbrada pero me agrada que se presente Señor Rocamadour…- se inclina levemente- perdóneme usted también, no estoy muy acostumbrada a que se interesen por mi nombre, normalmente solo me dan trabajo y no paso a saber nada más que las medidas de una persona o algo relacionado con mi trabajo- sonríe elevando la mano para que siguiera el camino hacia la calle y le guiara hacia su casa- Mi nombre es María aunque no se preocupe si no se acuerda luego de mi nombre, todos me llaman la costurera- sonríe de soslayo. Realmente llegaba a ser triste que alguien no se acordara de tu nombre luego de estar al menos un mes yendo y viniendo tomando medidas cosiendo, hilvanando las pruebas de trajes, probando… pero siempre sería el mismo trato, viniera de donde viniera. Mi clase era la que era, baja, y eso nadie podría cambiarlo jamás.

Me hacía gracia la gente de alta clase que se quejaba de que su vida era realmente difícil, que tenían problemas con qué ponerse o a que fiesta irían, qué harían con su dinero o cómo lo amasarían de la mejor manera posible y así, reventar entre tanto oro que abarcaban sus bancos y bolsillos. ¡Oh si! Que vida tan difícil y complicada. Nadie podría vivir entre tanto estrés, nótese mi gran grado de ironía. Para mí, todos eran iguales, por alguna cosa u otra, eran exactamente igual de mezquinos y egoístas. Luego ellos eran los primeros en ir a la iglesia con sus vestimentas de los domingos, bien presentables y en primera fila.

Este varón parecía estar en las nubes, mirándome de vez en cuando de reojo mientras caminábamos por las calles de París en dirección hacia el hogar de ese hombre al que acompañaba a cierta distancia y más atrás que él, como mandaba las leyes entre clases más bajas y clases más altas- ¿Está cerca su casa?- no es que me molestara que estuviera lejos, que me diera el aire de vez en cuando me gustaba en cantidad, solo… quería mantener conversación, no me gustaba nada el silencio. Aunque claro, de él dependía si quería contestar o no, lo que el señor desease, claro estaba.

Todo ese trato formal lo desconcertaba aunque en un pasado no muy lejano hubiera estado tan familiarizado. Y finalmente, por más atractiva que fuera, ella no era una chica a la que hubiera conocido en un salón de baile o un café… pero eso ya no importaba, él ya no era el joven Yourcenar del que podrían burlarse sus antiguos conocidos si lo veían caminar lado a lado con una mujer de categoría inferior a la suya… trató de no pensar en eso, en nada que le recordara quién era.

–María, no te preocupes, mi casa no queda muy lejos, y no me llames señor, no me queda- respondió con un tono más bien despistado, por no dejar que el silencio resultara más incómodo. –Y no, no creo olvidar tu nombre fácilmente- aquello había sido un desliz terrible de su lengua, pero era cierto, no quería olvidarse de su nombre.

Un rato después llegaron a la casa de Rocamadour. Quizá no fuera el lugar más impresionante, pero la diferencia con el sitio de donde venían era muy notoria.

Él le franqueó la entrada y la condujo a la estancia destinada a recibir visitas. No se tomó la molestia de ofrecerle algo de beber y ante la ausencia de servidumbre, nadie más lo hizo. –Bueno, creo que ahora puedes comenzar- dijo directamente y sin mayor excusa, después de todo ese era el motivo de que ella se encontrara ahí; sin embargo, en la soledad de su casa se sintió tentado por la cercanía de la fémina…ella le gustaba y no sería la primera vez que un patrón se aprovecha de su posición con una empleada. Se acercó despacio, como si temiera asustarla, y en un acto de audacia que contrastaba con su torpeza anterior, tomó las manos de María entre las suyas. –Es increíble que tengas que trabajar remendando ropa con estas manos tan bonitas, me parece una infamia-. Había pretendido sonar galante, pero cuando la miró a los ojos descubrió cierta tristeza en ellos y se avergonzó de su burdo intento por seducirla. Retrocedió desconcertado. No quería que la muchacha se hiciera una mala imagen de él, en realidad no era una mala persona, nada más estaba confundido y muy, muy solo. –Discúlpame, no quería incomodarte… no debí hacer eso-.

Spoiler:

El camino no fue muy largo como afirmó el Señor Rocamadour, no es que fuera muy tarde o demasiado temprano, no pensaba en el tiempo de esa manera, pensaba en las horas en las cuales podía trabajar a lo largo de la jornada, daba igual si había luz del sol que me ayudaba más que la luz por unas cuantas velas. Ya me dijo mi madre en su día que no forzara la vista o me quedaría medio ciega como mi abuela. Pero el dinero estaba muy presente en el día a día de mi pobre vida y… no podía prescindir de tal cosa.

Miré con sorpresa al varón ¿Acaso había escuchado bien? ¿Me había dado permiso para llamarlo por su propio nombre? Incrédula, mis ojos se fijaron directamente en los ojos de él, este hombre no era como los demás. No podía creer tampoco lo siguiente de lo que salió de sus labios ¿Qué no se olvidaría de mi nombre? Este hombre con el que encima andaba a su lado, me estaba tomando el pelo completamente, no podía ser que estuviera hablando completamente en serio. No daba crédito a lo que me decía.

Llegamos al poco a su casa, no estaba muy lejos, aunque me iba fijando por las calles para luego volver a casa sin problemas. Me llevó hacia una bastante bonita, bueno para mí todo era bonito y bueno con solo ver mi casa, hombre sabía tener gusto pues era parte de mi trabajo, y sí, la de este Señor, era bonita. Me dio orden de empezar y mis manos se dirigieron hacia la caja de herramientas que había puesto en el suelo como siempre hacía por si él me reprendía por su estropeaba algún mueble o alguna cosa posible que pudiera pasarse por la cabeza de una persona de clase alta.

Escuché unos pasos, tranquila pues sabía que era del Señor de la casa ni siguiera miré, pero debería haberlo hecho pues un par de manos aparecieron en mi campo de visión que buscaba un mi metro, lápiz y papel para poder tomar medidas. Las manos ajenas cogieron las mías y automáticamente mis ojos se movieron hacia el varón, sabía de hombres que utilizaban a mujeres que trabajaban en casas y estos se aprovechaban de la situación de pobreza de las mujeres para hacerles lo que quisieran que ellas no dejarían de ir a causa de la escasez de dinero.

Él me miró fijamente a mis ojos y por como seguramente le estaba mirando por lo que se me pasaba por la cabeza, él me soltó al instante y se disculpó. Expulsé el aire contenido ante el toque del hombre y sonreí para que no se sintiera incómodo, sentía que no me gustaba que se sintiera de esa forma- No por favor, no se disculpe, es grato recibir de vez en cuando un… em… un piropo hacia mis manos, aunque no creo que mis manos sean realmente bonitas- sonreí amable- Pero gracias Señor Rocamadour- por fin encontré el lápiz, el papel y el metro. Hice una serie de signos creados por mí, pues como no sabía ni escribir ni leer… pues hacía un signo para cada medida y ya sabía como hacer los patrones, porque por lo menos si sabía manejar mejor las matemáticas, pero solo a causa de mi trabajo claro estaba.

En cierto modo decirle ahora al Señor que se quedara desnudo con solo la ropa interior iba a ser una escena un poco violenta después de lo sucedido, pero siempre se tomaban mejor medidas- Mi Señor… necesito que se quede en ropa interior, las medidas son más exactas y… no tardaré mucho en tomárselas, sé que hace frío pero como le digo será un tiempo pequeño. Se lo prometo- muchos siempre se mantenían reticentes a quitarse la ropa y menos cuando hacía frío.

Mis manos solían estar frías, pues mi ropa no abrigaba en lo absoluto a causa de lo vieja y desgastada que estaba ya. Friccioné mis manos para que mientras él se desvestía, mis manos se ponían a una temperatura más adecuada y cómoda para la persona que tenía que tomarle las medidas- No se preocupe mi señor, no le tocaré con manos frías- supongo que el saberlo agilizaba las cosas para los dos.

Era la segunda vez que la chica salvaba la situación con gracia, sin desairarlo y sin propinarle un buen bofetón, que era lo que en esos momentos creía merecer; y en lugar de sentirse enfadado, su arrobamiento se más profundamente… ya no digamos honrada. Cualquier otra chica se hubiera aprovechado de esa debilidad suya para obtener más beneficios, pero ella conservó el temple y continuó con su trabajo con naturalidad. “Menos mal”, pensó, “no tendré que buscar otra costurera”.

Rocamadour respiró con más tranquilidad, al menos, hasta que ella le pidió que se quitara la ropa. Entonces abrió los ojos desmesuradamente y se ruborizó, sin poder evitarlo. No se trataba de una timidez intrínseca, sino por que se preguntaba cómo reprimir sus impulsos cuando las manos de la muchacha rozaran su piel, sin importar que estuvieran frías como la nieve o ardientes como un hierro al rojo vivo. Aquello sería un auténtico tour de force; pero no tenía más opción que seguir las indicaciones que recibía. Le dio la espalda a María - casi con el mismo pudor que una doncella- mientras se despojaba de las prendas y las depositaba descuidadamente sobre un diván.

Finalmente quedó sólo en calzoncillos, luchando desesperadamente por que su mente se distrajera de la situación. Le costó un poco, pero logró recordar cuando su madre le mandaba confeccionar elegantes trajecitos infantiles que odiaba por que no podía jugar a gusto, como los hijos de los criados. Por un instante se transportó a aquellos días en que carecía de preocupaciones, en que su vida estaba resuelta y él sólo tenía que extender la mano para recibir lo que necesitaba. Cómo habían cambiado las cosas desde entonces. No le agradó ese recuerdo. Suspiró. Miró la estancia, a la chica… apenas habían pasado unos minutos y ella aún disponía todo para comenzar. Tendría que hallar otra forma de no excitarse frente a ella mientras le tomaba las medidas para el traje.

La silenciosa espera lo incomodaba. –Supongo que no soy el primer cretino con el que has lidiado, ¿verdad, Marie? – Pronunció su nombre en francés, pero rectificó enseguida- quiero decir, María. ¿Lo ves? No olvidé tu nombre- le sonrió con gesto cándido, como si fuera un niño - Quiero disculparme otra vez por mi torpeza de hace un momento… no suelo ser un patán, pero no pude evitarlo-. Se detuvo, pensando que tal vez no fuera buena idea insistir en el tema. - Estoy listo, empezaremos con esto cuando quieras-.

No me dí la vuelta y hacía como que escribía mientras él se desvestía, para darle intimidad o algo de ella, pero quería que se sintiera cómodo, muchos hombres o bien se sentían incómodos o bien se creían que me aprovechaba de la situación e intentaba cualquier cosa con ellos, a lo que yo rápidamente intentaba parar la situación o me marchaba veloz hacia mi casa si es que había realmente un gran problema, dejando el trabajo y despidiéndome del dinero que no cobraría por ese típico problema.

Una vez terminó, me dí la vuelta enfrentándolo, nunca me quedaba mirando el cuerpo de nadie por el propio pudor y el pudor que podía causar, pero me fue un poco difícil conseguir el no fijar la mirada en el cuerpo semidesnudo del varón que tenía delante de mí. Froté de nuevo mis manos y cogí el metro que andaba colgando por mi cuello. Dí unos pasos decididos hacia él, aunque empezó a hablar y paré para poder mirarlo a la cara, estaba acostumbrada a que cuando me hablaban y más cuando estaba en trabajo, para de hacer lo que fuera que estuviera haciendo, bajara la cabeza en forma de sumisión y asintiera a cualquier deseo del cliente siempre referido claro a mi trabajo y no a otra cosa.

Él dijo mi nombre primero en francés, eso me hizo sonreír un poco, aunque rápidamente la sonrisa se completó al escucharle repetir su nombre ahora en español- Si mi Señor… me halaga que… bueno, recuerde mi nombre- asentí mirándolo de reojo un poco. Él volvió a disculparse y negué rápidamente- Por favor mi Señor no se disculpe, ya… ya le dije que no me importó, solo que no estoy acos-… - no terminé la frase porque a base de golpes había aprendido a no contar cosas que no tenían que ver en la conversación. Al grano con la contestación, ni corta ni larga. Asentí de nuevo cuando me dio permiso para empezar a medirle, elevé mis dos manos elevando sus dos brazos para medir el largo de brazos, es decir desde una muñeca hasta la otra. Apunté la medida rápidamente y seguí con la siguiente medida, medí sus hombros y luego desde el hombro bajé hacia el torso, paré el metro más o menos a mitad de su pectoral derecho- ¿Le gustaría por aquí el bolsillo mi Señor? Más o menos es por donde todos los trajes lo llevan- elevé la vista para mirarlo directamente esperando su respuesta.

Spoiler:

Esa concentración suya en la labor que estaba desempeñando, más que irritarlo, le parecía adorable, aunque acabara con sus ímpetus masculinos antes de que éstos llegaran a concretarse de alguna forma vergonzosa. Esperó con paciencia a que terminara de medirlo, respondió amablemente a las preguntas que le formulaba y luego, sin poder contenerse más, se echó a reír como si le hubieran dicho algo hilarante.

Se sentó en una de las butacas de la salita sin dejar de reírse como un maniático y poco a poco, de manera entrecortada debido a los bruscos espasmos de su diafragma, articuló una frase explicando esa reacción suya. –Llevo toda la tarde haciendo miles de estúpidos intentos por llamar tu atención, pero has esquivado cada uno de ellos con la gracia digna de una reina. No eres como las demás mujeres, María… o al menos, así me lo parece-.

A continuación se levantó de un salto y comenzó a vestirse, sin el menor signo de pudor.

Se acercó a ella nuevamente, ya mucho más calmado, pero luciendo todavía una ancha sonrisa. –Me agradas, María. Confío en que el traje quedará perfecto, confeccionado por esas lindas manos, pero ahora déjame hacer algo para que no te quedes con una impresión nefasta de mí-. Hizo una brevísima pausa y tomó las manos de la costurera entre las suyas; las besó gentilmente y luego las soltó, apartándose un poco para mirarla mejor. -¿Qué dices? ¿Aceptarías una invitación de este torpe cliente al que has fascinado irremediablemente?-. Guardó silencio, esperando una respuesta, cualquiera. –Por favor, o me sentiré como un tonto contigo-.

En ese momento se había olvidado de la brecha que los separaba, no le importaba en lo más mínimo, quería redimirse consigo mismo por haberse planteado tratarla como cualquier patán trata a una chica de nivel inferior… quería poder charlar con alguien, sentirse un tipo normal, pasar una tarde sin atormentarse constantemente… lo que fuera que lo hiciera sentir mejor, y si decidió pedirle a María que lo hiciera, era por que no podía (por más que quisiera) advertir en ella algo anormal, algo que pareciera un peligro para su cuerpo o para su corazón.