AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La belle France [Priv]
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La belle France [Priv]
La noche se presentaba fantástica.
Dinero, copas gratis, baile, bellas mujeres y más cosas que siempre iban incluidas cuando te invitaban a una fiesta. Y no a cualquiera fiesta. A una importante. ¡Benditos contactos! ¿Qué haría sin ellos Alejandro? Aburrirse. Aburrirse muchísimo. Podríamos decir que era algo imposible para un hombre que tenía una labia semejante; cuando le interesante -Eso siempre.- Pero, en lugar de hablar de lo inexistente, mejor hablaremos de lo totalmente existente. La fiesta a la que se encaminaba en estos mismos momentos. ¡Eso sí! No todo era bueno en esas fiestas, que va. Había un par de inconvenientes, como que se encontrase con gente del burdel indeseada. Mujeres u hombres demasiado pesados. O bien que se le engancharan con demasiada facilidad por ver un hombre 'deslumbrante' -No tiene más ego porque no puede.-. Pero, por sobre todas las cosas, odiaba tener que vestir cual muñeco de feria como los que tanto le fastidiaban. Los que siempre veía en el mercado o en cualquier calle por más insignificante que fuese. Estaban por todas partes. Y hoy, él era uno de ellos. Traje perfectísimamente planchado, corbata, sombrero y todo de color oscuro excepto esa camisa blanca. Ah y todo igual de perfectamente ajustado a su cuerpo; que no es que le quedase mal precisamente -Estaba echo un figurín.- pero Alejandro no soportaba las cosas tan ajustadas. Con el tiempo obviamente que se acostumbró, no tenía otro remedio, pero seguía pareciéndole de lo más incómodo. Como añoraba en ese momento sus pantalones holgados y sus camisas que, aun siendo más sencillas y sin tanto volante, eran de muchísimo mejor gusto. Según él. Sin embargo, ahí estaba, 'sufriendo' por una buena causa; en este caso acompañar a una de sus íntimas amigas a la fiesta para la que necesitaba acompañante sí o sí. Y él no solo era un buen acompañante verbalmente hablando, sino que era un diamante en bruto. Físicamente hablando. Se hacía ver mejor que cualquier joya.
Con un paso ligeramente rápido -Se le hacía tarde.- y disimulando a la perfección su incomodidad llegó justo en el momento indicado. La mujer, rubia platino y de labios carmesís que hasta Blancanieves habría envidiado, sonrió ámpliamente al verlo. Sus dentadura, completamente blanca, tampoco tenía nada que envidiarle a la de ninguna; por supuesto. No, si cuando Alejandro elegía mujeres, las elegía de puta madre. - Ni un minuto antes, ni uno después. Como siempre, Alejandro. No me decepcionas nunca - Comentó, dispuesta a alargar el brazo para recibir el típico beso en los nudillos del caballero. Sin embargo, había un pequeño inconveniente ¡Alejandro no tenía nada de típico! Y es por ello que en lugar de besar en 'ese' lugar sus labios acabaron aterrizando sobre la zona del antebrazo que mantenía descubierta. No una vez, sino dos y hasta tres veces besó a lo largo de la amplitud que le permitía la zona. - Y no creo que te decepcione nunca - Puntilló la frase de la contraria, con una sonrisa completamente segura en su rostro.
Antes de que pudiese ni darse cuenta, unos cuantos chismosos se habían quedado viendo la escena. Algunos con cara de 'horror' y otros de envidia. Seguramente pensarían entre unos y otros que eran un par de amantes; con sus buenos años cumplidos. Pero muy atrevidos. Sí ellos supieran...
- Siempre haciendo estas cosas... - Una risa traviesa salió de los labios contrarios, mientras se ponía un abanico tapando parte de su rostro. Específicamente la zona de sus mejillas, semi-rojas por la ligera vergüenza que acababa de hacerle pasar. Él lo sabía, y obviamente lo había echo a propósito. Una costumbre. - Entremos - Reprimió una risa mientras le ofrecía el brazo, como todo un caballero -Faceta que pocas veces se veía en él, solo cuando merecía la pena.-, y cuando su acompañante se hubo agarrado comenzaron a caminar hacia el interior del pequeño palacio dónde tenía lugar el evento. Situado a no mucha distancia del centro de París.
Empezaba el espectáculo.
Dinero, copas gratis, baile, bellas mujeres y más cosas que siempre iban incluidas cuando te invitaban a una fiesta. Y no a cualquiera fiesta. A una importante. ¡Benditos contactos! ¿Qué haría sin ellos Alejandro? Aburrirse. Aburrirse muchísimo. Podríamos decir que era algo imposible para un hombre que tenía una labia semejante; cuando le interesante -Eso siempre.- Pero, en lugar de hablar de lo inexistente, mejor hablaremos de lo totalmente existente. La fiesta a la que se encaminaba en estos mismos momentos. ¡Eso sí! No todo era bueno en esas fiestas, que va. Había un par de inconvenientes, como que se encontrase con gente del burdel indeseada. Mujeres u hombres demasiado pesados. O bien que se le engancharan con demasiada facilidad por ver un hombre 'deslumbrante' -No tiene más ego porque no puede.-. Pero, por sobre todas las cosas, odiaba tener que vestir cual muñeco de feria como los que tanto le fastidiaban. Los que siempre veía en el mercado o en cualquier calle por más insignificante que fuese. Estaban por todas partes. Y hoy, él era uno de ellos. Traje perfectísimamente planchado, corbata, sombrero y todo de color oscuro excepto esa camisa blanca. Ah y todo igual de perfectamente ajustado a su cuerpo; que no es que le quedase mal precisamente -Estaba echo un figurín.- pero Alejandro no soportaba las cosas tan ajustadas. Con el tiempo obviamente que se acostumbró, no tenía otro remedio, pero seguía pareciéndole de lo más incómodo. Como añoraba en ese momento sus pantalones holgados y sus camisas que, aun siendo más sencillas y sin tanto volante, eran de muchísimo mejor gusto. Según él. Sin embargo, ahí estaba, 'sufriendo' por una buena causa; en este caso acompañar a una de sus íntimas amigas a la fiesta para la que necesitaba acompañante sí o sí. Y él no solo era un buen acompañante verbalmente hablando, sino que era un diamante en bruto. Físicamente hablando. Se hacía ver mejor que cualquier joya.
Con un paso ligeramente rápido -Se le hacía tarde.- y disimulando a la perfección su incomodidad llegó justo en el momento indicado. La mujer, rubia platino y de labios carmesís que hasta Blancanieves habría envidiado, sonrió ámpliamente al verlo. Sus dentadura, completamente blanca, tampoco tenía nada que envidiarle a la de ninguna; por supuesto. No, si cuando Alejandro elegía mujeres, las elegía de puta madre. - Ni un minuto antes, ni uno después. Como siempre, Alejandro. No me decepcionas nunca - Comentó, dispuesta a alargar el brazo para recibir el típico beso en los nudillos del caballero. Sin embargo, había un pequeño inconveniente ¡Alejandro no tenía nada de típico! Y es por ello que en lugar de besar en 'ese' lugar sus labios acabaron aterrizando sobre la zona del antebrazo que mantenía descubierta. No una vez, sino dos y hasta tres veces besó a lo largo de la amplitud que le permitía la zona. - Y no creo que te decepcione nunca - Puntilló la frase de la contraria, con una sonrisa completamente segura en su rostro.
Antes de que pudiese ni darse cuenta, unos cuantos chismosos se habían quedado viendo la escena. Algunos con cara de 'horror' y otros de envidia. Seguramente pensarían entre unos y otros que eran un par de amantes; con sus buenos años cumplidos. Pero muy atrevidos. Sí ellos supieran...
- Siempre haciendo estas cosas... - Una risa traviesa salió de los labios contrarios, mientras se ponía un abanico tapando parte de su rostro. Específicamente la zona de sus mejillas, semi-rojas por la ligera vergüenza que acababa de hacerle pasar. Él lo sabía, y obviamente lo había echo a propósito. Una costumbre. - Entremos - Reprimió una risa mientras le ofrecía el brazo, como todo un caballero -Faceta que pocas veces se veía en él, solo cuando merecía la pena.-, y cuando su acompañante se hubo agarrado comenzaron a caminar hacia el interior del pequeño palacio dónde tenía lugar el evento. Situado a no mucha distancia del centro de París.
Empezaba el espectáculo.
Alejandro Garay- Prostituta Clase Baja
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Fecha de inscripción : 21/02/2012
Localización : Observandote.
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Re: La belle France [Priv]
¿El cielo? Completamente despejado. Algo bastante particular para una noche de invierno en Paris.
Como de costumbre sobre aquellas horas y tras un arduo día de indeseado trabajo, la silenciosa Thorna solía encontrarse frente a la ardiente estufa a leña en compañía de algún libro, el que a menudo utilizaba para entretenerse lo suficiente como para no interesarse en el trato humano y esperar serena las horas en que el sueño arribaba a su persona.
Sin embargo Frederique, su fiel mayordomo, había notado desde hacia buenos momentos que “Lettres” de la clásica marquesa de Sévigné no estaba generando el efecto deseado en la joven, que, de a momentos, despojaba ciertos bostezos reflejantes de un agobiante aburrimiento más que cansancio en sí.
El observador veterano pasó un par de veces por aquella penumbrosa y cálida habitación, sumergido en la indecisión de: si entrometerse en el estado de la dama o simplemente dejarla tal y como estaba; hastiada y solitaria.
-“Señorita Thorna” – finalmente se atrevió a promover el hombre, rompiendo aquella burbuja en la que se encontraba encerrada la callada mujer. Inmediatamente aquellos enigmáticos ojos se posaron vagamente sobre el rostro del caballero, invitándolo a expresar el porqué de aquel llamado a su persona.
- “Nunca me entrometo en su vida, más allá de lo que sugiero escoja para su cena, pero me es inevitable en este momento recordarle que ha recibido una invitación a un evento. Y personalmente creo que debería asistir. Por su propia imagen…- Aguardó un momento el caballero, como buscando las mejores palabras - …y para ser sincero, por su estado de tétrico aburrimiento actual” – expulsó el atento señor, optando por no dejar ni un instante aquella erguida y firme pose que le reflejaba como una persona meticulosamente estricta.
- Por hoy aceptaré tu consejo Frederique y por ende espero tu aceptes el mío; cuando necesite un consejero, contrataré uno - promovió aquella que entre otras, destacaba por su tajante forma de ser. Siempre precisa y medida, jamás dejando escapar algo que la reflejase como una persona sentimental o delicada, salvo, ciertas excepciones, esas en la que su faceta actoral frente a otros devotos cristianos era obligada a proyectarse de manera admirable.
Se reincorporó veloz del cómodo sofá donde se encontraba y salió veloz en puntillas hacia su habitación. Odiaba llegar tarde a cualquier sitio que fuese, la puntualidad residía en lo más profundo de sus entrañas y no tenia plan alguno de fallarle a tal virtud pese a lo inesperado de su accionar.
Le tomó cierto tiempo alistarse; no era una tarea cualquiera reflejarse como una dama distinguida y con clase frente a los otros. Mucho menos el proyectar seguridad, confianza e independencia pese a una soltería latente, algo que llamaba la atención de muchos, menos de la misma Thorna, quien vislumbraba lejana la necesidad de un hombre para alcanzar sus cometidos personales. Su genio feminista fomentaba aquella idea de alcanzar todo por su propio medio ¡Y pues claro! Su vida, impregnada de engaños y secretos, también agigantaba las distancias con todo lo referido al matrimonio y demás.
A su salida, el chofer ya la esperaba con la puerta de su carruaje abierta. La dama echó un vistazo al despejado cielo y tras una mueca conformista se subió al vehículo que la llevaría donde la prestigiosa reunión se estaba dando.
El recorrido se hizo ágil, sobre todo cuando el tiempo de la joven se perdía principalmente en contemplar los difusos rostros de la noche tras la pequeña ventanilla del carro ¿Cuántos de ellos serian criaturas sobrenaturales?, ¿Alguno estaría siendo perseguido en aquellos instantes por miembros de la Inquisición?, ¿Esa misma faceta de la Iglesia a que la misma Thorna engañaba cada día?
Acomodando el delicado tocado que llevaba en su cabeza la damisela optó por ni siquiera molestarse en responder aquellas cuestiones, que después de todo, abarcaban casi diariamente compleja su vida. Como bien aconsejó Frederique, era momento de marcar diferencia en algo para que el agobio no abordase nuevamente en la noche de aquella mujer.
Con paso firme sus taconados zapatos resonaron en el suelo tras haber descendido del transporte, jalado por un hermoso caballo de raza “Budyonny”, de pelaje beige, similar al tono del refinado vestuario de su dueña.
Finalmente tras entregar su invitación en el pórtico del establecimiento, la damisela ya se encontraba sumergida en aquel luminoso espacio, invadido de risas por compromiso y exquisita música de fondo, ejecutada por un meticuloso sexteto de cuerdas, al que Thorna –inevitablemente como frente a toda expresión de arte – le posó cierta atención.
Las copas iban de un lado a otro, tan así como los aduladores comentarios provenientes las mujeres y hombres que allí se encontraban por una razón clara; resaltar la presencia de aquella persona a la que acompañaban. Seguramente por una interesante paga a cambio.
Recorriendo los alrededores con una copa de champaña en su mano, la dama desplegó su sonrisa más protocolar para el ojo ajeno, mientras su mente reía a carcajadas, imaginando lo que aquellos que le vislumbraban pensarían por notarle sola ¡Que más daba! La idea principal era salir de la rutina y aquella mujer estaba cumpliendo su cometido al pie de la letra.
Como de costumbre sobre aquellas horas y tras un arduo día de indeseado trabajo, la silenciosa Thorna solía encontrarse frente a la ardiente estufa a leña en compañía de algún libro, el que a menudo utilizaba para entretenerse lo suficiente como para no interesarse en el trato humano y esperar serena las horas en que el sueño arribaba a su persona.
Sin embargo Frederique, su fiel mayordomo, había notado desde hacia buenos momentos que “Lettres” de la clásica marquesa de Sévigné no estaba generando el efecto deseado en la joven, que, de a momentos, despojaba ciertos bostezos reflejantes de un agobiante aburrimiento más que cansancio en sí.
El observador veterano pasó un par de veces por aquella penumbrosa y cálida habitación, sumergido en la indecisión de: si entrometerse en el estado de la dama o simplemente dejarla tal y como estaba; hastiada y solitaria.
-“Señorita Thorna” – finalmente se atrevió a promover el hombre, rompiendo aquella burbuja en la que se encontraba encerrada la callada mujer. Inmediatamente aquellos enigmáticos ojos se posaron vagamente sobre el rostro del caballero, invitándolo a expresar el porqué de aquel llamado a su persona.
- “Nunca me entrometo en su vida, más allá de lo que sugiero escoja para su cena, pero me es inevitable en este momento recordarle que ha recibido una invitación a un evento. Y personalmente creo que debería asistir. Por su propia imagen…- Aguardó un momento el caballero, como buscando las mejores palabras - …y para ser sincero, por su estado de tétrico aburrimiento actual” – expulsó el atento señor, optando por no dejar ni un instante aquella erguida y firme pose que le reflejaba como una persona meticulosamente estricta.
- Por hoy aceptaré tu consejo Frederique y por ende espero tu aceptes el mío; cuando necesite un consejero, contrataré uno - promovió aquella que entre otras, destacaba por su tajante forma de ser. Siempre precisa y medida, jamás dejando escapar algo que la reflejase como una persona sentimental o delicada, salvo, ciertas excepciones, esas en la que su faceta actoral frente a otros devotos cristianos era obligada a proyectarse de manera admirable.
Se reincorporó veloz del cómodo sofá donde se encontraba y salió veloz en puntillas hacia su habitación. Odiaba llegar tarde a cualquier sitio que fuese, la puntualidad residía en lo más profundo de sus entrañas y no tenia plan alguno de fallarle a tal virtud pese a lo inesperado de su accionar.
Le tomó cierto tiempo alistarse; no era una tarea cualquiera reflejarse como una dama distinguida y con clase frente a los otros. Mucho menos el proyectar seguridad, confianza e independencia pese a una soltería latente, algo que llamaba la atención de muchos, menos de la misma Thorna, quien vislumbraba lejana la necesidad de un hombre para alcanzar sus cometidos personales. Su genio feminista fomentaba aquella idea de alcanzar todo por su propio medio ¡Y pues claro! Su vida, impregnada de engaños y secretos, también agigantaba las distancias con todo lo referido al matrimonio y demás.
A su salida, el chofer ya la esperaba con la puerta de su carruaje abierta. La dama echó un vistazo al despejado cielo y tras una mueca conformista se subió al vehículo que la llevaría donde la prestigiosa reunión se estaba dando.
El recorrido se hizo ágil, sobre todo cuando el tiempo de la joven se perdía principalmente en contemplar los difusos rostros de la noche tras la pequeña ventanilla del carro ¿Cuántos de ellos serian criaturas sobrenaturales?, ¿Alguno estaría siendo perseguido en aquellos instantes por miembros de la Inquisición?, ¿Esa misma faceta de la Iglesia a que la misma Thorna engañaba cada día?
Acomodando el delicado tocado que llevaba en su cabeza la damisela optó por ni siquiera molestarse en responder aquellas cuestiones, que después de todo, abarcaban casi diariamente compleja su vida. Como bien aconsejó Frederique, era momento de marcar diferencia en algo para que el agobio no abordase nuevamente en la noche de aquella mujer.
Con paso firme sus taconados zapatos resonaron en el suelo tras haber descendido del transporte, jalado por un hermoso caballo de raza “Budyonny”, de pelaje beige, similar al tono del refinado vestuario de su dueña.
Finalmente tras entregar su invitación en el pórtico del establecimiento, la damisela ya se encontraba sumergida en aquel luminoso espacio, invadido de risas por compromiso y exquisita música de fondo, ejecutada por un meticuloso sexteto de cuerdas, al que Thorna –inevitablemente como frente a toda expresión de arte – le posó cierta atención.
Las copas iban de un lado a otro, tan así como los aduladores comentarios provenientes las mujeres y hombres que allí se encontraban por una razón clara; resaltar la presencia de aquella persona a la que acompañaban. Seguramente por una interesante paga a cambio.
Recorriendo los alrededores con una copa de champaña en su mano, la dama desplegó su sonrisa más protocolar para el ojo ajeno, mientras su mente reía a carcajadas, imaginando lo que aquellos que le vislumbraban pensarían por notarle sola ¡Que más daba! La idea principal era salir de la rutina y aquella mujer estaba cumpliendo su cometido al pie de la letra.
Thorna Shapplin1- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/02/2012
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Re: La belle France [Priv]
Bailes, charlas, risas y sonrisas falsas.
La mayoría de las fiestas a las que acudía Alejandro resultaban ser iguales. Por suerte, no todas acababan de manera aburrida, pero sí más de las que le gustaría. Sin embargo, debía asistir, no solo por sus contactos sino también por él mismo. No todo se quedaba en los suburbios de París y en el burdel o en las calles, le gustaba tantear el terreno en un nivel superior de vez en cuando. Lo que hacía en ese preciso instante. Sus ojos no se habían apartado de su acompañante, por respeto a ella y a su invitación, la acompañaría durante la noche a no ser que se encontrara con algo mejor que él. Cosa que, aunque resultaría extraña, tampoco lo descartaba ni se le hacía para él nada ofensivo. Si algo no le pasaba a Alejandro era el tomarse las cosas a pecho o demasiado en serio, pues tenía de lo más claro que sus 'amigas' eran puros affair's con los que tenía una buena y placentera relación de vez en cuando. Él era quién estaba más interesado en aquello precisamente y ellas solían ser a las que les costaba más comprenderlo. Algunas, otras por el contrario, buscaban tanto alejarse de una relación estable que eran incluso más esquivas que el propio cortesano. Lo que, por otro lado, le venía de maravilla.
La suave risa de su acompañante, llamándole la atención, le distrajo de esos pensamientos en los que a veces se quedaba algo 'sumergido'. Alejándose de su alrededor. - Querido, iré a la sala contigua con las chicas ¿Nos vemos luego? - Alejandro echó un vistazo a las compañeras de Ágatha mientras estas lo miraban algo tímidamente, algunas tras sus abanicos, y otras algo más descaradamente. - Claro, estaré por aquí. - Se inclinó hacia delante hasta que sus labios casi se rozaron con la oreja ajena mientras susurraba una frase que hizo reír coquetamente a la mujer. "No seas mala". Le hubo dicho, con sus ojos fijos en alguna que otra pareja que de nuevo no le quitaba los ojos de encima a ambos. Le encantaba llamar su atención y, por si no lo habéis notado, era completamente superior a él el llegar a ser discreto en según que ocasiones. En otras resultaba el hombre más discreto del universo. Después de una sutil caricia en la cadera por parte de Alejandro y otra en su pecho por parte de Ágatha la observó partir por el camino que habían echo las otras mujeres hacia una sala dónde la mayoría se reunían. Solo mujeres que compartían su vida con otras. Y, por otra parte, había otra contigua en la que se juntaban los hombres. Aunque lo que se hablaba en una y otra era bastante diferente. Ahora bien, al cortesano no había ninguna de las dos opciones que le pareciese tentadora. En la sala de las mujeres no pintaba nada más que para acompañar a la mujer con la que había llegado y, como bien le acababa de dejar claro, si lo necesitaba ya le buscaría ella. Y en la sala de los hombres despertaba más envidias de las que le gustaría como para relacionarse satisfactoriamente ¿Qué culpa tenía él si sus mujeres le echaban alguna que otra mirada? Aun haciéndose él el despistado, las captaba todas al vuelo. Tanto las miradas de ellas como las de ellos. En definitiva, cuando aceptaba acudir a una fiesta tenía muy claro que no iba para relacionarse abiertamente con quien se le cruzara; solo se relacionaría con quien de verdad llamase su atención. O con quién no tuviese otro remedio.
Habiéndose medio vaciado la sala, decidió que era un buen momento para airearse y tal vez empezar a relacionarse con los pocos que no hubiesen acudido a la sala como borregos. Igual que él. Si quedaba alguien allí fuera sería sin duda lo suficiente interesante como para mantener una buena conversación.
No tardó en encontrarse fuera, en la parte trasera de ese pequeño palacete dónde se situaba el jardín. Algunas farolas estaban encendidas y esa brillante luz iluminaba el que sin duda sería un hermoso follaje a la luz del día pero inapreciable con esas bombillas artificiales. Luz embotellada, como algunos lo llamaban, un invento que había revolucionado bastante a la sociedad. Apoyado contra el quicio de uno de los ventanales y sosteniendo una copa de champange, Alejandro empezó a ponerse algo pensativo mientras observaba la luna llena en lo alto del despejado cielo. En silencio, escuchó el canto de algunos pájaros que 'volaba' por el ambiente, con el murmullo de la gente dentro del castillo como fondo. Lo que no le quitaba belleza al momento. Se había alejado lo suficiente como para respirar aire fresco, lejos de la contaminación de los cigarrillos allí dentro. Tomó un sorbo de champan, todavía le quedaba el culo de la copa y lo conservaría hasta que tuviera ganas de volver dentro. Donde estaban las demás.
La mayoría de las fiestas a las que acudía Alejandro resultaban ser iguales. Por suerte, no todas acababan de manera aburrida, pero sí más de las que le gustaría. Sin embargo, debía asistir, no solo por sus contactos sino también por él mismo. No todo se quedaba en los suburbios de París y en el burdel o en las calles, le gustaba tantear el terreno en un nivel superior de vez en cuando. Lo que hacía en ese preciso instante. Sus ojos no se habían apartado de su acompañante, por respeto a ella y a su invitación, la acompañaría durante la noche a no ser que se encontrara con algo mejor que él. Cosa que, aunque resultaría extraña, tampoco lo descartaba ni se le hacía para él nada ofensivo. Si algo no le pasaba a Alejandro era el tomarse las cosas a pecho o demasiado en serio, pues tenía de lo más claro que sus 'amigas' eran puros affair's con los que tenía una buena y placentera relación de vez en cuando. Él era quién estaba más interesado en aquello precisamente y ellas solían ser a las que les costaba más comprenderlo. Algunas, otras por el contrario, buscaban tanto alejarse de una relación estable que eran incluso más esquivas que el propio cortesano. Lo que, por otro lado, le venía de maravilla.
La suave risa de su acompañante, llamándole la atención, le distrajo de esos pensamientos en los que a veces se quedaba algo 'sumergido'. Alejándose de su alrededor. - Querido, iré a la sala contigua con las chicas ¿Nos vemos luego? - Alejandro echó un vistazo a las compañeras de Ágatha mientras estas lo miraban algo tímidamente, algunas tras sus abanicos, y otras algo más descaradamente. - Claro, estaré por aquí. - Se inclinó hacia delante hasta que sus labios casi se rozaron con la oreja ajena mientras susurraba una frase que hizo reír coquetamente a la mujer. "No seas mala". Le hubo dicho, con sus ojos fijos en alguna que otra pareja que de nuevo no le quitaba los ojos de encima a ambos. Le encantaba llamar su atención y, por si no lo habéis notado, era completamente superior a él el llegar a ser discreto en según que ocasiones. En otras resultaba el hombre más discreto del universo. Después de una sutil caricia en la cadera por parte de Alejandro y otra en su pecho por parte de Ágatha la observó partir por el camino que habían echo las otras mujeres hacia una sala dónde la mayoría se reunían. Solo mujeres que compartían su vida con otras. Y, por otra parte, había otra contigua en la que se juntaban los hombres. Aunque lo que se hablaba en una y otra era bastante diferente. Ahora bien, al cortesano no había ninguna de las dos opciones que le pareciese tentadora. En la sala de las mujeres no pintaba nada más que para acompañar a la mujer con la que había llegado y, como bien le acababa de dejar claro, si lo necesitaba ya le buscaría ella. Y en la sala de los hombres despertaba más envidias de las que le gustaría como para relacionarse satisfactoriamente ¿Qué culpa tenía él si sus mujeres le echaban alguna que otra mirada? Aun haciéndose él el despistado, las captaba todas al vuelo. Tanto las miradas de ellas como las de ellos. En definitiva, cuando aceptaba acudir a una fiesta tenía muy claro que no iba para relacionarse abiertamente con quien se le cruzara; solo se relacionaría con quien de verdad llamase su atención. O con quién no tuviese otro remedio.
Habiéndose medio vaciado la sala, decidió que era un buen momento para airearse y tal vez empezar a relacionarse con los pocos que no hubiesen acudido a la sala como borregos. Igual que él. Si quedaba alguien allí fuera sería sin duda lo suficiente interesante como para mantener una buena conversación.
No tardó en encontrarse fuera, en la parte trasera de ese pequeño palacete dónde se situaba el jardín. Algunas farolas estaban encendidas y esa brillante luz iluminaba el que sin duda sería un hermoso follaje a la luz del día pero inapreciable con esas bombillas artificiales. Luz embotellada, como algunos lo llamaban, un invento que había revolucionado bastante a la sociedad. Apoyado contra el quicio de uno de los ventanales y sosteniendo una copa de champange, Alejandro empezó a ponerse algo pensativo mientras observaba la luna llena en lo alto del despejado cielo. En silencio, escuchó el canto de algunos pájaros que 'volaba' por el ambiente, con el murmullo de la gente dentro del castillo como fondo. Lo que no le quitaba belleza al momento. Se había alejado lo suficiente como para respirar aire fresco, lejos de la contaminación de los cigarrillos allí dentro. Tomó un sorbo de champan, todavía le quedaba el culo de la copa y lo conservaría hasta que tuviera ganas de volver dentro. Donde estaban las demás.
Alejandro Garay- Prostituta Clase Baja
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Re: La belle France [Priv]
Como seres humanos, antropológicamente nos vemos necesitados de sociabilizar con nuestros pares. Generar lazos y relaciones que nos hiciesen crecer y evolucionar en conjunto con la sociedad y cultura propias se vislumbraba como algo infaltable en la vida de cualquier mortal.
Pero por más indispensable que fuese el acto de la interacción, eso no lo hacia menos tedioso. Por lo menos no para Thorna.
Aquella mujer parecía llevar siempre consigo la molestia de tratar con desconocidos. No por un sentimiento misántropo radicado en lo profundo en su persona, ni tampoco por una introversión para con quienes le rodeaban, no. La damisela despojaba cierta hosquedad para con otros por el simple hecho de que prefería optar por dicha proyección antipática antes de verse en la cruda obligación que morder su lengua ante comentarios hipócritas e ilógicos por parte de sus pares.
Y vaya que aquella conveniente imposición le costaba, pues ya pesaba demasiado el cotidiano reflejar de una imagen completamente contraria a la verdadera, como para también suprimir su realista opinión en cuanto a los pareceres ajenos. Por ende lo mejor era ni siquiera dar chance de caer en temáticas demandantes de una opinión personal, puesto que la misma siempre entraría en conflicto con aquella oportuna a proyectar con los demás.
Ese sería entonces el principal porqué de que Thorna mantenía ciertas distancias con aquellos que, por temas de protocolo y conveniencia debía de tratar inexcusablemente, incluso cuando era consciente de los comentarios sobre su persona que éstos mismos hacían rondar a sus espaldas y que lejanos estaban de la verdad que Thorna ocultaba en lo más profundo de su existencia, aquella que ni por un instante dejaba de lado la exhaustiva actuación que camuflaba sus intenciones e ideales genuinas.
Con su copa de champaña aun intacta los disimulados pero analíticos orbes de la silente dama notaron como lentamente los invitados de la gala comenzaban a disiparse en dos notorios grupos; mujeres por un lado y hombres por otro. Una nueva disyuntiva que se posaba en la mente de la elegante dama.
¿Debía ir con aquellas que solamente se reunían para desmembrar la vida ajena entre risas y comentarios superficiales? Pues eso era lo que las damas de alta alcurnia solían hacer en aquellas finas reuniones donde la hipocresía estaba a flor de piel. Palpable y repugnantemente, mas alabada por aquellas que con hilaridad se regocijaban en la critica de personas ausentes como mero entretenimiento.
Cómicamente, las dos facetas de Thorna, tan contrastantes entre sí, concordaban en que seria imposible el cometido de auto encomendarse la entrada en aquella habitación y mantenerse callada frente a las numerosas lenguas afiladas. Una opción extirpada desde la raíz para la Inquisidora.
¿Pero acaso la otra alternativa era mas viable? Claro que no. En aquellos días, a la imagen de una dama soltera envuelta por el grisáceo humo de los habanos mientras era rodeada por la presencia de numerosos caballeros solo podía etiquetársele de una forma; cortesana. Y pese a estar distante de aquel rotulo, la mente de la fémina sabia que sumergirse en la critica objetiva con más de un hombre conllevaría a dos cosas; la inacabable difamación por parte de las presentes en la otra recamara por aquel aberrante hecho de adentrarse donde supuestamente no se debía y la total denegación por parte de los nobles a toda opinión expuesta por una mujer –que pese a poseer mas conocimientos que ellos- nunca verían como par.
Así fue entonces que dejando atrás la cotidiana sensación de no encajar en ningún sitio, que con serenos pasos la solitaria pensadora optó por escabullirse en los patios del castillo, con intención de perderse de la vista indeseada de los otros por un momento.
“Una pena que estas reuniones se den generalmente en las noches” pensó para sí cuando sus ojos vislumbraron el paisaje natural que resguardaban los muros del establecimiento. Por lo menos a luz del día, la fémina creía poder disfrutar de los rayos del Sol, algo que en aquellas instancias lucia más interesante y deleitoso que el trato con los que yacían en el interior.
Silente como de costumbre notó una presencia de un sosegado caballero. Galante, misterioso y a su vez encantador a la vista. Esa fue la primera impresión que se plasmo en la mente de aquella que frente a los demás debía proyectarse como una dama casta y pura en reflejo de su irrevocable fidelidad a Dios. Y pese que en aquellos instantes nadie le vislumbraba, no sabia si bajar la guardia ante aquel que lucia tan fuera de lugar como ella.
- Nunca viene mal un breve receso frente al bullicio aristocrático – comentó al aire la dama, despegando aquellos carnosos labios, que ante el preponderante silencio de su dueña no se separaban uno del otro desde hacia buen rato. Tras sus palabras, los orbes de la astuta Thorna se posaron en el cielo, más precisamente en la redondeada Luna que pendía en la oscuridad de la noche, reflejando así cierto desinterés en la atrayente imagen del hombre a su cercanía. Velozmente había deducido que éste sería muy consciente de su atractivo frente a los ojos ajenos, y por ello mismo, como en toda ocasión, Thorna gustaba de dar la diferencia, aunque ésta no fuese totalmente sincera. Pero para los otros, nada en la dama lo era, aunque ilusamente se pensase lo contrario.
!Perdón por la demora!
Pero por más indispensable que fuese el acto de la interacción, eso no lo hacia menos tedioso. Por lo menos no para Thorna.
Aquella mujer parecía llevar siempre consigo la molestia de tratar con desconocidos. No por un sentimiento misántropo radicado en lo profundo en su persona, ni tampoco por una introversión para con quienes le rodeaban, no. La damisela despojaba cierta hosquedad para con otros por el simple hecho de que prefería optar por dicha proyección antipática antes de verse en la cruda obligación que morder su lengua ante comentarios hipócritas e ilógicos por parte de sus pares.
Y vaya que aquella conveniente imposición le costaba, pues ya pesaba demasiado el cotidiano reflejar de una imagen completamente contraria a la verdadera, como para también suprimir su realista opinión en cuanto a los pareceres ajenos. Por ende lo mejor era ni siquiera dar chance de caer en temáticas demandantes de una opinión personal, puesto que la misma siempre entraría en conflicto con aquella oportuna a proyectar con los demás.
Ese sería entonces el principal porqué de que Thorna mantenía ciertas distancias con aquellos que, por temas de protocolo y conveniencia debía de tratar inexcusablemente, incluso cuando era consciente de los comentarios sobre su persona que éstos mismos hacían rondar a sus espaldas y que lejanos estaban de la verdad que Thorna ocultaba en lo más profundo de su existencia, aquella que ni por un instante dejaba de lado la exhaustiva actuación que camuflaba sus intenciones e ideales genuinas.
Con su copa de champaña aun intacta los disimulados pero analíticos orbes de la silente dama notaron como lentamente los invitados de la gala comenzaban a disiparse en dos notorios grupos; mujeres por un lado y hombres por otro. Una nueva disyuntiva que se posaba en la mente de la elegante dama.
¿Debía ir con aquellas que solamente se reunían para desmembrar la vida ajena entre risas y comentarios superficiales? Pues eso era lo que las damas de alta alcurnia solían hacer en aquellas finas reuniones donde la hipocresía estaba a flor de piel. Palpable y repugnantemente, mas alabada por aquellas que con hilaridad se regocijaban en la critica de personas ausentes como mero entretenimiento.
Cómicamente, las dos facetas de Thorna, tan contrastantes entre sí, concordaban en que seria imposible el cometido de auto encomendarse la entrada en aquella habitación y mantenerse callada frente a las numerosas lenguas afiladas. Una opción extirpada desde la raíz para la Inquisidora.
¿Pero acaso la otra alternativa era mas viable? Claro que no. En aquellos días, a la imagen de una dama soltera envuelta por el grisáceo humo de los habanos mientras era rodeada por la presencia de numerosos caballeros solo podía etiquetársele de una forma; cortesana. Y pese a estar distante de aquel rotulo, la mente de la fémina sabia que sumergirse en la critica objetiva con más de un hombre conllevaría a dos cosas; la inacabable difamación por parte de las presentes en la otra recamara por aquel aberrante hecho de adentrarse donde supuestamente no se debía y la total denegación por parte de los nobles a toda opinión expuesta por una mujer –que pese a poseer mas conocimientos que ellos- nunca verían como par.
Así fue entonces que dejando atrás la cotidiana sensación de no encajar en ningún sitio, que con serenos pasos la solitaria pensadora optó por escabullirse en los patios del castillo, con intención de perderse de la vista indeseada de los otros por un momento.
“Una pena que estas reuniones se den generalmente en las noches” pensó para sí cuando sus ojos vislumbraron el paisaje natural que resguardaban los muros del establecimiento. Por lo menos a luz del día, la fémina creía poder disfrutar de los rayos del Sol, algo que en aquellas instancias lucia más interesante y deleitoso que el trato con los que yacían en el interior.
Silente como de costumbre notó una presencia de un sosegado caballero. Galante, misterioso y a su vez encantador a la vista. Esa fue la primera impresión que se plasmo en la mente de aquella que frente a los demás debía proyectarse como una dama casta y pura en reflejo de su irrevocable fidelidad a Dios. Y pese que en aquellos instantes nadie le vislumbraba, no sabia si bajar la guardia ante aquel que lucia tan fuera de lugar como ella.
- Nunca viene mal un breve receso frente al bullicio aristocrático – comentó al aire la dama, despegando aquellos carnosos labios, que ante el preponderante silencio de su dueña no se separaban uno del otro desde hacia buen rato. Tras sus palabras, los orbes de la astuta Thorna se posaron en el cielo, más precisamente en la redondeada Luna que pendía en la oscuridad de la noche, reflejando así cierto desinterés en la atrayente imagen del hombre a su cercanía. Velozmente había deducido que éste sería muy consciente de su atractivo frente a los ojos ajenos, y por ello mismo, como en toda ocasión, Thorna gustaba de dar la diferencia, aunque ésta no fuese totalmente sincera. Pero para los otros, nada en la dama lo era, aunque ilusamente se pensase lo contrario.
!Perdón por la demora!
Thorna Shapplin1- Inquisidor Clase Alta
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Re: La belle France [Priv]
Estrellas, luna, oscuridad...
Alejandro no podía dejar de mirar el cielo mientras pensaba. Hacía ya un rato que se había quedado allí, en la terraza de la parte trasera, mientras los demás charlaban en sus respectivas salas. Hombres separados de mujeres, como es debido. O eso era lo que dictaban las normas de cortesía. Cortesía... Sí, de eso había aprendido mucho a lo largo de su vida. Aunque él, verdaderamente, no tuviese ni una pizca. Si le 'salía' era en los momentos más oportunos, porque era un viejo y astuto zorro al que habían cazado menos veces de las que se merecía. ¡Cómo odiaba sentir que el pasado volvía! En parte por eso no le gustaba quedarse solo con sus pensamientos. No les tenía miedo, Alejandro temía a muy pocas cosas actualmente, pero sí respeto y pereza. Recordar nunca había sido uno de sus gustos. Recordar según que cosas, mejor dicho. Le gustaba recordar los momentos placenteros pasados junto a Indhira, su primera esposa, durante sus primeros meses de matrimonio y los pocos que pasaron como novios. Sonrió para sí, ya que se encontraba solo. Aquello había sido una de las mayores locuras cometidas en su vida, una locura que le era agradable de recordar. Por otra parte, Mariska... Ese había sido un error, a su vez el más grande de su vida. Y que no agradaba en absoluto recordar. Las noches de angustia, tortura y...
Nunca viene mal un breve receso frente al bullicio aristocrático.
Esa voz, lo sobresaltó. Abrió los ojos de golpe, casi tirando la copa que tenía en las manos. Para su suerte solo quedaban las últimas gotas y aún con el brusco movimiento de mano que hizo no se derramó nada encima. En cuanto volvió a la 'realidad' se percató de quién era la que lo había sacado de su pequeño mundo de recuerdos que se había formado en a penas unos minutos. ¿O llevaba más? No tenía consciencia de cuánto había estado pensando. - Sí, aunque la mayoría aprovecha estos momentos para establecer más contactos de los que ya posiblemente tiene - Comentó en un tono neutro y al mismo tiempo interesante. Debido a la sorpresa del momento, no tuvo tiempo de pensar en cómo reaccionar ni de 'analizar' al contrario. Estaba oscuro. Aún con la luz de la luna iluminando el lugar, la parte en la que se encontraban no era precisamente en la que recaía más dicha iluminación. Y, al contrario de lo que se pudiera pensar, las pequeñas luces enganchadas a la pared no habían sido encendidas. Sí, eso solían hacerlo bastante. El efecto de intimidad que daba la oscuridad, en fiestas como aquellas, no era fácil de igualar.
Pasados unos segundos en silencio, decidió que era hora de despertar de su ensoñación. Y empezar a trabajar. 'Trabajar', como él lo llamaba, consistía en ampliar su abanico de contactos. De ahí el comentario.. - Aunque yo, personalmente, prefiero la frescura y tranquilidad de una noche como esta al bullicio aristocrático. Como bien lo ha descrito. - Dando un paso al frente, aproximó su cuerpo al de la desconocida ahora que sus ojos habían vuelto a hacerse a las sombras. Obviamente, los mejores detalles no podía percibirlos, pero sí los suficientes para denotar en aquella mujer un alto aire de clase. Como todas. Pensó. ¿Quién allí no tendría un mínimo de clase? Él, por ejemplo. Pero sabía que había muy pocos como él y menos tratándose de mujeres. El machismo, una vez más presente, se hacía destacar entre un hombre que vendía su cuerpo y una mujer que ofrecía sus servicios. Por lo general, a hombres demasiado comprometidos como para poder invitar a dichas muchachas a fiestas como aquellas. Las mujeres viudas o solteronas pasadas de los treinta, su clientela habitual, no tenían problema alguno en aparecer acompañadas de 'simpáticos' y variados hombres. Así era la vida. No es que le agradara la pronunciada diferencia, sobretodo porque sentía cierta lástima por el género opuesto, pero dado que le iba de maravilla tampoco se quejaba.
Ahora me toca disculparme a mi.
Alejandro no podía dejar de mirar el cielo mientras pensaba. Hacía ya un rato que se había quedado allí, en la terraza de la parte trasera, mientras los demás charlaban en sus respectivas salas. Hombres separados de mujeres, como es debido. O eso era lo que dictaban las normas de cortesía. Cortesía... Sí, de eso había aprendido mucho a lo largo de su vida. Aunque él, verdaderamente, no tuviese ni una pizca. Si le 'salía' era en los momentos más oportunos, porque era un viejo y astuto zorro al que habían cazado menos veces de las que se merecía. ¡Cómo odiaba sentir que el pasado volvía! En parte por eso no le gustaba quedarse solo con sus pensamientos. No les tenía miedo, Alejandro temía a muy pocas cosas actualmente, pero sí respeto y pereza. Recordar nunca había sido uno de sus gustos. Recordar según que cosas, mejor dicho. Le gustaba recordar los momentos placenteros pasados junto a Indhira, su primera esposa, durante sus primeros meses de matrimonio y los pocos que pasaron como novios. Sonrió para sí, ya que se encontraba solo. Aquello había sido una de las mayores locuras cometidas en su vida, una locura que le era agradable de recordar. Por otra parte, Mariska... Ese había sido un error, a su vez el más grande de su vida. Y que no agradaba en absoluto recordar. Las noches de angustia, tortura y...
Nunca viene mal un breve receso frente al bullicio aristocrático.
Esa voz, lo sobresaltó. Abrió los ojos de golpe, casi tirando la copa que tenía en las manos. Para su suerte solo quedaban las últimas gotas y aún con el brusco movimiento de mano que hizo no se derramó nada encima. En cuanto volvió a la 'realidad' se percató de quién era la que lo había sacado de su pequeño mundo de recuerdos que se había formado en a penas unos minutos. ¿O llevaba más? No tenía consciencia de cuánto había estado pensando. - Sí, aunque la mayoría aprovecha estos momentos para establecer más contactos de los que ya posiblemente tiene - Comentó en un tono neutro y al mismo tiempo interesante. Debido a la sorpresa del momento, no tuvo tiempo de pensar en cómo reaccionar ni de 'analizar' al contrario. Estaba oscuro. Aún con la luz de la luna iluminando el lugar, la parte en la que se encontraban no era precisamente en la que recaía más dicha iluminación. Y, al contrario de lo que se pudiera pensar, las pequeñas luces enganchadas a la pared no habían sido encendidas. Sí, eso solían hacerlo bastante. El efecto de intimidad que daba la oscuridad, en fiestas como aquellas, no era fácil de igualar.
Pasados unos segundos en silencio, decidió que era hora de despertar de su ensoñación. Y empezar a trabajar. 'Trabajar', como él lo llamaba, consistía en ampliar su abanico de contactos. De ahí el comentario.. - Aunque yo, personalmente, prefiero la frescura y tranquilidad de una noche como esta al bullicio aristocrático. Como bien lo ha descrito. - Dando un paso al frente, aproximó su cuerpo al de la desconocida ahora que sus ojos habían vuelto a hacerse a las sombras. Obviamente, los mejores detalles no podía percibirlos, pero sí los suficientes para denotar en aquella mujer un alto aire de clase. Como todas. Pensó. ¿Quién allí no tendría un mínimo de clase? Él, por ejemplo. Pero sabía que había muy pocos como él y menos tratándose de mujeres. El machismo, una vez más presente, se hacía destacar entre un hombre que vendía su cuerpo y una mujer que ofrecía sus servicios. Por lo general, a hombres demasiado comprometidos como para poder invitar a dichas muchachas a fiestas como aquellas. Las mujeres viudas o solteronas pasadas de los treinta, su clientela habitual, no tenían problema alguno en aparecer acompañadas de 'simpáticos' y variados hombres. Así era la vida. No es que le agradara la pronunciada diferencia, sobretodo porque sentía cierta lástima por el género opuesto, pero dado que le iba de maravilla tampoco se quejaba.
Ahora me toca disculparme a mi.
Alejandro Garay- Prostituta Clase Baja
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Re: La belle France [Priv]
No sabía con certeza si el sentimiento enigmático de aquel hombre se debía a su peculiar tono de voz o al paisaje tenue y misterioso que envolvía su masculina figura, que con el acercamiento escasamente se vislumbraba arropada por entalladas telas que sin dudas tenían por objetivo resaltar la estilizada anatomía del varón. No era novedad que en aquellas fiestas los invitados se alistaban de la manera más perfecta posible, demarcado los atributos que a su consciencia creyeran más aptos de ser destacados frente al juzgador ojo ajeno, aquél que debía ser complacido a como diera lugar, no importando que tan asfixiantes e incomodos fuesen los corsés para las damas, ni que tan picosas y ajustadas las chaquetas para los caballeros. El sacrificio valía la pena, sin con ello se recibía el anhelado halago de otro contertulio.
¿Habrían de tener presente aquellos onerosos y preocupados individuos que las alabanzas en los círculos aristocráticos solían ser generalmente obvias adulaciones carentes de sinceridad?
La belleza de Thorna había sido un conveniente regalo de su descendencia y que la misma no tenía interés alguno en explotar. Prefería impartir pulcritud y prolijidad ante otros. Eso y su indiscutible fidelidad a Dios. No había necesidad en ella de remarcar aquel exterior, proyectante de una delicadeza facial contrarrestada por el firme y hasta intimidante mirar de la dama. Sobria y medida. Atrapante y repulsiva. Y todo eso sin acción alguna de su parte, pues su majestuosa actuación solamente se daba a través de los gestos, de la minuciosa retorica que la inquisidora pareciese haber grabado en su mente, jamás siendo tomada en descuido. Precavida como la que más, gustaba de estar un paso delante de quienes le rodeasen.
- ¿Para que agregar más nombres en una agenda consciente de que su poseedor jamás cumplirá debidamente ante cada uno de los intereses reflejados en aquellos que, ilusamente, se acercan a “forjar contactos”? - Levantando ambas cejas, liberó un gesto reflejante la ininteligibilidad que le causaba aquellas tonteras ajenas. Tal vez aquel malestar radicaba en que la dama se encontraba en la fiesta por un interés lejano al que de la mayoría.
- Creo que ya es suficiente con vernos las caras y saber que aún seguimos vivos, gracias a la voluntad de Dios - añadió para luego beber un mínimo sorbo de su copa, sellando aquel sutil comentario que astutamente, liberaba un medido vestigio del fingido cristianismo que, para muchos ignorantes de la disfrazada realidad de la mujer, solía ser una de las características principales de su envolvente personalidad.
El viento sopló vaporosamente, generando que la frondosidad de la vegetación allí presente despojará una leve musicalidad, suficiente para enmarcar al oscuro escenario como un lugar abrazado por la deleitante sencillez propia de la naturaleza, esa que Thorna prefería sin duda alguna muy por encima de los grupos presentes dentro de aquella lujosa estancia.
Posó sus ojos en el caballero, o en lo que creía que era éste por lo menos, tratando de dilucidar su rostro, sus facciones, lo que su semblante transmitía. De todas formas, aquella intriga que la penumbra generaba le entretenía. Procuró valerse más de sus otros sentidos en aquel instante. Por otro lado, su mente; siempre atenta.
¿Habrían de tener presente aquellos onerosos y preocupados individuos que las alabanzas en los círculos aristocráticos solían ser generalmente obvias adulaciones carentes de sinceridad?
La belleza de Thorna había sido un conveniente regalo de su descendencia y que la misma no tenía interés alguno en explotar. Prefería impartir pulcritud y prolijidad ante otros. Eso y su indiscutible fidelidad a Dios. No había necesidad en ella de remarcar aquel exterior, proyectante de una delicadeza facial contrarrestada por el firme y hasta intimidante mirar de la dama. Sobria y medida. Atrapante y repulsiva. Y todo eso sin acción alguna de su parte, pues su majestuosa actuación solamente se daba a través de los gestos, de la minuciosa retorica que la inquisidora pareciese haber grabado en su mente, jamás siendo tomada en descuido. Precavida como la que más, gustaba de estar un paso delante de quienes le rodeasen.
- ¿Para que agregar más nombres en una agenda consciente de que su poseedor jamás cumplirá debidamente ante cada uno de los intereses reflejados en aquellos que, ilusamente, se acercan a “forjar contactos”? - Levantando ambas cejas, liberó un gesto reflejante la ininteligibilidad que le causaba aquellas tonteras ajenas. Tal vez aquel malestar radicaba en que la dama se encontraba en la fiesta por un interés lejano al que de la mayoría.
- Creo que ya es suficiente con vernos las caras y saber que aún seguimos vivos, gracias a la voluntad de Dios - añadió para luego beber un mínimo sorbo de su copa, sellando aquel sutil comentario que astutamente, liberaba un medido vestigio del fingido cristianismo que, para muchos ignorantes de la disfrazada realidad de la mujer, solía ser una de las características principales de su envolvente personalidad.
El viento sopló vaporosamente, generando que la frondosidad de la vegetación allí presente despojará una leve musicalidad, suficiente para enmarcar al oscuro escenario como un lugar abrazado por la deleitante sencillez propia de la naturaleza, esa que Thorna prefería sin duda alguna muy por encima de los grupos presentes dentro de aquella lujosa estancia.
Posó sus ojos en el caballero, o en lo que creía que era éste por lo menos, tratando de dilucidar su rostro, sus facciones, lo que su semblante transmitía. De todas formas, aquella intriga que la penumbra generaba le entretenía. Procuró valerse más de sus otros sentidos en aquel instante. Por otro lado, su mente; siempre atenta.
Thorna Shapplin1- Inquisidor Clase Alta
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Re: La belle France [Priv]
Le había tocado 'una inteligente'.
¡Qué sorpresa! Pensó para si mismo, mientras escuchaba hablar a la mujer. No era como las que estaba acostumbrada a tratar, esta tenía cabeza, era inteligente.. A él le parecía demasiado joven para hablar de una manera tan filosófica ¿Llegaría a los veinticinco si quiera? La mayoría, se acercaban con tímidas frases. Después de todo él era un hombre algo imponente, tanto por su altura como por su edad. Y las muchachas que acudían a aquellas fiestas no eran como las que trabajaban en el burdel, no todas. Algunas escondían esa segunda cara bajo una máscara de hipocresía. Sí, parecido a lo que hacía él en ese momento, vestido con aquellas prendas tan elegantes y ajustadas que poco tenían que ver con él. Rodeado de lujo. Él no pertenecía a aquella clase ni a aquel lugar, era un mero invitado, aún así se bien procuraba de disfrutarlo al máximo. Las cosas y las personas que podía encontrarse allí, del mismo modo que también se 'beneficiaba' a su acompañante oficial. Precisamente, sin ese contacto, nunca hubiese estado allí ni aquella mujer se lo hubiese encontrado. Claramente, discrepaba sobre su opinión, sus buenos contactos eran extremadamente valiosos. Y, por otra parte, él no era de los que consideraba 'contacto' a cualquiera. Algo que, obviamente, no pensaba decirle a aquella desconocida. Ni eso, ni todo lo demás ¿Por qué hacerlo?.
Dio un último trago a su copa, para ocultar así una risa. Risa que le produjo el comentario respectivo a Dios... Ah, él era tan pagano. No había dado con la persona idónea para hablar sobre Dioses. Alejandro lo consideraba un total desperdicio de tiempo ¿Por qué gastar tu tiempo en pensar qué ente será el que "maneja los hilos"? Él solo se preocupaba de disfrutar al máximo posible de su propio maneje. Una vez más, se ahorró el comentario. En esas fiestas, debía ser cuidadoso con el cómo tratar a los demás. Sobretodo si era alguien con un mínimo de inteligencia y dos dedos de frente. Poco habitual en las jovencitas. - Bueno, a veces hace falta algo más que sabernos vivos ¿No cree, madame...? - Hizo una breve pausa, dando a entender que no conocía más allá del respectivo a usar con mujeres de su clase. Aunque él solía utilizarlo para coquetear con cualquier tipo de mujer. - Debería presentarme - Anunció, sin más. Se traspasó la copa de champan a la mano izquierda y, con la derecha, agarró la que ella tenía libre. Llevando la parte de los nudillos hacia si, hacia sus labios más concretamente - Puede llamarme Alejandro, un placer disfrutar de su compañía esta noche - Besó la respectiva zona, casi sin rozarse, lo más delicadamente que pudo. Provocativo al mismo tiempo que aparentemente cortés ¡Oh, que buen actor era! Había aprendido demasiado bien a transformar esa faceta suya ligona tan descarada en algo mucho más sensual y discreto. Para ocasiones como aquellas. Aunque no pretendiera exclusivamente llevarse a esa fémina a la cama, era algo que le salía sin más. Tanto con mujeres, como con hombres. Con estos últimos, claro, la técnica era un 'poco' diferentes.
Lentamente, soltó aquella caricia. No era de buen gusto mantener contacto por más de lo necesario, escasos segundos. No en aquella situación. - ¿Está disfrutando de la velada? - Preguntó entonces, con tal de que no cayeran en silencio. En ese tipo de situaciones, en las que no podía desenvolverse naturalmente, odiaba los silencios incómodos. Porque él no tenía ningún problema para socializar y eso era lo que más le molestaba. Como es lógico, no todas las jugadas acababan por salir bien y en algunas ocasiones no conectaba. Él tampoco era de los que iba detrás de alguien cual perro faldero, no seriamente. No sin un motivo de buen peso. Ya estaba bastante grandecito para andarse con juegos... Y, por eso mismo, creyó ver un gran potencial en aquella mujer de la cual todavía no sabía el nombre. El nombre era un gran dato, demostraría cuán interés podía tener ella en él ¿Para qué dar tu nombre a alguien con el que no quieres absolutamente nada? Sí, desde un principio ya le pintaba bien, era ella quien se le había acercado después de todo. Aunque solo fuera para una agradable y amena charla.
Mil disculpas por la demora, últimamente no acabo de inspirarme con Alejandro. Espero que el post sea de tu agrado ~
¡Qué sorpresa! Pensó para si mismo, mientras escuchaba hablar a la mujer. No era como las que estaba acostumbrada a tratar, esta tenía cabeza, era inteligente.. A él le parecía demasiado joven para hablar de una manera tan filosófica ¿Llegaría a los veinticinco si quiera? La mayoría, se acercaban con tímidas frases. Después de todo él era un hombre algo imponente, tanto por su altura como por su edad. Y las muchachas que acudían a aquellas fiestas no eran como las que trabajaban en el burdel, no todas. Algunas escondían esa segunda cara bajo una máscara de hipocresía. Sí, parecido a lo que hacía él en ese momento, vestido con aquellas prendas tan elegantes y ajustadas que poco tenían que ver con él. Rodeado de lujo. Él no pertenecía a aquella clase ni a aquel lugar, era un mero invitado, aún así se bien procuraba de disfrutarlo al máximo. Las cosas y las personas que podía encontrarse allí, del mismo modo que también se 'beneficiaba' a su acompañante oficial. Precisamente, sin ese contacto, nunca hubiese estado allí ni aquella mujer se lo hubiese encontrado. Claramente, discrepaba sobre su opinión, sus buenos contactos eran extremadamente valiosos. Y, por otra parte, él no era de los que consideraba 'contacto' a cualquiera. Algo que, obviamente, no pensaba decirle a aquella desconocida. Ni eso, ni todo lo demás ¿Por qué hacerlo?.
Dio un último trago a su copa, para ocultar así una risa. Risa que le produjo el comentario respectivo a Dios... Ah, él era tan pagano. No había dado con la persona idónea para hablar sobre Dioses. Alejandro lo consideraba un total desperdicio de tiempo ¿Por qué gastar tu tiempo en pensar qué ente será el que "maneja los hilos"? Él solo se preocupaba de disfrutar al máximo posible de su propio maneje. Una vez más, se ahorró el comentario. En esas fiestas, debía ser cuidadoso con el cómo tratar a los demás. Sobretodo si era alguien con un mínimo de inteligencia y dos dedos de frente. Poco habitual en las jovencitas. - Bueno, a veces hace falta algo más que sabernos vivos ¿No cree, madame...? - Hizo una breve pausa, dando a entender que no conocía más allá del respectivo a usar con mujeres de su clase. Aunque él solía utilizarlo para coquetear con cualquier tipo de mujer. - Debería presentarme - Anunció, sin más. Se traspasó la copa de champan a la mano izquierda y, con la derecha, agarró la que ella tenía libre. Llevando la parte de los nudillos hacia si, hacia sus labios más concretamente - Puede llamarme Alejandro, un placer disfrutar de su compañía esta noche - Besó la respectiva zona, casi sin rozarse, lo más delicadamente que pudo. Provocativo al mismo tiempo que aparentemente cortés ¡Oh, que buen actor era! Había aprendido demasiado bien a transformar esa faceta suya ligona tan descarada en algo mucho más sensual y discreto. Para ocasiones como aquellas. Aunque no pretendiera exclusivamente llevarse a esa fémina a la cama, era algo que le salía sin más. Tanto con mujeres, como con hombres. Con estos últimos, claro, la técnica era un 'poco' diferentes.
Lentamente, soltó aquella caricia. No era de buen gusto mantener contacto por más de lo necesario, escasos segundos. No en aquella situación. - ¿Está disfrutando de la velada? - Preguntó entonces, con tal de que no cayeran en silencio. En ese tipo de situaciones, en las que no podía desenvolverse naturalmente, odiaba los silencios incómodos. Porque él no tenía ningún problema para socializar y eso era lo que más le molestaba. Como es lógico, no todas las jugadas acababan por salir bien y en algunas ocasiones no conectaba. Él tampoco era de los que iba detrás de alguien cual perro faldero, no seriamente. No sin un motivo de buen peso. Ya estaba bastante grandecito para andarse con juegos... Y, por eso mismo, creyó ver un gran potencial en aquella mujer de la cual todavía no sabía el nombre. El nombre era un gran dato, demostraría cuán interés podía tener ella en él ¿Para qué dar tu nombre a alguien con el que no quieres absolutamente nada? Sí, desde un principio ya le pintaba bien, era ella quien se le había acercado después de todo. Aunque solo fuera para una agradable y amena charla.
Mil disculpas por la demora, últimamente no acabo de inspirarme con Alejandro. Espero que el post sea de tu agrado ~
Alejandro Garay- Prostituta Clase Baja
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Re: La belle France [Priv]
Para ella su razón de vida iba mucho más allá de Dios, principalmente porque su interior no creía en fantasmas y el ente divino de la religión cristiana, a sus ojos, era mucho menos que eso. Un invento bien elaborado por la Iglesia para controlar a su antojo a las sociedades, a las mentes necesitadas de una fe ciega que les guiase para encontrar algún sentido a su vida. Thorna ya tenia muy presente cual era su misión en la Tierra y ninguna voz angelical se lo había hecho saber, fueron sus propias experiencias a lo largo de los años las únicas guiadoras de lo que era hoy y de lo que debía alcanzar para cumplir sus objetivos ¿Pero cómo se tornaría la mirada engalanadora de aquel caballero si éste supiese la pura realidad? Aquella que encerraba acciones de traición, rebeldía, muerte e insensibilidad ¿Cómo le vería? La castaña jamás sabría la respuesta certera a priori, pues eran necesarios ciertos elementos para deducir sigilosamente la reacción ajena ante tales circunstancias y por el momento apenas tenía en su conocer el nombre de quien le acompañaba en aquel penumbroso jardín. No respondió a aquella pregunta por el simple hecho de que no le interesaba ahondar en temas de extensión prolongada, no, no con un desconocido.
No era de reflejar sensaciones a través de su semblante a menos que la situación lo ameritase, por lo que solamente se limito a alzar una ceja tras recibir el protocolar saludo del varón. Algo en él despertaba cierta incertidumbre en su interior, como si sus ojos notasen un halo impregnado de enigmas en el mismo. Su memoriosa mente le hacía acuerdo de que jamás le había visto en algunos de los eventos que solía concurrir, pero Francia estaba desbordada de personas para aquel entonces ¿Por qué razón habría de conocer a todo el mundo? Ya le era suficiente con actuar frente a la hipócrita sociedad que le rodeaba como para recordar que existían tantos otros, seguramente iguales a los que sus ojos ya de por si despreciaban.
- Dada su presencia aquí y no junto al tumulto parlante, me atreveré a confesar que éste circo no era lo que tenía en mente precisamente para que el transcurso de la noche fuese más entretenido que de costumbre - sonrió para amortiguar sus palabras, sumergiéndolas en una dualidad peculiar, conveniente. No tenía la menor idea de si el caballero solamente había optado despejar su mente con un poco de aire fresco o por contrario escapa igual que ella de la estupidez ajena. Por eso mismo lo más apropiado era dilucidar el peso verdadero de los vocablos con algún gesto contradictorio a lo que se decía. A veces gustaba de probar la perspicacia ajena y de existir en su receptor, no tenia la menor duda que éste captaría con claridad el mensaje expresado.
Bebió delicadamente un trago de su copa, suficiente para invocar algo de frescor a su templada garganta. Sintió el liquido deslizarse lentamente, como si el transcurso del tiempos e hubiese atrofiado por unos instantes. Sus ojos seguían posados en el rostro del ya presentado Alejandro, un hombre mayo que ella, más no por eso irradiaba aquel ímpetu que su semblante, su altura y sus anchos hombros remarcaban con tanta precisión, no, había algo más en él que lo revelaba como una persona con unos cuantos años más que los de ella sobre sus espaldas. El secreto residía en su parda mirada y Thorna había caído en el juego encubierto de descifrar lo que allí se resguardaba.
- Mi nombre es Thorna… Thorna Shapplin - dio a saber tras unos momentos de recrearse por el simple hecho de no ofrecer automáticamente a los oídos ajenos su identidad. La inquisidora era bastante peculiar, diferente a las típicas damiselas de su edad que poco mas se entregaban con moño a los encantos y falsas promesas del primer hombre adinerado que se les cruzase con el cuento de un futuro prometedor. Ella no necesitaba eso, pues ya lo tenía por si sola. Riquezas, inteligencia, belleza y por sobre todo una vida secreta llena de aventuras, muchas más de las que hubiese deseado. Todos esos factores permitían claramente que la mujer se expresase de una forma diferente, sin titubeos, sin la necesidad propia de caer bien. No obstante era su mente la encargada de saber hasta que punto arriesgarse ante los otros, no por su independencia osaría a ganarse la apatía de su maldita sociedad. Lamentablemente necesitaba de ellos para reafirmar su actuación, para eliminar sospechas, para que su trayecto hacia el derrocamiento de la Iglesia siguiese su cauce como hasta ahora.
- Única persona interesada en no hablar sobre negocios ni chismes de aristocracia - añadió sin vergüenza, alzó su copa en son de brindis orgulloso para con su propia persona y remojo sus carnosos labios en aquella fresca bebida mientras sus analíticos ópalos aún yacían sobre la figura masculina ¿Habría obrado mal? No lo sabía y en cierta forma no le importaba, pero nada tenía que ver eso con algún sentimiento jactancioso.
No era de reflejar sensaciones a través de su semblante a menos que la situación lo ameritase, por lo que solamente se limito a alzar una ceja tras recibir el protocolar saludo del varón. Algo en él despertaba cierta incertidumbre en su interior, como si sus ojos notasen un halo impregnado de enigmas en el mismo. Su memoriosa mente le hacía acuerdo de que jamás le había visto en algunos de los eventos que solía concurrir, pero Francia estaba desbordada de personas para aquel entonces ¿Por qué razón habría de conocer a todo el mundo? Ya le era suficiente con actuar frente a la hipócrita sociedad que le rodeaba como para recordar que existían tantos otros, seguramente iguales a los que sus ojos ya de por si despreciaban.
- Dada su presencia aquí y no junto al tumulto parlante, me atreveré a confesar que éste circo no era lo que tenía en mente precisamente para que el transcurso de la noche fuese más entretenido que de costumbre - sonrió para amortiguar sus palabras, sumergiéndolas en una dualidad peculiar, conveniente. No tenía la menor idea de si el caballero solamente había optado despejar su mente con un poco de aire fresco o por contrario escapa igual que ella de la estupidez ajena. Por eso mismo lo más apropiado era dilucidar el peso verdadero de los vocablos con algún gesto contradictorio a lo que se decía. A veces gustaba de probar la perspicacia ajena y de existir en su receptor, no tenia la menor duda que éste captaría con claridad el mensaje expresado.
Bebió delicadamente un trago de su copa, suficiente para invocar algo de frescor a su templada garganta. Sintió el liquido deslizarse lentamente, como si el transcurso del tiempos e hubiese atrofiado por unos instantes. Sus ojos seguían posados en el rostro del ya presentado Alejandro, un hombre mayo que ella, más no por eso irradiaba aquel ímpetu que su semblante, su altura y sus anchos hombros remarcaban con tanta precisión, no, había algo más en él que lo revelaba como una persona con unos cuantos años más que los de ella sobre sus espaldas. El secreto residía en su parda mirada y Thorna había caído en el juego encubierto de descifrar lo que allí se resguardaba.
- Mi nombre es Thorna… Thorna Shapplin - dio a saber tras unos momentos de recrearse por el simple hecho de no ofrecer automáticamente a los oídos ajenos su identidad. La inquisidora era bastante peculiar, diferente a las típicas damiselas de su edad que poco mas se entregaban con moño a los encantos y falsas promesas del primer hombre adinerado que se les cruzase con el cuento de un futuro prometedor. Ella no necesitaba eso, pues ya lo tenía por si sola. Riquezas, inteligencia, belleza y por sobre todo una vida secreta llena de aventuras, muchas más de las que hubiese deseado. Todos esos factores permitían claramente que la mujer se expresase de una forma diferente, sin titubeos, sin la necesidad propia de caer bien. No obstante era su mente la encargada de saber hasta que punto arriesgarse ante los otros, no por su independencia osaría a ganarse la apatía de su maldita sociedad. Lamentablemente necesitaba de ellos para reafirmar su actuación, para eliminar sospechas, para que su trayecto hacia el derrocamiento de la Iglesia siguiese su cauce como hasta ahora.
- Única persona interesada en no hablar sobre negocios ni chismes de aristocracia - añadió sin vergüenza, alzó su copa en son de brindis orgulloso para con su propia persona y remojo sus carnosos labios en aquella fresca bebida mientras sus analíticos ópalos aún yacían sobre la figura masculina ¿Habría obrado mal? No lo sabía y en cierta forma no le importaba, pero nada tenía que ver eso con algún sentimiento jactancioso.
Thorna Shapplin1- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/02/2012
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Re: La belle France [Priv]
Decir que aquella mujer resultaba de lo más extraña era quedarse muy corto. De una forma muy peculiar, había captado el completo interés de nuestro Alejandro. No eran sus deliciosas curvas, ocultas bajo aquel vestido, lo que le llamaba la atención; ni tampoco esos grandes ojos que lo miraban sin pudor alguno. Ni siquiera, los ligeramente gruesos labios, que juraba lo estaban llamando en cada respiración y que él no dejaba de observar. Algunas veces con más disimulo que otras. No, nada de eso era lo que había fascinado al castaño. Lo de que verdad atraía poderosamente su atención, era el encontrar en una fiesta de aquel estatus a una mujer capaz de pensar por si misma y de hablar frente a un hombre como él sin ningún tipo de vergüenza. "Este circo no era lo que tenía en mente" ¡Este circo! Alejandro no pudo más que soltar una sonora carcajada. ¡Vaya! Alguien que, pensando igual que él, se atrevía a mencionarlo en voz alta. Interesante, demasiado interesante para lo que su curiosidad se podía permitir. Decidió con aquella concluyente frase, que no importaba cómo, conseguiría más información sobre aquella bellísima dama. Todo un reto, sin dudarlo. Acostumbrado a jóvenes -Y no tan jóvenes- caer rendidas frente a su belleza, pese a los años que ya acarreaba encima, le iba a resultar divertido intentar conquistar a una mujer con los pies en el suelo y la cabeza bien amueblada. Quería ver todo lo que escondía bajo aquel vestido, literalmente.
Una sonrisa se mantuvo en su rostro, podía notársele con facilidad el repentino cambio que había sufrido. De aburrimiento y embobación, a pura excitación. Por una vez, se dijo, estaba valiendo realmente la pena portar aquel ajustado traje que tanto le molestaba. Y no es que las conquistas de otras fiestas a las que había asistido no le satisficieran, para nada, pero un reto era un reto. No podía competir a lo habitual, a la monotonía. No tenía pudor alguno en pecar de vanidoso, porque lo era.
Escuchar su nombre de esos labios tan llamativos resultó todo un canto musical para los oídos de Alejandro, quién prestaba extrema atención a cada cosa que su acompañante hiciera. La forma en que agarraba la copa con sus finos y alargados dedos. Cómo algunos mechones de su oscura melena se mecían al viento. La manera de mirarle. Hasta su respiración fue algo que no le pasó por alto, intentando no desviar la vista hacia el escote, o por lo menos no hacerlo de manera poco disimulada. - Thorna... Es todo un placer - Murmuró en un simple susurro, palabras que posiblemente se llevó el viento. Casi fue un sincero ronroneo por su parte, que dejaba en parte entrever el delicioso placer que iba a suponer conocerla. A fondo. Lo más a fondo que ella le permitiera; la intuición le decía que no sería fácil de convencer. Y ya ni se le pasaba por la cabeza la posibilidad de engatusarla con lo que habitualmente era su arma más infalible, su cuerpo. Esta vez tendría que acudir a su prosa, sin llegar a resultar un estúpido. Después de todo, él distaba mucho de ser un verdadero caballero. Solo acostumbraba a ocultar su lado más oscuro en momentos como aquel.
Una chispa de diversión se asomó en los ojos de Alejandro, uniéndose a aquel improvisado y -Para él- divertido brindis. Definitivamente, era una mujer extremadamente peculiar. Sin embargo, antes de tomar de su copa, decidió responder a lo que le había parecido un entretenido enfrentamiento. ¿Le estaría poniendo a prueba? Pensó para sí, del mismo modo que él lo había echo al esperar que ella le informara de su nombre. Y no solo había conseguido su nombre, también su apellido. Lo que le recordaba, que él en ningún momento se lo había desvelado, ni pensaba hacerlo. Al menos, por ahora. - Me veo en la terrible situación de contradecirla, madame - Mostró una de sus mejores sonrisas, una de las que le conferían más intriga. - Si fuera la única, yo sobraría en esta... amena conversación - La miró entonces por encima del cristal de aquella copa de champan, sonriendo esta vez con los ojos, antes de tomar el trago que sellaría aquel brindis. Una afirmación, obvia, de que él aparentaba pensar del mismo modo. ¿Soltaría aquellos comentarios frente a cualquiera? Se preguntó entonces. Sabía en demasía que muy pocos "caballeros" reaccionarían de la forma en que él lo había echo. La mayoría se alarmarían por tales palabras, provenientes de alguien que no debía saber nada sobre aquel mundo. Las mujeres solo habían sido creadas para procrear y cuidar de su marido, esa era la firme creencia de los hombres en aquella época. Claro que, de ser Alejandro como ellos, no hubiese estado allí fuera. Puede que eso hubiera sido el que propiciara tanta confianza por parte de la mujer.
- Me estaba preguntando.. - Todavía con la bebida haciéndole cosquillas por la garganta, habló de forma distraída. La mano libre se metió en el bolsillo del pantalón correspondiente, profiriéndole así un aire de comodidad y menos formalidad. - ¿Quién podría pensar en negocios o chismes, banalidades... teniendo a una mujer como vos, delante? Resultaría un insensato, de eso no me cabe la menor duda - Aquello podía tomarse como una broma con la que reír abiertamente, sin embargo, Alejandro se decantó por mostrarle una sutil y discreta sonrisa. Algo más íntimo que una simple broma. Un comentario destinado, sin duda alguna, a cortejarla ¿Disimuladamente?.
Una sonrisa se mantuvo en su rostro, podía notársele con facilidad el repentino cambio que había sufrido. De aburrimiento y embobación, a pura excitación. Por una vez, se dijo, estaba valiendo realmente la pena portar aquel ajustado traje que tanto le molestaba. Y no es que las conquistas de otras fiestas a las que había asistido no le satisficieran, para nada, pero un reto era un reto. No podía competir a lo habitual, a la monotonía. No tenía pudor alguno en pecar de vanidoso, porque lo era.
Escuchar su nombre de esos labios tan llamativos resultó todo un canto musical para los oídos de Alejandro, quién prestaba extrema atención a cada cosa que su acompañante hiciera. La forma en que agarraba la copa con sus finos y alargados dedos. Cómo algunos mechones de su oscura melena se mecían al viento. La manera de mirarle. Hasta su respiración fue algo que no le pasó por alto, intentando no desviar la vista hacia el escote, o por lo menos no hacerlo de manera poco disimulada. - Thorna... Es todo un placer - Murmuró en un simple susurro, palabras que posiblemente se llevó el viento. Casi fue un sincero ronroneo por su parte, que dejaba en parte entrever el delicioso placer que iba a suponer conocerla. A fondo. Lo más a fondo que ella le permitiera; la intuición le decía que no sería fácil de convencer. Y ya ni se le pasaba por la cabeza la posibilidad de engatusarla con lo que habitualmente era su arma más infalible, su cuerpo. Esta vez tendría que acudir a su prosa, sin llegar a resultar un estúpido. Después de todo, él distaba mucho de ser un verdadero caballero. Solo acostumbraba a ocultar su lado más oscuro en momentos como aquel.
Una chispa de diversión se asomó en los ojos de Alejandro, uniéndose a aquel improvisado y -Para él- divertido brindis. Definitivamente, era una mujer extremadamente peculiar. Sin embargo, antes de tomar de su copa, decidió responder a lo que le había parecido un entretenido enfrentamiento. ¿Le estaría poniendo a prueba? Pensó para sí, del mismo modo que él lo había echo al esperar que ella le informara de su nombre. Y no solo había conseguido su nombre, también su apellido. Lo que le recordaba, que él en ningún momento se lo había desvelado, ni pensaba hacerlo. Al menos, por ahora. - Me veo en la terrible situación de contradecirla, madame - Mostró una de sus mejores sonrisas, una de las que le conferían más intriga. - Si fuera la única, yo sobraría en esta... amena conversación - La miró entonces por encima del cristal de aquella copa de champan, sonriendo esta vez con los ojos, antes de tomar el trago que sellaría aquel brindis. Una afirmación, obvia, de que él aparentaba pensar del mismo modo. ¿Soltaría aquellos comentarios frente a cualquiera? Se preguntó entonces. Sabía en demasía que muy pocos "caballeros" reaccionarían de la forma en que él lo había echo. La mayoría se alarmarían por tales palabras, provenientes de alguien que no debía saber nada sobre aquel mundo. Las mujeres solo habían sido creadas para procrear y cuidar de su marido, esa era la firme creencia de los hombres en aquella época. Claro que, de ser Alejandro como ellos, no hubiese estado allí fuera. Puede que eso hubiera sido el que propiciara tanta confianza por parte de la mujer.
- Me estaba preguntando.. - Todavía con la bebida haciéndole cosquillas por la garganta, habló de forma distraída. La mano libre se metió en el bolsillo del pantalón correspondiente, profiriéndole así un aire de comodidad y menos formalidad. - ¿Quién podría pensar en negocios o chismes, banalidades... teniendo a una mujer como vos, delante? Resultaría un insensato, de eso no me cabe la menor duda - Aquello podía tomarse como una broma con la que reír abiertamente, sin embargo, Alejandro se decantó por mostrarle una sutil y discreta sonrisa. Algo más íntimo que una simple broma. Un comentario destinado, sin duda alguna, a cortejarla ¿Disimuladamente?.
Alejandro Garay- Prostituta Clase Baja
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