AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Cinco francos
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Cinco francos
[Primer post, perdonad si está un poco pobre :S]
El calor de la catedral era agradable. Acudía a ella prácticamente todas las tardes y mientras rezaba calentaba el cuerpo. El banco de madera donde había estado sentada me había dejado el trasero algo dolorido, pero estaba acostumbrada. En mi casa no había muebles que destacaran por su comodidad. Aunque al menos tenía una casa, pequeña, pero un techo en el que pasar las noches frías de invierno. Allí no llegaba la nieve, y eso era de agradecer.
En el momento que abrí la puerta noté el viento frío de los anocheceres de invierno Parisinos. No eran mucho más cálidos que los de Praga, pero allí al menos tenía buenos abrigos con los que protegerme. Me cubrí la cabeza con la capucha de la capa y después me la ceñí al cuerpo para bajar los escalones de la entrada. Cada vez que respiraba un denso vaho salía de mi boca y mi nariz.
No había mucha gente por la calle, algo que no me gustaba demasiado. Se decía que las calles de París no eran seguras de noche. Había oído historias de criaturas extrañas y peligrosas, muy peligrosas. Nunca había visto a dichos seres, es más, dudaba de su existencia, pero desde entonces caminaba con pies de plomo. Mi casa quedaba algo lejos de la catedral, y eso era algo que me incomodaba un poco. Tenía que caminar al menos veinte minutos a buen ritmo para llegar de un lado al otro y había zonas que apenas estaban iluminadas. Podía atajar por callejones, pero no quería arriesgarme. No sólo había criaturas sobrenaturales en aquellas calles, los seres humanos normales y corrientes también podían ser un peligro para una mujer que anduviera sola. O incluso para un hombre. Recordé aquella vez que me propuse atajar por los callejones y un vagabundo salió de entre las sombras abalanzándose sobre mí. Por suerte iba borracho y sus reflejos eran pésimos. Salí huyendo de allí y nunca he vuelto a pasar por ese callejón.
Llegué a una de las calles principales de la ciudad y comencé a cruzarla. Cada vez se hacía más oscuro el cielo, y las farolas eran más necesarias. Me ceñí la capa todavía más y me intenté cubrir el cuello, que lo llevaba desnudo. El frío era helador. Mi sombra se proyectaba en las paredes y el suelo, siguiéndome allí donde fuera. Era la única que no me abandonaba jamás.
Caminaba con la vista clavada en el suelo, observando los cantos rodados que cubrían las calles. Realmente, era lo más incómodo que había pisado nunca. Notaba todas las piedras en los pies y no era algo agradable. De pronto, vi algo en el suelo, algo redondo. Era una moneda. Me incliné a cogerla, y, para mi sorpresa, era de cinco francos. Me quedé parada en mitad de la calle jugueteando con ella. Aquella semana quizá podría comer algo más, o algo mejor. O podría comprar un par de zapatos nuevos. Continué mi marcha, pero a un paso mucho más lento. No dejaba de mirar la moneda. Sin duda, aquel día iba a terminar bien. Al menos de momento…
El calor de la catedral era agradable. Acudía a ella prácticamente todas las tardes y mientras rezaba calentaba el cuerpo. El banco de madera donde había estado sentada me había dejado el trasero algo dolorido, pero estaba acostumbrada. En mi casa no había muebles que destacaran por su comodidad. Aunque al menos tenía una casa, pequeña, pero un techo en el que pasar las noches frías de invierno. Allí no llegaba la nieve, y eso era de agradecer.
En el momento que abrí la puerta noté el viento frío de los anocheceres de invierno Parisinos. No eran mucho más cálidos que los de Praga, pero allí al menos tenía buenos abrigos con los que protegerme. Me cubrí la cabeza con la capucha de la capa y después me la ceñí al cuerpo para bajar los escalones de la entrada. Cada vez que respiraba un denso vaho salía de mi boca y mi nariz.
No había mucha gente por la calle, algo que no me gustaba demasiado. Se decía que las calles de París no eran seguras de noche. Había oído historias de criaturas extrañas y peligrosas, muy peligrosas. Nunca había visto a dichos seres, es más, dudaba de su existencia, pero desde entonces caminaba con pies de plomo. Mi casa quedaba algo lejos de la catedral, y eso era algo que me incomodaba un poco. Tenía que caminar al menos veinte minutos a buen ritmo para llegar de un lado al otro y había zonas que apenas estaban iluminadas. Podía atajar por callejones, pero no quería arriesgarme. No sólo había criaturas sobrenaturales en aquellas calles, los seres humanos normales y corrientes también podían ser un peligro para una mujer que anduviera sola. O incluso para un hombre. Recordé aquella vez que me propuse atajar por los callejones y un vagabundo salió de entre las sombras abalanzándose sobre mí. Por suerte iba borracho y sus reflejos eran pésimos. Salí huyendo de allí y nunca he vuelto a pasar por ese callejón.
Llegué a una de las calles principales de la ciudad y comencé a cruzarla. Cada vez se hacía más oscuro el cielo, y las farolas eran más necesarias. Me ceñí la capa todavía más y me intenté cubrir el cuello, que lo llevaba desnudo. El frío era helador. Mi sombra se proyectaba en las paredes y el suelo, siguiéndome allí donde fuera. Era la única que no me abandonaba jamás.
Caminaba con la vista clavada en el suelo, observando los cantos rodados que cubrían las calles. Realmente, era lo más incómodo que había pisado nunca. Notaba todas las piedras en los pies y no era algo agradable. De pronto, vi algo en el suelo, algo redondo. Era una moneda. Me incliné a cogerla, y, para mi sorpresa, era de cinco francos. Me quedé parada en mitad de la calle jugueteando con ella. Aquella semana quizá podría comer algo más, o algo mejor. O podría comprar un par de zapatos nuevos. Continué mi marcha, pero a un paso mucho más lento. No dejaba de mirar la moneda. Sin duda, aquel día iba a terminar bien. Al menos de momento…
Mirka Hroššová- Humano Clase Baja
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Re: Cinco francos
'Queridísimo hermano:
Que quede escrito que desde ya, espero una carta con tus felicitaciones. ¡Monsieur Pontmercy ha pedido mi mano en matrimonio! No te podrás imaginar mi felicidad mientras te escribo estas palabras. Todavía me parece increíble que alguien como Monsieur Pontmercy me haya elegido a mi para ser su compañera por el resto de su vida. Alguien tan gentil, tan apuesto, tan amable, tan bueno. ¿Podría haber sido bendecida con alguien mejor que él? Esa sola idea me parece tan imposible, que no pude evitar reír mientras la escribía. El prospecto de verme a mi misma como Madame Pontmercy hace que esta sonrisa sea imposible de borrar de mi rostro. ¡Oh, hermano querido! Si tan solo estuvieras en Saint-Étienne para poder compartir esta felicidad conmigo. Si tan solo supiera que tu has encontrado a alguien que pudiera hacerte aunque sea la mitad de lo feliz que soy ahora. Si me contarás, ¿cierto? Cuando encuentres a alguien quién llene tu corazón de gozo, cuando no puedas dejar de pensar en esa persona tan solo tienes que avisarme y haré lo posible por viajar a París y poder conocerla. Pero por ahora solo me queda esperar que vengas a vernos pronto a casa, para que vuelvas a ver a tu conocido, que dentro de poco podrás llamar hermano.
Esperando escuchar pronto de ti, querido hermano, me despido.
Angeline'
Aquella carta había llegado a sus manos mientras estaba cenando con un par de compañeros de estudios. Un chico adolescente al que le pagaban para llevar recados había entrado al local con un mensaje para monseiur Beaudelaire. Thibaut lo conocía porque el mismo le había encomendado algunos recados al cambio de un par de monedas. Con una sonrisa y unos céntimos para el muchacho, Thibaut recibió la carta y sin pensar que fuera demasiado importante, la abrió en ese mismo lugar. La sonrisa que se formó en su rostro después de leer las primeras lineas no se borró por horas. Pontmercy era un hombre muy respetable de Saint-Étienne, un muy buen amigo de él. Nadie que la mereciera más podría haberse ganado un lugar en el corazón de su hermana. Y si el viaje no fuera tan largo y costoso, al día siguiente se podría en camino hacia su hogar para poder compartir la gran felicidad de su familia.
Después de terminada la cena, aun con aquella sonrisa en su rostro, se dirigió rápidamente hacia su morada. No podía esperar para responderle a Angeline, para expresar lo feliz que lo hacía saber que se encontraba en aquella situación. Y mientras volvía a leer la carta aun cuando seguía caminando, casi chocó con una muchacha que caminaba en dirección contraria. Se fijo justo a tiempo como para evitarla sin tener que tocarla, aunque en el momento en que puso sus ojos en ella, era difícil desviarlos. La chica miraba hacia una moneda que tenía en sus manos y vestía una capa de piel que le cubría los hombros. Pero lo que más llamaba la atención era su rostro. Delgado, pero innegablemente hermoso. Podría ser que ella ni siquiera se hubiera dado cuenta de que estaba ahí, pero Thibaut si que la había notado. Con un rostro como el suyo, era difícil no hacerlo.
{¡Permiso! Si es que hay que cambiar algo, me avisas!}
Que quede escrito que desde ya, espero una carta con tus felicitaciones. ¡Monsieur Pontmercy ha pedido mi mano en matrimonio! No te podrás imaginar mi felicidad mientras te escribo estas palabras. Todavía me parece increíble que alguien como Monsieur Pontmercy me haya elegido a mi para ser su compañera por el resto de su vida. Alguien tan gentil, tan apuesto, tan amable, tan bueno. ¿Podría haber sido bendecida con alguien mejor que él? Esa sola idea me parece tan imposible, que no pude evitar reír mientras la escribía. El prospecto de verme a mi misma como Madame Pontmercy hace que esta sonrisa sea imposible de borrar de mi rostro. ¡Oh, hermano querido! Si tan solo estuvieras en Saint-Étienne para poder compartir esta felicidad conmigo. Si tan solo supiera que tu has encontrado a alguien que pudiera hacerte aunque sea la mitad de lo feliz que soy ahora. Si me contarás, ¿cierto? Cuando encuentres a alguien quién llene tu corazón de gozo, cuando no puedas dejar de pensar en esa persona tan solo tienes que avisarme y haré lo posible por viajar a París y poder conocerla. Pero por ahora solo me queda esperar que vengas a vernos pronto a casa, para que vuelvas a ver a tu conocido, que dentro de poco podrás llamar hermano.
Esperando escuchar pronto de ti, querido hermano, me despido.
Angeline'
Aquella carta había llegado a sus manos mientras estaba cenando con un par de compañeros de estudios. Un chico adolescente al que le pagaban para llevar recados había entrado al local con un mensaje para monseiur Beaudelaire. Thibaut lo conocía porque el mismo le había encomendado algunos recados al cambio de un par de monedas. Con una sonrisa y unos céntimos para el muchacho, Thibaut recibió la carta y sin pensar que fuera demasiado importante, la abrió en ese mismo lugar. La sonrisa que se formó en su rostro después de leer las primeras lineas no se borró por horas. Pontmercy era un hombre muy respetable de Saint-Étienne, un muy buen amigo de él. Nadie que la mereciera más podría haberse ganado un lugar en el corazón de su hermana. Y si el viaje no fuera tan largo y costoso, al día siguiente se podría en camino hacia su hogar para poder compartir la gran felicidad de su familia.
Después de terminada la cena, aun con aquella sonrisa en su rostro, se dirigió rápidamente hacia su morada. No podía esperar para responderle a Angeline, para expresar lo feliz que lo hacía saber que se encontraba en aquella situación. Y mientras volvía a leer la carta aun cuando seguía caminando, casi chocó con una muchacha que caminaba en dirección contraria. Se fijo justo a tiempo como para evitarla sin tener que tocarla, aunque en el momento en que puso sus ojos en ella, era difícil desviarlos. La chica miraba hacia una moneda que tenía en sus manos y vestía una capa de piel que le cubría los hombros. Pero lo que más llamaba la atención era su rostro. Delgado, pero innegablemente hermoso. Podría ser que ella ni siquiera se hubiera dado cuenta de que estaba ahí, pero Thibaut si que la había notado. Con un rostro como el suyo, era difícil no hacerlo.
{¡Permiso! Si es que hay que cambiar algo, me avisas!}
Thibaut Beaudelaire- Humano Clase Alta
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Re: Cinco francos
[Bienvenido ]
Tenía la mirada fija en la moneda. Rara vez conseguía tener una entre mis manos y aun no había decidido qué iba a hacer con ella. Finalmente pensé que lo mejor sería guardarla en el hueco que había debajo de la tablilla del suelo de mi habitación junto con otras cosas importantes para mí. Quizá, y sólo quizá, llegará a sumar la cantidad necesaria para hacer un pequeño viaje fuera de París. Desde que llegué lo único que había visitado habían sido esas calles de cantos rodados. Un día incluso había llegado hasta la laguna, un sitio que me resultó agradable. -Sabes que nunca saldrás de Paris…- ese pensamiento me dolió profundamente. Por fin había encontrado un sitio donde poder vivir -o sobrevivir-. Si lo dejaba y me marchaba, lo más seguro es que no encontrara otro igual.
Por el rabillo del ojo vi otra sombra que se acercaba hacia mí. De pronto la sombra se paró en seco y sin levantar la vista pude ver unos pies frente a los míos. Me detuve a una distancia corta. Me quedé observando los zapatos que vestían aquellos pies. Se notaba que eran de calidad a pesar de la escasa luz. Nada que ver con los míos, tapados afortunadamente por la capa. No me hubiera gustado que aquella persona que me acababa de encontrar los viera. Levanté la mirada muy lentamente, fijándome en el resto de prendas. La luz de las farolas no era suficiente para apreciar el color o la textura de las prendas, pero conocía el tipo de tela que usaba la clase alta. Yo la había usado tiempo atrás.
Continué subiendo la mirada hasta encontrarme con la de él. Tenía ojos… ¿claros? Podía decir que sí, pero no era capaz de averiguar el color exacto. Allí donde llegaba la luz aprecié unas cuantas pecas. Las pecas siempre me habían parecido un rasgo inocente, quizá porque las asociaba a los niños. Aquel pequeño detalle hizo que me tranquilizara, no creía que aquel chico fuera a hacerme nada. Aun así, no bajé la guardia. Éramos los únicos que había en aquella calle.
-Buenas noches- saludé de la manera más educada que recordaba. Sólo con los clientes del Club Louvier tenía que mantener las formas, allí no me costaba demasiado, pero no solía conocer gente de las altas casas en mitad de la calle. Había perdido esa costumbre.
Tenía la mirada fija en la moneda. Rara vez conseguía tener una entre mis manos y aun no había decidido qué iba a hacer con ella. Finalmente pensé que lo mejor sería guardarla en el hueco que había debajo de la tablilla del suelo de mi habitación junto con otras cosas importantes para mí. Quizá, y sólo quizá, llegará a sumar la cantidad necesaria para hacer un pequeño viaje fuera de París. Desde que llegué lo único que había visitado habían sido esas calles de cantos rodados. Un día incluso había llegado hasta la laguna, un sitio que me resultó agradable. -Sabes que nunca saldrás de Paris…- ese pensamiento me dolió profundamente. Por fin había encontrado un sitio donde poder vivir -o sobrevivir-. Si lo dejaba y me marchaba, lo más seguro es que no encontrara otro igual.
Por el rabillo del ojo vi otra sombra que se acercaba hacia mí. De pronto la sombra se paró en seco y sin levantar la vista pude ver unos pies frente a los míos. Me detuve a una distancia corta. Me quedé observando los zapatos que vestían aquellos pies. Se notaba que eran de calidad a pesar de la escasa luz. Nada que ver con los míos, tapados afortunadamente por la capa. No me hubiera gustado que aquella persona que me acababa de encontrar los viera. Levanté la mirada muy lentamente, fijándome en el resto de prendas. La luz de las farolas no era suficiente para apreciar el color o la textura de las prendas, pero conocía el tipo de tela que usaba la clase alta. Yo la había usado tiempo atrás.
Continué subiendo la mirada hasta encontrarme con la de él. Tenía ojos… ¿claros? Podía decir que sí, pero no era capaz de averiguar el color exacto. Allí donde llegaba la luz aprecié unas cuantas pecas. Las pecas siempre me habían parecido un rasgo inocente, quizá porque las asociaba a los niños. Aquel pequeño detalle hizo que me tranquilizara, no creía que aquel chico fuera a hacerme nada. Aun así, no bajé la guardia. Éramos los únicos que había en aquella calle.
-Buenas noches- saludé de la manera más educada que recordaba. Sólo con los clientes del Club Louvier tenía que mantener las formas, allí no me costaba demasiado, pero no solía conocer gente de las altas casas en mitad de la calle. Había perdido esa costumbre.
Mirka Hroššová- Humano Clase Baja
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Re: Cinco francos
La sonrisa perenne que exhibía el rostro de Thibaut era algo que llamaba la atención, ya que la gente no solía sonreír mientras caminaba por las calles parisinas al anochecer. Generalmente se iba con una expresión neutra, poco incitante para no tentar a los malandrines que se escondían en los callejones y rincones. Pero no podía evitarlo, habían sido noticias excelentes las que había recibido y ni siquiera iba a intentar reprimir aquella sonrisa. Y mientras la muchacha subía la vista para fijarse en la persona que había interrumpido su caminar, el bajó la mirada para poder fijarse un poco mejor en su rostro. El era bastante más alto que ella, y la diferencia se hacía mucho más notoria al encontrarse tan cerca el uno del otro. Se alejó un poco, tan solo para evitar crear un ambiente incómodo entre ellos, aunque sin dejar de mirarla.
-Buenas noches, madame- respondió Thibaut, esta vez dirigiendo su sonrisa especialmente a ella, con una pequeña inclinación de la cabeza, tocando con sus dedos el ala de su sombrero. Si tan solo supiera su nombre, quizás podría... No, no tenía idea que podría pasar. ¿Qué diferencia haría que supiera su nombre? ¿Qué podría hacer que le permitiera conocer lo que se escondía bajo su rostro? Dios pareciera haber creado la belleza femenina solo para atormentar a los hombres. Porque esa era una de sus grandes debilidades. Y el cambio en él era inmediato, porque de repente las palabras no le eran tan fluidas y sus pensamientos ya no eran tan claros. Su padre lo atribuía a la juventud, y Thibaut esperaba con todo su corazón que fuera algo que fuera disminuyendo al pasar de los años.
Y mientras pasaban un par de segundos, el rostro de la chica a la luz de las farolas que iluminaban las calles de París parecía revelar cada vez más detalles. El color de sus ojos, sus largas pestañas, la forma de su nariz. Le parecía algo familiar, como si la hubiera conocido hacía muchos años o si se la hubiera encontrado en un sueño. -Quizás esto le pueda parecer algo impertinente, madame...- empezó a decir nuevamente, mientras con sus manos detrás de su espalda, empezaba a jugar nerviosamente con sus guantes, -pero me da la impresión de conocerla desde antes, su rostro se me hace muy familiar- terminó diciendo, esperando no espantarla. No era normal empezar a hablar con desconocidos en las calles, aunque ella le había llamado tanto la atención que no había podido evitarlo.
-Buenas noches, madame- respondió Thibaut, esta vez dirigiendo su sonrisa especialmente a ella, con una pequeña inclinación de la cabeza, tocando con sus dedos el ala de su sombrero. Si tan solo supiera su nombre, quizás podría... No, no tenía idea que podría pasar. ¿Qué diferencia haría que supiera su nombre? ¿Qué podría hacer que le permitiera conocer lo que se escondía bajo su rostro? Dios pareciera haber creado la belleza femenina solo para atormentar a los hombres. Porque esa era una de sus grandes debilidades. Y el cambio en él era inmediato, porque de repente las palabras no le eran tan fluidas y sus pensamientos ya no eran tan claros. Su padre lo atribuía a la juventud, y Thibaut esperaba con todo su corazón que fuera algo que fuera disminuyendo al pasar de los años.
Y mientras pasaban un par de segundos, el rostro de la chica a la luz de las farolas que iluminaban las calles de París parecía revelar cada vez más detalles. El color de sus ojos, sus largas pestañas, la forma de su nariz. Le parecía algo familiar, como si la hubiera conocido hacía muchos años o si se la hubiera encontrado en un sueño. -Quizás esto le pueda parecer algo impertinente, madame...- empezó a decir nuevamente, mientras con sus manos detrás de su espalda, empezaba a jugar nerviosamente con sus guantes, -pero me da la impresión de conocerla desde antes, su rostro se me hace muy familiar- terminó diciendo, esperando no espantarla. No era normal empezar a hablar con desconocidos en las calles, aunque ella le había llamado tanto la atención que no había podido evitarlo.
Thibaut Beaudelaire- Humano Clase Alta
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Re: Cinco francos
La moneda seguía ente mis dedos, y mi mano cubierta bajo la capa. Después del encuentro había guarecido ambos brazos bajo al gruesa piel de oso para combatir el frío. Aquella capa pesaba lo indecible, pero hacía bien su función. El mejor regalo que había recibido nunca, o al menos el que más había agradecido. Nunca olvidé al hombre que me la regaló, era bastante mayor y lo más seguro es que sintiera lástima por mí. Decidí que ya era hora de guardar los cinco francos en el bolsillo de la falda, corría el riesgo de que cayeran al suelo de nuevo y perderlos para siempre. Deslicé la mano dentro del bolsillo y solté la monedita. Seguido, la saqué de nuevo y las crucé a la altura del vientre para darme calor.
Aquel chico tenía unos modales exquisitos, y no solo por la forma de hablar. Los gestos eran característicos de las clases altas. El gesto del sombrero no me pasó desapercibido, ni tampoco la distancia que había guardado entre nosotros. Definitivamente, no me había equivocado al suponer que pertenecía a la alta sociedad. -Puede que esta noche sea divertida al fin y al cabo- volví a observarle de un vistazo. Parecía una buena persona, y la sonrisa que mantenía en la cara me daba la misma impresión que las pecas: inocente. -No te precipites-
-¿Conocernos?- Fruncí el entrecejo. Estaba segura de que no conocía a aquel chico, pero quizá era sólo yo. Podía habérmelo cruzado en las calles de Paris. Puede que viviéramos no muy alejados el uno del otro y coincidiéramos en nuestros caminos rutinarios. Pero no, yo no lo conocía. -Creo que de habernos conocido recordaría vuestro rostro- no mentía. Era un chico alto, muy elegante y apuesto a mi parecer. Mi boca mostró una media sonrisa. -Claro que a partir de ahora no lo olvidaré- Creí que podía relajarme un poco más, su compañía no parecía que me fuera a causar daños graves. No solía relajarme tanto con la gente que me encontraba a no ser que me dieran motivos para ello, y él lo había hecho.
-Mi nombre es Mirka- saqué la mano que había guardado la moneda para terminar el saludo. Me ahorré mencionar el apellido, desde que crucé la frontera de Francia nadie había sido capaz de pronunciarlo. Supongo que es demasiado fuerte para un idioma tan suave.
Aquel chico tenía unos modales exquisitos, y no solo por la forma de hablar. Los gestos eran característicos de las clases altas. El gesto del sombrero no me pasó desapercibido, ni tampoco la distancia que había guardado entre nosotros. Definitivamente, no me había equivocado al suponer que pertenecía a la alta sociedad. -Puede que esta noche sea divertida al fin y al cabo- volví a observarle de un vistazo. Parecía una buena persona, y la sonrisa que mantenía en la cara me daba la misma impresión que las pecas: inocente. -No te precipites-
-¿Conocernos?- Fruncí el entrecejo. Estaba segura de que no conocía a aquel chico, pero quizá era sólo yo. Podía habérmelo cruzado en las calles de Paris. Puede que viviéramos no muy alejados el uno del otro y coincidiéramos en nuestros caminos rutinarios. Pero no, yo no lo conocía. -Creo que de habernos conocido recordaría vuestro rostro- no mentía. Era un chico alto, muy elegante y apuesto a mi parecer. Mi boca mostró una media sonrisa. -Claro que a partir de ahora no lo olvidaré- Creí que podía relajarme un poco más, su compañía no parecía que me fuera a causar daños graves. No solía relajarme tanto con la gente que me encontraba a no ser que me dieran motivos para ello, y él lo había hecho.
-Mi nombre es Mirka- saqué la mano que había guardado la moneda para terminar el saludo. Me ahorré mencionar el apellido, desde que crucé la frontera de Francia nadie había sido capaz de pronunciarlo. Supongo que es demasiado fuerte para un idioma tan suave.
Mirka Hroššová- Humano Clase Baja
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Re: Cinco francos
No podía entender que era lo que le llamaba tanto la atención de ella, no podía describirlo. Quizás fuera su mirada, o la forma en que se presentaba al mundo. Estaba seguro de que la había visto antes, o por lo menos se le había cruzado en su caminar. Aunque quizás estuviera imaginando cosas. -Entonces le ruego que perdone mi error, madame- le respondió, volviendo a realizar una pequeña inclinación con su cabeza. Quizás fuera el aire parisino o que la influencia de sus compañeros de estudio había sido más profunda de lo que suponía al principio, pero en Saint-Étienne jamás le hubiera preguntado a alguien que no conocía sobre esas cosas. Era extraño, y dejaba a Thibaut en una situación en la cual no sabía como actuar. A lo mejor sería lo más conveniente dejar que su instinto lo guiara en ocasiones como la presente, porque hasta el momento, eso no le había fallado nunca. Debería confiar más en si mismo quizás, pero ese tipo de cambios no ocurrían de la noche a la mañana.
-Yo soy Thibaut Beaudelaire, encantado de conocerla- se presentó a su vez el chico, sacándose rápidamente el guante de su mano derecha para después tomar con delicadeza la mano de Mirka y besar el dorso de esta. Mientras se volvía a incorporar, no pudo evitar seguir sujetando la mano de la mujer por un segundo más de lo apropiado. Pero llegado el momento, la soltó y volvió a ponerse su guante. Mal que mal, hacía mucho frío. La carta de su hermana todavía seguía en su mente, pero de repente no parecía tan urgente contestarla. Si llevaba a su morada una hora más tarde, no haría mucha diferencia. Igual tendría que despachar su respuesta en la mañana.
Con una rápida mirada, volvió sus ojos hacia las manos de la chica, notando que no había ningún anillo en ellas. Volviendo a mirar el rostro de Mirka, se preguntó porque una mujer soltera estaría sola en las calles parisinas a esas horas de la noche. -¿Me permitiría escoltarla hasta su destino? Me sentiría más tranquilo sabiendo que llegó segura hasta donde se dirige, madame- dijo después de unos segundos de silenciosa reflexión. Las calles de París podrían ser traidoras cuando uno se permitía un segundo de distracción, especialmente cuando sus callejones ofrecían tantos escondrijos para ladrones y criminales. Y además, aunque no lo quisiera admitir a si mismo, la idea de que después de dos minutos tendría que despedirse de ella con la posibilidad de no verla nuevamente... bueno, pues ese no parecía un buen panorama.
-Yo soy Thibaut Beaudelaire, encantado de conocerla- se presentó a su vez el chico, sacándose rápidamente el guante de su mano derecha para después tomar con delicadeza la mano de Mirka y besar el dorso de esta. Mientras se volvía a incorporar, no pudo evitar seguir sujetando la mano de la mujer por un segundo más de lo apropiado. Pero llegado el momento, la soltó y volvió a ponerse su guante. Mal que mal, hacía mucho frío. La carta de su hermana todavía seguía en su mente, pero de repente no parecía tan urgente contestarla. Si llevaba a su morada una hora más tarde, no haría mucha diferencia. Igual tendría que despachar su respuesta en la mañana.
Con una rápida mirada, volvió sus ojos hacia las manos de la chica, notando que no había ningún anillo en ellas. Volviendo a mirar el rostro de Mirka, se preguntó porque una mujer soltera estaría sola en las calles parisinas a esas horas de la noche. -¿Me permitiría escoltarla hasta su destino? Me sentiría más tranquilo sabiendo que llegó segura hasta donde se dirige, madame- dijo después de unos segundos de silenciosa reflexión. Las calles de París podrían ser traidoras cuando uno se permitía un segundo de distracción, especialmente cuando sus callejones ofrecían tantos escondrijos para ladrones y criminales. Y además, aunque no lo quisiera admitir a si mismo, la idea de que después de dos minutos tendría que despedirse de ella con la posibilidad de no verla nuevamente... bueno, pues ese no parecía un buen panorama.
Thibaut Beaudelaire- Humano Clase Alta
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Re: Cinco francos
Los modales exquisitos de Thibaut me recordaban a mis años en Praga, cuando la institutriz me enseñaba todo lo que la gente de clase alta debe saber. Cómo debía comportarse una auténtica señorita de cara al público y en casa. Qué debíamos hacer en todas las situaciones posibles que se nos podían plantear. Eran unas horas aburridas, mis hermanas estaban con sus respectivos esposos en sus casas. Ya habían pasado por aquello, pero al menos juntas. A mí me tocó ser la única niña de aquella casa tan grande, y aunque tenía todo lo que quería las cosas no eran tan divertidas como parecían.
-Quizá mi rostro le recuerde a alguien- lo único que se veía de mi claramente era mi cara. El resto del cuerpo estaba cubierto con la capa, por lo que era imposible saber su forma exacta. Puede que se pudiera intuir algo, pero mínimamente.
Como cabía esperar de Thibaut, tomó mi mano y la besó en el dorso, no sin antes quitarse el guante. –El placer es mío- disfruté de aquel momento. El tacto de ambas manos, el roce de sus labios contra la fina piel de mi mano. Hacía mucho que no sentía un contacto tan delicado como aquel. No sé porque, pero me hizo sentirme bien. A gusto. –No, no lo conoces- Después él soltó la mano y volvió a cubrirla con el guante. La sensación, extraña para mi, desapareció igual que había venido, y casi se podía decir que la olvidé al instante.
Sopesé su propuesta. ¿Acompañarme hasta mi casa? -¿Por qué no?- Por mi ropa y mi aspecto no creí que esperara una casa grande y bonita, aun así mi pequeño hogar le parecería lo que realmente era. Un techo donde no morir de frío. –Me encantaría- le sonreí ampliamente. –Es por allí- señalé el final de la calle en mi dirección mientras daba un pequeño paso hacia delante. -¿Puedo… hacerle una pregunta?- espere unos segundos antes de seguir. Mientras, saqué las manos de debajo de la capa y comencé a jugar con uno de los mechones de pelo que caían sobre los hombros. La capucha había desaparecido hacía tiempo. -¿Qué impulsa a un hombre como vos a acompañar a una mujer como yo?- le miré curiosa. –Quiero decir, apenas me conoce. Puede que esté tramando algo- esperé su respuesta.
-Quizá mi rostro le recuerde a alguien- lo único que se veía de mi claramente era mi cara. El resto del cuerpo estaba cubierto con la capa, por lo que era imposible saber su forma exacta. Puede que se pudiera intuir algo, pero mínimamente.
Como cabía esperar de Thibaut, tomó mi mano y la besó en el dorso, no sin antes quitarse el guante. –El placer es mío- disfruté de aquel momento. El tacto de ambas manos, el roce de sus labios contra la fina piel de mi mano. Hacía mucho que no sentía un contacto tan delicado como aquel. No sé porque, pero me hizo sentirme bien. A gusto. –No, no lo conoces- Después él soltó la mano y volvió a cubrirla con el guante. La sensación, extraña para mi, desapareció igual que había venido, y casi se podía decir que la olvidé al instante.
Sopesé su propuesta. ¿Acompañarme hasta mi casa? -¿Por qué no?- Por mi ropa y mi aspecto no creí que esperara una casa grande y bonita, aun así mi pequeño hogar le parecería lo que realmente era. Un techo donde no morir de frío. –Me encantaría- le sonreí ampliamente. –Es por allí- señalé el final de la calle en mi dirección mientras daba un pequeño paso hacia delante. -¿Puedo… hacerle una pregunta?- espere unos segundos antes de seguir. Mientras, saqué las manos de debajo de la capa y comencé a jugar con uno de los mechones de pelo que caían sobre los hombros. La capucha había desaparecido hacía tiempo. -¿Qué impulsa a un hombre como vos a acompañar a una mujer como yo?- le miré curiosa. –Quiero decir, apenas me conoce. Puede que esté tramando algo- esperé su respuesta.
Mirka Hroššová- Humano Clase Baja
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Re: Cinco francos
Mientras escuchaba a Mirka hablar, no podía evitar pensar en la extraña contradicción que se presentaba frente a sus ojos. A pesar de que la mujer se vestía de manera extremadamente humilde, su manera de expresarse frente a él denotaba una gran educación y clase. Las palabras que salían de su boca no eran demasiado diferentes a las que había escuchado mientras crecía en su casa. Y su forma de pronunciarlas. Era... diferente. Quizás le hacía falta un poco de esa melodía que formaba parte tan intrínseca del discurso francés, pero que suplía con una manera de pronunciar las 'R' y las 'T' que hacía que Thibaut quisiera escuchar más. Era un verdadero misterio para él, uno que no creía que podría descifrar demasiado pronto. En eso si se parecía a los parisinos, era increíblemente resguardada. Quizás no con sus palabras, pero con sus movimientos.
El francés no pudo evitar mostrar una gran sonrisa al escuchar a Mirka aceptar su proposición, mientras sus manos no dejaban de jugar con sus guantes. Aquella sonrisa que le había regalado acentuaba detalles en su rostro que la hacían ver más hermosa de lo que ya era. Cualquiera que lo hubiera visto hubiera pensado que jamás hubiera hablado con una dama antes. Parecía un adolescente, recién en sociedad adulta. Empezó a caminar en la dirección que la chica le había señalado, cuando de repente escuchó su pregunta. -Por supuesto que puede, madame... musitó Thibaut, no muy seguro de que la chica lo hubiera escuchado. Después de todo, las suelas de los zapatos que chocaban contra los adoquines que formaban parte de la calle no eran exactamente silenciosos. Y no estaban solos a la luz de las farolas: varias personas parecían dirigirse rápidamente a sus hogares.
Tras escuchar la segunda parte de la pregunta, no pudo más que darle unos segundos de reflexión a su respuesta. Después de todo, tenía razón. Thibaut no tendría porque acompañarla, y si fuera otra persona, seguramente habrían segundas intenciones involucradas. Para él, era que simplemente no deseaba despedirse tan luego de aquella chica que tanto le había llamado la atención. -Madame Mirka, ruego me perdone si es que le he dado alguna razón para dudar de mis motivos, le aseguro que no ha sido mi intención- explicó el muchacho, frunciendo ligeramente el ceño como gesto de preocupación, -Si me permite la impertinencia, hay algo en usted que me ha llamado la atención, aunque me temo que no sabría como explicarlo...- continuó, esperando que ella pudiera entenderlo. ¿Por qué estaba haciendo todo aquello? Ni el sabía.
-Por mi honor, le aseguro que no tramo nada- agregó finalmente, mientras con una pequeña e insegura sonrisa se quitaba el sombrero y hacía una reverencia. Ese gesto tenía un aire entre inocente y bromista que lo delataba como a alguien que había pasado toda su vida en el campo. Aun sus maneras no habían captado aquel aire de sofisticación del que se jactaban los parisinos. Tan solo esperaba que no le jugara en su contra en una situación como aquella.
El francés no pudo evitar mostrar una gran sonrisa al escuchar a Mirka aceptar su proposición, mientras sus manos no dejaban de jugar con sus guantes. Aquella sonrisa que le había regalado acentuaba detalles en su rostro que la hacían ver más hermosa de lo que ya era. Cualquiera que lo hubiera visto hubiera pensado que jamás hubiera hablado con una dama antes. Parecía un adolescente, recién en sociedad adulta. Empezó a caminar en la dirección que la chica le había señalado, cuando de repente escuchó su pregunta. -Por supuesto que puede, madame... musitó Thibaut, no muy seguro de que la chica lo hubiera escuchado. Después de todo, las suelas de los zapatos que chocaban contra los adoquines que formaban parte de la calle no eran exactamente silenciosos. Y no estaban solos a la luz de las farolas: varias personas parecían dirigirse rápidamente a sus hogares.
Tras escuchar la segunda parte de la pregunta, no pudo más que darle unos segundos de reflexión a su respuesta. Después de todo, tenía razón. Thibaut no tendría porque acompañarla, y si fuera otra persona, seguramente habrían segundas intenciones involucradas. Para él, era que simplemente no deseaba despedirse tan luego de aquella chica que tanto le había llamado la atención. -Madame Mirka, ruego me perdone si es que le he dado alguna razón para dudar de mis motivos, le aseguro que no ha sido mi intención- explicó el muchacho, frunciendo ligeramente el ceño como gesto de preocupación, -Si me permite la impertinencia, hay algo en usted que me ha llamado la atención, aunque me temo que no sabría como explicarlo...- continuó, esperando que ella pudiera entenderlo. ¿Por qué estaba haciendo todo aquello? Ni el sabía.
-Por mi honor, le aseguro que no tramo nada- agregó finalmente, mientras con una pequeña e insegura sonrisa se quitaba el sombrero y hacía una reverencia. Ese gesto tenía un aire entre inocente y bromista que lo delataba como a alguien que había pasado toda su vida en el campo. Aun sus maneras no habían captado aquel aire de sofisticación del que se jactaban los parisinos. Tan solo esperaba que no le jugara en su contra en una situación como aquella.
Thibaut Beaudelaire- Humano Clase Alta
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Re: Cinco francos
Comenzamos a caminar en la dirección que había marcado. El paso era más lento del que llevaba yo cuando caminaba a solas, pero no me importaba. Había aprendido a adecuarme al ritmo de las personas… en todos los sentidos. Volví a resguardar las manos bajo la capa, empezaban a dormirse del frío de la noche. Moví los dedos para intentar devolverlos a la realidad. Tardaron cerca de un minuto en volver a ser los de antes, pero aún así ambas manos seguían frías.
No me resultaba demasiado extraño volver a hablar como en mis viejos tiempos. A pesar de los años vagando entre campesinos y hombres de lo que ahora podía llamar "mi clase", no había olvidado los buenos modales. Tenía que sacarlos a relucir en el puesto de trabajo, no estaba bien visto que una recepcionista hablase de malas maneras y menos si los clientes eran gente importante de la ciudad. Pero en mi vida personal era distinto. Aun así, me resultaba rara la palabra madame. Jamás se habían dirigido a mí de manera tan educada, o yo al menos no lo recordaba. –Monsieur Thibaut, podéis llamarme Mirka solamente- tampoco era habitual que alguien como él, elegante y de clase alta, tratara tan educadamente a alguien como yo. Mi padre al menos no lo hacía, y dudaba de que muchos en Paris lo hicieran.
-Y no se preocupe, no he dudado de sus motivos en ningún momento- le sonreí de nuevo, esta vez de manera tranquilizadora. Sentía que su compañía no era para nada peligrosa, y hasta me resultaba agradable. La respuesta a mi pregunta me sorprendió -¿Y qué tengo yo que haya llamado tu atención? No soy nadie- los hombres que se habían fijado en mi buscaban pasar una noche entre mis sábanas, no una amiga con la que charlar. Thibaut aseguraba que no tramaba nada, y era imposible no creerle.
Sus gestos… no eran como los del resto de parisinos. Eso también me gustaba. El gesto del sombrero hizo que se me escapara una gran sonrisa junto con una pequeña risa. Miré hacia el cielo. Se había hecho de noche y una tenue luna brillaba entre alguna nube. Pensé entonces que quizá alguien le estuviera esperando en casa. –Si realmente tuviera prisa no te estaría acompañando, ¿no crees?- aun así, sentí curiosidad por saber algo más de él.
-Monsieur…- me giré unos centímetros para mirarle mientras caminaba un poco de lado. Tenía que levantar la cabeza para poder verle la cara. –De verdad me place que me acompañéis a casa, pero permítame que sacie mi curiosidad- no sabía si le incomodaría mi siguiente pregunta, pronto lo descubriría. –Quizá se le haga tarde por mi culpa… y si alguien le espera en casa… ¿no se preocupará?- podría llamarme metomentodo con todo su derecho. Podría no contestarme a esa pregunta si no lo veía oportuno. –Perdóneme si le ha ofendido Monsieur… no me gustaría que os metierais en un aprieto por mi culpa- y eso lo decía de corazón.
No me resultaba demasiado extraño volver a hablar como en mis viejos tiempos. A pesar de los años vagando entre campesinos y hombres de lo que ahora podía llamar "mi clase", no había olvidado los buenos modales. Tenía que sacarlos a relucir en el puesto de trabajo, no estaba bien visto que una recepcionista hablase de malas maneras y menos si los clientes eran gente importante de la ciudad. Pero en mi vida personal era distinto. Aun así, me resultaba rara la palabra madame. Jamás se habían dirigido a mí de manera tan educada, o yo al menos no lo recordaba. –Monsieur Thibaut, podéis llamarme Mirka solamente- tampoco era habitual que alguien como él, elegante y de clase alta, tratara tan educadamente a alguien como yo. Mi padre al menos no lo hacía, y dudaba de que muchos en Paris lo hicieran.
-Y no se preocupe, no he dudado de sus motivos en ningún momento- le sonreí de nuevo, esta vez de manera tranquilizadora. Sentía que su compañía no era para nada peligrosa, y hasta me resultaba agradable. La respuesta a mi pregunta me sorprendió -¿Y qué tengo yo que haya llamado tu atención? No soy nadie- los hombres que se habían fijado en mi buscaban pasar una noche entre mis sábanas, no una amiga con la que charlar. Thibaut aseguraba que no tramaba nada, y era imposible no creerle.
Sus gestos… no eran como los del resto de parisinos. Eso también me gustaba. El gesto del sombrero hizo que se me escapara una gran sonrisa junto con una pequeña risa. Miré hacia el cielo. Se había hecho de noche y una tenue luna brillaba entre alguna nube. Pensé entonces que quizá alguien le estuviera esperando en casa. –Si realmente tuviera prisa no te estaría acompañando, ¿no crees?- aun así, sentí curiosidad por saber algo más de él.
-Monsieur…- me giré unos centímetros para mirarle mientras caminaba un poco de lado. Tenía que levantar la cabeza para poder verle la cara. –De verdad me place que me acompañéis a casa, pero permítame que sacie mi curiosidad- no sabía si le incomodaría mi siguiente pregunta, pronto lo descubriría. –Quizá se le haga tarde por mi culpa… y si alguien le espera en casa… ¿no se preocupará?- podría llamarme metomentodo con todo su derecho. Podría no contestarme a esa pregunta si no lo veía oportuno. –Perdóneme si le ha ofendido Monsieur… no me gustaría que os metierais en un aprieto por mi culpa- y eso lo decía de corazón.
Mirka Hroššová- Humano Clase Baja
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Re: Cinco francos
Thibaut volvió a colocarse su sombrero, contento de que aquella pequeña jugarreta le hubiera causado gracia a la mujer. Sinceramente, si cualquiera de sus amigos lo viera en esa situación, le diría que se estaba comportando como un niño. Para ser más específicos, como un niño de campo. Era gracioso cuando se comparaba con sus compañeros de estudios, todo ellos refinados, criados toda su vida en la capital de Francia. Había gente extremadamente elegante, pero también extremadamente estirada. Thibaut siempre se había preguntado como no se cansaban de ser tan desagradables con la gente que los rodeaba. Todos se escandalizaban cuando a veces en los periódicos aparecían impresas noticias que relataban como algún gran dueño de muchas hectáreas en Francia y el extranjero aparecía muerto a manos de alguno de sus criados, pero a Thibaut siempre le parecía que para que un odio tan grande pudiera crearse al interior de una persona, algo terrible debía haberles pasado antes.
Después de unos segundos de reflexión silenciosa, recordó una de las peticiones que la muchacha había vocalizado antes. -Disculpe, madame, pero es la fuerza de costumbre- empezó explicando, mientras caminaba a su lado, -es difícil olvidar más de veinte años usando la palabra 'madame' cada vez que fuera necesario- continuó, con una pequeña sonrisa. El cielo ya se había oscurecido totalmente, lo que hacía que la presencia de las farolas en la calle fuera muy necesaria. La gente entraba a sus casas y cerraba los pestillos. Muchos rumores le habían llegado de criaturas sobrenaturales que rondaban las calles de París durante la noche, aunque Thibaut no podía darles más crédito del que le hubiera dado a un simple cuento de viejas. ¿Quién podría creer que verdaderamente muertos vivientes estuvieran caminando entre los vivos? Quien fuera que hubiera inventado aquella historia, debía haber leído demasiadas novelas. Esa era la única explicación que podía darle a todo eso.
Al escuchar la pregunta de Mirka, Thibaut se quedó en silencio unos momentos, pensando en como responder algo así. Quizás podría haber supuesto que aquello tenía algún significado oculto, pero por su mente nunca pasó nada por el estilo. -Tan solo el portero se preguntará donde estoy, ya que significa que tendrá que quedarse despierto más de lo normal- le contestó, con una sonrisa mientras volvía su mirada para poder verla con más claridad. Era ciertamente adorable como tenía que levantar la cabeza al ser la diferencia de alturas tan notoria. -Le agradezco muchísimo su preocupación, madame, pero le aseguro que no me meteré en problemas por hacerle compañía-.
Después de unos segundos de reflexión silenciosa, recordó una de las peticiones que la muchacha había vocalizado antes. -Disculpe, madame, pero es la fuerza de costumbre- empezó explicando, mientras caminaba a su lado, -es difícil olvidar más de veinte años usando la palabra 'madame' cada vez que fuera necesario- continuó, con una pequeña sonrisa. El cielo ya se había oscurecido totalmente, lo que hacía que la presencia de las farolas en la calle fuera muy necesaria. La gente entraba a sus casas y cerraba los pestillos. Muchos rumores le habían llegado de criaturas sobrenaturales que rondaban las calles de París durante la noche, aunque Thibaut no podía darles más crédito del que le hubiera dado a un simple cuento de viejas. ¿Quién podría creer que verdaderamente muertos vivientes estuvieran caminando entre los vivos? Quien fuera que hubiera inventado aquella historia, debía haber leído demasiadas novelas. Esa era la única explicación que podía darle a todo eso.
Al escuchar la pregunta de Mirka, Thibaut se quedó en silencio unos momentos, pensando en como responder algo así. Quizás podría haber supuesto que aquello tenía algún significado oculto, pero por su mente nunca pasó nada por el estilo. -Tan solo el portero se preguntará donde estoy, ya que significa que tendrá que quedarse despierto más de lo normal- le contestó, con una sonrisa mientras volvía su mirada para poder verla con más claridad. Era ciertamente adorable como tenía que levantar la cabeza al ser la diferencia de alturas tan notoria. -Le agradezco muchísimo su preocupación, madame, pero le aseguro que no me meteré en problemas por hacerle compañía-.
Thibaut Beaudelaire- Humano Clase Alta
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Re: Cinco francos
Costumbres. No las olvidábamos nunca, por mucho que cambiáramos de vida. –Os entiendo- lo acababa de comprobar yo misma. Nos cruzamos con gente que volvía a sus hogares después de una jornada de trabajo probablemente. Algunos los miraban extrañados de que una persona de la alta sociedad acompañase a alguien de los bajos fondos. A pesar de que llevaba la capa que me cubría el cuerpo entero, se podía notar que no era de la piel exquisita que llevaban las mujeres adineradas, a pesar de la poca luz que había. Además, mi pelo estaba despeinado, sin recoger. Caía por mis hombros hasta por debajo de los pechos. No tenía ningún tipo de maquillaje, así que se podían apreciar unas ligeras ojeras, muy suaves, pero ahí estaban.
-Me tranquiliza saber que no seré la causante de ningún problema- le aseguré. Suponía que no habría problema alguno, pero nunca se sabe. Alguna vez me tocó sufrir ataques de novias celosas, y no era algo que me gustaría repetir. Continuamos andando en silencio. El sonido de los zapatos contra el suelo me resultaba relajante. A esa hora del día cada paso se escuchaba como si diez zapatos golpearan los cantos rodados del suelo a la vez. Era imposible no oír a alguien que se acercase, por muy silencioso que fuera. Caminaba con la mirada en el suelo, intentando no tropezar con las piedras más salientes.
-Quizá penséis que pregunto demasiado- volví a levantar la cabeza para mirarle, desviando la mirada del suelo. -¿Sois de París, Monsieur?- continué esa especie de interrogatorio, intentando conocer un poco más a mi acompañante. Solía hacerlo cuando me interesaba por alguien, y no iba a ser distinto en ese caso.
–Podéis no contestarme cuando creáis conveniente- volví a mirar al suelo uno segundos comprobando que no había piedras traicioneras para levantar la cabeza de nuevo. –Sólo es para conoceros un poco más- en ese instante noté como mi pie tropezaba con una de esas piedras que tanto intentaba evitar. Mi cuerpo se abalanzó hacia delante y estiré los brazos intentando encontrar algo donde sujetarme. Lo único que había cerca era el propio Thibaut.
-Me tranquiliza saber que no seré la causante de ningún problema- le aseguré. Suponía que no habría problema alguno, pero nunca se sabe. Alguna vez me tocó sufrir ataques de novias celosas, y no era algo que me gustaría repetir. Continuamos andando en silencio. El sonido de los zapatos contra el suelo me resultaba relajante. A esa hora del día cada paso se escuchaba como si diez zapatos golpearan los cantos rodados del suelo a la vez. Era imposible no oír a alguien que se acercase, por muy silencioso que fuera. Caminaba con la mirada en el suelo, intentando no tropezar con las piedras más salientes.
-Quizá penséis que pregunto demasiado- volví a levantar la cabeza para mirarle, desviando la mirada del suelo. -¿Sois de París, Monsieur?- continué esa especie de interrogatorio, intentando conocer un poco más a mi acompañante. Solía hacerlo cuando me interesaba por alguien, y no iba a ser distinto en ese caso.
–Podéis no contestarme cuando creáis conveniente- volví a mirar al suelo uno segundos comprobando que no había piedras traicioneras para levantar la cabeza de nuevo. –Sólo es para conoceros un poco más- en ese instante noté como mi pie tropezaba con una de esas piedras que tanto intentaba evitar. Mi cuerpo se abalanzó hacia delante y estiré los brazos intentando encontrar algo donde sujetarme. Lo único que había cerca era el propio Thibaut.
Mirka Hroššová- Humano Clase Baja
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Re: Cinco francos
¿Tan obvio era? Al parecer, el hecho de no ser de París era mucho más notorio de lo que había pensando. Guardando unos segundos de silencio con sus manos en su espalda, mientras caminaban hasta la morada de Mirka, no pudo reprimir una sonrisa. -Madame, déjeme decirle que su asertividad me sorprende de la mejor manera- comentó, antes de responder. Si había algo que podía hacer que Thibaut empezara a hablar horas y horas era preguntarle sobre sus orígenes. Le fascinaba la historia de su pequeña ciudad, aunque quizás aquella no era la ocasión para alargarse tanto. -No, no soy de París; nací y crecí en una ciudad llamada Saint-Étienne, que está en los Rhône-Alpes- empezó su explicación, sin siquiera darse cuenta de como se iluminaba su mirada y su sonrisa se convertía en algo permanente. -De hecho, la ciudad se encuentra mucho más cerca de Turín que de París- agregó, con una risita mientras miraba a la muchacha. -¿Podría preguntarle que fue de mi actitud que me delató? Quizás fue mi falta de sofisticación parisina- la última frase la dijo en un acento afectado y muy rápido, imitando de manera burda la manera en que la gente más estirada de la ciudad acostumbraba a hablar. Era divertido, aunque nunca podría imitarlos muy bien.
Mirka no había tenido ni un segundo para contestar su pregunta cuando tropezó con una de las tantas piedras que formaban el camino de forma irregular. Fue casi un reflejo el extender los brazos para poder evitar una caída, aunque jamás se detuvo un segundo a considerar en que posición lo dejaría ese movimiento. Si lo hubiera hecho, Mirka hubiera terminado en el suelo. Sus brazos quedaron entre sujetando a la mujer y abrazándola, dejándola más cerca de él de lo que nunca habían estado. La sorpresa había quitado las palabras de su boca y no podía más que mirar a la chica. No tenía ninguno problema para imaginarla vestida con ropajes lujosos y con su pelo arreglado en coquetos rizos, porque ahora que la veía más cerca de nunca, se daba cuenta de que la expresión de su rostro era la de alguien de clase alta. Por lo mismo, no podía explicarse que estaba haciendo caminando sola en las calles de París, vestida con la ropa que usaba la clase baja. Quizás que circunstancias la habían colocado en esa situación.
Después de varios momentos, Thibaut pudo recuperarse de su sorpresa y recién ayudar a Mirka a ponerse de pie. A pesar de que parecía ya haber recuperado el equilibrio, las manos del muchacho todavía se encontraban sujetando ambos hombros de la mujer. -¿Se encuentra bien, madame? ¿No se ha hecho daño?- le preguntó, con una expresión de preocupación tan notoria en su rostro que era casi adorable. Quizás se hubiera herido o, lo más probable, torcido uno de sus tobillos. Si esa era la situación, el francés no tenía problemas en cargarla hasta donde ella estimara conveniente. Tan solo quería saber que no se había hecho daño.
Mirka no había tenido ni un segundo para contestar su pregunta cuando tropezó con una de las tantas piedras que formaban el camino de forma irregular. Fue casi un reflejo el extender los brazos para poder evitar una caída, aunque jamás se detuvo un segundo a considerar en que posición lo dejaría ese movimiento. Si lo hubiera hecho, Mirka hubiera terminado en el suelo. Sus brazos quedaron entre sujetando a la mujer y abrazándola, dejándola más cerca de él de lo que nunca habían estado. La sorpresa había quitado las palabras de su boca y no podía más que mirar a la chica. No tenía ninguno problema para imaginarla vestida con ropajes lujosos y con su pelo arreglado en coquetos rizos, porque ahora que la veía más cerca de nunca, se daba cuenta de que la expresión de su rostro era la de alguien de clase alta. Por lo mismo, no podía explicarse que estaba haciendo caminando sola en las calles de París, vestida con la ropa que usaba la clase baja. Quizás que circunstancias la habían colocado en esa situación.
Después de varios momentos, Thibaut pudo recuperarse de su sorpresa y recién ayudar a Mirka a ponerse de pie. A pesar de que parecía ya haber recuperado el equilibrio, las manos del muchacho todavía se encontraban sujetando ambos hombros de la mujer. -¿Se encuentra bien, madame? ¿No se ha hecho daño?- le preguntó, con una expresión de preocupación tan notoria en su rostro que era casi adorable. Quizás se hubiera herido o, lo más probable, torcido uno de sus tobillos. Si esa era la situación, el francés no tenía problemas en cargarla hasta donde ella estimara conveniente. Tan solo quería saber que no se había hecho daño.
Thibaut Beaudelaire- Humano Clase Alta
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Re: Cinco francos
En el momento en el que me disponía a contestar tropecé con la piedra sobresaliente. Todo pasó en menos de unos segundos. Sentía que caía, que no encontraba nada donde poder apoyarme y evitar el golpe contra la calzada. Cuando ya no esperaba conseguir mantenerme noté que unos brazos me sujetaban, casi abrazándome con fuerza. Giré la cabeza y me encontré de bruces con la cara de Thibaut. Había sido él quien me salvo del golpe contra las duras piedras del camino. –Gracias- susurré. Me sujeté a sus brazos para poder incorporarme.
Una vez de pie miré hacia el suelo, hacia mis pies. Thibaut estaba preocupado, se le notaba en la voz. Le miré intentando tranquilizarle. –Si, si, estoy bien. Me duele un poco la punta de los dedos, pero se me pasará- aun no había empezado a andar, y, estando allí de pie, no me dolía nada más que los dedos. Moví el tobillo para comprobar que no me había roto nada, y no parecía que así fuera. –Gracias de verdad- puse mis manos sobre las de él y las apreté levemente. –Si no fuera por vos, me habría dado un buen golpe-. Me quité algún mechón que me cruzaba por delante del rostro y lo coloqué detrás de la oreja.
Cuando el joven hablaba de su ciudad natal se le veía feliz. ¿Sería capaz de mostrar la misma nostalgia yo por mi hogar? Lo dudaba. Y le envidiaba. Recordé la pregunta que me hizo justo antes de tropezar. Medité unos segundos la respuesta. –Respecto a vuestra pregunta- comencé –Creo que no he notado mucha diferencia. Quizá vuestro... ¿sentido del humor?- no estaba segura de si sabía buscar las diferencias entre los habitantes de las diferentes partes de Francia. No llevaba tanto tiempo en el país como para diferenciar acentos o gestos, sin contar con mi propio acento, que me delataba en muchas ocasiones. –Era sólo curiosidad, ésta es una ciudad con muchos extranjeros- -yo incluida-.
-Como me estabais diciendo, sois de Saint-Étienne. ¿Cierto?- corroboré que le había entendido bien. –No lo he visitado nunca- mi voz sonó un tanto apenada. Quizá si lo había visitado, pero no recordaba los nombres de todos los pueblos por los que había pasado. Además, las ‘visitas’ que hacía, si es que se podía llamar así, no eran turísticas. Hacía todo lo posible por sobrevivir, y aunque en los poblados y ciudades era más fácil buscarse la vida también había gente sin ningún tipo de conciencia que robaba e incluso mataba por un cacho de pan. Quizá no era la más adecuada para opinar sobre ellas. Había tenido que robar en alguna ocasión para sobrevivir. –Y… ¿cómo es Saint-Étienne?-
Una vez de pie miré hacia el suelo, hacia mis pies. Thibaut estaba preocupado, se le notaba en la voz. Le miré intentando tranquilizarle. –Si, si, estoy bien. Me duele un poco la punta de los dedos, pero se me pasará- aun no había empezado a andar, y, estando allí de pie, no me dolía nada más que los dedos. Moví el tobillo para comprobar que no me había roto nada, y no parecía que así fuera. –Gracias de verdad- puse mis manos sobre las de él y las apreté levemente. –Si no fuera por vos, me habría dado un buen golpe-. Me quité algún mechón que me cruzaba por delante del rostro y lo coloqué detrás de la oreja.
Cuando el joven hablaba de su ciudad natal se le veía feliz. ¿Sería capaz de mostrar la misma nostalgia yo por mi hogar? Lo dudaba. Y le envidiaba. Recordé la pregunta que me hizo justo antes de tropezar. Medité unos segundos la respuesta. –Respecto a vuestra pregunta- comencé –Creo que no he notado mucha diferencia. Quizá vuestro... ¿sentido del humor?- no estaba segura de si sabía buscar las diferencias entre los habitantes de las diferentes partes de Francia. No llevaba tanto tiempo en el país como para diferenciar acentos o gestos, sin contar con mi propio acento, que me delataba en muchas ocasiones. –Era sólo curiosidad, ésta es una ciudad con muchos extranjeros- -yo incluida-.
-Como me estabais diciendo, sois de Saint-Étienne. ¿Cierto?- corroboré que le había entendido bien. –No lo he visitado nunca- mi voz sonó un tanto apenada. Quizá si lo había visitado, pero no recordaba los nombres de todos los pueblos por los que había pasado. Además, las ‘visitas’ que hacía, si es que se podía llamar así, no eran turísticas. Hacía todo lo posible por sobrevivir, y aunque en los poblados y ciudades era más fácil buscarse la vida también había gente sin ningún tipo de conciencia que robaba e incluso mataba por un cacho de pan. Quizá no era la más adecuada para opinar sobre ellas. Había tenido que robar en alguna ocasión para sobrevivir. –Y… ¿cómo es Saint-Étienne?-
Mirka Hroššová- Humano Clase Baja
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Re: Cinco francos
Habiendo crecido con la imagen de su madre, una mujer débil, delicada y frágil, a quién su enfermedad había prevenido la existencia de más hermanos para Thibaut, el joven tendía a creer que todas las mujeres eran igual de frágiles que su madre. Por eso era que le llamaba tanto la atención que muchas féminas que vivían en la capital de Francia podían exhibir más fuerza de carácter que varios de los hombres que había conocido a lo largo de su aun corta vida. Para él, y siguiendo el ejemplo de su padre, las mujeres siempre habían sido un objeto precioso que debía ser protegido. Por eso había alargado sus brazos y protegido a Mirka de una caída muy fea. Pero cuando la mujer se dio vuelta a mirarlo y le susurró su agradecimiento, los pelos en la nuca de Thibaut se pararon. Un sonrojo bastante evidente llenó las mejillas del muchacho y sabía que no podía hacer nada para evitarlo. Solo podría rogar que Mirka no hiciera ningún comentario al respecto.
-Me alegro que no le haya pasado nada, madame- le respondió con un dejo de voz, sintiendo como le daba un leve apretón a sus manos. Sus ojos, ahora que los miraba, brillaban de una manera muy especial bajo la luz de las farolas. Igual como debían brillar sus mejillas, pensó de repente, soltándola suavemente. Aquella no era su posición, cualquiera que los viera podría pensar en que estaba poniendo en riesgo la reputación de una señorita. Se alejó un paso, tan solo para escuchar como Mirka continuaba con el tema de antes, como queriendo olvidar aquel tropezón. -Antes de que continuemos, madame, si me puede hacer el favor...- empezó a decir, mientras se ubicaba a su lado, un poco más cerca y le ofrecía su brazo, para que se apoyara en él. -Contribuiría de gran manera a mi tranquilidad- agregó rápidamente, haciendo gala de una pequeña sonrisa, esperando con toda su alma que el sonrojo hubiera desaparecido de sus mejillas.
-Pues... Saint-Étienne no es una ciudad extremadamente pequeña, pero está rodeada de muchísimos campos y después de estos vienen los cerros- empezó a explicar, incluso antes de que Mirka tomara su brazo. El cambio en el tono de voz de la mujer no había pasado desapercibido para él, aunque todavía no se sentía en el lugar de preguntarle más al respecto. Por la forma en que se expresaba y como pronunciaba ciertas palabras, se notaba que Mirka no era parisina, pero aun así... Bueno, quizás más adelante se atrevería a saciar su curiosidad. Porque la muchacha había logrado crear una impresión en él que dudaba que fuera a borrarse de su mente pronto.
-Me alegro que no le haya pasado nada, madame- le respondió con un dejo de voz, sintiendo como le daba un leve apretón a sus manos. Sus ojos, ahora que los miraba, brillaban de una manera muy especial bajo la luz de las farolas. Igual como debían brillar sus mejillas, pensó de repente, soltándola suavemente. Aquella no era su posición, cualquiera que los viera podría pensar en que estaba poniendo en riesgo la reputación de una señorita. Se alejó un paso, tan solo para escuchar como Mirka continuaba con el tema de antes, como queriendo olvidar aquel tropezón. -Antes de que continuemos, madame, si me puede hacer el favor...- empezó a decir, mientras se ubicaba a su lado, un poco más cerca y le ofrecía su brazo, para que se apoyara en él. -Contribuiría de gran manera a mi tranquilidad- agregó rápidamente, haciendo gala de una pequeña sonrisa, esperando con toda su alma que el sonrojo hubiera desaparecido de sus mejillas.
-Pues... Saint-Étienne no es una ciudad extremadamente pequeña, pero está rodeada de muchísimos campos y después de estos vienen los cerros- empezó a explicar, incluso antes de que Mirka tomara su brazo. El cambio en el tono de voz de la mujer no había pasado desapercibido para él, aunque todavía no se sentía en el lugar de preguntarle más al respecto. Por la forma en que se expresaba y como pronunciaba ciertas palabras, se notaba que Mirka no era parisina, pero aun así... Bueno, quizás más adelante se atrevería a saciar su curiosidad. Porque la muchacha había logrado crear una impresión en él que dudaba que fuera a borrarse de su mente pronto.
Thibaut Beaudelaire- Humano Clase Alta
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Re: Cinco francos
Antes de seguir nuestro camino el joven francés me ofreció su brazo para no volver a tropezarme. Lo miré unos segundos, dudando si aceptarlo o no. Después le miré a los ojos, no era capaz de ver malas intenciones en su rostro. –Quizá no todos sean iguales al fin y al cabo- terminé por aceptar gustosa el brazo que me ofrecía. –Será un placer, Monsieur- saqué las manos por la parte delantera de la capa, haciendo que se cayese un poco hacia atrás. Quedó una abertura que permitía ver el vestido que llevaba debajo, pero hacía suficiente sombra para no poder apreciar grandes detalles.
Pasé un brazo por debajo del suyo y terminé de abrazarlo con la mano del otro. No sabía qué imagen proyectaríamos hacia el resto de personas que se cruzaban en nuestro camino, pero no era habitual encontrar a una pareja que apenas se conociese agarrados del brazo. Es más, todas las parejas que yo había visto en esa postura eran algo más que simples conocidos. Agaché la cabeza haciendo que mechones de la melena me cubrieran un poco el rostro. Tenía que admitir que me sentía un tanto… extraña. Extraña pero a gusto a la vez. Me había topado con un chico que era totalmente diferente al resto que había conocido. Intenté imaginarme la ciudad donde había crecido Thibaut. Por la descripción que me dio, parecía un sitio precioso, y muy probablemente tranquilo y encantador. Me acordé de mi antiguo hogar. La ubicación de mi casa se podía decir que era similar, rodeada de pequeñas praderas que se alargaban por el camino hasta la ciudad.
Continué en silencio. A lo lejos se escuchó las risas de un grupo de hombres que salían de un callejón. Parecía que iban ebrios, no conseguían dar dos pasos seguidos y rectos. Se tropezaban entre ellos y se chocaban. Las voces sonaban cada vez más altas, en parte porque estaban cada vez más cerca, pero sobre todo porque estaban cada vez más animados. Uno de ellos llevaba una botella de un alcohol desconocido. La etiqueta era inapreciable, sin contar con que estaba emborronada por algún líquido.
Miré a los hombres de reojo durante un segundo y luego volví a nuestro camino. Una ráfaga de aire frío nos azotó de costado, así que me abracé con un poco más de fuerza al brazo de Thibaut, haciendo que mi cuerpo se acercase unos centímetros más al suyo. La sensación de calidez me relajó sobremanera. Sin darme cuenta mi cabeza fue agachándose hasta quedar apoyada sobre el hombro del joven francés. Anduvimos en esa postura unos… ¿diez pasos? Quizá fueron veinte. Tampoco me importaba. De pronto me di cuenta –Estoy apoyada en su… ¿hombro?- Incorporé rápidamente la cabeza y levanté la mirada hacia él. Sonreí y la bajé de nuevo.
Pasé un brazo por debajo del suyo y terminé de abrazarlo con la mano del otro. No sabía qué imagen proyectaríamos hacia el resto de personas que se cruzaban en nuestro camino, pero no era habitual encontrar a una pareja que apenas se conociese agarrados del brazo. Es más, todas las parejas que yo había visto en esa postura eran algo más que simples conocidos. Agaché la cabeza haciendo que mechones de la melena me cubrieran un poco el rostro. Tenía que admitir que me sentía un tanto… extraña. Extraña pero a gusto a la vez. Me había topado con un chico que era totalmente diferente al resto que había conocido. Intenté imaginarme la ciudad donde había crecido Thibaut. Por la descripción que me dio, parecía un sitio precioso, y muy probablemente tranquilo y encantador. Me acordé de mi antiguo hogar. La ubicación de mi casa se podía decir que era similar, rodeada de pequeñas praderas que se alargaban por el camino hasta la ciudad.
Continué en silencio. A lo lejos se escuchó las risas de un grupo de hombres que salían de un callejón. Parecía que iban ebrios, no conseguían dar dos pasos seguidos y rectos. Se tropezaban entre ellos y se chocaban. Las voces sonaban cada vez más altas, en parte porque estaban cada vez más cerca, pero sobre todo porque estaban cada vez más animados. Uno de ellos llevaba una botella de un alcohol desconocido. La etiqueta era inapreciable, sin contar con que estaba emborronada por algún líquido.
Miré a los hombres de reojo durante un segundo y luego volví a nuestro camino. Una ráfaga de aire frío nos azotó de costado, así que me abracé con un poco más de fuerza al brazo de Thibaut, haciendo que mi cuerpo se acercase unos centímetros más al suyo. La sensación de calidez me relajó sobremanera. Sin darme cuenta mi cabeza fue agachándose hasta quedar apoyada sobre el hombro del joven francés. Anduvimos en esa postura unos… ¿diez pasos? Quizá fueron veinte. Tampoco me importaba. De pronto me di cuenta –Estoy apoyada en su… ¿hombro?- Incorporé rápidamente la cabeza y levanté la mirada hacia él. Sonreí y la bajé de nuevo.
Mirka Hroššová- Humano Clase Baja
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Re: Cinco francos
No pudo evitar sonreír cuando escuchó las palabras de Mirka y sintió como se afirmaba de su brazo. Si Basile lo hubiera visto en una situación así, no dudaba que sus carcajadas se hubieran escuchado a varios kilómetros a la redonda. Aunque, pensándolo bien, era más probable que hubiera estado horrorizado por lo torpe y poco elegante que se había comportado frente a la mujer. Sonrió algo más notoriamente imaginándose la reacción del hombre y volvió a caminar en la dirección que Mirka había apuntado varios momentos atrás.
Su imaginación en ese momento estaba corriendo a gran velocidad, tratando de resolver el misterio que la muchacha representaba para él. Podía aceptar el hecho de que alguien tan hermosa como ella podría ser tan pobre, porque a veces (más a menudo de lo que los poetas querrían admitir) la bendición de la belleza no siempre estaba a mano con la bendición de las riquezas materiales. Sin embargo, lo que lo tenía verdaderamente perplejo era que su manera de hablar que, por mucho que hubiera un ligero acento que la delataba como alguien que no era oriunda de París, demostraba la crianza de alta alcurnia. ¿Qué podría haberle pasado a Mirka que la había sumergido a esas condiciones? Imaginaba algún hombre extranjero con título de nobleza que había caído en desgracia y había arrastrado a toda su familia con él. Mirka podría ser una de sus hijas y por eso se explicarían sus circunstancias. Y todo lo demás que la muchacha representaba frente a sus ojos.
-Quizás peque de ser un relator demasiado parcial, pero según mi opinión Saint-Étienne es una ciudad encantadora, aunque para alguien acostumbrado al constante ritmo parisino podría parecer algo lenta y aburrida- siguió relatando, mientras que al sonido de las suelas de sus zapatos seguía sonando por las calles de la capital. -El fácil distinguirla por los campos de manzanos y sus viñedos que parecieran llegar hasta los rincones más altos de los cerros de la ciudad- agregó, cuando en ese momento empezó a escuchar el sonido inconfundible de borrachos.
Thibaut no era ningún extraño al encuentro de estas situaciones, que eran muy comunes en París. Pero siempre que sucedía, se encontraba con su grupo de amigos y no le prestaban demasiada atención. Pero ahora se encontraba con una dama, por lo que sus sentidos se agudizaron. Agradeció cuando Mirka se acercó un poco más a él, y en respuesta a esto, la firmeza con la que sujetaba el brazo de la mujer aumento otro tanto. Thibaut no despegaba la vista de aquel grupo de borrachos, que no les prestaban más atención de la que hubieran prestado si fueran un par de perros vagabundos. Y en su atenta observación, el hecho de que Mirka apoyara su cabeza en su hombro lo tomó completamente por sorpresa.
Sin decir palabra, tratando de que sus movimientos no le dieran ninguna intención de cambiar su posición, Thibaut logró caminar un par de metros así como estaban. Sin atrever a moverse más que para caminar. Y fue solo cuando la misma muchacha levantó su cabeza que se atrevió a mirarla con una sonrisa especial, como la de alguien que compartía un secreto con otra persona. Sin malicia ni segundas intenciones, solo complicidad y simpatía hacia la otra persona. Ternura incluso. -Y dígame, madame, ¿tendré el placer de su compañía por mucho tiempo más o ya estamos llegando a su morada?- le preguntó sin despegar sus ojos de los de ella, prometiéndose a si mismo que esta no sería la última vez que se encontraría con Mirka.
Su imaginación en ese momento estaba corriendo a gran velocidad, tratando de resolver el misterio que la muchacha representaba para él. Podía aceptar el hecho de que alguien tan hermosa como ella podría ser tan pobre, porque a veces (más a menudo de lo que los poetas querrían admitir) la bendición de la belleza no siempre estaba a mano con la bendición de las riquezas materiales. Sin embargo, lo que lo tenía verdaderamente perplejo era que su manera de hablar que, por mucho que hubiera un ligero acento que la delataba como alguien que no era oriunda de París, demostraba la crianza de alta alcurnia. ¿Qué podría haberle pasado a Mirka que la había sumergido a esas condiciones? Imaginaba algún hombre extranjero con título de nobleza que había caído en desgracia y había arrastrado a toda su familia con él. Mirka podría ser una de sus hijas y por eso se explicarían sus circunstancias. Y todo lo demás que la muchacha representaba frente a sus ojos.
-Quizás peque de ser un relator demasiado parcial, pero según mi opinión Saint-Étienne es una ciudad encantadora, aunque para alguien acostumbrado al constante ritmo parisino podría parecer algo lenta y aburrida- siguió relatando, mientras que al sonido de las suelas de sus zapatos seguía sonando por las calles de la capital. -El fácil distinguirla por los campos de manzanos y sus viñedos que parecieran llegar hasta los rincones más altos de los cerros de la ciudad- agregó, cuando en ese momento empezó a escuchar el sonido inconfundible de borrachos.
Thibaut no era ningún extraño al encuentro de estas situaciones, que eran muy comunes en París. Pero siempre que sucedía, se encontraba con su grupo de amigos y no le prestaban demasiada atención. Pero ahora se encontraba con una dama, por lo que sus sentidos se agudizaron. Agradeció cuando Mirka se acercó un poco más a él, y en respuesta a esto, la firmeza con la que sujetaba el brazo de la mujer aumento otro tanto. Thibaut no despegaba la vista de aquel grupo de borrachos, que no les prestaban más atención de la que hubieran prestado si fueran un par de perros vagabundos. Y en su atenta observación, el hecho de que Mirka apoyara su cabeza en su hombro lo tomó completamente por sorpresa.
Sin decir palabra, tratando de que sus movimientos no le dieran ninguna intención de cambiar su posición, Thibaut logró caminar un par de metros así como estaban. Sin atrever a moverse más que para caminar. Y fue solo cuando la misma muchacha levantó su cabeza que se atrevió a mirarla con una sonrisa especial, como la de alguien que compartía un secreto con otra persona. Sin malicia ni segundas intenciones, solo complicidad y simpatía hacia la otra persona. Ternura incluso. -Y dígame, madame, ¿tendré el placer de su compañía por mucho tiempo más o ya estamos llegando a su morada?- le preguntó sin despegar sus ojos de los de ella, prometiéndose a si mismo que esta no sería la última vez que se encontraría con Mirka.
Thibaut Beaudelaire- Humano Clase Alta
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Re: Cinco francos
Dejamos a los hombres atrás. Llevaban la dirección contraria a la nuestra, por lo que no supusieron mayor problema que el alboroto que llevaban a su alrededor. No me importó demasiado, ni siquiera nos habían visto, o si lo habían hecho pasaron de largo. Si hubiera ido sola quizá me hubieran dicho algo, pero al ir acompañada ni siquiera se molestaron.
Volví a separarme los centímetros que me había acercado a Thibaut, que no eran demasiados. Al parecer, la imagen que había creado en mi mente no era muy diferente de la opinión del joven respecto a su ciudad natal. Un lugar tranquilo que llevaba su propio ritmo. El aire incluso sería estaría más limpio que el de la capital francesa, sobre todo en invierno. La cantidad de chimeneas que echaban humo era cada vez mayor. En aquella época del año además, con todo el frío que hacía, trabajaban sin parar. Por suerte también era una época en la que llovía en abundancia, así que el aire se limpiaba unas cuatro veces a la semana. El olor del aire también me resultaría mucho más agradable en Saint-Ètienne. Había puestos en los que la comida que vendían despedía un hedor nauseabundo, como si llevasen días podridos bajo el montón.
-No, estamos llegando- no me había dado cuenta de que habíamos cruzado la calle mayor donde nos encontramos. Mi hogar estaba en la esquina de una casa considerablemente más baja que el resto. –Es por aquí- señalé hacia la izquierda cuando llegamos a la intersección. Había que andar unos tres metros hasta llegar a una pequeña plaza en medio de aquella nueva calle. En el centro estaba la estatua del que parecía un gran señor que tuvo su importancia en París hacia años. Yo no lo conocía, ni a él ni a sus hazañas, pero todas las mañanas al salir de casa lo veía allí de pie.
Guié a Thibaut hasta el otro lado de la placita. Me acerqué a una de las esquinas que unían la continuación de la calle con la plaza. La puerta que daba a la calle estaba un poco elevada del pavimento, así que tres escalones la unían con la calzada. Antes de llegar al lado de los escalones señalé la puerta que daba al edificio. –Ahí- miré a Thibaut y sonreí. –No es un palacio, pero al menos no hace frío- me acerqué a las escaleras. Mi casa estaba en el último piso, en el ático. Era la más pequeña de todo el edificio y la única del piso. Parecía casi como si fuera el desván preparado para vivir.
Solté el brazo del joven con suavidad y me coloqué frente a él. Aun se podían oír los gritos del grupo de hombres que dejamos atrás, pero cada vez más atenuados. –Gracias de veras por acompañarme- volví a cubrir mis brazos con la capa. –Ahora quizá sea un poco tarde, pero permitidme invitarle a una taza de té. Cuando queráis, sabéis donde vivo-
Volví a separarme los centímetros que me había acercado a Thibaut, que no eran demasiados. Al parecer, la imagen que había creado en mi mente no era muy diferente de la opinión del joven respecto a su ciudad natal. Un lugar tranquilo que llevaba su propio ritmo. El aire incluso sería estaría más limpio que el de la capital francesa, sobre todo en invierno. La cantidad de chimeneas que echaban humo era cada vez mayor. En aquella época del año además, con todo el frío que hacía, trabajaban sin parar. Por suerte también era una época en la que llovía en abundancia, así que el aire se limpiaba unas cuatro veces a la semana. El olor del aire también me resultaría mucho más agradable en Saint-Ètienne. Había puestos en los que la comida que vendían despedía un hedor nauseabundo, como si llevasen días podridos bajo el montón.
-No, estamos llegando- no me había dado cuenta de que habíamos cruzado la calle mayor donde nos encontramos. Mi hogar estaba en la esquina de una casa considerablemente más baja que el resto. –Es por aquí- señalé hacia la izquierda cuando llegamos a la intersección. Había que andar unos tres metros hasta llegar a una pequeña plaza en medio de aquella nueva calle. En el centro estaba la estatua del que parecía un gran señor que tuvo su importancia en París hacia años. Yo no lo conocía, ni a él ni a sus hazañas, pero todas las mañanas al salir de casa lo veía allí de pie.
Guié a Thibaut hasta el otro lado de la placita. Me acerqué a una de las esquinas que unían la continuación de la calle con la plaza. La puerta que daba a la calle estaba un poco elevada del pavimento, así que tres escalones la unían con la calzada. Antes de llegar al lado de los escalones señalé la puerta que daba al edificio. –Ahí- miré a Thibaut y sonreí. –No es un palacio, pero al menos no hace frío- me acerqué a las escaleras. Mi casa estaba en el último piso, en el ático. Era la más pequeña de todo el edificio y la única del piso. Parecía casi como si fuera el desván preparado para vivir.
Solté el brazo del joven con suavidad y me coloqué frente a él. Aun se podían oír los gritos del grupo de hombres que dejamos atrás, pero cada vez más atenuados. –Gracias de veras por acompañarme- volví a cubrir mis brazos con la capa. –Ahora quizá sea un poco tarde, pero permitidme invitarle a una taza de té. Cuando queráis, sabéis donde vivo-
Mirka Hroššová- Humano Clase Baja
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Re: Cinco francos
El sonido de las carcajadas de aquellos hombres borrachos se podía escuchar en toda la calle, con ecos que resonaban por las esquinas y se devolvían al chocar con cualquier superficie. De repente una de las voces empezó a cantar a viva voz y el resto lo siguió, cuando al mismo tiempo se escuchaba el estruendo de vidrio rompiéndose. Lo más probable era que alguno de ellos hubiera estrellado su botella contra la pared de alguna construcción cercana. Pero por lo menos ahora tenía la seguridad de que se iban alejando, porque las voces se sentían cada vez más débiles. Sintió como la distancia entre Mirka y el aumentaba un poco, casi de manera imperceptible. Pero Thibaut estando tan alerta de todo lo que pasaba a su alrededor, obviamente lo notó. La felicidad que había supuesto la carta de su hermana ahora se encontraba en segundo plano, frente a todas las emociones que aquel pequeño paseo había suscitado en el chico. Todo aquello era tan nuevo para él.
Con paso decidido, Thibaut se dejó guiar a través de una plaza por la mujer, fijándose en los árboles y en la estatua que había ahí. Era un lugar bonito, aunque se notaba de pocos recursos. Vio como varios perros dormitaban bajo una banca y como un chiquillo andrajoso corría a toda velocidad en la dirección contraria. Aquello era un gran contraste a lo que estaba acostumbrado, y sus ojos se abriendo en sorpresa. Sin embargo, trató de evitar mostrar aquellas emociones a su compañera. Este era, a pesar de todo, el lugar en donde Mirka vivía. Quizás hasta lo consideraba como su hogar.
Y cuando por fin llegaron, el francés logró esbozar una sonrisa sincera. Por lo menos le cabía el consuelo de que no tenía que dormir en las calles y que tenía un lugar más o menos seguro donde llegar después de que se acabara el día. Había tanta gente en la capital parisina que ni siquiera podía contar con aquello que hacía que el alma del muchacho se estremeciera. Si tan solo pudiera ayudar a un décimo de toda esa gente, sería feliz. Pero la sociedad en la que vivía parecía empecinada a aumentar las diferencias entre los privilegiados y los desgraciados.
-Es un lugar encantador- pudo musitar Thibaut, viendo como con sus palabras se formaba un vaho de vapor por el frío del ambiente. Casi de forma reticente, dejó que Mirka se soltara de su brazo y le sonrió de manera cálida mientras se colocaba entre las escaleras y el francés. Hacía mucho frío y si tan solo supiera que no se iba a congelar de vuelta a su morada, le hubiera dejado su propia chaqueta a la mujer. Pero no podía asegurarlo, y no quería amanecer medio muerto de frío en alguna calle parisina. -No tiene que agradecerme, madame, era lo menos que podía hacer- le respondió a su agradecimiento con una pequeña reverencia, llevando dos dedos al ala de su sombrero, como había hecho hacía un rato atrás.
Esto tenía que contárselo a Basile. Un acontecimiento como este necesitaba del consejo sensato de su mejor amigo. El sabría como proceder en casos como este. Ya que, como generalmente sucedía, cuando Thibaut no sabía que hacer, Grushenko generalmente tenía la respuesta adecuada.
-Es usted muy gentil, madame, sería un placer volver a pasar una velada en su compañía- dijo finalmente, en extremo contento de que ella quisiera mantener la relación. Su sonrisa hacía que sus mejillas se sintieran algo tirantes, pero no iba a dejar de sonreír por eso. -Me aseguraré de enviarle una misiva para concertar mi visita- agregó, contentísimo, mientras extendía su mano para poder estrechar la de la mujer. Sabía que hacía mucho frío, el mismo lo sentía, pero no podía irse de ahí hasta poder besar el dorso de la mano de Mirka. Aquello haría su noche perfecta.
Con paso decidido, Thibaut se dejó guiar a través de una plaza por la mujer, fijándose en los árboles y en la estatua que había ahí. Era un lugar bonito, aunque se notaba de pocos recursos. Vio como varios perros dormitaban bajo una banca y como un chiquillo andrajoso corría a toda velocidad en la dirección contraria. Aquello era un gran contraste a lo que estaba acostumbrado, y sus ojos se abriendo en sorpresa. Sin embargo, trató de evitar mostrar aquellas emociones a su compañera. Este era, a pesar de todo, el lugar en donde Mirka vivía. Quizás hasta lo consideraba como su hogar.
Y cuando por fin llegaron, el francés logró esbozar una sonrisa sincera. Por lo menos le cabía el consuelo de que no tenía que dormir en las calles y que tenía un lugar más o menos seguro donde llegar después de que se acabara el día. Había tanta gente en la capital parisina que ni siquiera podía contar con aquello que hacía que el alma del muchacho se estremeciera. Si tan solo pudiera ayudar a un décimo de toda esa gente, sería feliz. Pero la sociedad en la que vivía parecía empecinada a aumentar las diferencias entre los privilegiados y los desgraciados.
-Es un lugar encantador- pudo musitar Thibaut, viendo como con sus palabras se formaba un vaho de vapor por el frío del ambiente. Casi de forma reticente, dejó que Mirka se soltara de su brazo y le sonrió de manera cálida mientras se colocaba entre las escaleras y el francés. Hacía mucho frío y si tan solo supiera que no se iba a congelar de vuelta a su morada, le hubiera dejado su propia chaqueta a la mujer. Pero no podía asegurarlo, y no quería amanecer medio muerto de frío en alguna calle parisina. -No tiene que agradecerme, madame, era lo menos que podía hacer- le respondió a su agradecimiento con una pequeña reverencia, llevando dos dedos al ala de su sombrero, como había hecho hacía un rato atrás.
Esto tenía que contárselo a Basile. Un acontecimiento como este necesitaba del consejo sensato de su mejor amigo. El sabría como proceder en casos como este. Ya que, como generalmente sucedía, cuando Thibaut no sabía que hacer, Grushenko generalmente tenía la respuesta adecuada.
-Es usted muy gentil, madame, sería un placer volver a pasar una velada en su compañía- dijo finalmente, en extremo contento de que ella quisiera mantener la relación. Su sonrisa hacía que sus mejillas se sintieran algo tirantes, pero no iba a dejar de sonreír por eso. -Me aseguraré de enviarle una misiva para concertar mi visita- agregó, contentísimo, mientras extendía su mano para poder estrechar la de la mujer. Sabía que hacía mucho frío, el mismo lo sentía, pero no podía irse de ahí hasta poder besar el dorso de la mano de Mirka. Aquello haría su noche perfecta.
Thibaut Beaudelaire- Humano Clase Alta
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Re: Cinco francos
El trayecto desde la catedral se le había hecho más corto que de costumbre. El calor que había conseguido en el lugar sagrado se había esfumado hacía tiempo, pero apenas me acordaba de él. Como tampoco me acordaba de las oraciones que había hecho. Mia era la única que siempre aparecía, la primera de hecho, y la única que no olvidaba nunca. Volver a recordarla hizo que se me hiciera un nudo en el estómago que duró apenas un segundo.
-No todos los hombres se ofrecen a acompañarme hasta mi casa- clavé mi mirada en la suya -sólo los verdaderos caballeros lo hacen- noté como las comisuras de mis labios se torcían en una pequeña sonrisa. Ceñí la capa al cuerpo para darme calor. La respiración se convertía en vaho al igual que cada palabra.
-En ese caso, esperaré noticias vuestras- me alegré de que aceptara mi invitación. No era para nada sofisticada, un té en cualquier tetería de París, por muy barata y poco bonita que fuera haría que la velada fuera mucho más elegante. Sólo esperaba que no se demorase demasiado en enviar la carta.
Cuando adelantó la mano hice lo propio con la mía. La saqué la calidez que me proporcionaba la capa y la extendí. Noté el frío en los dedos, pero no me importó. Pronto volverían a estar cubiertos por aquella piel de oso que tan bien me había venido en los duros inviernos franceses.
-Ha sido un verdadero placer, Thibaut-
-No todos los hombres se ofrecen a acompañarme hasta mi casa- clavé mi mirada en la suya -sólo los verdaderos caballeros lo hacen- noté como las comisuras de mis labios se torcían en una pequeña sonrisa. Ceñí la capa al cuerpo para darme calor. La respiración se convertía en vaho al igual que cada palabra.
-En ese caso, esperaré noticias vuestras- me alegré de que aceptara mi invitación. No era para nada sofisticada, un té en cualquier tetería de París, por muy barata y poco bonita que fuera haría que la velada fuera mucho más elegante. Sólo esperaba que no se demorase demasiado en enviar la carta.
Cuando adelantó la mano hice lo propio con la mía. La saqué la calidez que me proporcionaba la capa y la extendí. Noté el frío en los dedos, pero no me importó. Pronto volverían a estar cubiertos por aquella piel de oso que tan bien me había venido en los duros inviernos franceses.
-Ha sido un verdadero placer, Thibaut-
Mirka Hroššová- Humano Clase Baja
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Re: Cinco francos
Al escuchar el cumplido de la mujer, Thibaut no pudo más que sonreír más notoriamente. ¿Qué debía decir en situaciones como esta? No tenía idea, y sentía que la educación recibida en sus años formativos se había quedado corta en lo que respectaba a las situaciones sociales. Si, no tenía problemas con los cálculos aritméticos, la esgrima o recitando poesía de John Donne, pero en momentos como ese dudaba que algo de lo anterior fuera de alguna utilidad.
-No tardarán en llegar, se lo aseguro- le contestó el francés, dividido entre el sentimiento de no querer que subiera para poder seguir pasando más tiempo con ella y el deseo de que se cobijara de aquel frío tan inclemente que se iba apoderando de a poco de las calles de París. Al fin, el segundo impulso ganó y se dispuso a retirarse. Pero no antes de tomar con su mano derecha la de ella. Lo primero que sintió fue lo helada que se encontraba la mano de Mirka y se sintió extremadamente culpable por haberla retenido tanto tiempo en el frío. Trato de cubrir lo que más pudo aquella delicada mano, con la intensión de transmitirle toda la calidez que pudiera. Y, suavemente, besó el dorso de esta, mientras sentía como sus intestinos parecían retorcerse de una extraña manera al contacto.
Aquello solo duró un par de segundos, pero Thibaut estaba tan pendiente de cada detalle que cuando por fin dejó ir la mano de Mirka, quedó con la sensación de que quizás debería haberla sostenido mucho más tiempo. Hasta que volviera el calor a ella.
-Lo mismo digo, madame- dijo finalmente, después de unos segundos sin responder nada. -Espero que nuestros caminos puedan encontrarse pronto- agregó, mientras observaba como Mirka se dirigía al edificio, dejándolo por fin solo en aquella calle. Aquello... aquello definitivamente cambiaba las cosas para Thibaut. Tan solo quedaba averiguar hasta que extensión podría hacerlo. Porque de una cosa estaba seguro: aquel encuentro estaría grabado en su memoria por muchísimo tiempo.
-No tardarán en llegar, se lo aseguro- le contestó el francés, dividido entre el sentimiento de no querer que subiera para poder seguir pasando más tiempo con ella y el deseo de que se cobijara de aquel frío tan inclemente que se iba apoderando de a poco de las calles de París. Al fin, el segundo impulso ganó y se dispuso a retirarse. Pero no antes de tomar con su mano derecha la de ella. Lo primero que sintió fue lo helada que se encontraba la mano de Mirka y se sintió extremadamente culpable por haberla retenido tanto tiempo en el frío. Trato de cubrir lo que más pudo aquella delicada mano, con la intensión de transmitirle toda la calidez que pudiera. Y, suavemente, besó el dorso de esta, mientras sentía como sus intestinos parecían retorcerse de una extraña manera al contacto.
Aquello solo duró un par de segundos, pero Thibaut estaba tan pendiente de cada detalle que cuando por fin dejó ir la mano de Mirka, quedó con la sensación de que quizás debería haberla sostenido mucho más tiempo. Hasta que volviera el calor a ella.
-Lo mismo digo, madame- dijo finalmente, después de unos segundos sin responder nada. -Espero que nuestros caminos puedan encontrarse pronto- agregó, mientras observaba como Mirka se dirigía al edificio, dejándolo por fin solo en aquella calle. Aquello... aquello definitivamente cambiaba las cosas para Thibaut. Tan solo quedaba averiguar hasta que extensión podría hacerlo. Porque de una cosa estaba seguro: aquel encuentro estaría grabado en su memoria por muchísimo tiempo.
Thibaut Beaudelaire- Humano Clase Alta
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