Only for you [Isabel]

¿Dónde se estaba metiendo Alejandro? Esa es una pregunta cuya respuesta solo os podría dar él mismo.
Aquella tarde, rondando las seis, la madame en funciones de jefa le había echo una propuesta que se vio casi obligado a aceptar por uno de sus viejos enemigos; la codicia. ¿Este hombre no aprendía? Cualquiera se hubiese vuelto el hombre más humilde y sencillo del mundo después de pasar por la experiencia que le tocó junto a Mariska pero ¡Claro! Él no era cualquiera. Ni mucho menos. Y por eso mismo la avaricia seguía en él, del mismo modo que lo hacía muchos otros defectos de los que ni siquiera con cuarenta años se quitaba de encima. Ver para creer. ¿Cuál era ahora el 'maravilloso' negocio?. "Una dama muy importante me ha confiado la tarea de buscarle el mejor de los hombres que conociese". El ego de Alejandro, como bien supondréis, se vio bastante inflado -Más de lo normal.- cuando le confesó que su madurez y experiencia se le hacían la mejor opción teniendo en cuenta la confidencialidad que se necesitaba para el asunto. Si algo tenía, por lo menos, era total discreción para cualquier tipo de caso. No importaba cual fuese el suceso o el secreto que hubiese que guardar, él era una tumba; figuradamente hablando. Y es que guardar secretos siempre había sido un punto fuerte en él, después de todo, en su adolescencia hizo demasiadas cosas que habrían matado de un infarto a sus padres. Por tanto, se mantenían sellados tanto en su mente como en sus labios.

Y si algo le había enseñado París, además de lo divertidas que resultaban las noches, era a mantener su vida privada bajo estricto candado. Nada de apellidos ni palabras que pudiesen identificarle fuera del burdel o una mirada. El sexo de una noche se quedaba solo en eso para las relaciones extra laborales y las laborales podrían repetirse una y otra vez mientras el cliente pagase la cantidad establecida. Pero continuaba siendo un negocio, nada sentimental o personal. Y todo apuntaba a que el trabajo era perfecto para él, después de todo ¿Cuántos de su profesión había como él? Más tendría que haber para que por lo menos hubiese tenido la opción de denegarse. Cosa que se le pasó por la cabeza, tal vez, dos segundos. Hasta que la mujer de bellas curvas le sobornó y no precisamente con dinero sino con pasar un buen 'rato'. Ya me entendéis ¿No?.

De nuevo, volvemos al punto de partida. Perfectamente aseado, vestido y perfumado nuestro cortesano salió de su humilde morada en un carruaje que le llevaría directo al Hotel Des Arenes; uno de los más lujosos de París por si no lo sabéis. La información del lugar vino después de aceptar el trabajo cosa que no hizo más que aumentar sus ganas. Se moría de curiosidad por inspeccionar el lugar y por ver a todas las personas que habría allí ¿Quién sería su cliente? Lo cierto es que la madame no le había dicho nombres, solo un número de habitación al que debería dirigirse a las doce en punto exactamente. Nunca había destacado por su puntualidad, sin embargo, pisó el suelo de la entrada al bajar del carruaje justo cuando tocaban menos cuarto. Claro que, tampoco destacaba por sus buenas ropas y sin embargo aquella noche se había puesto uno de sus mejores trajes. Por muy incómodo que se sintiera en aquellos pantalones y camisas ajustadas en ese lugar tan ostentoso lo echarían a patadas de aparecer con su habitual ropa holgada y sencilla. No le quedó de otra.

Observó con curiosidad pero disimulo a casi todo el mundo mientras se dirigía a la zona de ascensores. Se vio 'acorralado' con una mujer rubia bastante impresionante y que llevaba unas joyas de diamantes todavía más impresionantes. Las pequeñas miradas que le dedicaba por el espejo, también le impresionaron. De ahí el acorralamiento. Sin embargo, fingió no darse cuenta hasta salir en la planta que le tocaba, momento en el que le guiñó un ojo despreocupadamente para continuar con su camino hasta la habitación 666. Curioso número.
Y justo cuando picó a la puerta con sus nudillos, fuerte y decididamente, escuchó como alguno de los relojes cercanos tocaba la media noche exacta.

Tic.Tic.Tic...
El tiempo corría para Alejandro y, por unos minutos, pensó que o se había equivocado de habitación o bien quién fuera el ansiado cliente se había echado para atrás sin avisar. Lo que, según él, sería una verdadera lástima con el tiempo que había tomado por arreglarse y las ganas que tenía que conocer a la mujer misteriosa. Él era un curioso de naturaleza y aunque ese defecto lo había llevado por malos caminos muchas veces a sus años era simplemente incurable. Por eso, le alegró escuchar pasos tras la puerta que se dirigían hacia él. Esperó que fuese a quién iba dirigido esa noche la que le abriera pero dada las vestimentas y, después, lo que le dijo pudo deducir que era una simple mucama. Eso, sin duda, decía mucho del cliente. ¿Quién era tan refinado como para llevar a una sirvienta incluso en un encuentro sexual privado? Se le pasaron varias cosas por la cabeza al tener ese pensamiento. Una; la mujer esperaba hacer sus jueguecitos junto a la sirvienta lo que no sería tan extraño. Dos; era de tanta confianza como para llevársela sabiendo que no diría absolutamente nada a quien la estuviese esperando en casa. Con más de estos dos pensamientos en su cabeza mostró una ligera sonrisa a la muchacha mientras pasaba hacia el interior.

Una vez ya dentro, en su cabeza resonaron las palabras de la muchacha. "Su Majestad" Así la había llamado y al cortesana se le quedó bien grabado, sin embargo, prefirió mantener su atención admirando con disimulo la sala en la que acababa de entrar. Su cuerpo, prácticamente en el centro, no era nada comparado con la amplitud que tenía aquello. Y qué decir de la lujosa decoración, a pesar de que era una suite dentro del hotel, era poco probable que todas fuesen iguales que aquella. Aquella que a Alejandro, cuanto más la miraba, más le parecía que era capaz de ocupar la planta entera. En ese momento, no recordó si había visto más puertas a los lados o de dónde estaba en caso de haber visto alguna. Escuchar el 'click' cuando la sirvienta -O señora de compañía.- cerró la puerta despejó la mente al cortesano, que la bajó de las nubes y la devolvió a la tierra. Inmediatamente empezó a caminar hacia el salón, dónde le había dicho que le estaba esperando "Su Majestad". Todavía tenía marcado ese nombre en la cabeza. Y, en cuanto observó la figura de la mujer dueña de ese apodo, entendió el porque de absolutamente todo.

Morena, de ojos penetrantes y tanta elegancia que no podía ni compararse a aquella amplísima suite. La Reina de España, Isabel II de Castilla, era la mujer que aguardaba a Alejandro de pie en casi el centro de la habitación. El cortesano tuvo que parpadear un par de veces tras escuchar el nombre que acababa de salir por los labios ajenos; no acababa de creerse que Isabel II era quien había requerido sus servicios. Isabel II, la Reina de España. Su País de Origen y que no había pisado desde la adolescencia.
Observó la mano ajena tendida mientras la agarraba, con suavidad, inclinándose para besar el dorso con la misma suavidad. Más que un beso, fue un roce. - Mi Señora - Se dirigió hacia ella en Español, obviamente, no iba a perder el tiempo parloteando Francés cuando no había necesidad alguna. Apartó sus labios de la mano contraria y, sin embargo, tardó un par de segundos más en soltar la mano ajena con suavidad. ¿Y ahora qué?. Se preguntó. Estaba frente a una reina. No una princesa. Ni una condesa. O, tal vez, una baronesa. No. ¡Era una reina! ¿Cómo iba a hacer aquello?. Tranquilo, tú puedes con esto y más. Le dijo su propia conciencia que, aun sin aparentarlo, estaba calmando los repentinos nervios que le habían entrado. Alejandro nervioso, ver para creer. Aunque claro ¿Qué burgués no estaría nerviosos frente a alguien de tan alto rango? Más sin estar acostumbrado. Sin embargo, no podía dejar que eso le echara hacia detrás. No sería uno de esos chiquillos ¿A caso no tenía experiencia y se pavoneaba de ello? Pues pensaba comprobarlo en ese encuentro precisamente, se lo tomaría como todo un reto.

Carraspeó, dejando que con ese pequeño sonido sus nervios volaran fuera de su cuerpo y volviese a ser el hombre de siempre. Abrió sus ojos y esta vez mantuvo la mirada firme en la mujer. Una vez más se dijo que debía tratarla como a cualquier otra o, de lo contrario, sus nervios volverían. - Esto sí que es una sorpresa... - Sonrió, curvando sus labios ligeramente y dio un par de pasos hacia delante; hasta quedar a unos centímetros de ella. - Nunca pensé que conocería en persona a la Reina de mi País - Hizo mella en las últimas palabras, añadiéndoles un acento más específico. Recordó, de repente, que no se había presentado. Sin embargo, decidió no hacerlo hasta que ella se lo pidiese y todavía pensaría si hacerlo o no con su verdadero nombre. Aunque, por otro lado, tal vez su adorada jefa ya le había dado tal información.

La situación era poco menos que jodidamente extraña.
Allí estaba Alejandro, frente a la reina de España, y notando como sus nervios se habían esfumado casi por completo. ¿Cuándo había sido la última vez de ponerse nervioso frente a una mujer? Ni siquiera en su primera vez o frente a Mariska, la que lo había torturado durante meses. Las mujeres formaban parte de su vida, de él, les era tan natural como el mismo respirar. Y por eso le estaba siendo tan fácil ver a través de todos esos lujos, remilgados vestidos y caras joyas. En el fondo, era una mujer más. Una mujer con una fortuna inmensa, un cargo de muchísima importancia además de un renombre todavía más importante; sí. Pero ¿Qué había tras de todo aquello? Una persona y, como tal, así iba a tratarla. Las formalidades nunca habían sido su punto fuerte, ni siquiera cuando lo invitaban a alguna de las remilgadas fiestas en las que tenía que ejercer de acompañante. Defecto por el que era ligeramente regañado de vez en cuando y que no le importaba fingir. Sin emgargo, no esa vez. Ella lo había 'contratado' como mujer, porque necesitaba desahogar sus necesidades sexuales. Necesidades que hasta el más pomposo tenía por mucho que intentase ocultarlo. Estaba decidido, él iba a tratarla como lo que era, una simple mujer. Y, en caso de que no le agradara ese trato, tendría que despacharlo sin miramiento. Porque tal vez ella estaba esperando a un súbdito más cuando lo que iba a encontrarse era a un hombre; a secas.

Su ego, una vez más, se vio inflado ante la insinuación ajena de que lo había observado. Y no solo ella. Era bien cierto que Alejando no solía fijarse demasiado en todo su alrededor, era más propio en él fijarse solo en las cosas que más llamaran su atención. ¿Cómo demonios no se había dado cuenta entonces de que había pasado cerca de una Reina? Decidió no pensar en ello. No pensar ni cuándo ni cómo había sucedido ya que vivía feliz en su propio mundo. ¿No había sido a caso mejor esa sorpresa? "Sí, claro" Se tuvo que consolar así mismo para no quedar como un autentico imbécil a sus propios ojos. Odiaba eso. Justo cuando estaba decidido a contestarle algo bueno, hizo acto de presencia la mujer del servicio que le había abierto la puerta e indicado dónde estaba 'Su Majestad'. Todavía no se acostumbraba a esa palabra. Ni pensaba decirla a menudo en aquella noche. Bueno, tal vez, no resultaría tan mal pensar en ella como 'Su Majestad' mientras le mostraba los placeres de la noche a manos de un simple plebeyo. Sonrió ligeramente, aprovechando la distracción. Parecía un crío pensando ese tipo de cosas 'en secreto'; realmente la situación era única en la vida y por eso mismo se prometió disfrutarla el máximo.

- Puede llamarme Alejandro - Empezó con la presentación, una vez estuvieron de nuevo solos. Y le dio la impresión de que ahora ya nadie iba a molestarlos en lo que restaba de noche ¡Y solo eran las doce! Le apasionaba pensar lo que podrían hacer. Descubrir lo que ella estaba dispuesta a hacer aquella noche. Se apartó de su lado, dando un par de pasos hacia el papel que sutilmente, de reojo, había visto sobre la mesa. - Seducción, odio, pasión... - Empezó a recitar en un susurro lo que había escrito. Dedujo que ella, de su puño y letra. - ¿Es esto lo que quiere que le muestre? - Preguntó retóricamente, ya que no esperaba ni quería una respuesta a esa pregunta. Simplemente la miró con una sonrisa socarrona volviendo a empezar el paso, esta vez hacia el sillón que se situaba dentro de la misma habitación. Cerca. Siempre cerca. - Veamos... - Se colocó cómodamente, disfrutando de la calidad que le ofrecía ese mueble. Un espléndido sillón como lo sería todo lo demás; se moría por probar cada rincón de la alcoba. - Antes de empezar con 'esto' me gustaría dejar claro que no recibirá un trato más especial de lo merecido por mi parte. Dejando a un lado su peculiar título, a mis ojos resulta ser una mujer más. Una cliente más para la que estoy completamente disponible - Hizo una pequeña pausa, clavando su mirada en la ajena. Sin apartarla. - Yo la llamaré... ¿Isabel? - Preguntó, de nuevo retóricamente, ya que no dio tiempo a una respuesta. - O si quiere, puedo utilizar algún sobrenombre. - Rió, sin imaginar que tipo de sobrenombre podría tener la Reina de España. Sin duda, empezaba a relajase.- Por otra parte, a mi me puede llamar como más prefiera o inclusive con el nombre de algún otro barón - Sonrió malicioso por la propuesta, desde luego si permitía que fuese tan insolente es que la noche prometía de verdad. - Yo estoy aquí para hacer lo que quieras, para ser quién quieras y cumplir las fantasías que quieras. Y cuando hayamos terminado me marcharé por esa puerta recordando la noche que pasé con Isabel, no con la Reina de España. - Su mirada, ahora algo más seria, se fue suavizando a medida que dejaba pasar los segundos. - Y bien ¿Aún deseas continuar? - No dudo en tutearla, dejándole claro que iba completamente en serio.
¿Sabía ella dónde se había metido?.

Ya he tratado con mujeres como ella.
Se dijo para sí Alejandro mientras contemplaba a Isabel, que se erguía de pie ante él con bastante orgullo por su título. Aparentemente. La escuchó hablar y, mientras tanto, dejó que su mente se perdiera ligeramente entre sus recuerdos. Sí, no era ni mucho menos la primera vez. Al principio tampoco podía negar que la categoría de Reina lo había impresionado hasta tal punto de pensar en aquello como una 'primera vez' ¡Ni de lejos! Cuánto más segundos pasaban, más se daba cuenta. Estaba tan acostumbrado a tratar a mujeres que habituaban a dormir entre sábanas de seda como a la más humilde cortesana que tenía que abrir las piernas solo para poder tener un techo en el que dormir. O comida que llevarse a la boca. Y, desde siempre, no le habían atraído ni impresionado los lujos. Puede que fuese egolatra y un perfecto hijo de punta -Cuando quería.- pero, aún así, nunca había estado con nadie peor que él. Porque simplemente no lo soportaba. No soportaba a las mujeres que por tener dinero, títulos o renombres especiales se creían superiores a cualquier otro ser humano. Y si creía en su poder de atracción frente a otros, era porque lo había demostrado en contadas ocasiones. Por contra parte, conocía a la perfección cuales eran sus limitaciones. Supo que acostarse con aquella mujer no iba a ser una de ellas en cuanto la escuchó hablar.

Recibió de buen gusto el peso de la mujer sobre sus piernas y sonrió imaginando que sería mucho más ligera sin aquella molesta vestimenta. Que la hacía aumentar considerablemente de tamaño. En la cama, odiaba cualquier prenda que tuviese un mínimo de grosor y, por supuesto, predicaba el ejemplo al dormir desnudo la mayoría de veces. Hasta en invierno. Por un momento, se imaginó a Isabel vestida con lencería de las que utilizaban cada noche sus compañeras de trabajo. Se preguntó si tendría mucha experiencia a pesar de esa dura apariencia de mujer sofisticada. Es la Reina de España, tiene que serlo. Se dijo, carcajeándose interiormente. Sin embargo, quería descubrir que escondía bajo esas formales prendas. Sin pensarlo, rodeó su cintura con un brazo. Aproximando la distancia entre ellos, ya de por sí cercana. - Alejandro estará bien - Aclaró, ante su curiosa pregunta. Los apodos no era él mismo quién se los ponía sino, habitualmente, las amantes con las que se acostaba. Y no solía tener objeciones. Nunca le habían puesto ninguno fuera de lo 'normal'; cabe mencionar.

En un gesto de conformidad por todo lo que había dicho y también de relajación, se dejó recostar -Todavía más.- en el sillón. Aquellos segundos de tensión que había padecido momentos atrás, aún siendo tan cercanos, le parecían haber ocurrido hacia una eternidad. Porque ya no sentía que estaba frente a una Reina, sino frente a una mujer. - Una vez aclarados los puntos - La miró a los ojos, con un deje de picardía que también podía entreverse en el tono de su voz. - Mi instinto, curiosamente, me pide que le ordene - Pronunció esta palabra con especial énfasis. - quitarse la molesta ropa que le cubre - Paró, curvando sus labios en una sonrisa de medio lado. - Sin embargo, soy yo el que está aquí para acatar ordenes ¿No? - Una pregunta más bien retórica que únicamente pretendía empezar a encender la chispa del momento. Aunque no por ello dejaba de ser cierto todo lo que acababa de decirle. - Así es que... - En un movimiento, tal vez algo violento, alzó las piernas en las que tan cómodamente estaba ella sentada hasta que consiguió apresar el pecho femenino contra el suyo propio. - Ordene, porque yo estoy preparado para disponer. - Cosa a la que debe estar acostumbrada. Pensó y sonrió abiertamente, esta vez no solo para si mismo sino también para su bella acompañante.