Esto, es solo el principio [Temperance] +18

Que ganas tenía de echar un polvo...
Con ese mismo pensamiento llevaba toda la tarde, incluso después de echar lo que se suponía que iba a ser mi increíble polvo durante dos horas. Pero no, ese pensamiento seguía ahí taladrando mi mente de manera continua. ¿Cómo es posible? Me preguntaba una y otra vez; ni siquiera tuve ganas de beber sangre de ella ¡Por favor! ¿Cómo podía una mujer satisfacerme tan poco? Me la había llevado demasiado fácil a la cama, sin ser una prostituta, y después de pensarlo mucho llegué a la conclusión de que ese había sido el fallo. Las últimas veces me había aficionado demasiado a pagar y debo aceptar que pensar en ello avivaba en mi el morbo que había faltado en ese basto encuentro sexual. Mientras observaba a la chica -Más bien dicho mujer, de casi treinta años.- llena de arañazos, herida y sumida en un profundo sueño que comenzó con un desmayo. No el primero de la noche pero sí el último que le había soportado. Me di cuenta de que por mucho que le hiciese no iba a satisfacerme, simplemente lo sentía. Era mi tipo y tenía unas curvas increíbles además de buenos pechos pero algo en mi decía 'no'. Y con esa estúpida negación no me quedó de otra que largarme de allí en busca de algo que dijese 'sí'.

Y sabía perfectamente dónde lo encontraría, por eso me encaminé hacia el burdel que había visitado las últimas semanas, sin ni siquiera ducharme. Dos horas que había pasado allí encerrada en esa cama y ni siquiera me parecía olerme a sexo, teniendo en cuenta mi afinado olfato la sensación de 'nada' llevaba a una frustración que me superaba con creces. Todavía tenía ganas de ese polvo y lo iba a conseguir me costara lo que me costara. Literalmente.

Poner un pie en el burdel fue ligeramente revelador. Familiar, al mismo tiempo. Aunque hacía tiempo que no los frecuentaba si tenía en mis recuerdos los olores que hacían en aquel tipo de lugares. Algunos peores que otros. Por cercanía -Y debo confesar que también ligera desesperación.- acabé en uno de los que quedaban más cerca de mi residencia; más cerca considerando que en un barrio residencial tan respetado como lo era el mío ni se podía soñar con implantar un burdel. Sonaba de lo más divertido, de echo. Imaginar la cara de todas las estiradas madres que tenía por vecinas y que me consideraban una 'muchachita de lo más alegre'. Ana me había enseñado demasiado bien a guardar las apariencias y, tal vez, algún día decidiera dedicarme a la interpretación como profesión ¡Si no fuera tan perezosa! Mis veinticinco años de esclavitud habían bastado como para suplir los más de seiscientos años sin hacer absolutamente nada de provecho. Era increíble lo satisfecha que me sentía de ello, desde luego, resultaba una completa sin vergüenza. No solo podían serlo los del género masculino.

Y hablando del Rey de Roma, un ligero grito fue captado por mis sentidos de la oída más refinados. Un grito inocentemente femenino, de entre todas las mozas experimentadas que se encontraban allí. ¡Imposible pasarlo por alto!. No tardé más de un segundo en encontrar a su dueña y la escena en la que se encontraba me divirtió. Rubia y con una mirada completamente suplicante, me observaba pidiéndome con gritos silenciosos que le quitara al puerco que tenía encima. ¡Qué pecado! Aquel cerdo, tratando esos turgentes pechos como si fueran algo vanal y común. No tenían nada de eso, creedme, yo soy una experta en el tema. Los pechos son una de mis especialidades y puede que por eso me molestara tanto que los tratara de aquella manera. Habría que hacer algo ¿No creéis?. Sonreí, sin apartar la vista, ahora concentrándome en el hombre aunque sin que lo pareciera. Mientras caminaba hacia ellos, mi mente ya se había inmiscuido en el pequeño cacahuete que tenía aquel humano por cerebro. Resultaba tan fácil cortar ese pequeño cable que lo mataría. Sí, sé que pensaréis que con darle un empujón o dejarlo 'k.o' sería suficiente ¡Pero no divertido! Y había ido a buscar diversión, por lo que empezar hurgando con malicia dentro de la mente de alguien como él se presentaba delicioso. No, pasé de alto ese 'cable' y fui directo a la parte que controlaba uno de sus órganos. ¿No os imagináis cual? Los gritos fueron como música para mis oídos. Por supuesto, se apartó de la muchacha en cuanto empezó a sentir orgasmo tras orgasmo incesantemente. Reí con disimulo, observándolo mientras se tendía en el suelo y se revolcaba ¿No había querido pasar una sucia noche? Pues iba a tenerla, aunque posiblemente no como él la esperaba.

- Creo que no se encuentra bien, deberías llamar a un médico - Alcé la voz entre el coro de gente que se había formado a su alrededor, como una vocecilla inocente. Una muchachita alegre, como me habían definido mis tan adoradas vecinas. Y sin prestar más atención a lo que le hicieran al humano, tampoco con intenciones de liberarle de su sufrimiento, caminé hacia dónde se encontraba la rubia. Recordando esa mirada de súplica, me excité. Oh sí, que me suplicaran era una de las cosas que más me gustaba. - En vista de que el caballero no continuará, me gustaría relevarle en su puesto. - Comenté en un susurro, pero asegurándome de que fuese suficiente para que me escuchase. Extendí una mano en su dirección - En algún sitio más privado - Aclaré, mirándola fijamente con un deseo malicioso que posiblemente se vería reflejado en mis ojos. No sabía a quién había mirado. A quién había suplicado. Si creía que aquel proyecto de humano se las había echo pasar mal, era porque todavía le quedaba mucho por vivir. Conmigo.