Elemiah Eyael

Su nombre verdadero se desconoce, sin embargó aunque sus recuerdos en esta hoja estén plasmados aquel ser lleno de tristeza no recuerda absolutamente, ahora es una hoja manchada de tinta negra, donde se cubrieron las líneas que mantenían sus recuerdos… Su memoria es cruel.

El hijo menor de cinco, el tercer varón entre todos. El más pequeño y sagaz, su madre había muerto el día que le hizo ver la oscuridad que aquella tormenta de nieve había traído para esa adinerada familia. Conocido mejor como el silencioso de una familia hecha la locura misma. Su abuela tomo el papel de madre en la vida del recién nacido, era ella quien lo motivo a hablar, desde pequeño jamás quiso pronunciar palabra alguna, había aprendido a caminar, había sido atento con cada una de sus clases, con cada lección, pero jamás abrió los labios hasta que cumplió seis, primer obstáculo en su vida, su abuela había caído en cama, enferma, pendiendo de la vida y la muerte, ella le acariciaba la mejilla y le sonreía, él decía que ella con ese gesto le hablaba y transmitía más que las palabras, entonces se conoció la voz del menor, la dulce voz que poseía al susurrarle un ´Gracias Mamá’; esa noche su padre y hermanos se vieron agradecidos, por fin podían comunicarse con él, o eso creían, pues aquella muerte aparto al menor de todo contacto humano. Su tristeza era profunda, como si se hubiera quedado vacío. Su hermano mayor entre los varones, (…), él siempre velaba por su hermano, había una preocupación inmensa y sus lazos se iban fortaleciendo a base de aquellos sucesos. Encontró apoyo en su hermano, quien a diferencia de él, la seriedad que poseía era apariencia, pues era amable, cálido y cariñoso. El paso de los años hizo de lo suyo, el padre ordeno que (…) se casara con el hijo de un respetable amigo, Eyael sabía que de todas las cosas eso lo sepultaría, que era el único que solo quedaría.

Así fue, su hermano le había prometido cosas, sin embargo él jamás se esperanzo, no creyó ni una sola palabra, vivió con los ojos abiertos ante el mundo, poco a poco se introdujo en aquellas artes oscuras que le fueron consumiendo. Se encerró en cada una de sus tristezas, en cada pequeño paso que daba cuando se trataba de su hermano, de su abuela, de su madre y de la poca atención que recibía de su padre. Alguien del más allá decía dentro de su locura, deseaba poseer su cuerpo y Eyael lo único que podía hacer era protegerse de aquel ser maligno, recitando una y otra vez un hechizo antiguo, cosa que era falso, era humano, no era brujo, tampoco sabía de la magia, su debilidad mental le hizo caer en esos relatos oscuros, se refugiaba en su cuarto, su padre no podía acercarse a él, sabía que ese hijo suyo era solo la obra de un demonio, que lo dejaría varado, lo abandonaría en una mazmorra lejos de aquella mansión, sin embargo no pudo, solo le dejo encerrado en su habitación, viendo el carácter que había tomado, ni siquiera aquel hermano en el que tanto confiaba se apareció, más de una vez el joven pidió por su hermano, quería verlo una vez más, peo fue inútil, meses más tarde, decidió que la soledad pudriera cada sentimiento, o eso imagino pues su alma gritaba por el amor fraternal que una vez tuvo, sus labios quedaron sellados. Cuando no vio respuesta a sus plegarias, decidió quitarse la vida, ahorcándose con las prendas que llevaba puestas.

Algo extraño había sucedido, la casa se volvió oscura, polvorienta y él podía verse, podía ver los atardeceres y anocheceres, no había salido de la habitación, hasta que un día esta se abrió, se levantó y su rostro se ilumino, su hermano, eso se repetía, pero observó una figura distinta, podía traspasar ese cuerpo, estaba muerto, los años habían pasado y se lamentaba en aquellas paredes, sin querer aterraba a los habitantes de dicha casa, hasta que estos decidieron contactarse con un brujo, aquel se llamaba ‘Eyael’… Hablo con el joven de cabellos azabaches, d ojos tristes hasta sacarlo de ahí, lo increíble de aquello fue como si aquel brujo le hubiese manchado los recuerdos hasta cubrirlos permanentemente, se había marchado con él por voluntad propia, quería seguir aprendiendo, ¿Cómo ese humano podía verle?, era extraño, confuso, sin embargo permaneció ahí a su lado, una y otra vez, mientras educaban juntos al hijo/hija del brujo, un joven llamado Nill quien pasaba por un amargo episodio. El amor término con aquel viejo brujo, esa hechicera se había llevado al joven fantasma a conocer de razas, de lugares, de hechizos, la droga lo mato, se consumió en opio y aquel espíritu adopto el nombre de ‘Eyael’ como suyo. Se quedó en deuda con aquel hechicero, juro cuidar a su hijo, ser protector de Nill, sin contar que se enamoraría de ese brujo. A lo largo de su existencia comprendió que sus recuerdos jamás volverían, que mucho menos ese hueco lleno de tristeza, soledad y vacío se llenaría, solo en su consciencia se quedó con esa sensación perdida.