Inadvertido Encuentro [Eliane Mirbeau]

por **Stéphane Moreau** Jue Mayo 17, 2012 6:07 pm

La luna había remontado hacia la cúspide de la negrísima bóveda nocturna, las estrellas se apiñaban en derredor brillando en sus mil facetas como diamantes incrustados en una joya de plata cubierta por un domo de nácar. Las aves apagaron ya su canto, las luces estaban ya encendidas y las calles ya vacías.

El día era casi inexistente para el cortesano, sus sueños oscilaban hasta muy tarde en el vespertino: cuando usualmente el sol ya traspone la ciudad asentándose en el rojo horizonte y tiñendo el crepúsculo de un color bermejo para luego contrastar tornándose de una manera lúgubre dando paso a la noche. Ésta última, la noche, era la cómplice de la clase de vida que llevaba Stéphane, quien escondía con sus sombras la musitada labor del joven. Éste no trabajaba en los burdeles de la ciudad, no, para él aquellos lugares eran repugnantes sitios en dónde los hombres y mujeres no guardaban ni el más mínimo escrúpulo con tal de hacerse con un par de monedas, no, no era el caso de Stéphane. Cuándo se hizo la oscuridad el chico se alejó de su lecho vistiendo de cueros brillantes su humanidad, y se adentró en los tortuosos callejones de la capital.

Era en París, en sus populosas carreteras silencias por la umbría en dónde él se encontraba, buscando tal vez lo que tanto anhelaba encontrar pero ¿Lo encontraría algún día? así fue que lo conoció: en estas mismas callejas, en una noche como ésta. El deseo de Stéphane; hijo de su adolescente juventud era tenaz y nunca cesaría… Ilusamente quizás atesoraba aquel sentimiento en el seno de su corazón, fueron unos momentos de pasión encendidos de excitante ardor ese día, mas efímeros como un relámpago… El cortesano no sabía su nombre ni dónde moraba su enamorado misterioso; el hombre que efectivamente había perforado como un flechazo su pecho.
Allí estaba él vagando en busca de potenciales encuentros: amantes y clientes que le recordaran aquella noche, aquel sonido; la fragante tela de su traje o sus suspiros en su oído, el sudor de su cuello o el soplido de su aliento.

Estuvo así algunas horas andando, las campanas de la ciudad sonaban a lo lejos con un sonido monótono y algunas veces acompañado del rumor del viento que se dilataba por los callejones produciendo un silbido estridente. El ambiente era quieto, un poco inusual podría decirse dada la gran actividad nocturna que cobraba vida en aquella ciudad hedionda y polvorienta generalmente; la culminación del día traía consigo la brecha entre lo moral y lo inmoral, en dónde las personas rompían con las normas para sacar a relucir su más nauseabunda faceta.

Fue entonces luego de una solitaria jornada, algo monótona y aburrida que el cortesano decidió dar fin a su búsqueda. Ciertamente era un muchacho muy joven, con apenas dieciocho años de edad y aún carecía de la destreza que algunos cortesanos más experimentados y populares poseían para atraer a sus clientes, algunos se rodeaban de éstos en los lugares más asistidos de París donde eran convocados por la alta alcurnia en ocasiones para sus festejos privados… Otros eran más prudentes y se limitaban a establecer conversaciones con extraños acompañados de un trago en su mano.

Cuándo dobló por una esquina ya resignado, ya queriendo volver a su ensoñación dónde quizás pudiera ver a su enamorado nuevamente, se topó con una turba de personas que lo sacó de sus ilusiones y detuvo su paso por un momento. Parecían salir por la parte trasera de un establecimiento, un bar quizás, sus risas y parloteos amenazaban con alejar de sus sueños a media vecindad. Los hombres allí presentaban sus pómulos y narices parcialmente hinchadas y enrojecidas, y sus miradas vidriosas y ausentes, algo característico de la propia embriagues; a algunos les flaqueaban sus piernas y eran ayudados por las mujeres que los rodeaban para lograr erguirse débilmente. Estas mujeres llamaron la atención del huérfano cortesano; sus trajes estaban adornados extravagantemente en terciopelo y pedrería, sus figuras eran esbeltas y de armoniosas facciones, sus perfiles estaban pintados sugerentemente y el perfume de sus ropas podía embrujar a metros de distancia con su aroma. Mas fue una, una sola entre ellas que cautivó su mirada: sus cabellos eran dorados como el oro y los rayos del sol que serpean por las nubes en la mañana, y caían rizados sobre sus hombros, sus pupilas eran hipnóticas y su rostro blanco, ovalado y hermosamente delicado… Por un segundo su mirada encontró la del joven y un escalofrío recorrió su espina seguido de palpitaciones violentas y un cálido sentimiento que se extendió por todo su cuerpo ¿Qué es esto que siento? Se dijo a sí mismo el muchacho confundido, pues no experimentaba algo así desde… ¿Desde su encuentro con el misterioso amante? Infirió, no… No era lo mismo, esto era diferente, era otra clase de emoción… Y entonces se hizo notar en su corazón una sensación casi fraternal… ¡Eso! Exclamó Stéphane, aquella mujer de dorada cabellera le hacía recordar a su infancia, cuyo velo pasó por su mente en ese momento…

No podía evitar la situación en la que se encontraban sus entrañas, así que continuó su paso mas esta vez para dirigirse a la mujer… Con la intriga y la ansiedad pintadas en su rostro preguntó sin poder contenerse - Disculpe señora, usted me resulta familiar, ¿Acaso nos conocemos? - Le dijo con intenciones de establecer conversación con aquella dama de angelicales ademanes, irrumpiendo como ignorando al tumulto de personas que se encontraban a su alrededor, casi prisionero por su fosfórica mirada.

por **Eliane Mirbeau** Lun Mayo 21, 2012 3:08 am

La ciudad de Paris, lucia alucinante para sus visitantes, en ella encontraban la calma y la fiesta al mismo tiempo, el regazo de la ciudad se mancillaba con el canto de las aves por las mañanas frías y por las noches se guardaban en la oscuridad y las sombras, el silencio promovía a las parejas reencontrarse en los jardines con morbosidad, muchas de ellas encontraban la paz de sus intranquilas vidas por el día, ya que eran prisioneros de matrimonios ya tratados o noviazgos que no tenían ni siquiera la intensión de prosperar.

Mi vida como cortesana, infería en experiencias tan extrañas como simples, mis clientes variaban en gustos, unas veces extravagantes y otras tantas tan simplonas como las campesinas que ellos dejaban en sus casas. A mi parecer, no sólo buscaban complacer el deseo carnal, llenar sus mentes lujuriosas y a veces hasta incrédulas por el amor, nos parecía a nosotras todo un reto, no éramos más que mujeres buscando el dinero de hombres bien acomodados, tras haber aprendido a esconder tu sonrisa tras la máscara de una hermosa muñeca, no me quedaba más que aprender también a medir mis sentimientos, encontrar a un hombre como él, me parecia casi imposible – por no decir que jamás lo haría – ya que después de haberme abandonado en los rincones oscuros de la metrópolis de la luz, no podía esperar más, que malas intensiones.

Ese día en el bar donde había sido citada previamente por un nuevo cliente, parecía no ser menos aburrido que el burdel, no distaba mucho de Sodoma o Gomorra las ciudades del pecado, aunque si quería lograr mi objetivo final y vengarme de esa familia de la alta sociedad, tendría que sacrificar un poco mi cuerpo y a expensas del placer de otro, sacar el mayor provecho posible, monetariamente hablando.

Era normal ser tan fría en aquella profesión, por mis antecedentes no me costaba olvidar, dejar mi pasado atrás y centrarme en las oportunidades que ahora la vida me presentaba, previamente había arreglado mi cabello de tal forma que mi belleza natural luciera en su máximo esplendor, tenía que cautivar los ojos inciertos de mi aprisionado cliente, un hombre no mayor de los cuarenta años, a simple vista, ordinario o común, ni muy elegante, tampoco muy humilde, pero dentro de todo caballeroso y amable, no podía negarlo, gozaba de buena suerte, un buen ojo para elegir a mis acompañantes.

Sin darme cuenta la noche llegó incierta, ocurrente, con un espectáculo de luces planteadas, completamente naturales a nuestros ojos, entre la algarabía de mis invitados y clientes, algunas mujeres sonrosadas por el clamor de los hombres empezaron a danzar sensuales, invitándoles a admirar sus cuerpos, provocándolos a incurrir en el pecado, en mi caso era todo lo contrario, mi acompañante sólo requería de mi presencia, la escucha que muchos hombres deseaban tener de sus esposas, aspiración que yo le cumplía gustosa, después de todo era mi trabajo.

Tras el intercambio de opiniones él deslizó su mano hasta mi cintura para ordenarme al oído acudir por una bebida más para refrescarnos, a lo cual accedí moviéndome ligeramente entre la muchedumbre con dirección a la barra del bar, cuando por un instante una figura delgada llamó mi atención, lo que me hizo voltear por encima del hombro y cruzar mi mirada con aquel joven que se suspendía de pie admirándome, no podía tener más de veinte años, su voz delgada, poco habitual interrumpió mis pensamientos, algo en él despertaba en mi interior una estima particular, curiosidad, alguna especie de simpatía, era como si lo conociera desde hace años, cosa que me hizo dudar al responder su cuestionamiento – No caballero, si tuviera el placer de conocerlo, creo que no habría olvidado su rostro, aunque me parece muy familiar ¿Es usted de Paris?- tenía que preguntar para calmar mis dudas, si era atrevida quizá recibiría una negativa de su parte y se iría, aunque posiblemente lo detendría con más preguntas para asegurarme.

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