Et les Éclairs

por **Thibaut Beaudelaire** Dom Mayo 27, 2012 11:35 pm

A pesar de todas las cosas que le habían ocurrido últimamente, no tan solo en París, sino que también los Países Bajos y en su propio hogar, aquella visita no había sido olvidada. Ocurría tan solo un poco más tarde de lo que originalmente había planeado. Si antes hubiera dejado pasar a lo máximo un par de días antes de enviarle la misiva a Mirka, ahora había pasado más de una semana y media. Con mucha vergüenza le había pedido al chico de los recados de su morada que llevara la carta hacia el hogar de la mujer y más vergüenza sintió cuando la respuesta no se tardó ni la mitad de lo que se había demorado él en enviar la propia.

Sin embargo, un encuentro como el que había ocurrido hacía dos semanas era casi imposible de borrar de la memoria de un simple mortal. Ni el recuerdo de esos bellos ojos. Y no estaba ni cerca de poder olvidar la invitación que la mujer le había extendido para que tomaran té en su morada. Por eso mismo, con un paraguas en una de sus manos y una pequeña caja de metal bajo el otro brazo, se habría paso entre las calles y callejones de aquel París tan mojado que tenía frente a sus ojos. El camino que llevaba a la casa de Mirka parecía en extremo diferente a como lo recordaba, aunque no sabía si atribuir esto a que de noche todo se ve muy diferente o que casi ni se había fijado por donde sus pies lo llevaban por haber dedicado toda su atención a Mirka. Estaba dispuesto a aceptar estas dos explicaciones como posibles.

Ya casi eran las cinco de la tarde cuando Thibaut reconoció por completo donde se encontraba. La plaza era la misma, y aquella entrada al edificio que la mujer llamaba hogar, aunque diferente a la luz del día, seguía siendo fácil de reconocer. Gruesas gotas golpeaban la tela de su paraguas y mojaban la parte inferior de sus pantalones, mientras el barro se encargaba de manchar sus botas. Llegó hasta los tres escalones que separaban la puerta de entrada de la calzada, tratando de limpiar sus zapatos para no dejar todo hecho un desastre con el barro. Antes de cruzar la puerta, miró hacia la ventana que se encontraba en el último piso del edificio, mientras cerraba su paraguas. No creía ver a nadie, así que se apresuró a entrar. Las escaleras probaron ser un obstáculo mínimo frente a la determinación y buen ánimo del muchacho, y antes de que se diera cuenta, ya estaba tocando la puerta de la casa de Mirka. Tres golpes ligeros y a esperar que le abrieran la puerta, siempre con una sonrisa en el rostro del francés.