Circunstancias predestinadas [Sizma Urme]

El crujir de la leña quemándose, era el sólo sonido que rompía la calma en esa noche de luna creciente. El campamento, que más bien era un conjunto de viejos cobertores tirados al aire libre y alforjas en el suelo, cercanos a la fogata, era la única señal de vida en varios kilómetros a la redonda, poblados de árboles y pastizales que bordeaban el camino que conducía a París. Por supuesto que la estadía allí sería únicamente por esa luna, aún faltaba camino que recorrer, aunque afortunadamente no mucho. A la distancia ya podían verse las luces de las casas a las afueras de la ciudad.

Y desde su lugar, Darek saboreaba los últimos trozos de carne que le restaban, proporcionados en su momento por un animal del bosque, y los mantenía a unos centímetros sobre el fuego. La siguiente mañana partiría sin tardanza, para alcanzar a aquella mujer que venía siguiendo desde hacía un par de días.

Ella era una gitana viajera de quien le habían hablado, jurándole que sus dones adivinatorios eran reales, y tras varios relatos acerca de sus acertadas predicciones, él se había quedado con la inquietud de conocerla y pedirle información respecto a la bestia que se encontraba cazando de momento. De ser un fraude, no perdería más que unas cuantas monedas, pero de ser los relatos verdaderos, la recompensa por ese trabajo sería cuantiosa. Valdría la pena desviarse unos días de camino para encontrar a la gitana.

Pero, para la noche mencionada, el cazador se sentía mucho más confiado, de hecho con la certeza de que podría solicitar la adivinación y muchos más favores, a cambio de nada, sin que una moneda saliera de su bolsillo. Y esa oportunidad se la debía a ella misma, pues el día anterior, cuando estaba por “tocar a la puerta” de la mujer, mejor optó por circundar el área en busca de señales que le indicaran qué tipo de persona era esa adivina, ya que por su naturaleza desconfiada, él no llegaría delante de alguien para hacer negocios sin antes estudiar su perfil.

En ese momento fue cuando la fortuna comenzó a presentarse, ya que al rodear la carreta de la viajera, pudo ver por un hueco de la madera que en el interior se encontraba, en efecto, una mujer con ropas características de su cultura, y a los pies de ésta, el cuerpo de un hombre sin vida.

El germano retrocedió al notar que la mujer se movía y se escondió en el follaje cercano, viendo desde lo oculto cuando ella abandonaba al cadáver antes de reanudar la marcha de sus caballos. Salió una vez que vio el carro lejano e inspeccionó el cuerpo, que por el costoso traje que vestía y su impecable aspecto, delataba que se trataba de un sujeto de buena posición, ¿aún cargaría la cartera consigo? El cazador lo dudaba, pero aún así lo intentó y buscó en sus bolsillos, sin tener suerte.

—Bribona —masculló junto con una baja risa gutural, habiéndose hecho ya el perfil que buscaba.

Aún así siguió hurgando y, tal vez por descuido de alguien, o suerte, encontró una delgada cadena de oro detrás de su chaleco, en cuyo extremo se encontraba un guardapelo con reloj, muy pequeño, y se hizo con él mientras una sonrisa se le formaba al mismo tiempo que una idea, con la cual podría “convencerla” de comportarse complaciente con él, si es que no quería que la policía supiera que también era asesina; y era sabido por muchos que más valía no tener problemas con la ley, sobre todo si pertenecías a un grupo tan difamado, como lo era el de los gitanos.

Guiaba su carreta a un ritmo apacible, dando de vez en cuando una indicación a sus compañeros equinos, con las riendas, para que continuaran la marcha por aquel estrecho camino que llevaba por fin, al interior de la ciudad. La tarde estaba agradable y una suave brisa golpeaba su rostro mientras se perdía en sus pensamientos; que difícil de limpiar, había sido esa mancha de sangre. Aun se encontraba algo irritada por el tema. Detestaba cuando las cosas se complicaban, pero con la experiencia había aprendido a tomarlo con cierta filosofía, y a enfocarse en lo que viniera sin lamentar nada.

El sonido de los cascos era su única compañía al internarse por las callejuelas de París. Hacía bastante tiempo que no pisaba esas tierras, pero por lo que recordaba, hacer negocios con los locales era muy redituable. Por ahora solo le restaba buscar un buen lugar para estacionar su carreta y empezar la búsqueda de clientes, con el ferviente deseo de encontrar pronto un buen negocio, o a alguien muy necesitado de alguno de sus remedios naturales, para que pudiera venderlo a un precio elevado.

No pasó mucho tiempo para que la fortuna de la morena, tras andar por los callejones más propicios para ofrecer su tipo de servicios, la llevara al lugar que consideró absolutamente idóneo para dar el aire de misterio con que buscaba cubrirse; la carreta quedó medio oculta entre las sombras que ya empezaban a apoderarse de la ciudad. Entonces, la gitana dispuso su negocio ambulante, como siempre. Abrió de par en par las puertas traseras del vehículo y colgó un pequeño letrero del lado izquierdo de éste, con símbolos arcanos que indicaba las dotes de adivinación que podrían solicitarle. Y finalmente acomodó la pequeña escalera que llevaba cómodamente al interior, aunque éste se encontraba cubierto de la vista por una cortinilla obscura que daba algo de privacidad a sus clientes.

-Perfecto- Canturreó para sí y se dispuso a aguardar.



No sabía la hora con exactitud, pero la disminución de transeúntes y la neblina fría que ahora le helaba los huesos, empezaba a pedirle que “cerrara” y se guareciera para dormir un poco.

Tras despedir a su única clienta del día, Sizma esperaba sentada en la escalerilla, recargando su barbilla en el dorso de la mano derecha, cuyo codo reposaba sobre la rodilla; se veía bastante aburrida e incómoda, a juzgar por cómo encogía los hombros a causa de la temperatura. Su mirada reposaba perdida en un punto del pavimento, como si nada de lo que estaba a su alrededor importara más que sus cavilaciones, y de pronto, sin más se levantó para entrar en la carreta.

El interior estaba perfectamente acomodado, había tres baúles de aspecto antiguo, un mueble aparentemente empotrado, una especie de asiento alargado que era la cama de la gitana, aunque esto no se adivinaría por su disposición, y una pequeña mesa con dos sillas, en la parte más accesible del lugar. Todo iluminado con algunas velas.

La mujer tomó una prenda que reposaba sobre uno de los cofres, y se cubrió con ella los hombros. Pensaba que tras tomar su abrigo, podría regresar a quitar el letrero y la escalerilla con más calma, sintiendo que la pesadez en el cuerpo ya le reclamaba por descanso. Pero antes de darse el valor necesario para volver a la fría intemperie, un sonido en el acceso a su “hogar” la hizo voltear rápidamente, dando un pequeño salto. ¿Quién entraría así nada más, en un recinto de gitanos?

-¿Deseas saber tu fortuna?- Sonó firme y casi desafiante.

Entró a la ciudad, o mejor dicho, a las aledañas calles que no mostraban aún el lujo de París, probablemente por estar orientadas hacia un camino poco comercial, y fue perfecto para que alguien de su escueto atuendo y aspecto rudo no fuera tomado en cuenta por los habitantes, ya que por la profesión, nunca era conveniente ser identificado.

Pasó por el bullicio de un mercadillo, mezclándose entre la gente con la intención de escuchar todo rumor que hubiera por la zona, desde chismes de adinerados conocidos, hasta saber sobre nuevas mercancías o los negocios ilegales que se estaban dando. Escuchó de todo, memorizando la información para posibles usos, y claro, averiguó en qué parte del lugar había arribado la carreta de aquella mujer. Se dirigió a la calle en cuestión, pero se mantuvo a la distancia durante horas, sólo observando qué tipo de clientes o cuántos de ellos acudían a consultarla. Pero, por el tipo de lugar, no esperaba que fuera a haber buenos negocios; bueno, tal vez ella también quería pasar poco advertida, luego de lo que dejó tirado por el camino.

Fue una espera aburrida, mas registró visualmente a quién había sido su única visita y sacó rápidas conclusiones sobre lo que podría hacer más adelante y respecto a lo que tenía que proponerle a la adivina.

En su debido momento, luego de estirarse para relajar los músculos entumidos y verse casual, comenzó a caminar directo a la carreta justo cuanto la gitana entró en ésta. Su paso fue lento, pero avanzó gran distancia en cada zancada, sonando con la fuerza de todo su peso cada vez que la bota tocaba el suelo, y sobre todo cuando subió los escaloncillos de madera hacia la sencilla sala de adivinación. Echó un rápido vistazo alrededor y siguió de frente, hizo a un lado la cortina que dividía los pequeños espacios y casi de inmediato fue recibido por la retadora voz de la dama, quien le preguntó lo más obvio de la situación.

Darek no respondió de inmediato, observó el interior y los pocos muebles que ahí había, fijando al final la mirada sobre la gitana. Como mucha de las “hembras de su pueblo”, ella poseía una tersa piel broceada y voluptuosas formas, mas los finos rasgos le hicieron concluir que debía provenir del sur, Italia; y si viajaba sola, seguramente era porque había desertado o la habían excluido de su grupo. Tanto mejor.

Buscó la silla más cercana y la jaló para sentarse en ésta, al mismo tiempo que rompía el silencio.

―¿Qué otra cosa podría querer? ―la voz se escuchó seria, pero, de algún modo muy sutil, delataba la doble intención. Se acomodó de frente a la mesa y colocó el antebrazo sobre el mantel, apuntando la palma hacia arriba―. Léeme la mano ―no era una petición. Buscó la mirada de ella y entonces los músculos de su rostro se arrugaron ligeramente, dibujando algo parecido a una sonrisa, para luego darle al tono de su voz un tinte más “educado”, aunque poco creíble― ¿Aún hay tiempo?

Sizma no estaba acostumbrada a que la gente se viera tan confiada al consultarla. Generalmente por el hecho de la fama de hechiceros, reinante entre los de su pueblo, que hacía que sus clientes tuvieran cierto recelo y trataran por todos los medios de intentar congraciarse; al menos la mayoría de ellos. Miró al intruso con atención, sintiendo cierta desconfianza por su apariencia; se notaba que era muy fuerte y algo osco, podría ser un ladrón.

Lo observó fijamente mientras examinaba el lugar, y cuando encontró su mirada la sostuvo con aquel aire altivo que jamás la abandonada y que de cierta forma era parte de su “disfraz de maga”.

Frunció ligeramente el ceño al escuchar la respuesta y no habló de inmediato, por algún motivo su tono le pareció sospechoso, no lo suficiente como para correr hacia la daga que tenia escondida, pero a la mano, en el mueble empotrado. Pero si lo suficiente como para vigilarlo.

Caminó con aplomo hasta la mesita y esperó un momento de pie ahí, frente a él, mirándolo. Y hasta entonces sonrió ligeramente con un aire de picardía extraña, sin perder detalle de la profundidad en los ojos oscuros del visitante. -Nada, por supuesto.- Usó el mismo tono ambiguo para responderle y se sentó frente a él. Bajó la mirada hacia la mano sin mover el rostro, y rápidamente la devolvió a sus ojos cuando escuchó la supuesta frase de cortesía. -Yo te diré si tienes tiempo.- Afirmó con seguridad enigmática, refiriéndose a sus dones adivinatorios.

Con delicadeza tomó la mano ofrecida entre las suyas, que se veían delgadas y pequeñas junto a la de él, haciendo la indicación de que la extendiera más hacia ella para que pudiera verla; notó que se sentía algo áspera, su contacto era muy firme y varonil. Sin decir palabra examinó las líneas de la palma pasando ocasionalmente la punta de su dedo índice por ellas, con tal sutileza que parecía una caricia, pero no era así, solo se trataba de su tipo de ademán. Sizma si examinaba la mano, porque conocía bien los secretos de la quiromancia, pero además de eso se guiaba principalmente por lo que ella sentía respecto a los asuntos que iba encontrando ahí; ese era su secreto para ser tan buena.

-Entiendo ahora el porqué de las manos fuertes.- Fue lo primero que dijo. Hizo una pausa y lo soltó para recargar cómodamente la espalda en el respaldo de la silla, dejando sus manos entrelazadas sobre la mesa. -Veo que has tenido necesidad de valerte por ti mismo, y también veo que has aprendido bien. Al menos eso parece.- Le sonrió un poco más con intención irritante. -Pero supongo que quieres saber del futuro… Tal vez acerca de… ¿Ese a quien persigues?- Esa pausa fue definitivamente más larga, pero lo más notorio fue el tipo de mirada chispeante que le dirigió. Se notaba que esperaba con ansías la reacción de aquel hombre, cualquier cosa, un gesto, una duda… Le gustaba disfrutar de ese momento de victoria con sus clientes, cuando les decía algo relevante, y que era el instante en el que por lo general le empezaban a creer ciegamente.

-Pero si es así… Serán doscientos francos, por charlar al respecto.- Definitivamente no trabajaría por adelantado. Era un poco más caro de lo que solía cobrar, pero por lo que “vió” estaba segura de que él realmente deseaba la información, y eso suele dar propensión a pagar.

No cambió su expresión, calmada y segura al esperar la respuesta, que esperaba, fuera el dinero.

Extendió el brazo un poco más hacia el frente con la indicación de la gitana, interesado por lo que pudiera leer en su mano, y de ese modo, mientras ella parecía dar a sus yemas de los dedos un pequeño paseo sobre la palma de él, descifrando el entramado de las líneas, Darek se limitó a mirar con escrutinio los gestos o emociones que la mujer pudiera mostrar en ese momento de concentración.

Luego de un instante reparó en la voz de la quiromante y replegó la extremidad, dejando el antebrazo recargado sobre la mesa. No le sorprendió, ni se inmutó ante la breve descripción de su pasado, podría ser la vida de muchos otros, mas la última aseveración consiguió que su cejo se curvara hacia arriba con cierta sorpresa y levantó el mentón. Ahora el cazador veía que la mujer sí parecía tener dones, ¿pero qué tan útiles y qué tan valiosos? Ella les puso un precio en monedas.

Darek esbozó una tenue sonrisa socarrona sin desearlo, pues aunque la recompensa sería sustanciosa de hallar a su presa, en ese momento no tenía ni 10 francos para solventar el resto de su viaje.

Se acomodó en el asiento, recargándose hacia atrás y vio a la adivina, dejando notar que un pensamiento se formaba en él. Entonces miró hacia un punto en el suelo sin querer disimularlo, ese era el lugar donde aquel infortunado muerto del día anterior había caído, y en el sitio a penas se podía ver una tenue mancha más obscura, similar a la que deja el agua.

―La sangre siempre es difícil de limpiar ―señaló con un movimiento de cabeza hacia la madera ensombrecía―, yo lo entiendo ―inclinó el cuerpo hacia el frente―. Pero no creo que las autoridades de París lo hagan. Ahora mismo deben estar preocupados de que el señor Leblanc no haya regresado a casa, luego de su encuentro con ―la miró fijamente a los ojos con una seriedad engañosa―. ¿Cómo te llamas, mujer?

Esperó la respuesta y cualquier otro gesto que le hablará más de ella, aún si no hablara. Se puso en pie y con naturalidad se posó entre ella y la cortina que cubría la salida.

―Supongo que adivinarás mi nombre ―pausó―… Darek. Estaré por aquí por un tiempo ―se acercó a una humilde cómoda pegada a la pared más cercana, y como si lo que había allí fuera suyo, levantó la pequeña figura de un animal tallado en madera y lo observó con curiosidad, sin por eso dejar de estar alerta a Sizma, a quien en ese momento le dejó la tarea de descifrar a qué se había referido con lo de “estar por ahí un tiempo”―. No tengo el dinero que pides, pero guíame hasta el sujeto que estoy buscando ―su voz sonó profunda y, bajando el adorno, se acercó a ella con pasos lentos―; y nadie tendrá que enterarse de lo que pasó ayer ―luego un tinte sarcástico cerró la “propuesta”―. Te convendrá… a menos que tus poderes no sean tan buenos.

Sizma no solía mencionar mucho de las trivialidades que veía en sus adivinaciones, porque por experiencia sabía que los mejores negocios se daban al encontrar el asunto que ocupaba principalmente la mente de sus clientes, en el cual se centraría. En este caso, no sabía muchos detalles porque no se había esmerado; tal vez de alguna forma intuyó, que él no tendría mucho para pagarle, así que no estaba muy entusiasmada.

La gitana esperaba la respuesta con actitud confiada y expresión medio sonriente, hasta que su mirada, sin saber exactamente qué es lo que buscaba, le dio mala espina desde el primer instante; algo estaba mal… Y entonces, lo escuchó… Los ojos de la morena se abrieron más de lo usual, al tiempo que su sonrisa se borraba por completo. Volteó alarmada a ver la mancha de agua, y pronto regresó la vista hacia él para terminar de oírlo. Estaba absolutamente sorprendida ¿cómo sabía eso?

Se levantó abruptamente denotando su carácter fuerte en cada ademán. -¿Cómo te atreves?...- No levantó mucho la voz, pero su tono era firme. -Evidentemente, mi nombre, seguirá siendo un misterio para ti.- Dio un pequeño paso hacia la salida, sabiendo por instinto que “quedarse atrapada” con él, no era buena idea. Pero se detuvo en seco cuando él se levantó, aumentando su actitud molesta y sin perder de vista sus ojos. Se quedó quieta... Cientos de ideas cruzaban por su mente, era evidente que la estaba chantajeando y dadas sus circunstancias en verdad se sintió preocupada… Parecía meditar su oferta mientras él examinaba la figura con forma de lobo.

La gitana siempre trataba de conservar la compostura y ese momento no era la excepción, pero cuando él dio el primer paso hacia ella, tuvo el impulso de retroceder, y debió reprimirlo con un gran esfuerzo para conservar el aplomo, aunque tal vez él lo habría notado. Frunció el ceño y bajó levemente el rostro para acentuar su molestia por la cercanía; aunque no porque él le pareciera desagradable, sino porque su proceder era indignante. -¿Cómo que quedarte por aquí?... ¡No!- Fue lo que respondió, enfadada. -Independientemente de que mis poderes son fantásticos, no me voy a dejar chantajear por un oportunista como tú.- En realidad dudaba que su momento de valentía funcionara, pero tenía que hacerlo.

-¿Y porque me convendría?... Yo no veo que esa persona esté cerca de aquí… ¿No esperarás que te lleve hasta allá?- Reveló, claramente incrédula. -¡Sal de aquí!- Y ahora sí, dio un paso hacia atrás con actitud nerviosa, mientras pensaba que debía abandonar París a toda prisa.

Él se movió con la misma rapidez que la mujer usó para irse y la sujetó firmemente por el brazo, arriba de la altura del codo, de modo que el tirón debió sentirlo con cierta fuerza en el hombro también.

—No te vine siguiendo desde hace tres días para irme en este momento —tiró de ella y la obligó a girarse de frente a él, colocando entonces la otra mano sobre el otro hombro de la gitana, haciendo su agarre más firme de ese modo. Sonrió sarcásticamente, pero leve, y acercó un poco el rostro para mirarla directamente a los ojos. Guardó silencio por un segundo al percibir en ellos una fuerza poco usual para una mujer, enigma; y aún así, no perdía el “hechizo” que denotaba la belleza de una dama exótica. Pero no se detuvo a contemplar, estaba marcando las bases de un “acuerdo” y debía dejarlo claro lo más rápido posible—. Sí. Vi todo lo que pasó entre aquel hombre y tú, cuando no quisiste ceder a su petición —hablaba sin saber realmente, pero esperaba adivinar correctamente para comprometerla aún más—. Así que luego de que lo dejaste en el camino, me tomé la libertad de averiguar quién era aquel, antes de venir a verte...

La soltó y se hizo un paso atrás, porque realmente no pensaba intimidarle por la fuerza, sino que quería atraparla de otros modos más difíciles de sortear. Llevó los dedos al interior de la tela que rodeaba la parte media de su cuerpo a modo de cinturón, y halló un artículo ovalado y brillante, que extrajo dejando que la cadena de oro saliera poco a poco al ser tirada. Se trataba del guardapelo que había encontrado en el cadáver y se lo mostró mientras lo sujetaba con dos dedos, y los pequeños eslabones bamboleaban como el péndulo de un reloj.

—El señor Leblanc, Artur Leblanc para ser preciso, traía esto consigo el día que lo asesinaste, mujer... debiste ser más cautelosa con no dejar pruebas —el tono era condescendiente y molesto a propósito—... porque no creo que una gitana tenga pudor para hurgar entre las ropas de un hombre —dio un pequeño salto a la mano e inmediatamente tomó la cadena en su puño, guardando el objeto de nuevo bajo el cinto. Luego levantó las manos en señal de una aparente tregua, pero también era la posición precisa que requeriría en caso de tener que repeler alguna reacción hostil de la adivina—. Este es el trato. Tú te portas amable y me llevas hasta donde se encuentra el monstruo que persigo, o en este preciso instante haré que te arresten. Y entregaré esta prenda como evidencia —caminó dos pasos a un lado y se dejó caer en la silla que había ocupado antes. Su tenue sonrisa era casi de triunfo—. Admite que es mucho más fácil que me crean a mí... además de que no estaré mintiendo —estiró ambas piernas, haciendo sonar el tacón de cada bota, y se ladeó un poco al tiempo que colocaba la palma sobre la funda de la gran daga dentada que estaba fija en su muslo derecho—. Permaneceré contigo aquí, en lo que debe ser tu... “hogar” —dijo esa palabra con sátira, haciendo el ademán de echar un vistazo rápido a los lados—, hasta que encontremos a Ferguson Jackes. Entonces dejaré que sigas tu camino —hizo una pausa—. Si te apegas a eso, estarás a salvo.

No explicó esa última frase, dejó que ella interpretara qué tipo de peligro, o peligros, serían de los que estaría resguardada. Ni explicó qué tendría que ver él al respecto.

Dirigió la mirada hacia el punto en donde la había tomado de brazo, mostrando gran indignación ante el atrevimiento. De inmediato dio un fuerte jalón a su extremidad para liberarse llevando su otra mano al frente con bastante fuerza, buscando empujarlo a la altura del pecho antes de que pudiera asirla con la otra mano. Aunque siendo mucho más fuerte, terminó jalándola un poco y haciendo que quedarán más cerca de lo adecuado; eso era más molesto por el contexto y la demostración de fuerza, que por la violencia en sí.

Con su movimiento logró liberarse del agarre, pero no se apartó mucho, por el contrario se quedó ahí mismo mirándolo directamente a los ojos, ahora con una expresión amenazadora. –Vuelve a hacer eso y te corto la garganta- No había ninguna duda en su voz, se notaba que no estaba ni mínimamente intimidada, al contrario, que él la hubiera agredido, la enardecía de tal forma que era seguro que no daría ni un paso atrás. Y cuando una mujer como ella prometía algo como eso, en verdad había que tomárselo muy en serio.

Escuchó lo que él tenía que decir sin inmutarse. De cierta forma que la hubiera enfadado era algo bueno, porque olvidaría por completo la preocupación. Miró el guardapelo por un segundo y luego le devolvió la mirada, sin cambiar la expresión seca aun cuando él le enseñó las palmas para mostrarse más pacífico; no la iba a "encontentar" tan fácil. Aguardó hasta que volviera a sentarse sin quitarle la mirada de encima y entonces respondió con un ánimo que seguramente sería bastante inesperado. Sonaba sumamente tranquila, hasta de buen humor. -De ninguna manera- Giró despreocupadamente para dirigirse a su mueble a tomar una garrafa recubierta de mimbre que contenía vino, y se sirvió en un vaso. Se giró hacia él y tras dar un pequeño trago, retomó la palabra. -Antes de que llegues con la policía, me habré ido de aquí- En realidad no podía asegurar eso, pero si tenía una oportunidad no se iba a amedrentar, sin contar con que tal argumento le servía para continuar con el resto de su discurso. -Mejora el trato- Sonrió ligeramente en actitud sarcástica. Sizma sabía que había un riesgo muy grande si él la delataba, por eso había juzgado que su mejor opción era ceder, por ahora… Pero ¿cuánto tiempo duraría su cooperación? Esa era la parte incierta.

-¿Qué te parece esto? Tal vez te ayude, en… cierta medida- Parecía meditar la cantidad solo para sonar más irritante. -Sí y sólo sí, cuando encuentres a la rata que buscas, me pagas una suma interesante- No parecía que ella estuviera negociando. -Tal vez haya alguna recompensa por su cabeza o tenga bienes… yo que sé. De lo que ganes, la mitad es mía.

Faltaba ver qué opinaba él de eso. Pero más allá de esa nimiedad, se encontraba el hecho de que él no tendría una segunda oportunidad para mejorar su actitud, tal vez lo embaucara para abandonarlo en el camino en dos días, según su plan. Pero si volvía a agredirla así, lo mataría en uno.

-¡Ah! Y otra cosa… Te aclaro que “una gitana como yo” no tiene ningún pudor para hurgar entre las ropas de un muerto- Le aclaró sin más, corrigiendo la parte de “un hombre”, solo para que supiera que tampoco toleraría insultos de ese tipo. Ya bastante se decía de su pueblo, como para permitir prejuicios en su propia carreta. De hecho Sizma era bastante decente, al menos… en ese aspecto. Y después de mencionar su punto, se relajó. Era curioso cómo podía cambiar de humor tan rápido, al menos aparentemente.

Y tras beber otro sorbo de vino, una risa escapó de sus labios al tiempo que su lenguaje corporal expresaba que estaba divertida por más de un pensamiento que no le iba a contar. -¿Cómo no vi ese guardapelo? Debe valer algo.

La mitad era demasiado dinero como para cederlo, pero en vez de negarse de inmediato, pareció quedarse meditando mientras mantenía la mirada atenta en los labios femeninos, en su contacto con el vino. Incluso, inconscientemente se lamió los propios, cuando su cuerpo recordó lo sediento que estaba.

Esa mujer no se había intimidado con su trato y era señal de que debía estar, cuando menos, alerta a lo que ella pudiera hacer. Él era un asesino de carrera, y precisamente por lo mismo, sabía que no había rival del que fiarse.

Rió muy bajo, gutural a penas, cuando la dama lo corrigió respecto a hurgar en un muerto. Un acto de rapiña que él practicaba también. Esa forma de ver las cosas, cambió algo; probablemente la mujer sería de mucha mayor utilidad de la que imaginó en un principio, pero igual no le daría la espalda.

Se pasó la mano por la cabeza que tenía casi a rape, sobándose la nuca por un momento, y notó sin querer la tensión que ahí se acumulaba. Miró de nuevo a la gitana y se puso de pie, caminó despacio, cauteloso, hacia ella, y se detuvo a prudente distancia.

―Es una comisión muy alta ―lo era, pero también sabía que su presa había conseguido burlarlo por mucho tiempo. ¿Lo valía?... ¿valdría obtener sólo una parte? Probablemente, pero el porcentaje de cincuenta y cincuenta significaría una equidad que por ahora no consideraba―. ¿En verdad podrás encontrarlo? ―bajó ligeramente el rostro, de modo que sus ojos quedaron viéndola oblicuamente, en un gesto de desesperado interés por una respuesta honesta.

Se volvió a erguir, pensando, dio un paso atrás y extrajo de nueva cuenta el guardapelo de oro.

―Cuarenta ―estiró el brazo, sujetando un extremo de la cadena entre los dedos, y dejando pender el reloj―. Y esto ―dejó caer ligeramente los párpados y esperó la respuesta.

Pero en ese instante, sin tiempo de entender la reacción que pudo tener la mujer, una escandalosa voz masculina y desvariante, se filtró desde la callejuela.

―¡Oye… tú, Bruja! ―un hipo y una pausa interrumpieron, pero no lo detuvieron―… ¡Dime mi fortuna!... ¡Oye, sal de ahí mujer! ¡¿Es cierto que eres tan bella?! ―luego gritó dos notas más fuerte―. ¡Que salgas! ―y bajó al tono anterior―… si eres tan bonita yo cambio tu vida, y te hago mi esposa ―entonces comenzó a reír, divirtiéndose solo. No era más que un borracho que no había encontrado otra cosa que hacer, más que su rutina de infame patán.