Galatea Mozambique [Ficha]

Historia :
Todo comenzó en la provincia de Connaught, de Irlanda. Una humilde familia que se mantenía gracias a la hechicería clandestina de la abuela que realizaba pociones de amor y salud para aquellos que le creían una curandera más; así como de la venta de leche de cabra criada por el abuelo. Ambos habían tenido una descendencia muy pobre, de una sola hija rubia y enormes ojos verdes que dejaban traslucir la vitalidad en ella. Tres años después de que se desposara con un encantador joven, murieron; dejando a su pequeña niña de menos de seis meses a cargo de los abuelos.

Junto a sus abuelos aprendió el oficio de ambos. Por las mañanas salía a primera hora a recolectar flores silvestres, frutos y tierra, después, al regresar a casa ordeñaba a las cabras y salía a repartir la leche a las cabañas y hogares que eran clientes frecuentes del abuelo, acto seguido continuaba su camino hasta el mercadillo del poblado con un puñado de remedios caseros preparados por su abuela y la leche. Hasta el mediodía se quedaba conversando con los pobladores mientras hacían un trueque de cada mañana. Amaba estar allí, amaba esa idea de estar junto a personas que conocía de toda la vida, mientras conversaba, reía y cantaba. Un día un viajero llegó. Apenas contaba con 13 años de edad. El hombre pasaba los 22 pero era todo un encanto a los ojos de la joven pelirroja.

Él compró un poco de leche y un brebaje para el cansancio en que se veía sumido durante el viaje. Agradeció en un idioma que ella poco conocía. Ese día, corrió a casa a contarle a la abuela, desde allí no había día que no fuese al mercado, esperando volver a verlo. Un largo mes transcurrió y él volvió, le dedicó una sonrisa que cautivó el corazón de la dama. Ella a su vez le sonrió con timidez. Él regresó cada mes desde entonces durante dos años. Siempre se veían en el mercado, platicaban un par de horas y con eso bastaba para que ella fuera feliz durante todo el mes hasta su siguiente visita.

Al cumplir los quince, él le regaló una piedra preciosa, era una esmeralda que volvía su mirada aún más verde. Ella extasiada contó a su abuela y ésta le dio un precioso collar de plata donde colgó la esmeralda para traerla pendida de su cuello, nunca se la volvió a quitar. Estaba realmente enamorada de aquel joven que cautivaba su alma con cada palabra que ahora ella comprendía a la perfección. Pensó certeramente que algún día estarían juntos, una vida a su lado era lo mejor para la pequeña pelirroja. Y así, al siguiente mes, el caballero en su visita de rutina, llevó consigo un anillo de elaborados hilos de oro, en el centro no había un diamante ni otra piedra que simbolizara ese amor acostumbrado, sino una esmeralda en forma de estrella. Encantada, Galatea dejó que pusiera ese emblema de amor en su dedo corazón como la unión que sería eterna. Después la petición frente a sus abuelos. Ellos igual de encantados por aquel joven dieron la mano de su amada nieta.

Una boda sencilla para un mes venidero y ella viajó junto a su esposo a París. Él había contado tantas maravillas de aquella hermosa ciudad que Galatea no aguantaba la emoción en su pequeño cuerpo, solo se abrazaba a su esposo mientras cabalgaban. Su primera impresión fue las lamparillas de la entrada a la ciudad. Algo muy diferente a lo acostumbrado. Las ciudades estaban tapizadas de piedra que emitía un chasquido cuando el caballo trotaba en el. Las casas eran enormes residencias y otras más modestas pero que eran unas tantas veces más grandes que las de su poblado. Todo iluminado. Era mágico. Lo fue hasta que vio al típico hombre caminando sin equilibrio, vomitando en plena calle. Unas mujeres reían a carcajadas con unos vestidos impropios a sus ojos. Pero, nada importaba pues estaba con Zachary, él volvía todo mágico.

—Aquí es amor mío— anunció el joven con una sonrisa ladeada. Se deslizó fuera del corcel y tendió la mano a su esposa. La pelirroja sonrió cogiendo su mano, él le dio un apretón y la jaló hacia sí ocasionando que Galatea soltara un gritito de sorpresa y luego rió por su reacción ya en brazos de Zach.

El sujeto la besó con dulzura y sin soltarle del brazo la introdujo dentro de una pequeña morada. Era modesta pero perfecta para ambos. Una pequeña salita de finos gustos con ese color que tanto le gustaba a la joven y una lámpara que daba misticismo al lugar. Lo amó.

—¡Es hermosa!— exclamó.

Él besó su mano.

—Espera aquí, tengo una sorpresa— sonrió con complicidad —espera un poco—ella se giró hacia él quien ya pisaba el umbral de la puerta.

—No— gritó. Zach sonrió.

—Solo será un momento amor mío— una sonrisa más y salió cerrando la puerta tras de él. Ella observó la puerta un largo tiempo.

Zach nunca regresó. Ella sin en cambio le esperó y esperó y esperó hasta que comprendió que nunca volvería. Entonces se permitió llorar, llorar por haber creído, por sentirse sola y lejos. Lloró por el simple hecho de llorar. Dos días lloró en la soledad y oscuridad de su pequeña morada. Dos días y se dijo no más. Quiso regresar donde sus abuelos pero quería hacer algo con su repentina libertad.

Buscó un empleo. No lo obtuvo al ser extranjera, mujer y siendo una adolescente. Después clandestinamente comenzó en una modesta granja y luego junto a una hechicera volvió a su entrenamiento. Diez años han pasado desde ese acontecimiento, regresó de visita con sus abuelos, mintiendo sobre su maravilloso esposo, años más tarde ellos murieron y ella sola otra vez permaneció en París convirtiéndolo en su hogar.

Ahora sumida en esa melancolía de no ser amada, solo ha tenido uno que otro encuentro que más que amoroso es pasional. Se ha llegado a aburrir de su existencia y de todo cuanto le rodea. Solo le queda el hecho de vivir sin hacer nada para nadie salvo ella, creyendo que su vida es una más del sinfín de vidas que hay en una ciudad corrompida por la adversidad del momento. Sin embargo, ha encontrado algunas motivaciones, criaturas fantásticas de las que no tenía un amplio conocimiento pues su abuela apenas y había mencionado a los seres de la noche. Eso atraía a Galatea, quería indagar presa de la curiosidad pero en ocasiones eso era simple ilusión…, incluso cree que el hombre con quien se casó solo fue producto de su mente y su poder de ilusión que hasta sus abuelos creyeron… quizá un día encuentre eso que le cause tal curiosidad y encanto que le ayude a salir de las penumbras de una existencia donde solo Galatea Mozambique vive.