Dureri ale sufletului

Los tiempos de antaño no solían ser para nada añorados por la bella rubia. En su corta vida solo había encontrado a su alrededor: dolores, maltratos, golpes, aberraciones, que dejaron huellas imborrables que a pulso firme y a cincel bosquejaron marcas imborrables en su vida. Ella, aquella mujer, de mirada dulce y angelical en algunas muy remotas ocasiones, había vivido más de lo que muchos de los ancianos podrían haberlo hecho en aquel trecho de su recorrido por este insensato mundo… sus experiencias se conjugaban en el olvido y el destierro de su existencia de aquellos sentimientos de paz y sosiego que podían quizás propiciar aquella chispa que encienda la llamarada de su vida. ¿Cuánto tiempo habría de seuguir así?, ¿cuán más pretendería huír de sus pasado?... hasta el momento un par de otoños eran los más directos y profesos testigos de como aquella llama que le hacía sentir tan ella, tan viva, tan mujer se había ido extinguiendo... aunque de repente, se le antojará desear y pensar en lo contrario....

Sonríe y le da una calada al largo pitillo que tiene entre sus finos dedos, siente la nicotina entrar por su tráquea y luego regresar de sus pulmones, mientras el humo salía por entre sus labios. Cerró los ojos y sintió ligeramente, el deseo de dejarlos así, cerrados, sólo por un momento, pero se sentía extrañamente vulnerable, la vida que había tenido le había enseñado a nunca bajar la guardia, ni siquiera en un misero bar. Su desconfianza por el mundo rebasaba los límites.

El sonido de la puerta y el aire que alborotó sus cabellos hizo que los azules ojos de Ylenia se abrieran de par en par. Observó con gran curiosidad al joven que ponía ambos pies dentro del bar, se veía fuera de lugar, no pertenecía a los ciudadanos de la ciudad parisina, o al menos...no sentía que este formara parte del prototipo de gente que acudiera a ese bar. Es más, la misma Ileana al comienzo, hace unos tantos minutos atrás se sentía abrumada por los humores, e incluso por el calor asfixiante...pero con el lento transcurrir del tiempo, la joven había logrado camuflarse con eficacia por entre las telas del bar, ya ahora pasaba desapercibida, al menos en ese lugar, ya que no se podía decir lo mismo de las noches oscuras de París, obviamente.

Se mordió el labio y acarició con el dedo índice el borde de la copa de su trago barato que tenía entre sus manos y siguió con la mirada al extraño. ¿Por qué le miraba tanto? No era normal en ella. Y mucho menos le parecía adecuado hacerlo. Pero, lamentablemente, su curiosidad era grande y su pena por el contrario, muy pequeña.

Sus ojos pasearon de arriba a abajo, mientras se grababa cada rasgo y cada movimiento del joven, sus ojos volaban por la estancia, al igual que ella, por lo que simplemente esperó a que sus ojos terminaran clavándose en los de ella. Suspiró y no escuchó más que los murmullos sordos del gentío....al parecer, una vez más la joven era completamente invisible.