Albano Fallaci [EN CONSTRUCCIÓN]

Nombre: Albano Fallaci.

Edad: Aparenta 25 años en realidad tiene 50 años

Especie: Licantropo.

Tipo y clase social: Media.

Orientación Sexual: Heterosexual.

Lugar de Origen: Livorno, Italia

Habilidad.
Sentidos aumentados.
Agilidad y reflejos sobrehumanos.
Sanación Acelerada.
Sentido del Peligro.
Visión Térmica.



Descripción Física.

Como una roca en el mar asomando su faz impasible que es lamida a placer por lenguas de acuosa sal, la moldean con su espuma humeante haciendo que se fortalezca quedando más encallada, más sólida en su porte lleno de orgullo. Lo mismo sucede con el cuerpo cuando es dejado a la merced de la voluntad primigenia de la naturaleza que lo erosiona formándole una vitalidad bestial. En Albano los elementos han dejado su huella muy marcada como la pata de un animal en la blanda y espesa nieve, la podrás apreciar en cada característica de su ser; en ese delgado abdomen presa de muchas hambres, en esas visibles costillas que guardan dentro un rugido atronador unidas por poderosos músculos a ese pecho indomable en lozana juventud preservado aún de su madura edad. Su rostro está adornado por dos ojos intensos, dominantes color de la noche resplandeciente, igual de profundos por ver tantas estaciones morir y renacer. Su nariz recta lidera su expresión siempre impetuosa en medio de un par de mejillas poderosas enmarcadas por una maleza de rubios destellos, que larga crece violenta cual planta enredadera que se monta sobre un tronco palpitante lleno de vida. Poderosos brazos nacen de su prominente torso, herramientas vitales para su existencia que domina con la agilidad del viento y la fuerza de la tempestad. Pero en su voz es donde más se puede apreciar la evidencia de la voluntad de la natura, pues es la voz de la montaña quebrante bajo la fuerza de una cascada en medio de una tormenta incesante.


Descripción Psicológica.

Sus instintos dominan todos los aspectos de su carácter haciéndole cauteloso de una forma demasiado peculiar aunque eficaz durante toda su existencia rodeado de bosques y montañas, le ha permitido sobrevivir tantos años en la vida salvaje. Sin embargo su tipo de carácter resulta encajar muy poco en los aspectos sociales humanos, dándole un aire de misticismo para quién apenas lo conoce, sumado a su condición eterna de extranjero que lo vuelve solitario, en parte por la gente que siempre lo ve como alguien exótico y en parte por él que siempre carga una bandera de incredulidad a todos lados, ya que no hay sitio en el mundo al que él pueda llamar hogar.

Sin embargo es una persona muy perspicaz, observadora, siempre consciente de lo que le rodea pero que en su soledad siempre mira al cielo preguntándose el motivo de estar pisando esta tierra. La sensibilidad lo ha acompañado desde niño y todo lo que siente siempre será intenso como luz de luna llena.

Suele ser melancólico, pero es un rasgo de su personalidad que no le agrada nada sentir, por eso es que se encierra mucho a lo único que sabe hacer, lo que más disfruta para olvidarse largas horas de su pasado. Aprendió a pescar hace mucho tiempo, desarrollando todas las actitudes necesarias, la disciplina por ejemplo o la paciencia la más importante de todas. La concentración que le empeña hace que se olvide de tristezas y le dibuja sonrisas, que nadie jamás ha visto dibujadas en su rostro.

Encontraste con esta pasiva faceta de Albano, su gran vínculo con los sentidos le da como resultado un carácter voluble. Conocerlo es como tratar de conocer una fogata, pues al principio resulta monótona en su danza etérea, pero que suele tronar provocando que una voluta de rojo resplandecer brinque en forma bastante violenta y transformarse de un parpadeo en una humareda ruidosa, furiosa que solo es apagada por ya no tener donde arder.

Ha aprendido a controlarse pero si llega a percibir en alguien alguna pizca de aroma sospechosa, o algún atisbo de mentira en su piel, será mejor huir o cerrar los ojos, pues sus instintos son los que dominan y son los que él sigue.


Historia.

La Furia de los Vientos implacables fundidos con el Mar obediente que se entrega, siempre noble a sus caprichos dominado por sus hipnóticos rugidos. Te arrebata de la tierra, pequeño e insignificante como la hoja aún verde que desolada es arrancada de su inerte tronco. Te hace retumbar indefenso, pues hasta los montes tiemblan con su cadencia. Ciego te pones a rezarle a un a un dios imaginario, insolente pues el verdadero lo tienes frente a tus ojos.

Ese tipo de furia es la que ha marcado con su implacable zarpa la vida de Albano, dejando en su alma una cicatriz siempre roja, siempre viva. Desde sus albores primero comenzó a acariciarle sutil como ligera brisa, cuando en las noches luminosas se manifestaba en sueños donde él corría así como el respiro del viento, viendo pasar casi como manchas a los arboles marrones, a las rocas oscuras y al cielo siempre plata por estar cegado en hojas de reflejos lunares. Sueños demasiado bellos, que lo envolvían de una extraña felicidad, tanto que cuando sentía los rayos de la luna tocar su piel se llenaba de gozo para irse enseguida a cerrar los ojos y volar al paraíso.

Pero mientras iba creciendo, el tacto fue hundiendo más su garra en la conciencia de Albano hasta que la presión de aquel dedo cruel fue insoportable. Trataba de escapar escondiéndose del brillo lunar envolviendo su rostro con sus manos rígidas, intentando con todas sus fuerzas mantener la cordura para no caer en los sueños; pero el cansancio siempre ganaba y la violencia comenzaba. Él ya no se encontraba corriendo allá en ese mundo brillante que ya tampoco era tan brillante, en cambio veía a lo lejos llegar la sombra de una bestia que se acercaba peligroso a él hundiéndole con su presencia un pinchazo de miedo que lo hacía huir muy lejos hasta despertar en medio de un confuso bullicio, su cabeza llena de caos.

Un día sucedió, el cambio lo sintió el instante mismo que el sol se ocultó. Durante toda esa tarde, él y su padre estaban investigando sobre la muerte de media docena de vacas en la granja. Buscaron enfurecidos hasta que dieron con un rastro que daba al bosque pero que se bifurcaba, así que tuvieron que separarse. A su padre le sorprendió la decidida forma de actuar de su hijo en ese momento, pues aunque Albano ya no era un niño aún le faltaba desarrollar el brío de un hombre; se dio cuenta que ya no faltaría mucho para que eso pasara y se le dibujó una sonrisa a ese rostro demacrado por la edad mientras sus ojos brillantes veían a su orgullo perderse en la maleza a paso iracundo.

El viento soplaba suave, la luna alta llena de orgullo le daba a las hojas un resplandor plateado y Albano se detuvo incrédulo para contemplar la escena pues ya había estado parado en aquel claro, se miró las manos para asegurarse que no estaba soñando pero eran ajenas a él. Un crujido, una rama. El corazón del muchacho se aceleró pero sus pies se inmovilizaron. Una sombra fugaz. Un rugido y después el quebrar de las hojas en el suelo a su espalda. El calor era intenso en su cuello, un calor húmedo, escurridizo y carmesí. La luna de frente a él y los pasos vacilantes de unas rodillas roídas. Después el llanto ronco de un padre que pierde un pedazo del alma.

Silencio, el mismo que se siente imponente; heraldo de su reina la tormenta. Los ojos rabiosos, las pupilas se extendían mientras una sensación salvaje le recorría por toda la espina hasta llegar al pecho envolviéndolo todo. El magnifico brillo de la noche le embelesó de una dicha indescriptible que al instante fue quebrada en pedazos por el dolor. Ese dolor tan poderoso, acero que encadena el espíritu e inmoviliza el cuerpo, no deja nada que hacer salvo contraer el estomago al fondo de las entrañas y tomar bocanadas de aire como si quisieras comerte al mundo.

La fuerza pálida del sol ofuscada por los velos grisáceos de la lluvia, tocó las mejillas rojizas de Albano; su clamor le hizo abrir los ojos y de un paso se incorporó tratando de asimilar sus vagos recuerdos de la violenta noche anterior. Sintió una sacudida en todo el cuerpo y un helado tacto llegado del fondo de su alma le traspasó el cuello, llevó su mano hacia él, pero solo pudo percibir el tacto de su sangre seca en la piel lisa. Intentó reconocer el paisaje a su alrededor, pero no sabía en donde se encontraba; los arboles tan íntimos parecían abrazarse unos a otros en sus copas calvas llenas de retorcidos dedos ungidos de un brillo oscuro y húmedo mientras eran agitados por el viento danzante.

Pasaron varias semanas largas, pesadas, confusas y llenas de hambres; agudizadas por el silencio de un bosque durmiente qué parecía incomodarse con los sollozos de un muchacho desolado, haciéndole retorcerse en su lecho nevado. Cuando encontró su casa, enorme e inmutada se dio cuenta que la soledad habitaba allí pues todo estaba como lo dejaron aquel día, la caldera en la fogata yacía muerta con sus restos secos nauseabundos y el silencio era como la voz del sepulcro recién cavado. Albano con la respiración agitada y los dientes rechinantes comenzó a echar a la soledad con sus pies, con sus manos, con la Furia que terminó de abrazarle por completo hasta formar parte de su piel, habitando en cada poro. Sólo pudo tranquilizarse cuando no quedó nada más por destrozar, se introdujo de nuevo al bosque y corrió para siempre hacia el olvido, allá donde nadie pudiera recordar su rostro.




Un barco oscuro, silencioso aparece abrazado de niebla sobre la tenue respiración del mar, parece un pez muerto que baila al son de la corriente en la superficie. La luna sonrosada ha bajado tanto que acaricia el agua helada cuando aquel cadáver de madera se estrella en la playa atascándose en la arena. La corriente le castiga a cada estruendoso embate hasta que queda completamente inmóvil, radiante; fresco. Un ligero rayo de luz lunar dejó vislumbrar una fugaz sombra que se escabulló de un suspiro a la garganta negra hecha de maleza. El frio de un día a punto de nacer comenzó a escaldar el paisaje pero un aullido grave lo terminó de desgarrar por completo, mientras el mar devoraba por completo la luz pura de una luna enorme.

Un vigía dio con la presa de Albano, se acercó lento en su bote, la examinó con detenimiento. Observó las huellas en la arena y luego a su hijo con adolorida mirada, lo mandó a dar la alarma al puerto y esperó a que su hijo dejara de mandarle destellos con su rubia cabeza mientras remaba a buen ritmo.

Un buen grupo de gendarmes encontraron al vigía sentado en un árbol, sostenía su muslo sangrante y no se quejó cuando le apartaron suavemente su mano de la herida para atenderla, en cambio veía desolado hacia el bosque del este, hacia París.