AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Rey Cyrion
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Rey Cyrion
-Nombre del Personaje: Cyrion
-Edad: Haz cuentas: si nací en el año cuatro mil dos cientos antes de Cristo... ¿aparento los treinta y seis años de edad?
-Especie: Vampiro
-Tipo, Clase Social o Cargo: Clase social alta
-Orientación Sexual: Bisexual
-Lugar de Origen: Región histórica de Persia, al este de Mesopotamia, Oriente Medio.
-Habilidad/Poder: Agilidad y reflejos sobrehumanos, sentidos aumentados, infringir dolor por medio de la mente, control mental y manipulación de la memoria.
-Descripción Física: En realidad, ya puede ver cómo soy, pues me tiene enfrente, así que le diré cómo me veo yo mismo, si no le importa. Lo que más me agrada de mi anatomía son mis ojos verdes, claros y translúcidos, a menudo brillantes y sedientos de ver más mundo del que ya he visto. Mis labios, cuyas medidas son perfectas para besar, morder y reír, son el motivo por el que cualquier ser moriría ante la sensualidad de éstos, aunque quede mal que sea yo quién admita ésta debilidad. Mis cabellos son castaños oscuros, largos hasta la altura de mi hombro. La barba y cierto bigote me da un aire más mayor para mi edad, más viril, más fiero, más imponente... sí, eso también me encanta. Pero sin duda, es la eterna juventud, la escasez de arrugas o manchas en la piel lo que más adoro de mí mismo, pues sin vejez, sin flaqueza ni debilidades, me convierto en un ser prácticamente indestructible si le sumamos mi condición sobrehumana. En cuanto al resto de mi anatomía, cabe destacar mi porte firme, fuerte y moldeado gracias a mi juventud guerrera, una imagen que aun ahora sigo manteniendo en perfecto estado de conservación.
En cuanto a mi vestuario, mi armario acoje trajes de diversa temática según el lugar en el que transcurran mis siguientes años, la época, la clase de civilización y sus costumbres... Pero, en la intimidad de mi hogar, mi traje favorito sigue siendo la desnudez o las pieles animales que escuetamente, cubren mis intimidades. La ropa en si, la encuentro incómoda e innecesaria, pero me ciño a la sociedad y sus normas establecidas sobre modales. ¿Qué remedio me quedaría, si no las aceptara?
-Descripción Psicológica: ¿Quiere una pipa? Mi mujer dice que es más elegante que un puro, ¿vos que opináis? Yo creo que si el humo es el mismo, de nada sirve si su envoltorio es más o menos elegante...
Oh, ¿por dónde íbamos? Ah sí, mi personalidad. ¿Qué decir de mí? Todo cuanto soy podrá leerlo en el siguiente apartado, ¿qué importa cómo soy? Sigo siendo un depredador desalmado, ¿o conoce algún vampiro que sea una alma caritativa? ¿Sí? ¿De veras? En tal caso, son las excepciones que confirman la regla, ya sabe, la regla de que no deberíais fiaros jamás de un inmortal. ¿O vos confiaríais en un ser que dormita en un ataúd, no sale a la luz del sol y se alimenta de sangre humana? Aunque fuese un incrédulo de las leyendas sobre los seres nocturnos, su buen juicio le llevaría lo más lejos de mí posible, se lo garantizo, aunque el hecho de que siga aquí, leyéndome tan atentamente, me hace pensar que vos tiene el juicio dónde Cristo perdió la alpargata.
¿Me pregunta por la bondad? Dígame, querido lector, ¿y qué es la bondad según vos? ¿La ausencia de maldad, quizás? ¿El no herir a los demás? ¿El hacer el Bien? ¿Y qué es el Bien? No es más que una lista de hechos que alguien se tomó la molestia en anotar en una columna, mientras que junto a ésta anotó otra lista de hechos que consideró pecado, ¿me sigue? El Bien y el Mal dependen de lo que cada uno considere, pues si para vos, matar a alguien entra dentro de su lista negra de lo considerado Mal, en cuanto a mi respecta, es añadido al bando del Bien, pues a mí personalmente, me hace un bien, me proporciona vida. ¿Lo ve? Eso no me etiqueta como un vampiro malo, aunque tampoco me hace una buena persona el arrebatarle la vida a un mortal. Júzgueme si quiere, pues mi único pecado fue ser condenado a una condición que jamás pedí, acarreando conmigo unos actos a menudo erróneos que no hacen más que convertirme en una persona de carne y huesos, sólo que mi vida dura un poco más de lo normal siguiendo una dieta especial para longevos como yo.
¿El Amor? ¿Por quién me toma? Aunque circulen rumores a cerca de los seres como yo, desalmados según muchos, lo cierto es que todos tenemos nuestro corazoncito, sólo que a veces es más sencillo ocultar nuestros sentimientos y emociones para que éstas no se conviertan a la larga en una debilidad a la que nuestros enemigos pudieran atacar. Créame si le digo que he amado y odiado en toda medida. Le aseguro que la frialdad de mi piel no es un reflejo de nuestra alma desquebrajada, o no en todos los casos, pues imagino que más de un vampiro psicopático existirá en éste mundo, igual que existen los humanos con conductas homicidas hacia su misma especie y persona. Dicen que la locura se encuentra en todos y cada uno de los seres... pero sólo en unos pocos se muestra plenamente.
¿Unos consejos de supervivencia? ¡Cualquiera diría que vivimos en una guerra! Oh, claro, una guerra... ¿cómo pude pasarlo por alto? Mire, la única guerra que debe librar toda persona es la suya propia, aquella que se desencadena ante dudas, circunstancias nuevas, decisiones vitales. Son éstas las peores batallas de todas, en las que se enfrentan dos partes de ti mismo: una, siempre suele ser el Anhelo, el Deseo... lo que los poetas etiquetan de Corazón. Por otro lado, está el Juicio, la Razón... a lo que yo añado, Orgullo. ¿Que qué lado suele vencer en mis guerras internas? Ésta respuesta no sería un consejo, sería la llave de su felicidad y lo cierto, es que su alegría me trae sin cuidado. No obstante, añadiré que huya de los prejuicios, de lo establecido, del orgullo y de la sobrevaloración propia, pues son éstas las facetas que le llevarán al más profundo y oscuro pozo de amargura y desolación, no lo olvide. Para sobrevivir en un mundo como éste, sólo debes ser el empedernido luchador que batalla conta viento y marea por sus objetivos, sin titubeos ni debilidades. Sólo éste podrá vencer el olvido y alcanzar la vida eterna más allá de una inmortalidad escrita sobre el papel.
-Historia: Póngase cómodo, mi historia es larga para el efímero tiempo que la vida representa para un mortal como vos.
Nos situamos en lo que hoy sería Irán. Nací en el sino de un pueblo de origen indoeuropeo cuyo origen se remontaba a tanto tiempo atrás, que todos creían que era divino y celestial. Una de las leyendas que corría por la aldea era que de un huevo había nacido un dios creador que, al escupir sobre el agua primigenia, dio tierra que a su vez, propició vida... Disculpe, me desvío un tanto de la cuestión y no desearía aburrirle con mis historietas de cuando fui un mero humano. Como le decía, mi pueblo era una tribu nómada, por lo que cuando vi la primera luz, nos encontrábamos en lo que más adelante sería Persia.
Viví durante el último período de la pre-historia mesopotámica, en el momento previo a la emergencia de las ciudades, apareciendo entonces los vestigios de la sociedad jerarquizada mediante jefaturas. Los cabezas locales poseían poder político y tuvieron que lidiar con una revolución urbana que se dio a partir de los comicios de la arquitectura y que mi padre lideró.
El asentamiento en el que residí durante parte de mi infancia se encontraba junto al río Cáucaso, por lo que nuestra economía estaba basada en la pesca, la ganadería y la agricultura mediante rudimentarias herramientas de arcilla. Se sistematizaron los recursos hidráulicos construyendo pequeños canales para la irrigación de los cultivos, por lo que la supervivencia dejó de ser una preocupación para mi pueblo y la avaricia empezó a nublar sus corazones, empezando de una forma muy sutil como lo era el intercambio de sus excedentes, lo que hoy se denominaría comercio.
Mi vivienda era grande, de unos doscientos metros cuadrados y en la que residía toda mi familia: mis padres, mis nueve hermanos y una abuela materna. Interiormente, disponíamos de una sala rectangular flanqueada a lado y lado por las distintas dependencias, así como un pequeño almacén dónde mis padres guardaban cereales, pescado y demás alimentos necesarios.
Recuerdo las largas jornadas en las que mi madre forjaba cuencos, platos y jarras pequeñas de decoración geométrica sobre un fondo claro a partir de una pasta verdosa con engobe claro y un torno pulimentado. Las formas cerámicas pronto evolucionaron, hasta llegar a unos vasos-tortugas que en mi niñez, siempre me encandilaban, intentando jugar con ellas y terminando rompiéndolas todas con lo que eso suponía.
Gracias a nuestro asentamiento junto al río Cáucaso,la metalurgia realizó grandes progresos como los moldes y una especialización artesanal en el repujado del cobre, materiales que provenían del mismo río junto al que nos hallábamos en esa época. Fue también en aquél momento de mi vida en el que se erigieron lor primeros edificios religiosos integrados en las ciudades, unos templos que inicialmente tenían forma de terrazas, de techo plano y planta rectangular. Por lo que pude comprobar más adelante, aquellas construcciones fueron el origen de los zigurats, formados por la superposición de varias terrazas de anchura decreciente y cuyas proporciones superaban los doce metros cuadrados, una bestialidad para la mentalidad de aquella época, sin duda... oh, y volví a adelantarme demasiado en mi relato, me disculpo de nuevo, pero quisiera destacar que mucho cuanto ahora poseemos fue inventado por aquella sociedad con la que mi pueblo tuvo contacto, pues la moneda, la rueda, las primeras nociones de astrología y astronomía, el desarrollo del sistema sexagesimal, el primer código de leyes, el sistema postal, la irrigación artificial, el arado, el bote y la vela, los arreos para los animales, la metalurgia del cobre y el bronce... ¿sabía vos que fue todo fruto de los mesopotámicos? Increible, sin duda.
Está bien, está bien... sé que no le interesa en absoluto mi época humana, por lo que iré al grano y hablaré de cómo me convertí en lo que soy.
Desde mi infancia, existió una niña llamada Galen, cuyo rostro estaba siempre oculto por un denso follaje de hojas y raíces vegetales que pretendía adornar su cabeza y ocultar sus desastrosos cabellos dorados, tan impropios de nuestro pueblo. Sus padres la habían abandonado a su suerte en un bosque próximo y sus pasos la habían llevado hasta nosotros en busca de comida, pues nunca quiso entablar relación alguna con nosotras, negándose a hablar para quedar, finalmente, etiquetada como la loca. Una loca que creció y que, pese a que me desagradara su presencia cuando andaba cerca de mí, ella jamás mostró extrañeza hacia mi persona, ayudándome desde la sombra de su cueva en la que permanecía escondida de los ojos curiosos.
Le cuento su triste historia porque, tras cumplir los veinte y siete años de edad, el consejo de guerreros proclamó su decisión que coronarme como caudillo de nuestro pueblo, siendo ese un gran honor para mí. Y aunque reiné como un buen soberano durante siete años, otro hombre, uno de mis hermanos más envidiosos, osó enfrentarse a mí con tal de arrebatarme el trono que por decisión popular me habían concedido por mis propios méritos. Mi hermano pidió un duelo y yo tuve que aceptar con tal de mantener intacto mi honor. La prueba sería a vida o muerte y se basaba en un poste clavado en el suelo y dos corceles, uno para cada uno. Las únicas armas que podíamos disponer eran el arco y la flecha, pues simbolizaban la templanza, la paciencia, la maña y el don de la suerte divina, requisitos necesarios para cualquier buen rey. No obstante, no conté con que mi hermano usara flechas envenenadas para vencerme y, aunque logré darle muerte y proclamarme vencedor, quedé malherido al borde de la muerte... y caí inconsciente del caballo.
Galen lo sabía. Ella y el enigma que representaba, tuvieron al fin respuesta. Era una mujer que dominaba las mismas artes oscuras que me habían llevado hasta lo más alto, consiguiendo que el pueblo se sometiera a mí sin ser yo consciente de ello. Y en aquél duelo, Galen vio el fatal desenlace que acontecería para mí si ella no se interponía en el camino de la Muerte por lo que, sin siquiera consultármelo, usó su magia para convertirme en un ser inmortal, un hombre cuya salud no pudiera volver a verse amenazada por las banalidades que los mortales padecían. Pero por su hechizo tuvo que pagar un precio demasiado alto: su vida y más que ésta, una serie de cláusulas bajo las que yo jamás hubiera aceptado y que sin embargo, ya no podía luchar, pues sin comerlo ni beberlo, me había convertido en un vampiro, un ser esclavizado por el sol que ya no podría volver a ver, sometido a una sed de sangre que jamás podría hacer desaparecer y con la única forma de liberarme de semejante maldición anclada en la madera ¿Por qué el sol, la sangre y la madera? El embrujo había sido extraído de la magia más oscura que podía encontrarse en el mundo, por lo que su práctica ensuciaba el alma de quién la usara y la sometía a la oscuridad de la noche como símbolo del mal, atándome así a éste sin remedio alguno. El sol, pues, reflejaba el bien, la luz, la vida... ¿cómo podría enfrentarme a ello si ahora me había convertido en un muerto viviente hijo del Mal? La sangre tenía que ver con la vida, siendo ésta la esencia de los seres vivos como los humanos y los animales. La sed de sangre simbolizaba la esclavitud que la Muerte siente hacia aquél que vida posee, instándoseme a robarla cada noche como si de un depredador me tratara. Y finalmente, la madera, que a su vez, es el creador del fuego y cuyas cenizas pueden propiciar vida pese a la paradoja que aquello significa. Es el anuncio de lo que supondría la muerte de un vampiro, el retorno de éste al Infierno, abrásandose con su fuego purificador para que, mientras tanto, en la Tierra, las cenizas del fuego y la madera produzcan la vida que la Muerte personificada en el vampiro, robó mientras existió.
¿Cómo explicarle lo que ocurrió conmigo en cuanto desperté de la transición? Desperté en una tumba rodeado de figuras ornitomorfas en terracota, joyas, cerámica, utensilios privados como peines, y armas. Me encontré tendido en una posición que recordaba a la de un ser plácidamente dormido. En mi rostro se había depositado una máscara de color blanco que cubría la mitad de mi cara, como si se hubiese querido esconder mi identidad. Tras salir de mi tumba, arrasé mi pueblo y prácticamente, la mitad del continente. Sediento, desquiciado, confuso e iracundo, pasé los siguientes milenios sumidos en el caos, la oscuridad y el horror de ver en mis retinas todas cuantas víctimas había arrebatado ya la vida. Me convertí en un ser sanguinario, egoísta capaz de cualquier cosa por conseguir sangre humana, saliendo de mí mismo, un monstruo que desconocí por completo. Mis actos llamaron pronto la atención de los pueblos vecinos, cundiendo el pánico entre el gentío que escuchaba hablar de un bebedor de sangre que se refugiaba entre las sombras de la noche para destripar a sus víctimas, a su preferencia, jovenes vírgenes y de cabello rojizo. Y así fue como la leyenda que las madres les contaban a sus críos para que se durmieran por las noches y no alborotaran la casa, se convirtió en realidad.
Con el tiempo, gracias a mis contactos, a mi inmortalidad y a mis dones persuasivos, logré situarme en las cúspides de las más grandes hazañas históricas jamás contadas. Le pareceré un aburrido viejo cuentacuentos, pero... ¿Sabía que batallé junto a Xerxes y su Imperio aqueménide en la Batalla de las Termópilas contra los espartanos? Y... ¿le suena la famosa leyenda de Atlantis? No fue una leyenda, no en su totalidad, pues es cierto que hubo una isla, Thera, que sufrió las tragedias que se describieron... ¿y sabe? Yo estuve allí. ¿Y Jesucristo? Vamos, yo me encontraba de vacaciones por aquellas tierras cuando se dijo que había aparecido el Mesías y...no, no quisiera seguir por éstas sendas, pues no me interesa realzar mi nombre más de lo debido, pero sí quisiera destacarle que he estado en el mundo más tiempo de lo debido y deseado, convirtiéndome así, en uno de los vampiros Originales, uno de los primeros que fue concebido como tal y que con el paso del tiempo, sigue existiendo. Hubo más como yo -incluso de otras razas-, con los que me he ido cruzando de vez en cuando y cuyas historias son casi tan apasionantes como la mía misma, sólo que no me pertenece a mí relatarlas, al menos, no aquellas que no me conciernen. Pero hay una que sí me interesa, y es la de mi reina, Dariel, una bellísima vampiresa cuya historia se remonta en mis tiempo humanos, pues ella fue parte de un botín que mi tribu robó de otra más lejana. Como tributo para el rey de la aldea, reclamé a la muchacha, hipnotizado por sus singulares cabellos rojizos y su fiera mirada. La hice mía, como a otras tantas decenas de mujeres, pero ella siempre fue mi favorita... Incluso en ella pensé cuando deseé fervientemente que otro padeciera la condena de la inmortalidad, buscándola tras mi conversión, esperando que diera a luz a uno de mis hijos para encontrar la forma de que ella siempre permaneciera conmigo por siempre jamás, como mi compañera, como parte de mí mismo, ignorando el rencor que al principio nacía de su pecho y que poco a poco fue derivando a un sentimiento igual de ardiente pero bañado en ternura y admiración. En cuanto a nuestro hijo en común, Dhémien... lo cierto es que le abandonamos tras su nacimiento, siendo conscientes de que no podíamos mantenernos cerca de él sin lastimarle y, aunque suene cruel que de mi boca salgan las siguientes palabras, lo cierto es que no residía ni un ápice de interés en aquél mocoso, pues en aquél entonces, recién convertido en un inmortal, lo único que en mi cabeza había sitio era para pensamientos sobre sangre y sexo. Y aquél niño no podía proporcionarme ni una cosa ni otra... aunque cabe mencionar, que más adelante reapareció en mi vida y, tras cumplir su parte de un absurdo y mezquino reto propuesto por mí mismo, tuve que convertirle, aunque más que creer que le hacía un favor pues era su deseo ser como yo, en los recovencos de mi ser siempre deseé que sufriera la más horrible de las condenas inmortales. Como dije, nunca le amé. No lo hice al verle nacer ni lo hice milenios después, colaborando con un vampiro al que había convertido mi hijo y que deseaba deshacerse de Dhémien por venganza, aunque por las últimas noticias que me han llegado, mi hijo jamás dejó éste mundo y ahora, algo me empuja a terminar lo que una vez empecé.
-Datos Extras:
Soy nómada, nunca estoy en el mismo lugar más de un siglo como mucho.
Siempre oculto mi identidad, no suelo relacionarme con otros que no sean mi pareja o mis allegados más íntimos, impidiendo que nadie descubra mi existencia sobre la faz de la Tierra, considerándolo un peligro para mi supervivencia.
-Edad: Haz cuentas: si nací en el año cuatro mil dos cientos antes de Cristo... ¿aparento los treinta y seis años de edad?
-Especie: Vampiro
-Tipo, Clase Social o Cargo: Clase social alta
-Orientación Sexual: Bisexual
-Lugar de Origen: Región histórica de Persia, al este de Mesopotamia, Oriente Medio.
-Habilidad/Poder: Agilidad y reflejos sobrehumanos, sentidos aumentados, infringir dolor por medio de la mente, control mental y manipulación de la memoria.
-Descripción Física: En realidad, ya puede ver cómo soy, pues me tiene enfrente, así que le diré cómo me veo yo mismo, si no le importa. Lo que más me agrada de mi anatomía son mis ojos verdes, claros y translúcidos, a menudo brillantes y sedientos de ver más mundo del que ya he visto. Mis labios, cuyas medidas son perfectas para besar, morder y reír, son el motivo por el que cualquier ser moriría ante la sensualidad de éstos, aunque quede mal que sea yo quién admita ésta debilidad. Mis cabellos son castaños oscuros, largos hasta la altura de mi hombro. La barba y cierto bigote me da un aire más mayor para mi edad, más viril, más fiero, más imponente... sí, eso también me encanta. Pero sin duda, es la eterna juventud, la escasez de arrugas o manchas en la piel lo que más adoro de mí mismo, pues sin vejez, sin flaqueza ni debilidades, me convierto en un ser prácticamente indestructible si le sumamos mi condición sobrehumana. En cuanto al resto de mi anatomía, cabe destacar mi porte firme, fuerte y moldeado gracias a mi juventud guerrera, una imagen que aun ahora sigo manteniendo en perfecto estado de conservación.
En cuanto a mi vestuario, mi armario acoje trajes de diversa temática según el lugar en el que transcurran mis siguientes años, la época, la clase de civilización y sus costumbres... Pero, en la intimidad de mi hogar, mi traje favorito sigue siendo la desnudez o las pieles animales que escuetamente, cubren mis intimidades. La ropa en si, la encuentro incómoda e innecesaria, pero me ciño a la sociedad y sus normas establecidas sobre modales. ¿Qué remedio me quedaría, si no las aceptara?
-Descripción Psicológica: ¿Quiere una pipa? Mi mujer dice que es más elegante que un puro, ¿vos que opináis? Yo creo que si el humo es el mismo, de nada sirve si su envoltorio es más o menos elegante...
Oh, ¿por dónde íbamos? Ah sí, mi personalidad. ¿Qué decir de mí? Todo cuanto soy podrá leerlo en el siguiente apartado, ¿qué importa cómo soy? Sigo siendo un depredador desalmado, ¿o conoce algún vampiro que sea una alma caritativa? ¿Sí? ¿De veras? En tal caso, son las excepciones que confirman la regla, ya sabe, la regla de que no deberíais fiaros jamás de un inmortal. ¿O vos confiaríais en un ser que dormita en un ataúd, no sale a la luz del sol y se alimenta de sangre humana? Aunque fuese un incrédulo de las leyendas sobre los seres nocturnos, su buen juicio le llevaría lo más lejos de mí posible, se lo garantizo, aunque el hecho de que siga aquí, leyéndome tan atentamente, me hace pensar que vos tiene el juicio dónde Cristo perdió la alpargata.
¿Me pregunta por la bondad? Dígame, querido lector, ¿y qué es la bondad según vos? ¿La ausencia de maldad, quizás? ¿El no herir a los demás? ¿El hacer el Bien? ¿Y qué es el Bien? No es más que una lista de hechos que alguien se tomó la molestia en anotar en una columna, mientras que junto a ésta anotó otra lista de hechos que consideró pecado, ¿me sigue? El Bien y el Mal dependen de lo que cada uno considere, pues si para vos, matar a alguien entra dentro de su lista negra de lo considerado Mal, en cuanto a mi respecta, es añadido al bando del Bien, pues a mí personalmente, me hace un bien, me proporciona vida. ¿Lo ve? Eso no me etiqueta como un vampiro malo, aunque tampoco me hace una buena persona el arrebatarle la vida a un mortal. Júzgueme si quiere, pues mi único pecado fue ser condenado a una condición que jamás pedí, acarreando conmigo unos actos a menudo erróneos que no hacen más que convertirme en una persona de carne y huesos, sólo que mi vida dura un poco más de lo normal siguiendo una dieta especial para longevos como yo.
¿El Amor? ¿Por quién me toma? Aunque circulen rumores a cerca de los seres como yo, desalmados según muchos, lo cierto es que todos tenemos nuestro corazoncito, sólo que a veces es más sencillo ocultar nuestros sentimientos y emociones para que éstas no se conviertan a la larga en una debilidad a la que nuestros enemigos pudieran atacar. Créame si le digo que he amado y odiado en toda medida. Le aseguro que la frialdad de mi piel no es un reflejo de nuestra alma desquebrajada, o no en todos los casos, pues imagino que más de un vampiro psicopático existirá en éste mundo, igual que existen los humanos con conductas homicidas hacia su misma especie y persona. Dicen que la locura se encuentra en todos y cada uno de los seres... pero sólo en unos pocos se muestra plenamente.
¿Unos consejos de supervivencia? ¡Cualquiera diría que vivimos en una guerra! Oh, claro, una guerra... ¿cómo pude pasarlo por alto? Mire, la única guerra que debe librar toda persona es la suya propia, aquella que se desencadena ante dudas, circunstancias nuevas, decisiones vitales. Son éstas las peores batallas de todas, en las que se enfrentan dos partes de ti mismo: una, siempre suele ser el Anhelo, el Deseo... lo que los poetas etiquetan de Corazón. Por otro lado, está el Juicio, la Razón... a lo que yo añado, Orgullo. ¿Que qué lado suele vencer en mis guerras internas? Ésta respuesta no sería un consejo, sería la llave de su felicidad y lo cierto, es que su alegría me trae sin cuidado. No obstante, añadiré que huya de los prejuicios, de lo establecido, del orgullo y de la sobrevaloración propia, pues son éstas las facetas que le llevarán al más profundo y oscuro pozo de amargura y desolación, no lo olvide. Para sobrevivir en un mundo como éste, sólo debes ser el empedernido luchador que batalla conta viento y marea por sus objetivos, sin titubeos ni debilidades. Sólo éste podrá vencer el olvido y alcanzar la vida eterna más allá de una inmortalidad escrita sobre el papel.
-Historia: Póngase cómodo, mi historia es larga para el efímero tiempo que la vida representa para un mortal como vos.
Nos situamos en lo que hoy sería Irán. Nací en el sino de un pueblo de origen indoeuropeo cuyo origen se remontaba a tanto tiempo atrás, que todos creían que era divino y celestial. Una de las leyendas que corría por la aldea era que de un huevo había nacido un dios creador que, al escupir sobre el agua primigenia, dio tierra que a su vez, propició vida... Disculpe, me desvío un tanto de la cuestión y no desearía aburrirle con mis historietas de cuando fui un mero humano. Como le decía, mi pueblo era una tribu nómada, por lo que cuando vi la primera luz, nos encontrábamos en lo que más adelante sería Persia.
Viví durante el último período de la pre-historia mesopotámica, en el momento previo a la emergencia de las ciudades, apareciendo entonces los vestigios de la sociedad jerarquizada mediante jefaturas. Los cabezas locales poseían poder político y tuvieron que lidiar con una revolución urbana que se dio a partir de los comicios de la arquitectura y que mi padre lideró.
El asentamiento en el que residí durante parte de mi infancia se encontraba junto al río Cáucaso, por lo que nuestra economía estaba basada en la pesca, la ganadería y la agricultura mediante rudimentarias herramientas de arcilla. Se sistematizaron los recursos hidráulicos construyendo pequeños canales para la irrigación de los cultivos, por lo que la supervivencia dejó de ser una preocupación para mi pueblo y la avaricia empezó a nublar sus corazones, empezando de una forma muy sutil como lo era el intercambio de sus excedentes, lo que hoy se denominaría comercio.
Mi vivienda era grande, de unos doscientos metros cuadrados y en la que residía toda mi familia: mis padres, mis nueve hermanos y una abuela materna. Interiormente, disponíamos de una sala rectangular flanqueada a lado y lado por las distintas dependencias, así como un pequeño almacén dónde mis padres guardaban cereales, pescado y demás alimentos necesarios.
Recuerdo las largas jornadas en las que mi madre forjaba cuencos, platos y jarras pequeñas de decoración geométrica sobre un fondo claro a partir de una pasta verdosa con engobe claro y un torno pulimentado. Las formas cerámicas pronto evolucionaron, hasta llegar a unos vasos-tortugas que en mi niñez, siempre me encandilaban, intentando jugar con ellas y terminando rompiéndolas todas con lo que eso suponía.
Gracias a nuestro asentamiento junto al río Cáucaso,la metalurgia realizó grandes progresos como los moldes y una especialización artesanal en el repujado del cobre, materiales que provenían del mismo río junto al que nos hallábamos en esa época. Fue también en aquél momento de mi vida en el que se erigieron lor primeros edificios religiosos integrados en las ciudades, unos templos que inicialmente tenían forma de terrazas, de techo plano y planta rectangular. Por lo que pude comprobar más adelante, aquellas construcciones fueron el origen de los zigurats, formados por la superposición de varias terrazas de anchura decreciente y cuyas proporciones superaban los doce metros cuadrados, una bestialidad para la mentalidad de aquella época, sin duda... oh, y volví a adelantarme demasiado en mi relato, me disculpo de nuevo, pero quisiera destacar que mucho cuanto ahora poseemos fue inventado por aquella sociedad con la que mi pueblo tuvo contacto, pues la moneda, la rueda, las primeras nociones de astrología y astronomía, el desarrollo del sistema sexagesimal, el primer código de leyes, el sistema postal, la irrigación artificial, el arado, el bote y la vela, los arreos para los animales, la metalurgia del cobre y el bronce... ¿sabía vos que fue todo fruto de los mesopotámicos? Increible, sin duda.
Está bien, está bien... sé que no le interesa en absoluto mi época humana, por lo que iré al grano y hablaré de cómo me convertí en lo que soy.
Desde mi infancia, existió una niña llamada Galen, cuyo rostro estaba siempre oculto por un denso follaje de hojas y raíces vegetales que pretendía adornar su cabeza y ocultar sus desastrosos cabellos dorados, tan impropios de nuestro pueblo. Sus padres la habían abandonado a su suerte en un bosque próximo y sus pasos la habían llevado hasta nosotros en busca de comida, pues nunca quiso entablar relación alguna con nosotras, negándose a hablar para quedar, finalmente, etiquetada como la loca. Una loca que creció y que, pese a que me desagradara su presencia cuando andaba cerca de mí, ella jamás mostró extrañeza hacia mi persona, ayudándome desde la sombra de su cueva en la que permanecía escondida de los ojos curiosos.
Le cuento su triste historia porque, tras cumplir los veinte y siete años de edad, el consejo de guerreros proclamó su decisión que coronarme como caudillo de nuestro pueblo, siendo ese un gran honor para mí. Y aunque reiné como un buen soberano durante siete años, otro hombre, uno de mis hermanos más envidiosos, osó enfrentarse a mí con tal de arrebatarme el trono que por decisión popular me habían concedido por mis propios méritos. Mi hermano pidió un duelo y yo tuve que aceptar con tal de mantener intacto mi honor. La prueba sería a vida o muerte y se basaba en un poste clavado en el suelo y dos corceles, uno para cada uno. Las únicas armas que podíamos disponer eran el arco y la flecha, pues simbolizaban la templanza, la paciencia, la maña y el don de la suerte divina, requisitos necesarios para cualquier buen rey. No obstante, no conté con que mi hermano usara flechas envenenadas para vencerme y, aunque logré darle muerte y proclamarme vencedor, quedé malherido al borde de la muerte... y caí inconsciente del caballo.
Galen lo sabía. Ella y el enigma que representaba, tuvieron al fin respuesta. Era una mujer que dominaba las mismas artes oscuras que me habían llevado hasta lo más alto, consiguiendo que el pueblo se sometiera a mí sin ser yo consciente de ello. Y en aquél duelo, Galen vio el fatal desenlace que acontecería para mí si ella no se interponía en el camino de la Muerte por lo que, sin siquiera consultármelo, usó su magia para convertirme en un ser inmortal, un hombre cuya salud no pudiera volver a verse amenazada por las banalidades que los mortales padecían. Pero por su hechizo tuvo que pagar un precio demasiado alto: su vida y más que ésta, una serie de cláusulas bajo las que yo jamás hubiera aceptado y que sin embargo, ya no podía luchar, pues sin comerlo ni beberlo, me había convertido en un vampiro, un ser esclavizado por el sol que ya no podría volver a ver, sometido a una sed de sangre que jamás podría hacer desaparecer y con la única forma de liberarme de semejante maldición anclada en la madera ¿Por qué el sol, la sangre y la madera? El embrujo había sido extraído de la magia más oscura que podía encontrarse en el mundo, por lo que su práctica ensuciaba el alma de quién la usara y la sometía a la oscuridad de la noche como símbolo del mal, atándome así a éste sin remedio alguno. El sol, pues, reflejaba el bien, la luz, la vida... ¿cómo podría enfrentarme a ello si ahora me había convertido en un muerto viviente hijo del Mal? La sangre tenía que ver con la vida, siendo ésta la esencia de los seres vivos como los humanos y los animales. La sed de sangre simbolizaba la esclavitud que la Muerte siente hacia aquél que vida posee, instándoseme a robarla cada noche como si de un depredador me tratara. Y finalmente, la madera, que a su vez, es el creador del fuego y cuyas cenizas pueden propiciar vida pese a la paradoja que aquello significa. Es el anuncio de lo que supondría la muerte de un vampiro, el retorno de éste al Infierno, abrásandose con su fuego purificador para que, mientras tanto, en la Tierra, las cenizas del fuego y la madera produzcan la vida que la Muerte personificada en el vampiro, robó mientras existió.
¿Cómo explicarle lo que ocurrió conmigo en cuanto desperté de la transición? Desperté en una tumba rodeado de figuras ornitomorfas en terracota, joyas, cerámica, utensilios privados como peines, y armas. Me encontré tendido en una posición que recordaba a la de un ser plácidamente dormido. En mi rostro se había depositado una máscara de color blanco que cubría la mitad de mi cara, como si se hubiese querido esconder mi identidad. Tras salir de mi tumba, arrasé mi pueblo y prácticamente, la mitad del continente. Sediento, desquiciado, confuso e iracundo, pasé los siguientes milenios sumidos en el caos, la oscuridad y el horror de ver en mis retinas todas cuantas víctimas había arrebatado ya la vida. Me convertí en un ser sanguinario, egoísta capaz de cualquier cosa por conseguir sangre humana, saliendo de mí mismo, un monstruo que desconocí por completo. Mis actos llamaron pronto la atención de los pueblos vecinos, cundiendo el pánico entre el gentío que escuchaba hablar de un bebedor de sangre que se refugiaba entre las sombras de la noche para destripar a sus víctimas, a su preferencia, jovenes vírgenes y de cabello rojizo. Y así fue como la leyenda que las madres les contaban a sus críos para que se durmieran por las noches y no alborotaran la casa, se convirtió en realidad.
Con el tiempo, gracias a mis contactos, a mi inmortalidad y a mis dones persuasivos, logré situarme en las cúspides de las más grandes hazañas históricas jamás contadas. Le pareceré un aburrido viejo cuentacuentos, pero... ¿Sabía que batallé junto a Xerxes y su Imperio aqueménide en la Batalla de las Termópilas contra los espartanos? Y... ¿le suena la famosa leyenda de Atlantis? No fue una leyenda, no en su totalidad, pues es cierto que hubo una isla, Thera, que sufrió las tragedias que se describieron... ¿y sabe? Yo estuve allí. ¿Y Jesucristo? Vamos, yo me encontraba de vacaciones por aquellas tierras cuando se dijo que había aparecido el Mesías y...no, no quisiera seguir por éstas sendas, pues no me interesa realzar mi nombre más de lo debido, pero sí quisiera destacarle que he estado en el mundo más tiempo de lo debido y deseado, convirtiéndome así, en uno de los vampiros Originales, uno de los primeros que fue concebido como tal y que con el paso del tiempo, sigue existiendo. Hubo más como yo -incluso de otras razas-, con los que me he ido cruzando de vez en cuando y cuyas historias son casi tan apasionantes como la mía misma, sólo que no me pertenece a mí relatarlas, al menos, no aquellas que no me conciernen. Pero hay una que sí me interesa, y es la de mi reina, Dariel, una bellísima vampiresa cuya historia se remonta en mis tiempo humanos, pues ella fue parte de un botín que mi tribu robó de otra más lejana. Como tributo para el rey de la aldea, reclamé a la muchacha, hipnotizado por sus singulares cabellos rojizos y su fiera mirada. La hice mía, como a otras tantas decenas de mujeres, pero ella siempre fue mi favorita... Incluso en ella pensé cuando deseé fervientemente que otro padeciera la condena de la inmortalidad, buscándola tras mi conversión, esperando que diera a luz a uno de mis hijos para encontrar la forma de que ella siempre permaneciera conmigo por siempre jamás, como mi compañera, como parte de mí mismo, ignorando el rencor que al principio nacía de su pecho y que poco a poco fue derivando a un sentimiento igual de ardiente pero bañado en ternura y admiración. En cuanto a nuestro hijo en común, Dhémien... lo cierto es que le abandonamos tras su nacimiento, siendo conscientes de que no podíamos mantenernos cerca de él sin lastimarle y, aunque suene cruel que de mi boca salgan las siguientes palabras, lo cierto es que no residía ni un ápice de interés en aquél mocoso, pues en aquél entonces, recién convertido en un inmortal, lo único que en mi cabeza había sitio era para pensamientos sobre sangre y sexo. Y aquél niño no podía proporcionarme ni una cosa ni otra... aunque cabe mencionar, que más adelante reapareció en mi vida y, tras cumplir su parte de un absurdo y mezquino reto propuesto por mí mismo, tuve que convertirle, aunque más que creer que le hacía un favor pues era su deseo ser como yo, en los recovencos de mi ser siempre deseé que sufriera la más horrible de las condenas inmortales. Como dije, nunca le amé. No lo hice al verle nacer ni lo hice milenios después, colaborando con un vampiro al que había convertido mi hijo y que deseaba deshacerse de Dhémien por venganza, aunque por las últimas noticias que me han llegado, mi hijo jamás dejó éste mundo y ahora, algo me empuja a terminar lo que una vez empecé.
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Soy nómada, nunca estoy en el mismo lugar más de un siglo como mucho.
Siempre oculto mi identidad, no suelo relacionarme con otros que no sean mi pareja o mis allegados más íntimos, impidiendo que nadie descubra mi existencia sobre la faz de la Tierra, considerándolo un peligro para mi supervivencia.
Galia di Marco- Humano Clase Media
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