Nomeolvides [Aleksander]

La luna llena se zambulló en la cristalina agua de aquella laguna escondida entre la extensa y abrupta vegetación del bosque, envuelto aquél paisaje por un azabache manto estrellado que pretendía abrigar a la única testigo de mi desnudez pues, nadando sigilosamente me encontraba aquella noche solitaria y fría como el hielo, casi tanto como mi propia piel ahora recubierta por gotas de agua que humedecían también mi larga cabellera achocolatada.

La brisa trajo a mis pulmones la fresca fragancia de las flores Nomeolvides que rodeaban el lago, haciendo que mis párpados cedieran hasta cerrarse, bajando mi guardia, relajándome al fin en la inmensidad de la nada, sonriendo cuando escuché algunos grillos silbar una bella sinfonía dedicada a mí, sólo a mí, pues nadie más se hallaba en aquél paraje aquella noche... O eso pensaba, pues sin esperarlo, mi olfato me trajo el inconfundible aroma de un humano cerca. ¿Un curioso a esas altas horas de la madrugada? ¿En medio del bosque? Abrí mis ojos con rapidez y torcí una sonrisa complacida.

- Hoy no tendré que ir en busca de la cena. La cena viene a mí.- susurré de forma casi inaudible, volteándome poco a poco hacia una figura que apareció entre la espesura del follaje, sonriéndole mientras avanzaba hacia él, contoneando mis caderas, mostrándole al desconocido, la auténtica y pura belleza de mi desnudez.

Aleksander padecía de insomnio normalmente y aquella era una de las muchas noches en las que no se le había aparecido nada interesante que hacer. Había intentado dormirse hacía ya varias horas pues quería aprovechar la mañana siguiente haciendo un par de cosas... Sin embargo, el sueño no había llamado su puerta. Tras varios intentos en vano de dormir, decidió levantarse de la cama y salir de casa para dar una vuelta. Aunque no sin haber cogido antes su inseparable saco que usaba a modo de mochila. Nunca sabía lo que podía necesitar, y mucho menos a aquellas alturas de la madrugada.

Casi sin quererlo y sin darse cuenta, en busca de un lugar tranquilo, acabó adentrándose en el bosque. En el fondo sabía que allí no se encontraría con nadie... o por lo menos eso era lo que él esperaba. Necesitaba tranquilidad y no pensaba que allí pudiera haber alguien, sobre todo teniendo en cuenta las horas que eran. No sería la primera noche que terminaba en el bosque. Extrañamente aquello se había vuelto en una especie de costumbre. Le gustaba sentarse frente a la laguna y relajarse escuchando únicamente el ruido del agua sobre las pequeñas rocas. Sin embargo, aquella noche parecía escucharse algo más que eso. Puso sus cinco sentidos en alerta casi de forma automática y llevó una mano al bolsillo de sus pantalones, donde guardaba un pequeño cuchillo de nada.

- ¿Hola? ¿Quién anda ahí? - al principio únicamente escuchaba pasos, pero fue al girarse cuando se percató de que una especie de silueta se acercaba hacia donde estaba él. Desde aquella distancia apenas podía distinguir algo más. Aunque poco a poco pudo darse cuenta de que se trataba de la silueta de una mujer. No llegó al sacar el cuchillo tras pensar que no tenía nada que temerle a una mujer. Además, en aquellos momentos se encontraba algo desconcertado... y no por encontrarse a alguien a aquellas horas, sino porque la luz de la luna parecía reflejarse sobre un cuerpo húmedo y desnudo de mujer. Tragó saliva, sintiéndose algo nervioso y atraído a la vez - Ehm... esto... ¿Necesitáis ayuda? - no pudo evitar pensar que aquella mujer tuviera frío. Tal vez hubiera perdido la ropa. No era coherente, pero... ¿qué podía resultar más coherente en esos momentos? Lo más lógico sería pensar que era un espejismo o algún tipo de alucinación. Ni en las mejores fantasías de Aleksander se encontraba así como así con una mujer desnuda al completo.

Detuve mi avance por aquellas gélidas aguas en cuanto me encontré a unos metros de aquél joven desconocido al que en mi fuero enterno ya apodaba como mi presa, escrutando divertida aquél mirar que reseguía mi desnudez sin a penas disimulo. Extendí entonces mi mano empapada hacia él como un gesto de invitación, extendiendo en mis labios la más dulce y radiante de mis sonrisas.

- Vos sois lo que necesito.- respondí con voz melosa, pausada y suave como una caricia primaveral, ladeando un poco mi cabeza para que mis cabellos mojados se despegaran de mi semblante en penumbras.- Acompáñeme.- le pedí, recortando distancias hasta posar mi mano fría sobre su mejilla derecha y la otra sobre su hombro izquierdo, deslizando mis dedos hacia los botones de su camisa que con cuidado y sutileza desabroché uno a uno, percibiendo cómo su piel se estremecía y sus poros se erizaban a mi contacto, alzando entonces mi mentón hacia él, despojándole al fin de aquella camisa que lancé lejos de su abasto para así, acariciar sus pectorales hasta situar mis manos sobre su mandíbula inferior, poniéndome de puntillas, respirando entonces sobre su boca.- Deme su calor.- susurré justo antes de enrredar mis dedos entre sus cabellos castaños, acercando su rostro al mío, robándole, efímeramente, un beso en los labios, lamiendo su labio inferior para, de repente, soltar una carcajada melódica, tomando su mano y tirando de ésta hacia las profundidades de la laguna, queriendo así, jugar con él.

Mientras tanto, la Naturaleza pareció acogernos con una melodía nostálgica bajo el cielo estrellado y la luna que en aquellas aguas se reflejaba en silencio, atenta a cada uno de nuestros movimientos, convirtiendo aquella noche en un momento casi mágico. ¿Lo sería también el sabor de la sangre de aquél joven? Me relamí los labios ante aquél pensamiento mientras mis manos le abrigaban en un abrazo que escondía macabras intenciones...

Intentó desviar la mirada del cuerpo de aquella mujer en más de una ocasión, por educación, pero extrañamente no se sentía capaz. Era como si sus ojos hubieran quedado hipnotizados ante esa extrema belleza que relucía en las curvas de aquel cuerpo mojado. Claramente Aleksander no sabía a qué se estaba enfrentando, nunca se había visto en una situación parecida, y había ido a parar con su mayor punto débil: las mujeres. La que tenía en esos momentos delante era una de las más atractivas que había visto nunca. Todavía le costaba aclarar la situación, se sentía algo desorientado por culpa de no encontrar ninguna explicación lógica, y seguramente se notase en la expresión de su cara. Tal vez fuera evidente que aquella joven no era humana, pero los pensamientos de Aleksander estaban algo nublados en esos momentos. ¿Alguien sería capaz de pensar con claridad con un cuerpo desnudo como ese delante? Puede, sí, pero él no.

Se quedó boquiabierto, literalmente, cuando ella se detuvo a escasa distancia de él. Tenía que hacer grandes esfuerzos por dejar de mirarla tan fijamente y, sobre todo, por mirarla a la cara y no a otros sitios. Cuando quiso darse cuenta ya no llevaba la camisa puesta, no había sido consciente de ello hasta que sintió las manos de aquella mujer sobre sus pectorales. Sus manos estaban frías y consiguieron que se le erizase la piel casi en el instante.

Aquella voz tan sensual, ese cuerpo, ese gesto, esa caricia, ese beso... sin duda alguna fueron las causantes de que Aleksander hubiese notado una inminente erección en el interior de los pantalones. De un momento a otro un calor sofocante se había apoderado de su cuerpo. Correspondió al beso casi inconscientemente, dejándose llevar, completamente hechizado. Cuando ella cortó el beso, él se quedó con ganas de más. Tal vez por ello se hubiera dejado arrastrar hacia el interior del agua. Agua bastante helada para su gusto. Fue el frío del momento el que consiguió traerle de vuelta a la realidad.

- ¿Quién eres? ¿Y qué estás haciendo aquí? Yo... no... No entiendo nada de lo que está pasando - titubeó casi sin darse cuenta, sintiéndose nervioso ante aquella misteriosa situación. Se sentía atraído por aquella mujer y la tentación de dejarse llevar era demasiado grande, pero... ¿qué estaba pasando? - ¿No tienes frío? Tal vez debamos salir del agua... - tenía intenciones de retroceder un par de pasos para volver a la orilla, pero fue entonces cuando notó los brazos de aquella desconocida rodeándole. Claramente no conocía sus intenciones, ni siquiera habría sido capaz de imaginárselas en esos momentos, por eso terminó acercándose a ella él también en busca de contrarrestar el frío que le había provocado el agua contra la cálida piel desnuda de la desconocida. Sin embargo, no fue una piel cálida lo que se encontró. Ella parecía estar helada...

- Shhh… No rompa el momento.- susurré sensualmente cerca de su oído, lamiendo el lóbulo de su oreja tras pronunciar aquellas escuetas palabras, aferrándole a mí para que su piel sintiera el contacto de mis senos desnudos, separando mi rostro de su cuello en cuanto mis glándulas salivaras segregaron más saliva de la deseada, relamiéndome los labios disimuladamente antes de perderme en su mirada clara y centelleante, siempre expectante a mis gestos y movimientos.- Si tiene frío, permítame que sea mi piel su único abrigo.- sonreí pícaramente, mordiéndole suavemente su labio inferior para, muy lentamente, escurrirme entre sus brazos, deslizándome por su cuello, deteniéndome en su pectoral para besarlo un par de veces, bajando más allá de su cadera, por lo que mi cabeza quedó sumergida de nuevo en el agua, abriendo mis ojos y conteniendo el aliento tan innecesario para mis polvorientos pulmones, ampliando mi sonrisa y moviendo mis manos hacia la hebilla de su cinturón, desabrochándola con sigilo, mordiéndome los labios en cuanto ésta cedió y sus pantalones se aflojaron, contemplando divertida cómo el simple vaivén del agua era suficiente para que su prenda cayera poco a poco por sus muslos y piernas, ejerciendo sobre ésta un simple tirón para despojarla completamente de aquél muchacho que en apariencia al menos, parecía tener mi edad.

Le concedí la licencia de mantener en su sitio su ropa interior, el último obstáculo que nos separaba realmente, extendiendo mis brazos hacia el cielo y dándome un pequeño impulso con los pies para nadar elegantemente hacia la superficie, tomando una bocanada de aire en cuanto mis ojos volvieron a encontrarse con los de él, que parecía aun estupefacto, gesto que me hizo reír relajadamente.

Llevé mis manos a mis cabellos mojados, extendiéndolos hacia atrás para que mis mechones no empañaran mi semblante y las expresiones que mi rostro iba adoptando a lo largo de los minutos frente a aquél desconocido. Sin dudarlo, recorté distancias y de nuevo me quedé muy cerca de él, pasando mis brazos por encima de sus hombros, encontrando mis dedos a la altura de su nuca, enredándolos para formar una soga a su alrededor que fui estrechando a medida que mi anatomía chocaba con la suya en un roce provocativo capaz de despertar sus instintos más fieros y animales que sabía habitaban en su interior bajo aquél caparazón de caballerosidad y racionalidad. Sin duda, la cordura estaba sobrevalorada y yo anhelaba encargarme de hacérselo ver a aquél muchacho de cabello cobrizo y labios carnosos por los que sin querer, suspiré.

Y cuando, de nuevo sus labios se despegaron para pronunciar alguna que otra palabra capaz de romper la magia y el silencio que nos envolvía en una situación de ensueño, la yema de mi dedo índice se posó sobre su boca, sonriéndole con complicidad, justo antes de dar un brinco y enredar mis piernas en su cadera, apegándome así, a su anatomía: él era mi presa y no le dejaría escapar de mí.

De nuevo, mi boca ardiente y lujuriosa cayó sobre su piel, provocándole reacciones a los estímulos que su cuerpo recibía de mis caricias, de los vaivenes de mi cadera, de aquellos roces que le enfermaban hasta hervir su sangre bajo la yema de mis dedos.

Su sangre...

Su gran excitación propiciaba que su corazón latiese a un ritmo frenético y bombeara mucha más sangre a sus venas, llegando a mis fosas nasales el aroma de ésta, la calidez que se desprendía, imaginando en mi paladar su dulce sabor...

Cerré un momento los ojos y dejé de respirar para serenar mis sentidos, pues lo cierto es que deseaba controlar mis impulsos carnívoros, pues aquél joven me agradaba lo suficiente como para querer disfrutar junto a él de una noche pasional. Solos su cuerpo y el mío, sin más nombre ni dato, siendo un par de interrogantes que se conocen, se atraen, se desata la locura y luego... No, él no moriría aquella noche. No era por falta de ganas, ni mucho menos, pero tras el cambio que supuso para mí aquél ritual de hacía ya diez años... Había dejado de matar, por lo que me limitaba a alimentarme pacíficamente de mis víctimas antes de borrar de su mente cualquier recuerdo que me involucrara en sus mortales vidas.

Abrí de nuevo mis ojos y retomé la respiración, ya más sosegada, sonriéndole mientras mis dedos, aun enrrollados en sus cabellos, masajeaban su cabeza para relajar sus músculos y su persona en sí, correspondiendo todos y cada uno de sus besos desesperados, sintiendo cómo su erección empezaba ya a hacerme perder la cabeza, deseando ser descubierta por su miembro, ultrajada por él, explorada por él... hasta el más profundo de los cielos.

Con un más que practicado y experimentado movimiento de mis piernas enlazadas en su cadera logré bajar sus calzones hasta las rodillas, riendo cuando, con un ágil movimiento, encabí en mi entrepierna la formidable virilidad de aquél hombre, escapándoseme un gemido que se confundió con un suspiro de la brisa nocturna, echando mi cabeza hacia atrás y arqueando mi espalda para sentir cómo su verga arañaba suavemente mis entrañas.

Sintió cómo, a mitad del beso, la joven se las apañaba para bajar sus calzones, lo cual agradeció. Su miembro llevaba tiempo deseando ser liberado y queriendo profundizar en el sexo que tanto se rozaba con él. De un momento a otro, sus deseos se volvieron realidad, consiguiendo que a Aleksander se le escapara un leve gemido al sentirse dentro de aquella mujer. Era un contacto más que placentero y procuró profundizarlo aún más presionando con las manos sobre el trasero de la desconocida, como si buscara explorar lo más profundo de su cavidad.

- Creo que... ya me has controlado bastante... Ahora... me toca a mí... - consiguió decir con la respiración completamente agitada, entre suspiros que escapaban de vez en cuando, y procurando mantener una sonrisa pícara entre los labios. Ahora le tocaba jugar a él. Normalmente, con las mujeres, a Aleksander no le gustaba sentirse controlado. Le gustaba saber que podía tener siempre el control de la situación, sobre todo en temas sexuales, y ya había hecho bastantes excepciones con aquella desconocida...

Se encaminó hacia la orilla de la laguna, todavía con ella enredada sobre su cintura y con su miembro en el interior de ésta. Sin embargo, al llegar a la orilla, se arrodilló sobre las piedras para inclinarse hacia delante lo suficiente como para conseguir que ella quedara tumbada sobre el suelo. Y fue entonces cuando la obligó a despegarse de él, queriendo hacer las cosas a su propio antojo. Agarró las muñecas de la joven con ambas manos para mantenerlas fuertemente contra el suelo, impidiendo así que ella pudiera tocarle, como si quisiera dejarle claro que era él quien controlaba la situación en esos momentos.

El miembro de Aleksander, palpitante y jadeante, estaba ansioso por volver a colarse entre las piernas de aquella mujer. Sin embargo, él prefería hacerla sufrir un poco, buscando desesperarla. Por esa razón, soltó una de las muñecas de la muchacha para colocar delicadamente la punta de su verga sobre su clítoris, el cual frotó con su carne varias veces, únicamente deslizándolo por encima. Al final acabó metiéndosela con suavidad antes de volver a sacarla por completo, como si quisiera que la muchacha le pidiera o rogase que la hiciera suya. Quería que enloqueciera. Finalmente volvió a meter su miembro dentro de su sexo de un tirón seco y profundo, llegando a sus paredes más interiores, llenando todo su orificio de una fuerte embestida mientras seguía sujetando a la muchacha de las muñecas para mantener las manos de ésta lo más alejadas posible de él.

Mi respiración, calmada y sosegada era la única que en aquél paraje podía escucharse más allá del rumor del agua contra las rocas. Cerré mis ojos, arqueando completamente mi espalda pese a dejar que aquél hombre creyera tener el control sobre mí y mis manos, abriendo mis piernas lo más que pude, sintiendo cómo mi vagina se humedecía a cada roce que recibía por parte del miembro viril de él.

Inspiraba por la nariz para dejar escapar mis suspiros entre los labios, hundiendo mis uñas en aquél terreno cubierto de vegetación, impregnándose mi piel del aroma de aquél humano que entre embestidas y juegos provocativos iba depositando sobre mi desnudez pequeños besos y mordiscos tan estremecedoramente placenteros que erizaban mi piel y tensaban mis músculos por momentos de goce.

Despegué entonces mis párpados poco a poco, contemplando, anonadada, la belleza de su figura, el contorno de sus músculos, las sombras en su rostro, el brillo de sus ojos, imaginando sobre mi boca la textura de sus labios carnosos, la suavidad de sus cabellos, la calidez de su piel sobre mi cuerpo aun húmedo y gélido como el hielo.

Él jugaba conmigo y lo cierto es, que me encantaba. La electricidad recorría mi piel y pequeñas chispas me hacían gemir, removiéndome bajo su cuerpo, implorando en silencio que sucumbiera a los placeres que le ofrecía mi entrepierna, obteniendo más juegos que me lanzaban a la espiral abismal de la locura por contener una lujuria que anhelaba fervientemente desatar a mi manera.

Por ello, torcí una sonrisa y decidí que ya había fingido lo suficiente, por lo que, haciendo uso de mi fuerza como inmortal, tomé sus manos entre las mías al liberarme de su presión y giré con él enredado en mi cuerpo, quedando sobre él, besando la punta de su nariza para entonces, baja hacia su miembro erecto y ahora fuera del alcance de mi vagina, empezando a jugar con su verga, lamiéndola, devorándola con fervor, ejerciendo cierta presión con mis dientes, sonriente al ver la reacción de su cuerpo a mis estímulos. Entonces, empecé a ascender por su anatomía, dejando un rastro de besos por su vientre y pecho, llegando a su boca, la cuál fundí con la mía en un beso voraz, profundizando mi lengua en su boca para jugar con la suya y empaparme en su saliva, mordiéndole con fuerza su labio inferior, del cuál emanó unas gotas de sangre que recogí gustosamente con mi lengua antes de separarme de él y contemplarle, divertida y ahora... sedienta.

- No deberíais jugar con fuego... podéis quemaros.

Se sentía poderoso en los momentos en los que se encontraba encima de esa mujer y aquello le provocaba todavía más placer. Le gustaba pensar que tenía el control de la situación y que podía manejar a su antojo a aquella desconocida. Y sobre todo le gustaba provocarla, hacerla enloquecer y gemir por pura impaciencia. Estaba dispuesto a seguir haciéndola sufrir por la espera durante un poco de tiempo más, pero fue entonces cuando, casi sin poder evitarlo, acabó viéndose en la posición inversa: justo debajo de ella.

Al principio se quejó, pues quería volver a sentir el control, pero no se vio con las fuerzas suficientes para expresar su molestia en voz alta pues no tardó en sentir las caricias de los labios de la joven sobre su cuerpo. Caricias que fueron descendiendo hasta llegar a su verga. Intentó contenerse, pero los gemidos acabaron escapando de su boca de forma inevitable cuando ella comenzó a lamerle y devorarle de esa forma, toda esa lujuria estaba haciéndole enloquecer de puro placer. Llevó ambas manos hasta los cabellos de la muchacha, enredándolas en ellos y agarrándolos con fuerza para darle a entender que no quería que se detuviera nunca. Sin embargo, su miembro fue abandonado al poco tiempo de una forma bastante cruel para Aleksander pues no había querido dejar de sentir su miembro entre los labios de la joven. Quería más, mucho más, y se lo demostró correspondiendo al beso con fiereza. Sintió dolor sobre su labio inferior debido al mordisco que recibió después, pero el placer y las ganas de más le habían cegado por completo, impidiendo que fuera consciente de la sangre. En lo único que podía pensar en esos momentos era en penetrarla hasta cansarse.

- Jugaré con todo el fuego que yo quiera... - respondió casi en el instante y entrecortadamente debido a su respiración agitada, orgulloso y cabezota como él solo, para nada dispuesto a recibir cualquier tipo de orden por parte de nadie. Ya había dicho que no le gustaba sentirse controlado ni manejado, y mucho menos iba a cumplir órdenes... por mucho que aquella mujer le estuviera haciendo disfrutar como nunca.

Quien estaba desesperado y completamente impaciente en esos momentos era él. Su miembro se encontraba en su máxima excitación, deseando ser envuelto de nuevo entre las piernas de la joven, ardiendo dolorosamente ante la falta de contacto. Necesitaba sentirse dentro de ella, ya no sólo lo quería, lo necesitaba. Seguía estando debajo de ella, pero en esos momentos se sentía sin control y completamente lujurioso como para seguir únicamente mirándola.

Con toda la fuerza de la que dispuso en ese instante, quiso empujarla con su propio cuerpo para conseguir volver a quedar sobre ella. Sonrió de manera triunfal, volviendo a acomodarse sobre las piernas de esa maravillosa mujer para poder penetrarla y llegar a lo más profundo de una sola embestida, volviendo a disfrutar del placer que le proporcionaba su vagina completamente humedecida. Siguió embistiéndola con ferocidad, empujando cada vez con más fuerza, con más garra; dispuesto a no dejar de embestirla hasta que el placer acabase con él.

Solté una carcajada dispersa en cuanto escuché su repuesta que sin duda, me conquistó. Me gustaban los hombres como él, dominantes, masculinos, salvajes, jóvenes, atractivos... y con aquél dulce aroma a sangre que aun saboreaba en mi paladar fruto de aquél mordisco robado.

Y las sorpresas. Oh, adoraba que me sorprendieran, quizás porque no solía desarmarme ya nada. Lo cierto es, que aquél muchacho empezaba a despertar en mí cierto interés, cierta curiosidad. Quizás fue precisamente en ese momento de vacilación por mi parte lo que propició que de nuevo, él se asentara entre mis piernas, posicionándose sobre mí, recuperando el control, cosa que me hizo gracia.

- No te rindes fácil.... mente.- concluí tras un sonoro gemido que ahogó mi voz, pues su salvaje y repentina embestida me robó el aliento por un momento, dejándome temblando por la ferocidad de sus movimientos pélvicos, clavando mis uñas en su espalda y arañando sin piedad su carne, jadeando, gimiendo y dejándome abrazar por el deseo, la pasión, el goce y el destiempo.- Oh, Dios... No te... detengas... Ház...me tu...ya...- balbuceé jadeante, moviendo mis manos hacia sus cabellos, enredando en ellos mis dedos, descendiendo hacia su rostro para sostenérselo antes de fundirme en un beso apasionado en cuyo interior danzaron nuestras lenguas deseosas de más.

Cuanto más excitada me sentía y más lejos llegaba aquella cópula, mis instintos más fácilmente afloraron, por lo que pronto mis colmillos asomaron entre mis labios carmesíes y sin vacilar, tomé su cuello e hinqué el diente en él, desesperada, inciando así, una orgia de sangre, degustando su sabor con lentitud, excitándome aun más por aquella explosiva mezcla de placer y sangre.

Le encantó haber podido robar ese repentino y sonoro gemido que había cortado la frase de la muchacha tras esa primera y profunda embestida. No había nada como escucharla gemir, entre jadeos, a la vez que él procuraba acallar los suyos. Y no se rendía fácilmente, no, ya había quedado claro que le gustaba poder controlarlo todo, y el ritmo de la penetración no iba a ser menos.

Intensificó cada una de las embestidas, incrementando la velocidad cada vez un poco más, sintiéndose a punto de estallar de placer a la vez que notaba cómo entraba y salía del húmedo interior de la desconocida constantemente. Creía haber alcanzado el máximo nivel de excitación y, al igual que ella pedía, no quería detenerse nunca. Le gustaría poder conseguir que aquel momento fuera eterno, estaba disfrutando demasiado como para que terminase. Las uñas de aquella mujer se clavaban en su espalda, provocándole seguramente arañazos profundos, pero la satisfacción era mayor que el dolor. Se podía decir que nunca había experimentado un dolor tan placentero.

Las embestidas no cesaron en ningún momento. Siguió hundiéndose entre sus piernas, presionándola sin compasión, empujándola hacia el precipicio del orgasmo. El sudor empañaba su piel y resbalaba por su vientre, se sentía a punto de alcanzar el climax y su miembro palpitaba de impaciencia, llevándole a un estado de salvaje frenesí. Por eso volvió a entrar en ella con una poderosa embestida, notando cómo un calor abrasador caldeaba sus entrañas.

Correspondió al beso casi sin aliento, sin dejar de penetrara todavía, sintiendo un orgasmo inminente. Intentó alargar el momento, pero no pudo por mucho más tiempo, y seguramente ella notó cómo se hinchaba en su interior, a punto de derramar en abundancia su preciada carga. Al final estalló de pasión y sufrió un violento espasmo que le dejó paralizado durante un par de segundos, corriéndose en el interior de aquella desconocida, en lo más profundo de su ser.

Fue en esos momentos del orgasmo, durante los segundos en los que no pudo moverse por culpa de los espasmos provocados por el placer, cuando sintió algo extraño sobre su cuello. Algo que parecía estar clavándose en él. Su último grito de placer se mezcló con el dolor. Abrió los ojos tras haber descargado toda su esencia en ella, volviendo a la realidad casi en el instante y siendo consciente de lo que estaba pasando. Le... le estaba... ¡le estaba chupando la sangre! Acababa de perder toda clase de confianza en ella y quiso separarse, alejarse y retirar su cuello para no seguir sintiendo la presión de esos colmillos; sin embargo, ya había descargado antes todas sus fuerzas y energías follándose a... una vampiresa. No se lo podía creer.

- ¡Suéltame, joder! Quita esos malditos colmillos de mi cuello - consiguió decir al fin, gastando lo poco de aliento que le quedaba, todavía intentando liberar su cuello, consiguiendo únicamente hacerse más daño. En esos momentos se maldecía interiormente por no tener a mano ningún tipo de arma. Se sentía exhausto, cansado y débil, pero a la vez deseaba levantarse y marcharse del lugar. Era consciente de que podía morir perfectamente en manos de cualquier vampiro y eso no le tranquilizaba en absoluto. Por esa razón siguió forcejeando, queriendo alargar uno de los brazos para alcanzar sus pantalones, los cuales se encontraban ya en la orilla. Era consciente de que en uno de los bolsillos había un cuchillo.

Sus flujos entraron en mi interior tras una explosión que me hizo arquear la espalda y soltar un sonoro gemido que arañó el silencio del paraje en el que desnudos y abandonados al placer nos encontrábamos aquél desconocido y yo.

Y precisamente cuando mis entrañas eran inundadas por su esencia, mis colmillos se clavaron en su piel, succionando su sangre con lentitud, delitándome con su exquisito y cálido sabor.

Bebí de él, ignorando sus palabras y forcejeos, apartándome de él sólo cuando me sentí satisfecha, relamiéndome los labios aun manchados con resquicios de su sangre. Le miré con diversión e intuí por su enfado, que no se limitaría a abandonar aquél lugar corriendo despavorido como la mayoría de mis víctimas, por lo que me atreví a lanzarle un reto de interesante respuesta.

- Bésame o mátame.- le susurré al oído en cuanto volví a posarme sobre él, lamiendo el lóbulo de su oreja a la espera de su contestación, esperando poder divertirme un rato más con aquél humano antes de manipular su mente y propiciar así, que se olvidara de mí y de lo ocurrido aquella fría noche otoñal en la que la suerte le había guiado los pasos hasta mí.

Todo el placer que había llegado a experimentar antes había quedado completamente camuflado desde el momento en que sintió los colmillos de esa desconocida sobre su cuello. La sensación no terminaba de gustarle, y mucho menos conociendo su odio hacia criaturas de ese tipo. Incluso comenzó a agobiarse al darse cuenta de que sus forcejeos resultaban inútiles pues ella no parecía ir a soltarle hasta quedar satisfecha. Puede que en esos momentos su odio hacia aquella raza hubiera incrementado mucho más.

Le dolía el cuello y se sentía cansado, ya no sólo por haber estado follándosela con todas sus fuerzas, sino también por la pérdida de sangre. Temía que aquella vampiresa no se sintiera saciada en ningún momento y acabase con su vida. Por eso no desaprovechó la oportunidad cuando ella se separó de su cuello, e intentó levantarse para ir en busca de su mochila. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, volvió a sentir el cuerpo de esa mujer sobre el suyo, impidiéndole poder alejarse. La miró con todo su odio contenido, aunque cuando quiso darse cuenta un escalofrío le había recorrido de los pies a la cabeza por culpa de la sensualidad con la que ella susurraba y le lamía el lóbulo de la oreja. Por un momento le entraron ganas de volver a besarla, a punto estuvo de hacerlo, pero no tardó en autoconvencerse de que no debía hacerlo. Era una vampiresa y él un cazador.

- Preferiría morir antes que volver a besarte -consiguió decir al fin tras haber contenido la tentación de besarla, le había costado bastante para su gusto, pero igualmente no faltó la repugnancia en sus palabras - Dejaría que te pudrieras de la forma más cruel si pudiera, tenlo por seguro - añadió finalmente, haciendo referencia claramente a lo de matarla, pues lo haría sin ningún tipo de remordimiento. Justo como la raza de la joven mataba sin piedad a muchos inocentes. Se removió desde debajo de ella aún sabiendo que era inútil intentar quitársela de encima. Sabía que estaba perdido si ella decidía matarle, pero su odio y orgullo hacia los vampiros le impedía poder mostrar cualquier otra postura que no fuera la de desprecio.

Hice un puchero infantil, frunciendo mi nariz y mis labios ante su comentario, riendo finalmente.

- Te equivocas.- repliqué con sencillez.- No quieres morir y yo no voy a matarte. No porque me lo haya pasado bien contigo o porque me parezcas un sujeto interesante.- reí.- Me alimento de humanos porque necesito su sangre para sobrevivir, más no los mato.- concluí con dulzura, acariciando su mejilla con ternura antes de acercar mi rostro al suyo, robándole un efímero beso.- No quiero dañarte pero no me interesa pelear contigo. Lo mejor sería que me olvidaras...- sugerí con una sonrisa un tanto triste.- Mírame, así podrás marcharte sin sentir repugnancia hacia aquella que te robó un beso. Sigue tu vida ajeno a mi recuerdo. ¿Trato hecho?- le propuse cordialmente, guiñándole el ojo antes de dar un brinco y apartarme de él, pues ya no deseaba nada de aquél joven, había obtenido al fin su calor y su sangre suficiente para ver un nuevo anochecer.

Pero aquél muchacho parecía no cansarse de sorprenderme...

Que ella pareciera estar riéndose de él le provocaba aún más odio. Por eso siguió mirándola de la misma forma conforme ella hablaba. No le importaban los motivos por los que no le matase. Estaba seguro de que a lo largo de su vida habría matado a miles de personas que ni siquiera lo merecían, como todos los de su raza.

- No esperes que te dé las gracias - respondió secamente, tan tozudo como siempre cuando se le metía algo en la cabeza. No tenía intenciones de comportarse con ella de otra forma, al menos ahora que sabía que era una vampiresa. Además, ¿por qué iba a agradecerle que no fuera a matarle? - No te mereces mi sangre. Ni la mía, ni la de nadie - no le gustaba saber que había ayudado a que ella sobreviviese. Mucha gente había ayudado a eso muriendo, como sus padres, y ese recuerdo le hacía enfurecer aún más. Esta vez su odio era demasiado grande como para estremecerse con las caricias de esa mujer, incluso le enfadó un poco que le diera ese beso - No hay tratos que valgan. Prefiero seguir recordando tu cara. Matarte se encuentra ahora en mi lista de futuras cosas por hacer - por esa razón desvió la mirada, suponiendo que así podría librarse de que le borrase la memoria. No quería volver a sentirse manipulado.

Había estado a punto de coger una piedra para golpearla con ella y quitársela de encima. Sin embargo, no llegó a hacerlo pues pudo levantarse a los pocos segundos. Se levantó del suelo con toda la rapidez que le fue posible y se alejó lo suficiente, sin darle la espalda -pues no se fiaba de ella- y dirigiéndose finalmente hacia sus pantalones. Era la única prenda que tenía a la vista. Se los puso y se limpió las gotas de sangre que quedaban sobre su cuello, algo doloroso todavía, y buscó entre sus bolsillos ese cuchillo que ansiaba clavar en ella.

Chasqueé la lengua contra el paladar y negué con la cabeza, avanzando paulatinamente hacia él, contemplando divertida cómo osaba amenazarme con un cuchillo.

- Cariño... no se levanta un arma contra una dama, es una falta de respeto.- espeté divertida ciertamente, deteniéndome a unos metros de él.- Tu decides.

Me encogí de hombros y entrecerrando los ojos, vertí sobre aquél muchacho parte de mi poder mental, aquél que infringía dolor físico aunque realmente, ninguna herida fuera visible. El dolor era horrible, capaz de doblarle las rodillas y caer a gatas sobre el terreno, deseando la muerte antes de sufrir semejante tortura. Y así fue cómo le hice daño con la simple intención de que soltara aquél cuchillo que aunque poco daño podía hacerme a mí, odiaba pelear después de comer.

- ¿Puedo borrarte la memoria o me obligarás a matarte?- insistí, ya un tanto aburrida de aquella situación y con ganas de volver a casa, tomar una copa de sangre junto a la chimenea y acostarme, pues el alba no tardaría en arañar ya el firmamento azabache que nos cubría.- No seas ingenuo, pequeño, si casi ocho siglos no han acabado conmigo, no lo harás tú, créeme.-reí sonoramente ante sus últimas palabras.

En el fondo sabía que podría hacerle bien poco únicamente con un cuchillo. Aleksander tenía bastante poca experiencia como Cazador, apenas un año o dos, y hasta ese momento siempre había tenido la suerte de encontrarse con vampiros débiles y jóvenes. Sin embargo, en aquella situación no parecía jugar la suerte de su parte. Ella no parecía inexperta precisamente.

Al ver que se acercaba, levantó el cuchillo aún más, queriendo indicarle que se estuviera quieta. Sin duda, Aleksander no sabía lo que podía esperarle. De un momento a otro, un intenso dolor invadió todo su cuerpo, obligándole a caer al suelo de rodillas y soltando el cuchillo como consecuencia. Nunca había experimentado un dolor tan horroroso como aquel. Un grito desgarrador salió desde lo más profundo de su garganta, le ardía el cuerpo, le quemaba el pecho, apenas podía respirar.

- Para... por favor... - consiguió decir casi inaudiblemente, intentando recomponerse todavía desde el suelo. Tuvo que coger una bocanada de aire cuando el dolor dejó de abrazar su cuerpo. En esos momentos le quedó claro que no podría vencer a aquella vampiresa por mucho que quisiera - Está bien... está bien... - dijo al fin, muy a su pesar, sintiéndose demasiado dolorido como para volver a ponerse en pie - ¿Qué recordaré luego? ¿Hasta dónde vas a hacer que olvide? ¿Puedo recordar, al menos, hasta el momento en el que me mordiste? - puestos a elegir los pensamientos, preguntó si podría recordar la experiencia sexual de antes... no negaría que había sido una de las mejores que había tenido hasta el momento. Para qué mentir, no le importaría conservar esos recuerdos. La miró todavía desde el suelo, con la respiración agitada, aún sintiendo dolor por todos los lados. Tenía 8 siglos más que él, cualquiera lo diría...

Sonreí ampliamente y me acuclillé frente a él, tomando su rostro entre mis manos con dulzura, clavando mis ojos en los suyos para vaciar de su mente los últimos minutos compartidos, dejando un lapsus mental desde el clímax conseguido sexualmente. Luego añadí un recuerdo falso que justificaría las marcas en su cuello: le había arañado. Simplemente. Cuando el joven parpadeó y su semblante parecía confuso, le robé otro beso, sonriente.

- ¿Te quedaste dormido?- bromeé, alborotando sus cabellos antes de ponerme en pie y alzar la vista hacia la luna que empezaba su descenso lento para dar paso al astro rey que con su luz iluminaría París en un par de horas.- Ha sido un placer... en todos los sentidos.- reí melódicamente, ayudándole a erguirse puesto que imaginaba el dolor que aun le abrasaba por dentro.- Pero debo marchar. Ojalá volvamos a vernos pronto.

Ésta vez, el beso lo deposité sobre la comisura de su boca, sonriéndole en todo momento, dejando que la brisa se llevara la tensión vivida hacía escasos momentos. Sólo entonces me alejé lentamente de él para recoger mis ropajes tendidos sobre la rama de un árbol, vistiéndome en silencio y rapidez antes de voltearme hacia el muchacho con la intención de despedirme antes de desaparecer de su vista.

La observó acercarse, en el fondo queriendo preguntarle el nombre, con la esperanza de poder recordarlo luego. No sabía cómo lo haría ella pues no parecía querer resolverle la duda, pero no pudo evitar pensar que podría dejar algún cabo suelto. Ni siquiera sabía si con el tiempo podría recordar algo o no. No conocía apenas nada sobre el poder de manipular la mente, por eso miles de preguntas llenaron su mente.

Se perdió en la mirada de la joven, sintiendo un par de pinchazos en la cabeza, como si estuvieran absorbiendo algo de su interior. Finalmente, un intenso pero breve dolor le obligó a cerrar los ojos por un segundo. Cuando volvió a abrirlos, se sintió confuso, como si en su mente hubiera un vacío existencial entre el momento del orgasmo hasta ahora. No sabía cómo había terminado en esa posición.

- ¿Dormido? - sí, tal vez se hubiera dormido... tendría sentido no recordar nada entonces. Había querido alargar el beso que sintió en sus labios, pero no le dio tiempo - La verdad es que me encuentro muy cansado... como si hubieras intentado matarme con tanto placer - bromeó con una sonrisa. Obviamente, él pensaba que su cansancio venía de ahí. Ni siquiera entendía por qué le dolía un poco el cuerpo en su totalidad, pero prefirió no darle importancia y levantarse con su ayuda. Ella no parecía nada cansada y, sin embargo, a él le costaba un poco mantenerse en pie.

Se despidió de ella con una sonrisa, asintiendo a sus últimas palabras y dejando que se alejara para finalmente buscar él también su ropa para vestirse. Aunque... un momento...

- Espera... ¿Cuál es tu nombre? - preguntó al poco tiempo, justo al recordar que no se lo había hecho antes. Cierto era que a él también le gustaría poder encontrarse de nuevo con ella... saber el nombre sería un paso, ¿no? Guardaba un muy buen recuerdo de aquella noche.