No One Ever Sleeps [Jasmine A. Whiteross]

El hedor jamás se iba, eso ya lo había aprendido, después de dos o tres clientes, sus aromas personales se mezclaban con sudor y la peste le recordaba como lacerante latigazo que esa era su realidad. Por fortuna había salido una noche más airoso de tener que lidiar con hombres, esa velada se había tratado de dos mujeres entradas en años que lo único que buscaban era sentirse queridas de nuevo y Ruben era experto en crear esa farsa. Ya era entrada la madrigada y el frío del amanecer calaba hasta los huesos, sin embargo, él se mantenía ahí afuera en ese callejón lleno de basura, donde la puerta trasera del burdel desembocaba. Hacía un rato le había dicho a Jasmine que quería hablar con ella, pero ella iba a atender a un cliente y sabía que eso se tomaba su tiempo, le dijo el lugar y que ahí la esperaría. Así fue, se dedicó a mirar la noche enrarecida, contaminada de todo lo que emanaba del burdel, pecado y tristeza, lujuria y melancolía. Suspiró y se cruzó de brazos, de su boca emanó vaho y aguardó paciente, deseando largarse ya, darle de comer a Paul, su gato, dormir un rato y luego salir con Renée a pasear a algún parque sin rumbo fijo. Sonrió ante el pensamiento de su hermana y el tiempo fluyó.

¿De qué quería hablar con Jasmine? Una de sus poquísimas amigas que resultaba ser su colega también. De todo, de lo abrumado que se sentía, no hacía muchas noches llegó un hombre de extrema palidez y belleza extraña, le ofreció una fuerte suma de dinero, pero no sólo por sus servicios sexuales, sino por su sangre también, Ruben sabía de qué se trataba, sin embargo, se sintió intimidado, asustado a decir verdad y sólo tuvo a bien responderle que lo pensaría, temía una represalia si le decía que no de entrada, pero ahora no tenía idea de cómo zafarse, el hombre regresaría por una respuesta muy pronto y él no tenía ninguna. No le gustaba atender caballeros, aunque siendo lo que era, a veces tenía que hacerlo, ese era uno de sus reticencias para aceptar el trabajo, lo otro, claro, que nada le garantizaba salir con vida, conocía cómo actuaban esos seres y no quería morir, no quería dejar a su hermana sola, por otro lado, la cantidad de dinero que el sujeto le ofrecía era suficiente para vivir un par de meses sin tener que trabajar y eso le daría oportunidad de encontrar un empleo en donde su cuerpo no fuese su herramienta de trabajo. Tenía mucho que pensar y no se sentía capaz de tomar la mejor decisión él sólo, por eso quería hablarlo con alguien que, no sólo le inspirara confianza, sino que lo comprendiera laboralmente hablando.

Sumido en sus pensamientos escuchó finalmente que la pesada puerta de metal se abría, se giró y miró a su colega salir. Le sonrió con ese gesto tonto que acostumbraba.

-Creo que no lo pensé muy bien, el clima no es el ideal para hablar aquí afuera –dijo, refiriéndose a la fría noche que cubría a París con su de hielo y aguanieve-, ¿te parece si vamos adentro? –ofreció, aunque lo que él quería era un lugar privado, no era bueno hablando de asuntos personales, mucho menos si tenía un público de por medio.