Victorian Vampires
Loviise L. Karvel 2WJvCGs


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Loviise L. Karvel 2WJvCGs
PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Loviise L. Karvel

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Mensaje por Loviise L. Karvel Lun Dic 24, 2012 1:23 pm


Loviise L. Karvel
..taste the air you breathe and kiss the sky..

Perfil Psicológico
115 → 24 AÑOS

VAMPIRESA

CLASE ALTA


HETEROFLEXIBLE

REVAL, ESTONIA

La primera impresión que se tiene de Loviise es la de una persona fría y calculadora, lo cual tampoco es una apreciación muy alejada de la realidad.

Hace un siglo era una niña alegre y soñadora, muy despierta y curiosa para su edad, que se entusiasmaba con casi cualquier cosa. En su corazón no había lugar para el odio ni el rencor, solamente amaba en exceso a la gente de su alrededor y fantaseaba con un futuro maravilloso, como si viviera eternamente en un cuento de hadas. Sin embargo, una serie de acontecimientos hicieron que todo diera un giro de 180º.

La primera fase tras la transformación fue de una absoluta apatía y aborrecimiento hacia los humanos hasta tal punto que rozaba la misantropía. Tan cegada estaba por el odio y el dolor que era capaz de masacrar aldeas enteras sin sentir remordimiento alguno, incluso disfrutando con la tortura y el sufrimiento de esa gente inocente que, al igual que ella, no se merecían ese trato. Cualquier tipo de principio había quedado destruido y enterrado bajo tierra, pero décadas después, cuando, poco a poco, fue capaz de controlar su sed de sangre dejó de comportarse de forma tan salvaje y empezó a asumir responsabilidades.

Ahora, aunque continúa siendo una persona enormemente vengativa, ha adquirido unas costumbres y modales muy refinados. Es manipuladora como ella sola, sabe exactamente cómo tratar a la gente para que hagan lo que ella desea sin ellos ser conscientes. Para muchos puede llegar a resultar altiva, para otros tantos, es simplemente inalcanzable. Muy exigente en sus relaciones, solamente se deja llevar por su interés, sea del tipo que sea. Y aunque una vez que la conoces más a fondo puede resultar hasta agradable, incluso alegre e inocente, nunca llegarás a saber lo que piensa o lo que siente pues, según ella misma dice, “no tiene corazón”, no es capaz de sentir nada. No confía en absolutamente nadie a menos que sea necesario y sólo emplea esa fingida confianza si es a su favor. Pero quién sabe si algún día alguien podrá darle la vuelta a todo lo que hasta ahora había creído y volver a ser aquella niña sin maldad.
Aspecto Físico
FOTO
La característica más notable de Loviise es su cabello blanco, canoso. Es un hecho extraño que ella asocia a que en el momento de la conversión estaba al borde de la muerte. Y es que, a pesar de ser vampiresa, su pelo ha seguido envejeciendo durante más de un siglo. Es por esa razón que lo cuida en exceso, dejándolo caer suave y liso hasta la cadera. En ocasiones especiales lo peina en elaborados recogidos como reflejo de su posición social.

Posee una elegancia natural que se demuestra en todo lo que hace, ya sea su forma de vestir, de hablar o de actuar, lo cual, unido a su belleza innata, le hacen resultar bastante atractiva para la mayoría de la gente, cualidad de la que se vale para persuadir a los demás, especialmente a los hombres.

Es de complexión delgada aunque esbelta, de curvas bien formadas y rasgos faciales marcados y angulosos. La nariz chata y definida, los labios carnosos y sensuales, conforman unas características típicamente estonias que enmarcan sus penetrantes ojos azules, claros como el cielo e imponentes como la tormenta.


Historia
- Poderes -
• Sanación acelerada
• Percepción del aura
• Telepatía
• Levitar
• Persuasión
• HABILIDADES: Sigilo, sentidos aumentados, buenos reflejos, agilidad, flexibilidad, velocidad, fuerza sobrehumana.
• ATRIBUTOS: Colmillos afilados, uñas largas, piel y cuerpo resistentes, inmortalidad.

- Gustos -
• Los dulces
• La música y el espectáculo
• Las tormentas

- Disgustos -
• Los niños

- Manías -
• Juguetear con sus dedos cuando está nerviosa.
• Morderse las uñas cuando está histérica.

- Vicios -
• La sangre
• El opio
• El tabaco
• Los negocios

- Marcas Personales -
Rísta blóðörn como firma, método personal de tortura y venganza
• Su cabello blanco, canoso
• Un tatuaje de una mariposa en el antebrazo
• Tres perlas que pega en su piel, cerca de los ojos, cuando va "de caza"

Familia:
LINNEA KARVEL
Reval (actual Tallin), Ducado de Estonia, año 1685.
Éste es el escenario en el que Linnea inhala su primera bocanada de aire en una oscura mañana de Abril, de cielo nublado y tormentoso que inspiraba una tensión latente, como un mal presagio. Un llanto punzante inundó la sala en la que Alva Eleonora daba a luz a su pequeña, al tiempo que un sonoro trueno parecía desgarrar el aire.

Se trataba de la primera hija de la familia Karvel, un matrimonio concertado por una de las de las más poderosas familias del Ducado y el Imperio Sueco, reinante en el Báltico durante aquellos años. En el momento en que se consumó dicho matrimonio, la casa Karvel alcanzó el mayor estatus social en Reval, la capital del Ducado de Estonia, ejerciendo como cónsules de Suecia en dicho territorio y participando del poder legislativo, como signo de máxima autoridad. Esto, por supuesto, suscitó las envidias de muchos nobles que ansiaban el beneplácito del rey Karl XI de Suecia y que incluso aspiraron a casarse con su hermana, Alva Eleonora, siendo rechazados. Algunos, desengañados, comenzaron a conspirar en contra de la dinastía sueca, muchos de los cuales fueron descubiertos y castigados con la deshonra de su familia, la deportación e incluso con la muerte; otros, los menos escrupulosos, trataban de estrechar lazos con los Karvel para beneficiarse de su posición social. Una de las familias más allegadas, la casa Võsu, tuvo el honor de casar a su hija con Taavet Karvel, el hermano mayor de Linnea.

Apenas se llevaban tres años y eran como uña y carne. Siempre lo hacían todo juntos y no había momento que estuviera el uno sin el otro. Linnea admiraba a su hermano por encima todas las cosas, era su héroe, su compañero de juegos, su protector. Las mejores cosas, tales como leer, escribir, incluso un poco de esgrima y la equitación, las aprendió de él y casi al mismo tiempo. Todo lo hacía tres años por delante que el resto de niños sólo para poder estar a la altura de su hermano. Lo que algunos consideraban como “talento” no era más que el fruto de un esfuerzo arduo y constante que más de una vez la hizo caer enferma debido al cansancio.

Sin embargo, todos aquellos años de felicidad y paz acabaron de golpe, como el despertar de un sueño, y tras ellos sólo quedó el recuerdo de una vida perfecta que se precipitó al vacío. Cuando Taavet apenas tenía catorce años, fue comprometido con la hija mayor de la casa Võsu con el propósito de consolidar los ejércitos más poderosos del Ducado. Linnea, que estaba en la última etapa de la infancia, se sentía sola, vacía. Los juegos habían acabado para ella. Por otro lado, la tensión que reinaba en el ambiente cada vez era más evidente. El Imperio Sueco se debilitaba al tiempo que Rusia ganaba adeptos a su causa. Las disputas entre ambas potencias se hacían más y más intensas, hasta que finalmente desembocaron en la llamada Gran Guerra del Norte, en 1700.

La nobleza estonia se dividió en dos: los que estaban a favor de Rusia y quienes estaban a favor de Suecia, que cada vez eran menos. Los Karvel, viendo peligrar su riqueza, se vieron obligados a establecer enlaces conyugales con las familias que aún les apoyaban. Linnea no había cumplido los dieciséis años cuando se casó con el mediano de la casa Sisask, que superaba los treinta con creces. La pequeña Linnea siempre había visto su matrimonio como algo lejano, casi ajeno a ella, ni siquiera mostraba especial entusiasmo por aprender las artes liberales, pero lo que no hubiera imaginado jamás es que podría llegar a ser algo tan insatisfactorio. Su “príncipe” no era apuesto, ni educado, ni siquiera la trataba bien. Apenas le veía durante el día y por la noche sólo acudía a su alcoba para aprovecharse del placer que le proporcionaba su sexo. Se sentía menospreciada, desdichada. Únicamente se alimentaba del pasado, añoraba a su hermano y todos los buenos momentos que habían vivido juntos, pero ahora cada uno se encontraba en la otra punta del Ducado y apenas se veían más de una vez al mes. Ambos habían cambiado mucho en aquellos años. Él tenía ya tres hijos pequeños, ella se decía que tenía que ser fuerte y aguantar.

Dos años después Linnea se quedó embarazada. Hubieran sido gemelos, si ambos no hubiesen fallecido antes de nacer. Este hecho sólo encendió aún más la ira de su marido, a quien cada vez odiaba más y veía menos. Le culpaba a ella de todas las desgracias que le ocurrían, incluso decía que la situación de Estonia era tan precaria debido a ella. Sus palabras le delataron. No se había casado con ella por apoyo a Suecia, sino todo lo contrario. Odiaba a su familia, odiaba al imperio y lo único que quería era tenerla entre sus redes. Sin saberlo, se había convertido en rehén de su propio esposo.

A finales de Diciembre de 1708, informó a Linnea de que se marchaba de viaje. No sabía a dónde, tampoco le preguntó, pues no le importaba lo más mínimo. Era un acontecimiento extraño, pero tenía la vana esperanza de que simplemente la hubiera repudiado, que nunca iba a volver y que por fin volvería a ser libre, aunque sabía que eso era imposible. Sólo la dejaría en paz en el momento que muriera entre sus brazos, pero, sin duda, aquello era una tregua que debía aprovechar.

Cuando su carruaje desapareció en el horizonte, Linnea se dirigió a su despacho y revolvió todo en busca de algo que le delatase. No había nada relevante en los documentos que estaban a simple vista, pero no tardó en encontrar un cajón escondido en uno de los armarios, cerrado con llave. Buscó dicha llave durante varias horas, labor que acabó dando por perdida. Cogió una palanca y forzó la cerradura. Allí se encontraba todo lo que había estado buscando. En primer lugar, una bitácora en la que detallaba todo su odio hacia los Karvel, el cual había sido fundado por el rechazo de su madre, de quien había estado profundamente enamorado en su juventud. Odiaba al padre de Linnea, con todas sus fuerzas y describía en varias ocasiones diversas formas de torturarlo y matarlo si tenía la ocasión. Odiaba al Imperio por haber permitido que Alva Eleonora se casara con Hillar Koit en lugar de con él. Aquel hombre estaba enfermo. Era, en definitiva, una fuente de odio incontrolable, un odio que lo estaba destrozando por dentro lentamente y que destruía todo lo bueno que había a su alrededor.

Linnea quedó horrorizada con esta lectura, pero lo que más alteró sus nervios fueron las cartas que encontró debajo del diario. Procedían de una familia fronteriza entre Estonia y Rusia, muy cercana a los zares, donde se concretaban los detalles de un plan de venganza que llevarían a cabo a comienzos del siguiente año, tan sólo unos pocos días después. Eso explicaba por qué su odioso esposo había desaparecido de pronto. Sin embargo, faltaba la última carta. El sobre aún estaba allí, vacío e intacto, supuso que en la misiva correspondiente estarían descritos sus próximos pasos, pero le resultaba imposible imaginarlos. De hecho, nada de lo que estaba ocurriendo era posible de imaginar, le parecía irreal, se sentía en el ojo de un huracán que amenazaba con engullirla a ella también por momentos. Permaneció allí, clavada en el suelo, por espacio de unos pocos minutos, hasta que consiguió recuperarse del shock. Escondió el cuaderno y las cartas bajo uno de sus faldones y salió del despacho con la mirada sombría, dejando tras de sí un rastro de papeles que se mecían en el aire, casi como un reflejo del caos y la desesperación que inundaban su corazón angustiado.

Ordenó al chófer que la llevara a Reval lo antes posible. Se introdujo en su cuarto, metió la ropa de abrigo en una maleta y salió al exterior. Allí le esperaba con aire sereno, probablemente era consciente de lo que estaba ocurriendo.

Dos días después llegó a la ciudad que la había visto crecer. La poca gente que quedaba en las calles la miraba con una mezcla de temor y desprecio. Pasaban hambre y frío, la guerra estaba acabando con los recursos más básicos en pos de las armas y el odio hacia la alta nobleza se hacía cada día más palpable. Hubiera sentido una profunda lástima por ellos si no hubiera estado tan preocupada por la vida de su propia familia.

El sol se ponía tras el palacio de los Karvel cuando el portón cedió bajo un leve toque de sus manos. Estaba abierto. Se le heló la sangre y un escalofrío recorrió su columna vertebral de arriba abajo, casi como una convulsión. “Demasiado tarde”, se repetía una y otra vez, al tiempo que se introducía en el extenso hall con pasos taimados. Todo estaba oscuro y preocupantemente silencioso. La tensión se hacía densa, tanto que casi se podía tocar. Algo no iba bien.

Nada más poner un pie en la casa, notó algo viscoso bajo la suela. La sangre brillaba por todo el empedrado del hall hasta el gran salón, aquel mismo en el que años antes se habían celebrado las fiestas más lujosas que jamás había vivido, quedaba desdibujado, manchado por la muerte. Sintió que desfallecía, que su corazón dejaba de latir durante un momento, y tuvo que apoyarse sobre la pared hasta reponerse. “No pueden estar muertos, no pueden”, se decía, al tiempo que corría hasta el salón, siguiendo el reguero de sangre. Allí encontró una pila de cadáveres que le hizo llevarse las manos a la boca para contener un grito de angustia. Eran los guardias del palacio, pero entre ellos no había ningún miembro de su familia.

Entonces un chillido infantil constató que no estaba sola en la casa. Con el corazón en un puño, latiendo a un ritmo frenético, descontrolado, como si se le fuera a salir del pecho, corrió escaleras arriba hasta llegar al cuarto de su hermana pequeña. Abrió la puerta de golpe y allí encontró al desgraciado de su marido, agarrando entre sus brazos a la pequeña Eliisa, de apenas siete años. La niña luchaba por escapar, chillaba de terror, hasta que él colocó una cuchilla sobre su cuello, haciendo una leve incisión. La sangre se deslizaba por su garganta y miraba con los ojos muy abiertos a su hermana mayor, presa del pánico. Junto a ellos yacía el cuerpo inerte del pequeño Zakari, con la mirada perdida, inexpresiva, carente de cualquier tipo de luz, tumbado sobre un charco de sangre.

— ¡Déjala en paz! —gritó abalanzándose sobre él, sin pensar, con los ojos llenos de lágrimas. Todo ocurrió en un instante. La cuchilla se hundió en el cuello de su hermana en un grito ahogado. Un reguero de sangre y después la dejó caer, antes de que pudiera llegar siquiera hasta él.
— Esto también es culpa tuya.

Toda la furia de Linnea se concentró en él. Le hizo caer al suelo y con una fuerza descomunal arremetió contra todo su cuerpo. Consiguió quitarle la cuchilla, dispuesta a clavársela en el pecho de una estocada, pero en ese preciso instante algo la golpeó por detrás y cayó inconsciente.

Despertó de nuevo en un lugar oscuro, frío e inundado por un horrible hedor a podredumbre. Había sido despojada de su ropa. Intentó taparse con los brazos, encogerse sobre sí misma para abrigarse, pero tenía las manos atrapadas entre dos barras de metal que pendían de la pared. Aquello no podía estar ocurriendo, se decía, era una mala pesadilla, ¿cómo había podido acabar todo así? Se revolvió, intentando liberarse. Entonces el recuerdo de la muerte de sus hermanos pequeños la golpeó de repente y sintió un pinchazo terrible en el pecho que le quitó el aliento por un instante. Cuando quiso darse cuenta estaba llorando desconsoladamente.

— Linnea… —escuchó en un hilo de voz desde la penumbra. Se giró, y, aunque no era capaz de verla, sabía que aquella voz pertenecía a su madre. Ella estaba viva, pero también cautiva a manos de ese malnacido.
— ¡Madre! ¿Estás bien? ¿Qué está ocurriendo?

Intentó decir algo apenas audible, pero se calló. El sonido leve de unas pisadas se acercaba poco a poco, junto con el murmullo de unas voces. Linnea aguzó el oído, tratando de entender lo que decían.

— ¿…Y dónde está el otro niño? —inquirió su esposo.
— Ha escapado —sentenció una voz desconocida para ella. Había más gente allí. Cuántos, no lo sabía.
— ¡¿Cómo se te ha podido escapar?! ¿Cómo puedes ser tan inútil?
El interlocutor soltó un bufido antinatural que helaba la sangre a modo de respuesta, lo cual acalló las quejas del hombre.

La puerta se abrió con un chirrido. La luz de una vela iluminó la sala, cegando momentáneamente a Linnea. Su marido se acercó a ella, sosteniendo su rostro con una mano y la vela con la otra.

— Mi querida Linnea… —susurró en un tono cargado de veneno— has llegado justo a tiempo. El plan ha salido tal y como habíamos previsto, te felicito. —Saboreó durante unos instantes la angustia de la chica, que temblaba de rabia, dolor y frío.— No hace falta que llores, te pones muy fea cuando lo haces. Al fin y al cabo, esto sólo acaba de empezar.— Acto seguido se dirigió a su madre que se encontraba a unos metros de distancia.— Oh, la preciosa Alva Eleonora, nada de esto hubiera ocurrido si hubieras hecho la elección correcta, ¿aún no te das cuenta? He pasado tantos años suspirando por ti para que te fueras con ÉL.

Dirigió de golpe la luz de la vela a la pared de enfrente donde, en un destello, se pudo entrever la figura de Hillar Koit, el padre de Linnea, muerto, colgado del muro por dos ganchos que se clavaban en su espalda, como si de un animal se tratara. Linnea, horrorizada, exclamó un “¡NO!” agónico y eterno, que se entrecortaba debido al llanto desesperado que oprimía sus pulmones. Alva Eleonora giró la cabeza, no quería volver a ver la escena. El esposo de Linnea prosiguió como si nada.

— Hubiéramos sido tan felices juntos… Habrías tenido todo cuanto desearas, el mundo habría sido tuyo si lo hubieras querido. Estaba dispuesto a entregártelo todo y tú sin embargo me despreciaste.
— Todo lo que quería lo tenía aquí —susurró. Él la abofeteó, ella ni se inmutó.
— ¡Silencio! —Se puso en pie de nuevo, con una mueca que simulaba una sonrisa grotesca.— Debéis saber que en el fondo os estoy haciendo un favor. Estáis perdidos, vais a perder esta guerra y al final el resultado sería el mismo. Llegarían los rusos, se harían con este palacio, y podéis creerme: ellos son mucho más crueles que yo.
— ¡Estás enfermo! —le espetó Linnea.

Él le respondió con una sonrisa. Dirigió una mirada críptica a su compañero y desapareció tras la puerta. El otro hombre se acercó a Linnea, sonriendo de forma angelical, se acuclilló frente a ella y observó su respiración fuerte y entrecortada con deseo. Ella le miraba con desdén y trataba de apartarse en vano, histérica. El hombre colocó un dedo sobre sus labios con un “schhh” y fue bajando la mano siguiendo el contorno de su cuerpo desnudo. Acercó su boca sedienta al cuello de Linnea y clavó sus colmillos afilados como agujas en su piel suave al tiempo que la penetraba con fuerza una y otra vez. La joven se revolvía inútilmente. La fuerza de aquella bestia era sobrehumana y no había forma de escapar. No importaba cuánto gritara ella, pues eso sólo lo excitaba más.

Así transcurrieron los días. El cuerpo de su padre se descomponía lentamente, dejando un hedor cada vez más intenso e insoportable. Al menos una vez al día aquel hombre, o alguno de los otros tres vampiros, de siete que eran en un principio, abusaban de ella de una forma voraz y extremadamente violenta mientras que su marido aprisionaba el rostro de su madre entre sus manos para que contemplara la escena sin poder apartar la vista. Alva Eleonora iba desfalleciendo poco a poco hasta que finalmente murió de angustia, frío e inanición. Cuando regresó su marido no lo podía creer y comenzó a llorar sobre el cuerpo. Linnea le observó de una forma completamente inexpresiva. Ya no sentía nada, pero de haber podido, le hubiera dedicado una mirada cargada de asco, odio y rencor. Sólo quería morir y sentía que tampoco quedaba mucho para ello.

Sin embargo, la muerte de su madre le sirvió como escarmiento. Una noche, cuando ya no le quedaban fuerzas, cuando ni siquiera era capaz de sentir dolor, el primer vampiro volvió a violarla. Pero en esta ocasión se hizo una pequeña incisión en la palma de la mano, abrió la boca de Linnea y dejó que la sangre corriera por su garganta. Al poco tiempo, todo el dolor que había dejado de sentir se concentró en su cuerpo en una ola de sufrimiento. Nunca había sentido algo igual, era inhumano, agonizante. El tiempo parecía detenerse en ese dolor punzante e insufrible, parecía que hubieran pasado horas desde que empezó. Pero, de pronto, todo volvió a diluirse, y así fue como su corazón dejó de latir para siempre.

Cuando se había abandonado por completo a la oscuridad, cuando creía que todo había llegado a su fin, abrió de nuevo los ojos inyectados en sangre. Una furia incontenible la inundaba como un río que se desborda, pero, a pesar de todo, no tenía energía suficiente para deshacerse de sus cadenas, solamente una sed de sangre que podía con su voluntad. El vampiro sonreía, complacido, su esposo se mostraba nervioso, sentía que el asunto se le iba de las manos, y Linnea se limitaba a amenazarles con una mueca antinatural, mostrando sus prominentes colmillos.

El vampiro se disponía a contraatacar, cuando sobre sus cabezas pudieron sentir la vibración del suelo y el sonido de cascos de caballos acercándose hasta el palacio. Ambos se miraron y no fueron necesarias palabras para saber que lo más sensato era salir huyendo de allí. Así abandonaron a una Linnea que luchaba por recuperar el control sobre un cuerpo que momentos antes no era más que un esqueleto envuelto en piel apunto de exhalar su último aliento. Los pasos invadieron la otra punta de la casa y, a pesar de estar aún muy lejos de ella, los percibía con total claridad, tanto eso como sus voces e incluso las palabras de espanto que jamás serían pronunciadas más que en sus mentes. Entre todas ellas, pudo reconocer la voz de Taavet, su hermano mayor, lo cual le llenó de esperanza. Iba acompañado por toda su comitiva, desde solados hasta criados y chóferes. Acudían preocupados porque habían enviado a un mensajero pocos días antes y no había regresado. Sabían que algo extraño ocurría, pero no podían ni imaginar el horror que estaban por descubrir en la casa.

Minutos más tarde abrieron la puerta del sótano. El hedor que dejaba el cuerpo en descomposición de Hillar Koit les hizo retroceder a punto de vomitar. Taavet, en cuanto vio a Linnea, olvidó por completo el mugriento escenario y corrió hacia ella sin pensarlo dos veces, con los ojos llenos de lágrimas. —¿Qué ha pasado? ¿Qué os han hecho?— La abrazaba como podía, intentando tranquilizarla. Linnea no reaccionaba. El deseo de la sangre era tan fuerte que temía no poder controlarlo. Taavet buscó algo que pudiera usar como palanca y con una barra de metal forzó el mecanismo que aprisionaba las manos de su hermana. La cogió en brazos y se la llevó a su casa después de vestirla con la ropa que ella misma había traído días antes.

Taavet estaba destrozado, pero se mostraba fuerte para arropar a su hermana, pues sabía que ella había sufrido lo inimaginable. Le relató su entrada a la casa y también le contó que no vieron a nadie salir del palacio y no habían podido atrapar a los culpables, lo cual fue un alivio para Linnea: podría tomarse la justicia por su cuenta. El palacio de Taavet estaba a unos pocos kilómetros de Reval, por lo que no tardaron mucho en llegar. Linnea limpió sus heridas y durmió todo un día, hasta que anocheció. No eran más de las cinco de la tarde cuando fue a buscar a su hermano. Pasaron toda la tarde y parte de la noche hablando, hasta que finalmente cayó rendido. Lo que él no sabía es que aquello era una despedida. Al día siguiente enterrarían a su familia y Linnea no podía asistir debido a su condición vampírica, lo cual levantaría muchas sospechas. De este modo, decidió autoexiliarse. Asaltó una pequeña casa en un bosque cercano y se alimentó de la sangre de los cazadores que la habitaban. Vivió allí hasta 1711, acudiendo cada noche al palacio de su hermano. Velaba sus sueños y a veces incluso le hablaba mientras dormía, pero siempre se aseguraba de que éste no supiera que había estado allí. Al mismo tiempo, buscaba el rastro del único hermano que había logrado escapar a la masacre, pero no había ni una sola pista, nunca volvió a saber nada de él.

El rey Karl XII perdió el Ducado de Estonia en la batalla de Potlava, en Julio de 1709, a favor de Rusia. El Imperio Sueco estaba perdido. Linnea se preparaba para una posible invasión de los rusos en el palacio de su hermano, pero nada de eso ocurrió. Taavet murió dos años después, incapaz de superar la depresión que le provocó la pérdida de su familia.

LOVIISE
Loviise, que en estonio significa “guerra y fama”, fue el nombre que adoptó Linnea a partir de entonces como declaración de intenciones. Una vez perdido todo cuanto amaba, su única razón para vivir era la sed de venganza.

Lo primero que hizo fue buscar al artífice de su desgracia: su esposo. Pasó varios meses siguiéndole el rastro hasta dar con su paradero en un pueblecito ruso del norte. Aprovechando su jornada de trabajo, irrumpió en la casa y la puso patas arriba de modo que quedara lo más parecida posible a cómo estaba el palacio de su familia cuando consiguió escapar. Cuando llegó, le asaltó por detrás, dejándole inconsciente. Se deshizo de toda su ropa y le colgó de la pared, amarrado de pies y manos por unas cadenas fuertemente soldadas, en la misma habitación que había colgado a los criados de los que se había alimentado previamente.

Despertó justo en el momento en que le abría en canal por la columna vertebral con una cuchilla similar a la que él había empleado años atrás con su hermana, sin apenas esfuerzo, como si cortara mantequilla. Un alarido de dolor inundó la sala y entonces vio el rostro de su mujer, níveo y más hermoso que nunca, el rostro de la muerte.

— Ya estoy en casa, querido. Sé que me echabas de menos. —Sonrió con una dulzura casi infantil.— Espero que estés cómodo, porque nos espera una noche muuy larga.

Y acto seguido desencajó una de sus costillas, sacándola por fuera de la piel, a su espalda, a lo cual siguió otro chillido, similar al de un cerdo camino del matadero. Pasó varias horas tratando de sonsacarle información a medida que abría sus costillas una a una, de modo que, finalmente, simulaban unas alas esculpidas en sangre. Cuando consiguió que le contara todo lo que quería saber, impregnó la herida con sal y le arrancó los pulmones, colocándolos sobre los hombros para incrementar el efecto de las alas, seguido del corazón, el cual dejó en la entrada de la casa, a modo de recordatorio de su venganza, casi como una advertencia. Se trataba del llamado Rísta Blóðörn (Águila de Sangre en nórdico antiguo), un método de tortura vikingo que Loviise adoptó a partir de entonces como propio para cumplir sus venganzas.

Todo lo que había logrado averiguar acerca de aquellos vampiros era que se trataban de los mejores mercenarios del zar. El objetivo del encargo que les había llevado a masacrar a toda su familia era debilitar a la casa dominante en Estonia y, por consiguiente, a su ejército, de tal forma que no pudieran defender el territorio en caso de invasión o unirse a la armada sueca si se libraba una batalla cerca del Ducado. El resto de la información sobre los vampiros en cuestión era falsa, pues cambiaban constantemente de identidad y de ubicación. No volvió a saber nada más de ellos.

Después de esto se exilió a Laponia durante el invierno ya que allí no amanecía en seis meses. De este modo repuso fuerzas, alimentándose de las pocas personas extraviadas que vagaban por las inmediaciones (los lapones incluso inventaron leyendas acerca de un “demonio del invierno”) y estudió sus próximos pasos. Estaba al tanto de todas las conspiraciones que circulaban entre Rusia y Suecia y las analizaba una a una, tratando de hallar el modo de liberar a Estonia del yugo de ambas potencias y proclamarse como legítima heredera al trono, independiente de la dinastía sueca.

Finalmente se decantó por hacerle una visita a su primo Karl XII de Suecia, el responsable de que Estonia cayera en manos de los rusos por su incompetencia en la guerra. Trató de convencerle para que hiciera lo imposible por liberar a Estonia del dominio ruso, pero éste hizo caso omiso a sus palabras, aludiendo a que su prioridad en aquellos momentos era mantener los pueblos que aún estaban bajo su reinado. Loviise no se dio por vencida. Viajó a Prusia y engatusó a los reyes de Hessel-Kassel para que su hijo Friedrich I, un hombre poco escrupuloso y cegado por el poder, se casara con la hermana de Karl XII, Ulrika Eleonora. Esta unión se produjo en 1714 y Friedrich se ganó la confianza del rey ayudándole en las más importantes batallas de la Gran Guerra del Norte, hasta alcanzar incluso el grado de Generalísimo. Sin embargo, le traicionó en la batalla de Friedrikshald, Noruega, matándolo él mismo de forma que pareciera un accidente, ya que de este modo alcanzaría la corona seis años después, cuando su mujer, Ulrika Eleonora, se cansó de gobernar. Loviise, que le tenía controlado desde el principio, era quien decidía por él en todo momento, quien movía los hilos de la política, como si de una marioneta se tratase. Friedrich gozaba de gran popularidad cuando llegó al trono en 1720, pero no fue capaz de ganar la Gran Guerra del Norte, dejando que Suecia fuera desplazada por Rusia. Loviise, defraudada por la actitud de Friedrich, quien estaba más preocupado por encontrar amantes suecas que por la guerra, decidió buscar la justicia por otra parte.

Antes incluso de llegar a Suecia, ya poseía diversos contactos que participaban de su odio hacia Rusia, por lo que no tuvo que hacer más que tirar de ellos hasta finalmente llegar al Parlamento de los Estados. En la década de 1730 fundó el Hattpartiet (partido de los sombreros, llamados así por su tricornio característico), cuya causa común era la oposición a la política pacifista del canciller Arvid Horn. Para cobrar mayor protagonismo, estos políticos animaron el crecimiento de las actividades políticas del país, consiguiendo nuevos aliados en 1734, y así llegó hasta los oídos de la realeza francesa, que buscaba en Suecia un aliado contra Rusia. Tras la asamblea parlamentaria de 1738, lograron el apoyo de la mayor parte de la nobleza y la burguesía y poco a poco fueron eliminando del Consejo a los partidarios del canciller Horn. La guerra contra Rusia se inició en 1741, pero fue un desastre para Suecia y acabó en 1743. El prestigio de los sombreros se vio seriamente afectado, lo cual consiguieron paliar desviando la atención en la sucesión al trono. Para entonces, Loviise se había desentendido del partido, dando el asunto de Estonia por perdido, al menos de momento; ya habría otra ocasión para liberarla, se dijo. La paciencia es la mayor virtud que brinda la inmortalidad.

Unos meses antes de 1752, emigró a Inglaterra, donde quedó fascinada por la industria que recién estaba emergiendo en aquella época, una fuente de riqueza como nunca hubiera imaginado. Rápidamente invirtió gran parte de sus bienes en fomentar estas nuevas formas de producción, haciéndose partícipe de los nuevos inventos y cultivándose especialmente en este terreno. Se convirtió en una de las personas más influyentes en el ámbito económico y, poco a poco, en una de las figuras más relevantes de Reino Unido, también en una de las más ricas, pues no había mucha gente que se atreviera a hacerle sombra a un vampiro, asunto que llevó siempre en secreto. Sin embargo, empezaba a ser bastante sospechoso el hecho de que, después de casi cuarenta años que estuvo viviendo allí, no hubiera envejecido. Se empezó a rumorear que había hecho un pacto con el diablo, y eso enturbiaba gravemente su imagen, por lo que decidió mudarse a París, a donde llevó la Revolución Industrial consigo.

No obstante, la industria en Francia se hacía costosa y lenta, debido a la falta de materias primas, a la política que durante sus primeros años de estancia era aún muy represiva y a la baja natalidad. A pesar de todo ello, diez años después ha conseguido consolidar las bases de una industria incipiente que pretende estar a medio camino entre la gran tecnificación germana y la importante inversión de capital característica de la inglesa.

Poco a poco, se está convirtiendo en una figura influyente en Francia que busca socios, tanto aristócratas como burgueses, que deseen beneficiarse de los ingresos que proporcionan estas nuevas formas de producción, especialmente en la industria textil, así como trabajadores que quieran conseguir más dinero y vivir mejor; al tiempo que confabula con los contrarios al régimen ruso, en busca de su tierra perdida.


Última edición por Loviise L. Karvel el Sáb Mar 09, 2013 9:47 am, editado 1 vez
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Mensaje por Tarik Pattakie Miér Dic 26, 2012 2:25 am

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