AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Guess - Jayah
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Guess - Jayah
Todavía no se había puesto la luna y todavía quedaban pintadas rojas del sol en los horizontes. Nada era como Londres pero no tenía nostalgia. Ese sentimiento era una atadura a su pasado cuando él simplemente se dedicaba a vivir el presente sin censura alguna. No correspondía pero el dinero puede cubrirlo todo. Putas, mansiones y vicios bien recibidos y degustados, todo junto o dependiendo de las necesidades de cada noche, nunca una era igual a la otra. El Duque había tenido suficiente martirio en la reunión de hoy con los gerentes de la empresa de Aduana. Nuevos ricos creyéndose que todos dependían de ellos. Cuando era él mismo Duque quien les daba de comer. Los burgueses no entendían las jerarquías, y menos aún cuando lo subestimaban al comienzo, pero tardo poco en dejarse conocer.
Comprador y calculador, ningún derecho ni decreto que pidió le fue negado, fue rápida su imposición sobre lo que denominaba “Su nueva clase trabajadora”. Había quedado satisfecho con el tratado, pero todavía soberbio por la ineptitud de los socios que había en Francia, retardada en el tiempo sin improvisar o evolucionar en su economía, pero no tenía otra brecha que hacer negocios con el país, después de todo, “Todo son cuentas”. Todavía no habían llegado sus colegas ingleses, ni tenía apetito por las putas parisinas. Demasiado maquilladas, las prefería algo más salvajes y auténticas. Por putas eran todas, prostitutas de profesión y las mismas mujeres. Él mismo las convertía en putas cuando las convencía de abrirse de piernas y ellas presas de sus encantos y maltrato aceptaban gustosas.
Pero ese día había terminado agrio, no tenía ganas de mujeres ni alcohol. Quizá tabaco más adelante del camino de vuelta a la mansión que alquilaba en las afueras para escapar del lujoso apartamento del centro. No había a que temerle porque él era la criatura suprema por allí errando. Tranquilo con su paso a ritmo, cabeza descubierta y una cazadora de corte inglés sin mucho decorado. Nadie lo escoltaba, ni siquiera su corcel detrás de él. Caminaba para escaparse de los barullos que tanto lo encantaban noches pasadas. No huía de la responsabilidad, simplemente necesitaba sus propias vacaciones cada tanto y los tumultos lo aturdían.
Seguía el viejo sendero poco concurrido que iba hacia las afueras de la ciudad, pero se encaminaban hacia las chacras de lujo que pocos podían afrontar y él había alquilado la más ostentosa pero pocas veces fue. Era el simple hecho de hacerse renombre y propaganda y pocos sabían venderse como George. Astuto pero a veces inmaduro y reacio a afrontar sus errores, era lo esperable de un adolescente adinerado.
Los árboles enmarcaban todavía un kilómetro que faltaba recorrer, donde las calles empedradas se mezclaban a veces con brechas de tierra seca. Finalmente la noche se acaparó del ambiente y el Duque caminaba sin seguir una línea recta, pateando piedras en su camino absorto en sus pensamientos, desacreditando orgulloso como había engañado al dueño para que los transportes le salieran gratis.
¿Dónde estaba el reto?
Comprador y calculador, ningún derecho ni decreto que pidió le fue negado, fue rápida su imposición sobre lo que denominaba “Su nueva clase trabajadora”. Había quedado satisfecho con el tratado, pero todavía soberbio por la ineptitud de los socios que había en Francia, retardada en el tiempo sin improvisar o evolucionar en su economía, pero no tenía otra brecha que hacer negocios con el país, después de todo, “Todo son cuentas”. Todavía no habían llegado sus colegas ingleses, ni tenía apetito por las putas parisinas. Demasiado maquilladas, las prefería algo más salvajes y auténticas. Por putas eran todas, prostitutas de profesión y las mismas mujeres. Él mismo las convertía en putas cuando las convencía de abrirse de piernas y ellas presas de sus encantos y maltrato aceptaban gustosas.
Pero ese día había terminado agrio, no tenía ganas de mujeres ni alcohol. Quizá tabaco más adelante del camino de vuelta a la mansión que alquilaba en las afueras para escapar del lujoso apartamento del centro. No había a que temerle porque él era la criatura suprema por allí errando. Tranquilo con su paso a ritmo, cabeza descubierta y una cazadora de corte inglés sin mucho decorado. Nadie lo escoltaba, ni siquiera su corcel detrás de él. Caminaba para escaparse de los barullos que tanto lo encantaban noches pasadas. No huía de la responsabilidad, simplemente necesitaba sus propias vacaciones cada tanto y los tumultos lo aturdían.
Seguía el viejo sendero poco concurrido que iba hacia las afueras de la ciudad, pero se encaminaban hacia las chacras de lujo que pocos podían afrontar y él había alquilado la más ostentosa pero pocas veces fue. Era el simple hecho de hacerse renombre y propaganda y pocos sabían venderse como George. Astuto pero a veces inmaduro y reacio a afrontar sus errores, era lo esperable de un adolescente adinerado.
Los árboles enmarcaban todavía un kilómetro que faltaba recorrer, donde las calles empedradas se mezclaban a veces con brechas de tierra seca. Finalmente la noche se acaparó del ambiente y el Duque caminaba sin seguir una línea recta, pateando piedras en su camino absorto en sus pensamientos, desacreditando orgulloso como había engañado al dueño para que los transportes le salieran gratis.
¿Dónde estaba el reto?
George Richardson- Realeza Inglesa
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Re: Guess - Jayah
No porque tenga el rostro aún enrojecido y los dedos de su padre marcados es que recuerda lo que sucedió poco tiempo atrás, tampoco es por los gritos, las acusaciones –de las que evidentemente no se defendió– ni tampoco por el hilo de sangre que terminó deslizándose hasta su barbilla. Por nada de eso es que mantiene esas imágenes dando vueltas en su cabeza. Si las recuerda es porque no es primera vez que sucede y porque tal como todas las anteriores, todo lo que hizo fue apretar sus manos en un puño e intentar de ese modo controlar que las palabras no salgan. Años de práctica han dado resultado. ¿Cuál es la diferencia entonces? ¿Por qué ahora salió corriendo de ese lugar donde vive? La respuesta es simple y aparece incluso antes de que termine de lavarse el rostro en el arrollo junto al que está sentada. Nunca antes ellos habían mencionado aquel tema que todos juraron jamás volver a sacar a la luz y si ahora lo hicieron es quizás porque se sintieron acorralados. Al menos esa es la justificación que ella pretende encontrar para no creer que lo que queda de su familia es ese par de hombres crueles y salvajes.
El calzado que lleva puesto no fue hecho para recorrer largas distancias, mucho menos a través de un bosque que desconoce, pero de algún modo llega hasta un camino que cree conocer, aunque en Paris muchos terrenos lucen iguales. No sabe en realidad a que distancia está del campamento, pero podría calcular que a menos que quiera enfrentarse a un escenario que ha evitado toda su vida, lo mejor es que busque un lugar donde refugiarse para pasar la noche. La idea de seguir caminando hasta llegar al hostal y pagar por una habitación es una locura por dos simples razones: no sabe donde está por lo que menos sabe como encontrarlo y no tiene ni un franco en los bolsillos con qué pagarlo, porque por mucho que aquel sitio sea barato, de todos modos tiene un coste. Aunque claro, también a eso debe sumarse que otra persona preguntaría por la dirección en cualquier lugar, Jayah debe limitarse a escucharla de casualidad o encontrar a alguien que quiera leer lo que escribe.
Cuando creyó que ese silencio se mantendría constante un pequeño sonido irrumpió el hilo de pensamientos que llevaba. Sus ojos suelen abrirse de golpe cuando aquello sucede y esta vez le permitió además divisar la figura distraída que se acercaba hacia ella y fue ahí, cuando se dio cuenta que lo conoce, que sabe quien es y que si algo podía empeorar la noche era eso. Tiene entonces pocas opciones, podría intentar ignorarlo como siempre lo hace; quizás esconderse en algún árbol cercano, pese a que eso sea prácticamente imposible ya que él notaría su movimiento al correr hacia alguno de ellos; o podría enfrentarlo. ¿Cómo enfrentar a alguien sin palabras? Jayah no alcanza a tomar una decisión cuando lo ve justo frente a ella. El muchacho que suele molestarla, que le insiste y que el destino al parecer se ha encargado de cruzar en su camino. ¿Por qué las estrellas no pueden guiarlo hacia el futuro de otra persona? Ella no necesita eso, mucho menos en ese día. Instintivamente se tapa el lado herido de su boca con la mano y baja la cabeza, sus pasos se detienen, quizás si no lo mira a los ojos pueda cumplirse su deseo y ser invisible por un momento.
El calzado que lleva puesto no fue hecho para recorrer largas distancias, mucho menos a través de un bosque que desconoce, pero de algún modo llega hasta un camino que cree conocer, aunque en Paris muchos terrenos lucen iguales. No sabe en realidad a que distancia está del campamento, pero podría calcular que a menos que quiera enfrentarse a un escenario que ha evitado toda su vida, lo mejor es que busque un lugar donde refugiarse para pasar la noche. La idea de seguir caminando hasta llegar al hostal y pagar por una habitación es una locura por dos simples razones: no sabe donde está por lo que menos sabe como encontrarlo y no tiene ni un franco en los bolsillos con qué pagarlo, porque por mucho que aquel sitio sea barato, de todos modos tiene un coste. Aunque claro, también a eso debe sumarse que otra persona preguntaría por la dirección en cualquier lugar, Jayah debe limitarse a escucharla de casualidad o encontrar a alguien que quiera leer lo que escribe.
Cuando creyó que ese silencio se mantendría constante un pequeño sonido irrumpió el hilo de pensamientos que llevaba. Sus ojos suelen abrirse de golpe cuando aquello sucede y esta vez le permitió además divisar la figura distraída que se acercaba hacia ella y fue ahí, cuando se dio cuenta que lo conoce, que sabe quien es y que si algo podía empeorar la noche era eso. Tiene entonces pocas opciones, podría intentar ignorarlo como siempre lo hace; quizás esconderse en algún árbol cercano, pese a que eso sea prácticamente imposible ya que él notaría su movimiento al correr hacia alguno de ellos; o podría enfrentarlo. ¿Cómo enfrentar a alguien sin palabras? Jayah no alcanza a tomar una decisión cuando lo ve justo frente a ella. El muchacho que suele molestarla, que le insiste y que el destino al parecer se ha encargado de cruzar en su camino. ¿Por qué las estrellas no pueden guiarlo hacia el futuro de otra persona? Ella no necesita eso, mucho menos en ese día. Instintivamente se tapa el lado herido de su boca con la mano y baja la cabeza, sus pasos se detienen, quizás si no lo mira a los ojos pueda cumplirse su deseo y ser invisible por un momento.
Última edición por Jayah Manushki el Miér Mar 06, 2013 2:38 am, editado 1 vez
Jayah Manushki- Gitano
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Re: Guess - Jayah
A la gente le gusta hablar sobre personas, los hace sentir superior, al control de la situación. Y a veces para algunas personas, el conocimiento sobre las cosas los hace tener en cuenta. Aunque la arrogancia es algo que se debe ganar, había todavía algo que no terminaba de cerrar en sus términos y yacía a unos metros de él, desviándose del camino hacia la entrada de la arboleda que rodeaba el sendero tomado por familias acomodadas hacia sus hogares de campo. No fue difícil distinguirla a la distancia para que el Duque se enfocara en esa que le atraía por su ignorancia retando a su arrogancia a un constante duelo. Pero no iba a darse por vencido, mucho menos antes de comenzar.
Iba relajado con sus manos colgando de los bolsillos de la cazadora, simulando que los problemas habían caído de él. Despreocupado sin otra cosa en mente que pensar si el encargo que había hecho de tabaco había llegado a su morada. Los mejores vicios son los exclusivos que solo sirven para que uno goce en secreto, hacerlos públicos y gozarlos frente a otros como las putas o el alcohol en las viejas tabernas de Le Marais le quitaba algo del encanto a la exclusividad que esculpía los estandartes para su pedantería. Hipócrita como fue desde la cuna omitió una sonrisa cuando los pasos que los separan eran escasos pero eso fue todo. Todos hacen cosas estúpidas, pero eso no debería costarles todo lo que quieren en la vida. Estúpido sino le hablaba, no tenía nada para perder pero tampoco era más que una entretención camino al hogar.
George sabía que ella sabía que estaba ahí, la vio escondiéndose tan ridícula como siempre que hasta le dio curiosidad, pero era una bestia que había que domar tranquilo y después de todo, no tenía nada mejor que hacer por ese día. Era consciente de que los hombres eran cerdos, seguramente tendrían sexo con cualquiera, gordas, flacas, casadas, solteras, completas extrañas, relativas. Pero seguía sin encontrarle categoría a la gitana, aunque mientras tuviera un hueco entre sus piernas bastaba.
Nada mata más que la indiferencia, y las féminas no podían resistirse a un orgullo herido. Las conocía lo suficiente como para envenenarlas hasta su cama, o cualquier lugar poco concurrido. A pocos centímetros por la espalda de la bella emite un chasquido algo burlón presionando la lengua contra el paladar pero no se gira a mirarla sino que continúa el paso pasivo, aunque tuvo que desviarse del sendero principal adentrándose entre los árboles del costado. Tras sacarle unos metros de ventaja sin detenerse a mirarla, observa el paisaje con una insolencia odiable.
-Tengo la respuesta a tus problemas y a la vida misma: Sexo.
Sin descaro ni vueltas, ni siquiera se torna a mirarla más intrigado en ver que estaban solos al costado del camino con su sonrisa compradora y compulsiva. No había prisa después de todo, el tiempo no era una construcción rígida. Era George Richardson, él dictaba qué y cómo se hacían las cosas y ahora, no había presiones más que intenciones en el aire. De sexo, lucha contra el aburrimiento y retos, sin seguir un orden explícito.
Iba relajado con sus manos colgando de los bolsillos de la cazadora, simulando que los problemas habían caído de él. Despreocupado sin otra cosa en mente que pensar si el encargo que había hecho de tabaco había llegado a su morada. Los mejores vicios son los exclusivos que solo sirven para que uno goce en secreto, hacerlos públicos y gozarlos frente a otros como las putas o el alcohol en las viejas tabernas de Le Marais le quitaba algo del encanto a la exclusividad que esculpía los estandartes para su pedantería. Hipócrita como fue desde la cuna omitió una sonrisa cuando los pasos que los separan eran escasos pero eso fue todo. Todos hacen cosas estúpidas, pero eso no debería costarles todo lo que quieren en la vida. Estúpido sino le hablaba, no tenía nada para perder pero tampoco era más que una entretención camino al hogar.
George sabía que ella sabía que estaba ahí, la vio escondiéndose tan ridícula como siempre que hasta le dio curiosidad, pero era una bestia que había que domar tranquilo y después de todo, no tenía nada mejor que hacer por ese día. Era consciente de que los hombres eran cerdos, seguramente tendrían sexo con cualquiera, gordas, flacas, casadas, solteras, completas extrañas, relativas. Pero seguía sin encontrarle categoría a la gitana, aunque mientras tuviera un hueco entre sus piernas bastaba.
Nada mata más que la indiferencia, y las féminas no podían resistirse a un orgullo herido. Las conocía lo suficiente como para envenenarlas hasta su cama, o cualquier lugar poco concurrido. A pocos centímetros por la espalda de la bella emite un chasquido algo burlón presionando la lengua contra el paladar pero no se gira a mirarla sino que continúa el paso pasivo, aunque tuvo que desviarse del sendero principal adentrándose entre los árboles del costado. Tras sacarle unos metros de ventaja sin detenerse a mirarla, observa el paisaje con una insolencia odiable.
-Tengo la respuesta a tus problemas y a la vida misma: Sexo.
Sin descaro ni vueltas, ni siquiera se torna a mirarla más intrigado en ver que estaban solos al costado del camino con su sonrisa compradora y compulsiva. No había prisa después de todo, el tiempo no era una construcción rígida. Era George Richardson, él dictaba qué y cómo se hacían las cosas y ahora, no había presiones más que intenciones en el aire. De sexo, lucha contra el aburrimiento y retos, sin seguir un orden explícito.
George Richardson- Realeza Inglesa
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Re: Guess - Jayah
Y justo cuando el príncipe apareció, ella dejó de creer en los cuentos.
¿Desde cuándo se necesitan dos para realizar un baile? ¿No es suficiente acaso con sólo llevar la cuenta de los pasos y mantener un ritmo constante y adecuado? Un baile. No necesariamente debe ser un buen baile. Sólo un baile. En este caso es una coreografía que nadie ha estudiado, que no fue enseñada y que nadie aplaudirá al final. Ambos no tienen la misma dirección pero se encuentran o mas bien chocan de frente en una escena distorsionada coordinada por un macabro director que inclina la balanza hacia uno de ellos, el que tiene siempre las ventajas, el que no pierde nada cuando todo sucede. Si todo en su vida ha sido una injusticia tras otra es algo ilógico que precisamente ahora aquello llegará a su fin. El destino nunca le da pequeños descansos, sólo la azotan como el viento del invierno y le daña la piel como el sol del verano, para Jayah no existe la calma del otoño o la alegría de la primavera. Porque ahora, ahí en la naturaleza que suele acogerla, se encuentra su pesadilla de los días pasados, quien aparece en sus pensamientos y transforma su sombrío humor en uno tormentoso y que la perturba a niveles que nadie más a conseguido. Y es de aquel mismo modo que sus palabras la sobresaltan y logran que se agite aunque no lo demuestre abiertamente.
La pequeña gitana se altera cuando ve al pequeño joven que suele molestarla. Intenta esconderse pero por primera vez sisea frente a él y es quizás ese el único sonido que ha hecho alguna vez en su presencia (o en la de cualquier otro hombre fuera de su círculo familiar) por lo que se le dificulta el intentar ser invisible como pretende desde hace unos minutos. El labio le tiembla un poco y con cada pequeño movimiento el dolor se acrecienta como un recordatorio de lo que vivió hace tan sólo unas horas. Su padre y su hermano deberían poder verla ahora, alzando la barbilla y mirando como el hombre la deja atrás sabiendo que ella levantará levemente ese maltrecho vestido para caminar más rápido. ¿Cómo llamar su atención sin tener que pronunciar alguna palabra? Jayah da pasos firmes pero los ruidos externos y los pasos del muchacho no permiten que consiga su objetivo. Una loca idea aparece en su cabeza, ser impulsiva no es una de sus características pero tampoco es como que en su presencia ella se comporte como suele hacerlo. Al parecer todas sus costumbres cambian cuando el joven duque está presente, todas menos la de hablar, aún no logra que su lengua no se vuelva un trapo o tan pegajosa que se pegue al paladar evitando siquiera que pueda respirar tranquila al intentarlo.
Una última mirada al suelo, Jayah encuentra la seguridad y decide hacerlo cuando ya la piedra va en el aire. Si bien eligió una de un tamaño no muy grande, sabe que a la velocidad que la lanzó y con la distancia estrecha que mantenían es muy probable que lo golpee con fuerza. Provocarle dolor a alguien aunque sea a una escala tan pequeña como esta, logra que todos los recuerdos del día de la muerte de su padre la golpeen con tal fuerza que apenas consiga dar media vuelta antes de caer de rodillas sobre el camino de piedras. Las mismas imágenes se repiten, el sonido de las voces acusadoras le taladra los oídos y ahora, a todo aquello se suma un nuevo eco, parecido al tañido de veinte mil campanas, pero que no es más que el impacto seco que ha hecho aquel pedrusco contra el cuerpo de George. Debería pedir disculpas, debería al menos mirarlo e intentar suplicarle con los ojos que entienda que no quiso hacer eso pero que tampoco puede explicarle sus razones. Busca entonces el bolso para escribir pero una vez más comprueba que nada la ayuda en este día. La rapidez con la que escapó de casa no le permitió sacar papeles o plumas para poder comunicarse, como mucho tiene algunas prendas personales pero nada que pueda servir para entregar un mensaje o algo para sobrevivir los días siguientes. Jayah está resignada a lo que él quiera hacerle como venganza, está también resignada a que deberá volver a casa donde la espera un dolor peor al que debe estar sintiendo George en ese momento.
La pequeña gitana se altera cuando ve al pequeño joven que suele molestarla. Intenta esconderse pero por primera vez sisea frente a él y es quizás ese el único sonido que ha hecho alguna vez en su presencia (o en la de cualquier otro hombre fuera de su círculo familiar) por lo que se le dificulta el intentar ser invisible como pretende desde hace unos minutos. El labio le tiembla un poco y con cada pequeño movimiento el dolor se acrecienta como un recordatorio de lo que vivió hace tan sólo unas horas. Su padre y su hermano deberían poder verla ahora, alzando la barbilla y mirando como el hombre la deja atrás sabiendo que ella levantará levemente ese maltrecho vestido para caminar más rápido. ¿Cómo llamar su atención sin tener que pronunciar alguna palabra? Jayah da pasos firmes pero los ruidos externos y los pasos del muchacho no permiten que consiga su objetivo. Una loca idea aparece en su cabeza, ser impulsiva no es una de sus características pero tampoco es como que en su presencia ella se comporte como suele hacerlo. Al parecer todas sus costumbres cambian cuando el joven duque está presente, todas menos la de hablar, aún no logra que su lengua no se vuelva un trapo o tan pegajosa que se pegue al paladar evitando siquiera que pueda respirar tranquila al intentarlo.
Una última mirada al suelo, Jayah encuentra la seguridad y decide hacerlo cuando ya la piedra va en el aire. Si bien eligió una de un tamaño no muy grande, sabe que a la velocidad que la lanzó y con la distancia estrecha que mantenían es muy probable que lo golpee con fuerza. Provocarle dolor a alguien aunque sea a una escala tan pequeña como esta, logra que todos los recuerdos del día de la muerte de su padre la golpeen con tal fuerza que apenas consiga dar media vuelta antes de caer de rodillas sobre el camino de piedras. Las mismas imágenes se repiten, el sonido de las voces acusadoras le taladra los oídos y ahora, a todo aquello se suma un nuevo eco, parecido al tañido de veinte mil campanas, pero que no es más que el impacto seco que ha hecho aquel pedrusco contra el cuerpo de George. Debería pedir disculpas, debería al menos mirarlo e intentar suplicarle con los ojos que entienda que no quiso hacer eso pero que tampoco puede explicarle sus razones. Busca entonces el bolso para escribir pero una vez más comprueba que nada la ayuda en este día. La rapidez con la que escapó de casa no le permitió sacar papeles o plumas para poder comunicarse, como mucho tiene algunas prendas personales pero nada que pueda servir para entregar un mensaje o algo para sobrevivir los días siguientes. Jayah está resignada a lo que él quiera hacerle como venganza, está también resignada a que deberá volver a casa donde la espera un dolor peor al que debe estar sintiendo George en ese momento.
Jayah Manushki- Gitano
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Re: Guess - Jayah
Las féminas eran arte que solo podía ser apreciado con la vista. El goce del coleccionista de una obra no se basaba solo en el hecho de admirar sino en poder poseerla. Todo en la vida tiene un precio, incluso la libertad y voluntad. El Duque era un gran comprador adornando las galerías de su libertinaje con nombres de mujeres que dejaban su perfume en sus sábanas pero jamás en sus recuerdos. Como todo gran colector, llevaba un cuaderno con aquellas artistas que le generaban sensaciones, por lo general físicas, ninguna podría atentar contra su interés. Admiraba la forma en la que vestían y en como su fisionomía podría darle placer al hombre, pero nada más. No eran tan perfectas como ellas mismas creían, ni siquiera la gitana que estaba atrayendo la mirada del comprador que no era compulsivo pero sabía cada táctica de antemano para poder llegar a un acuerdo y comprar la mercancía. George la miraba sin deseo, era de la realeza pero podía discernir entre sus obligaciones y sus gustos. En ese momento era un adolescente disfrazado de Duque, pero utilizaba cualquier elemento a su alcance como el dialecto o su acento inglés que sabría irresistible para las camaradas francesas e incluso del resto de Europa. La gitana parecía exaltada mientras lo miraba y conocía sus miradas, era esa la forma de comunicarse. Cuando la escucha emitir el único sonido que podrían escaparse por entre esos labios ríe unos segundos, dejando enmarcada la sonrisa compradora y pícara mientras la mira.
-Todas las mujeres son víboras venenosas. Si vas a actuar como tal te pido que seas letal.
Había un doble sentido, no se molestó en disimularlo aunque su sutileza y la falta de necesidad de agregar palabras de adulterio a una simple conversación eran dotes que pocos admiraban. No tenía tacto ni cuidado, era sutil cuando era necesario. Una de sus manos acomoda el cuello de la camisa ya desajustada que le estaba molestando, mientras la otra busca ansiosa los restos de tabaco con los que estaba controlando su ansiedad a la espera del nuevo encargo que esperaba, estuvieran recibiendo en ese mismo momento de China. La ignora dejando que jugara con sus hilos, no era un controlador porque ya sabía que tenía el poder de la situación, pero hacérselo saber a ella sería el punto de inflexión entre ambos. Cuando termina por prenderlo dispuesto a darle una larga pitada que consumiera más de la mitad del papel impulsado a través del filtro, la ve tirada, desesperada por su propio momento. No iba a ayudarla porque no sabía ni tampoco le interesaba demasiado. Se quedo de pie en la tarea de sumergirse todavía más en una de sus adicciones cuando siente una presión pulsátil contra su cuello. MIERDA. No fue el dolor sino que se le cayó su último cigarrillo a la mezcla de tierra húmeda y hojas. Puta mierda que era esa gitana. La ira lo inundó porque jamás se debe meter en el camino de un hombre caprichoso y su musa. Ella yacía tirada e iba a pagar por sus actos, el Duque ya no era en ese momento el gran título sino alguien presa de sus tentaciones y no podía contenerse. Iba a patear aquel cuerpo inerte yacido sobre la tierra, nervioso como una hoja de otoño contra las duras ráfagas que quieren cortar su vida. Pero la desesperación de la mujer terminó por causarle una gracia insolente. Cuando termino de alcanzarla simplemente flexionó su cuerpo para poder quedar sentado a su lado. Intentando que su cazadora sea lo único que se manchara y con un nerviosismo a flor de piel por su abstinencia reciente que ella había infringido.
-¿Qué es lo que tienes que hacer? Tienes dos opciones, o me pides perdón, o me das un beso.
Su vozarrón de adulto con carraspera, pero a su vez profunda y con trasfondo bastaba para capturar la imaginación de cualquiera y renegarlo a la realidad. Esta vez miró los rasgos y la cara de la gitana aguardando, con una sonrisa torcida en el ensamble, enmarcada por maldad y travesura al mismo tiempo. No era un hombre ni tampoco un chico. Ella no era independiente pero tampoco quería depender. Todos estaban entre lo que era y querían o podrían ser, pero al fin y al cabo, eso dependía de cada uno y acarreaba un precio a pagar. Cuanto más caro, mas pena valdría.
-Todas las mujeres son víboras venenosas. Si vas a actuar como tal te pido que seas letal.
Había un doble sentido, no se molestó en disimularlo aunque su sutileza y la falta de necesidad de agregar palabras de adulterio a una simple conversación eran dotes que pocos admiraban. No tenía tacto ni cuidado, era sutil cuando era necesario. Una de sus manos acomoda el cuello de la camisa ya desajustada que le estaba molestando, mientras la otra busca ansiosa los restos de tabaco con los que estaba controlando su ansiedad a la espera del nuevo encargo que esperaba, estuvieran recibiendo en ese mismo momento de China. La ignora dejando que jugara con sus hilos, no era un controlador porque ya sabía que tenía el poder de la situación, pero hacérselo saber a ella sería el punto de inflexión entre ambos. Cuando termina por prenderlo dispuesto a darle una larga pitada que consumiera más de la mitad del papel impulsado a través del filtro, la ve tirada, desesperada por su propio momento. No iba a ayudarla porque no sabía ni tampoco le interesaba demasiado. Se quedo de pie en la tarea de sumergirse todavía más en una de sus adicciones cuando siente una presión pulsátil contra su cuello. MIERDA. No fue el dolor sino que se le cayó su último cigarrillo a la mezcla de tierra húmeda y hojas. Puta mierda que era esa gitana. La ira lo inundó porque jamás se debe meter en el camino de un hombre caprichoso y su musa. Ella yacía tirada e iba a pagar por sus actos, el Duque ya no era en ese momento el gran título sino alguien presa de sus tentaciones y no podía contenerse. Iba a patear aquel cuerpo inerte yacido sobre la tierra, nervioso como una hoja de otoño contra las duras ráfagas que quieren cortar su vida. Pero la desesperación de la mujer terminó por causarle una gracia insolente. Cuando termino de alcanzarla simplemente flexionó su cuerpo para poder quedar sentado a su lado. Intentando que su cazadora sea lo único que se manchara y con un nerviosismo a flor de piel por su abstinencia reciente que ella había infringido.
-¿Qué es lo que tienes que hacer? Tienes dos opciones, o me pides perdón, o me das un beso.
Su vozarrón de adulto con carraspera, pero a su vez profunda y con trasfondo bastaba para capturar la imaginación de cualquiera y renegarlo a la realidad. Esta vez miró los rasgos y la cara de la gitana aguardando, con una sonrisa torcida en el ensamble, enmarcada por maldad y travesura al mismo tiempo. No era un hombre ni tampoco un chico. Ella no era independiente pero tampoco quería depender. Todos estaban entre lo que era y querían o podrían ser, pero al fin y al cabo, eso dependía de cada uno y acarreaba un precio a pagar. Cuanto más caro, mas pena valdría.
George Richardson- Realeza Inglesa
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