De tardez [ Giulia Di Arezzo&Zachary Bourque]

- ¿Se podía saber que tenía que hacer yo para terminar en esta coqueta plaza? – se reprendió Giulia, cuando se vio rodeada de mujeres preciosas y no tanto, ataviadas como para ir a un baile y conseguir maridos express – podrían ser menos evidentes en sus metas – pensó mientras veía la forma estúpida en que unas jovencitas miraban embobadas a un muchacho que pasaba por el lugar.

Ella era muy delicada y femenina cuando se proponía, pero también tenía rapidez y agudeza como un hombre en el momento de la pelea. Si debía elegir cuál de las dos Giulia le gustaba más, debería reconocer que esta segunda opción era la más divertida, odiaba quedarse sentada en una biblioteca o conversando del tiempo o de cualquier otra nimiedad con señoritas de su clase social, prefería las noches en que salía de su mansión para internarse en los bosques a practicar y de mientras desbaratar los planes de algún cazador o inquisidor – que bueno me la paso en esos momentos – dijo en voz baja mientras su mirada se perdía en una de las diagonales de la plaza, miraba sin ver y sonrió complacida sin darse cuenta si alguien la miraba.

Estaba sentada en una de las bancas, con un bello vestido de raso color crema, con encajes y cintas de un tono más oscuro que acentuaban el escote que sin permitir ver insinuaba sus curvas y volúmenes de un cuerpo bien torneado por el entrenamiento. Esos modelos que ahora llevaba, estaban a la última moda, no era lo que más le gustaba pero su guardarropa había sido confeccionado con la exquisita dirección y gusto de una diseñadora de las más cotizadas de Paris, regalo de sus hermanos y no podía dejar de usarlos aunque fuera una vez para que no se sintieran ofendidos.

En su regazo llevaba un libro del que poco había leído, podían considerarla como una jovencita parecida a todas las que allí revoloteaban como palomas tras las migajas que les tiraran los galanes de turno, es más seguramente daba la sensación que esperaba a su prometido, pero en verdad Giulia estaba simplemente dejando pasar el tiempo hasta la hora de poder salir a divertirse.

Nadie podría intuir que bajo ese primoroso vestido tenía escondida una daga a la altura de su muslo, o que en su bolsito de raso bordado llevaba una pequeña e igualmente primorosa pistola de culata de carey que Girolamo le había regalado en su décimo cuarto cumpleaños.

Siguió en sus pensamientos sobre su próximo entrenamiento, con la sonrisa colgada de su rostro y los ojos perdidos esta vez en la lectura que no avanzaba de la cuarta hoja. Entonces un sonido a cascos la sacó de su letargo, - ¿Cascos en medio de la Plaza? – pensó mientras dirigía su mirada a la fuente del sonido - ¿pero que pretende? – se dijo en voz baja cuando vio al joven llevando como acompañante a su caballo, por el centro de la Plaza Tertre, pensó en su querido "Demonio" que de hacer lo mismo estaría pisoteando las faldas y los chapines de las mujeres, comiendo las pelucas empolvadas de más de un caballero, imaginarse la situación ridícula y risueña a la vez hizo que soltara una risa cristalina y alegre como un arroyuelo en mitad de la pradera. Se quedó mirándolo, sonriéndole, con los ojos y la boca.