• Descendencia •

por **Sylvanas Poignet** Miér Ene 23, 2013 11:59 am

"No le evitéis a vuestros hijos las dificultades de la vida, enseñadles más bien a superarlas."
Louis Pasteur

Parada frente a uno de los ventanales de su mansión, se acariciaba el vientre, apretado bajo el ajustado corsé que llevaba. Sus ojos permanecían perdidos en la oscuridad de la ciudad, iluminado en algunos puntos, donde había vida. Siempre le pasaba lo mismo, cuando llegaba el momento de cuidar de Neku, no podía evitar pararse unos segundos a pensar en su vida, o más bien en su no-vida. Jamás iba a ser madre, nunca daría a luz, no conocería la sensación de traer al mundo a una pequeña criatura, por cuyas venas corría tu misma sangre, que era parte de ti y que habías acunado en el interior de tu cuerpo. De la inmortalidad, probablemente esa era la mayor pega para Sylvanas, que tras más de doscientos años de vida, había aprendido a ver las faltas de su raza. Y es que muchas mujeres no se consideraban tales hasta haber dado a luz.

Como fuera, la mejor forma de soportar tal pena, era teniendo otro tipo de hijos. Era fácil imaginar lo que esto podría suponer para un vampiro, la conversión de otro a su misma raza. Muchos lo hacían simplemente por buscar un compañero, un amante, un hermano, ella era de las que lo hacían para encontrar un hijo o una hija, cachorros que cuidar y educar, que no exigía tener siempre a su lado, pero sí que tuvieran un fuerte vínculo con la vampiresa. Eran algo a parte de lo que ella consideraba como un compañero, algo que también esperaba encontrar algún día, pues si algo les caracterizaba, era la necesidad de verse en compañía.

Dejó escapar un suave suspiro, dándose la vuelta finalmente y caminando hacia las escaleras, sujetándose la falda para poder subir por esta de forma calmada, siempre con su paso elegante, casi como si flotara en lugar de caminar, haciendo resonar su ropa con cada movimiento. Llegó así al cuarto del muchacho asiático, dando un par de suaves golpes en la puerta con los nudillos, para avisar que entraba. Aun estaba enseñándole a controlar sus ansias, a que bebiera con calma, a que disfrutara de cada víctima, que a fin de cuentas era una vida más que arrebataba.

— ¿Preparado para la cena? — preguntó suave, mientras entraba a la enorme habitación del muchacho. La casa era grande, una mansión. Con un bonito jardín, cuidado por el personal humano del lugar. Las habitaciones eran igualmente amplias, siempre perfectamente decoradas, con elegancia, con lujo. Aunque la del chico estaba decorada a gusto de él, que para algo era suya — He pedido que trajeran a una cortesana para esta ocasión. Jaques no tardará en traerla. — el mayordomo más fiel de Sylvanas, un hombre mayor, ya con su buena cantidad de años encima. Con su rostro serio y severo, era en quién más confiaba la vampiresa a pesar de ser un simple humano.