AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Lo imparable y lo inamovible
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Lo imparable y lo inamovible
Bien, aquí otro fic mío. Este lo hice a base de un sueño mega romántico que tuve hace un par de noches, pero ya que no lo recuerdo muy bien, llenaré el espacio vacío con otras cosas(?) Es semi-original, a diferencia el anterior, que era de Fairy Tail. Sin embargo, mis personajes principales, Misa y James, están fuertemente inspirados en Misaki y Takumi de "Kaichou wa maid-sama!", mi anime shojo favorito :3
Espero lo disfruten, aunque no estoy del todo segura cuantos capítulos tendrá xD!
Capítulo 1. El choque de lo imparable contra lo inamovible.
Espero lo disfruten, aunque no estoy del todo segura cuantos capítulos tendrá xD!
Capítulo 1. El choque de lo imparable contra lo inamovible.
- Spoiler:
- Los soldados llegaban por todos lados y parecía casi imposible escapar.
¿Qué pasaría si lo atrapaban? Lo devolverían al Palacio, por supuesto, pero además de eso, tendría que dar respuestas a su tío William. ¿Qué le diría? ¿”Tío, estaba tan sofocado de ti que preferí enfrentarme a la guardia real y escabullirme por el pueblo que pasar un segundo más contigo y con tu odiosa hija”? En realidad, no sonaba tan mal, pero eso le aseguraría un castigo que le quitaría el apetito. Desde la muerte de su padre su tío se comportaba tremendamente mal con él; estricto, frío y exigente, era cada día peor, y siempre esperaba que los paseos entre su querida hija y él acabasen con un “¿Te casarías conmigo?”
Bien, estaba cansado. Estaba harto del trato que le daban, estaba asqueado de la manipulación de su tío y estaba agotado del luto que había debido hacer en soledad hacia su padre. Había que correr, por su libertad y por su única oportunidad de tomar su propio camino.
Los soldados llegaban por todos lados y parecía casi imposible escapar.
¿Qué pasaría si la atrapaban? La encerrarían, era lo más probable. Tal vez tuviesen compasión de ella y aceptaran un soborno… Oh, pero aun si tuviese una sola libra para hacerlo, era demasiado honesta y correcta para intentarlo. ¡Al diablo! Solo quedaba la opción de correr más rápido, de no dejar atrás ni siquiera un rastro de polvo; había que acelerar los pies sin importar el dolor que significara. Las faldas a las rodillas y el cabello oscuro volando al viento. ¿Cómo había acabado así? ¿En qué momento olvidó las reglas y comenzó a actuar por caprichos? ¿Qué la había llevado a coger ese bolso? Sin importar las respuestas, los guardias no se detendrían a sus espaldas.
En fin, estaba cansada. Cansada de trabajar con toda la fuerza de su espalda y el sudor de su frente, solo para recibir unas cuantas migajas. No sabía hacia donde, pero correría hasta conseguir una satisfacción. Era su última oportunidad para tomar otro camino al que le había impuesto su nacimiento bajo la pobreza. Era hora de luchar por lo que quería, aunque no estaba muy segura de lo que era.
El choque entre ambos resultó doloroso y sorpresivo. El impacto en la cabeza les arrancó un gruñido de dolor similar al de un oso molesto. Él cayó hacia atrás, afortunadamente, sobre una carreta repleta de heno; ella, por su parte, fue arrastrada por él como si fuera un acto reflejo. Se vieron cubiertos de espigas de heno dorado, como si fuesen copos de nieve. Sus miradas se cruzaron en el instante que la sorpresa se transformó en resolución. Ella pudo observar, bajo la sombra de su cuerpo, el rostro de rasgos afilados y de expresión apacible; su cabello rubio oscuro era casi tan crispado como el heno, y sus ojos verdes parecían llenos de secretos. Mientras lo examinaba, él hacía lo propio con ella; estaba a contraluz, de manera que esos ojos color miel debían ser casi dorados a la luz del sol, y su rostro en forma de diamante, ligeramente ovalado, tenía una mezcla perfecta entre madurez y juventud. El cabello negro ébano era lacio como ninguno, en un corte descuidado que parecía hecho con un cuchillo de cocina, y debía ser tan corto que no debía estar muy por debajo de los hombros.
El momento transcurrió con lentitud, como si los segundos no significaran más que una cifra en números, en vez de un tiempo real. Casi habían olvidado a los soldados por el accidente que les cambiaría la vida sin siquiera saberlo. Casi. El sonido de las armaduras, las armas, las botas de batalla y los cascos de algunos caballos los llevaron de nuevo a la realidad.
— Me están buscando. — exclamaron a la vez. Volvieron a mirarse y ella frunció el entrecejo. — ¿Te están buscando? — de nuevo sus voces se entrelazaron en la misma pregunta.
— ¡Lo vi correr hacia la granja de allá! — gritaba alguien, bastante enojado. Varias voces masculinas se mezclaron en una ligera discusión.
— ¡Ella debe estar cerca! — hubo unos segundos de silencio. Sin perder el tiempo, el rubio abrazó a la chica y la hundió en la paja consigo mismo. La oscuridad los abrigó, también el calor, pero por sobre todo, la picazón y la falta de oxigeno. — Bien, buscaremos a ambos. No deben estar lejos.
Ella maldecía internamente. ¿Esa era su suerte? ¿Ese era el camino que había tomado tras correr tanto? No tardarían en descubrirlos, y en cuanto lo hicieran la encerrarían de por vida. Tal vez no por coger un bolso, pero sí por escapar. Era una posibilidad, y le aterraba. No había notado cuanto se le había acelerado la respiración hasta que, con suavidad, el hombre que tenía bajo su cuerpo le susurró:
— Tranquila… no son tan inteligentes como lo parecen. — su voz era poco más de un suspiro, pero estaba tan cerca que podía entenderlo a la perfección. — Ellos creen que he huido hacia las montañas, así que no creo que se detengan a mirar por aquí. — pareció notar que la pelinegra no se sentía muy convencida al respecto, así que al volver a hablar, se detectó lo que parecía una sonrisa en su voz. — Soy una prioridad para ellos.
Su rotundo argumento preocupó a la muchacha como una alarma de invasión. Ahogó un grito contra su pecho e hizo la inhumana tarea de no salir corriendo de ahí.
— ¿Acaso eres un asesino? ¿Un criminal peligroso? — no había miedo en su voz, sino exigencia. — Si eres un secuestrador, te advierto que no tengo ni un centavo.
— ¿Por eso te buscan? — la interrumpió él con una oscura ceja en alto. — ¿Robaste algo importante?
— ¡No te importa si lo hice! — replicó ella, molesta. Para su sorpresa, él cubrió su boca con la mano limpia.
— Pueden ser tontos, pero no sordos. — cuando estuvo seguro de que ella guardaría silencio, retiró la mano. Sus ojos ambarinos parecían exhalar fuego cuando se enojaba. — Bien, no soy ni un asesino ni un secuestrador. Pero… supongo que no tengo permitido salir de la ciudad.
La mirada de Misa se suavizó considerablemente, creyendo que no eran extrañas las injusticias por parte del “Rey” y sus guardias. Tal vez persiguieran a aquel muchacho por algo tan ridículo como robar una bolsa, lo que parecía ser sumamente grave cuando la hija del soberano había puesto sus ojos en él. Había que ver lo susceptible que era la realeza. Suspiró y asintió, dejando al rubio el beneficio de la duda. Él la miró fijamente.
Su expresión parecía la de una estatua, hermoso y varonil, pero tan silencioso e inexpresivo como una piedra pulida. Sus ojos no decían mucho, pero por dentro, llegaba a una resolución. Le parecía que aquella mujer tenía la mirada más expresiva que había visto, honesta y directa… y eso le gustó.
— Bueno… ¿cómo podemos saber si se han ido? — preguntó ella como quien no quiere la cosa. Él no pudo evitar sonreír. Misa notó que su sonrisa era burlona, divertida a un nivel casi perverso, y se preguntó, con las mejillas ardiendo, que tipo de pensamientos tendría aquel sujeto. Molesta de nuevo, gruñó: — ¿Qué?
— ¿Ni si quiera podemos tener una presentación común y corriente? Esperaba algo como… “Ya que estamos aquí, podríamos charlar un poco”. — su sonrisa se ensanchó cuando percibió la impaciencia de la pelinegra.
— ¿Acaso eres idiota? ¿Cuántas veces te ha sucedido esto? No me parece que sea el mejor momento para una presentación. Y no puedes dar tu nombre con tanta facilidad. ¿Qué sucedería si yo soy alguien que busca perjudicarte?
— No lo eres. — dijo él con seguridad. Desconcertada, Misa examinó su mirada. Era serio y sincero.
— Pero…
— Tenemos otros… diez minutos, antes de poder salir. En ese caso, sería un poco incomodo y cansado permanecer callados. No estoy tan acostumbrado a estas situaciones como crees, pero si lo estoy a los silencios incómodos. —hizo una mueca como si enfatizara lo poco que le gustaban aquellos silencios.
Ella lo pensó seriamente, sintiendo que la desconfianza que por lo general guiaba sus acciones iba menguando. No le agradaba la sensación de vulnerabilidad, pero la mirada que le obsequiaba el rubio era demasiado sincera, tan humana y cercana que era difícil negarle algo. Suspiró, frustrada.
— Bueno… está bien. — por algún motivo no podía mirarlo a los ojos, y cada vez que lo intentaba sus mejillas se volvían más y más escarlatas. — Mi nombre es Misa…
— Misa. — repitió él, acariciando su nombre. En un rincón muy oscuro de su mente, la pelinegra pensó que no había sido tan mala idea ceder, pues le agradaba como se escuchaba su nombre al salir de sus labios. — Puedes llamarme James, Misa.
James. Un nombre ordinario, que no tenía nada que ver con el hombre tan poco común que lo poseía. Misa intuía que James evaluaba lo que diría a continuación por el movimiento de sus cejas, que eran quizás lo más expresivo de su rostro. Justo antes de lanzar la pregunta, sus ojos brillaron burlones y maléficos.
— ¿Podrías ayudarme a sacar las espigas de mi ropa, Misa? Están picando demasiado.
Yuna Rutledge- Gitano
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