Luz en las palabras ll priv

Aquel día se había levantado más temprano que cualquier otro, y para ser honestos sentía un poco de ansiedad. Ese día era diferente no solo porque no asistiría a la iglesia para la primera eucaristía, el concia perfectamente la razón de ello. Era un hombre muy huraño que con el pasar del tiempo se había acostumbrado a su sola presencia, desvainándose los sesos en el vacío existencial que le consumía día tras día por los eventos de su pasado. Aquel pasado que día a día se empeñaba en recordar. Últimamente no había necesidad de esforzarse por ello, las pesadillas ya venían solas y golpeaban tan fuerte si psiquis como las olas del mar al chocar contra las rocas.

Llevo las manos a su rostro para frotarse los ojos, no sabía por cuánto tiempo había contemplado el blanco techo de su celda, pero sabía que los demás ya estaban despertando por los ruidos de pasos, risas, y voces en el pasillo, se incorporo en la cama, quedándose sentado en ella por unos momentos mientras el letargo de aquel tiempo en trance se esfumaba y el volvía por completo a la normalidad. Aquella había sido una noche intensa, la recuperación precedente a la transformación siempre era dolorosa y confusa pare él a pesa de poseer el don de sanar con rapidez, se levanto apoyándose en la mesa de noche y busco a tientas la camisa que uno de sus compañeros había puesto el lado de su cama para cuando el despertara. Se acerco a la mesa central de la habitación donde un bol lleno de agua y una toalla le esperaban, se lavo la cara y después se dirigió al espejo. Lucia terrible esa mañana, y dentro de poco tenía una cita importante.

Aun desconocía el hecho de por qué aquella mujer se había acercado a él, habiendo personas más aptas y con mejor recepción para lo que aquella pedía. Sin embrago no pudo negarse ante aquello. Era a fin de cuentas un siervo de Dios, y hubo algo especial en aquella que no le hizo dudar en aceptar, no fue el ofrecimiento de compensación por aquello lo que le atrajo, solo fue el deseo de ayudar. Estaba acostumbrado a no esperar ni recibir nada de nadie, simplemente se sentía desmerecedor de aquello.

En el comedor común, sentado entre las sombras de una de las últimas y vacías mesas solo tomo una taza de café negro y tomando su abrigo se marcho del lugar, no sin antes encomendar su alma y su cuerpo al creador. Se subió a su caballo y entre la espesa neblina de la mañana justo cundo los rayos del sol amenazaban con penetrarla y dispersarla. Llego al lugar acordado, minutos antes a la hora acordada, con una inclinación saludo al hombre encargado del lugar, el cual a esa hora estaba totalmente desierto. Mucho mejor, menos ruido y tranquilidad, dejo sobre mesa la bolsa de papel con los artículos que había comprado anteriormente como obsequio, y se sentó en el incomodo taburete de madera sacando su ejemplar de bolsillo de la biblia.

-Dominus illuminatio mea et salus mea;
Quem timébo? Dominus fortitudo vitae meae
A quo trepidabo?
Quando malignantibus super me veniebat,
inimicos meos et possumus hosti,
ut edant carnes meas, ipsi infirmati sunt et ceciderunt.
Cum exercitu circumsistunt me, non timebit cor meum;
si insurgat in me bellum, ego confidam.

Cito aquello de manera imperceptible, colocando en las manos del creador, aquella acción que haría, entregándole el cómo, el que, y el por qué hacerlo. El fin de ello y la persona que le acompañaría.

Un olor conocido le hizo mirar por encima del libro hacia el umbral de la puerta, sin duda ella se acercaba así que prosiguió con su lectura para poder terminar justo en el momento que ella se sentó frente a él, levanto la vista clavándola en aquel níveo rostro enmarcado por aquellos rizos de fuego, la mirada de la mujer tenía un brillo especial, algo que le había enternecido de cierta manera en la ocasión que le conoció. Si, se había convencido, aquellos ojos fueron el aliciente para aceptar sin vacilar, la inocencia existente en ellos a pesar de las circunstancias en las que estaba seguro ella se desenvolvía diariamente. Sonrió levemente tras escuchar las disculpas de la joven. Se levanto de la mesa haciendo una inclinación con la cabeza ante la dama, como era de un caballero hacerlo sin importar a quien o el rango que tuvieran ambos.

-No se preocupe Madanme, Tampoco llevo mucho tiempo aquí,- dijo tomando nuevamente su lugar frente a la joven con rostro de ángel- Y le he dicho que no es necesario una retribución por esto, Sin duda estaría complacido de poder servirle, es mi deber y mi placer cumplir con las premisas de nuestro señor al ayudar al prójimo-dijo con serenidad cerrando el ejemplar de la biblia, colocándose derecho en su asiento -Lo que me lleva a preguntarme por donde desea empezar?-se inclino un poco hacia delante centrando de nuevo su fuerte mirada en aquellos ojos llenos de gracia-Necesito saber con exactitud, que es lo que usted quiere, mi estimada señorita.-Unas palabras con un toque enigmático interés fueron hilvanadas y una sonrisa que rozaba entre lo cortés y lo expectante se dibujo en su rostro mientras guardaba el ejemplar en el bolsillo de su abrigo.