Un pasado hiriente [+18]

La primera noche

La mirada en el espejo es vacía, como si le faltara el calor de su alma, ausente desprovista de emociones y perdida completamente en la llama de las velas a su alrededor. Su pálida piel –desnuda- destella a través del cristal al otro lado de su reflejo, deseando escapar a la realidad, queriendo esparcir su dolor en algún rincón del mundo. Es la quita vez esta noche en la que se lía con un sujeto, el dinero es prometedor y su gallarda figura hacen parecer que el sacrificio valdrá la pena. Son sus ojos azules, sus labios carnosos y su barba a medio crecer lo que llama la atención de la chica, pero más que nada, la cantidad de oro que está dispuesto a pagar sólo por acostarse con ella. Mordiendo su labio inferior, acepta la oferta, sabe que su proxeneta está cerca, siempre vigilando con detalle el comportamiento de su puta favorita y, si llegase a rechazarlo, el castigo para ella sería algo más cruel que la muerte. Se dirigen hasta la cama en medio del salón, un pedazo de espacio adoquinado con telas semitransparentes que sólo cubren la desnudez de los cuerpos, pero no logran ocultar las sombras proyectadas. Las columnas son grandes, majestuosas colocaciones de piedra tallada, no puede perder de vista la magnificencia del lugar y pretende estar exclusivamente concentrada en su amante nocturno.

Las manos del hombre, se deslizan con quietud por todo su cuerpo. El rose es electrizante, como una ráfaga de gélido viento que acaricia la espalda. Los bellos de su piel se erizan, sus párpados se cierran, sus labios se abren con pericia y el cuerpo adormece por completo. Él delinea cada zona erógena de la chica, su pantorrilla cede involuntariamente al suplicio de sus manos. Abre las piernas para darle la bienvenida, él las cierra inmediatamente. La recuesta sobre la cama y susurra –No te muevas- La mujerzuela tiene que hacer lo que le piden sin refutar absolutamente nada. Rígida, completamente sobre la cama, lo observa deambular por la habitación. Se agazapa sobre ella rosando con su miembro, sus caderas, su cintura, sus pechos y las piernas. Crea algoritmos matemáticos en su piel y los resuelve con sus manos. La punta de su miembro pasa rosando la aureola de los pechos de Amber, excitándolos, sumergiéndolos en un placer claramente desconocido para ella. El cuello le es mordisqueado, pudo sentir como si le hubiesen roto la piel y la sangre brotara de la herida bañando parte de su hombro derecho, pero en ningún momento observó el líquido escarlata. Quizá, sólo haya sido una alucinación de su cabeza.

Los segundos pasan, eternidades desde su punto de vista. Cada caricia es una forma de dolor, desesperación por no sentirlo dentro de ella. Y este aumenta cuando él saborea su sexo de forma incomparable, lame y succiona sus paredes, sus labios. Confirma el inicio y el final de su sexualidad con la punta de su lengua. Introduce un dedo, después dos y acelera majestuosamente sus movimientos, hasta que ella no puede resistirse más y eleva sus caderas a manera de súplica. –Quieta- Le reclama él. Amber ruge y, aunque le fue advertido, no se detiene. Un golpe le es propiciado a la cara, descubriendo un extraordinario placer en el acto. Se retuerce debajo de él y vuelve a golpearla. Esta vez en el vientre, ella gime. Ambos encuentran la sincronía perfecta. Él sonríe y ella jadea. Al fin, tiene el descaro de introducirse en ella, fuerte, imparable. Desgarra su interior y la puta sólo puede abrir los labios para proferir aquel alarido. Sus paredes comienzan a sangrar sintiendo el venoso falo allanar su cuerpo una y otra vez. El hormigueo corre por cada una de sus terminales nerviosas y estalla en alguna parte de su cerebro, que se ofusca con la sensación paralizante de la unión en sus piernas. Las embestidas aumentan de velocidad, sus sentidos se enloquecen, se aferra a las sábanas debajo de ella y sus piernas se cierran por encima de las caderas del hombre. Lo atrae hacia ella. Rasga a tela y, al no tener más que romper, se aferra a sus hombros, se desliza por su espalda y termina acariciándose los pechos rasgando con las uñas parte de su piel. Se enrojece y el varón lo ve como un dulce exótico dispuesto sólo para él. A punto de explotar en su interior, pasa la lengua por las marcas que ella se dejó y, al unísono, muerde para succionar su sangre.

Amber estalla en múltiples sensaciones fuera del alcance de su imaginación, convulsionándose inminentemente y jadeando con la insuficiencia del oxígeno a su alrededor. Sus piernas tiemblan, no siente sus manos y su vista… Ha cedido ante el mejor de sus orgasmos. La colisión perfecta entre el placer del sexo y el dolor de su cuerpo, quiere más, necesita repetirlo sólo para confirmar que no fue hipnotizada, que no fue un patético sueño de éxtasis y vigor. Pero al abrir los ojos, él no está… ¿Regresará? Es la pregunta que la deja esperando.

The second time

Se había vuelto completamente desquiciada. Las horas que pasaba frente aquella ventana, sólo esperando la noche para que su amante nocturno apareciera una vez más. Le fue inevitable escapar al deseo latiente que emanaba de su cuerpo con el crepúsculo. La oscuridad caía y con ella el velo que cubría su cuerpo era despojado para develar su hermoso cuerpo desnudo; pero era la tercera vez que él no aparecía detrás del cristal. La tormenta parecía ser gigantesca en la inmensidad de la lejanía y, en sus pensamientos, el deceso de su amante le abatía por completo. Se sentía desesperada, con el anhelo en su ser, con el hambre en su vientre y la ausencia en su sexo. La feminidad de la prostituta reclamaba su tacto, sus vibraciones trascendentales, su maldita fanfarria…, no tenía hambre de sexo, pues así como se revolcaba en la cama de ese hombre, podría ir al colchón de otro. Lo que ella necesitaba, eran las impúdicas caricias que sólo él ofrecía a su tacto. Era diferente, lo sabía. Una bestia salvaje que sólo se alimenta de la carne que cree merecedora de si mismo, ¿Era ella un corte selecto? Esperaba que sí, pero en noches como esa, la respuesta que taladraba sus pensamientos era lo contrario.

Levantó su copa de vino barato y la arrojó contra el muro que se encontraba al final de su alcoba. Él la había olvidado. Sus lágrimas corrían a través del valle en sus mejillas, goteaban hasta sus pechos y algunas se secaron en la seda de su vestido. Entendía la diferencia entre la pasión desenfrenada, la obsesión, la atracción y el amor…, por más que deseara apartar todos esos mezquinos sentimientos hacia él, terminó por darse cuenta que su nivel de tolerancia había sobrepasado cualquier expectativa y eso sólo podría significar una cosa. -¡Maldito imbécil!- Exclamó con la poca decencia que tiene una puta encerrada en su cuarto de hotel; se dejó caer al suelo aspirando profundamente la peste del licor, embriagándose solamente con el hedor repugnante que destilaba aquella mancha oscura. Apretó los cristales de la copa entre su mano y la sangre brotó cual fuente radiante y llena de vida. La observó cubrir gran parte de sus ropajes, la admiró como si fuese un rubí abandonado en un corral para cerdos. Sin pensarlo dos veces, la llevó hasta sus labios y la probó.

El sabor fue sencillamente asqueroso, escupió lo que su lengua tocó y todo aquello que no tragó. Era una aberración el pensar que alguien pudiese tomarse la molestia de bañarse en aquel estúpido líquido escarlata sólo por el maldito mito de la eternidad. Pero Amber se había enfrentado ya al resquicio de su propia cordura, y es que lo necesitaba con urgencia, sólo él podría ayudarle a salir de ese hueco en el que se había hundido. Se tiró en la cama, tarareando una vieja canción de su infancia. Los recuerdos oprimidos durante las décadas pasadas, emergieron cual demonios del infierno. Los ojos rojos, el llanto de sus hermanos, la casa abandonada y la noche… Abrió los ojos. El rostro detrás de sus miedos, era idéntico al de su amante quien por fin acudió al desesperante llamado de la pobre e infeliz mujerzuela. Él podía respirar su miedo e incluso le supo mejor que la excitación que Amber le ofrecía previo al coito. Se embriagó de las alarmas que el cuerpo de la rubia despertaron, y entonces, la mordió. Amber se entregó a él por primera vez sin que los golpes acudieran a su encuentro. Él bebió de ella y ella supo entonces que los monstruos nocturnos de los que tanto dudaba, existían… peor aún, la estúpida se había enamorado del principal sospechoso a la muerte de su familia.