AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Gwendolyne Vièn
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Gwendolyne Vièn
DATOS BÁSICOS
-Edad: 21
-Especie: Humano
-Facción a la que pertenece: -
-Tipo, Clase Social o Cargo: En la actualidad Clase Media, anteriormente a la Clase Alta.
-Orientación Sexual: Heterosexual
-Lugar de Origen: París, Francia.
-Habilidad/Poder: -
DESCRIPCIÓN FÍSICA
- Imagen:
DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA
Gwen es como un pájaro. Un pájaro enjaulado en una jaula muy ornamentada, al que de vez en cuando dejan revolotear por casa de sus amos. Y para conseguir esos momentos de libertad la joven ha de hacer gala de todo su intelecto y encanto, que no es poco. Ella no odia su jaula de marfil. Es un lugar seguro, acogedor, y en él están las personas que ama. Pero es una chica curiosa, a la que siempre se le ha dicho que no puede mezclarse con el mundo real porque ella no está hecha para la dureza de ese mundo. Y, debido por supuesto a esta negativa, siente un gran interés por lo corriente, lo mundano, lo que cualquier persona calificaría de vulgar. Para ella, visitar una taberna llena de gente haciendo sus quehaceres diarios es toda una aventura. Mantener una relación con alguien de menor clase social es a lo que ella llama “excitante”.
Por otra parte, los eventos para gente adinerada, y la gente adinerada en sí no entran dentro de su círculo de interés. Tiene la sensación de que estas personas están cortadas con el mismo patrón. Todos persiguen los mismos intereses, los mismos objetivos, las mismas metas.
Por supuesto, no deja de ser una mujer educada en la excelencia y con unos principios exquisitos. Además de ser una persona inteligente, sincera, educada, valiente, luchadora e incluso pudiendo llegar a ser trabajadora si se lo propone, sabe mantener las formas y simular interés. Además, como bien le ha enseñado su madre se trata de una mujer muy coqueta, a la que le encantan los vestidos y verse atractiva, aunque dista mucho de ser su principal preocupación.
Tampoco suele dejar de lado su parte más juvenil. Juguetona y amante de los enigmas, de las aventuras y de personas y lugares desconocidos. Probablemente, este interés desmesurado por lo desconocido será su perdición. Su inocencia, sin embargo, es tan solo aparente. Con apariencia de confiada juega a dar ventaja al contrario. Aunque es una técnica que la joven aún ha de perfeccionar, tiene nociones básicas de mentir, manipular y chantajear, pero nunca ha sabido o necesitado llevarlo a la práctica.
Sentimentalmente es donde encontramos el problema. Es una mujer encantadora en las relaciones familiares, e incluso con amistades de tipo no tan habitual para gente como ella. Pero existe una línea, una línea que un solo hombre sobrepasó y que Gwen se encargará de amurallar. La cuestión es en qué punto poner los ladrillos. La joven no acaba de entender dónde termina una gran amistad y empieza algo más comprometido. Quizá esto podamos atribuirlo a su escaso conocimiento de sexualidad, compensando los muchos otros de diferentes materias. En efecto, nos encontramos ante una muchacha completamente perdida en este tema. Ha oído cosas, por supuesto, e incluso ha llegado a ojear un libro un poco subido de tono con las mejillas coloreadas de rojo pasión, pero hasta ahí llega su experiencia. Por lo que la concierne, no es una de sus preocupaciones. Su única experiencia amorosa fracasó, y prefiere olvidarlo, esperando a que llegue su príncipe azul o, en su defecto, un rico no tan príncipe que haga ascender de nuevo a su familia a los pedestales del honor y la riqueza.
Por otra parte, los eventos para gente adinerada, y la gente adinerada en sí no entran dentro de su círculo de interés. Tiene la sensación de que estas personas están cortadas con el mismo patrón. Todos persiguen los mismos intereses, los mismos objetivos, las mismas metas.
Por supuesto, no deja de ser una mujer educada en la excelencia y con unos principios exquisitos. Además de ser una persona inteligente, sincera, educada, valiente, luchadora e incluso pudiendo llegar a ser trabajadora si se lo propone, sabe mantener las formas y simular interés. Además, como bien le ha enseñado su madre se trata de una mujer muy coqueta, a la que le encantan los vestidos y verse atractiva, aunque dista mucho de ser su principal preocupación.
Tampoco suele dejar de lado su parte más juvenil. Juguetona y amante de los enigmas, de las aventuras y de personas y lugares desconocidos. Probablemente, este interés desmesurado por lo desconocido será su perdición. Su inocencia, sin embargo, es tan solo aparente. Con apariencia de confiada juega a dar ventaja al contrario. Aunque es una técnica que la joven aún ha de perfeccionar, tiene nociones básicas de mentir, manipular y chantajear, pero nunca ha sabido o necesitado llevarlo a la práctica.
Sentimentalmente es donde encontramos el problema. Es una mujer encantadora en las relaciones familiares, e incluso con amistades de tipo no tan habitual para gente como ella. Pero existe una línea, una línea que un solo hombre sobrepasó y que Gwen se encargará de amurallar. La cuestión es en qué punto poner los ladrillos. La joven no acaba de entender dónde termina una gran amistad y empieza algo más comprometido. Quizá esto podamos atribuirlo a su escaso conocimiento de sexualidad, compensando los muchos otros de diferentes materias. En efecto, nos encontramos ante una muchacha completamente perdida en este tema. Ha oído cosas, por supuesto, e incluso ha llegado a ojear un libro un poco subido de tono con las mejillas coloreadas de rojo pasión, pero hasta ahí llega su experiencia. Por lo que la concierne, no es una de sus preocupaciones. Su única experiencia amorosa fracasó, y prefiere olvidarlo, esperando a que llegue su príncipe azul o, en su defecto, un rico no tan príncipe que haga ascender de nuevo a su familia a los pedestales del honor y la riqueza.
HISTORIA
La noche veraniega era cálida, y el ambiente espeso. La luna lucía en cuarto creciente. Los búhos que habitaban en las afueras de París ululaban tranquila y deliberadamente. De pronto, aquella paz y armonía nocturnas se vieron truncadas bruscamente por un grito procedente de la mansión Vièn. Éste primero fue seguido por muchos otros. Gritos de dolor y sufrimiento físico, con tintes de alegría, de esperanza, pero sobretodo, de nacimiento.
Pierre Vièn recorría la habitación de invitados de arriba abajo, de izquierda a derecha, con la desesperación dibujada en el rostro. Características inherentes a un padre primerizo, por supuesto. Su atropellado andar se detuvo en seco, justo en el momento en el que un último gemido daba paso a un silencio sepulcral. No pudo soportarlo más, de un portazo, el hombre irrumpió en la estancia que había visto nacer a su primer hijo. Y allí observó una imagen que cualquier padre recuerda durante toda su vida. Su recién nacida hija llorando en brazos de su esposa. “Oh, mi pequeña Gwen” dijo ella.
Aquél fue el primer parto de Charlotte Vièn, pero no el último. La familia fue dotada con cuatro hijos más, ya que aquella era la moda, cuántos más hijos, más feliz creía ser una familia. Gwen creció en aquel remanso de paz a las afueras de París. Desde bien pequeña fue educada como una princesa. Recibió clases de canto, de piano, de hípica e incluso de esgrima, además de la formación elemental de cualquier joven. Ella era la única mujer de entre sus cuatro hermanos, además de la primogénita. Su padre sentía hacia ella una ternura que el resto de hijos no despertaban en él, por lo que el hombre se encargó personalmente de la felicidad de la niña.
Así, Gwen vivía en una burbuja ajena al mundo real. Todo eran juegos, risas, arte, diversión, peinados y vestidos, muchos vestidos. Aunque tampoco le faltaron juegos un tanto más masculinos, como peleas con sus hermanos los días de lluvia que acababan degenerando en rebozarse en el barro. Una infancia completa, sana, memorable y consentida.
Pese a la enorme cantidad de caprichos permitidos por toda su familia, Gwen no tenía una personalidad excesivamente ególatra ni narcisista. Creció a sabiendas de que cualquier persona tenía muchos conocimientos que aportarle, pero también con la clasificación social gravada a conciencia en su cerebro. A sus quince años nuestra joven se había convertido en toda una mujercita. Sus progenitores comenzaron a ver en sus rizos dorados una ayuda económica en potencia y en su mirada coloreada de azul intenso la posibilidad de ascender aún más en la escala social. Pero su amor por aquella joven encantadora e inocente era demasiado como para entregarla en matrimonio a cualquier ricachón que lo solicitase.
La joven comenzó a acudir a fiestas, esas fiestas en las que había que apretarse tanto el corsé que se complicaba incluso el respirar. Para decepción de sus padres, la mente de Gwen no paraba en aquellas fiestas. Estaba lejos, imaginando trepidantes aventuras en la ciudad o inventando novedosos juegos que podría disfrutar con sus hermanos. Los pretendientes se acumulaban en su puerta, pero ella ni siquiera era consciente. La joven comenzó a llevar al extremo su afán por curiosear y aprender. Escapaba de su burbuja para inmiscuirse en los barrios de París, siempre los más seguros, por supuesto, pero al fin y al cabo, era una valiente exploradora. Atrevida e inteligente, Gwen encontraba aventuras en cualquier lugar que visitase.
Cuatro años más transcurrieron sin novedades amorosas. De vez en cuando se dejaba agasajar por algún noble que ejercía una verdadera importancia para su familia, pero ella siempre marcaba una línea que ninguno de sus pretendientes lograba traspasar. Los señores Vièn comenzaron a preocuparse. No deseaban forzar a su hija, por supuesto, pero debía casarse para optar al futuro que ella merecía. Comenzaron a hablarle de que no era necesario el amor para contraer matrimonio, que se podía aprender a amar al otro, tal y como ellos habían hecho. Pero Gwen tenía un alma demasiado confiada y soñadora, que comenzó a anclarse en una determinada zona de París.
Y entonces conoció al hombre que tumbó todas y cada una de sus barreras, lentamente. El problema era evidente: Él no tenía dinero, ni un maldito peso. Y para ella no suponía ningún problema, pero sí para su familia. Los negocios iban cada vez peor, y poco a poco las pertenencias de la familia Vièn menguaban. Bancarrota comenzó a ser una palabra tabú entre ellos, pero la joven rubia, perdida en sus amoríos, no quería darse cuenta de la realidad, hasta que ésta le golpeó cruelmente.
La familia Vièn vendió la mansión. Por un lado, Gwen estaba apenada, aquel lugar la había visto crecer y siempre sería su hogar, pero no podía negar que le causaba cierta ilusión mudarse a una vivienda más modesta en la ciudad. Además de que, por supuesto, tendría más cerca a su nuevo amor. Gran error pequeña. Cuando él se enteró de su actual estado económico, su semblante endureció. Sus labios dejaron de pronunciar frases cariñosas y sus manos dejaron de acariciarla con eso que ella había entendido como amor. La relación fue enfriándose hasta que, finalmente, él desapareció.
Aquello supuso un gran golpe para nuestra joven. Además, acababa de comenzar su nuevo trabajo en una renombrada fábrica. Por supuesto, recibía un trato especial, y sus condiciones laborales estaban por encima de las de cualquiera, pero aquello continuaba siendo una cárcel para ella. Pasó una época realmente mala. Por suerte, poco a poco, su enigmática sonrisa volvió a emerger de entre la tristeza y sus padres le permitieron dejar aquel trabajo que tanto limitaba su libertad y tanto le manchaba las manos, con una condición: Debía casarse, y debía hacerlo con el hombre más rico que consiguiese hacer caer a sus pies con sus encantos. De nuevo, el problema es evidente: a ella no le gustan los hombres ricos.
Pierre Vièn recorría la habitación de invitados de arriba abajo, de izquierda a derecha, con la desesperación dibujada en el rostro. Características inherentes a un padre primerizo, por supuesto. Su atropellado andar se detuvo en seco, justo en el momento en el que un último gemido daba paso a un silencio sepulcral. No pudo soportarlo más, de un portazo, el hombre irrumpió en la estancia que había visto nacer a su primer hijo. Y allí observó una imagen que cualquier padre recuerda durante toda su vida. Su recién nacida hija llorando en brazos de su esposa. “Oh, mi pequeña Gwen” dijo ella.
***
Aquél fue el primer parto de Charlotte Vièn, pero no el último. La familia fue dotada con cuatro hijos más, ya que aquella era la moda, cuántos más hijos, más feliz creía ser una familia. Gwen creció en aquel remanso de paz a las afueras de París. Desde bien pequeña fue educada como una princesa. Recibió clases de canto, de piano, de hípica e incluso de esgrima, además de la formación elemental de cualquier joven. Ella era la única mujer de entre sus cuatro hermanos, además de la primogénita. Su padre sentía hacia ella una ternura que el resto de hijos no despertaban en él, por lo que el hombre se encargó personalmente de la felicidad de la niña.
Así, Gwen vivía en una burbuja ajena al mundo real. Todo eran juegos, risas, arte, diversión, peinados y vestidos, muchos vestidos. Aunque tampoco le faltaron juegos un tanto más masculinos, como peleas con sus hermanos los días de lluvia que acababan degenerando en rebozarse en el barro. Una infancia completa, sana, memorable y consentida.
Pese a la enorme cantidad de caprichos permitidos por toda su familia, Gwen no tenía una personalidad excesivamente ególatra ni narcisista. Creció a sabiendas de que cualquier persona tenía muchos conocimientos que aportarle, pero también con la clasificación social gravada a conciencia en su cerebro. A sus quince años nuestra joven se había convertido en toda una mujercita. Sus progenitores comenzaron a ver en sus rizos dorados una ayuda económica en potencia y en su mirada coloreada de azul intenso la posibilidad de ascender aún más en la escala social. Pero su amor por aquella joven encantadora e inocente era demasiado como para entregarla en matrimonio a cualquier ricachón que lo solicitase.
La joven comenzó a acudir a fiestas, esas fiestas en las que había que apretarse tanto el corsé que se complicaba incluso el respirar. Para decepción de sus padres, la mente de Gwen no paraba en aquellas fiestas. Estaba lejos, imaginando trepidantes aventuras en la ciudad o inventando novedosos juegos que podría disfrutar con sus hermanos. Los pretendientes se acumulaban en su puerta, pero ella ni siquiera era consciente. La joven comenzó a llevar al extremo su afán por curiosear y aprender. Escapaba de su burbuja para inmiscuirse en los barrios de París, siempre los más seguros, por supuesto, pero al fin y al cabo, era una valiente exploradora. Atrevida e inteligente, Gwen encontraba aventuras en cualquier lugar que visitase.
Cuatro años más transcurrieron sin novedades amorosas. De vez en cuando se dejaba agasajar por algún noble que ejercía una verdadera importancia para su familia, pero ella siempre marcaba una línea que ninguno de sus pretendientes lograba traspasar. Los señores Vièn comenzaron a preocuparse. No deseaban forzar a su hija, por supuesto, pero debía casarse para optar al futuro que ella merecía. Comenzaron a hablarle de que no era necesario el amor para contraer matrimonio, que se podía aprender a amar al otro, tal y como ellos habían hecho. Pero Gwen tenía un alma demasiado confiada y soñadora, que comenzó a anclarse en una determinada zona de París.
Y entonces conoció al hombre que tumbó todas y cada una de sus barreras, lentamente. El problema era evidente: Él no tenía dinero, ni un maldito peso. Y para ella no suponía ningún problema, pero sí para su familia. Los negocios iban cada vez peor, y poco a poco las pertenencias de la familia Vièn menguaban. Bancarrota comenzó a ser una palabra tabú entre ellos, pero la joven rubia, perdida en sus amoríos, no quería darse cuenta de la realidad, hasta que ésta le golpeó cruelmente.
La familia Vièn vendió la mansión. Por un lado, Gwen estaba apenada, aquel lugar la había visto crecer y siempre sería su hogar, pero no podía negar que le causaba cierta ilusión mudarse a una vivienda más modesta en la ciudad. Además de que, por supuesto, tendría más cerca a su nuevo amor. Gran error pequeña. Cuando él se enteró de su actual estado económico, su semblante endureció. Sus labios dejaron de pronunciar frases cariñosas y sus manos dejaron de acariciarla con eso que ella había entendido como amor. La relación fue enfriándose hasta que, finalmente, él desapareció.
Aquello supuso un gran golpe para nuestra joven. Además, acababa de comenzar su nuevo trabajo en una renombrada fábrica. Por supuesto, recibía un trato especial, y sus condiciones laborales estaban por encima de las de cualquiera, pero aquello continuaba siendo una cárcel para ella. Pasó una época realmente mala. Por suerte, poco a poco, su enigmática sonrisa volvió a emerger de entre la tristeza y sus padres le permitieron dejar aquel trabajo que tanto limitaba su libertad y tanto le manchaba las manos, con una condición: Debía casarse, y debía hacerlo con el hombre más rico que consiguiese hacer caer a sus pies con sus encantos. De nuevo, el problema es evidente: a ella no le gustan los hombres ricos.
DATOS EXTRA
- - Como se ha mencionado en la historia, posee conocimientos de ramas muy diversas, desde el canto hasta hípica y esgrima, pasando por tocar el piano. Sí, es una buena espadachín, pero mejor amazona.
- Puede defenderse en inglés y decir algunas frases en español.
- Su familia no está pasando por un buen momento económico, pero ella lleva la clase alta en el porte y en la sonrisa.
- Tiene cuatro hermanos pequeños, todo chicos, por lo que a veces y en confianza, su delicadeza brilla por su ausencia. Solo a veces.
- Es cristiana católica, como bien le ha inculcado su familia desde joven.
- Es virgen y pretende serlo hasta el matrimonio. Lo pretende.
- Puede defenderse en inglés y decir algunas frases en español.
- Su familia no está pasando por un buen momento económico, pero ella lleva la clase alta en el porte y en la sonrisa.
- Tiene cuatro hermanos pequeños, todo chicos, por lo que a veces y en confianza, su delicadeza brilla por su ausencia. Solo a veces.
- Es cristiana católica, como bien le ha inculcado su familia desde joven.
- Es virgen y pretende serlo hasta el matrimonio. Lo pretende.
gracias a αgusτınα• de sourcecode
Gwendolyne Vièn- Humano Clase Media
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Re: Gwendolyne Vièn
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Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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Sáb Jul 06, 2024 11:12 pm por Vivianne Delacour
» orphée et eurydice ― j.
Jue Jul 04, 2024 10:55 pm por Vivianne Delacour
» Le Château des Rêves Noirs [Privado]
Jue Jul 04, 2024 10:42 pm por Willem Fokke
» labyrinth ─ chronologies.
Sáb Jun 22, 2024 10:04 pm por Vivianne Delacour