El Bosque de los Centauros [Dakota Nokomi]

Una carta... opúsculo con sello escarlata encerrado en un granate símbolo, que escondían tras su figura una intención perversa, o aquello pensaba el lobo cuando sobre su escritorio encontró aquella misiva; el sello es inconfundible, se dijo para sí mismo, mientras reflexionaba cual era la oscura razón para que un Morel buscara sus servicios. Hacía mucho tiempo no escuchaba de ellos, más de 10 años, suponía el lobo entre desvarios llenos de recuerdos, que lo alejaban de la realidad, de la verdadera razón por la cual un vampiro amigo del hombre a quien llamaba " Padre ", había gastado su tiempo en escribir una petición formal. Una que bien se esperaba estuviese correctamente remunerada, pues el arresto o la valentía del lobo no compraban su destreza ni lealtad. Pasadas un par de horas, y cansado ya del misterio en el cual sus pensamientos lo habían guiado, decidió tomarse un trago de realidad y abriendo la carta comenzó a leer atentamente lo que la misma expresaba.

Al terminar la dejo en la mesa y tomando una copa de vino añejo se dirigió a la sala, se sentó por un momento; el liquido vino tinto parecía mecerse entre sus manos, mientra la copa permanecía estática, Desmond no parecía disgustado mas la tranquilidad y altivez que permanecían en su rostro durante el día habían desaparecido, sin embargo sus ojos tenían un dejo de curiosidad que se escondía tras una fuerte sospecha y un ansía de sangre, algo que le gustaba llamar " frenesí de  luna llena". Aquella frase hacía referencia a los días antes y después de la que luna entrara en su apogeo astral, era en aquellos momentos cuando un lobo sediento de sangre y venganza canalizaba su fuerza y energía en un solo propósito, que podía ser tan devastador y sanguinario como uno tan prudente y sensato, que beneficiara al mismo en aquella exaltación de poder sobrehumano y libertad de pensamiento, de sociedad, de todo aquello que lo encadenaba día tras día a oficios tan bajos que luchaban contra la supremacía de la misma muerte, quien guardaba ya recelo por las innumerables e innecesarias masacres que el lobo había cometido durante toda su vida, tanto como humano y licántropo.
Bebió de su copa como si esta estuviese llena de agua, y tirándola al suelo, se desplomo en búsqueda de anhelos bajo la suave lira de Morfeo, no fue sino hasta el día siguiente que el lobo volvió a retomar el asunto que la anterior noche había gastado su pensamiento; y entonces casi instintivamente decidió responderla aceptando aquel contrato con Alexander. Sin embargo no podía dejar de pensar que aquella invitación era una simple trampa, una burda estratagema donde el vampiro pensaba entregarle a la inquisición ó aún peor a su padre, quien atemorizado por su metamorfosis lo había traicionado, persiguiéndolo como antaño hacían juntos a las bestias que rondaban por el mundo, o al menos aquellas que no podían controlar sus instintos, mas ¿quién era Desmond para juzgarlo?, pensaba el lobo mientras observaba los cristales de la cáliz esparcidos por el rígido piso de madera. No obstante, él mismo no podía negar la curiosidad, aquella desesperación incesante por la batalla, la simple emoción de arriesgarlo todo en un simple acto banal e insipido, en el cual pudiera llenar de gloria su alma o terminar navegando por el resto de la eternidad en los montes elíseos, o peor aún, en el infierno gobernado por el mismo Hades en persona, quien había reclamado su eternidad para sí, y esperaba con afán la muerte del lobo.

La noche cayó y con ella la vida en gritos y cacofonos sonidos que merodeaban las calles parisinas a medio día, al fin todo era tranquilidad; eso sentía el lobo, aunque sabia con certeza que aquello solo era un sentimiento mayoritario de la población ignorante, que desconocía la muerte, la lujuria y demás pecados que solían atribuirse a la luna y su oscura capa estrellada, donde protegía con su manto aquellas criaturas y humanos que se negaban a regirse por la justicia de la sociedad, o en otras palabras de aquellos que tenían el dinero y el poder para someterlos y erradicar de París, y cualquier otra ciudad, aquello que podría amenazar a sus crecientes imperios, tan fuertes como el dinero que los había construido pero tan endebles como los principios en los cuales basaban sus cimientos. El lobo sonrió mientras pensaba esto... sus trampas habían sido colocadas y el lugar acordado estaba preparado para cualquier acción inesperada que pudiera realizar el vampiro; sin más demora se ubico en aquel lugar, era su lugar preferido en el bosque y Alexander lo sabía, aquel viejo y alto árbol que cada año se llenaba de más defectos y senectud brindaba sombra para el lobo en los días calurosos y un manto protector de frondosas hojas durante las frías noches.

Se recostó sobre el árbol, atisbando la luna llena sobre su espalda. Pronto sería media noche, pensó mientras el frío corroía paulatinamente la piel del lobo, quien en su forma humana no gozaba del esplendoroso pelaje, tan cálido y acogedor que le brindaba en aquellas noches su metamorfosis licántropa. Desmond comenzaba a aburrirse cuando a lo lejos logro divisar al viejo vampiro, que a paso lento traía consigo a una mujer, su olor casi imperceptible por la distancia era de alguna forma peculiar, era una loba... su expresión cambio lentamente mientras se acercaban los dos individuos. Ágilmente el lobo pudo comprobar que Alexander no había traído a su clan, estaba más que sorprendido, sobretodo cuando no encontró ningún otro olor o sonido que indicara la presencia de mas seres humanos o sobrenaturales en aquel bosque, entonces no es una trampa- murmuro para si mismo y se levanto del suelo, apoyando su mano contra el árbol y recogiendo su larga chaqueta de cuero negro que descansaba junto a él.
Cuando al fin se había organizado se encontró de frente con la mirada tan misteriosa y sabia del vampiro, propia de un ser que había desperdiciado tantos siglos en este mundo y aún seguía en el acentuando su desgracia. La primera reacción del lobo fue sonreír casi burlonamente, al ver que el gran Alexander hacía de niñero con una joven licántropa, de la cual podía percibir en el ambiente su caótico estado emocional, su falta de confianza y su poca destreza con sus habilidades.

Veo que era verdad que necesitabas mi tutoría, gran Alexander - Exclamó sínicamente y con desdén hacia el vampiro a quien miraba con desprecio y frenesí - Supongo que no esperas que entrene a una lobezna- sonrió sin mirar aún a la joven mujer que se encontraba al lado del vampiro, pero depronto entre tantos aromas y esencias que flotaban en el aire, encontró una que reconocía, una esencia de una dama, quien había escapado venturosa tras una emboscada a una caravana de inquisidores, ¿podría ser ella?- se pregunto el vampiro dirigiendo su mirada hacía la mujer...