Lenhard S. Goetschl

DATOS BÁSICOS

DESCRIPCIÓN FÍSICA

Se aproxima al metro ochenta, una estatura bastante impresionante para la época. Porte altivo, espalda ancha, columna erguida, frente alta. Lleva consigo la gracia herencia de su familia, que ostentó siempre la distinción más bien irrisoria entre la sociedad. Movimientos precisos, pues, con florituras añadidas, aderezos de artista, a gusto del espectador, que quedará siempre complacido. Pretensiones fuera, es más bien tosco y brusco en sus modos, pues responde a siempre a deseos que queman, llenos de ímpetu. Por suerte, en las grandes celebraciones se acostumbran las máscaras, ¿no es así?

El cabello rubio nace en ondas, relativamente corto y siempre despeinado, como es natural. Las cejas de un noble, según dicen, severas, capaces de suavizar o bien endurecer la mirada. Los ojos, bueno, ¡ventanas al alma! ¿Evidencia de la cáscara, del agujero vacío, quizás? Los luce pardos, otrora mostazas al sol, y de un carmín ennegrecido cuando sucumbe a la depredación. La nariz es delgada, herencia por igual de su raza humana, y sus labios en el equilibrio que excede la delgadez sin sacrificar la armonía. Van allí, muy móviles y expresivos, hacedores de poesía novata y maldición experta.

Lenhard viste de acuerdo a la ocasión, en virtud de las buenas costumbres. Las telas finas, la confección a la medida y los detalles minuciosos, siempre impecables. Satisface a toda vista las demandas de la época. En ambientes más íntimos, como es natural, se permite mayores comodidades, pero siempre guarda un aspecto limpio. La imagen, hoy por hoy, lleva unos cuantos pasos de ventaja al ser, que viene después. Y, aunque el segundo siempre derroca en poder al primero, éste no termina de perder su importancia.

DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA

Hombre de los que nacen llenos de furia. La furia de vivir. Cuando ríe, lo hace hasta que el estómago duele; cuando sufre, el dolor le aprisiona el pecho y restringe la respiración, valga la ironía. Lenhard es oxígeno, combustible y llama. Es la combustión espontánea, siempre intensa y abrasadora, que se lleva todo consigo y, al mismo tiempo, se consume. Lenhard es un hombre que nació para morir, en todos los sentidos.

Es desesperante, ¡y que no se está quieto, que siempre quiere más, que nunca tiene suficiente! La certeza de lo desconocido, que está allá fuera, lejos de apabullarle, le escuece en las venas, incitándole a descubrirlo todo. La vida, la muerte, el todo y la nada, lo próximo y lo lejano, lo aquí y lo allá. ¡Tanto, tanto! Lenhard es quien se zambulle en aguas traicioneras por el placer ciego de experimentarlas. Si ha de morir, que sea con el recuerdo de haber vivido sin ataduras. Así lo fue siempre.

Irresponsable en toda medida. Torpe, inmaduro, inexperto, pero siempre dispuesto a más. No se rinde, no se detiene. Actúa por fuerza de impulsos que para él son irrefrenables, pero en definitiva es la fuerza de inercia que le empuja siempre. ¿Hacia delante, atrás, a un lado o al otro? ¡Qué importa! Lenhard es cadáver –jamás mejor dicho– que flota sobre el océano, y éste caprichoso le lleva según deseo de sus corrientes. Sea su puerto bahía paradisíaca o acantilado mortífero, Lenhard lo acepta rotundamente, o así solía hacerlo.

No hay obstáculos que le impidan relacionarse con sus semejantes. Al contrario, resiente las normas de todo tipo que le privan de acercamientos que en otros tiempos tomaría con total despreocupación. A pesar de sus modales, su forma de hablar, su paralingüística, mantiene en alto un espíritu libertino que excede los preceptos establecidos en la época. ¡Que criado, que noble, que vampiro o licántropo! Después de todo, todos estamos aquí, ahora, ¿no es cierto? ¡Aprovechemos!

Besa con los labios que luego hinca en mordida, acaricia con la mano que golpea y seduce con ojos testigos de homicidio. Dominante y pasivo, o quizás pasivo-agresivo. ¿Qué es el mundo sino formas y posibilidades siempre cambiantes? Hoy amigos, mañana enemigos. Nada es eterno, ¿o sí lo es? A la luz de la honestidad, Lenhard no es más que un crío con una filosofía hedonista y liberal que apenas ha descubierto, de modo en que le excita sobremanera. No hay espera que valga para salir allá afuera y enfrentarse al mundo, ya sea hostil o benévolo. ¡Joder, joder, joder!

Tal y como es, decanta por lo extremo, aquello que encierra la esencia de la vida. Lo efímero, lo fugaz, guardado dentro de un secreto milenario o dentro de una flor que aún no florece. Allí está el oro, lo vital. ¡Cuánta envidia y gratitud, desgracia y dicha! Querría hacer de su cotidianidad un descubrimiento perpetuo, pero comprende el opuesto necesario según cuanto reza la ontología.

HISTORIA

El sol se desnudaba en un cielo que le cedía el centro de atención. Sus rayos se filtraban a través de las ventanas, de las cortinas de la Mansión, y Farahilde Haugwitz, sudando copiosamente, sintiéndose hundirse en una agonía muy prolongada ya, daba luz a un varón que por nombre llevaría Lenhard, al igual que su padre.

El niño fue recibido con escándalo, todos pletóricos, pues entendían aquel nacimiento como la salvación divina de Farahilde, quien ya creía haber sido castigada por Dios al ser incapaz de concebir nueva vida. Esposa del brujo Lenhard Goetschl, había intentado por muchos años ofrecer hijos al hombre, importante y noble figura austriaca, pero no fue sino hasta aquel día milagroso que lo consiguió. Ni bien haber abierto los ojos, el pequeño Lenhard, que ya entonces lucía muy curioso, se confundía entre cuantas atenciones dispuso su familia.

Un chico privilegiado. Un chico listo. Buen chico, Lenny. Lenhard hijo fue siempre aplaudido, de modo que su infancia se resumió, a sus ojos, a todos sus pequeños logros. Ya dar los primeros pasos había sido motivo de celebración, y así se mantuvo ante cada minúsculo éxito. La formación académica, intelectual, su habilidad en el combate cuerpo a cuerpo, en la lucha de sable y esgrima, sus capacidades en la oratoria, etcétera. Lenhard hijo cumplía con creces cuanta expectativa se impuso sobre él. Jamás se le creyó incapaz de nada.

La adolescencia hizo de Lenhard un chico más inquieto. De aquí para allá, decía su madre. Se trataba de salir temprano por la mañana y volver ya el cielo oscurecido, tan sólo aventurándose, deslumbrándose y maravillándose con las cercanías de su lugar de residencia en Salzburgo. Más, más, ¿qué hay más allá, más allá de la luz, en las sombras? No habían terrenos prohibidos para Lenhard. Ya podía creer estar volviéndose loco cuando, en lo que señalaba como sueños especialmente nítidos, presenciaba situaciones, circunstancias y experiencias que tiempo después, para su sorpresa, reconocía directamente. La sangre del padre brujo, condición para todos oculta, había cedido el don de la clarividencia, y desde entonces se convirtió, el don, en norte de la brújula de vida de Lenhard.

¡Allá vamos! A cada representación onírica que quedaba plasmada con fuerza en su mente, ya podía el rubio ir a descubrir de qué se trataba. Así fue como se metió en mil y un líos, de los cuales siempre salió maravillado. ¡Cuánto más había por descubrir! No le alcanzaría la vida entera. El mundo funcionaba de modos tan fascinantes, entramando circunstancias y personas en forma tal que conformaba un entretejido aterrador y maravilloso al tiempo, complejo y simple a la vez. Y de allí resultó su relación causal y no casual con Virginia, una inmortal de condición que Lenhart descubrió a través de sus sueños.

Debía ayudarla, estaba claro. Más allá de lo que había visto en sueños, que no era más que la urgencia de la mujer por encontrar esta otra chica, Lenhard entonces comprobó un impulso más profundo que le obligaba a ayudarla. Sabía, de algún modo, que su destino estaba atado a ella, como ya dirían algunos por un hilo rojo. Ni bien tuvo la visión que la involucraba, la encontró en Viena y explicó su situación, jamás esperando le creyera y sorprendido con creces ante la respuesta. Necesito tu ayuda. Desde entonces, un don que el chico utilizó a su capricho se convirtió en una herramienta de auxilio. La mujer necesitaba su ayuda y él estaba en su capacidad de dársela. Así lo haría.

Pasaron pocos meses hasta que, de nuevo en sueños, Lenhard reconoció la mujer objetivo de Virginia en París. Ni bien le informó a la inmortal, partió junto a ella hacia Francia, apresurando el encuentro. No mediaron explicaciones u obstáculos. Virginia no había dado razones o motivos; Lenhard tampoco tenía interés. Ser testigo de la resolución del misterio era más que suficiente, a pesar de la hostilidad de la inmortal y tanto más.

¿Cuál es el precio de la curiosidad, más allá de la muerte del gato? ¿Qué se tenía entre manos el destino, esa fuerza que tanto maravillaba a Lenhard, que no antepuso en sus sueños pista alguna de la suerte hacia la que caminaba? Al poco tiempo de su arribo en París, aún en búsqueda de los intereses de Virginia, Lenhard, víctima de un asalto al que intentó resistirse, resultó herido de muerte, apuñalado con ferocidad en el abdomen.

Necesito tu ayuda, ¿no había sido la frase? Necesito tu ayuda. ¿No era justo el pago con la misma moneda? Conocedor de la hipersensibilidad sensorial de la inmortal, Lenhard llamó a Virginia a su encuentro, ya moribundo. Y allí, en una calle solitaria de París, hizo un trato en disfraz de amenaza con la inmortal. Hazme lo que tú y sólo así encontrarás a quien buscas. Tras una mordida indescriptiblemente dolorosa, Lenhard falleció y volvió a la vida aún en muerte. Se convertía en uno de Los Oscuros.

No hace más de unos meses que lo inevitable ocurrió, que el destino hizo muestra de su inexpugnable rotundidad. Pasando lo que ha de pasar, Lenhard ahora se concibe a sí mismo nuevamente, reinventándose para conocer un mundo nuevo, un millar de posibilidades antes restringidas. Ahora era infinito, finalmente libre. Así lo sentía, al menos, y la pregunta verdaderamente importante no tenía peso aún sobre su consciencia: ¿Cuál es el precio?

DATOS EXTRA

- Sus padres desconocen su actual condición de vampiro.

- Naturalmente, es un inexperto en todo lo que concierne al vampirismo.

- Último recluta, y quizás forzosamente, del Clan Sigma.

- A pesar de hablar fluidamente el francés, se resiente en su habla un fuerte acento germánico.

- No posee ninguna postura particular en cuanto a la toma de sangre inocente.

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