AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Índigo [Priv.]
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Índigo [Priv.]
La luna despuntó su primer haz de luz, iluminando las montañas dispersas de las tierras de Escocia. Para mí era una noche más en dónde debía asumir las responsabilidades de un monarca disperso con sus ideas, ya no había razones para esperar a que pasara el tiempo, ni con quien pasarlo, día y noche las razones se escabullían entre las sombras como castigos ejemplares a mi espera. Ya me habían sido arrebatadas todas las razones para continuar en la vida, la familia no existía, no existían lazos, tampoco lealtades que no fueran compradas. El reino se mantenía gracias al escudo que precisamente sólo era eso, un escudo que protegía a capa y espada cualquier situación concerniente a Escocia ¿Cómo protegerse de sí mismo?.
Pero las sorpresas no terminaban en dónde pensaba que lo hacían ¿Qué podía depararle la vida ya? La compañía estaba obsoleta; no había más reinas, ni una sola, no había hermanos que sembraran la discordia en la corte. Valentine estaba inmerso en las entrañas de la corte real en Paris deleitándose con las damas y extranjeras que la revolución dejaba en fatídicas condiciones. Las cortesanas de la ‘alta sociedad’ tenían un precio, sus cuerpos esbeltos se rodeaban de joyas con gran valor que pagaban sujetos de incalculables fortunas, eran las compañías de una sola noche.
Sentado sobre el lecho me mantuve taciturno viendo hacia el vacio, las marcas de las noches en vela se hacían más notorias sobre las mejillas y los parpados hundidos, las ojeras concretaban semanas, incluso meses de insomnio. Como un fantasma repercutido por las sombras exhale con fuerza, un tanto por inercia, otro por razones que ni yo mismo entendía, moviendo mis piernas apoyé las plantas de mis pies sobre el suelo frío que me ocasionó unos escalofríos haciéndome acelerar el paso hasta el balcón de la habitación -El silencio a veces es el mejor aliado del pensamiento…no me atrevo a pronunciar las palabras adecuadas para terminar con ésta maldición que ni yo mismo puedo sacarme…- dije entre dientes reposando mis codos sobre el borde de piedra en la terraza, de pronto una imagen devino hasta mi mente, como un retrato dibujado en el inconsciente, era la misma mujer que me había enseñado mediante el sufrimiento el aprendizaje primordial de la magia. No obstante, se convertía en remansos de una pintura olvidada por mi ¿Ella tendría el mismo pago en éste momento? Le odiaba y le adoraba, era extraño explicar nuestra relación con instantes vacios y otros no tanto. Ella se convertía en la maldición que cargaba todo el tiempo, una eternidad perseguido por su maleficio, intenté concentrarme en el reflejo de la luna sobre los paisajes que me proveía el palacio de Edimburgo, sobre la espalda cargaba todo el peso de una nación que antes se mantuviera a sombra de otros reyes, ésta era mi oportunidad de demostrar lo que el león estaba dispuesto a hacer por los carneros.
Pero las sorpresas no terminaban en dónde pensaba que lo hacían ¿Qué podía depararle la vida ya? La compañía estaba obsoleta; no había más reinas, ni una sola, no había hermanos que sembraran la discordia en la corte. Valentine estaba inmerso en las entrañas de la corte real en Paris deleitándose con las damas y extranjeras que la revolución dejaba en fatídicas condiciones. Las cortesanas de la ‘alta sociedad’ tenían un precio, sus cuerpos esbeltos se rodeaban de joyas con gran valor que pagaban sujetos de incalculables fortunas, eran las compañías de una sola noche.
Sentado sobre el lecho me mantuve taciturno viendo hacia el vacio, las marcas de las noches en vela se hacían más notorias sobre las mejillas y los parpados hundidos, las ojeras concretaban semanas, incluso meses de insomnio. Como un fantasma repercutido por las sombras exhale con fuerza, un tanto por inercia, otro por razones que ni yo mismo entendía, moviendo mis piernas apoyé las plantas de mis pies sobre el suelo frío que me ocasionó unos escalofríos haciéndome acelerar el paso hasta el balcón de la habitación -El silencio a veces es el mejor aliado del pensamiento…no me atrevo a pronunciar las palabras adecuadas para terminar con ésta maldición que ni yo mismo puedo sacarme…- dije entre dientes reposando mis codos sobre el borde de piedra en la terraza, de pronto una imagen devino hasta mi mente, como un retrato dibujado en el inconsciente, era la misma mujer que me había enseñado mediante el sufrimiento el aprendizaje primordial de la magia. No obstante, se convertía en remansos de una pintura olvidada por mi ¿Ella tendría el mismo pago en éste momento? Le odiaba y le adoraba, era extraño explicar nuestra relación con instantes vacios y otros no tanto. Ella se convertía en la maldición que cargaba todo el tiempo, una eternidad perseguido por su maleficio, intenté concentrarme en el reflejo de la luna sobre los paisajes que me proveía el palacio de Edimburgo, sobre la espalda cargaba todo el peso de una nación que antes se mantuviera a sombra de otros reyes, ésta era mi oportunidad de demostrar lo que el león estaba dispuesto a hacer por los carneros.
Vincent Cromwell- Hechicero Clase Alta
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Re: Índigo [Priv.]
"Es evidente que todos los fines no son fines perfectos.
Pero el bien supremo constituye,
de alguna manera, un fin perfecto."
Pero el bien supremo constituye,
de alguna manera, un fin perfecto."
Los murmureos no callaban por más que ella así lo desease.
Ni una existencia antiquísima como la Portia había encontrado a lo largo de los siglos la intrínseca fórmula para sellar las voces de aquellos espíritus que desde sus mortales días como bruja le acompañaban en su camino de forma involuntaria. La magia aún se mantenía despierta en ella, lo quisiese o no, y por más que ningún conjuro había sido pronunciado en años por la vampiresa, aquellos susurros de ultratumba continuaban golpeteando su mente de vez en cuando sin permisión alguna. El disgusto se generaba simplemente al pensar que por una de esas peculiares voces la escocesa era lo que hoy en día; un ser etéreo, inmortal y bello para siempre, que solamente despertaba con cada arribo de la Luna al cielo ¿Bendición o maldición después de todo?
Abrió sus parpados bruscamente, aun sumergida en la oscuridad de aquella recamara secretamente diseñada en el subsuelo del antiguo castillo de su propiedad ¿Cómo era posible que esos malditos se internasen en su mente inclusive en el plano de los sueños? Portia finalmente optó por entender –más a la fuerza que por su propio gusto- que aquella insistencia no cesaría hasta cumplir totalmente con su cometido. Las razones no eran convincentes, menos aún las explicaciones dadas; todas como de costumbre recubiertas bajo un manto de simbolismos a ser decodificados con una paciencia no contada por la inmortal. Quién lo diría, un ser sin el peso del avanzar cronológico sobre sus hombros vislumbrando a una acción como “pérdida de tiempo”.
Finalizó su alistamiento en el preciso instante que, frente a un hermoso espejo de pie y labrados de oro, notó como sus mejillas se tornaban levemente rosáceas. A sus pies, junto a los delicados detalles bordados sobre los fines de su abultada falda yacía el cuerpo sin vida de aquella joven cambiaformas de la que se había alimentado serenamente esa noche, absorbiendo hasta la última gota de vivacidad de aquella que con su sabroso elixir templado había obsequiado contra su voluntad la momentánea pero palpable vitalidad que rebosaba en el rostro de la inmortal.
Uno de sus carruajes ya le esperaba en los jardines del castillo Wilde, como era conocido en todo Edimburgo. Los corceles negros galopeaban vertiginosamente sobre los nocturnos caminos escoceses. El sonido de los cascos contra los suelos impartía una melodía energética, contrastante a los ánimos de aquella que silenciosamente, observaba la frondosidad amarillenta de los bosques de su patria a través de la traslucida ventanilla de su refinado transporte. Curiosamente a medida que el trayecto hacia su destino se acortaba, los deseos de Portia de sentirse aún más lejos del Palacio Real se hacían más grandes, como si realmente jamás desease llegar allí.
Esta vez ni las trompetas, ni la guardia Real anuncio su llegada. Es más, nadie se percató de ello. Sin hacer cuestión alguna sobre el asunto, el cochero de la dama obedeció la orden de volver a la residencia sin la necesidad de preocuparse por el retorno de su patrona. Ella se las ingeniaría para arribar a sus aposentos antes de que el Sol se arrimase por los famosos e irregulares relieves de las tierras altas.
Le vio preocupado, como desahogando sus penas con la Luna. Sus labios apenas se movían, lo suficiente como para que los atentos oídos de su recién llegada vigilante captasen todos y cada uno de aquellos comentarios despojados al ridículamente viento.
La esencia de Vincent había comenzado a consumirse. Y la llama que ardía en su interior lentamente iniciaba un carcomer que no dejaría rastro de lo que alguna vez aquel hombre fue. Si su padre le viese en esos instantes, con los mismos orbes que Portia lo hacía, seguramente le hubiese dado una bofetada para espabilarle, para recordarle que no todo estaba perdido. Pero aquel consejo no se haría presente y ella no sería la encargada de arribar con tal mensaje. Quizás la idea de verse como futura monarca de su amada nación comenzaba a gustarle, tal y como un nuevo juego atrae a un infante aburrido.
- ¿Hasta qué punto, dentro de vuestro penoso estado sois consciente de que me habéis llamado? – sin siquiera saber el cómo, la vampiresa ya se encontraba a unos pasos del Rey, más precisamente a sus espaldas, donde el brillar opaco de la Luna abrazaba a ambos por igual, incluso cuando sus pieles reflejaban estados completamente distintos; lo vivo y lo muerto. Lo efímero y lo eterno.
Los signos enviados desde el más allá comenzaban a descifrarse en la mente de la escocesa sin esfuerzo alguno. El comienzo del final había llegado. Y solo dependía de ella el acelerarlo todo o no. Pero de algo estaba segura, Vincent jamás volvería a ser el mismo y eso, cruelmente le resultaba fabuloso. Le odiaba y le amaba, tanto así que en la conjugación misma de ambos sentimientos era consciente que nunca le rescataría si lo viese caer al abismo. Él Rey que elije su destino, debe vanagloriarse o derrumbarse con lo conseguido.
Portia Allston-Wilde- Vampiro Clase Alta
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Re: Índigo [Priv.]
El soplo frío del viento golpeo con suavidad mis mejillas y la frente, los rayos plateados de la luna se prestaban a un espectáculo digno de admirarse por las noches, en el reino de Escocia, sobre todo cuando a lo lejos el pueblo dibujaba detalles con sus pequeñas casas alumbradas por las velas a medio consumir que titilaban al encontrase con las ráfagas de aire que se colaban entre las rendijas de puertas o ventanas.
A lo pronto y como si de un sueño o pesadilla se tratase, la melodiosa voz familiar que distaba de agradarme obtuvo mi atención a mis espaldas. Precisamente en ese momento tenía que acudir a mi encuentro el inmortal que más odiaba y adoraba en lo que iba de la vida. Por fortuna, mis actitudes años atrás le habían cansado, abandonándome a mi suerte en el páramo inhóspito de un desafortunado destino. Miré por encima del hombro su cuerpo delgado y pálido cubierto en uno de eso vestidos tan especiales que ella acostumbraba vestir durante las noches, su belleza despampanante encandilaba a todo el mortal con el que se cruzara pero Portia no era la típica vampiresa que elegía a cualquiera que se le cruzase, mientras más habilidoso fueses entrabas a una lista de posibilidades que te dejarían tan muerto en vida como ella.
-Ya veo que mis pensamientos me traicionaron…- dije sin voltear a verle en lo absoluto, mis ojos continuaron admirando el paisaje a lo lejos, estaba perdiendo los estribos lentamente, pausadamente despegaba mis pies sobre la tierra y mis ansias de desaparecer de ese lugar aumentaban a medida que pasaban las horas, los días, los meses, semanas y los años. Estaba deseando poder acabar con el sufrimiento que me deparaba cada mañana, las caminatas por inercia, las sonrisas de una mujer a quien aunque extrañaba sabia estaba mejor en el mausoleo que conservaba su cuerpo intocable para el tiempo. -¿Qué hace aquí milady, no se encuentra muy lejos de ser el lugar que más le guste para estar aquí?- añadí mientras giraba mi cuerpo hacia ella dejando justo tras de mí al astro lunar, sostuve la mirada impávida, calmosa, no le temía a pesar de ser quien era.
El camino entre los dos era una especie de cuento para contar por las noches para asustar a los niños y obligarlos a dormir, ella era la luna que resplandecía durante las noches con su color de plata; tan hermosa amenizando las noches y destruyendo mareas, yo era el sol radiante de las mañanas: joven, admirable y deseado por las espesas llanuras verdes de Escocia. Ella era el demonio que sin piedad acababa con todo lo que tuviese enfrente, yo era el escudo de una nación que ante la primera amenaza saldría sin miramientos de un porvenir personal deplorable.
-Definitivamente la noche me ha traído sorpresas, espero algún día entres por esa puerta anunciándote cómo has debido de hacerlo siempre…-hice una pausa larga perfilándome hacia el horizonte –Pero le pido peras al olmo más testarudo que hay sobre la tierra…dígame milady Alston-Wilde ¿Qué es lo que le trae hasta éste castillo en una noche como hoy? Su presuntuoso aburrimiento o el deseo de ver en que me he convertido hasta hoy, o tal vez ambos…-culminé centrándome en aquellos ojos grises que se mantenían observándome de pies a cabeza como si le extrañara encontrarme en aquella posición. Tenía razón en mirarme de esa forma, no era ya lo que antes había sido, mi rostro reflejaba el cansancio, los insomnios y un fin inevitable que lentamente se acercaba a cuestas de mis enemigos.
El rey de Escocia se apagaba como la vela más vigorosa que había existido en la historia de aquel país de altas planicies y montañas, dónde las olas del mar golpeaban con furia sus rocas, dónde rompían las esperanzas de barcos enemigos con la misma fuerza de un león asediando a sus presas. Finalmente la madurez llegaba como un brote inesperado en el corazón del hechicero, era misma madurez que le impedía soñar e intentar más de dos veces una misma vez.
A lo pronto y como si de un sueño o pesadilla se tratase, la melodiosa voz familiar que distaba de agradarme obtuvo mi atención a mis espaldas. Precisamente en ese momento tenía que acudir a mi encuentro el inmortal que más odiaba y adoraba en lo que iba de la vida. Por fortuna, mis actitudes años atrás le habían cansado, abandonándome a mi suerte en el páramo inhóspito de un desafortunado destino. Miré por encima del hombro su cuerpo delgado y pálido cubierto en uno de eso vestidos tan especiales que ella acostumbraba vestir durante las noches, su belleza despampanante encandilaba a todo el mortal con el que se cruzara pero Portia no era la típica vampiresa que elegía a cualquiera que se le cruzase, mientras más habilidoso fueses entrabas a una lista de posibilidades que te dejarían tan muerto en vida como ella.
-Ya veo que mis pensamientos me traicionaron…- dije sin voltear a verle en lo absoluto, mis ojos continuaron admirando el paisaje a lo lejos, estaba perdiendo los estribos lentamente, pausadamente despegaba mis pies sobre la tierra y mis ansias de desaparecer de ese lugar aumentaban a medida que pasaban las horas, los días, los meses, semanas y los años. Estaba deseando poder acabar con el sufrimiento que me deparaba cada mañana, las caminatas por inercia, las sonrisas de una mujer a quien aunque extrañaba sabia estaba mejor en el mausoleo que conservaba su cuerpo intocable para el tiempo. -¿Qué hace aquí milady, no se encuentra muy lejos de ser el lugar que más le guste para estar aquí?- añadí mientras giraba mi cuerpo hacia ella dejando justo tras de mí al astro lunar, sostuve la mirada impávida, calmosa, no le temía a pesar de ser quien era.
El camino entre los dos era una especie de cuento para contar por las noches para asustar a los niños y obligarlos a dormir, ella era la luna que resplandecía durante las noches con su color de plata; tan hermosa amenizando las noches y destruyendo mareas, yo era el sol radiante de las mañanas: joven, admirable y deseado por las espesas llanuras verdes de Escocia. Ella era el demonio que sin piedad acababa con todo lo que tuviese enfrente, yo era el escudo de una nación que ante la primera amenaza saldría sin miramientos de un porvenir personal deplorable.
-Definitivamente la noche me ha traído sorpresas, espero algún día entres por esa puerta anunciándote cómo has debido de hacerlo siempre…-hice una pausa larga perfilándome hacia el horizonte –Pero le pido peras al olmo más testarudo que hay sobre la tierra…dígame milady Alston-Wilde ¿Qué es lo que le trae hasta éste castillo en una noche como hoy? Su presuntuoso aburrimiento o el deseo de ver en que me he convertido hasta hoy, o tal vez ambos…-culminé centrándome en aquellos ojos grises que se mantenían observándome de pies a cabeza como si le extrañara encontrarme en aquella posición. Tenía razón en mirarme de esa forma, no era ya lo que antes había sido, mi rostro reflejaba el cansancio, los insomnios y un fin inevitable que lentamente se acercaba a cuestas de mis enemigos.
El rey de Escocia se apagaba como la vela más vigorosa que había existido en la historia de aquel país de altas planicies y montañas, dónde las olas del mar golpeaban con furia sus rocas, dónde rompían las esperanzas de barcos enemigos con la misma fuerza de un león asediando a sus presas. Finalmente la madurez llegaba como un brote inesperado en el corazón del hechicero, era misma madurez que le impedía soñar e intentar más de dos veces una misma vez.
Vincent Cromwell- Hechicero Clase Alta
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Re: Índigo [Priv.]
Sonrió, no porque los vocablos defensivos del Rey le pareciesen como manotazos de un león enfermo y privado de sus sentidos, sino porque aquella defensa verbal le resultaba patética e innecesaria. Tratar de herir los sentimientos de un inmortal era algo tan o más inconcebible que plantear la idea de que su corazón volviese a latir. No obstante, pareciese que el escoces no se prohibiría de toda esa parafernalia de comentarios.
¿Qué acontecía en el corazón noble de aquel que una vez demostró ser tan resistente como el hierro no forjado? Portia, apegada de una forma muy particular al sentir humano y sus diversas formas de ver al mundo, no gustaba de husmear los pensamientos ajenos a menos que fuese necesario o conveniente para su persona. Ella prefería desmesurar el sentir ajeno, jalar lentamente el hilillo emocional que terminaría por desarmar la madeja completamente. Y aunque Vincent ya no merecía tal privilegio, haría lo mismo con él, solamente por el placer de verle deshacerse ante sus grisáceos ojos. La noche aún era joven y como algunos dicen, ningún niño se privaría de entretenimiento teniendo un juguete frente suyo.
- Vuestro padre disfrutaba enormemente de mis visitas inesperadas. Creía que no pronunciarme era mi toque personal… – esbozo una nueva sonrisa, recordando que su rostro de porcelana no se quebraría por el accionar de cualquier gesto. Tanta perfección a veces solo podía compararse a la de una estatua de frio mármol, pues eso era lo que Portia parecía a veces – pero vuestra persona cada vez demuestra poseer menos rasgos como los de aquel que un día os procreo con intenciones de veros firmes, reinando Escocia – añadió al momento en que su semblante se tornó serio, reforzándose tal sensación por aquel plateado resplandor que desde el cielo caía sobre su persona – Si usarais debidamente los dones que os he regalado, le veréis al pobre revolcándose en su tumba seguramente – algunas personas reaccionaban solamente experimentando dolor. Las incisiones más profundas eran aquellas que mejor les hacían ver y denotar la realidad que les rodeaba. Portia había comenzado a creer que esa era la única forma en la que Vincent volvería en si ¿Pero acaso el desgraciado ya no había sufrido demasiado? Si así se encontraba por sus fracasos emocionales, lo único que proyectaba era ser un hombre de papel. Una montaña de naipes que debía ser derrumbada con un delicado suspiro.
Se le acercó, tratando de erradicar aquella sensación de rencuentro de enemigos. Le miró fijamente a los ojos y solamente cuando apoyo su escarchada mano de muñeca tallada a cincel se permitió buscar en el galante soberano eso que su interior no captaba – Si osáis con rendiros, hacedlo frente a una amenaza verdadera. Tenéis dignidad suficiente aun como para no moríos de amor – si no fuese por el misterioso apego que la inmortal había generado con el padre del hombre frente a su persona, jamás se hubiese creído en aquel escenario y mucho menos, pronunciado tales palabras de aliento. Pero lo cierto, lo oculto a simple vista también susurraba de que Portia conocía secretamente cuando sería el fin y de qué forma. Su presencia allí solamente era parte del ritual, de la preparación delicada de lo que más adelante sería el platillo principal que ella misma degustaría gracias al accionar de otros. Sus manos quedarían limpias, sin traicionar la promesa que una vez le hizo a aquel que un día también fue Rey de Escocia. Pero la recompensa por observar y callar arribaría prontamente. Y allí estaría ella, como siempre, firme, etérea y perfecta para enredar en sus hilos al nuevo coronado.
¿Qué acontecía en el corazón noble de aquel que una vez demostró ser tan resistente como el hierro no forjado? Portia, apegada de una forma muy particular al sentir humano y sus diversas formas de ver al mundo, no gustaba de husmear los pensamientos ajenos a menos que fuese necesario o conveniente para su persona. Ella prefería desmesurar el sentir ajeno, jalar lentamente el hilillo emocional que terminaría por desarmar la madeja completamente. Y aunque Vincent ya no merecía tal privilegio, haría lo mismo con él, solamente por el placer de verle deshacerse ante sus grisáceos ojos. La noche aún era joven y como algunos dicen, ningún niño se privaría de entretenimiento teniendo un juguete frente suyo.
- Vuestro padre disfrutaba enormemente de mis visitas inesperadas. Creía que no pronunciarme era mi toque personal… – esbozo una nueva sonrisa, recordando que su rostro de porcelana no se quebraría por el accionar de cualquier gesto. Tanta perfección a veces solo podía compararse a la de una estatua de frio mármol, pues eso era lo que Portia parecía a veces – pero vuestra persona cada vez demuestra poseer menos rasgos como los de aquel que un día os procreo con intenciones de veros firmes, reinando Escocia – añadió al momento en que su semblante se tornó serio, reforzándose tal sensación por aquel plateado resplandor que desde el cielo caía sobre su persona – Si usarais debidamente los dones que os he regalado, le veréis al pobre revolcándose en su tumba seguramente – algunas personas reaccionaban solamente experimentando dolor. Las incisiones más profundas eran aquellas que mejor les hacían ver y denotar la realidad que les rodeaba. Portia había comenzado a creer que esa era la única forma en la que Vincent volvería en si ¿Pero acaso el desgraciado ya no había sufrido demasiado? Si así se encontraba por sus fracasos emocionales, lo único que proyectaba era ser un hombre de papel. Una montaña de naipes que debía ser derrumbada con un delicado suspiro.
Se le acercó, tratando de erradicar aquella sensación de rencuentro de enemigos. Le miró fijamente a los ojos y solamente cuando apoyo su escarchada mano de muñeca tallada a cincel se permitió buscar en el galante soberano eso que su interior no captaba – Si osáis con rendiros, hacedlo frente a una amenaza verdadera. Tenéis dignidad suficiente aun como para no moríos de amor – si no fuese por el misterioso apego que la inmortal había generado con el padre del hombre frente a su persona, jamás se hubiese creído en aquel escenario y mucho menos, pronunciado tales palabras de aliento. Pero lo cierto, lo oculto a simple vista también susurraba de que Portia conocía secretamente cuando sería el fin y de qué forma. Su presencia allí solamente era parte del ritual, de la preparación delicada de lo que más adelante sería el platillo principal que ella misma degustaría gracias al accionar de otros. Sus manos quedarían limpias, sin traicionar la promesa que una vez le hizo a aquel que un día también fue Rey de Escocia. Pero la recompensa por observar y callar arribaría prontamente. Y allí estaría ella, como siempre, firme, etérea y perfecta para enredar en sus hilos al nuevo coronado.
Portia Allston-Wilde- Vampiro Clase Alta
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Re: Índigo [Priv.]
Consecuentes, precisas, sus palabras se hundían como el cuchillo en la mantequilla, tenía toda la boca llena de razón ¿Quién iba a pensar que lo último que me mataría sería un mal de amores?, ya no existía el brillo en mis ojos cuando realmente quería algo, la chispa que rodeaban mis objetivos se iban difuminando a medida que el tiempo pasaba. Estaba completamente abandonado a la suerte, si moría o no me tenía sin cuidado.
Sonreí al escucharla, era gracioso encontrarme con ella después de tanto tiempo que había pasado buscándola, de pronto estaba ahí dándome un sermón similar al que mi padre daría si no estuviese revolcándose en su cama. Entorné los ojos como reprobación a sus palabras, exasperado, intolerante a todo lo que pudiera venir de su boca -Tienes razón, mi padre debe estar revolcándose en su tumba si viese en quien me he convertido después de haberme equivocado al elegir a dos reinas absolutamente distintas…- dirigí la mirada hasta la vampiresa a quien estudie severamente, mantuve mi distancia ante el largo silencio -He parado de aspirar, las responsabilidades de la corona se hacen cada vez más pesadas, mis hombros ya no soportan el mismo peso de entonces, ni siquiera he tenido el tiempo de lamentar las perdidas…- hice nuevamente una pausa a mi discurso, aclare la garganta en la que sentí un nudo que me impedía articular otra palabra. Era imposible mediar las emociones que me agobiaban día y noche -…y mi padre era un hombre considerado, aunque tu presencia le pudiese haberle incomodado en algún momento jamás lo sabrías…Esa es la diferencia entre él y yo. Siempre te diré que me molesta y que no…- giré mi rostro nuevamente hacia la vista del horizonte adornado por la luna y solté un suspiro resignado -…pero dudo mucho que ello te importe, has venido haciendo lo que te venga en gana desde que me tomáis como alumno, vienes y vas a tu antojo. Abandonas y quieres recuperar también lo que has dejado atrás. Si te das cuenta somos tan parecidos…excepto por esos siglos encima de vida que tenéis…- terminé, ignorando por un instante de quien se trataba, nuestra relación era así golpeábamos certeros y después nacían las disculpas.
Sin embargo, ella conocía la osadía con la que había sido criado, conocía también la admiración silenciosa que le tenía. Éramos dos polos opuestos complementados por el estira y el afloja, ambos dábamos a manos llenas y otras veces quitábamos todo.
Sonreí al escucharla, era gracioso encontrarme con ella después de tanto tiempo que había pasado buscándola, de pronto estaba ahí dándome un sermón similar al que mi padre daría si no estuviese revolcándose en su cama. Entorné los ojos como reprobación a sus palabras, exasperado, intolerante a todo lo que pudiera venir de su boca -Tienes razón, mi padre debe estar revolcándose en su tumba si viese en quien me he convertido después de haberme equivocado al elegir a dos reinas absolutamente distintas…- dirigí la mirada hasta la vampiresa a quien estudie severamente, mantuve mi distancia ante el largo silencio -He parado de aspirar, las responsabilidades de la corona se hacen cada vez más pesadas, mis hombros ya no soportan el mismo peso de entonces, ni siquiera he tenido el tiempo de lamentar las perdidas…- hice nuevamente una pausa a mi discurso, aclare la garganta en la que sentí un nudo que me impedía articular otra palabra. Era imposible mediar las emociones que me agobiaban día y noche -…y mi padre era un hombre considerado, aunque tu presencia le pudiese haberle incomodado en algún momento jamás lo sabrías…Esa es la diferencia entre él y yo. Siempre te diré que me molesta y que no…- giré mi rostro nuevamente hacia la vista del horizonte adornado por la luna y solté un suspiro resignado -…pero dudo mucho que ello te importe, has venido haciendo lo que te venga en gana desde que me tomáis como alumno, vienes y vas a tu antojo. Abandonas y quieres recuperar también lo que has dejado atrás. Si te das cuenta somos tan parecidos…excepto por esos siglos encima de vida que tenéis…- terminé, ignorando por un instante de quien se trataba, nuestra relación era así golpeábamos certeros y después nacían las disculpas.
Sin embargo, ella conocía la osadía con la que había sido criado, conocía también la admiración silenciosa que le tenía. Éramos dos polos opuestos complementados por el estira y el afloja, ambos dábamos a manos llenas y otras veces quitábamos todo.
Vincent Cromwell- Hechicero Clase Alta
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