AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Consecuencias de un Riesgo [Jean Baptiste Fontaine]
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Consecuencias de un Riesgo [Jean Baptiste Fontaine]
Olía a humedad perdida. El efecto del otoño había llegado a los árboles de la Mansión del Duque de Escocia —patrón de la criada Tulipe— provocando que las hojas que habían parecido inmarcesibles de turgencia cayeran inexorablemente sobre el césped, tapándoles el sol. Lamentablemente para la joven mujer, eso significaba que ella tendría menos sombra para trabajar en el exterior y no era un escenario muy alentador teniendo en cuenta que la temperatura no había bajado lo suficiente como para no agotarla en el duro deber de la colada. Sentada sobre una roca, Tulipe apoyaba su cuerpo para ir lavando con fuerza cada una de las prendas en el tambor. Aquella extenuante labor sumada a la falta de sombra, había causado que el sudor comenzara a nacer en su frente para ir camino abajo por su cuello y por su pecho, y a pesar de que usaba su antebrazo para apartar la transpiración, ésta volvía a brillar. Así y todo, no podía parar.
—Tienes que comer, Tulipe —se repetía para no detenerse. Su cuerpo era delgado y pálido; debilitarse no era demasiado difícil, pero sí era peligroso— Las demás sirvientas llevan muchos años como para agotarse de esta manera. Esfuérzate para que no tengan que lastimarse la espalda.
Era lo que Jesús hubiera hecho en su lugar. La comida era solo uno de los motivos que la hacían trabajar hasta romperse las manos con las fibras de la ropa; si no hacía bien su trabajo obligarían a las criadas mayores hacer el trabajo duro. Ella sentía que si eso ocurría sería por su culpa, por su gran culpa, así que si podía evitar eso poniendo un poco más de su parte, ¿por qué no? Dios la había dotado de la energía de la juventud y debía ocuparla para el bien mientras ese obsequio durara. A pesar de eso, sus nobles intenciones no tenían el poder para hacer más llevadero el refregar la ropa bajo el sol, sin el amparo de la frondosidad de los árboles y no tardó su pecho en subir y bajar por el agotamiento. Aunque no lo quisiera, tendría que parar un poco.
—No respiro —frenó la francesa su faena antes de ponerse de pie y mirar a su alrededor para verificar que no estuviese en peligro de alguna reprimenda severa— Será sólo un instante. Lo prometo.
Permitió entonces la doncella relajar los músculos de sus piernas adormiladas estirándolas con cada pequeño paso que daba cerca de su puesto de trabajo. Hacer girar sus hombros en sí mismos liberaba tensiones musculares, pero aumentaba preocupaciones emocionales; ¿la regañaría el amo por no estar enjabonando y enjuagando? Nunca había sido agresivo de ninguna manera con ella, pero nunca se sabía. Lo importante era que tenía el poder para hacer lo que quisiera.
Con un suspiro pesado Tulipe cerró sus ojos y para cuando los abrió su mirada la llevó a un montón de hojas marchitas y crujientes sobre la hierba. Qué placentero escenario imaginó en su inocente cabeza; de pronto allí estaba de nuevo en los campos de Amiens, acostada sobre el follaje y disfrutando de un cielo tan divinamente pintado que solamente podía ser obra del Creador. No aguantando la tentación, la muchacha dejó caer con suavidad su cuerpo sobre la alfombra otoñal y de repente sus manos ya no dolían tanto, el color le volvía a las mejillas y sus músculos se relajaban. Todo eso ganaba por ceder un minuto de su limitado tiempo a su insignificante antojo.
—Oh, ¿por qué no podemos todos parar sólo por un rato? El amo, la señorita Doreen, todos así. —susurraba con sus ojos entreabiertos, como si de abrirlos su corazón se fuera a partir en dos.
Por desgracia para ella, el sonido de un carruaje tirado por caballos galopando furiosamente contra el empedrado la hizo bajar de su nube y reincorporarse casi de golpe ante el estímulo auditivo. El amo no le había anunciado que esperaran a nadie —seguramente porque le había sido ordenado lavar los trajes del duque— y aquel medio de transporte no se parecía al que recogía a la señorita Doreen, por lo que tanto la curiosidad como el sentido de responsabilidad la invadieron e inició su carrera al interior de la mansión arremangando su vestido para poder dar más libertad a sus ligeros pies. ¿Y si la necesitaban adentro por esa improvisada visita? No se había equivocado demasiado, porque allí dentro estaba la ama de llaves observando al carro llegar a través de uno de los inmensos ventanales.
—M-Madame, ¿a quién espera el amo? —interrogó Tulipe nerviosa por la sorpresa.
—¿Crees que si lo supiera estaría mirando hacia afuera como tonta, niña? ¡Vamos, vuelve a tus quehaceres! Una chiquilla tan torpe como tú no nos ayudará en nada. Yo y los demás nos encargaremos de recibirlo —ordenó como una mandamás.
La pueblerina asintió mordiéndose el labio inferior. Sabía perfectamente que la ama de llaves al decir “y los demás” se refería a todos aquellos empleados que usaban traje dentro de la casa y no esas vestimentas harapientas que ella usaba para los trabajos más pesados, porque tenía casi nula educación. Si, ella entendió que lo mejor que podía hacer era no estorbar e inició su retorno hacia el jardín con la cabeza gacha, consciente de su propia insignificancia. Estaba a punto de cruzar el umbral de la puerta cuando sintió que algo no estaba del todo bien, como si le faltara algo importante. Se llevó las manos al cuello y luego un poco más abajo, rodeando su escote. Su crucifijo no estaba en su lugar.
Aireada, la muchacha se apresuró hacia el interior del inmueble como niña jugando a las escondidillas; buscaba aquello significativo para ella sin saber en dónde estaba. Buscó por los pasillos en los que había caminado, cerca de los muebles de la sala de estar e incluso disimuladamente buscó en su escote para comprobar que no se hubiera caído por ahí, pero ni rastro. El último lugar que le faltaba por recorrer era el saloncito en el cual recibían a las visitas. Tenía que ir en ese instante o jamás recuperaría su colgante de cruz, su consuelo y guía en episodios difíciles y también en los que quería agradecer. Se arriesgó e ingresó a la estancia sin perder tiempo y se agachó para buscar su preciado objeto sobre la lujosa alfombra.
—Por favor, tiene que estar por aquí. Si no lo recupero ahora, alguien lo barrerá y adiós para siempre —se preocupaba a medida que pasaban los segundos y no tenía éxito.
De pronto, unas pisadas acompañadas de otras la hicieron detener su afanosa búsqueda; fácilmente se le podía acusar de robo si la encontraban así, por lo que tuvo que pensar rápido. Se escondió tras unas gruesas cortinas, tapando su cuerpo con la tela. Allí podría esperar hasta que las personas pasaran y luego podría buscar sin mayores contratiempos, esperando desde luego poder tener de vuelta su crucifijo sin problemas. Sin embargo, no fue lo que ocurrió. En vez de lo que esperaba, escuchó cómo una figura de pesados ingresaba al lugar. No se trataba de alguien conocido, porque nadie tenía ese ritmo de caminar tan pausado y de pasos alargados. Tragó saliva ante lo desconocido y su corazón inició su golpeteo.
—¿Quién está aquí? —pensó.
Asomó uno de sus ojos azules paulatinamente hasta lograr la visión de un mozo algo mayor que ella mirando hacia afuera del ventanal, hacia el jardín. Un mozo de cabello y ojos de la tierra y piel blanca, sin mencionar su perfecta postura y ropas costosas. ¿Sería algún pariente del Duque? Fue quien fuera, era bastante joven y a pesar de que Tulipe no fuera ninguna experta en moda, era evidente que los atuendos de aquel hombre eran aún más ostentosos que los de su amo.
Su escondite tras la cortina comenzaba a hacerse pequeño.
—Tienes que comer, Tulipe —se repetía para no detenerse. Su cuerpo era delgado y pálido; debilitarse no era demasiado difícil, pero sí era peligroso— Las demás sirvientas llevan muchos años como para agotarse de esta manera. Esfuérzate para que no tengan que lastimarse la espalda.
Era lo que Jesús hubiera hecho en su lugar. La comida era solo uno de los motivos que la hacían trabajar hasta romperse las manos con las fibras de la ropa; si no hacía bien su trabajo obligarían a las criadas mayores hacer el trabajo duro. Ella sentía que si eso ocurría sería por su culpa, por su gran culpa, así que si podía evitar eso poniendo un poco más de su parte, ¿por qué no? Dios la había dotado de la energía de la juventud y debía ocuparla para el bien mientras ese obsequio durara. A pesar de eso, sus nobles intenciones no tenían el poder para hacer más llevadero el refregar la ropa bajo el sol, sin el amparo de la frondosidad de los árboles y no tardó su pecho en subir y bajar por el agotamiento. Aunque no lo quisiera, tendría que parar un poco.
—No respiro —frenó la francesa su faena antes de ponerse de pie y mirar a su alrededor para verificar que no estuviese en peligro de alguna reprimenda severa— Será sólo un instante. Lo prometo.
Permitió entonces la doncella relajar los músculos de sus piernas adormiladas estirándolas con cada pequeño paso que daba cerca de su puesto de trabajo. Hacer girar sus hombros en sí mismos liberaba tensiones musculares, pero aumentaba preocupaciones emocionales; ¿la regañaría el amo por no estar enjabonando y enjuagando? Nunca había sido agresivo de ninguna manera con ella, pero nunca se sabía. Lo importante era que tenía el poder para hacer lo que quisiera.
Con un suspiro pesado Tulipe cerró sus ojos y para cuando los abrió su mirada la llevó a un montón de hojas marchitas y crujientes sobre la hierba. Qué placentero escenario imaginó en su inocente cabeza; de pronto allí estaba de nuevo en los campos de Amiens, acostada sobre el follaje y disfrutando de un cielo tan divinamente pintado que solamente podía ser obra del Creador. No aguantando la tentación, la muchacha dejó caer con suavidad su cuerpo sobre la alfombra otoñal y de repente sus manos ya no dolían tanto, el color le volvía a las mejillas y sus músculos se relajaban. Todo eso ganaba por ceder un minuto de su limitado tiempo a su insignificante antojo.
—Oh, ¿por qué no podemos todos parar sólo por un rato? El amo, la señorita Doreen, todos así. —susurraba con sus ojos entreabiertos, como si de abrirlos su corazón se fuera a partir en dos.
Por desgracia para ella, el sonido de un carruaje tirado por caballos galopando furiosamente contra el empedrado la hizo bajar de su nube y reincorporarse casi de golpe ante el estímulo auditivo. El amo no le había anunciado que esperaran a nadie —seguramente porque le había sido ordenado lavar los trajes del duque— y aquel medio de transporte no se parecía al que recogía a la señorita Doreen, por lo que tanto la curiosidad como el sentido de responsabilidad la invadieron e inició su carrera al interior de la mansión arremangando su vestido para poder dar más libertad a sus ligeros pies. ¿Y si la necesitaban adentro por esa improvisada visita? No se había equivocado demasiado, porque allí dentro estaba la ama de llaves observando al carro llegar a través de uno de los inmensos ventanales.
—M-Madame, ¿a quién espera el amo? —interrogó Tulipe nerviosa por la sorpresa.
—¿Crees que si lo supiera estaría mirando hacia afuera como tonta, niña? ¡Vamos, vuelve a tus quehaceres! Una chiquilla tan torpe como tú no nos ayudará en nada. Yo y los demás nos encargaremos de recibirlo —ordenó como una mandamás.
La pueblerina asintió mordiéndose el labio inferior. Sabía perfectamente que la ama de llaves al decir “y los demás” se refería a todos aquellos empleados que usaban traje dentro de la casa y no esas vestimentas harapientas que ella usaba para los trabajos más pesados, porque tenía casi nula educación. Si, ella entendió que lo mejor que podía hacer era no estorbar e inició su retorno hacia el jardín con la cabeza gacha, consciente de su propia insignificancia. Estaba a punto de cruzar el umbral de la puerta cuando sintió que algo no estaba del todo bien, como si le faltara algo importante. Se llevó las manos al cuello y luego un poco más abajo, rodeando su escote. Su crucifijo no estaba en su lugar.
Aireada, la muchacha se apresuró hacia el interior del inmueble como niña jugando a las escondidillas; buscaba aquello significativo para ella sin saber en dónde estaba. Buscó por los pasillos en los que había caminado, cerca de los muebles de la sala de estar e incluso disimuladamente buscó en su escote para comprobar que no se hubiera caído por ahí, pero ni rastro. El último lugar que le faltaba por recorrer era el saloncito en el cual recibían a las visitas. Tenía que ir en ese instante o jamás recuperaría su colgante de cruz, su consuelo y guía en episodios difíciles y también en los que quería agradecer. Se arriesgó e ingresó a la estancia sin perder tiempo y se agachó para buscar su preciado objeto sobre la lujosa alfombra.
—Por favor, tiene que estar por aquí. Si no lo recupero ahora, alguien lo barrerá y adiós para siempre —se preocupaba a medida que pasaban los segundos y no tenía éxito.
De pronto, unas pisadas acompañadas de otras la hicieron detener su afanosa búsqueda; fácilmente se le podía acusar de robo si la encontraban así, por lo que tuvo que pensar rápido. Se escondió tras unas gruesas cortinas, tapando su cuerpo con la tela. Allí podría esperar hasta que las personas pasaran y luego podría buscar sin mayores contratiempos, esperando desde luego poder tener de vuelta su crucifijo sin problemas. Sin embargo, no fue lo que ocurrió. En vez de lo que esperaba, escuchó cómo una figura de pesados ingresaba al lugar. No se trataba de alguien conocido, porque nadie tenía ese ritmo de caminar tan pausado y de pasos alargados. Tragó saliva ante lo desconocido y su corazón inició su golpeteo.
—¿Quién está aquí? —pensó.
Asomó uno de sus ojos azules paulatinamente hasta lograr la visión de un mozo algo mayor que ella mirando hacia afuera del ventanal, hacia el jardín. Un mozo de cabello y ojos de la tierra y piel blanca, sin mencionar su perfecta postura y ropas costosas. ¿Sería algún pariente del Duque? Fue quien fuera, era bastante joven y a pesar de que Tulipe no fuera ninguna experta en moda, era evidente que los atuendos de aquel hombre eran aún más ostentosos que los de su amo.
Su escondite tras la cortina comenzaba a hacerse pequeño.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
- Mensajes : 150
Fecha de inscripción : 04/11/2012
Localización : París, en Casa de los patrones
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Re: Consecuencias de un Riesgo [Jean Baptiste Fontaine]
El joven príncipe se encontraba un poco aburrido de un momento de monotonía; quería algo divertido, estar encerrado en casa como no era lo suyo, era como un pájaro libre que le gustaba como el viento rozaba su delicada y perfecta cara. Ahora sentando en su silla enfrente de la ventana que estaba en su cuarto. Su hermana no estaba en casa, ni sus padres. Rodó un poco los ojos-¿Qué voy hacer este día para no aburrirme?-Se preguntó a sí mismo, sin esperar respuesta, estaba solo, solamente él y sus pensamientos ilógicos del aburrimiento. Era un día hermoso, y él se la estaba pasando adentro de su casa como si fuera obligado. Su ceño se fruncido ligeramente ante aquellos pensamientos que tenía, él no era un esclavo, un sirviente para que lo tuvieran encerrado, bajo sus piernas, ya que las tenía hacia arriba apoyadas en el marco de la ventana. Se levantó, tocando con su frente el vidrio de la ventana, mirando que las personas caminaban de aquí para allá y él va hacer lo mismo, claro que si-No estaré encerrado como un prisionero, tengo libertar, tampoco hay nadie en casa que pueda fastidiar-Una sonrisa triste aparece en su rostro, dándose la vuelta y comenzando a caminar hacia la puerta de sus aposentos. Salió de su habitación y fue a la planta de abajo.
Al pisar el piso de la planta alta, una sirviente le dio una carta. Él la reviso, mirando que era el duque, un tal Emrick, un par de veces lo había visto- ¿Qué querrá?-Así que pido que alistaran el carruaje para ir, ahora si tenía una excusa para salir. Cinco minutos después ya estaba llegando a la mansión de él. Al bajar miro el lugar, era agradable. Entro siendo recibido por personas que trabajaban con el duque. Miro el patio hasta que entro a la casa, donde rápidamente visualizo a una jovencita que se escondía entre las cortinas, se acercó por mera curiosidad, la hizo a un lado-Hola…-Fue lo único que dijo, con una sonrisa en su rostro, olvídense por un momento a que venía.
Al pisar el piso de la planta alta, una sirviente le dio una carta. Él la reviso, mirando que era el duque, un tal Emrick, un par de veces lo había visto- ¿Qué querrá?-Así que pido que alistaran el carruaje para ir, ahora si tenía una excusa para salir. Cinco minutos después ya estaba llegando a la mansión de él. Al bajar miro el lugar, era agradable. Entro siendo recibido por personas que trabajaban con el duque. Miro el patio hasta que entro a la casa, donde rápidamente visualizo a una jovencita que se escondía entre las cortinas, se acercó por mera curiosidad, la hizo a un lado-Hola…-Fue lo único que dijo, con una sonrisa en su rostro, olvídense por un momento a que venía.
Jean Baptiste Fontaine- Realeza Francesa
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Fecha de inscripción : 17/05/2011
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