Emerald Lydia Bennet

La pequeña inmadura e inocente Emerald. Tendría todo para brillar si no fuera por su terquedad, su imprudencia y su sinceridad, que la convierten en un verdadero peligro para el apellido y para la sociedad. Es caprichosa a más no poder, y está acostumbrada a que todo le sea servido en bandeja de plata, y eso la volvió reticente a aceptar una realidad que le es adversa a sus profundos deseos de grandeza.
No le importa hacer berrinches o arrojarse a sus emociones, que están constantemente a flor de piel. Emmie puede pasar del odio al amor en un segundo, y luego olvidarse el motivo de su enojo, generalmente justificado por sus propias mediciones y no por motivos que sean reales o fundamentados.
Es extrovertida, cariñosa y muy ingenua, confía demasiado en las personas, y abre su corazón a cualquiera. Tiene un alma noble y bondadosa, y a pesar de que puede parecer que no ve más allá de su propio ego, le gusta ayudar al desprotegido.
Emerald es honesta, no le gusta quedarse con algo que no le pertenece. Sumamente sociable y divertida, a ella le encantan las fiestas, lucirse y despilfarrar su encanto natural, acompañado de la simpatía que tanto la caracteriza.
Crédula hasta en cuestiones que podrían resultar de fantasía, y eso genera que se subestime su inteligencia, y si bien no es una joven brillante o instruida como sus hermanas, tiene la capacidad de poder ver siempre la luz en el corazón de las demás personas, por más que éstas se esmeren en mostrar tiniebla.
La joven Emmie peca de inexperta, y el haber sido criada entre algodones y bajó el severo ojo de su madre, no mermó su impulso irrefrenable de experimentar sus sensaciones. Es una muchacha sin prejuicios, que no juzga a los demás y que tampoco le gusta que la juzguen, aunque constantemente se ve inmiscuida en asuntos que la rozan por su pésima reputación debido a que coquetea constantemente, sin embargo, nunca se entregó a ningún hombre, aunque oportunidades y propuestas jamás le faltaron.
Una soñadora empedernida, romántica y sin maldad. Su mayor defecto es la holgazanería, y eso la convirtió en una verdadera inútil dentro de su familia, ya que no aprendió ninguna de las habilidades que se le exigen a las jóvenes de su posición, aunque lo que ella prefiere es leer novelas, asistir a fiestas y bailar, ello mezclado con su espíritu aventurero y su inherente curiosidad.

La menor de cinco hermanas, Emerald Lydia Bennet nació el 13 de Agosto de 1784, en el seno de una rica familia de las afueras de Londres. Desde el primer momento fue la consentida, ya que no sólo era una preciosura de cabello casi blanco y piel nívea, si no, la menor, una connotación bastante importante entre tantas mujeres. La afinidad con su madre se incrementó conforme crecía, y se convirtieron en una sola, y al ser su preferida y haber nacido estando sus padres cansados de criar tantas hijas, a ella le permitieron ciertas libertades que a las demás no, como el hecho de negarse a aprender varios idiomas, o negarse a las clases de bordado, de cocina, de tejido o jardinería, y permitirle participar en reuniones que acontecían a sus hermanas mayores y en las cuales, moralmente, no debía estar. Aunque no molestaba, luego hacía preguntas indecorosas que dejaban a más de uno sin respuesta, motivo por el cual, cuando entró a la pubertad, no le permitieron seguir formando parte de esos eventos, por temor a que se convirtiera en una descarriada.

Siempre le gustaba espiar a sus hermanas en sus charlas sobre muchachos, y luego comentar y comparar pormenores con sus amigas, que hacían lo mismo con las mayores de sus familias. Desde que tuvo uso de razón estuvo enamorada de un joven de la alta alcurnia unos cuantos años mayor que ella, y a pesar de que siempre intentó llamar su atención y de que conforme entraba en la adolescencia se iba convirtiendo en una muchacha preciosa, nunca consiguió que él la viese como algo más que una hermanita menor que le inspiraba ternura. Ese amor inconfesable pero evidente, le arrancaba lágrimas, y tenía su espacio en el diario íntimo de Emerald, que dedicaba horas y horas a escribirle poemas, con muy poco talento, pero con gran sentimiento. Por ese motivo, su mundo se derrumbó cuando él anunció su compromiso con una hermosa chica de prestigioso apellido y amplia dote. Emmie lloró noches enteras y tuvo pesadillas en que la prometida de su amado siempre moría de manera ridícula y ella se casaba con él. En la boda de su amor, no disimuló su tristeza, y se pasó la celebración suspirando y haciendo pucheros.

Su padre murió al poco tiempo de que ella cumpliera los quince años, y con ello empezaron los problemas para las Bennet. Sumidas en la angustia y en los apremios financieros, la madre de las cinco hermanas decidió arrojarse a la empresa de casar a sus hijas con los mejores postores, pero sólo hizo que todas se alejaran, en especial Emerald, que siempre soñó con casarse por amor y no por conveniencia. La economía familiar cayó en picada, pues la herencia se transmitía por linaje masculino, y es el señor Collins quien obtendrá todo lo que les perteneció alguna vez. Pero eso es algo de lo que Emmie no tomó consciencia, pues ella se embelesó con haber sido presentada en sociedad y convertirse en una casamentera, a pesar de no ser muy requerida debido a los problemas económicos. La muerte del señor Bennet fue un golpe muy duro, pero él les enseñó que debían seguir adelante a pesar de la adversidad, y esa fue la postura que tomó la menor, la de no dejarse vencer.

Siempre profesó una admiración fuera de lo normal por la segunda de sus hermanas, intentando imitarla en sus maneras y sus expresiones, aunque con poco éxito a su criterio, pues la veía como inalcanzable. Por tal motivo, se entristeció cuando ella anunció que se iba a París. Emerald desconocía el motivo, porque la charla se dio con su madre y las otras tres Bennet en una habitación con la puerta cerrada, y a ella le dejaron fuera de toda conversación porque aseguraron que saldría a ventilar los problemas de la familia. Se sintió tan rechazada y tan ajena a su familia, que tomó una drástica decisión. Juntó dinero de la caja que descubrió que su padre escondía en el ático, armó una valija con sus vestidos, la escondió en el patio, y un par de noches después, tras despedir a Elizabeth y mientras todas estaban reunidas llorando, ella cogió lo que había armado días atrás, corrió hacia el establo, tomó a su caballo y siguió la carreta que llevó a su hermana al puerto. Allí vendió a su querido corcel y pagó un boleto en el buque que la llevaría a París. Era la primera vez que cruzaba el mar, y se sintió morir con los mareos provocados, y también se sintió muy sola y ajena entre medio de la gente más humilde, pues no quiso gastar en un pasaje para viajar junto a gente de mejor calaña.

■  Es la preferida de su madre.
■  Se escapó siguiendo los pasos de su hermana Elizabeth, y llegó a París sin que se dieran cuenta.
■  Su color favorito es el lila, y siempre que puede llevar un accesorio de ese color, lo hace.
■  Sueña con encontrar a su príncipe azul.
■  No es muy buena hablando francés, pero cree que su encanto es su idioma universal.
■  No bebe alcohol y detesta el olor a tabaco.
■  Jamás ha besado a ningún chico, aunque muchas veces practica con su mano o con un espejo.