AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Eudoxia
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Eudoxia
DATOS BÁSICOS
-Edad real: 1900 años
-Edad aparente: 25 años
-Especie: Vampiro
-Tipo, Clase Social o Cargo: Clase Alta
-Orientación Sexual: Bisexual
-Lugar de Origen: Sus orígenes se remontan a la Antigua Roma; miente a otros alegando ser oriunda de Florencia, Italia.
-Habilidad/Poder: Persuasión, Infligir dolor por medio de la mente y Manipulación de la memoria.
DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA
Entrenada para mostrarse como lo que es, Eudoxia explota el misterio a su alrededor y disfruta regodeándose de él. Véase por donde se le vea, es tarea ardua dar por sentado lo que pasa alrededor de la mente de la inmortal. Su mirada abstrae, y nada lejos de la seriedad se expresa a través de lo claro de sus orbes. Atrae a los demás emanando aquella aura que incita a saber qué sucede a su alrededor o qué cosas pasan a través del vacío de su mente. A muchos asustaría la antelación con la que planea sus acciones, y la espeluznante exactitud en sus resultados. Gusta de la perfección, y alcanzarla suele ser su objetivo. Está acostumbrada a mantener el control, y su dura mentalidad la ha ayudado a superar los obstáculos que se han interpuesto en su larga no-vida desde que la enfrenta a solas. Debido a ello se ha convertido en alguien difícil de complacer y de altas expectativas. Lo duro de su mirada se contradice por la escasa arrogancia en su trato y la misteriosa cordialidad que llega a presentar. Es una dama, y como tal mantiene los buenos modales.
La reflexión de las noches ha terminado por estampársele en la mirada. Pasa largas horas llegando a conclusiones, intentando recobrar memorias que no regresarán. Por otro lado, las horas de reflexión la ayudan a reconocer los asuntos que le incumben y separarlos de los que no. Obra a gracia del poder de la palabra y la fría lógica. Si de obstinación se habla, Eudoxia es la indicada. No conoce la palabra rendición, y no detiene su lucha hasta disfrutar del blanco marcado. No teme utilizar trucos tales como la seducción, mentiras e intensa manipulación. No es desconfiada, pero sí selectiva. Desde siglos atrás deposita su confianza en algunos cuantos, y ser su amigo no significa conocerlo todo acerca de ella. Asimismo es independiente, aquella que no teme a defenderse por sí sola de ser necesario. No será bueno retar su carácter, porque humillarse frente a otros no es una alternativa. Si las cosas se salen de su control, Eudoxia también lo hace, se desestabiliza y pierde los estribos.
No descarta las opciones de tomar cariño a otros, pero amar está vetado a las noches de hoy. No supera la pérdida de quien en años atrás fuere su pareja, y sobre las apariencias su corazón no sana las heridas. A los amigos los tratará bien, y dará muestras de afecto a su peculiar forma. Eudoxia quiere con la misma fuerza que odia, y su rencor es veneno recorriéndole las venas. Quien la traicione se arrepentirá de ello. Sus palabras se mantendrían siempre hasta el final.
La reflexión de las noches ha terminado por estampársele en la mirada. Pasa largas horas llegando a conclusiones, intentando recobrar memorias que no regresarán. Por otro lado, las horas de reflexión la ayudan a reconocer los asuntos que le incumben y separarlos de los que no. Obra a gracia del poder de la palabra y la fría lógica. Si de obstinación se habla, Eudoxia es la indicada. No conoce la palabra rendición, y no detiene su lucha hasta disfrutar del blanco marcado. No teme utilizar trucos tales como la seducción, mentiras e intensa manipulación. No es desconfiada, pero sí selectiva. Desde siglos atrás deposita su confianza en algunos cuantos, y ser su amigo no significa conocerlo todo acerca de ella. Asimismo es independiente, aquella que no teme a defenderse por sí sola de ser necesario. No será bueno retar su carácter, porque humillarse frente a otros no es una alternativa. Si las cosas se salen de su control, Eudoxia también lo hace, se desestabiliza y pierde los estribos.
No descarta las opciones de tomar cariño a otros, pero amar está vetado a las noches de hoy. No supera la pérdida de quien en años atrás fuere su pareja, y sobre las apariencias su corazón no sana las heridas. A los amigos los tratará bien, y dará muestras de afecto a su peculiar forma. Eudoxia quiere con la misma fuerza que odia, y su rencor es veneno recorriéndole las venas. Quien la traicione se arrepentirá de ello. Sus palabras se mantendrían siempre hasta el final.
HISTORIA
Escasos recuerdos mantiene Eudoxia desde el inicio de su vida vampírica. Retazos de recuerdos, terrible amnesia corroyéndole los bancos de memoria disponibles cual ácido potente. El porqué de su falta de recuerdos es un enigma que ni ella misma logra resolver. Han pasado casi dos milenios desde que conoció el mundo de las tinieblas, como recién nacido da su primer respiro. Retiene viejos recuerdos de su vida mortal como finas cuerdas que la mantienen atada al mundo de antes, las épocas doradas en las que el Imperio Romano se levantaba durante su auge y conquistaba grandes porciones de territorios que acrecentaban su poderío. En ocasiones Eudoxia cree sentir el tacto cálido y femenino rozarle la mejilla, y en otras las gotas gruesas empapándola mientras la desesperación la convierte en un efímero ser cuya cordura desapareció para no regresar jamás. Pierde el rastro desde el punto que siente el cabello ser arrancado por sus propias falanges, y despertó tirada en la amplia cama de alguna habitación que no consiguió reconocer, acompañada de una espada a la cual no halló dueño. Al despertar, la sed corroía su garganta y la cabeza le dolía mil infiernos. No reconocía su nombre, y la confusión crecía en su mente y se expandía similar a una plaga. Temió, pero el hombre que se asomó a través del umbral conectando la habitación a otros sitios importantes la calmó apenas susurrando las primeras sílabas. Otorgó a la joven desorientada identidad, llamándola Eudoxia y trajo consigo la solución a la molestia en su garganta cuando le ofreció a escoger a cuál esclavo apetecía comer primero. La recién convertida devoró la vida de los tres, y sus orbes carmesís se olvidarían de contemplar la belleza del día y lo confuso de un pasado que quizás no volvería.
Decimus Junius Vipsanius, no olvidaría su nombre. Presunto creador, contó a Eudoxia la historia que la rodeaba según el punto de vista que el antiguo se creó alrededor de su joven discípula. Hombre fuerte pero de carácter noble si se trataba de sus allegados, su forma de ser escéptica y carisma sin igual atraían a pesar de su calvicie y apariencia pasada de los cuarenta. La versión de la historia entonada a Eudoxia mientras sus duros dedos limpiaban la sangre en sus comisuras, contaban que la encontró al borde de la muerte y la salvó otorgándole el don oscuro. Real o falsa, Eudoxia creyó la versión contada por su maestro sin desconfiar en él. Sus ojos azules la reconfortaban en aquel mundo que desconocía, y él la animó a convertirse en una vampiresa digna de respeto. La espada que trajo consigo se convirtió en su amuleto, el objeto de misterio que traía siglas grabadas a lo largo de la hoja afilada. Memorizó solo una de ellas: M. Eudoxia no encontró relación entre la espada y otro sujeto. Preguntó a su creador, pero él aseguró que la espalda la encontró a su lado al dar con su cuerpo moribundo. Ella le creyó, y el asunto nunca volvió a ser discutido.
Acompañado de la pérdida de recuerdos, vino a ella la falta de identidad. Decimus reforzó a Eudoxia, la obligó a encontrarse con un yo distinto al que ella no conseguía conocer. Él la convenció de que ahora esa sería su nueva vida, y como tal tendría que hacerla una buena vida. Todo lo que Eudoxia conoce a la noche de hoy fue conocimiento inculcado por el viejo vampiro. Enseñó a su vástago la forma de encubrir su identidad, cuáles eran presas predilectas y de qué cosas protegerse de llegar a ser necesario. Al final de los años que su enseñanza se extendió, Decimus logró un producto que relucía por el significado de su nombre otorgado: Eudoxia, buena fama. Pasó de ser la vampiresa desorientada a aquella digna de temer. Sus cazas daban resultados fortuitos, y embriagaba a los mortales con su esencia antes de embeberse y saciar sus ansias de deliciosa vitae. Desde su creación a perfección vampírica, transcurrió cerca de un siglo. Eudoxia apreció el cambio de la sociedad en la que nació, y cómo todos fallecían mientras ella permanecía impune al paso del tiempo. Se acostumbró a su vida nocturna, y adoptó a los otros vampiros como hermanos de sangre a los cuales tendería sus manos sin solicitar cosa alguna a cambio. Decimus se mantuvo al lado de su convertida durante los siglos posteriores a su arduo entrenamiento, y el lazo creado entre ellos permitía al antiguo leer a su querida como un libro abierto. Cambiaban de territorio conforme los demás percibían cómo el paso de los años no los afectaba, y pretendían ser un matrimonio unido pese a que ninguna intimación se llevó a cabo. Decimus trataba a Eudoxia como su hija, y ella lo amaba como si fuese el padre que no recordaba.
Comportándose y trabajando como familia, Decimus no actuaba sin antes confesar a su alumna sus intenciones. Desde hace algunos años, el maestro consideraba liberar a su instruida convertida. Eudoxia detestó la idea, mas el último paso lo daría en pos de complacer al hombre que la vio formarse hasta la vampiresa y mujer que era hasta ese entonces. Años guardando su sangre de cualquier mortal indigno de recibirla, Decimus previó la conversión de un valiente joven a manos de Eudoxia. Aconsejó a su discípula, orientándola y dándole la oportunidad de conocer a aquel quien podría convertirse en su próximo compañero el resto de la eternidad. Decimus pretendía separar los rumbos, pero no herir el corazón desfallecido de su querida. Logró su cometido la noche en la que Eudoxia ingresó en la residencia proclamando la noche de la conversión de Marius, el joven cuyo carácter fascinó a la inmortal y la convenció de hacerle uno de los suyos. Él desconocía su naturaleza, pero Eudoxia le mostraría los beneficios de la no-vida y no daría oportunidad a las Parcas de llevarse tan preciado ser consigo. Bajo la luna menguante, desangró el fornido cuerpo y entregó su sangre directo de la herida a los labios resecos. Supervisada por su maestro, la ceremonia culminó cuando Marius abrió los ojos de par en par y contempló aturdido lo que su amiga hizo en él. Eudoxia concordó en algo: la sangre inmortal trabajó bien en él.
Desde aquel entonces, Decimus, Marius y la misma Eudoxia viajaron a distintos destinos europeos. Este primero se retractó de sus pensamientos, y ayudó a su crecida discípula a instruir al recién convertido. Se nutrieron del conocimiento que les daba el cambio de sociedades, el avance del arte y las ciencias. Marius era versado en el arte de la guerra, y mostraba a Eudoxia sus habilidades. Maestra y vástago recrearon la relación que Decimus nunca obtuvo con su creación. Pareja el resto de la eternidad que los uniese, el lazo que los unía no se quebrantaría fácilmente. Tuvo una no-vida demasiado fácil.
Año 1313. La Santa Inquisición creaba revuelos en Europa, y nadie se atrevía a llevar la contraria a los mandados por el señor. Los vampiros también se encontraban en aprietos, pues de serles descubiertos se les acusaría de creaciones del demonio o encarnaciones del mal. El trío vampírico consiguió la supervivencia mudándose constantemente y no saliendo más allá de las noches que necesitasen alimentarse. Vivían apartados, y cuidando con quiénes se comunicaban. El parlante del grupo siempre fue Marius. Él conseguía buenos contactos, y la no-vida de los vampiros se hacía más llevadera. Ese año, sentenciado por el número 13, traería malas vibras al reducido grupo de vampiros. Eudoxia recordaría bien la noche en la que inquisidores destrozaron la buena no-vida que forjó junto a Decimus y Marius. Los cazaron como si se trataran de ratas, ratas las cuales exterminar y provocarles sufrimiento en el proceso. Hombres asquerosos, viles y crueles. Decimus y Marius dieron su lucha hasta el final en contra de los cazadores enviados por la Santa Inquisición. Sospechas se levantaron en contra de ellos, y la campesina que vivía a los alrededores los sentenció a la verdadera muerte. Eudoxia no comprendería el por qué Marius reforzó su enseñanza con la espada hasta ese entonces. Los cazadores acabaron con la vida de los dos esa noche de luna nueva, y la vampiresa consiguió escapar de ellos mientras se distraían traspasaron con una estaca el corazón de su convertido y este se convertía en una pila de cenizas. Sufrió, y odió a toda la escoria que conformaba la Inquisición. Ellos pagarían por lo que le hubieron quitado. Los años siguientes los dedicó a encontrar a los cazadores encargados del asesinato de sus compañeros. Al primero lo desmembró parte por parte, y al segundo le arrancó la columna mientras tomaba un baño en compañía de su mujer. Ni la fémina se salvó de la crueldad inyectándose en el corazón de la vampiresa.
Eudoxia cobró venganza, pero el odio a los organismos de la iglesia no ha mermado desde ese entonces. La soledad de la noche se ha convertido en su aliada, si bien sirvientes humanos sirven de compañía en aquellas que la rubia anhela tener alguien con quien compartir las experiencias de su larga vida. Llegó a Francia en el 1770 tras haber visitado países cercanos a la llamativa nación. En el año 1776 conoció a un viejo hombre dueño de extensos viñedos franceses. Él se fascinaba por las criaturas nocturnas, y ella supo detenerse cuando él se convertiría en su próxima presa. Jacques Lefrèvre se convirtió en su acompañante, aliado y confidente hasta que falleció una noche del 1790. Eudoxia le ofreció la eternidad, pero él la rechazó alegando que apreciaba su mortalidad y admiraba a quienes soportaban la eternidad sin enloquecer en el proceso. Nunca se casó ni tuvo herederos, por lo que otorgó sus viñedos a la vampiresa con la esperanza de que ella los mantuviera en su reconocida posición de fabricar los mejores vinos de toda la zona. Creó revuelo al saberse que la heredera se trataría de una mujer, y nadie toleró que el vino de buena calidad lo velase ella. Muchos la apoyaron, otros estuvieron en contra, pero nada derribó la potestad firme de la encargada. En el año que transcurre, Eudoxia abandonó el pueblo rural y decidió mudarse a París sin olvidarse de atender los asuntos relacionados a los viñedos a su mando. Las heridas siguen ocultas, tanto como sus memorias se perdieron sin ánimos de regresar, tal vez…
Decimus Junius Vipsanius, no olvidaría su nombre. Presunto creador, contó a Eudoxia la historia que la rodeaba según el punto de vista que el antiguo se creó alrededor de su joven discípula. Hombre fuerte pero de carácter noble si se trataba de sus allegados, su forma de ser escéptica y carisma sin igual atraían a pesar de su calvicie y apariencia pasada de los cuarenta. La versión de la historia entonada a Eudoxia mientras sus duros dedos limpiaban la sangre en sus comisuras, contaban que la encontró al borde de la muerte y la salvó otorgándole el don oscuro. Real o falsa, Eudoxia creyó la versión contada por su maestro sin desconfiar en él. Sus ojos azules la reconfortaban en aquel mundo que desconocía, y él la animó a convertirse en una vampiresa digna de respeto. La espada que trajo consigo se convirtió en su amuleto, el objeto de misterio que traía siglas grabadas a lo largo de la hoja afilada. Memorizó solo una de ellas: M. Eudoxia no encontró relación entre la espada y otro sujeto. Preguntó a su creador, pero él aseguró que la espalda la encontró a su lado al dar con su cuerpo moribundo. Ella le creyó, y el asunto nunca volvió a ser discutido.
Acompañado de la pérdida de recuerdos, vino a ella la falta de identidad. Decimus reforzó a Eudoxia, la obligó a encontrarse con un yo distinto al que ella no conseguía conocer. Él la convenció de que ahora esa sería su nueva vida, y como tal tendría que hacerla una buena vida. Todo lo que Eudoxia conoce a la noche de hoy fue conocimiento inculcado por el viejo vampiro. Enseñó a su vástago la forma de encubrir su identidad, cuáles eran presas predilectas y de qué cosas protegerse de llegar a ser necesario. Al final de los años que su enseñanza se extendió, Decimus logró un producto que relucía por el significado de su nombre otorgado: Eudoxia, buena fama. Pasó de ser la vampiresa desorientada a aquella digna de temer. Sus cazas daban resultados fortuitos, y embriagaba a los mortales con su esencia antes de embeberse y saciar sus ansias de deliciosa vitae. Desde su creación a perfección vampírica, transcurrió cerca de un siglo. Eudoxia apreció el cambio de la sociedad en la que nació, y cómo todos fallecían mientras ella permanecía impune al paso del tiempo. Se acostumbró a su vida nocturna, y adoptó a los otros vampiros como hermanos de sangre a los cuales tendería sus manos sin solicitar cosa alguna a cambio. Decimus se mantuvo al lado de su convertida durante los siglos posteriores a su arduo entrenamiento, y el lazo creado entre ellos permitía al antiguo leer a su querida como un libro abierto. Cambiaban de territorio conforme los demás percibían cómo el paso de los años no los afectaba, y pretendían ser un matrimonio unido pese a que ninguna intimación se llevó a cabo. Decimus trataba a Eudoxia como su hija, y ella lo amaba como si fuese el padre que no recordaba.
Comportándose y trabajando como familia, Decimus no actuaba sin antes confesar a su alumna sus intenciones. Desde hace algunos años, el maestro consideraba liberar a su instruida convertida. Eudoxia detestó la idea, mas el último paso lo daría en pos de complacer al hombre que la vio formarse hasta la vampiresa y mujer que era hasta ese entonces. Años guardando su sangre de cualquier mortal indigno de recibirla, Decimus previó la conversión de un valiente joven a manos de Eudoxia. Aconsejó a su discípula, orientándola y dándole la oportunidad de conocer a aquel quien podría convertirse en su próximo compañero el resto de la eternidad. Decimus pretendía separar los rumbos, pero no herir el corazón desfallecido de su querida. Logró su cometido la noche en la que Eudoxia ingresó en la residencia proclamando la noche de la conversión de Marius, el joven cuyo carácter fascinó a la inmortal y la convenció de hacerle uno de los suyos. Él desconocía su naturaleza, pero Eudoxia le mostraría los beneficios de la no-vida y no daría oportunidad a las Parcas de llevarse tan preciado ser consigo. Bajo la luna menguante, desangró el fornido cuerpo y entregó su sangre directo de la herida a los labios resecos. Supervisada por su maestro, la ceremonia culminó cuando Marius abrió los ojos de par en par y contempló aturdido lo que su amiga hizo en él. Eudoxia concordó en algo: la sangre inmortal trabajó bien en él.
Desde aquel entonces, Decimus, Marius y la misma Eudoxia viajaron a distintos destinos europeos. Este primero se retractó de sus pensamientos, y ayudó a su crecida discípula a instruir al recién convertido. Se nutrieron del conocimiento que les daba el cambio de sociedades, el avance del arte y las ciencias. Marius era versado en el arte de la guerra, y mostraba a Eudoxia sus habilidades. Maestra y vástago recrearon la relación que Decimus nunca obtuvo con su creación. Pareja el resto de la eternidad que los uniese, el lazo que los unía no se quebrantaría fácilmente. Tuvo una no-vida demasiado fácil.
Año 1313. La Santa Inquisición creaba revuelos en Europa, y nadie se atrevía a llevar la contraria a los mandados por el señor. Los vampiros también se encontraban en aprietos, pues de serles descubiertos se les acusaría de creaciones del demonio o encarnaciones del mal. El trío vampírico consiguió la supervivencia mudándose constantemente y no saliendo más allá de las noches que necesitasen alimentarse. Vivían apartados, y cuidando con quiénes se comunicaban. El parlante del grupo siempre fue Marius. Él conseguía buenos contactos, y la no-vida de los vampiros se hacía más llevadera. Ese año, sentenciado por el número 13, traería malas vibras al reducido grupo de vampiros. Eudoxia recordaría bien la noche en la que inquisidores destrozaron la buena no-vida que forjó junto a Decimus y Marius. Los cazaron como si se trataran de ratas, ratas las cuales exterminar y provocarles sufrimiento en el proceso. Hombres asquerosos, viles y crueles. Decimus y Marius dieron su lucha hasta el final en contra de los cazadores enviados por la Santa Inquisición. Sospechas se levantaron en contra de ellos, y la campesina que vivía a los alrededores los sentenció a la verdadera muerte. Eudoxia no comprendería el por qué Marius reforzó su enseñanza con la espada hasta ese entonces. Los cazadores acabaron con la vida de los dos esa noche de luna nueva, y la vampiresa consiguió escapar de ellos mientras se distraían traspasaron con una estaca el corazón de su convertido y este se convertía en una pila de cenizas. Sufrió, y odió a toda la escoria que conformaba la Inquisición. Ellos pagarían por lo que le hubieron quitado. Los años siguientes los dedicó a encontrar a los cazadores encargados del asesinato de sus compañeros. Al primero lo desmembró parte por parte, y al segundo le arrancó la columna mientras tomaba un baño en compañía de su mujer. Ni la fémina se salvó de la crueldad inyectándose en el corazón de la vampiresa.
Eudoxia cobró venganza, pero el odio a los organismos de la iglesia no ha mermado desde ese entonces. La soledad de la noche se ha convertido en su aliada, si bien sirvientes humanos sirven de compañía en aquellas que la rubia anhela tener alguien con quien compartir las experiencias de su larga vida. Llegó a Francia en el 1770 tras haber visitado países cercanos a la llamativa nación. En el año 1776 conoció a un viejo hombre dueño de extensos viñedos franceses. Él se fascinaba por las criaturas nocturnas, y ella supo detenerse cuando él se convertiría en su próxima presa. Jacques Lefrèvre se convirtió en su acompañante, aliado y confidente hasta que falleció una noche del 1790. Eudoxia le ofreció la eternidad, pero él la rechazó alegando que apreciaba su mortalidad y admiraba a quienes soportaban la eternidad sin enloquecer en el proceso. Nunca se casó ni tuvo herederos, por lo que otorgó sus viñedos a la vampiresa con la esperanza de que ella los mantuviera en su reconocida posición de fabricar los mejores vinos de toda la zona. Creó revuelo al saberse que la heredera se trataría de una mujer, y nadie toleró que el vino de buena calidad lo velase ella. Muchos la apoyaron, otros estuvieron en contra, pero nada derribó la potestad firme de la encargada. En el año que transcurre, Eudoxia abandonó el pueblo rural y decidió mudarse a París sin olvidarse de atender los asuntos relacionados a los viñedos a su mando. Las heridas siguen ocultas, tanto como sus memorias se perdieron sin ánimos de regresar, tal vez…
DATOS EXTRA
-Odia a todos y cada uno de los cazadores e inquisidores, sin excepción.
-Se acostumbró a la falta de recuerdos, esto pese a que en ocasiones desea conocer su vida antes de ser convertida.
-Todavía conserva la espada con la que su maestro la encontró aquella noche.
-Toca instrumentos tales como el piano, el arpa y el violín.
-Colecciona antigüedades, y no teme gastar dinero si de conseguir una se trata.
-Habla varias lenguas tales como el francés, inglés, español e italiano. No se ha olvidado del latín, y sus escrituras suelen ser en dicho idioma.
-Gusta del esgrima, pero practicarlo suele traerle tristes recuerdos.
-Se acostumbró a la falta de recuerdos, esto pese a que en ocasiones desea conocer su vida antes de ser convertida.
-Todavía conserva la espada con la que su maestro la encontró aquella noche.
-Toca instrumentos tales como el piano, el arpa y el violín.
-Colecciona antigüedades, y no teme gastar dinero si de conseguir una se trata.
-Habla varias lenguas tales como el francés, inglés, español e italiano. No se ha olvidado del latín, y sus escrituras suelen ser en dicho idioma.
-Gusta del esgrima, pero practicarlo suele traerle tristes recuerdos.
gracias a αgusτınα• de sourcecode
Eudoxia- Vampiro Clase Alta
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Re: Eudoxia
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Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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